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Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia - II parte
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Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Para asumir este reto, convoco a todos los sacerdotes de la Diócesis y también a los religiosos que hacen presencia, que por la gracia de la Ordenación, han recibido la participación del sacerdocio único de Cristo, a renovar su ministerio venciendo toda tentación de superficialidad o de rutina, que llevan a la instalación, para que fortalecidos por el Espíritu Santo, en comunión con Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, con el Papa Francisco, conmigo como su Obispo y servidor, sintamos juntos el gozo de decirle al Señor que queremos servirlo y seguir instaurando su Reino, buscando cada día ser verdaderos discípulos misioneros por la búsqueda permanente de la unidad.
Esta unidad es guía segura y eficaz para la acción pastoral, que se traduce en una auténtica fraternidad sacerdotal, fruto maduro de la caridad que estamos llamados a vivir entre todos, para hacer creíble al mundo el anuncio que hacemos, cumpliendo el deseo de Jesús en su oración al Padre: “que todos sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21), recordando que la fraternidad sacerdotal no es lo que recibo de mis hermanos sacerdotes, sino lo que yo hago por cada uno de ellos.
Jesucristo es el Buen Pastor que conoce las ovejas y ofrece su vida por ellas y quiere congregarse a todos en un solo rebaño bajo un solo pastor (Jn 10). Estamos llamados a ser imagen viva de Jesucristo cabeza y pastor de la Iglesia, así como a procurar reflejar en nosotros, aquella perfección que brilla en el Hijo de Dios. Por eso, debemos ser coherentes con el ministerio recibido, parecernos a Jesús y significar para nuestros fieles su condición de cabeza, pastor y esposo de la Iglesia, amando la verdad, viviendo la justicia, la unidad, el perdón, la reconciliación y la paz. (Cf. PDV 25).
Un presbítero así, por su testimonio de vida, por su fidelidad, por su alegría, por la coherencia entre fe y vida, por su fraternidad sacerdotal, hará que los jóvenes descubran el llamado que el Señor les hace a la santidad y sientan el deseo de responderle. Espero y pido que en cada parroquia se establezca una pastoral juvenil viva que ofrezca a los jóvenes la posibilidad de constituir comunidades juveniles para que en ellos se tengan verdaderos procesos de iniciación cristiana y crecimiento espiritual que, ojalá en muchas ocasiones, permitan a muchos de ellos sentir el llamado al sacerdocio o a la vida consagrada, para que emprendan luego el camino de su formación sacerdotal y religiosa, y así seguir contando con muchas vocaciones de calidad, como lo hemos tenido hasta el momento. En este sentido debemos redoblar los esfuerzos por una pastoral vocacional sólida y sistemática que nos ayude a formar a los jóvenes que nos llegan, para que sigamos teniendo sacerdotes, religiosos, religiosas y también matrimonios, muy comprometidos con la misión y la iniciación cristiana.
La experiencia de ser Iglesia Católica, comunidad de creyentes, se hace presente en el encuentro con la Palabra de Dios en la Iglesia Particular y desde la Diócesis, en cada una de las parroquias y en las familias cristianas. La tarea es ir construyendo el Reino de Dios, con la acción misionera y catequética que nos permita crecer en la fe, esperanza y caridad y tener compromiso pastoral para la evangelización en nuestra Diócesis. Dedicaremos particular esfuerzo a seguir construyendo la familia como comunidad de amor, Iglesia doméstica, conscientes de que ella es uno de los bienes más preciosos de la humanidad y de la Iglesia. Vamos a fortalecer nuestras familias desde la oración, desde el Rosario diario en familia, familia que reza unida, permanece unida. La Santísima Virgen María nos dará para nuestras familias el regalo de la fidelidad, del perdón, la reconciliación y la paz, virtudes que tendrán que reflejarse en la comunidad y en la sociedad donde vivimos.
La familia santificada mediante el sacramento del matrimonio, permite por la gracia recibida en este, que Dios permanezca en los esposos a lo largo de toda su vida. De ahí, nuestro deber de implementar una fuerte pastoral familiar en todas las parroquias. Se trata de promover y rescatar los valores familiares de acuerdo con la enseñanza de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, acompañando a cada familia cristiana en su misión fundamental de ser transmisora de la fe y primera escuela de formación de los discípulos misioneros de Nuestro Señor Jesucristo.
Otro desafío pastoral no menos importante que los otros, es el compromiso real con los pobres, desde el ejercicio de la caridad. La Diócesis de Cúcuta tiene vocación para la caridad, como fruto maduro de una vida cristiana, que se va fortaleciendo desde la vivencia del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Estamos dispuestos a entregarnos con lo que somos y tenemos, para aliviar la pobreza y la miseria de los hermanos que viven marginados y en continuo sufrimiento; sobre todo acompañar a los migrantes y a tantos niños y jóvenes que están viviendo debajo de los puentes, consumidos en la drogadicción. A ellos les tenemos que dar en primer lugar el pan de la Palabra, pues, de todos es sabido que la primera obra de caridad que hemos de hacer a nuestros hermanos necesitados será mostrarles el camino de la fe, la esperanza y el amor, para que reciban a Jesucristo en sus vidas. Así nos lo enseñó San Juan Pablo II cuando dijo: “el anuncio de Jesucristo es el primer acto de caridad hacia el hombre, más allá de cualquier gesto de generosa solidaridad” (Mensaje para las migraciones, 2001), con el compromiso claro y efectivo de seguir compartiendo el pan material y ayudar desde el Evangelio a sanar tantas heridas, adicciones y conflictos que se viven en nuestro medio, para llegar a tener la paz que el Señor nos quiere dejar como regalo supremo que viene de lo alto.
Proponemos una acción pastoral de cercanía y dignificación desde la caridad cristiana, pues Jesús garantiza que quienes realizan esta labor, recibirán una gran recompensa: “Vengan benditos de mi Padre a heredar el Reino de los cielos” (Mt 25, 34). La opción por los más pobres no es una mera invitación, es una exigencia concreta que el Señor nos hace. Es por el camino de la caridad como tendremos acceso a la bienaventuranza del Reino.
Entre todos vamos a continuar el tejido de la Historia de la Salvación en nuestra historia personal, familiar y diocesana. Nos necesitamos mutuamente para continuar con los retos que nos plantea hoy la pastoral en cada una de nuestras parroquias. Hagamos de nuestras parroquias, verdaderas comunidades de fe, en donde brille el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. No nos falte la oración por estas intenciones y todos en comunión, en camino sinodal, escuchando al Espíritu Santo, podremos ser fieles a Jesucristo y a la Iglesia en la misión que se nos ha confiado.
Continuemos, hermanos, esta solemne celebración eucarística y pongamos en el altar toda esta tarea que nos disponemos a continuar, para que sea el mismo Señor quien la bendiga y fortalezca.
Pongo en manos de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, nuestro patrono, este camino sinodal que hoy emprendemos apoyados por la gracia de Dios. Me consagro a la Virgen y consagro, como pastor de la grey a todos los que el Señor me ha encomendado. Que cada día, con María y como María, seamos más dóciles a la Palabra de Dios y más capaces de vivir en fidelidad nuestra misión. El glorioso Patriarca San José y todos los Santos nos acompañen. Amén.
+ José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
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“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22)
Mié 15 Mayo 2024
Miremos y contemplemos el Crucificado
Jue 2 Mayo 2024
Jue 2 Mayo 2024
Lex orandi, lex credendi, lex vivendi
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El mes de mayo está cargado de hermosas y significativas celebraciones que nos sirven, dentro de la pedagogía de la Iglesia, para profundizar en nuestra vida cristiana. La ley de lo que se ora, se cree y se vive, hace parte de la vida del creyente y la liturgia en la Iglesia.Tenemos las fiestas litúrgicas de los santos apóstoles Felipe y Santiago, el 4 y Matías, quien fue elegido en cambio de Judas el traidor, el 14. Siempre la figura de los apóstoles nos remite a la Iglesia primitiva donde ellos asumen con valentía la misión de anunciar lo que “habían visto y oído”. Sobre la columna apostólica se ha construido la Iglesia a lo largo de los siglos. Su presencia está viva en todos los Obispos del mundo que estamos llamados a ser cuidadores de la doctrina católica y animadores de la unidad del pueblo santo de Dios.El 1 de mayo, que es el día del trabajo, la Iglesia propone la figura de San José Obrero, y bajo esta celebración, se invita a orar para que a nadie le falte un trabajo digno y estable. Es la oportunidad para recuperar el sentido del trabajo humano como participación en la obra creadora de Dios. San José interceda por todos los trabajadores, pero también por los empleadores, para que traten de la mejor manera a sus trabajadores, sean justos con ellos y hagan posible que ellos y sus familias tengan realmente una vida digna.Cuatro celebraciones marianas tenemos la alegría de vivir: María Madre de la Iglesia, después de Pentecostés, Nuestra Señora del Rosario de Fátima, el 13, María Auxiliadora el 24 y la Visitación de la Virgen María, el 31.En María tenemos la imagen de quien fuera la llena del Espíritu Santo que, llevando a Jesús en su vientre, se hace servidora de su prima Isabel y con su ida a Ain Karin, lugar donde vivía su prima, nos da ejemplo de servicio. Es la mujer que conoció en primera persona la historia de salvación que su Hijo, Jesús, llevó a cabo. Es la mujer llena de gracia y valiente que acompañó a su Hijo hasta el Calvario, y es ella la que acompaña a los discípulos para recibir en plenitud el gran don del Espíritu Santo en pentecostés.María es la mujer de la oración. Nos enseña que la más plena oración es la que se hace y brota del corazón. De ella se dice que “lo guardaba todo en su corazón”. Por eso, en este año, dedicado a la oración, su vida y enseñanzas son claves para aprender a hacer oración desde el corazón.Dos celebraciones cristológicas se tienen este mes: la Exaltación de la Santa Cruz, el 3, y la Ascensión, el 12. En recuerdo de la tradición en que santa Elena recupera la cruz del Señor, la Iglesia nos pone a meditar en el misterio de la cruz, que en la pascua adquiere su pleno significado. El viernes santo repetimos: “Te adoramos, Oh Cristo y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste el mundo”. Y el hecho de que Jesús hubiera obedecido plenamente al Padre asumiendo la cruz, cargándola y muriendo en ella, hizo que en adelante toda “rodilla se doble en el cielo y en la tierra”, reconociendo a Jesús como su Dios y Señor. De allí que la solemnidad de la ascensión del Señor al cielo, a los cuarenta de su resurrección, se una perfectamente a la cruz. Porque obedeció, Jesús fue coronado de gloria y dignidad. Para la Jesús, su cruz es el trono de gloria.Con la ascensión estamos llamados también nosotros a aspirar siempre a los bienes celestiales. Jesús sube al cielo para enviarnos el gran regalo del Espíritu Santo.Ese regalo lo celebramos a los cincuenta días de la resurrección, en Pentecostés, el 19 de mayo. Jesús cumple la promesa. Se va a cielo y nos envía el Paráclito, el Consolador, el que, con sus dones de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios, si los acogemos con humildad, vamos a crecer en santidad y vivir con coherencia nuestra fe. Y porque todos los bautizados somos templos del Espíritu Santo, hay que dejarlo trabajar en cada uno.Como síntesis de estos misterios de fe, que son los pilares de nuestra religión, la Iglesia nos propone la solemnidad de la Santísima Trinidad.Simplemente recordemos lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe” (Catecismo, 234).Vivamos alegres estas celebraciones litúrgicas, y pidamos al Señor que nos aumente la fe.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali
Mar 16 Abr 2024
“Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo domingo contemplamos en la liturgia de la Iglesia a Jesucristo Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, así lo expresa en el Evangelio: “Yo soy el Buen Pastor, el buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11), además, el Evangelio destaca las características de Jesús Buen Pastor y nos dice que va en busca de las ovejas para llevarlas hasta el Padre. Jesucristo como Buen Pastor está atento a cada uno de nosotros, nos conoce, nos busca y nos ama, dirigiéndonos su Palabra, conociendo la profundidad de nuestro corazón, nuestros deseos, nuestras esperanzas, como también nuestros pecados y nuestras dificultades diarias, “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14).La acción del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, que no las abandona, son acciones que muestran cómo debemos corresponder a la actitud misericordiosa del Señor. Seguir al Buen Pastor y dejarse encontrar por Él, implica intimidad con el Señor que se consolida en la oración, en el encuentro personal con el Maestro y Pastor de nuestras almas, es la actitud del conocimiento y el amor que tenemos por el Señor, que nos lleva a profesar la fe en Él diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), reconociendo como el centurión, al mirar y contemplar el Crucificado que “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39) y que desde la cruz ha conocido nuestros pecados y ha dado la vida por nosotros, en un acto de amor infinito del Padre celestial por toda la humanidad caída y rescatada desde la Cruz.Jesucristo Buen Pastor se ha quedado con nosotros en cada uno de los sacerdotes, que, participando del único sacerdocio de Jesucristo, hacen visible al Buen Pastor, siendo Pastores del pueblo de Dios, cuidando las ovejas, saliendo en busca de la oveja perdida y comportándose como pastor en medio del redil y no como asalariado que abandona las ovejas en el momento del peligro. “El Sacerdocio es el Amor del corazón de Jesús”, repetía el Santo Cura de Ars. Un Amor que desciende del cielo para entrar en el corazón de cada pecador, para romper sus cadenas, para sacarlo de las tinieblas y llevarlo a la vida de la gracia. Así es cada sacerdote Buen Pastor, es el Amor del Corazón de Jesús para la comunidad parroquial, para cada una de las familias, para todos los fieles de la comunidad, cercanos y alejados de Dios, todos caben en el corazón del Buen Pastor.Cada sacerdote en el mundo es sacramento de este Sumo Sacerdote de los bienes presentes y definitivos. El sacerdote actúa en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la persona misma de Cristo Resucitado, que se hace presente con su acción eficaz. El Espíritu Santo garantiza la unidad en el ser y en el actuar con el único sacerdote. Es Él quien hace de la multitud un solo rebaño y un solo Pastor y la misión del sacerdote es apacentar las ovejas que debe ser vivida en el amor íntimo con el Supremo Pastor (Cfr Benedicto XVI, Audiencia General, 14 de abril de 2010), dando la vida por las ovejas, conociéndolas por su nombre y dejándose conocer por el Supremo Pastor.El próximo domingo es un día especial para dar gracias a Dios por el Sumo Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, que como Buen Pastor nos rescata a cada uno de nosotros de las tinieblas del pecado y levantándonos nos lleva sobre sus hombros. Pero también es un día para agradecer al Señor por cada uno de nuestros sacerdotes, que dejándolo todo han sabido escuchar la voz del Pastor Supremo, para cumplir la misión en el mundo de pastorear al pueblo de Dios con los sentimientos de Jesucristo Buen Pastor, dando la vida por las ovejas que han sido puestas bajo su cuidado.Cada sacerdote como Pastor de una comunidad parroquial necesita de la oración y del acompañamiento de su pueblo. La santidad del pueblo de Dios está en las rodillas del sacerdote, que, como Buen Pastor, sabe acompañar desde la oración a cada uno de los fieles. Pero también la santidad de cada Sacerdote está en las rodillas de los fieles, que en actitud contemplativa frente al Señor ora por sus sacerdotes. Agradecemos hoy, el don de cada uno de los sacerdotes de nuestra Diócesis de Cúcuta y también de las vocaciones, para que el Señor siga enviando obreros a su mies, para rescatar tantas ovejas perdidas que necesitan volver al redil a beber el vino de la gracia de Dios y llegar un día a participar de la felicidad eterna. Oremos por los jóvenes que se encuentran en nuestro Seminario Mayor San José, para que sepan responder al llamado del Señor y se vayan configurando con Jesucristo Buen Pastor, hasta llegar a dar la vida por el rebaño que se les será confiado.Pidamos la gracia de la renovación sacerdotal para nuestro tiempo, que nos comprometa a todos en salida misionera, para ir en busca de la oveja perdida, de quien rechaza a Jesús o no lo conoce y poderlo retornar a tomar el alimento que ofrece Jesucristo Buen Pastor en la Eucaristía, en donde somos transformados en Cristo cuando comulgamos en gracia de Dios y aprendemos desde la Eucaristía a resolver nuestra vida desde Dios.Pongámonos en oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y en actitud contemplativa miremos y abracemos el Crucificado y tengamos muy presentes a todos los sacerdotes del mundo entero y de nuestra Diócesis, para que cada día el celo pastoral de los ministros conduzca al pueblo de Dios a hacer profesión de fe en Jesucristo Crucificado y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, todos los sacerdotes seamos fieles a Jesucristo y a la Iglesia.En unión de oraciones,reciban mi bendición.Mons. José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta
Vie 5 Abr 2024
“Les traigo la paz” (Juan 20, 19.21.26)
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - ¡FELICES PASCUAS! Es el saludo esperanzado de los creyentes durante este tiempo inaugurado con la Resurrección de Cristo que es el acontecimiento más importante de la fe, pues nos permite comprender en profundidad el sentido de la vida verdadera, respondiendo incluso a los interrogantes ¿Cómo aprovechar y cómo construir la vida en nosotros?En los días de las Octava de Pascua y en el domingo “de la Divina Misericordia” escuchamos en el Evangelio cómo Jesús, cuando se aparece a los discípulos, los saluda diciendo: ¡Les traigo la paz!Hoy, como su arzobispo católico de Cali, en nombre del Señor que vive, les hago llegar el mismo saludo de paz a todos los que habitan en el territorio de la Arquidiócesis, especialmente a los jamundeños y a todos los que viven o visitan Terranova y sectores aledaños, El Rodeo y las zonas rurales en Robles, Timba, Quinamayó, Guachinte, Villa Paz, Potrerito, San Antonio, Villa Colombia y las veredas que las conforman.Con el Resucitado, les expreso mi paternal cercanía con este mensaje pascual reiterando el llamado a que se custodien y respeten las vidas humanas y la libertad de pensamiento, de culto y de movimiento.En nombre de Dios, hago eco del clamor de millones de colombianos para que cesen las acciones bélicas de todas las partes, así como las acciones orientadas por los grupos insurgentes al reclutamiento de menores de edad y el uso de las poblaciones civiles como escudos humanos. Nos inquieta y preocupa el incremento y reestructuración de los grupos armados ilegales.Reitero este llamado con las palabras del Papa Francisco en su último mensaje pascual: “No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en los ojos de los niños: ¡olvidaron de sonreír esos niños en aquellas tierras de guerra! Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra es siempre un absurdo, la guerra es siempre una derrota… Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme. La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón”.Como Iglesia católica seguimos acompañando a todos los ciudadanos en el territorio de la Arquidiócesis. Especialmente, nuestro pensamiento se dirige ahora a quienes viven en Jamundí y sus corregimientos, sedientos de paz y de tranquilidad.A todos pido orar por quienes han perdido la vida, están siendo extorsionados, han sido reclutados o han tenido que salir desplazados de sus tierras, implorando también el arrepentimiento y la conversión de los autores de tales crímenes.Los bendigo y animo a que no pierdan la esperanza, pues Jesús, con su resurrección, venció la muerte y nos hizo libres, ¡Aleluya!+LUIS FERNANDO RODRÍGUEZ VELÁSQUEZArzobispo de CaliSantiago de Cali, abril 4 de 2024
Mar 2 Abr 2024
“Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Con esta expresión el evangelista Marcos resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra profesión de fe, que se hace realidad en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos con gozo la resurrección del Señor. Ya en el momento del calvario pocos segundos después de Jesús lanzar un fuerte grito y expirar, el centurión romano hizo profesión de fe cuando dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), encontrando la certeza plena en el anuncio que el joven vestido de blanco les dijo a las mujeres que fueron a ver el sepulcro: “No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan, pues, a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va camino de Galilea; allí lo verán, tal como les dijo” (Mc 16, 6-7).Frente a un mundo con mucho odio, venganza y violencia, la Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema para decirle a la humanidad que finalmente no reina el mal, sino que reina Jesucristo Resucitado que ha venido a traernos perdón, reconciliación y paz, para que todos tengamos en Él la vida eterna. La proclamación de la resurrección de Jesús es fundamental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el Apóstol san Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17), pero como Cristo resucitó, Él es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salvación: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).El desarrollo de la vida diaria tiene que conducirnos a un encuentro con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatarnos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva desde dentro con una vida nueva, para convertirnos en misioneros del Señor resucitado, según su mandato a los discípulos: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).Así lo entendieron los primeros discípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación por todos los confines de la tierra.Pedro, ante la pregunta de Jesús de quien era Él para ellos, le contesta: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), pero como todavía no había llegado la hora, Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Ahora con la certeza de la resurrección, después de pasar por la cruz, todos salen a comunicar esa gran noticia por todas partes. También nosotros haciendo profesión de fe como Pedro, en el momento presente somos testigos de Jesucristo resucitado y cumplimos con el mandato de ir por todas partes a anunciar el mensaje de la salvación, con la certeza que no estamos solos en esta tarea, Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 19-20).Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento y fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6).La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contra-riedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su resurrección.Haciendo profesión de fe en el Señor, miremos y contemplemos el Crucificado y digamos: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y en ambiente de alegría pascual por la Resurrección del Señor, afrontemos nuestra vida diaria renovados en la fe, la esperanza y la caridad y vayamos en salida misionera a comunicar lo que hemos experimentado al celebrar esta semana santa. Puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, pidamos la firmeza de la fe para ser testigos de la Resurrección del Señor.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta