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sangre de cristo

Lun 4 Jul 2022

SUBSIDIO: Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

El domingo 19 de junio, la Iglesia Católica, en Colombia y otros países, celebran la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi), que tiene como finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Para animar esta celebración, el Departamento de Liturgia de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), con la colaboración de padre Diego Uribe, ofrece un subsidio como apoyo para la preparación y celebración de esta solemnidad.Este material va dirigido propiamente a los agentes de la pastoral litúrgica parroquial, en el que se ofrece un esquema para la celebración de la Misa, la procesión eucarística y la bendición eucarística. Claves para vivir esta solemnidad Al respecto de esta festividad religiosa y popular con más de 700 años de historia, el padre Jairo de Jesús Ramírez Ramírez, director del Departamento de Liturgia del Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano (SPEC), exhorta para que el Corpus Christi haga de todos mejores seres humanos y caritativos. En este contexto, proponetres accionesconcretas para que los fieles vivan este día:participar en la Sagrada Eucaristía; haceroración personal, guiados por la palabra de Dios; yvisitar a los enfermos. Descargar SUBSIDIO

Lun 31 Mayo 2021

“Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza”

EL CUERPO Y LA SANGRE SANTÍSIMOS DE CRISTO Junio 6 de 2021 Primera lectura: Éx 24,3-8 Salmo: Sal 116(115),12-13.15-16.17-18 (R.13) Segunda lectura: Hb 9,11-15 Evangelio: Mc 14,12-16.22-26 I. Orientaciones para la Predicación Introducción De la Palabra de Dios que se nos ofrece para esta solemnidad del Cuerpo y Sangre Santísimos de Cristo, se pueden resaltar tres grandes ideas contenidas en cada una de las tres lecturas: • “La sangre de la Alianza” (Ex 24, 3-8), • “Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza” (Hb 9,11-15), y • “Esta es mi sangre de la Nueva Alianza” (Mc 14,12-16.22-26) 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? “La sangre de la Alianza” (Ex 24, 3-8): Era frecuente entre los pueblos ratificar los pactos mediante un rito o un banquete. En este pasaje del libro del Éxodo se narra un rito con banquete mediante el cual queda sellada la Alianza. Este rito tiene lugar en la cercanía del monte, considerado un lugar sagrado; Moisés se presenta como un intermediario, pero los protagonistas son Dios y su pueblo. La ceremonia tiene dos partes bien significativas: a) la lectura y aceptación del decálogo, b) el sacrificio que sella el pacto. La aceptación del decálogo por parte del pueblo se hace con toda solemnidad, usando una formula ritual: “Haremos todo lo que ha dicho el Señor”. Posteriormente, el pueblo es rociado con la sangre del sacrificio, de esta manera queda asegurado el vínculo a la Alianza. Al distribuir la sangre a partes iguales entre el altar, que representa a Dios y el pueblo, se quiere significar que ambos se comprometen a las exigencias de la Alianza. Cuando Moisés rocía con la sangre del sacrificio al pueblo entero, lo está consagrando, haciendo de él “propiedad divina y reino de sacerdotes”. Jesucristo, en la última Cena, al instituir la Eucaristía, utiliza los mismos términos: “sangre de la Nueva Alianza” (Cf. 1 Cor 11, 23-25), indicando la naturaleza del nuevo pueblo de Dios, que, habiendo sido redimido, es ahora el “Pueblo santo de Dios”. “Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza” (Hb 9,11-15): En la Antigua Ley tanto el sacrificio expiatorio como el ritual de una Alianza exigían el derramamiento de sangre. El autor de la Carta a los Hebreos manifiesta que la mediación sacerdotal de Cristo es la única que puede lograr el perdón de los pecados y el acceso de los hombres a Dios, porque derramó su propia sangre para ratificar la Nueva Alianza. El cristiano puede hacer también de su vida un sacrificio para Dios, uniéndose al sacrificio de Cristo. En otras palabras, la santidad del cristiano deriva directamente del sacrificio del Calvario. Conviene recordar que la Santa Misa es la renovación de este único sacrificio de Cristo, pero no reiteración al modo de los antiguos sacrificios: el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio. Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz; sólo difiere la manera de ofrecer (Cf. CEC 1367). “Está es mi sangre de la Nueva Alianza” (Mc 14,12-16.22-26): El evangelista Marcos es el más sobrio de los evangelios sinópticos (Mt 26,26-29; Lc 22, 14-20) y de la tradición paulina (1Cor 11,23-26) a la hora de narrar la institución de la Eucaristía. La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres por medio del “cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) y el sacrificio de la Nueva Alianza que devuelve al hombre la comunión con Dios reconciliándole con Él por “la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28). Jesús estaba reunido con sus discípulos celebrando la Pascua judía, que recordaba la liberación de la esclavitud de Egipto y el paso del Mar Rojo hacia la tierra prometida. En esa cena judía el pan se comía sin levadura, se preparaba un cordero y los alimentos se acompañaban con el vino. Jesús aprovecho esos elementos para darle un nuevo significado. Por eso dice el texto: “mientras cenaban, tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y todos bebieron de él. Y les dijo: Ésta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos” (Mc 14,22-24). Con Cristo el pueblo cristiano vive su Pascua, es decir, el paso ya no del Mar Rojo, pero sí del pecado a la Gracia, de las tinieblas a la Luz. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? La fiesta del Corpus Christi es inseparable del Jueves Santo, de la misa in Caena Domini, en la que se celebra solemnemente la institución de la Eucaristía. Mientras que en la noche del Jueves Santo se revive el misterio de Cristo que se entrega a nosotros en el pan partido y en el vino derramado, hoy, en la celebración del Corpus Christi, este mismo misterio se presenta para la adoración y la meditación del pueblo de Dios, y el Santísimo Sacramento se lleva en procesión por las calles de la ciudad y de los pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el reino de los cielos. Lo que Jesús nos dio en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no es sólo para algunos, sino que está destinado a todos. ¡Que nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Que nuestras casas sean casas para él y con él! Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una bendición grande y pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. ¡Que el rayo de su bendición se extienda sobre todos nosotros! 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? En la procesión del Corpus Christi, acompañamos al Resucitado en su camino por el mundo entero. Y, de este modo, respondemos también a su mandato: «Tomad y comed… Bebed todos» (Mc 14,12-16.22-26). No se puede «comer» al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de quien es el Señor, de quien es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración y procesión forman parte, por tanto, de un único gesto de comunión; responden a su mandato: «Tomad y comed». II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa La Iglesia está de fiesta hoy al celebrar, honrar y venerar la presencia de Cristo en el sacramento de la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre. Participar en este encuentro con el Señor nos impulsa a ser sacramento de amor y de unidad. Con alegría continuemos esta celebración. Monición a la Liturgia de la Palabra La liturgia de la Palabra nos presenta cómo del corazón de Cristo, de su «oración eucarística» en la víspera de la pasión, brota el dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmica, humana e histórica. Todo viene de Dios, de la omnipotencia de su Amor uno y trino, encarnada en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esta razón él sabe dar gracias y alabar a Dios, incluso, ante la traición y la violencia, y de esta forma cambia las cosas, las personas y el mundo. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Acudamos a nuestro Padre Dios, por mediación de Cristo que invita a todos a su Cena y en ella entrega su Cuerpo y su Sangre para la vida del mundo, digámosle: R. Cristo, Pan bajado del cielo, danos la vida eterna 1. Por el Romano Pontífice Francisco, obispos, sacerdotes, religiosos para que unidos por el Cuerpo y la Sangre de Cristo formen una sola familia, roguemos al Señor. 2. Por los gobernantes de las naciones, para que rijan los destinos de los pueblos con equidad y justicia, roguemos al Señor. 3. Por los que sufren, para que sepamos compartir con ellos nuestro pan de cada día, anuncio del Pan de vida eterna, roguemos al Señor. 4. Por toda la asamblea del pueblo de Dios, invitados a la mesa del Señor, para que el Pan de la Palabra y de la Eucaristía disponga nuestro corazón en ayuda a los más necesitados, roguemos al Señor. En un momento de silencio presentemos nuestras intenciones personales. Oración conclusiva Padre misericordioso, recibe estas suplicas que te presentemos con fe y esperanza en esta solemnidad del Cuerpo y Sangre de tu Hijo, Jesucristo, quien vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.

Sáb 20 Jun 2020

La Solemnidad del Corpus

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Estos días, celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Preciosa Sangre de Cristo. Es la fiesta que conocemos habitualmente como el CORPUS. Una celebración que nos hace poner de frente al gran misterio de la Eucaristía. Don precioso que Dios nos ha regalado el Jueves Santo, en la última cena. En la Santa Misa revivimos y hacemos memoria de este mandato del Señor. Es un encuentro personal, directo y real con el Señor Jesús que nos salva y redime. El Señor ha deseado quedarse con nosotros en la Eucaristía para ser alimento, para ser bebida, pero de vida eterna, con sus mismas palabras (ver Juan 6, 51-58). En esta celebración rendimos culto público a Cristo, presente en la Eucaristía. Solemnemente proclamamos la presencia de Cristo en las especies eucarísticas y lo ponemos en el centro de nuestra comunidad, lo llevamos por las calles de nuestra ciudad simbólicamente. Poniendo a Cristo y reconociéndole como Señor. Este año tiene una connotación particular, pues no podemos hacerlo masivamente, no podemos salir en peregrinación, como tradicionalmente lo hemos hecho. Antes de la procesión, en la celebración de la Santa Misa celebramos el misterio de la muerte de Cristo, un sacrificio único por el cual Cristo “muriendo, destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida” (Prefacio de Pascua I). Es una ofrenda, un sacrificio, que se ofrece en la Santa Misa. Podemos decir que esta fiesta tiene dos momentos, nos marca dos profundos horizontes y que nos permiten crecer espiritualmente. Nos hace entrar profundamente en el misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y nos hace valorar este sacramento de vida en el que participamos. Nos entra en la celebración en sí misma. En segundo momento, nos hace llevar a Cristo Eucaristía por el camino del mundo, desde que comenzó en Lieja, en Holanda, en 1264 esta tradición. Es como el camino del pueblo de Dios en el Desierto. La prueba y el hambre que es saciada por Dios con el maná, el nuevo alimento del cielo que es vida para los hombres. Dios está en el recuerdo de la historia de los hombres. La Eucaristía, nos hace participar de estas bendiciones de Dios, por la presencia misma de Cristo. En este día piadosamente ponemos la presencia de Cristo entre nosotros, lo llevamos como un tesoro precioso en el camino de la historia humana. Repetiremos con fe: Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Llevamos un Pan, no un pan cualquiera, el PAN DE VIDA; VIDA PARA EL MUNDO. Un pan que alimenta y da valor a los hombres para la lucha en el camino de la vida de fe. En el origen de esta fiesta, estaba la adoración: muchos no podían comulgar y adoraban, comprendían el misterio de la vida que se escondía en el PAN DE CRISTO, el Cuerpo de Cristo nos alimenta y nos sacia, nos da la vida eterna. Ha servido también para compartir, para vivir profundamente la caridad entre los hermanos. Se ponen bienes de alimentos, para que muchos puedan alimentarse gracias a la caridad. Cristo se hace PAN Y VINO para nosotros. En el marco de la celebración de la Pascua Judía, siguiendo un particular rito que comporta el uso del Pan Ázimo y del Vino, como signos particulares de la gracia y de la bondad de Dios para con su Pueblo, quiere quedarse con nosotros el Señor. En el Pan, se nos confía un “banquete de amor”, el “sacrificio nuevo de la alianza eterna”, miramos también y adoramos a Cristo presente en el vino, en su Sangre preciosa, que nos redime y nos salva. Es la sangre del cordero, inmaculado, limpio y puro que se ofrece por todos nosotros en el sacrificio de la cruz y que renovamos siempre en cada una de nuestras celebraciones. Esta fiesta está unida también a la fiesta de la Sangre del Señor, Sangre que nos redime y nos limpia, nos salva y nos pone nuevamente de frente al plan de Dios. La Iglesia como en un lienzo blanco y primoroso, recoge el Cuerpo de Cristo y su Sangre, para custodiarlos y repartirlos a todos como don de vida eterna. En estos dos alimentos, humanos y universales por excelencia, experimentamos el amor de Dios y su constante misericordia. En un poco de pan y en un poco de vino, recibimos el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo que nos nutren en el camino de fe y esperanza, viviendo nuestra vida cristiana, para acompañarnos hasta el cielo. Hermanos que aprendamos a ADORAR, a contemplar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía. Que todos reconozcamos la Victima santa y única que se ofrece sobre el altar. Que todos aprendamos a experimentar la presencia vivificante de Cristo en la Eucaristía, a recibirla piadosamente y anhelar poder celebrar prontamente, con las puertas de nuestros Templos abiertas para todos, protegidos por Dios en la precariedad de la vida. Adoremos devotamente la presencia de Cristo en las especies Eucarísticas. Bendito, alabado y adorado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta