Vie 9 Mayo 2025
Contra la violencia intrafamiliar, el amor intrafamiliar
Por Mons. Héctor Cubillos Peña - Asistimos en la actualidad a un ataque a la familia desde múltiples frentes que la alcanzan y la hieren en muchas dimensiones de su naturaleza y de su desarrollo en la vida de los seres humanos y en la sociedad. Amenazas que quieren destruir su unidad, su constitución, su vigencia, sus contribuciones al desarrollo de la sociedad, a la destrucción del amor y de la vida misma.Una de esas amenazas, no la única, es la violencia que se experimenta al interior en el campo de las relaciones entre sus miembros. Los relatos de hechos y las estadísticas indican hasta dónde se ha extendido esta situación interior que afecta profundamente la integridad de las personas. La pasada pandemia, vivida y sufrida, puso a la luz el dolor y el sufrimiento en el seno familiar. Violencia en las parejas, violencia entre padres e hijos, violencia entre hermanos debido precisamente al confinamiento en los hogares especialmente en las ciudades. En esas circunstancias los miembros de las familias tuvieron que soportar las agresiones, la intolerancia, los insultos, la incomprensión, la impaciencia y las dificultades para llegar al perdón y la reconciliación. Particularmente, se manifestó en múltiples formas la violencia contra la mujer.Esta violencia intrafamiliar, no se puede afirmar que fuera generalizada; pues hubo grupos familiares que lograron vivir con fortaleza para superar estos desafíos.En general, se puede afirmar sin ninguna discusión que la violencia es en definitiva ausencia de amor, de respeto, de paciencia, y esto se da en todos los niveles sociales, culturales y económicos de la sociedad. La violencia, es ante todo una manifestación de lo más profundo del corazón. En general, ella está presente como amenaza y como realidad en todos los lugares en donde se manifiestan las relaciones humanas. Colombia es una sociedad invadida por la violencia.En sí misma la violencia busca la destrucción y el mal; es la enemiga de la vida y el amor. Su máxima expresión es la muerte. Todos los días se asiste a noticias de asesinatos que hieren el corazón de todos. La violencia intrafamiliar no está exenta de esta realidad; la muerte de Abel por Caín es una prueba de ello (Gn 3). La violencia mata las relaciones más profundas del ser humano. Ella destruye la vida, destroza el corazón, causa heridas que no se pueden borrar; incentiva el odio y la venganza; hace más difíciles el perdón y la reconciliación; hace de los hogares escenarios de guerra; la violencia en la familia es manifestación del ansia de poder y dominio. El machismo del hombre amenaza el reconocimiento de la dignidad y los derechos de la mujer. La violencia en el ejercicio de la autoridad hace que se llegue a los enfrentamientos intergeneracionales. La violencia intrafamiliar fomenta la drogadicción y el madresolterismo como búsqueda de salida y huida a las dificultades intrafamiliares. La violencia crea grandes desequilibrios en el desarrollo de la madurez de los hijos. A causa de estas situaciones se pierden los valores fundamentales de la vida humana, individuales y sociales. Además, las legislaciones de los Estados amenazan los grandes pilares y principios de la familia: la fidelidad y la generación y cuidado de la vida.Ciertamente hoy se vive en ambiente de violencia en la vida social: la inseguridad, las diferentes formas de agresión, el irrespeto a la dignidad de los demás. Los diferentes medios de comunicación y las redes sociales no solo dan cuenta de la violencia, sino que también llegan a alimentarla como las redes sociales, el cine, la televisión o el internet.Hay una atención especial a la defensa de los derechos, pero no tanto a la práctica de los deberes para con los demás. La violencia no solo se da en el seno familiar sino también en las instituciones educativas, la intolerancia se experimenta con gran facilidad. Los esfuerzos que se realizan en la búsqueda del respeto y la convivencia pacífica no obtienen los resultados deseados.En este contexto es necesario atender con una mayor aplicación y atención a lo que debe ser la vida familiar y a su puesto y servicio a la sociedad, pues está el principio conocido que afirma que “la familia es la cédula de la sociedad”.El Papa Juan Pablo II presentaba una descripción de lo que es lo esencial de la familia como institución humana: “la familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Su primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas…sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas…sin el amor del hombre no puede vivir…si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente” (FC 18)La violencia al interior de la familia es por tanto falta de amor. El que no ha tenido la oportunidad de recibir y experimentar el amor no lo puede tener para hacer de su familia un verdadero hogar de perdón, respeto y paz; tampoco puede aportar a la construcción de una sociedad verdaderamente humana. La familia es la casa y la escuela del amor porque el amor es el que posibilita la práctica de los valores esenciales de la convivencia. Una sociedad será por tanto lo que sean sus familias. Está científicamente probado que es en los primeros años de vida cuando se siembran las disposiciones y principios que comprenden el amor en su sentido amplio; después ya será más difícil. Es triste ver como las instituciones educativas buscan sembrar lo que no fue sembrado en la vida familiar.El amor implica su educación su formación en las personas; la familia es por tanto escuela de amor. Hay que formar en el amor y para el amor; y, esta es la tarea y responsabilidad de los padres de familia, es un derecho y un deber que son inalienables, que necesariamente pide la colaboración de la misma sociedad mediante sus instituciones públicas y privadas. El amor es educado para la convivencia en el seno de la familia y para la construcción de la sociedad. Si hay tanta violencia en la sociedad, es porque falta el amor desde la familia.Dice el Concilio Vaticano II: “puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos” No hay nada ni nadie que pueda apropiarse de esta responsabilidad de los padres. El Estado nunca podrá usurpar este derecho, pero sí ayudar a que los padres lo cumplan. La educación en el amor ha de formar personas humanas integras, como ciudadanos y forjadores de sociedad, de justicia y de convivencia social digna, honesta, de justicia y libertad. Es a partir de la familia como una sociedad podrá salir de la destrucción que produce la violencia para encaminarse por las sendas de la paz y el desarrollo.De acuerdo con los planes de Dios manifestados y propuestos a los discípulos de su Hijo y que conforman su familia, en la Iglesia que es familia, la familia tiene una importancia suprema por cuanto ella está llamada a reflejar en su vida del amor de Dios y a contribuir en la misión que recibió de su divino Fundador.Dice el Papa Juan Pablo II: la familia cristiana es “comunidad íntima de vida y de amor” (FC 50) y ha de seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesús sobre la unidad y la comunión. La violencia es un pecado contra el amor y este mal puede ser expulsado por la fuerza de la gracia divina. Todos los miembros de la familia cristiana, fieles al amor de Dios pueden, en sus relaciones inspiradas por la caridad cristiana, realizar la vida familiar como escuela y hogar de vida, diálogo, cariño, respeto y solidaridad para la formación de sus miembros según el ejemplo de vida de Jesús y de acuerdo con los valores del Evangelio.La familia es también llamada “Iglesia doméstica” es decir, una realidad humana social en donde se vive el amor a Dios y el amor a los demás; por esto la familia está llamada a contribuir al desarrollo de la sociedad y a la construcción de la familia de Dios, la Iglesia. Donde hay amor no hay violencia y por tanto allí está Dios, porque Dios es amor.Ante tanto ataque y destrucción que las familias están sufriendo, es necesario que aquellas que Dios ha bendecido con la unidad y el amor, creyentes o no creyentes, se acerquen al dolor para que puedan volver llegar a reinar la convivencia y la paz mediante la solidaridad y la atracción del testimonio. El daño está siendo muy grande y el dolor ha alcanzado a miles de seres humanos niños, jóvenes, adultos y ancianos. Es necesario manifestar la oposición a todas las leyes y propuestas que matan el amor y a la vez, proponer el verdadero camino del amor y de la paz para la consecución del bien, el amor y la felicidad de las personas, familias y sociedades. Las familias cristianas tienen una luz y un camino seguro en el mandato del Señor de la caridad, que es enseñanza y fuerza para implantar el Reino del Amor. Todos son llamados a actuar para vencer la violencia intrafamiliar para que reine el amor intrafamiliar.Mons. Héctor Cubillos PeñaObispo de ZipaquiráMiembro de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia