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cristo rey

Mar 1 Dic 2020

Preparad los caminos del Señor, el ADVIENTO

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Vivimos tiempos difíciles, y en medio de la crisis de salud que ha provocado la COVID-19, la terrible situación invernal que ha hecho sufrir a mu­chos, nos disponemos a iniciar un nuevo Año Litúrgico, ya que el ca­lendario de las celebraciones de la Iglesia se rige, no por la sucesión de días y meses que se registran en el almanaque, sino por una forma muy especial de contar el tiempo, el cual se basa en la fecha de la Pascua y que ordena todas las cele­braciones en un ciclo colmado de signos y celebraciones que cons­tituyen el Año Litúrgico, en este caso ya el 2021. Hemos concluido el Año Litúrgico con la Solemni­dad de Cristo Rey del Universo y comenzaremos este domingo, el santo Tiempo del Adviento. La Iglesia del Señor está llamada a dar gloria a su Dios. Su misión es anunciar con la Palabra, la vida y el culto, la presencia de Dios en la historia, manifestar a Cristo glo­rioso en medio de las realidades del mundo, celebrando visible­mente su triunfo sobre la muerte. Ya lo decimos en nuestras celebra­ciones: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús. Este es el centro de nuestra fe y, hacia este anuncio gozoso corre y trabaja todo nues­tro plan pastoral, queremos poner a Jesús en el corazón y en la vida de todos los hijos de la Iglesia. Iniciamos el Año Litúrgico con el tiempo del ADVIENTO, esta vi­vencia de la liturgia, nos pone de frente a las celebraciones con cua­tro semanas que preceden la santa Navidad, que siempre tiene fecha fija: el 25 de diciembre. La pre­paramos con un Tiempo de gracia que va permitiéndonos escuchar en la Palabra y celebrar en la li­turgia diaria, un camino recorrido por los profetas, animado por los consejos sabios de los Apóstoles, e ilustrado con la narración his­tórica de dos acontecimientos: el primero, el nacimiento de Jesús en la historia; el segundo, la segunda venida del Señor, la que espera­mos como consumación de la his­toria humana y victoria definitiva de Dios. El tiempo preparatorio se lla­ma Adviento, se usan vestiduras moradas, se leen los profetas que anuncian a Cristo, se prepara su venida con oraciones que le di­cen al Señor que ven­ga nuevamente: “Ven, Señor Jesús”. Se des­taca en este Tiempo, la Virgen María, que nos enseña a esperar con fe la segunda venida del Señor. Son cuatro domingos de Adviento. En ellos se celebra la esperan­za y la alegría de saber que el Señor llega con su poder y con su paz a inundar los corazones de los que ama con la luz de la vida, con la fuerza renovadora de su amor. El Adviento se celebra en las cua­tro semanas anteriores al 25 de diciembre, comenzando, precisa­mente en esta última semana de noviembre. Nuestro ADVIENTO hemos de vivirlo en la realidad concreta de una sociedad que ne­cesita reavivar la esperanza, pro­mover una experiencia de caridad con tantos signos de dolor como los que vive el mundo, vivir estos días en la promoción de la frater­nidad que, a la luz del Evangelio se llama: caridad. Hay signos muy especiales para este Tiempo: En primer lugar, el mismo tiempo ya es un signo. Cuatro domingos y cuatro semanas que nos recuerdan la preparación del pueblo de Is­rael para la llegada del Mesías, la voz de los profetas que anuncian la presencia del Señor y Salvador, la figura protagónica de San Juan Bautista que va disponiendo el resto de Israel, es decir, los pocos que aún esperaban la salvación, y que quiere advertir sobre la inmi­nencia del inicio de la misión de Jesús. Es central en el adviento la figura de María, la Virgen fiel, la Madre de la esperanza, que se convierte en sigo de fidelidad y en mo­delo de fe para todos nosotros. Nuestro Adviento debe ser una escuela de caridad, iluminada por la fe y la esperan­za, nos debe renovar en el deseo de ser pre­sencia del Señor en el corazón de tantos que sufren, ser signo del amor de Dios en la vida de quienes nos muestran en su ros­tro doliente la llamada del Señor, a vivir más fraternalmente, a es­tar cerca de los enfermos, de los niños, de los ancianos, de tantas realidades en las que este tiempo de celebración y de alegría se ve ensombrecido por el flagelo de la enfermedad y la pandemia. Es tiempo de anuncio de la Palabra en una predicación esperanzadora, en una promoción de muchos y muy significativos momentos de evangelización: la Fiesta de la In­maculada, fiesta de luz y de espe­ranza; la Novena de Navidad, que entre nosotros es “madrugarle a la esperanza” para abrir con el cla­rear del día unas jornadas de anun­cio del Evangelio y de gozosa pro­clamación de una fe que reconoce en Jesús el que nos libra “de la cárcel triste que labró el pecado” y el que quiere ser “consuelo del triste y luz del desterrado”. Desde ahora, los invito a usar con gran alegría, todos, la Novena de Navi­dad que ha preparado el Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta y que pueden encontrar en sus parroquias. Adviento es entonces una escuela de esperanza, una escuela de con­fianza, unas jornadas en las que adornamos el corazón con la luz de la fe y llenamos nuestras vidas con la certeza del amor de Dios que nunca abandona a sus hijos amados. En este tiempo nos llenamos de luces, de signos externos, que nos tienen que llevar a Jesucristo, que es la “luz de las gentes”, que alum­bra la tiniebla del pecado y del mal en el mundo. Él pone su luz dónde hay tristeza, muerte, desesperan­za. Que vivamos con respeto y si­lencio, con esperanza este tiempo que nos prepara a un encuentro con el Evangelio viviente del Pa­dre, Jesucristo mismo. Miremos al pesebre con espe­ranza, con los ojos puestos en la Santa Virgen y en San José, que se dedican a servir a Dios, esperan­do al Salvador y Redentor. Buen ADVIENTO para todos, para sus familias. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 27 Nov 2018

El reino de Jesús no es de este mundo

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid: Con la solemnidad de Cristo Rey del Universo se cerró el Año Litúrgico y fue la oportunidad para revisar con fe los acontecimientos del año que hemos recorrido, con el Señor, nuestra vida en la Iglesia. Esta fiesta centró nuestra atención en Jesucristo Señor del tiempo y de la historia. La realeza de Jesús no es como la realeza de este mundo, tantas veces expresada en la sed de gloria o en las vanidades que, de por sí, están conectadas a las coronas humanas, tan volátiles, tan intrascendentes. Jesús es Rey en una altísima dimensión que, para bien nuestro, se expresa en la simplicidad, en la humildad. El Reino de Jesús no es de este mundo, precisamente así lo dirá delante de Pilato en el Evangelio que se leerá el domingo (Juan 18, 33-37). No puede confundirse esta realeza con la que, incluso sus mismos apóstoles, esperaban ver despuntar en Jerusalén. Jesús enseña que su reino y su reinado entran en una dinámica que debe ser también el camino de la Iglesia. Es un Reino en el que es esencial escuchar al Señor no solo para conocerlo sino para hacer de su mensaje tan vivo, tan concreto, tan eficaz, un camino de vida que ilumine a las personas y a las comunidades que creemos en el Señor. Es un Reino que se expande no solo hacia los confines del mundo, sino hacia la vida interior, proponiéndonos un camino en el que hay que convertirse, hay que ser discípulo del Señor de la vida, hay que entrar en el camino del seguimiento de un maestro exigente y a la vez compasivo que nos pide vivir en la entrega amorosa a los demás, en la construcción de comunidades fraternas y generosas, en la proclamación de la esperanza y de la alegría. Es un Reino que transforma la sociedad mediante la acción de una Iglesia que pasa de ser servidora de los órdenes pasajeros de este mundo a la gloriosa tarea de ser servidora de la vida, don de Dios; ser servidora de la Identidad Cristiana que permite reconocer al Señor en los últimos, en los pequeños, en los que más sufren. Cuánto celebro que en esta Iglesia estemos ya comprometidos con la fraternidad que acoge, comparte, ilumina, consuela. Cristo es Rey. Su corona nunca dejará de ser de espinas, porque en el amor del Señor estarán presentes siempre los dolores de su pueblo amado. Nuestro Rey no nos esclaviza, nos libera; no nos empobrece en el resentimiento y la amargura, sino que nos reconstruye desde dentro para que seamos vida y paz para todos. Al vivir en estos días iluminados por la figura del Rey Sacrificado, sintamos que el sigue extendiendo “su reino de salvación”, como cantamos en las fiestas de la Cruz. Que podamos servir con esperanza a causa de la salvación, mirando con confianza al Señor de la Gloria que predicó a los pobres, a los pequeños y a los sencillos, como María, la madre del Hijo de David. El Reino de la Alegría que nadie nos podrá arrebatar; el Reino de la Esperanza que encontrará su meta en la Patria Celeste; el Reino de la Justicia que sana los corazones rotos por el desamor; el Reino de la Verdad que vence las tinieblas de la mentira; el Reino de la Paz que reconcilia y une a los divididos por el pecado; el Reino del Amor que transforma en caridad viva y eficaz las buenas obras; el Reino Eterno que vence los dolores de la historia humana; el Reino Universal en el que todos serán uno en tu Hijo amado. Que, mientras decimos “venga tu Reino”, vivamos en el Evangelio de la Esperanza la gozosa alegría de seguir haciendo presente tu amor y tu paz. Venga la alegría a nosotros el Reino Infinito y a la vez humilde, del que tuvo por trono la cruz y por corona, las espinas. ¡Alabado sea Jesucristo! Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Mié 21 Nov 2018

Jesús, Rey del Universo

El majestuoso reinado de Jesús, Rey del Universo, comprendido a la luz de la revelación y el momento culmen de la historia; otro mirada es ver las características de este reinado y compararlas con la dimensión de la vida espiritual; o presentar a Jesús, rey, a quien hay que recibir y aceptar conscientemente en el corazón como fruto de la vivencia del Año Litúrgico. Todos los misterios celebrados, vividos y actualizados a lo largo del Año Litúrgico apuntan a madurar la fe en cada creyente para que cada año haga una aceptación más clara y definitiva por Jesús rey absoluto de todo. Primera lectura:Dn 7,13-14 SalmoSal 93(92),1ab.1c-2.5 (R. cf. Dn 7,14) Segunda lectura:Ap 1,5-8 Evangelio: Jn 18,33b-37 ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Daniel, el capítulo 7 de este libro contiene el “Sueño de Daniel: las cuatro bestias”, estructurado en tres partes: la visión de las bestias (vv. 1-8), la visión del anciano y del ser humano (vv. 9-14) y la interpretación de la visión (vv. 15-28). Los versículos 9-14 presentan una sesión del juicio de Dios. el texto centra la mirada en los vv. 13-14 donde aparece un personaje muy importante con unas características especiales: es un ser humano, “hijo de hombre” y al mismo tiempo trascendente, “viene entre las nubes”, y al entrar en relación con El Anciano recibe de éste: poder, gloria y un reino eterno. Que se manifiestan en su dominio universal, “todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán”. Toda esta simbología fuerte de la apocalíptica busca mostrar con esta visión e imágenes que para devolverle el carácter humano a la historia es necesaria una intervención divina, sin ella la historia es pierde toda su comprensión. El salmo, himno que canta la realeza de Dios evidenciando sobre todo su poder. Salmo corto, solo 5 versículos, que presenta tres partes: Dios rey eterno del mundo (vv. 1-2), Dios rey supremo por encima del caos (vv. 3-4) y las leyes de este rey, sus mandamientos (v. 5). El esplendor del reinado de Dios se manifiesta en su majestuosidad, firmeza eterna, sus leyes o valores que eternamente regulan el orden y las relaciones entre Dios y los hombres. En síntesis el salmo deja claro que Dios es rey eterno, rey sobre la creación, y sobre la historia, en una palabra, Dios es el rey supremo. La segunda lectura, Ap 1, 5-8. Esta sección forma parte del llamado saludo del libro, en el cual intervienen el lector que da a conocer el saludo del escritor del mensaje, del Libro del Apocalipsis y la Asamblea que escucha y reacciona con sus respuestas frente al saludo o confesión de fe que se le va proponiendo, los creyentes responden desde su convicción de saberse amados por Dios. Tenemos un pasaje lleno de recuerdos bíblicos que reproducen la escena de la gloriosa venida y entronización del Rey Mesías que a la par describe el misterio de Dios como reminiscencias o recuerdos de algunos salmos, especialmente el salmo 89. Desde el primer versículo (5) se identifica el Rey, es Jesucristo, recordado mediante tres atributos o rasgos que son una confesión de fe, mediante la cual se precisa el misterio de la vida, muerte, resurrección y ascensión del Señor; no ya una narración de los acontecimientos sino la confesión de fe en estos misterios. Primer rasgo o atributo: Testigo fidedigno, Jesús con su vida del inicio al final dio testimonio del mensaje amoroso y salvador de Dios; con este rasgo se acepta que su vida es la irrupción del poder de Dios. El segundo rasgo: Primogénito de los muertos, al confesarlo con esta expresión lo manifiesta victorioso, primicia inigualable que inaugura una nueva forma de existir, de ser. Se trata de un reino que sobrepasa las fronteras de la muerte. Tercer rasgo: príncipe de los reyes de la tierra, con esta expresión se confiesa la recepción del dominio universal. En su misión se subraya el amor con que ama, la purificación del pecado mediante su sangre y la conformación de un reino del todo especial, reino de sacerdotes. Su entronización es descrita como una venida majestuosa e imperiosa, llega en nubes, visible universalmente, nadie puede sustraerse o ausentarse de este momento, la majestuosa ceremonia de coronación o entronización del rey. Jesús, rey, hace su auto-presentación: “Yo soy el alfa y la omega; Aquel que es, q1ue era y que va a venir” en esta presentación queda claro que Él ha recibido todo poder, en Él se dan las cualidades divinas, es Dios, que ejerce su señorío. Evangelio, Jn 18, 33b-37. El evangelio de Juan presenta la historia de Jesús como las vicisitudes del rey para llegar a su coronación y entronización. Como se nota en esta escena de Jesús ante Pilato, donde se detiene en un largo diálogo sobre la realeza de Jesús. Pilato plantea un interrogante a Jesús: ¿Eres el rey…? Jesús responde, situado en otro nivel, se ubica en la confesión de fe y no en una pregunta circunstancial, por ello le pide que responda si tiene claro lo que está preguntando, es decir si está confesando el señorío o realeza de Jesús “por sí mismo o por el decir de otros”. Pilato permanece en el nivel del interrogatorio judicial, y plantea ¿Acaso soy yo judío? (v.35), y plantea una nueva pregunta ¿Qué has hecho? La cual se queda sin una respuesta directa. Jesús responde con una autorevelación de su reino (v.36), de su identidad y misión (v. 37). “su reino no es de aquí” es de otra dimensión. Pilato insiste en la identidad de Jesús, ¿luego tú eres rey? La respuesta no da lugar a dudas: “Sí, soy rey. Rey que da testimonio de la verdad. Desde la más fina ironía se afirma sin vacilación la identidad profunda de Jesús, Él es rey. Pilato ve un judío cualquiera, pero se trata verdaderamente de un rey misterioso. La verdad no es lo que ven los ojos humanos, cortos en su mirar, la verdad es la realidad divina revelada en Jesús. Él es la verdad. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? La Escritura nos hace un llamado acuciante a tener clara la fe, es decir a dar respuesta de nuestra identidad, hacer confesión de fe, la cual exige tener clara la identidad de Jesús y aceptarla de forma que esa identidad identifique también al creyente. Pilato ve solo lo inmediato, la condición de judío, y por eso dice, ¿Acaso soy judío? Quien quiera confesar a Jesús como rey debe reconocerlo como personaje misterioso, humano y divino, Hijo de Dios; al reconocerlo y aceptarlo como Hijo de Dios todo creyente se autodefine también como hijo de Dios, como si dijera: Jesús es Hijo de Dios, también yo soy hijo de Dios. El reinado de Jesús se comprende solo a la luz de su verdadera identidad de los contrario se malcomprenderá. ¿Qué me sugiere la Palabra que debo decirle a la comunidad? Jesús es este personaje misterioso, divino y humano, que todo lo ha recibido de su Padre, por ello ostenta: poder, gloria y reinado; su reinado lo ejerce sobre toda realidad: la creación, la historia, el ser humano… nada escapa a su dominio, pero su dominio lo ejerce mediante el amor, que se manifiesta en el perdón de los pecados. El mal no está en ser gobernados por el Rey Jesús sino en vernos privados de su dominio. Cada vez que una persona hace aceptación consciente, libre y amorosa por vivir las leyes de este reinado, es decir, acepta a Jesús en su corazón, se produce una y otra vez la majestuosa entronización del Rey, que ejerce su poder sobre todo ámbito del ser humano: lo social, religioso, económico, los sentimientos…etc. en todo manda el Señor. Este es el reinado que hay que vivir, pues de nada serviría vivir todos los misterios de Jesús en el Año litúrgico y no llegar a una aceptación de su reinado de manera efectiva, pues todo se quedaría en una repetición de ritos sin importancia. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? La aceptación de Jesús como rey universal me anima a realizar mi misión evangelizadora con el deseo que otros vivan la experiencia de conocer este rey del todo excepcional y acepten su reinado porque allí reside la verdad y la felicidad del ser humano. No puedo quedarme tranquilo, de brazos cruzados, sabiendo que hay miles y miles que aún no experimentan el amor y el poder purificador de Jesús rey. La proclamación de Jesús rey me invita, como sacerdote, a celebrar bien el Año Litúrgico para ir presentando la figura majestuosa y salvadora de Jesús; cada domingo del nuevo año me pide preparar adecuadamente la homilía y la belleza de la celebración pues el Señor habla a través de cada acción, palabra o elemento, no puedo descuidar nada porque a través de ello voy haciendo mi servicio evangelizador que cautive y enamore a los fieles que participan en mi comunidad. Es un llamado a no dormir sobre los laureles, a no acostumbrarnos a la rutina, hay que presentar, con toda su fuerza, en cada instante, la novedad del evangelio.

Mié 18 Nov 2015

Cristo Rey: amor, servicio y entrega

Las lecturas de hoy, son el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo. Cristo, en el amor, el servicio, la entrega y donación de su vida, nos ha dado a conocer su verdadero reinado, don de Dios, y tarea que corresponde a cada uno. En la escucha de su Palabra pidamos la gracia de acogerla con el corazón para responder con fe, esperanza y caridad, y así demos testimonio de nuestra filiación divina y fraternidad entre nosotros. Lecturas [icon class='fa fa-play' link=''] Primera Lectura: Daniel 7,13-14[/icon] [icon class='fa fa-play' link=''] Salmo de respuesta: 93(92),1ab.1c-2.5 (R. cf. Dn 7,14)[/icon] [icon class='fa fa-play' link=''] Segunda Lectura: Apocalipsis 1,5-8[/icon] [icon class='fa fa-play' link=''] Evangelio: Juan 18,33b-37[/icon] [icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO BÍBLICO[/icon] Los signos llevados a cabo por Jesús muestran que el reino de Dios ha comenzado y transforma la vida de las personas. Jesús manifiesta en su rechazo y condena, que este reino aún no está realizado completamente. Estamos en el tiempo de la Iglesia, tiempo de crecimiento del reino de Dios, que tiende a su cumplimiento al final de los tiempos. Nosotros esperamos la venida gloriosa de Cristo, su advenimiento será en las bodas del Cordero con la humanidad salvada (Ap. 19,1-9). Desde ahora cada uno puede acercarse a este Reino en la vivencia de las «bienaventuranzas»: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos» (Mt 5,3-10). «Buscar ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios les dará lo demás» (Mt 6,33). Las dos lecturas recogen la imagen de las nubes del cielo en medio de las cuales viene el Hijo del hombre para reinar (Dn 7,13-14), donde aparece Jesucristo, «el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el soberano de los reyes de la tierra» (Ap 1,5-8) que verán todos los hombres. La realeza de Jesús, se ejerce en la tierra pasando por su muerte en cruz. Esto no quiere decir que su realeza esté entre las nubes. Su realeza se ejerce en la tierra, pasando por la muerte en la cruz. El proceso de Jesús ante Pilato tiene que ver con la realeza de Jesús, diferente de las de este mundo. [icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO SITUACIONAL[/icon] Jesús es rey y su reinado no es la voluntad de poder, sino cumplir en el mundo la misión de atestiguar la verdad. Para esto hacen falta testigos, discípulos misioneros capaces de donar la vida en la cotidianidad de la existencia. Jesús es el «Testigo fiel» el que sirve a la verdad como nadie. Él es la verdad misma. Por eso son de Jesús y siguen a Jesús cuantos sirven a la verdad. Si no estamos en la verdad, el reino de Cristo, así seamos sabios, científicos, no estamos en la verdad que es luz y salud, vida y eternidad. Cristo mismo es plenitud de la verdad. Pilato no cree que Jesús pueda enseñarle algo con respecto a ella. La verdad está ahí ante él, sus intereses no le permiten ver y contemplar a quien es el Camino, la Verdad y la Vida. El que hace la verdad se acerca a la luz. La verdad no es concebida como posesión o estado adquirido, sino como una tarea. Jesús saca a la luz a Dios. La verdad hace personas libres. El vivir en la mentira impide contemplar la luz que ilumina la existencia. Sólo la verdad puede llevar a un camino de fe, esperanza y caridad. [icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO CELEBRATIVO[/icon] Cristo es rey ha venido para dar testimonio de la verdad, para que los hombres la acepten y tengan plenitud de vida. Quienes lo acogen se comprometen con su reino, reino de paz y justicia reino de vida y de amor. Cristo ha venido a reinar en nuestra vida en nuestra familia en nuestro lugar de trabajo, en la escuela en la universidad. Él mismo nos ha hecho partícipes de su reino un don para todos y cada uno, quienes lo hemos aceptado en nuestra vida. Es el don precioso que nos ha hecho Dios, pero al tiempo se convierte en tarea que pertenece a cada uno. En Cristo, somos hijos de rey, y herederos de las promesas eternas. Nos recuerda nuestra dignidad. Como defensores y promotores de vida somos invitados a participar en el reinado de Cristo, de la nueva Jerusalén, precedida por los valores del reino que nos hacen sentir hermanos e hijos de Dios. Quien escucha a Cristo, sirve a la verdad, experimenta la libertad de los hijos de Dios y además se siente hermano de sus semejantes. Su poder lo ejerce en el servicio y con la fuerza de su amor. Su reinado se manifiesta en una liberación total de todo lo que oprime al ser humano. Jesús es el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte. Juan indica el motivo para escribir su evangelio: «para que tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31). Las señales que Jesús ha hecho, manifiestan la realeza y plenitud de vida en nosotros. Algunos signos los encontramos por ejemplo en la salvó al hijo del que estaba a punto de morir (4,46-54), curó al paralítico (5,1ss), ofreció el pan (6,1ss); son las señales de su realeza que brillarán en la cruz. Cristo Rey, se hace presente en nuestra vida, en el hoy de nuestra historia para darnos la vida en abundancia y el gozo de ser hijos de Dios. Es el rey prometido por Dios a la descendencia de David, que reinará para siempre. Lava los pies a sus discípulos y su dignidad la atestigua en el servicio, en la donación de su vida. Su realeza es servicio a la vida. Nos libera de toda forma de violencia, su modo de reinar devuelve al hombre su dignidad de hijo, su libertad como hermano en el amor. Somos hijos de Dios amados por el padre; él nos ofrece la gracia de ver lo esencial de la vida y aceptarlo para que reine siempre en nuestras vidas y nuestros lugares, donde somos protagonistas de vida. Pidamos la gracia de estar atentos en este mundo sordo, para saber escuchar su palabra que es vida, pues sólo en él podemos ver la realidad con fe, esperanza y caridad hacia la transformación de un mundo nuevo donde reine Cristo y hagamos presente la civilización del amor. Alabemos juntos a Dios porque nos ha demostrado la grandeza de su amor en su Hijo muy amado. Es Cristo, con su muerte en Cruz nos ha hecho partícipes del Reinado de Dios; en el anuncio del Reino de Dios entre nosotros. Don y tarea de quien proclama con su vida a Cristo Rey. [icon class='fa fa-play' link=''] Recomendaciones prácticas[/icon] Es importante recordar que cada uno de nosotros somos hijos de Rey. Participamos de su reinado. Por lo tanto cada persona tiene la dignidad de hijo e hija de Dios. Como canto de entrada se podría entonar: Anunciaremos tu reino, Señor, En Cristo podemos vencer todas y cada una de las batallas contra la tristeza, la angustia, la desesperanza, porque hemos abrazado en nuestra vida a Cristo Rey; fe, esperanza y caridad en nuestra vida. El formulario de la Misa es propio La invitación de orar por la vida consagrada, sus oraciones son necesarias. Concluimos el año litúrgico y daremos inicio al nuevo con la preparación para la navidad en el tiempo de Adviento. 6. Continuamos orando por el Sínodo de la familia, dando gracias a Dios por los frutos recogidos para que tengamos una Iglesia que las acompaña como signo de esperanza en sus luces y sombras.

Mié 18 Nov 2015

La realeza de Cristo está en la entrega a su pueblo

En el marco del cierre del año litúrgico y la Fiesta de Cristo Rey, el cardenal Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá, explica que el sentido de la realeza de Cristo se revela en el inmenso amor que tiene por cada uno de nosotros. "El Señor es rey porque entregó su vida para salvarnos, porque nos amaba", explicó el purpurado en su habitual reflexión de los domingos. Esta entrega del Señor también es un signo para que los creyentes crezcamos en la verdad, la justicia y la paz. "Estamos llamados a construir la paz, debemos dar la vida por los demás", animó el prelado a los creyentes [icon class='fa fa-youtube fa-2x' link='']Ir a lista de reproducción[/icon]