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Arzobispo de Bucaramanga

Lun 25 Mayo 2020

COR – VIDA versus COVID 19

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Para esta entrega editorial, a propósito del coronavirus que afecta a la humanidad, se me ha ocurrido reflexionar a partir de estas palabras que son tan pronunciadas cotidianamente en las conversaciones corrientes y que cobran tanto significado en la experiencia de cada uno. Pero creo que es importante primero identificarlas. La primera, “cor” es un vocablo del latín que significa, nada más ni nada menos, “corazón”, palabra tan usada en el mundo, no solo de la medicina, sino para expresar sentimientos y calificar relaciones. Cordialidad, cordial (afecto del corazón), misericordia (tener corazón con el necesitado), concordia, acordar (unir los corazones), recordar (volver a pasar por el corazón), coraje (el corazón adelante!),cordura (sensatez con corazón), discordia (corazones separados), entre tantas. Podríamos continuar la lista pero para el caso, se trata de resaltar que frente a los retos de la vida y los nudos por desatar, es siempre necesario poner a funcionar el corazón, que podríamos traducir en solidaridad, ayuda mutua, cuidado de los unos por los otros. La Sagrada Escritura, cuando se refiere al corazón humano, no alude simplemente a un músculo del cuerpo, sino describe la interioridad del hombre, de donde proceden los sentimientos, las decisiones, la libertad y el amor en ejercicio, el discernimiento, las relaciones etc. El mandamiento del amor está formulado en términos de corazón: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,5); y en la parábola del buen samaritano, ante la pregunta que hiciera el doctor de la ley a Jesús, de cómo alcanzar la vida eterna, Jesús le contesta ¿que está escrito en la ley? Y éste le contesta de forma idéntica, añadiendo “y al prójimo como a ti mismo”, por lo cual el Señor le manifiesta que ha respondido correctamente (Cfr. Lc 10,27). La segunda palabra es vida, repetida y usada también tantas veces en las conversaciones ordinarias por su importancia en la experiencia cotidiana y por el contenido humano y espiritual que contiene. Hablamos de la vida como derecho fundamental, y durante todo este tiempo de la pandemia del coronavirus, todo gira alrededor de defender y proteger la vida de este ataque inesperado. De manera que la vida, por fortuna, tiene un escenario en el que debe ser colocada en primera línea de valoración, reconociendo sin embargo, que hay muchos otros, distintos al de esta pandemia, en los cuales aún es más vulnerada y agredida la condición humana (hambre, guerras, otras enfermedades no atendidas, injusticias, violencia…etc). Finalmente, podríamos afirmar, que la palabra más pronunciada en lo que va del año a nivel planetario es “Covid 19” - o “coronavirus” - , por lo que ella cala tan profundamente en este momento en la atención y expectativa de todos. A sabiendas que el espíritu de superación y la virtud de la esperanza se abren paso frente a la adversidad, concluimos que hay un antídoto fundamental que ojalá fuera también una vacuna moral para toda la humanidad, frente a tantos males sociales, lo mismo que para seguir afrontando integralmente la crisis generada por el Covid 19: amor como solidaridad (corazón) y cuidado integral de la vida, empezando por la vida humana y la de la casa común o medio ambiente. Sin olvidar que amor y vida tienen su fuente en Dios, quien en concreto, en su Hijo Jesús, dio su vida por amor. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Jue 5 Mar 2020

Querida Amazonía

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Para un lector o actor desprevenido, este título podría sugerirle una declaración sentimental, o el título de un nuevo libro sobre esta importante franja de la tierra o una poesía para exaltar su belleza y singularidad. Pero la mirada atenta a una preocupación fundamental que el Papa Francisco, con insistencia y convicción ha querido posicionar en el mundo de hoy, como es el grave asunto de tomar en serio y responsablemente una “ecología integral”, permite a la Iglesia universal y a la sociedad global, conocer la Exhortación Apostólica así titulada. Ella recoge un serio discernimiento, juiciosamente desarrollado en varias etapas, en actitud profunda de escucha y sinodalidad, sin veto alguno a temas por clarificar y profundizar, para que al final de esta parte del camino emprendido, pudiéramos compartir el conocimiento más cercano de una realidad como es la de la Amazonía, no como realidad aislada sino de interés universal, vista en sus implicaciones éticas, sociales, económicas, políticas, culturales así como también religiosas y eclesiales. Como tantas visiones proféticas que llaman la atención en un momento dado de la historia, ésta, sin duda, a medida que se vaya entendiendo su carga de profundidad, por tratarse de tema de máximo interés y mucha actualidad, seguramente irá encontrando las respuestas adecuadas y responsables, especialmente de los Estados y gobiernos, en la toma de medidas para favorecer el bien común y la supervivencia de toda la humanidad. Quisiera llamar la atención sobre el hecho de que ya en la V Conferencia General del episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida (2007), como antecedente, con la presencia e influencia notable del entonces Cardenal Jorge Bergoglio, ahora Papa Francisco, hubo una alerta sobre la necesidad de tomar muy en serio este tema: en efecto en la mirada a la realidad del continente, al referirse a la biodiversidad, ecología, Amazonía y Antártida, constata que “América Latina es el continente que posee una de las mayores biodiversidades del planeta y una rica socio diversidad, representada por sus pueblos y culturas”, destacando que “Un ejemplo muy importante en esta situación es la Amazonía”. Y en nota de pie de página hace un inventario de lo que esto significa: “…ocupa un área de 7.01 millones de kilómetros cuadrados que corresponden al 5% de la superficie de la tierra; al 40% de la superficie de América del Sur; contiene el 20% de la disponibilidad de agua dulce no congelada. Abriga el 34% de las reservas mundiales de bosques y una gigantesca reserva de minerales. Su diversidad biológica de ecosistemas es la más rica del planeta. En esa región se encuentra cerca del 30% de todas las especies de la fauna y flora del mundo” (Cfr D.A. 83-84). Y al final, en las propuestas pastorales se habla de “Crear conciencia en las Américas sobre la importancia de la Amazonía para toda la humanidad… Y apoyar con los recursos humanos y financieros necesarios, a la Iglesia que vive en la Amazonía para que siga proclamando el evangelio de la vida y desarrolle su trabajo pastoral en la formación de laicos y sacerdotes a través de seminarios, cursos, intercambios, visitas a las comunidades y material educativo”. (Cfr D.A. 475). “Querida Amazonía”, responde con creces y con abundancia de reflexión y argumentos, ahora como llamado global y muy serio, en cabeza del Papa Francisco, a lo que en Aparecida fuera un deseo, que, en los planes de Dios, empieza a tomar fuerza en la Iglesia universal y como profético llamado a toda la humanidad, que tiene sin duda, como un referente cumbre y marco esencial de discernimiento, la carta encíclica Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común. Estamos invitados a profundizar en su contenido y tomado muy en serio, aplicarlo en todos los escenarios y situaciones. Con mi fraterno saludo y bendición. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Mar 4 Feb 2020

2020

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Con frecuencia se escucha la expresión “cómo se pasa el tiempo de rápido” o, “se pasó el año sin darme cuenta”. Como es natural, se trata de la percepción que tenemos del transcurrir cotidiano de la vida, que si bien es cierto en el tiempo cronológico ni se adelanta, ni se detiene, tampoco se atrasa, con el ritmo de prisa que lleva la sociedad y cultura actual, en variedad de escenarios, acumulación de acontecimientos que se entrecruzan, sucesión acelerada de hechos que apenas se registran en las intrincadas redes sociales, ya empiezan a ser pasado para dar curso a la avalancha intermitente de nuevas noticias. En efecto, pareciera increíble que hayan pasado ya dos décadas desde cuándo con tantas expectativas, festejos y proyectos se celebró con alborozo el año 2000 que inauguraba un nuevo siglo. Dos décadas que indudablemente están marcando un cambio sustancial en la vida del mundo, que como lo afirmara el documento de Aparecida (Brasil, 2007), no vivimos una época de cambios sino “un cambio de época” (#44). Los cambios culturales son los que más han incidido indudablemente en estos años, marcados por un mundo globalizado en el que tiene protagonismo el imperio del ciberespacio que conecta y comunica simultáneamente la vida de la persona concreta con las colectividades y grupos que definen identidades diversas, formando una nueva manera de agregación en la población del planeta. Por eso también se escucha la expresión “¡cómo ha cambiado la vida!”. ¡Y sí que ha cambiado! Curiosamente el Concilio Vaticano II, que con providencial mirada previó de alguna manera el desarrollo del siguiente futuro, como modo de ubicación para plantearse a fondo el desafío de la evangelización, tarea fundamental de la Iglesia, describió tal expectativa afirmando: “El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador … se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también sobre la vida religiosa” (G.S.4). Y es lo que está ocurriendo pero que al contrario de lo que allí se señaló como aspiraciones más grandes de la humanidad, de no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas creadas, sino establecer un orden político, económico y social que estuviera más al servicio del hombre, permitiendo a personas y colectividades afirmar y cultivar su propia dignidad, se acentúa lo que allí se temía de que la carencia de bienes, servicios, atención integral a las grandes mayorías en el mundo, revelan la injusticia y la inequidad creciente que es un desafortunado resultado que hoy se verifica, generando nuevas formas de dependencia y aumentando periferias sociales como, con intervenciones puntuales, lo viene denunciando el Papa Francisco. De ahí, en el caso nuestro como Iglesia, en particular, la necesidad de releer con visión profética los signos nuevos de los tiempos en los que estamos inmersos, para que no obstante, y muy seguramente por ello, los momentos de pruebas y crisis eclesiales que experimentamos, nos conduzcan no solamente a compartir las esperanzas y temores de la hora presente de toda la familia humana sino a acelerar y hacer cada vez más propia la “salida misionera” de modo que la propuesta del Evangelio, con su benéfica eficacia, pueda provocar mediante su inculturación, razones para vivir y razones para esperar. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Mié 18 Dic 2019

Dispongamos el corazón para el nacimiento del Salvador: Mons. Rueda

Al recordarnos que Adviento significa espera, el arzobispo de Bucaramanga, monseñor Ismael Rueda Sierra, dijo que este es un tiempo especial para vivir a profundidad la virtud teologal de la esperanza. “Espera anhelante, gozosa de una gran venida, la venida del Señor nuestro Salvador Jesús. Por esta razón, cuando esperamos una gran visita preparamos la casa, en este caso el corazón para recibirlo con gratitud, alegría y para que Él pueda habitar verdaderamente entre nosotros”, afirmó. El prelado invitó para que a pesar de los tiempos difíciles y de las adversidades se mantenga siempre el sentido de la esperanza y la confianza en el Señor, sabiendo que Él estará presente en todo momento. “Tomemos esta actitud especial de esperanza para el tiempo de Adviento, de esa manera, abrimos puertas seguras para una paz y una convivencia estable entre todos nosotros, especialmente entre los colombianos”, puntualizó.

Mar 26 Nov 2019

La Casa Común

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Es una expresión cada vez más familiar, actualizada después de la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco. Hablamos pues, de nuestra tierra, la “madre tierra”, con toda su riqueza de aguas y minerales, plantas y animales, en admirable diversidad, que hacen un conjunto armónico y un escenario para conservar, proteger y promover la vida. Así el medio ambiente se ha convertido en un imponderable que no puede ser ignorado y menos aún, deteriorado, como concurre en el discernimiento de ecologistas, políticos, científicos, de movimientos sociales y sin lugar a dudas, también en los argumentos religiosos o teológicos. En efecto, en la reflexión teológica podemos hablar del “orden de la creación” que juntamente con el “orden de la redención” y el “orden de la santificación”, se unen armónicamente para que acontezca el plan de Dios Creador, Redentor y Santificador, en favor nada menos que de la persona humana. Del hombre, afirma el Concilio Vaticano II, que es la “única criatura terrestre a quien Dios ha amado por sí misma” (G.S. 22), en razón de haber sido creado a imagen y semejanza suya, de donde deriva su original y esencial dignidad. Por tanto, las demás criaturas son “amadas” por el Creador, por su referencia y relación con el ser humano. Aparece entonces, por una parte, el “ambiente humano” y por otra, el “ambiente natural” (Casa Común), que son inseparables. Precisamente el papa Francisco, en la citada encíclica, afirma que “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta” (L.S. 48). Precisa considerar, desde la reflexión y compromiso que la Iglesia o la antropología cristiana procura en relación con los problemas del medio ambiente o de la casa común, para ayudar en la campaña de su cuidado contra su despiadado deterioro, que “una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana” (Compendio de Doctrina Social,# 463). Esta tendencia explica por qué algunas corrientes ecologistas hablan indistintamente de los derechos del hombre juntamente con los “derechos” de los animales o de los ríos o de los árboles. Es por tanto necesario hablar más bien en términos de “responsabilidad” grande y grave, intransferible, por parte del hombre, en relación con todos los bienes naturales, porque de su cuidado va a depender la misma suerte presente y futura de la vida humana. Para descender en nuestra reflexión a las situaciones concretas de las disputas ecológicas universales, regionales o locales - también inseparables - es necesario reiterar, por ejemplo, que cuando buscamos preservar las selvas o las montañas o nuestros páramos, como es el caso en los Santanderes del Páramo de Santurbán, es porque está en juego, además de clima y ecosistemas, fundamentalmente la producción y suministro de agua, cuya provisión forma parte del derecho a la vida. No es que se quiera por ello desconocer el papel propio que tiene el aprovechamiento de los recursos naturales aplicando la tecnología, así sea de avanzada o “de punta”, sino porque hay un requerimiento ético que precede a tal uso y es el bien primordial de la vida humana. En Santander por ejemplo se ha acuñado un slogan, en relación con los proyectos de extracción minera: “podemos vivir sin oro, pero no sin agua”. De modo que lo ético prima sobre lo técnico, o sea sobre el bien superior y primario, presente y futuro, de la persona humana y su vida, por encima de otros intereses. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 30 Sep 2019

El tiempo libre

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - El discernimiento legislativo y cultural y por no decirlo, de salud pública, sobre el uso de estupefacientes y alcohol en espacios públicos, hace pensar mucho también en el gran desafío que tiene para los jóvenes y niños particularmente, pero sin duda para todos los ciudadanos, el adecuado uso del así llamado “tiempo libre”, es decir aquel que queda habiendo cumplido las obligaciones familiares, escolares o de trabajo. El problema planteado se refiere al buen uso de ese tiempo, de modo que contribuya al bienestar genuino, en unos casos, así como para la formación integral, en otros. En una observación atenta de la realidad se puede constatar el efecto deletéreo que el mal empleo e incluso, perversa utilización de esas horas, tiene actualmente sobre tantas personas especialmente sobre menores y adolescentes. En las visitas pastorales, en diálogo abierto con padres de familia, educadores, párrocos e incluso autoridades gubernamentales y de policía, hemos hecho cuentas numéricas de las horas disponibles, en el caso concreto de niños y jóvenes. De las 24 horas del día se llega a la conclusión que ellos pasan, de ordinario, alrededor de ocho en la institución escolar, otras ocho en la familia (incluido el tiempo de internet, en el que están propiamente “fuera” y TV), y las restantes ocho horas, las que podríamos llamar de “tiempo libre”. La triple pregunta que cabe en este caso es: en este tiempo, que constituye la tercera parte del disponible cada día, ¿dónde están? (lugares), ¿con quién están? (personas) y ¿qué están haciendo? (uso). Naturalmente no podemos prejuzgar que todos estén “mal parqueados” pero la realidad sí deja ver cuántos, y no son pocos, están dañando su vida por el uso de estupefacientes, aprendizaje de conductas delictivas, en contravía de un adecuado y deseable proyecto de vida y de paso convirtiendo el entorno social en pavorosos ambientes de inseguridad, violencia e influencia negativa, neutralizando la finalidad que en beneficio de los ciudadanos y de las comunidades debería esperarse. La conciencia sobre el buen uso del tiempo libre es un reto multilateral que necesariamente debe tocar la conciencia de padres de familia, educadores, comunidades locales, instituciones diversas de intervención social y de modo prioritario al Estado, a quien corresponde por misión asumir políticas y proyectos que busquen el bien de los ciudadanos en materias tan urgentes como ésta. Necesario es pensar conjuntamente sobre la necesidad de extender programas de “deporte para todos”, eventos de recreación y cultura interactiva e integrativa para las colectividades con propuestas en valores; favorecer e implementar programas en beneficio del medio ambiente y trabajo amigable con la naturaleza y otras tantas iniciativas que con creatividad podrían integrar una escuela permanente para el uso formativo y restaurador de tan precioso tiempo. Con mi fraterno saludo. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Vie 2 Ago 2019

Bicentenario

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - El siete de agosto se conmemoran los 200 años de la Batalla de Boyacá, según la historia, fecha de culminación del proceso de emancipación de Colombia del imperio español e inicio de su vida como nación soberana. Por tal razón en este tiempo se realizan diversos actos conmemorativos. Pero igualmente, es una ocasión para discernir lo que ha significado para la vida de los ciudadanos y para la configuración de la identidad de nuestra patria, estas dos centurias de historia. Luces y sombras, como en todos los eventos humanos, se pueden descubrir y su reconocimiento honesto y objetivo, como también crítico, debe ayudarnos en esta hora, a interpretar lo que pudiéramos llamar “indicadores de logro” o de “frustración” en el camino recorrido. Por definición, poder vivir en libertad, con autodeterminación, es un valor, sobre todo si se reconocía entonces, el menoscabo a la dignidad humana y al real bien común y equidad de los habitantes originarios de Colombia, condición de la que se querían liberar, para sembrar un orden nuevo, un proyecto de Nación y de Estado justo para todos. Pero el valor de la libertad, si no va acompañado de la justicia, la equidad y solidaridad y del propósito genuino y trasparente para construir la paz, queda trunco. Es lo que continúa como agenda retrasada en los intentos de darle la condición estable y sostenible a la construcción de un nuevo país. El Papa Francisco con su Encíclica programática “La Alegría del Evangelio” (Evangelli Gaudium”), nos puede ayudar indudablemente en el discernimiento sobre la patria real de hoy que compartimos, aplicando los cuatro criterios o principios que identifica en la búsqueda del bien común y la paz social, “para avanzar en la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad” (221) a saber: “El tiempo es superior al espacio”, lo cual nos permite reconocer las tensiones coyunturales del momento presente pero sin perder el horizonte futuro para realizar el proyecto de nación que deseamos; ojalá las polarizaciones, por ejemplo, puedan ceder sensatamente, para caminar hacia la unidad deseada por todos, que no es uniformidad. Y aquí se enlaza el segundo principio: “la unidad prevalece sobre el conflicto”, lo cual significa, no ignorar el conflicto, pues debe ser asumido, sin dejarnos atrapar por él, como pareciera que está sucediendo actualmente en nuestro país, sino “aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso” (227). La tercera dimensión es “la realidad es más importante que la idea”; la realidad es, la idea se elabora, pero debe haber un diálogo constante entre las dos, de lo contrario se puede caer en idealismo que ocultar la realidad. Es muy frecuente escuchar discursos y programas políticos elaborados sin compromiso con la situación concreta de nuestro pueblo. Y finalmente, el cuarto criterio “el todo es superior a la parte”. Se produce una tensión entre lo global y lo local. Es necesario mirar el bosque para encontrar el árbol; pero es preciso también reconocer que el árbol forma parte del bosque juntamente con otros árboles. Gran tarea construir una Colombia con autenticidad, identidad propia e independencia pero sin desconocer las condiciones y la trama de la compleja marea de un mundo globalizado. Pidamos a nuestro Dios y Padre que podamos construir un país en reconciliación, unidad y paz. Con mi fraterno saludo. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Mié 20 Feb 2019

Juventud en Sinodalidad

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Podría parecer extraño el título, pues a menudo cuando se habla de “sinodalidad”, expresión utilizada ahora tanto por el Santo Padre Francisco, podría pensarse especialmente en el Colegio de los obispos en unión con el Papa, en la tarea de discernir conjuntamente para el bien de la Iglesia y la humanidad. Sin embargo, llama la atención que ahora cuando se ha dado a conocer en edición propia, el documento final de la pasada XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre los jóvenes, la fe y su vocación, aparece una novedad allí expresada: “En este Sínodo hemos experimentado que la colegialidad que une a los obispos cum Petro et sub Petro en la preocupación por el Pueblo de Dios está llamada a articularse y enriquecerse a través de la práctica de la sinodalidad en todos los niveles”(#119). Y en el número siguiente como respuesta por ahora a una pregunta que también hoy nos hacemos, de si vendrá un documento final del Santo Padre, llamado tradicionalmente “Exhortación Postsinodal”, se declara: “El final de los trabajos de la asamblea y el documento que recoge los frutos no cierran el proceso sinodal, sino que constituyen una de sus etapas. Dado que las condiciones concretas, las posibilidades reales y las necesidades urgentes de los jóvenes son muy diferentes entre países y continentes, aún en la comunión de la única fe, invitamos a las Conferencias Episcopales y a las Iglesias particulares a que continúen este camino, comprometiéndose en proceso de discernimiento comunitario que incluyan también a quienes no son obispos en las deliberaciones, como lo hizo este Sínodo….. Esperamos que en estos caminos participen familias, institutos religiosos, asociaciones y, sobre todo, los jóvenes, de manera que la “llama” de lo que hemos experimentado estos días se difunda” (#120). No cabe duda de que, con ocasión de este discernimiento sobre el mundo de los jóvenes que hace hoy la Iglesia universal, se da un paso muy importante en la participación efectiva de todo el Pueblo de Dios, no solamente en las consultas, sino incluido el discernimiento y la toma de decisiones en los diferentes campos del apostolado y actividad misionera “ad intra” y “ad extra” de la Iglesia. Un gran paso inaugurado por el Concilio, pero en retraso para su plena y eficaz aplicación. Por otra parte, hemos podido vivir la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá, al final del mes pasado, presidida por el papa Francisco y con la presencia de innumerables jóvenes de todo el mundo. Su preparación y realización ha sido también ya una muestra en la práctica de esta sinodalidad de los jóvenes, dispuestos a hacer propia y caminar juntos la vida de la Iglesia en los nuevos tiempos. A partir de escucharlos, compartir con ellos un mensaje, el de Jesús, en el lenguaje propio y con las expresiones típicas del mundo juvenil; reconociendo que son el “ahora de Dios”, como se lo repitió Francisco, va tomando fuerza un paradigma, cargado de esperanza para la renovación de la Iglesia y la humanidad. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga