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Monseñor José Libardo Garcés Monsalve

Vie 21 Abr 2023

La paz esté con ustedes (Jn 20, 19)

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - La primera palabra de Jesús para los discípulos fue de paz, y solo esa palabra fue suficiente para que se llenaran de alegría, para que todos los miedos, dudas e incertidumbres que tenían, quedaran atrás y se convirtieran en fuente de esperanza y consuelo para muchos que estaban atentos al mensaje de salvación. Un mensaje de paz que contiene la misericordia y el perdón del Padre Celestial. Con este mensaje los discípulos fueron enviados a anunciar la misericordia y el perdón: “A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados” (Jn 20, 23), dejando la paz a todos, porque no puede existir paz más intensa en el corazón. que sentirse perdonado. Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento, es la esperanza y la paz que nos conforta y una vez fortalecidos, queremos transmitir la vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque la paz que viene de lo alto está con nosotros y desde nuestro corazón se transmite a todos los que habitan con nosotros. La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, ante las contrariedades, los problemas familiares y cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su Resurrección, que verdaderamente nos da paz. La Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema, la manifestación decisiva para decirle al mundo que no reina el mal, ni el odio, ni la venganza, sino que reina Jesucristo Resucitado, que ha venido a traernos amor, perdón, reconciliación, paz y una vida renovada en Él, para que todos tengamos la vida eterna. Si Cristo no hubiese resucitado realmente, no habría tampoco esperanza verdadera y firme para el hombre, porque todo habría acabado con el vacío de la muerte y la soledad de la tumba. Pero realmente ha resucitado, tal como lo atestiguan los evangelistas: “Ustedes no teman; sé que buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, ha resucitado como lo había dicho” (Mt 28, 5-6). Es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, la paz que renueva a todo ser humano que se abre a la gracia de Dios. La vida del Resucitado hace que nuestro corazón esté pleno de gracia y lleno de deseos de santidad. La voluntad de Dios es que seamos santos, recordando que la santidad es ante todo una gracia que procede de Dios. En la vida cristiana hemos de intentar acoger la santidad y hacerla realidad en nuestra vida, mediante la caridad que es el camino preferente para ser santos. El profundo deseo de Dios es que nos parezcamos a Él, siendo santos. La caridad es el amor, y la santidad una manifestación sublime de la capacidad de amar, es la identificación con Jesucristo Resucitado. El caminar de hoy en adelante afrontando los momentos de prueba, lo vamos a hacer como María al pie de la Cruz. Recordemos que toda la fe de la Iglesia quedó concentrada en el corazón de María al pie de la Cruz. Mientras todos los discípulos habían huido, en la noche de la fe, Ella siguió creyendo en soledad y Jesús quiso que Juan estuviera también al pie de la Cruz. Lo más fácil en los momentos de prueba es huir de la realidad, pero por la gracia del Resucitado que está en nosotros, vamos a permanecer todo el tiempo al pie de la Cruz, ese es nuestro lugar, ese es el lugar del cristiano que se identifica con Jesucristo, y estando con Él, contemplando y abrazando la Cruz, encontramos paz en el corazón, que es el tesoro más grande que hemos recibido del Resucitado. Aspiremos a los bienes de arriba y no a los de la tierra, vivamos desde ahora el estilo de vida del Cielo, el estilo de vida de los resucitados, es decir, una vida de piedad sincera, alimentada en la oración, en la escucha de la Palabra, en la recepción de los sacramentos, especialmente la confesión y la Eucaristía, y en la vivencia gozosa de la presencia de Dios; una vida alejada del pecado, de los odios y rencores, del egoísmo y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, sobria, fraterna, edificada sobre la justicia, la misericordia, el perdón, el espíritu de servicio y la generosidad; una vida, cimentada en la alegría y en el gozo de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios que nos da la paz. Debemos procurar llevar la alegría de la Resurrección a la familia, a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad de la paz y de la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado. ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en el testimonio sonriente de un buen cristiano! La alegría es una enorme ayuda en el apostolado, porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como hicieron los Apóstoles después de la Resurrección. Los invito a que caminemos juntos en oración, en alegría pascual y gozo por la Resurrección del Señor. Que la oración pascual, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, nos ayude a seguir a Jesús Resucitado con un corazón abierto a su gracia, para dar frutos de fe, esperanza y caridad. Pongámonos siempre en las manos de Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra paz, y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, que nos protegen. En unión de oraciones, caminemos juntos, con nuestros sacerdotes. +Mons. José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 24 Mar 2023

Caminemos juntos en la acción pastoral

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve -El Proceso Evangelizador de la Iglesia que estamos desarrollando centra hoy la atención en la acción pastoral que es “para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana” (Directorio General para la Catequesis #49). Es el compromiso de la fe que se vuelve misionera, con la misión de transmitir a otros el tesoro del encuentro con Jesucristo vivo en medio de la comunidad, que brota de un corazón convertido y transformado en Cristo. “En la Iglesia los bautizados, movidos siempre por el Espíritu, alimentados por los sacramentos, la oración, el ejercicio de la caridad y ayudados por las diversas formas de educación permanente, procuran hacer suyo el deseo de Cristo ‘sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto’. Esta es la llamada a la santidad para entrar en la vida eterna” (DC, 2020, 35). En este sentido, la acción pastoral tiene la tarea de alimentar y sostener de modo permanente los dones de la comunión y la misión, en un proceso de conversión continuo, que va desde la iniciación cristiana hasta el crecimiento permanente en la fe y desde las bases del edificio de la fe, hasta la santidad de vida, para un mundo que vive en la caridad de Cristo. La acción pastoral le permite al creyente la inserción en la vida comunitaria y la participación más directa en la misión de la Iglesia a través de los distintos servicios o ministerios que ayudan al fortalecimiento de la fe en otros que están iniciando su proceso de vida cristiana. Con la acción pastoral, la Iglesia se sitúa en una nueva etapa evangelizadora que debe responder a las dificultades y obstáculos que se viven hoy en un mundo complejo, que reclaman de los evangelizadores compromisos serios en la renovación espiritual, moral y pastoral, abiertos a la acción del Espíritu Santo que sigue suscitando en las personas la sed de Dios, y en la Iglesia ayuda a despertar un nuevo fervor evangelizador en salida misionera. Para que este proceso sea eficaz y pueda dar frutos de santidad en los evangelizadores y evangelizados, es necesario nutrirse constantemente de la oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y alimentarse diariamente de la celebración de la Eucaristía, que da fortaleza para continuar con la tarea misionera. Solamente en actitud de oración estaremos como María con los Apóstoles a la espera del Espíritu Santo que va moviendo el corazón, para que cada día demos el paso de la salida misionera para anunciar el Evangelio de Jesucristo, reconociendo que esta actitud es posible manteniendo una fuerte confianza en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo lo conduce todo, también hoy a nosotros como a los Apóstoles el día de Pentecostés, nos sigue guiando por el camino misionero que hoy se nos traza para cumplir la voluntad de Dios. Así lo enseña el Papa Francisco cuando afirma: “Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él viene en ayuda de nuestra debilidad. Pero esta confianza generosa tiene que alimentarse y para eso necesitamos invocarlo constantemente. Él puede sanar todo lo que nos debilita en el empeño misionero. No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamen¬te fecundos! (Evangelii Gaudium #280). En nuestra Diócesis de Cúcuta nos abrimos con confianza y docilidad a la escucha del Espíritu Santo, para que la acción pastoral esté impregnada de una espiritualidad misionera y evangelizadora, teniendo en cuenta que “la espiritualidad de la nueva evangelización se realiza hoy por una conversión pastoral, mediante la cual la Iglesia es invitada a realizarse en salida, siguiendo un dinamismo que atraviesa toda la Revelación y situándose en un estado permanente de misión. Este impulso misionero también lleva a una verdadera reforma de las estructuras y dinámicas eclesiásticas, para que todas se vuelvan más misioneras, es decir capaces de vivir con audacia y creatividad tanto en el panorama cultural y religioso como en el ámbito de toda persona. Cada bautizado, como discípulo misionero es suje¬to activo de esta misión eclesial” (DC, 2020, 40). Nuestro compromiso diocesano es continuar un proceso serio de formación de discípulos misioneros del Señor, que realmente se comprometan con la acción pastoral, que den testimonio del encuentro personal con Jesucristo que se renueva constantemente con la acción misionera, que suscite una respuesta inicial mediante la conversión como transformación de la vida en Cristo, aceptando la cruz del Señor y consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida, para llegar a la madurez del discipulado que se fortalece con la acción catequética y que le permite al discípulo perseverar en la vida cristiana y en la misión de la Iglesia. Todo este itinerario tiene que ser vivido en comunión. Así como los primeros cristianos se reunían en comunidad, también el discípulo participa en la vida comunitaria, viviendo la caridad de Cristo en la fraternidad. Este discípulo cada día se compromete más con la misión, a medida que conoce y ama a Jesucristo se consolida la acción pastoral que significa la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo entero a anunciar a Jesucristo. En este trabajo evangelizador en salida misionera siempre está la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José. Que ellos alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, el fervor pastoral y la salida misionera para que caminemos juntos en la acción misionera, la acción catequética y la acción pastoral, que nos pueda poner en estado perma¬nente de misión en esta porción del pueblo de Dios. En unión de oraciones, caminemos juntos, viviendo nuestra vocación. Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Sáb 11 Mar 2023

Caminemos juntos en la acción catequética

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve -El Proceso Evangelizador de la Iglesia que estamos desarrollando en estas entregas editoriales, nos pone hoy a reflexionar sobre la acción catequética, que está prevista en la evangelización para “los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación” (Directorio General para la Catequesis #49), esto quiere decir un proceso de formación continuo que está al servicio de la profesión de fe. Quien encuentra a Jesucristo siente en su corazón un deseo intenso por conocerlo más íntimamente manifestando su cercanía y celo por el Evangelio, haciéndose su discípulo (cfr. DC, 2020, 34). Esta condición de discípulo que el creyente va desarrollando es lo que pone en acción el proceso de la catequesis, que consiste en el crecer de la fe con la perseverancia que brota del amor vivo y entrañable por la persona, el mensaje y la palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que tiene sus raíces en el primer anuncio y el ‘kerygma’ propios de la acción misionera. Así lo expresa el Papa Francisco cuando afirma: “Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o kerygma, que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es trinitario Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita el Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: Jesucristo te ama, dio la vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte. Esto es lo que hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos” (Evangelii Gaudium #164). Esto quiere decir que la catequesis no es un acto aislado en el proceso evangelizador de la Iglesia, sino que tiene sus raíces en el primer anuncio propio de la acción misionera, que se enriquece con una formación continua, orgánica y sistemática que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo y ayuda al crecimiento en la fe cristiana. “La catequesis es una formación básica, esencial, centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas básicas de la fe y en los valores evangélicos fundamentales. La catequesis pone los cimientos del edificio espiritual del cristiano, alimenta las raíces de su vida de fe, capacitándole para recibir el posterior alimento sólido en la vida ordinaria de la comunidad cristiana” (DGC #67), de esta manera la catequesis ejerce “tareas de iniciación, de educación y de instrucción” (DGC #68). La acción catequética no es un acto aislado sino parte de un proceso que conecta muy bien con la acción misionera, que llama a la fe y con la acción pastoral, que la nutre continuamente, avivando el crecimiento de la adhesión a Jesucristo y comunicándolo en una acción pastoral concreta, donde el cristiano se convierte en un auténtico misionero, haciéndolo capaz de vivir la vida cristiana en un estado de conversión, como transformación de la vida en Cristo y luego transmitirla a los otros, ya que “dicha acción catequética no se limita al creyente individual, sino que está destinada a toda la comunidad cristiana para apoyar el compromiso misionero de la evangelización. La catequesis también fomenta la inserción de los individuos y de la comunidad en el con-texto social y cultural, ayudando a la lectura cristiana de la historia y promoviendo el compromiso social de los cristianos” (DC, 2020, 73). De aquí se desprende que la acción catequética en la vida del cristiano no es algo circunstancial u ocasional, para recibir la primera comunión o la confirmación, sino que está al servicio de la educación permanente en la fe y por eso se relaciona con todas las dimensiones de la vida cristiana que deben tener su centralidad en Jesucristo reconociendo que “en el centro de todo proceso de catequesis está el encuentro vivo con Cristo. El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad. La comunión con Cristo es el centro de la vida cristiana y, en consecuencia, el centro de la acción catequética” (DC, 2020, 75). En este sentido tenemos que proponernos entre todos revisar nuestros procesos de catequesis para los sacramentos de iniciación cristiana, que se convierten en muchos casos en simples requisitos de unos pocos meses para recibir un sacramento y nunca más volver a la Iglesia a seguir profundizando en la fe, desdibujando de esa manera la vida cristiana y sacramental. Tenemos que volver a “catequesis orientada a formar personas que conozcan cada vez más a Jesucristo y su Evangelio de salvación liberadora, que vivan un encuentro profundo con Él y que elijan su estilo de vida y sus mismos sentimientos, comprometiéndose a llevar a cabo, en las situaciones históricas en las que viven, la misión de Cristo, es decir el anuncio del Reino de Dios” (DC, 2020, 75). Con esta reflexión los convoco a todos a seguir profundizando en la acción catequética, como parte esencial del Proceso Evangelizador de la Iglesia, que hace madurar la conversión inicial y ayuda a los cristianos a dar un significado pleno a su propia existencia, educándolos en la mentalidad de fe conforme al Evangelio, hasta que gradualmente lleguen a sentir, pensar y actuar con los sentimientos de Cristo. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las bendiciones y gracias para que caminemos juntos en la acción catequética, para formar muchos discípulos misioneros del Señor entusiasmados con el anuncio gozoso del Evangelio. En unión de oraciones, caminemos juntos, viviendo nuestra vocación. +​​​​​Monseñor José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta