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Pbro. Francisco León Oquendo Góez

Mié 19 Feb 2025

La Esperanza no solo en algo, sino sobre todo en Alguien

Por Pbro. Francisco León Oquendo Góez - La esperanza es la fragancia que nos acaricia en las páginas de la Sagrada Escritura, perfumando nuestras vidas con su luz indefectible. Desde el aleteo del Espíritu que colma el caos oscuro e informe de belleza viva y vida bella (Gn 1,2), hasta la riqueza hermosa y la hermosura rica de la Jerusalén celestial que esperamos (Ap 21-22), la esperanza colorea los distintos libros de la Sagrada Escritura.La esperanza es fundamentalmente esperanza en Dios. No esperamos algo, sino en Alguien y esperamos algo, porque esperamos en Alguien. Esperamos en Dios y en los dones de Dios. Esperamos en los dones prometidos y las promesas donadas por Dios. Escribió San Agustín, padre de la Iglesia: “tu esperanza sea nuestro Dios; aquel que ha hecho las cosas es mejor que las cosas; quien ha hecho las cosas bellas es más bello que cualquier cosa” (Comentario a los Salmos 39,8).La palabra “esperanza” no se halla en el Pentateuco, es decir, en los primeros cinco libros de la Biblia. Quienes realizaron la llamada versión de los LXX, es decir, la traducción del hebreo al griego, introducen la esperanza en el texto de Gn 49,10. El texto hebreo dice: “no se irá el cetro de mano de Judá, bastón de mando de entre sus piernas, hasta que venga el que le pertenece y a él la obediencia de los pueblos”. El texto griego cambia la última frase así: “él será la esperanza de los pueblos”.Esta es la primera vez que encontramos la palabra “esperanza” en el texto sagrado. Providencialmente se halla vinculada no a algo, sino a Alguien, al Mesías esperado. Desde entonces el contenido de la esperanza del pueblo de Israel será el Mesías prometido, promesa que anunciarán los profetas y que se realiza plenamente en Cristo.“La esperanza más grande es la esperanza en Dios”, escribe Filón de Alejandría (Spec. Leg I,310). La esperanza en el Antiguo Testamento está puesta en Dios, a quien Judit llama solemnemente “esperanza de los desesperados” (Jd 9,11), Jeremías confiesa “esperanza de Israel, Salvador en tiempo de angustia” (Jer 14,8), mientras Matatías proclama la certeza de los esperanzados: “todos los que esperan en él jamás sucumben” (1Mac 2,61).La esperanza fuerte genera fortaleza esperanzada, capaz de vencer cualquier tormento, en medio del sufrimiento. La esperanza da fortaleza y la fortaleza da esperanza. Ejemplo de ello es la valiente madre de los mártires Macabeos, de la cual se dice que “sufría con valor, porque tenía la esperanza puesta en el Señor” (2Mac 7,20).La esperanza se pone en Dios, porque se espera salvación y sólo Dios puede salvar: “espero en el Dios de mi salvación” (Miq 7,7). Cuando la salvación esperada será salvación realizada, se cantará con gratitud alegre y alegría grata: “en aquel día se dirá: he aquí, éste es nuestro Dios a quien hemos esperado para que nos salvara; éste es el Señor a quien hemos esperado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación” (Is 25,9).La Sagrada Escritura vincula la esperanza con la felicidad. Isaías proclama con fuerza clara y claridad fuerte la certeza del creyente: “Felices los que esperan en Dios” (Is 30,18). Esta convicción se convierte en un estribillo cantado con ritmo melodioso en el libro de los Salmos: “Señor de los ejércitos, feliz el hombre que espera en ti” (Sal 84,13 en la LXX). La esperanza genera felicidad y la felicidad es el objeto de la esperanza. Bienaventuranza feliz, felicidad dichosa, dicha alegre, alegría gozosa, gozo regocijante, regocijo inmenso es el don de la esperanza y la meta de la esperanza.Jesucristo es nuestra esperanza: en él se cumplieron las antiguas promesas de Dios y él nos ha hecho promesas nuevas que fundan nuestra esperanza. La fidelidad de Dios a las antiguas promesas fortalece la esperanza en el cumplimiento de las nuevas promesas. Cristo es “la esperanza de la gloria” (Col 1,27), él es “nuestra esperanza” (1Tim 1,1), él es la esperanza “que penetró detrás del velo” (Hb 6,19). También San Ignacio de Antioquia llamará a Cristo “nuestra esperanza” (IFil 11,2), “nuestra esperanza de resurrección en él” (ITr 1,1), “la esperanza perfecta” (IEsm 10,2).El estilo de vida cristiano se caracteriza por la espera, pues se vive “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tit 2,13). Como se lee en la llamada Carta de Bernabé: “una gran fe y amor habitan en vosotros por la esperanza de vida que está en él” (Ber 1,4).El jubileo de la esperanza reavive la fuerza luminosa y la luminosidad fuerte de la esperanza, en la vida eclesial y personal. Los discípulos misioneros de Cristo, quienes pertenecen a la Iglesia sinodal misionera y misericordiosa, viven esperando a quien el Apocalipsis llama “el Viniente” (1,7-8), el mismo que cierra la Biblia reafirmando su esperanzadora promesa: “sí, vengo pronto”, a quien la Iglesia incesantemente suplica con un grito que hace eco en la eternidad: “ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).María, la virgen Madre, estrella de la esperanza, que nos dio al Esperado de los tiempos, sostenga la esperanza de la Iglesia, para que sea el más grande signo de esperanza en esta hora de la historia.Pbro. Francisco León Oquendo GóezDepartamento de Catequesis y Animación BíblicaConferencia Episcopal de Colombia