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crucificado

Vie 1 Abr 2022

Una humanidad crucificada

Por: Dario de Jesús Monsalve Mejía - Celebramos, en este 2022, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, desde la gracia de la fe, del Espíritu y la Iglesia. En el seno de esta humanidad e historia de hoy, signadas por la condena masiva de pueblos enteros a la masacre y al desarraigo, la Cruz y el Calvario de los crucificados se prolongan en un gigantesco “Viernes de Dolor” sobre la faz de la tierra. Los pueblos crucificados son la “continuación histórica del Siervo Sufriente", porque, como dice Jhon Sobrino, “al cargar con el pecado” de quienes convierten la humanidad en una pelea por la hegemonía, “se convierten en víctimas que comunican luz y salvación al mundo”. Sin caer en enfoques que reduzcan el don de la salvación en Cristo, o que justifiquen las cruces y el dolor de los pueblos como medios para lograr el bien de la humanidad, no podemos dejar de ver esta procesión mundial de crucificados a la luz de la vida, la cruz y la resurrección de Jesús. Estos pueblos son inocentes pasivos, víctimas del pecado personal, social e institucionalizado, que se traduce en desprecio y abuso por parte de quienes los someten al absurdo de las armas y del fracaso humano, disfrazado como guerra, subversión, insurgencia, contra insurgencia, empresa o iniciativa económica ilícitas. Son nuestros pueblos azotados por diversos actores armados, desplazados de su territorio o confinados en él, diezmados con asesinatos, reclutamiento y despojo. Son poblaciones como la de Ucrania y Rusia, sometidas por los tejemanejes internacionales a la enemistad, el odio, el sacrificio y la destrucción, con devastadores efectos en los países vecinos y en el bienestar mundial. ¿Podemos conmemorar la Pasión de Cristo, del Dios y Hombre hecho humanidad, solidaridad y salvación para todos, sin acoger este clamor de paz y por el cambio de culturas y de estructuras injustas? La Semana Santa 2022 nos haga comprender y experimentar en la vida personal la gracia de ser amados y perdonados, de ser hechos partícipes de la muerte y resurrección de Cristo, para que vivamos la vida como un continuo en sí misma, victoriosa ya sobre la muerte, sobre el odio y la culpa, abierta al ascenso infinito del espíritu que se absorbe la materia, encaminada hacia la perfección del amor y de la Alianza Eterna con Dios. No basta con “estar al pie de la cruz” ni con mirar desde la comodidad personal a quienes la cargan, en esta procesión de condenados a desgracia y muerte. Es necesario estar en la cruz misma, crucificados por la fuerza desmedida y generosa del amor al prójimo, a todo prójimo, sin excluir de la salvación, como despropósito del “perdón en Cristo”, a quienes tienen sus manos y mentes envenenadas de muerte y de codicia insaciable. ¡Tenemos qué ESTAR EN LA CRUZ! Ahí donde Jesús venció a las huestes del odio, del sinsentido y la inhumanidad. Ahí donde María estaba crucificada con el Hijo de sus entrañas, carne, huesos y sangre de su misma humanidad. Ahí donde el amor no puede serlo sino con el sobrepaso de todo sentimiento de odio, venganza, ira y mentira. Ahí donde impera la no violencia de quien está clavado de pies y manos para no ceder a la tentación de la fuerza. La comunión del Viernes Santo, unida a la Cruz proclamada en la Palabra, orada en la Oración Universal, y adorada con un gesto de amor ante el Santo Crucifijo, nos recoja este año a todos en intercesión por la humanidad entera, por las víctimas todas, incluidas las que la propaganda ideológica y mediática criminaliza y oculta para mantenernos divididos. Oremos unidos por la rendición de todo corazón humano ante el Corazón Sangrante de Jesús y el Inmaculado Corazon de María. Invito a todos a tener en sus manos, ante sus ojos, en sus oídos y corazones, la sentida e inspirada ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, hecha por el Papa Francisco el pasado viernes 25 de marzo, para consagrar a Rusia y Ucrania a la Santísima Virgen. Sea una infaltable oración de toda familia católica, en toda comunidad e institución, difundida por todos los medios posibles, el Viernes y Sábado Santo. La imagen de La Dolorosa, desde la noche del Viernes Santo y durante el gran silencio del día, en el Sábado Santo, nos recoja ante la Cruz y El Crucificado, quien en su santa resurrección nos muestra las manos con sus llagas y el costado abierto por la lanza. “Con Cristo estoy crucificado. Y no vivo yo: es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20). Ante una humanidad crucificada, nadie quede por fuera de nuestra súplica al Dios Misericordioso. El “PERDÓNALES” de Jesús esté en los labios de las víctimas y de todo creyente, que no solo se postra ante La Cruz, sino que crucifica en su corazón todo sentimiento y toda actitud contra sus semejantes. El “perdónanos como también nosotros perdonamos” resuene como oración común allí donde “dos o más se reúnan en mi nombre”. ¡Mi saludo, bendición y abrazo fraterno en esta Pascua! En el nombre, la presencia, la palabra, el poder y el Espíritu de Jesús, Amén. + Dario de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali.