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obispo de cúcuta

Mar 1 Dic 2020

Preparad los caminos del Señor, el ADVIENTO

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Vivimos tiempos difíciles, y en medio de la crisis de salud que ha provocado la COVID-19, la terrible situación invernal que ha hecho sufrir a mu­chos, nos disponemos a iniciar un nuevo Año Litúrgico, ya que el ca­lendario de las celebraciones de la Iglesia se rige, no por la sucesión de días y meses que se registran en el almanaque, sino por una forma muy especial de contar el tiempo, el cual se basa en la fecha de la Pascua y que ordena todas las cele­braciones en un ciclo colmado de signos y celebraciones que cons­tituyen el Año Litúrgico, en este caso ya el 2021. Hemos concluido el Año Litúrgico con la Solemni­dad de Cristo Rey del Universo y comenzaremos este domingo, el santo Tiempo del Adviento. La Iglesia del Señor está llamada a dar gloria a su Dios. Su misión es anunciar con la Palabra, la vida y el culto, la presencia de Dios en la historia, manifestar a Cristo glo­rioso en medio de las realidades del mundo, celebrando visible­mente su triunfo sobre la muerte. Ya lo decimos en nuestras celebra­ciones: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús. Este es el centro de nuestra fe y, hacia este anuncio gozoso corre y trabaja todo nues­tro plan pastoral, queremos poner a Jesús en el corazón y en la vida de todos los hijos de la Iglesia. Iniciamos el Año Litúrgico con el tiempo del ADVIENTO, esta vi­vencia de la liturgia, nos pone de frente a las celebraciones con cua­tro semanas que preceden la santa Navidad, que siempre tiene fecha fija: el 25 de diciembre. La pre­paramos con un Tiempo de gracia que va permitiéndonos escuchar en la Palabra y celebrar en la li­turgia diaria, un camino recorrido por los profetas, animado por los consejos sabios de los Apóstoles, e ilustrado con la narración his­tórica de dos acontecimientos: el primero, el nacimiento de Jesús en la historia; el segundo, la segunda venida del Señor, la que espera­mos como consumación de la his­toria humana y victoria definitiva de Dios. El tiempo preparatorio se lla­ma Adviento, se usan vestiduras moradas, se leen los profetas que anuncian a Cristo, se prepara su venida con oraciones que le di­cen al Señor que ven­ga nuevamente: “Ven, Señor Jesús”. Se des­taca en este Tiempo, la Virgen María, que nos enseña a esperar con fe la segunda venida del Señor. Son cuatro domingos de Adviento. En ellos se celebra la esperan­za y la alegría de saber que el Señor llega con su poder y con su paz a inundar los corazones de los que ama con la luz de la vida, con la fuerza renovadora de su amor. El Adviento se celebra en las cua­tro semanas anteriores al 25 de diciembre, comenzando, precisa­mente en esta última semana de noviembre. Nuestro ADVIENTO hemos de vivirlo en la realidad concreta de una sociedad que ne­cesita reavivar la esperanza, pro­mover una experiencia de caridad con tantos signos de dolor como los que vive el mundo, vivir estos días en la promoción de la frater­nidad que, a la luz del Evangelio se llama: caridad. Hay signos muy especiales para este Tiempo: En primer lugar, el mismo tiempo ya es un signo. Cuatro domingos y cuatro semanas que nos recuerdan la preparación del pueblo de Is­rael para la llegada del Mesías, la voz de los profetas que anuncian la presencia del Señor y Salvador, la figura protagónica de San Juan Bautista que va disponiendo el resto de Israel, es decir, los pocos que aún esperaban la salvación, y que quiere advertir sobre la inmi­nencia del inicio de la misión de Jesús. Es central en el adviento la figura de María, la Virgen fiel, la Madre de la esperanza, que se convierte en sigo de fidelidad y en mo­delo de fe para todos nosotros. Nuestro Adviento debe ser una escuela de caridad, iluminada por la fe y la esperan­za, nos debe renovar en el deseo de ser pre­sencia del Señor en el corazón de tantos que sufren, ser signo del amor de Dios en la vida de quienes nos muestran en su ros­tro doliente la llamada del Señor, a vivir más fraternalmente, a es­tar cerca de los enfermos, de los niños, de los ancianos, de tantas realidades en las que este tiempo de celebración y de alegría se ve ensombrecido por el flagelo de la enfermedad y la pandemia. Es tiempo de anuncio de la Palabra en una predicación esperanzadora, en una promoción de muchos y muy significativos momentos de evangelización: la Fiesta de la In­maculada, fiesta de luz y de espe­ranza; la Novena de Navidad, que entre nosotros es “madrugarle a la esperanza” para abrir con el cla­rear del día unas jornadas de anun­cio del Evangelio y de gozosa pro­clamación de una fe que reconoce en Jesús el que nos libra “de la cárcel triste que labró el pecado” y el que quiere ser “consuelo del triste y luz del desterrado”. Desde ahora, los invito a usar con gran alegría, todos, la Novena de Navi­dad que ha preparado el Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta y que pueden encontrar en sus parroquias. Adviento es entonces una escuela de esperanza, una escuela de con­fianza, unas jornadas en las que adornamos el corazón con la luz de la fe y llenamos nuestras vidas con la certeza del amor de Dios que nunca abandona a sus hijos amados. En este tiempo nos llenamos de luces, de signos externos, que nos tienen que llevar a Jesucristo, que es la “luz de las gentes”, que alum­bra la tiniebla del pecado y del mal en el mundo. Él pone su luz dónde hay tristeza, muerte, desesperan­za. Que vivamos con respeto y si­lencio, con esperanza este tiempo que nos prepara a un encuentro con el Evangelio viviente del Pa­dre, Jesucristo mismo. Miremos al pesebre con espe­ranza, con los ojos puestos en la Santa Virgen y en San José, que se dedican a servir a Dios, esperan­do al Salvador y Redentor. Buen ADVIENTO para todos, para sus familias. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 17 Nov 2020

La Jornada Mundial de los Pobres

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid- Ha querido el Papa Francisco que uno de los domingos del año se dedique a pensar y actuar en favor de los pobres, ha establecido esta jornada que hoy celebramos, para que miremos a los pobres, a los vulnerables, a los que en medio de esta sociedad tienen ingen­tes necesidades, fruto de la inequidad de nuestro contexto social. Este domingo, 15 de noviembre, se tendrá esta oportunidad de pensar en esta rea­lidad dramática e iluminarla desde la fe. Pero, sobre todo, nos tiene que ani­mar a tener gestos y acciones que toquen las necesidades de los pobres. “La hermana pobreza”, la llamaba san Francisco de Asís, debe ser acogida y recibida en un espíritu de libertad, de gozosa generosidad, de aprecio por lo que se posee descartando la obsesión de convertirnos en acaparadores de bienes, trabajando para tener lo que se posee con sentido fraterno, con visión generosa, con esa luz de esperanza que recibe la vida cuando hay mucho más gozo en dar que en recibir. El mundo en el cual vivimos, es un mun­do que ha resaltado el bienestar, el consu­mo, el derroche, hemos vuelto absolutos los bienes materiales, casi como objeto de nuestra vida, la razón última del trabajo y de la acción humana. La situación con­creta de la COVID-19 ha desnudado aún más la pobreza. En el Evangelio de Jesucristo, la pobreza es un don, no una limitación. Es don por­que nos da la oportunidad de encontrar en el necesitado, el rostro mismo de Dios, porque nos permite descubrir que en el hermano que sufre no hay, como lo pre­tenden tantos sistemas económicos, una deplorable situación, sino que en el cora­zón del pobre encontraremos siempre la oportunidad de escuchar el reclamo divi­no que nos pide que nos olvidemos de esa conquista desaforada de bienes y riquezas que esclavizan y nos dediquemos, mejor, a encontrar el modo más efectivo de ca­nalizar todas las oportunidades para que el que experimenta esta realidad, pueda ser restituido a la dignidad propia del ser humano. En el Antiguo Testamento en­contramos grandes enseñanzas sobre los pobres (Cf. Ex 21, 16; 22, 20s.25s; Lev 19, 13s). Sería objeto de una gran profun­dización de nuestra parte para un creci­miento espiritual, el ser “pobres”, según el corazón y la voluntad de Dios. ¿Cómo se ha desfigurado el concepto de pobreza? A veces se la instrumentaliza para ha­cer del necesitado “el caldo de cultivo” de tantas doctrinas que buscan generar el caos y transforman el justísimo recla­mo de solidaridad con el necesitado en una manipulación del que debería ser asistido con amor, para convertirlo en un feroz perseguidor de sus hermanos, para seguir­lo humillando en vez de socorrerlo, para seguirlo explotando y hundiendo en la miseria. En nuestro contexto ha sido usada la pobreza para fortalecer la confrontación social y, no en cambio, la oportunidad de trabajar para sacar a muchos de esta situación de dolor y necesidad. La auténtica pobreza es discreta, no se disfraza, no humilla al otro recordándole a cada instante su miseria y su dolor, por­que solo se acerca al que necesita para dar con amor, para expresar el gozo de la vida en la sobriedad digna con la que no repar­timos, sino que compartimos, en la que no entregamos, sino que nos damos con el alma al que el mismo Dios nos pone en el camino para que lo colmemos primero de amor y de bondad y luego saciemos su necesidad. La pobreza es una gran realidad en la Diócesis de Cúcuta, una ciudad con grandes retos de pobreza y necesidad, co­menzando por el desempleo y la falta de recursos para muchos. La pobreza que Dios quiere que socorra­mos y asistamos con amor, es aquella rea­lidad de una humanidad en la que muchí­simos hermanos nada tienen, porque otros tantos han acaparado las posibi­lidades y las oportunidades. Tenemos delante de nosotros a los emigrantes, a los retornados colombianos, a los que no tie­nen empleo, a los que ancianos no tienen una pensión, a los niños que no tienen lo necesario para vivir. Hay un constante crecimiento de este cua­dro doloroso entre nosotros, mientras que la indiferencia culpable de los poderosos de este mundo, se alejan del deber de compartir con amor y de dar con genero­sidad, sobre todo teniendo como certeza que, al final nada podremos llevarnos a la eternidad y que el tesoro que guardamos en el cielo no son los bienes de este mundo sino la generosidad con la que hayamos salido al encuentro del hermano que sufre y del que tantas veces se ha olvidado el mundo. Los pobres son el gran tesoro de la Iglesia, nos enseñó San Lorenzo, diácono, al inicio de la predica­ción del Evangelio. La Iglesia ha sido siempre maestra en el servicio a los pobres. No en vano es la única institución humana en la que la so­lidaridad deja de ser un acto filantrópico para convertirse en un acto de amor pro­fundo y cercano que ilumina la vida, que alimenta física y espiritualmente a quien asistimos con sentimientos convencidos y claros que nos hacen ver en el que sufre al mismo Cristo. Es la caridad de Cristo que nos urge, enseña San Pablo (Cf. 2 Cor 5, 14). Cuánto nos convendría aplicar constan­temente el criterio con el que seremos juzgados: “tuve hambre y me diste de co­mer, tuve sed y me diste de beber” (Mateo 25.35 ss.), porque nuestra caridad no es­pera otra cosa que llenar las manos vacías con la doble ración amorosa del pan que calma el hambre y del amor con el que se ofrece al necesitado el mismo corazón. Hemos tratado en nuestra Iglesia Particu­lar de servir a los pobres, con tantas ini­ciativas: la primera, la Casa de Paso ‘Di­vina Providencia’; el Banco Diocesano de Alimentos (BDA), que ha entregado desde hace más de 20 años alimentos a los pobres. Las parroquias han servido a los pobres y necesitados; la Fundación Asilo Andresen que atiende a niños ne­cesitados; la obra de tantas religiosas que con amor acuden a los ancianos en el asilo de los ancianos regentados por las Hermanitas de los Ancianos Desam­parados y las misioneras de la Santa Madre Teresa de Calcuta, y tantas otras comunidades de religiosos y religiosas dedicados a la educación. Injusto será negar la acción de la Igle­sia. Somos, gracias a Dios, maestros en caridad, porque sabemos dar, sabemos ofrecer amor, sentimos que, en un miste­rio admirable, el mismo Cristo al que so­corremos con amor en tantísimas obras, de las que Cúcuta y su Iglesia pudiera ofrecer la muestra más viva, es que nun­ca dejará que se vacíen los graneros del corazón para seguir dando amor y nunca se vacíe la despensa con la que calmamos el hambre material mientras anunciamos que es Dios el que nos hizo ministros de amor y de su misericordia. Cada uno de nosotros puede tener algún gesto concreto con los pobres, en esta Jornada, pensemos en nuestros vecinos ancianos, enfermos, pobres, excluidos, los presos, que les ayudemos siempre, inspirados en el amor de Cristo. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 28 Oct 2020

“Hermanos todos”, un camino para reconstruir las relaciones entre los hombres, desde la fe

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - La publicación de esta Encícli­ca del Papa Francisco es una gran oportunidad para entrar en el importante magisterio pontifi­cio, después de la Encíclica Lumen Fidei (29 de junio de 2013), la En­cíclica Laudato Si’ (24 de mayo de 2015) y ahora Fratelli tutti, del 3 de octubre 2020. Una Encíclica publicada en un mo­mento epocal de la historia humana, seguramente no el primer momento de una gran crisis sanitaria, que el mundo ha vivido en otros momen­tos, pero este en tiempo de globaliza­ción comunicacional. Y en tiempos de globalización, comunicación y desplazamiento de los hombres en el mundo. Por segunda vez, el Papa Francisco, como Obispo de Roma, hace uso de los escritos de San Francisco de Asís, donde el título de su Encíclica propone como el pobre de Asís, una vida de hermandad, fundada sobre el amor entre los hombres. Un lengua­je bien preciso del Papa Francisco: transmitir “el sabor a Evangelio” (n. 1). Un magisterio que repite muchas de sus enseñanzas desde que ha recibi­do el ministerio de ser Sucesor de Pedro, en la Sede de Roma. Es una Encíclica que quiere centrarse en dos temas desde el título, la fraternidad y el amor social. Uno de los grandes temas que allí se presentan para nuestra reflexión son los caminos concretos para construir un mundo más justo y fraterno, en las relaciones que se establecen en­tre los hombres. El Papa entra en profundidad y detenimiento en los procesos sociales que hoy nos afec­tan, que tocan al hombre concreto de nuestro tiempo, con el lenguaje sim­ple para que sea comprendido por to­dos. Una palabra que quiere llegar a todos, en la vida diaria -para el hom­bre común-, para la vida social y de relaciones entre los hombres, en las relaciones de la política y en las ins­tituciones sociales que nos rodean. El Papa Francisco nos trasmite una clara enseñanza de cuanto tenemos que vivir como seguidores de Jesu­cristo, con el sabor del Evangelio, algo que él ha hecho con grandes gestos que quedarán marcados en la historia, como el abrazo a un enfer­mo deforme y lleno de heridas en la Plaza de San Pedro, como el beso de los pies, de las facciones en lucha en Sudán, como el abrazo con hermanos musulmanes o hebreos, en búsqueda de la paz. Es la presentación de una forma de vida, con sabor a Evangelio. Es una propuesta para una sociedad fraterna que fundamentada sobre los valores del Evange­lio es válida para la hu­manidad entera. “Para nosotros, ese ma­nantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge «para el pen­samiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión uni­versal con la humanidad entera como vocación de todos»” (#277). Una mirada a la Doctrina Social de la Iglesia y la Fraternidad: La Encíclica, es presentada por el Papa como parte de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). “Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia «provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40)» [168]. Esto supone reconocer que «el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor» [169]. Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones ínti­mas y cercanas, sino también en «las macro-relaciones, como las relacio­nes sociales, económicas y políti­cas»” (#181). Recordemos todo el desarrollo que tuvo el concepto de “caridad políti­ca” en el venerable siervo de Dios Pío XII, y en la enseñanza de San Pablo VI. El Papa León XIII abrió en el final del siglo XIX un gran es­pacio para difundir y presentar la llamada Doctrina Social de la Iglesia, un gran cuerpo de enseñanzas y doc­trinas que nos dan los principios acerca de la comprensión del entor­no social en el cual vive el hombre. El Evangelio de Cristo, tiene unas connotaciones precisas y claras en los comportamientos socia­les, en el medio humano en el cual se desarrolla la actividad humana. A lo largo de los decenios el Magisterio, la enseñanza de la Iglesia, especial­mente de los Papas ha contribuido paso a paso, parte después de parte a todo este gran patrimonio, después de la Encíclica ‘Rerum novarum’. Las distintas realidades humanas y crisis sociales han sido iluminadas desde el Evangelio de Cristo y desde la reflexión moral de la Iglesia. El final de ese siglo XIX, el siglo XX y lo que va de este siglo XXI han presentado al hombre situaciones muy concretas: la gran cuestión so­cial, las guerras mundiales, el fascis­mo, el comunismo, el modernismo, el marxismo, el relativismo moral y filosófico, la secularización, las fal­sas interpretaciones de la economía a las cuales la DSI ha tenido que responder. Estos temas llegan hasta nuestros días, con las grandes crisis ocasionadas por el irrespeto a la vida humana (aborto del no nacido y eu­tanasia), la movilidad humana, las guerras nacionales y conflictos en el mundo, la gran crisis del medio ambiente y del cambio climático. A todas estas realidades responde con propuestas concretas a interrogantes de la humanidad entera: cada res­puesta se da desde la fe y desde la reflexión sobre la Palabra de Dios. En un momento de particular dificul­tad de la humanidad, por fenómenos sociales complejos, la radicaliza­ción de las ideas religiosas, fanatis­mo, guerras que tienen un fondo de confrontación socio-religiosa, rela­tivismo moral y filosófico, economi­cismo que es un de las grandes rea­lidades sociales del siglo XX, donde se pone la economía y las relaciones económicas sobre la persona huma­na, el Papa Francisco, nos hace este regalo de enseñanzas que tienen gran valor y actualidad, especialmente en el momento de la pandemia. En los números 6 y 7 pone de relieve, cómo es imposible atender a las distintas fragmentaciones de la humanidad y sus retos: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. En­tre todos: «He ahí un hermoso secre­to para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sos­tenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos» [6]. Soñemos como una úni­ca humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.” (#7). En la Doctrina Social de la Iglesia hay una propuesta concreta para pre­sentar un ideal social fundado sobre el Evangelio. Es una opción para po­ner la caridad de Cristo al centro de la vida de la humanidad. Toda esta doctrina quiere resolver la tensión entre la realidad social y el ideal de la fe. En esta propuesta de la DSI, el hombre en su vida y su realidad es el horizonte fundamental de la pro­puesta, todo con el presupuesto del Evangelio y de la salvación del alma, con una mirada trascendente. Toda la propuesta está basada en la dig­nidad de la persona humana, que es inviolable y que está fundamentada en el plan creador de Dios. Particu­lar atención se presta a la base de las relaciones que se establece entre los hombres. “Un ideal de fraternidad universal” (#173) haciendo referen­cia al papel y función de las Naciones Unidas. De los grandes problemas sociales creados por las equivoca­das relaciones entre los hombres, en base al trabajo y a la economía, a los grandes conflictos sociales de la industrialización, pasando por las grandes crisis del exterminio de más de 150 millones de hombres y muje­res en las guerras mundiales. Estas situaciones nos llevan al hoy, con millones de personas que son obliga­das a emigrar (Capítulo sexto), a las graves condiciones de la destrucción de la naturaleza (“las lágrimas de la naturaleza” #34) , del grave fenóme­no de la contaminación, del cambio climático ( “destrucción del medio ambiente” #17), del gran abuso de la ciencia y de sus capacidades con una investigación desordenada y abusiva en la genética, nos recuerda los valores y horizontes de la ciencia humana, del conocimiento. Vemos una destrucción sistemática de la vida humana con el aborto y la euta­nasia que ha sido claramente denun­ciada en el magisterio pontificio de los últimos decenios. El descarte de la vida humana, de los bienes de la naturaleza, ocasionado por la econo­mía (#18-21). La Doctrina Social de la Iglesia se enfrenta a los grandes fenómenos de la desigualdad social, a una gran división entre el primer y el tercer mundo, entre el norte y sur de la tierra y el resto de los pueblos y na­ciones, denunciando también la des­igualdad de oportunidades que existe para algunos en los países ricos. En el desarrollo de la Encíclica entra en las situaciones estructurales del mundo, en la desigualdad de mundo (#116-117). Algunos elementos son centrales en la Reflexión de la Doctrina Social de la Iglesia y que nos deben servir para el análisis y el aprendizaje de esta enseñanza de la Madre Iglesia. Continuaremos en los próximos días reflexionando sobre esta Encíclica con los lectores de LA VERDAD. Mientras tanto, procuremos entrar en toda la riqueza de estas enseñanzas. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Mar 22 Sep 2020

Sobre la situación social y la violencia

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Un repaso de las enseñanzas del Papa Francisco en su visita a Colombia. Estos días hemos experi­mentado situaciones muy complejas y dolorosas en el país, con la muerte violenta de muchas personas, con el ataque indiscriminado de estructuras y personas que sirven a la comuni­dad, como lo son los comandos de Policía y los lugares cercanos a nuestras viviendas que cuidan de nosotros. Las imágenes, el dolor de muchas personas que lloran a sus muertos, las imágenes de los servidores de la Policía Nacional, el sufrimien­to de muchas personas que han tenido que vivir las limitaciones del transporte, especialmente en la ciudad capital, Bogotá, en otras importantes ciudades, incluidos los desórdenes de nuestra ciu­dad de San José de Cúcuta, nos hacen reflexionar profundamente en cuanto ha sucedido y retomar elementos que nos ayuden a releer y explicar nuestra realidad social. Ha coincidido este fenómeno so­cial de desorden y violencia, con la Semana por la Paz, que cada año nos invita a celebrar la Iglesia colombiana, por medio de la Con­ferencia Episcopal de Colombia y el Secretariado Nacional de Pasto­ral Social. Esta semana coincidía exactamente con los tres años de la Visita Pastoral que realizó el Santo Padre FRANCISCO a Colombia en el año 2017 (del 6 al 11 de sep­tiembre 2017) y que nos ha dejado un magisterio muy valioso, intere­sante y casi que profético para leer las situaciones que vivimos. El Papa FRANCISCO nos invitó, con un sugestivo lema DEMOS EL PRIMER PASO a caminar hacia la PAZ que Colombia tanto necesi­ta. Nos invitaba a dejar de lado la violencia armada y a “encontrar caminos de reconciliación”. Po­nía este objetivo como un camino de esperanza, en el que “la búsque­da de la paz es un tra­bajo siempre abierto, una tarea que no tiene tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el es­fuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstácu­los, diferencias y dis­tintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, su al­tísima dignidad, y el respeto por el bien común” (Encuentro con las Autoridades, el Cuerpo Diplomáti­co y algunos Representantes de la sociedad civil, Palacio de Nariño, 7 de septiembre 2017). Pasados los días y los meses, ve­mos que este cami­no de reconciliación aparece como algo difícil de encontrar, sobretodo porque no tenemos la vivencia de caminos de recon­ciliación y no se logra una convivencia pací­fica. Si bien existe un gran error y una gran falta, al excederse en la fuerza y matar a una persona humana sin razones, ello ha sido reconoci­do por las autoridades, nada nos puede llevar a una violencia ge­neralizada que suscita más vio­lencia. Es importante cuanto nos recuerda el Papa, es necesario que en el centro de las acciones políti­cas, sociales y económicas se pon­ga como horizonte el respeto del bien común y, especialmente de la vida humana. En ese mismo encuentro, el Papa nos decía: “Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño he­mos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar los lazos y ayudarnos mutuamente”. En este momento es necesario el entendi­miento, la serenidad, para sanar heridas y buscar todos ayudarnos mutuamente. Para la Iglesia Católica, existe un compromiso irrenunciable e ina­plazable para la construcción de la paz, para buscar que, en el res­peto de la vida humana, se pueda construir una sociedad libre de enfrentamientos y dolor, donde se derrame sangre humana que lo único que produce es la crea­ción de más violencia y más do­lor. A este propósito las palabras del Papa son bien significativas y nos hacen reflexionar ampliamen­te: “La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una di­mensión significativa del tejido so­cial colombiano y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagra­do de la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia” (Gran encuentro de oración por la Reconciliación nacional, 8 de sep­tiembre 2017). Es necesario en este momento una gran responsabilidad de parte de las autoridades, también en la defensa de la ley y el orden, para evitar más derramamiento de san­gre y suscitar más violencia en el entorno social de Colombia. Un apartado del discurso el Papa en el encuentro con las autoridades nacionales y el cuerpo diplomá­tico: “El lema de este País dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra toda una ense­ñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y prote­gidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de or­denar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y siempre la deja a las puertas de nuevas cri­sis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202).” (Encuentro con las Autoridades, el Cuerpo Diplomáti­co y algunos Representantes de la sociedad civil, Palacio de Nariño, 7 de septiembre 2017). En las condiciones excepcionales que estamos viviendo es necesario conservar el orden, además de garantizar las condi­ciones de vida de los colombianos, allí se encuentra un camino de gran responsabili­dad para quienes de­tentan las armas del derecho que garanti­zan el bien común, pero es nece­saria también la responsabilidad y el respeto desde la fuerza de la ley. Tampoco podemos ver imágenes de gran dolor y ataque desmedi­do a quienes representan y deben fortalecer la convivencia pacífica. Todos, ciudadanos, autoridades civiles, fuerza pública tenemos que mantener la cordura y hacer respetar la dignidad de la perso­na humana y evitar episodios de confrontación. Ninguna situación de injusticia, puede garantizar o defender escenas de guerrilla urba­na y destrucción. Las escenas de violencia y de muerte que hemos presenciado quedarán marcadas en la historia del país, en lustros no las había­mos vivido. Precisamente el Papa FRANCISCO, en su Visita Apos­tólica, refiriéndose a otro aconteci­miento muy doloroso, la muerte de muchas personas, adultos, jóvenes y niños en Bojayá (Departamen­to del Chocó), nos decía palabras que iluminan y hacen reflexionar ampliamente sobre cuanto hemos vivido: “Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y su­frió la masacre de decenas de per­sonas refugiadas en su parroquia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel día, sino también tan­to dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas, tan­ta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios. Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, por­que nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñar­nos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la vio­lencia. Nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y resurrec­ción, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor.” (Gran en­cuentro de oración por la reconci­liación nacional, Villavicencio, 8 de septiembre 2017). Reflexionemos delante de tantas vidas rotas, delante de tanta vio­lencia. Es la hora de la PAZ, de la reconciliación, donde, como dice el Papa “Es la hora para des­activar los odios y renunciar a las venganzas y abrirse a la convi­vencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una ver­dadera cultura del encuentro fra­terno. Que podamos habitar en ar­monía y fraternidad, como desea el Señor. Pidámosle ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento pongamos amor y misericordia” (Idem). Que retomar estas enseñanzas del Papa FRANCISCO, en estos mo­mentos, nos sirva para crecer en nuestra opción segura y clara por la paz, rechazando la violencia, arropando a los familiares de quie­nes han muerto con el consuelo cristiano, arropando a los heridos, laicos y policiales, siendo solida­rios y caritativos con los que su­fren. Es la hora de la paz y de la reconciliación, es la hora de la serenidad y de un gran diálogo social. Tenemos que dar nuevos pasos hacia la paz: “Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar un paso en esta di­rección [el encuentro personal con Cristo] que es aquella del bien co­mún, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza huma­na y de sus exigencias” (Francisco, Homilía en Cartagena, 10 septiem­bre 2017). Concluyo con las bellas palabras del Romano Pontífice en la sentida despedida de Cartagena de Indias: “Colombia, tu hermano te necesita, ve a su encuentro lle­vando el abrazo de paz, libre de toda violencia, esclavos de la paz, para siempre” (Francisco, Despe­dida, Cartagena de Indias, 10 de septiembre 2017). Seamos todos esclavos de la paz que nos regala el encuentro personal con Jesucristo. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 4 Sep 2020

El Jubileo de la Tierra

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días celebramos el JUBILEO DE LA TIERRA, vivimos en un mundo complejo, con profundos cambios sociales en una humanidad que también tiene unos retos inmensos, en campos diversos, que afectan a los hombres y a la persona humana en todos los lugares de la tierra. Esta situación no se debe solamente a la grave situación que nos aflige, con el masivo contagio del virus COVID-19. Son muchos los elementos que se unen para mostrarnos este panorama ecológico terrible, la destrucción de los bosques de la tierra, la explotación desmedida de los mares y de sus recursos pesqueros, la actividad minera intensiva -legal o ilegal- para extraer minerales y recursos para la producción industrial, el uso indiscriminado de los combustibles para producir energía, con el desprendimiento del carbono en cantidades ingentes. El hombre, en todos los confines de la tierra ha asumido una actitud de aprovechamiento desmedido y desordenado de los recursos de la tierra, llevando al límite las capacidades de regeneración del equilibrio de la naturaleza. Todos somos conscientes de estos cambios que han sucedido en los últimos decenios y que nos afectan directamente con el llamado cambio climático. Son muchas las tragedias que hemos experimentado entre nosotros por los huracanes, las temporadas excesivas de lluvia o la sequía. Particularmente la escasez de agua potable, que es la protagonista de estas crisis que afectan a muchos pueblos de la tierra. En muchos campos el hombre busca su bienestar, su alimentación, su transporte. Todo ello ha afectado el equilibrio de la tierra con desmedidas emisiones de gas carbónico. Estas emisiones llegan a ser 35 millones de millones de toneladas de gas carbónico, en el año 2019. Estos días, entre el 1 de septiembre y el 4 de octubre de 2020, se celebrará el “JUBILEO DE LA TIERRA”, que comienza con el Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. El Papa FRANCISCO, desde el inicio de su “Solicitud por todas las Iglesias”, como Obispo de Roma, nos ha invitado a una “Conversión ecológica” (Cf. Encíclica Laudato Si’, ns. 5,8, 216,221). El Papa FRANCISCO nos invita a empeñarnos en esta tarea del cuidado de la creación con muchas acciones precisas con las cuales evitaremos dañar el planeta, alejando la posibilidad de dañar la creación de Dios, asumiendo también la conversión de esos pecados (una sociedad de consumo desmedida, el uso excesivo del plástico, el desperdicio del agua potable, el no reciclar los bienes materiales, la destrucción de los bosques y la naturaleza, el mal uso de la electricidad). Hace 50 años se estableció en la humanidad “El día de la Tierra”, en ambientes ecologistas de los Estados Unidos de América. El Papa FRANCISCO en el rezo del Angelus, del día 30 de agosto 2020, nos recordó que “Celebramos con nuestros hermanos y hermanas, cristianos de diversas Iglesias y tradiciones el “Jubileo” de la tierra, para conmemorar el establecimiento, hace 50 años, del “Día de la Tierra” y que dará inicio con el Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación”. Este es un gran reto para los católicos y para todos los cristianos, esta es una tarea que también otras Iglesias, como la gran Iglesia hermana de Constantinopla, con el Patriarca Bartolomeo han emprendido. El Santo Padre en este mensaje que ahora ha escrito para este Jubileo nos indica una gran enseñanza a partir de una frase del libro del Génesis “Dios vio que era bueno” (Gen 1, 25), nos enseña qué es este Jubileo con cinco grandes actitudes: el Jubileo es un tiempo para recordar, regresar, descansar, reparar, y alegrarse. Tiempo para recordar: Que Dios es el destino eterno de la creación y haciendo memoria de la vocación original de la creación, en el respeto de las obras de Dios y de las relaciones entre los hombres. Tiempo para regresar: Para volver atrás y arrepentirse del daño causado a la creación, rompiendo con Dios. Es el “tiempo para volver a Dios, nuestro creador amoroso”. Debemos pensar en el destino de los bienes de la tierra como “herencia común, un banquete para compartir con los hermanos” (n. 2). Tiempo para descansar: Dios estableció el reposo del Shabat, el sábado, que los católicos vivimos en el Domingo de la resurrección del Señor. De frente al clamor de la creación, ocasionada por el daño ecológico es necesario hacer descansar la tierra. Dice el Papa “hoy necesitamos encontrar estilos de vida equitativos y sostenibles que restituyan a la tierra el descanso que merece, medios de subsistencia suficientes para todos, sin destruir los ecosistemas que nos mantienen” (n. 3). Es necesario redescubrir estilos de vida más sencillos y sostenibles. Hay una gran llamada a evitar aspectos nocivos y nuevas formas de relaciones entre los hombres. Tiempo para reparar: Una invitación a reparar la armonía original de la creación y a sacar las relaciones humanas perjudiciales. Es necesario reparar la enorme deuda ecológica. Propone el Santo Padre asegurar los incentivos para la recuperación de muchas maneras y formas, para mirar el mundo con cariño y sentirlo como propio. Todos los pueblos están siendo invitados a asumir estas tareas. Tiempo para alegrarse: Por la respuesta ecológica, sabiendo que la relación con el Creador puede ser mejor. “Las cosas pueden cambiar” (FRANCISCO, Encíclica Laudato Si’, n. 13). Nos invita el Papa a “crear un mundo más justo, pacífico, sostenible”. Estas reflexiones del Papa FRANCISCO son fundamentales para el tiempo actual, mirando a Jesucristo, el Señor del tiempo y de la historia, que hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21,5). Tenemos que cambiar y reconocer la importancia de la tierra, de la naturaleza, del jardín maravilloso en el cual nos ha puesto el Creador, y sobre el cual tenemos la gran responsabilidad del cuidado de esta “casa común”. Reflexionemos. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Mar 25 Ago 2020

Diócesis de Cúcuta, con la caridad del Papa Francisco ayuda a migrantes venezolanos

La Diócesis de Cúcuta, atenta al fenómeno migratorio que se presenta en la frontera colombo-venezolana, con la ayuda de la caridad del Papa Francisco, este lunes 24 de agosto, ha entregado dos toneladas y media de alimento (panela, arroz, pastas, jugos, harina de maíz, sal y granos), para que sea distribuido entre los migrantes, con la colaboración y ayuda de la Policía Nacional, en los refugios que acompaña esta institución. Las consecuencias de la pandemia de la COVID-19, han obligado a que miles de migrantes venezolanos deseen retornar a su país de origen y se vean ahora sometidos a esperar en improvisados refugios, donde atraviesan diversas dificultades, como la falta de alimentación y hospedaje. Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, Obispo de la Diócesis de Cúcuta, ha manifestado que “a pesar de la difícil situación económica que se vive hoy en día, también en nuestra Diócesis, no dejaremos de seguir ejerciendo la caridad con nuestros hermanos migrantes, porque la caridad de Cristo nos urge”. De esta manera, el prelado hizo un llamado a todos los habitantes de esta zona de frontera a elevar una oración al Todopoderoso para que guarde y proteja a las familias nortesantandereanas de la peste y la enfermedad que acecha, e ilumine a los gobernantes para que puedan encontrar la respuesta apropiada a la necesidad que hoy tienen los hermanos migrantes venezolanos. Fuente: Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta

Mar 25 Ago 2020

Ante las masacres, ¡Sí a la vida!

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Deseo entrar en el tema complejo que nos afecta en estos días, en todo Colombia. Las masacres en las cuales han perdido la vida muchas personas, jóvenes y también adultos. Han sucedido hechos terribles y abominables contra la vida humana, primero entre nosotros en Banco de Arena y la zona rural de Cúcuta, en Campo Dos, Tibú (Norte de Santander), en Cali (Valle del Cauca) y en Samaniego (Nariño). Tristes imágenes aparecen ante nuestros ojos, de tantas vidas humanas sacrificadas inútilmente, unidas al dolor inmenso de sus familias y amigos. También tenemos ante nosotros el gran número de víctimas humanas en el Área metropolitana de Cúcuta, más de 200 desde el inicio del año y la muerte de personas que tienen una figuración o trabajo en el campo social, los llamados líderes sociales que han sido asesinados. Es necesario, desde nuestros espacios, levantar la voz en defensa de la vida humana, de los derechos humanos y fundamentales, el primero el derecho a la vida. No podemos permanecer en silencio ante tantas muertes, ante tantas circunstancias y hechos donde se roba el primer derecho de la persona humana, la vida. La Iglesia defiende y promueve la dignidad de la persona humana, pero sobre todo afirma el derecho a la vida -completa-, es decir desde su concepción hasta la muerte natural. Es la base y el fundamento de todos los demás derechos de la persona humana (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum Vitae, 22.02.1987). Los invito a repasar algunos conceptos, desde nuestra fe, que son importantes y que necesitamos fortalecer, en orden a comprender mejor lo que es la vida humana. El hombre es una creatura salida de las manos de Dios, con una bella figura el libro del Génesis nos enseña que el hombre salió de las manos del Creador, que con sus manos lo modeló a su imagen y semejanza (Gen 1, 26ss). Recibió el hombre de Dios su vida, su fuerza, el espíritu de vida que le anima y mueve (Cf. Gen 2, 7), pero al mismo tiempo este hombre es frágil, limitado en su ser y sus acciones, pues la muerte le ronda, como fruto del pecado y de su opción por no cumplir la voluntad de Dios (Cf. Gen 3, 19ss y Job 14, 7-10). El hombre, como creatura de Dios tiene un fin, una tarea que cumplir y entra en este designio amoroso del Creador (Cf. Gen 1, 11ss). La vida humana es breve, con una figura bíblica – es como un soplo -, como – una sombra- (Job 14, 1; Salmo 144, 1). El hombre hace parte de este plan de Dios, por ello cada vida humana es irreemplazable y, según el deseo creador del Altísimo tiene una tarea y una vocación fundamental, que completará su plenitud en Dios, en la eternidad. El hombre tiene una vocación de infinito y está llamado a vivir en Dios, dice Santo Tomás de Aquino (Ordo ad Deum, S.Th. I-II, q. 4, a. 4). Mirando su origen, su tarea, su dirección y misión en el plan de Dios, nos duelen las muertes de los hombres, es un daño irreparable y que nos afecta. La vida humana es sagrada, es una verdad que conocemos y que tenemos que continuar afirmando siempre, es necesario que respetemos siempre la condición de vida del ser humano. San Juan Pablo II, el gran profeta de la vida en nuestros tiempos nos enseñó: “La defensa de la vida humana es urgente” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n 3). En nuestros tiempos, especialmente en Colombia, contemplamos formas inauditas de ataque a la dignidad de la vida humana. En estas masacres que tratamos de rechazar y en otros muchos modos y circunstancias, la violencia, los asesinatos de líderes sociales, de personas de nuestro entorno, el aborto, la eutanasia. No podemos callar ante asesinatos selectivos y de la gran violencia que nos aflige. Por esto, cada noticia que nos llega de muertes, injustas y dolorosas, es motivo de gran preocupación para nuestra comunidad de fe. Tenemos que cambiar la mentalidad y no acostumbrarnos a la muerte, entender que estas vidas son irrepetibles, que cada vida, incluso una sola, tiene un valor absoluto. Uno de los obispos de Cúcuta, Mons. Jaime Prieto Amaya, nos decía una frase que ha quedado como epitafio de su tumba: “Cada vida es irrepetible, cada persona es irreemplazable, cada muerte es irreversible”. La violencia es degradación, este fenómeno que reaparece es un mal síntoma de nuestra realidad social, no es un fenómeno aislado, sino que es signo de la profunda crisis que nos afecta, nos tiene que interrogar profundamente a cada uno de nosotros, a nuestros gobernantes y a todas las instituciones, a cada uno de los miembros de esta comunidad. Vivimos en Colombia problemas sociales muy complejos, fruto de nuestra historia, de la falta de educación y oportunidades, de la falta de la justicia social y que tienen gran incidencia en nuestra comunidad: violencia familiar, narcotráfico, corrupción, grupos ilegales, contrabando, explotación de las personas. A estas duras realidades no podemos unir el desinterés por estas muertes indiscriminadas de personas, fruto de la acción de cualquiera que sea el actor violento. Es un momento dramático donde debemos levantar nuestra voz en defensa de los jóvenes y niños, de los niños no nacidos por causa del aborto, de los ancianos suprimidos con la eutanasia, con los asesinatos del crimen en las distintas ciudades y en nuestro San José de Cúcuta y municipios del área metropolitana. No podemos continuar contando muertos, como cifras estadísticas, en nuestro territorio y en el país entero. Esperamos también la precisa y puntual intervención de las autoridades en la defensa de la vida humana y en el esclarecimiento de estos tristes hechos. Tenemos que reaccionar, levantando nuestra voz y gritando ¡SÍ A LA VIDA! Es la defensa de un derecho fundamental de la persona humana, mucho más para aquellos que tenemos fe y reconocemos que cada hombre nace de la mano de Dios. No podemos agregar a muchas injusticias, a los abusos contra la persona humana por las condiciones sociales de pobreza, la violencia y la muerte. A los violentos, a los que asesinan, un llamado a la conversión y al respeto a la vida humana. Que no falte en este momento una palabra de aliento y de esperanza para las familias de quienes sufren por la muerte de sus hijos, familiares y amigos. San Juan Pablo II nos enseñaba que “Somos un pueblo de la vida y para la vida” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n. 6). Es necesario crear una cultura de la vida, donde brille con toda su fuerza el don de la creación de Dios, donde el hombre es el centro, pero también él tiene una gran responsabilidad con el creador, con la creación de Dios. Que todos, respetando nuestras vidas, tengamos la posibilidad de desarrollar ese proyecto que Dios nos ha entregado. ¡SÍ A LA VIDA! + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Mar 18 Ago 2020

Reflexiones éticas sobre la enfermedad (I)

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días donde continuamente hacemos referencia a la enfermedad y al dolor, por la pandemia que nos afecta, desearía dedicar una pequeña reflexión a la condición del hombre, a su realidad corporal, a la dimensión espiritual y también a algunos elementos morales y éticos que esta situación nos presenta. “Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2, 7). Este texto de la Sagrada Escritura nos relata la creación del hombre, que salió de las manos de Dios, que le dio “forma” del polvo de la tierra y le dio el “soplo de la vida”, y por tanto se constituyó en un ser viviente. Esta bella figura, pone a Dios como un alfarero, que, con el polvo de la tierra, con una bellísima forma del lenguaje, explica la creación del hombre y su ser mismo. Los dedos del Creador moldearon al hombre y le dieron su ser, pero especialmente, le entregó su “Espíritu”, su alma que da vida y lo constituye en imagen de Dios. El Supremo Creador, “le insufló” vida, (Gen 2, 7). El alma está unida al cuerpo, haciendo al hombre “imagen de Dios”. Esta forma de comprensión del hombre, que con un nombre técnico en la filosofía cristiana es llamado el “hilemorfismo” es fundamental para entender qué es el hombre, cuál es su misión, su futuro, la razón de su ser. El hombre, en el bello relato del Génesis, se separa de la voluntad de Dios por el pecado, ello lo llevó a vivir las limitaciones propias del cuerpo, de su condición humana y corporal (Cf. Gen 3, 1-24). Si bien el hombre es parte de la creación, recibió un particular interés y condición, que le hace diverso a las demás realidades creadas (materiales y animales). Fue Dios mismo quien le dio su forma y su ser, y unió inexorablemente el alma y el cuerpo. Si queremos comprender al hombre, tenemos que entenderlo como una creatura de Dios y que tiene en Dios su fin, que Él, como Creador le dio una misión particular en el jardín del Edén, en la Tierra. Son muchos los tipos y formas de comprender la vida humana, muchas las lecturas que desde las ciencias humanas se hacen del hombre. Son distintos los acentos, las formas de subrayar, una u otra dimensión. Hay muchas formas para entender al hombre, pero hoy especialmente tenemos muchas antropologías (estudio sobre el hombre) que dejan de lado su dimensión espiritual, lo leen sin hacer referencia al alma. El hombre, como creatura de Dios, posee unas capacidades intelectuales, de comportamiento, de lenguaje, de relación y de interacción con otros seres como él; pero también tiene las limitaciones biológicas propias del cuerpo que ha recibido. En él hay una unidad fundamental, establecida de forma particular por Dios (de este tema da una explicación hermosísima Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica en la Primera parte, cuestión 42 y siguientes. S. Th. I, q.42, q. 44). Hoy tenemos en nuestra cultura, en pleno siglo XXI, grandes tentaciones para leer al hombre desde la sola dimensión de su cuerpo, como realidad biológica, reduciéndolo a la mera expresión de sus sentidos o de su corporalidad. Es claro que en nuestro tiempo hay también grandes retos, pues se quiere separar al hombre de su condición espiritual y trascendente, en la comprensión de la vida del hombre. Aquello que aparece delante de nuestros ojos, es la sola corporalidad, las sensaciones y la expresión sensorial de los sentidos. Esta dimensión ha sido resaltada por el fortalecimiento de una lectura meramente “erótica” y de bienestar del hombre, que nuestra sociedad defiende al realizar casi un “culto al cuerpo y a su belleza”. Son muchas las formas de expresar el bien del hombre, pero muchos lo limitan a las condiciones meramente corporales. En las antropologías de nuestro tiempo, en las formas de comprender al hombre, se ha marcado y subrayado la condición corporal, muchos otros han marcado también la condición social del hombre, el aspecto social de relaciones y de interacción entre los hombres (antropología social y cultural). Algunos marcan las relaciones o conciencia del hombre sobre sí mismo, reduciendo la antropología al estudio de la realidad de su mente, de su sicología. Precisamente, las situaciones que nos trae la historia de la humanidad en estos días, con la enfermedad causada por el COVID-19, nos ha mostrado en toda su fuerza la condición frágil de la persona humana, pero, sobre todo, la lectura limitada que se hace de su condición y de su realidad, donde los pacientes son contados como números: contagiados, fallecidos, recuperados. Las graves consecuencias de la enfermedad que ataca la raza humana, ha recordado a los hombres todos de mundo, sin distinción de sexo, raza, edad, condición social, religión, lengua, procedencia, las limitaciones de la corporalidad del hombre. Es la clara afirmación de nuestra limitación corporal. Esto fue notorio en otras épocas de la humanidad, pero a historia reciente, los avances de la ciencia nos habían dado mucha seguridad y confianza en las capacidades científicas y tecnológicas de las cuales disponíamos. Los antiguos, en la escuela griega de COS, donde enseñó Hipócrates, aleccionaban que la naturaleza del cuerpo es el inicio de su ser. Al afrontar el dolor, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte de personas queridas, tenemos que enfrentar con mucha claridad las tentaciones que podemos tener, al reducir al hombre a esta mera lectura de tipo corporal. El hombre no es sólo parámetros biológicos, olvidándonos de su dimensión espiritual y de la integralidad de su ser. Somos seres espirituales, trascendentes, tenemos que mirar a Dios y fortalecer elementos espirituales en nosotros. Tenemos sed del Dios vivo (cf. Salmo 42, 2). De esta manera el hombre trasciende la mera dimensión humana y busca a su Creador, a través de valores y metas espirituales. Nuestra condición corporal, nuestros sentidos y realidad biológica son la puerta para entrar en relación con el mundo (Gabriel Marcel, Homo viator, 1944), pero no podemos olvidar la dimensión espiritual. Cuando en estos momentos trágicos de la humanidad, tenemos más de 600 mil muertos, 16 millones de contagiados y muchos enfermos graves, todos queremos conservar la salud. No podemos reducir la vida a la condición óptima del cuerpo. No es sólo el bienestar físico del hombre, es también su bienestar espiritual, también mental y social. Tampoco podemos pensar que el único elemento de lectura de esta realidad es el económico, donde se hace primar el bien de la economía y de los negocios, al bien del hombre, de la comunidad humana. Esta triste realidad tiene que traer una nueva y responsable lectura de la vida del hombre. Estos son momentos para una profunda vida espiritual, dando un gran valor y respeto a la vida humana, al valor infinito que posee. A cualquier costo, incluso económico, debe sostenerse la vida de todos y cada uno de los enfermos y no puede ahorrarse en este campo. Son muchos los esfuerzos que se hacen en este momento, pero no podemos dejar a nadie sin asistencia y ayuda. Son fundamentales los valores morales y religiosos en nuestra realidad. Para comprender los retos de esta enfermedad, tenemos que mirar los altos valores espirituales del hombre. Tenemos que agradecer a quienes están entregando su vida en esta emergencia, los que han muerto por acompañar y cuidar a los enfermos (me refiero al personal médico y sanitario, a los que responsables de esta crisis, en primera persona han pagado con su vida). Acompañemos espiritualmente a los enfermos con nuestra oración y vida espiritual. Ojalá Dios nos conceda rápidamente poder volver a tener al pueblo de Dios en las celebraciones de la Eucaristía. Oremos a la Santa Madre de Dios, Salud de los enfermos, por todos los que padecen enfermedad y por los que sufren. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta