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encíclica papa francisco

Mar 3 Nov 2020

“Hermanos todos”, un camino para reconstruir las relaciones entre los hombres, desde la fe (II)

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Deseo ofrecerles una segunda re­flexión sobre la Encíclica “Fra­telli tutti”, Hermanos todos, del Papa Francisco y, concretamente de sus enseñanzas en este impor­tante documento Pontificio. Estos elementos que nos regala el Santo Padre, nos permiten hacer una gran síntesis de la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones que se establecen entre las personas humanas, en­tre los hombres de la tierra. La enseñanza del Papa, nos presen­tan algunos elementos que son centrales en toda la enseñanza del Evangelio y de la Iglesia a lo largo de los siglos. Estos elemen­tos nos tienen que animar para fortalecer las relaciones entre los hombres, entre las diversas condiciones sociales e incluso entre las diversas religiones de la tierra. Es importante resaltar la realidad del amor que Cristo nos propo­ne, que nos regala en el Evan­gelio y que nos permite entrar en la centralidad de su mensaje y de su doctrina. El amor es la clave para la relación entre to­dos los hombres, para todos los pueblos de la humanidad. Todo el capítulo segundo de la Encíclica, que presenta al hombre herido y puesto en la sombra. Esta reali­dad del hombre herido es pre­sentada en varias oportunidades, permitiéndonos hacer una lectura de la realidad social desde la fe y desde el texto del Buen Samarita­no, expresamente. Es muy bello el uso del lenguaje en este aparta­do de la Encíclica, que nos lleva a la actitud de amor que debe dis­tinguirnos, donde vivamos “com­pasión y dignidad” Número 62. Partiendo de la reflexión sobre este texto bíblico nos hace mirar y reflexionar sobre la indiferencia y las actitudes que en el mundo de hoy nos tocan. Es importan­te resaltar como muestra, en su reflexión el Santo Padre, que el hombre tiene su origen en Dios como creador y que esta es la base de su dignidad, al ser ima­gen de Dios (n. 57). En su propuesta nos hace re­flexionar sobre la necesidad de acoger al extranjero, en una gran llama­da al amor fraterno (n. 61) y a acoger al “hermano herido”, donde se resalte la compasión y la dig­nidad de la persona humana (n. 62). De frente a las distintas realidades del mundo, y concretamente de cuanto vive el hombre de nuestro tiempo es necesaria la cercanía, el empeño, la propia capacidad de poner el “dinero del bolsillo” y ocuparse de las necesidades del otro para atenderlo (n. 63). Es uno de los pasajes más bellos de la Encíclica: El abandonado 63. Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el cami­no, que había sido asaltado. Pasa­ron varios a su lado, pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el co­razón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo an­sioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel día según sus necesidades, compro­misos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el he­rido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo. 64. ¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pare­ces? Nos hace falta reconocer la tenta­ción que nos circun­da de desentendernos de los demás; espe­cialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos anal­fabetos en acompa­ñar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbra­mos a mirar para el costado, a pa­sar de lado, a ignorar las situacio­nes hasta que estas nos golpean directamente. El Papa nos hace una llamada para atender al abandonado, para detenernos y saber que tenemos que cuidar de los demás, de aque­llos que sufren y, especialmente del que disturba, del que molesta o nos presenta problemas particu­lares. No podemos dar la espalda al dolor humano y las necesida­des de los otros (n. 65). La propuesta es novedosa, la creación de nuevas relaciones en­tre los hombres, como ciudadanos del mundo entero. Las relaciones entre los hombres nos hacen de­pender unos de otros, fortalecien­do las relaciones que Él llama, las relaciones del encuentro (n. 66). Hay una renovada expresión de lo mejor de la Doctrina social de la Iglesia, en la invitación a forta­lecer caminos de modelos econó­micos, políticos, sociales e inclu­so de tipo religioso para unir a los hombres (n. 69). Repasemos un apartado de la En­cíclica, que nos puede ser bien iluminador para entender el sen­tido de las enseñanzas de FRAN­CISCO. 67. Esta parábola es un ícono ilu­minador, capaz de poner de ma­nifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para recons­truir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta heri­da, la única salida es ser como el buen samaritano. Otra opción ter­mina al lado de los salteadores, o bien, al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabili­tan al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo, la pa­rábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludi­bles de la realidad humana. 68. El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se cir­cunscribe a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces ol­vidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción po­sible vivir indiferentes ante el do­lor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta ha­cernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad. El mundo en el cual vivimos ha creado exclusiones, de muchas formas y modalidades, que exclu­yen al hombre. Estas reflexiones, que continuaremos en nuestra si­guiente edición, nos permitirán entrar con atención en las ense­ñanzas muy actuales del Obispo de Roma. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta Lea “Hermanos todos”, un camino para reconstruir las relaciones entre los hombres, desde la fe (I) [icon class='fa fa-download fa-2x'] AQUÍ[/icon]

Jue 8 Oct 2020

Un adelanto a la nueva Encíclica del Papa Francisco

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Para los días que este artículo sea publicado, el Papa habrá ya firmado su nueva Encíclica (en Asís el 3 de octubre). Como es obvio, es adentrarse en un terreno que no conocemos, al no tener todavía el texto, aun así, intentemos sintonizar con el corazón del magisterio pontificio de Francisco. Por ello quisiera contextualizar la publicación de este documento pontificio. Tres Encíclicas A Fratelli tutti (Hermanos todos), la han antecedido la Encíclica Lumen fidei (La luz de la fe) que podemos considerar el enlace entre el pontificado de Benedicto XVI y su sucesor Francisco; y Laudato Si (Alabado seas), en la que Francisco, inspirado en aquel de quien tomó el nombre, presenta su apremiante llamado al cuidado de la Casa Común. Ahora, en el contexto de la crisis global que vivimos por causa de la pandemia del COVID-19, ve la luz su tercera Encíclica. En estos tiempos tan duros, el Papa ha sido un líder que ha elevado su voz para traer esperanza a la humanidad, para recordarnos que estamos juntos en esto y que sólo juntos podremos superar la tormenta. Pero el Santo Padre también ha llamado al mundo a la solidaridad, a superar los ánimos de dominación que a veces generan en muchos lugares del planeta tantas injusticias y sufrimientos, para propiciar las condiciones que hagan posible salir de la pandemia no pensando en volver atrás ni peores sino mejores en humanidad. Fe, Ecología integral y Fraternidad se vuelven un importante trípode para el magisterio del Papa Francisco que desde el primer momento no solo nos ha llamado, sino que nos ha dado ejemplo de ser una Iglesia que, movida por la fe, se pone en salida, misericordiosa y cercana especialmente con aquellas periferias existenciales a donde hemos de llegar para curar heridas. Fraternidad y amistad social Se ha informado que esta nueva encíclica desarrollará su argumentación sobre la amistad social. Vale la pena que recordemos los valores que sustentan esta vocación por la amistad social. El primero de ellos, por su puesto, es el de la fraternidad. El Papa ha venido recordando, inspirado entre otras cosas en el Pobrecillo de Asís, que todo está interconectado. Si bien la humanidad aparece como un prisma con tantas diferencias y matices, que muchas veces son justificación para tantas exclusiones y arbitrariedades, es evidente que hay algo ineludible que todos tenemos en común: la humanidad. Podemos distinguirnos por nuestra etnia, nuestra cultura, nuestras creencias, pero podemos reconocernos por nuestra humanidad. Es la fraternidad humana por la cual tenemos el imperativo moral de respetarnos, protegernos y acompañarnos, más allá de nuestras diferencias. Entendiendo que todos somos hermanos, se abren paso otros valores importantes: entre ellos, dos que hoy más que nunca nos convocan para superar juntos esta crisis. Uno de ellos es la solidaridad. Esta es definida por el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia como «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» (DSI, n. 193). Porque somos hermanos, no podemos estar moralmente tranquilos cuando hay otros seres humanos que sufren. Seguramente el Papa nos convocará una vez más a dejar de lado la autorreferencialidad para salir hacia el hermano y “tocar la carne herida de Cristo” en nuestro prójimo. Otro de ellos es la subsidiariedad. De este, el Compendio nos dice que «toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos» (DSI, n. 186). La comunidad humana debe ver la diferencia como una riqueza que embellece nuestra condición. Por este motivo, aquellos que tienen mayores recursos tienen el deber moral de “subsidiar” a quienes tienen menos, sin por ello creerse con el derecho de eliminar, subyugar o subestimar sus culturas, creencias, territorios. Esperemos con atención esta Encíclica y leámosla sintiendo en ella un llamado particular a asumir la responsabilidad que a cada uno le corresponde frente al otro y a los otros para que juntos sigamos construyendo la que san Juan Pablo II llamara “civilización del amor”. +Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo electo de Pasto Secretario General del CELAM