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Opinión

Vie 2 Jul 2021

Un mundo sin alma

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo -En varios países del mundo se está dando, desde hace algunos años, una movilización social, que ahora está presente también en Colombia. A esto se añade la tensión producida por la violencia que nos ha azotado en las últimas décadas y las preocupantes situaciones generadas a partir de la pandemia del Covid-19. Todo va alimentando la reacción agresiva de las masas, puede ser con motivaciones acomodadas o aun sin razones concretas, pero en el fondo señalando que algo no funciona bien. Este descontento que está paralizando el país, que promueve un vandalismo que destruye servicios indispensables que entre todos hemos construido, que saca lo mejor y lo peor de las personas, más que a situaciones particulares, se debe a las formas de vida que ha generado un modelo de civilización, cuyos únicos valores y fundamentos son económicos, tecnológicos y políticos. Así se ha creado una sociedad injusta, donde sólo una pequeña parte de la población aprovecha toda la riqueza y para ello utiliza el poder político. A esto se suma la corrupción en el manejo del estado y en la actuación de no pocos servidores públicos, quienes en lugar de pensar a profundidad en la organización y el desarrollo integral de la sociedad, en lamentables componendas políticas, dilapidan los recursos y aceptan todo lo que impongan grupos internos o agendas foráneas, que les permiten detentar el poder y todos sus beneficios. Así quedamos todos bajo unos estereotipos impuestos por unas elites que, con diversos intereses, se pelean el mundo. De otra parte, la búsqueda de comodidad, de lujos y de hedonismo, transformó la vida en un ámbito comercial, donde no se encuentra ni el verdadero concepto ni la forma adecuada de alcanzar la felicidad personal y el bienestar de todos. Esa falta de respeto por la dignidad humana, de ausencia de solidaridad entre todas las personas y de creciente insatisfacción, llega a un punto intolerable. Entonces, los estallidos sociales muestran que estamos frente a un modelo de sociedad mal construido, que debe cambiar. Ante esta realidad, por supuesto, los gobiernos y toda la sociedad deben realizar un dialogo serio para recomponer lo que marcha mal; la clase económica debe patrocinar proyectos audaces para ayudar a los sectores más vulnerables y superar la inequidad; todos debemos propiciar diversas iniciativas para ayudar a quienes están sin los recursos indispensables y aún sin la fortaleza interior para vivir. Pero es preciso pensar que esto no basta y que con el tiempo seguirán creciendo los problemas morales y sociales, que generan indignación y llevan a estallidos imparables. Es preciso ir al fondo. El mundo no puede ser un cuerpo sin alma. La persona humana tiene el deber moral de trabajar sobre sí misma para tener gobierno de su mundo interior a partir de la conciencia; de lo contrario, los instintos y pasiones nos deforman, esclavizan y enfrentan unos contra otros. La visión que, en gran parte, ha construido la sociedad de hoy sólo ha pensando en un bienestar exterior. Si no hay un referente trascendente es imposible encontrar sentido, la calidad humana disminuye, muchos grupos humanos quedan sin protección y sin futuro y la verdadera justicia social nunca llega. La sociedad ha sido víctima de un engaño: creer que la producción y generación de riqueza era el sentido mismo de la vida. Esa dinámica nos puso en una permanente ansiedad, en un terrible individualismo y por último en una lamentable polarización y confrontación. Junto a esto una creciente secularización nos volvió la vida más compleja, más acelerada, más frívola y más triste. La vida se empobreció al desvanecerse los conceptos esenciales de sabiduría, de virtud y de trascendencia. Cada uno inventando el sentido para vivir y muchos mendigándolo en ideologías, que siendo sólo ideas, no pueden responder a la realidad integral de la persona. Ciertamente es preciso atender los problemas inmediatos, pero es necesario pensar también en una respuesta a fondo. La alegría de vivir, la fraternidad, la unidad en torno al bien común no se logran por una campaña publicitaria, ni por la promulgación de una ley, ni por la manipulación ideológica con los potentes medios de hoy, menos todavía por una revolución violenta. La vida verdadera sólo puede venir al mundo por una larga transformación cultural que vaya dando a las personas la sabiduría para vivir bien y la motivación para conducir rectamente su vida. Ahí está el gran servicio de la Iglesia a la humanidad. Es preciso que nosotros veamos claro y que actuemos con más audacia. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 29 Jun 2021

Oremos por Santiago de Cali

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - El próximo 25 de julio será la fiesta de Santiago Apóstol y la celebración de los 485 años de la fundación de Santiago de Cali, nombrada así por el conquistador Sebastián de Belalcázar, en honor al Santo Patrono de España. Por caer en día Domingo, se iniciará un nuevo año jubilar del Camino de Santiago de Compostela, centro espiritual de peregrinos llegados de todo el mundo. En el marco de nuestras realidades, que unen la tragedia histórica de una violencia armada y sangrienta con una espantosa pandemia, que sobrepasó los más de cien mil muertos en Colombia y que pasa por los más altos y peligrosos picos de contagio, convoco a orar, durante este mes, por Santiago de Cali y por nuestra sufrida patria, especialmente en las jornadas conmemorativas del 20 y del 25 de julio. La Arquidiócesis de Cali ha estado muy presente y activa en el acompañamiento a los más débiles desde el inicio de la pandemia. Igualmente, nos hemos prodigado en el acompañamiento a la ciudad, a nuestras poblaciones y a la región durante este tiempo de protesta y paro. Hemos y nos han contactado sectores sociales de manifestantes, especialmente en todos los mas de 40 “puntos de resistencia” en Cali, Jamundí y Yumbo; de los empresarios, de las universidades, de la institucionalidad estatal en cada nivel; de la policía y fuerza pública, de la comunidad internacional y de algunos medios de comunicación. Han sido múltiples las reuniones presenciales y virtuales, durante esta tremenda crisis sanitaria, social, urbana, económica y política. Hemos vivido con el corazón pegado a los acontecimientos de cada día y con la plegaria, silenciosa pero constante, en el marco del confinamiento pandémico, por toques de queda y por movilizaciones que han sacudido a la sociedad local y nacional. Hemos llorado por las tragedias del covid, incluso con la muerte también de nuestros obispos, sacerdotes, diáconos, familiares y allegados que no lograron superar el contagio. Y ni qué decir por la apabullante sensación de impotencia y de fracaso en la que nos sumen los asesinatos, los miles de heridos, los desaparecidos, los encarcelados, los que han tenido que huir y refugiarse, incluso en el extranjero. Con inmensa tristeza y enorme preocupación vemos una Cali semidestruida, dañada gravemente en su humanidad e imagen mundial como ciudad, afectada en su coexistencia diversa y en su débil convivencia social; irreconciliable, hasta ahora, en sus extremos clasistas, en sus diversidades y diferencias étnicas y culturales, ideológicas y partidistas. Hay demasiado atrincheramiento y subsisten intransigencias de intereses y de poder, espíritus de revancha y de revocatorias, desinformación y descalificación al peor estilo. Duele de veras que sea así y empiezo por cuestionarme a fondo yo mismo, nosotros como Iglesia, sobre nuestro testimonio y labor, sobre nuestra transmisión del Evangelio y de religiosidades, como mero barniz, en no pocas consciencias, familias, escuelas, seminarios, universidades, medios masivos y grupos humanos. Todos los sectores deberíamos entrar en un sincero examen de consciencia ante este panorama. Por fortuna, algunos ya lo han iniciado, así sea aún muy débil su cambio de actitud. Una revalidación a fondo de la vida y dignidad de todo ser humano, empezando por el que uno mismo es, del ejercicio de la libertad y el freno a los abusos de las libertades y derechos, a los excesos y defectos; del recurso a la fuerza y al siempre amenazante porte y tenencia de armas. Hay que tomar decisiones, renovar renuncias claras, contundentes, de un no de por vida, y compromisos aún más firmes y profundos con un sí desde el alma y el corazón. Necesitamos un nuevo bautismo, no de agua ni de sangre, sino de Espíritu Santo y de lágrimas, de reencuentros y perdón, de esperanza y mañanas mejores. Necesitamos incluirnos todos en esa religión del prójimo que es la de Jesús y de Dios. Muchas cosas necesitamos lograr juntos: una sostenibilidad económica colectiva, de hogares, personas e instituciones. Una restauración de la vida de parejas, esposos y familias, base del ordenamiento afectivo, sexual, social, productivo y económico de toda sociedad. Una inclusión, con coberturas cada vez más completas, de niños, adolescentes y jóvenes, en educación, salud, recreación, capacitación laboral y empleo o trabajo garantizado. Junto a esto, es urgente, apremiante, rehacer la movilidad, superando la “guerra del transporte” que se evidencia con el rechazo a la actual forma del masivo y la proliferación espantosa de informalidad y de modalidades inhumanas para transportar niñez, mujeres, ancianos, familias enteras, hasta con sus mascotas y mobiliarios sobre una moto. Esta podría ser la oportunidad para transformar algo tan vital, tan de la entraña de la escucha y la participación comunitaria, territorial. ¡Es urgente! Tenemos que superar la “guerra de superficies comerciales” que está viviendo Cali, en desmedro de lo propio, de la tienda de cuadra y el supermercado de barrio. La competencia no se puede convertir en un desequilibrio entre el monopolio y el débil, entre el derecho residencial y el empuje al mercadeo total, informal y con guerra de precios, máxime cuando no hay garantía de ingresos y de dinero limpio para un grueso inmenso de gentes. La “necesidad” absoluta del dinero corrompe a la fuerza a las sociedades que han destruido sus fuentes primarias de subsistencia humana. La protesta social esconde un reclamo moral contra el abuso del poder económico concentrado y monopolizado. Un diálogo sobre estos asuntos urge a Gobiernos, Cámaras de Comercio y Superintendencias, con conocedores de lo social y exponentes comunitarios. No pretendo ser exhaustivo. Y suspendo aquí para renovar la invitación a vivir el mes de julio como una “misión de paz urbana”, con encuentros comunitarios en los territorios y puntos, en los barrios y estratos afectados más directamente en esta crisis, en el manejo social de la misma. Haremos programaciones a aire abierto, en los cuatro puntos cardinales de Cali y en los lugares céntricos de Yumbo y Jamundí. Hagamos del 20 de julio, día de la Patria, y del 25, día de Cali, jornadas de espiritualidad ciudadana y de sanación de afectos familiares y de vecindarios, como nos lo pide el Papa Francisco. Si se empezó el paro del 28 de abril con el derribamiento de la estatua de Belalcázar, no se haga cosa igual con lo del símbolo de la “resistencia”. Con tolerancia sobre memorias diversas y opuestas, dejemos también las simbologías que reflejan aún los signos de nuestras tragedias de violencias y decapitaciones, tan horrendas, y quizás sean las palabras y los textos, no las imágenes inertes y polémicas, los que expresen nuestras divergencias y nuestra voluntad de cambiar la vida, antes que el mero paisaje. “Apóstol Santiago, patrono de Cali: Ruega por nosotros, habitantes y ciudadanos de esta urbe. Muévenos a superar diferencias y a reconstruir juntos una mejor y más fraterna ciudad. Amén”. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Vie 25 Jun 2021

El Papa y los jóvenes. Un llamado a la esperanza

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Después de un mes de constantes manifestaciones sociales, en las que los jóvenes han sido incuestionables protagonistas, bien vale la pena hacer unas consideraciones en el entendido de buscar sacar siempre lo mejor que la crisis nos puede mostrar. En la Exhortación Cristo vive, publicada luego del sínodo de los jóvenes en 2019, el Papa Francisco dirige con esperanza su voz a la juventud en medio de sus luchas e incomprensiones. Hago eco de ese mensaje: El riesgo y la virtud del mundo digital Frente al mundo digital, el Papa dice: «es verdad que el mundo digital puede ponerte en el riesgo del ensimismamiento, del aislamiento o del placer vacío. Pero no olvides que hay jóvenes también que en estos ámbitos son creativos y a veces geniales» (CV, 106). Y advierte de no caer en la trampa que los ambientes digitales traen: «terminar siendo más de lo mismo, corriendo detrás de lo que les imponen los poderosos a través de los mecanismos de consumo y atontamiento» (Cf. CV, 107). Ante esto, el Santo Padre invita: «Atrévete a ser más, porque tu ser importa más que cualquier cosa». Esto implica no quedarse en “ser una fotocopia” sino plenamente “uno mismo”. El valor de darse El Papa Francisco plantea que, «para que la juventud cumpla la finalidad que tiene […] debe ser un tiempo de entrega generosa, ofrenda sincera», y hace eco de una poesía de Francisco Luis Bernárdez: Si para recobrar lo recobrado debí perder primero lo perdido, si para conseguir lo conseguido tuve que soportar lo soportado, si para estar ahora enamorado fue menester haber estado herido, tengo por bien sufrido lo sufrido, tengo por bien llorado lo llorado. Porque después de todo he comprobado que no se goza bien de lo gozado sino después de haberlo padecido. Porque después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado. El poder de trabajar juntos Finalmente, frente a la tentación de enfrentar solitarios al mundo y los peligros con los que aun se luchan desde adentro, el Papa propone la fuerza del grupo, de la comunidad. Y les dice a los jóvenes: «ustedes unidos tienen una fuerza admirable. Cuando se entusiasman por una vida comunitaria, son capaces de grandes sacrificios por los demás y por la comunidad» (CV, 110). Todo esto no puede asumirse olvidando las raíces, la historia – no se construye en el aire: el pasado trae luces que inspiran y sombras que no se pueden borrar para no repetirlas –. Y sobre todo, el valor de los ancianos: dialogar con su experiencia. Escucharlos. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Diócesis de Pasto

Lun 21 Jun 2021

¡Sagrado Corazón de Jesús; en Vos confío!

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - En el mes de junio, la Iglesia dedi­ca especial atención al Sagrado Corazón de Jesús, fortaleciendo la vida espiritual de los creyentes en torno a Nuestro Señor Jesucristo. La imagen del Sagrado Corazón nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su corazón y todo lo que nosotros le debemos amar, como respuesta de nuestra parte a ese amor in­condicional. Esto significa, que debemos vivir de­mostrándole a Jesús con nuestras obras que lo amamos, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene y que nos ha demostrado entregándose a la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaris­tía y enseñándonos el camino a la vida eterna. Todos los días podemos acercar­nos a Jesús o alejarnos de Él. De noso­tros depende estar cerca del Señor, ya que Él permanece fiel a sus promesas para con nosotros y siempre nos está esperando y amando. Debemos vivir recordando en cada ins­tante, el amor de Jesús que brota de su corazón y pensar cada vez que actua­mos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, ¿qué le dictaría su corazón? Y eso, es lo que debemos hacer ante un problema en la familia, en el trabajo, en nuestra comu­nidad, con nuestras amistades, etc. Debe­mos, por tanto, revisar constantemente si las obras o acciones que vamos a hacer nos alejan o acercan del amor de Dios. De parte del Señor, Él siempre perma­nece fiel brindándonos su amor pleno, el cual brota de su corazón, con actitud de acogida en todas las circunstancias y sufrimientos por los que pasamos. Vivi­mos momentos difíciles, a causa de esta pandemia que ha dejado sufrimiento y dolor. También en Colombia, estamos pasando por situaciones complejas de violencia y dificultad que nos hacen sufrir. Todas estas situa­ciones difíciles, nos tienen que ayudar para volver nuestra vida a Dios, para mirar su corazón traspa­sado y reconciliarnos, primeramente, con el Se­ñor, para recibir su perdón misericordioso y vivir en paz con Él, con nosotros mismos y con los demás. Él siempre nos espera, como el Padre misericordioso del Evangelio esperó al hijo pródigo, a cada uno de nosotros nos dice permanentemente: “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y hu­milde de corazón, y encontrarán des­canso para su vida. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28 -30). No hay nada más agobiante que el peca­do en la propia vida, que causa desastres y destruye la propia existencia, dete­riorando la relación con Dios y con los demás; por eso hay que descansar en las manos de Dios, recibiendo la gracia del perdón por nuestros pecados y el alivio que brota del corazón amoroso de Jesús. El Papa Francisco en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús del 2014, nos ha enseñado que el amor y la fidelidad del Señor manifiesta la humildad de su corazón, que no vino a conquistar a los hombres como los reyes y los po­derosos de este mundo, sino que vino a ofrecer amor con mansedumbre y hu­mildad. Así se definió el Señor: “Aprendan de mí, que soy manso y humil­de de corazón” (Mt 11, 29). En este sentido, hon­rar al Sagrado Corazón de Jesús, es descubrir cada vez más la fidelidad hu­milde y la mansedumbre del amor de Cristo, reve­lación de la misericordia del Padre. Podemos expe­rimentar y gustar, dice el Papa Francisco, la ternura de este amor en cada estación de la vida, en el tiempo de alegría, en el de tristeza, en el tiempo de la salud, en el de la en­fermedad y la dificultad. La fidelidad de Dios nos enseña a acoger la vida como acontecimiento de su amor y nos permi­te testimoniar este amor a los hermanos mediante un servicio humilde y sencillo. Se necesita de la humildad y la manse­dumbre del corazón de Jesús para volver a tomar el rumbo de Colombia frente a tanta dificultad y confusión por la que pasamos. Todos necesitamos del per­dón y la reconciliación que vienen del corazón amoroso de Jesús para vivir en Paz en nuestras familias y en Colombia. Cuánto bien nos hace dejar que Jesús vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a amarnos los unos a los otros, con el corazón de Jesús. Esto es lo que ne­cesitamos todos los colombianos en esta hora de confusión y de dolor. La Revelación nos manifiesta que el Hijo único de Dios quiso asumir un corazón de carne, precisamente para convertirse en el mediador deseoso de la realización de nuestra reconciliación. Este corazón quiso conocer y experimentar la des­integración de la muerte y el odio de la humanidad a fin de cumplir en nosotros su voluntad redentora, reconciliándonos con nosotros mismos, con nuestros her­manos y con Él mismo y con su Padre. Aceptó, pues, detener, en la muerte, sus latidos amorosos para darnos, con la san­gre y el agua de los sacramentos, el Es­píritu, que es la reconciliación en forma de remisión de los pecados (Jn 19, 30.34; 20, 22-23), el Espíritu de Amor, que es el soplo vivificante de su corazón, que nos lleva a la verdadera paz. Cristo no murió para dispensarnos de sufrir y morir, sino para que pudiésemos con Él, amar al Padre, incluso en nues­tros sufrimientos, en nuestras dificulta­des y en los momentos de Cruz, a pesar de nuestras debilidades y de nuestros pe­cados. De aquí, la institución del sacra­mento de la penitencia reparadora de la gracia, que nos da la capacidad de amar con un corazón manso y humilde como el de Jesús. La gracia que nos da la absolución sacra­mental, la recibimos como una palabra que nos libera de la esclavitud del peca­do que nos divide y vacía el corazón del odio y resentimiento, para darnos la ca­pacidad de amar con el corazón de Jesús. El penitente que carga sobre sí el yugo de Cristo, experimenta su suavidad, lo liviano del peso que su mandamiento del amor pone en sus hombros. Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo por el corazón de Cristo. Dios Padre, en efecto, es quien, en el corazón de Cris­to nos perdona, no tomando en cuenta nuestros pecados. Es por esto, que la Iglesia nos suplica, por las entrañas de Cristo: Dejémonos reconciliar con Dios y nos invita a confiar en el Señor, repi­tiendo siempre: ¡Sagrado Corazón; en Vos confío! En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis Málaga Soatá y Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

Jue 17 Jun 2021

Vivamos una nueva oportunidad

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Atravesamos, a primera vista, un momento confuso y difícil. Vivimos situaciones que cada día nos alejan de lo que teníamos y hacíamos antes. Sin entrar en un análisis de fondo, podemos sintetizar en hechos concretos la realidad que nos preocupa: el aumento de los enfermos por Covid-19 hasta una ocupación total de los hospitales, la ausencia y aumento de los que mueren cada día, la situación de desempleo y pobreza que pasan muchas familias, el clima de angustia y de agresividad que se vive en algunos hogares. También vemos que la vida social está turbada por la acción de grupos al margen de la ley, la fragilidad de la institucionalidad, la polarización política, el descontento con algunos gobernantes y servicios, la mentira y el engaño con informaciones falsas, el incremento del consumo de drogas, la proliferación de robos y acciones abusivas contra la población. A esto habría que añadir la indisciplina social para afrontar esta pandemia y la incertidumbre frente al presente y el futuro. Sin embargo, no podemos despistarnos frente a nuestro tiempo, el que hemos configurado y el que Dios ha permitido. Esta es nuestra hora y ésta es la página de la historia en las que debemos hacer presente el proyecto de salvación que anuncia el Evangelio. No debemos caer en el pesimismo de que no podemos hacer nada o en la inactividad esperando que vengan nuevas posibilidades. Nada está perdido. Estamos en un tiempo de creación y, aunque con un parto doloroso, un nuevo mundo se puede abrir ante nuestros ojos. Esta es una ocasión para purificarnos de tanto egoísmo, para ir a lo esencial, para integrarnos a partir de metas verdaderas, para asumir el cambio profundo que necesita nuestra inequitativa y superficial sociedad. Hemos estado muy dispersos y enceguecidos por cosas inútiles y a veces verdaderamente perversas. Este puede ser un momento decisivo en el que, los que no entendamos o asumamos en serio este llamamiento a construir una nueva humanidad, podemos fracasar; me refiero a personas e instituciones. A nivel de nuestra Iglesia arquidiocesana y de la misión pastoral que nos incumbe, que también están seriamente afectadas por esta situación, tenemos muchas tareas concretas para realizar y que, a la vez, son un gran aporte al bienestar de toda la sociedad. Lo primero es crecer en una profunda espiritualidad que nos una verdaderamente a Dios y nos haga más fuertes y disponibles para el servicio. Luego, mantener, perfeccionar e incrementar los programas pastorales, que con esfuerzo hemos venido desarrollando. Esta es la mejor forma de acompañar y de ofrecer vida a nuestra comunidad. Y esto lo podemos desplegar en muchas acciones precisas, necesarias y de gran eficacia: los templos abiertos con una liturgia viva y espacios de oración, la atención a los niños y a los jóvenes, las zonas de escucha y de celebración de la Confesión, las homilías que den sentido y fortaleza para vivir este momento, los programas de ayuda a familias y personas necesitadas, la animación de grupos y pequeñas comunidades, el trabajo apostólico con los enfermos y con sus cuidadores, la acogida de las exequias como un momento de consolación y de esperanza. Si estamos asentados en la roca fuerte de la fe, seremos capaces de aligerar el equipaje, lograremos enfrentar el sufrimiento y las carencias con espíritu de pobres, sabremos dar respuesta a lo que venga aunque no sepamos todavía qué es lo que viene. En cambio, fracasaremos si nos mueven pasiones pasajeras: el afán de dinero, la indiferencia y la desidia, la soberbia y el aislamiento, la murmuración y el miedo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 16 Jun 2021

¡Que se nos den oportunidades!

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - No soy historiador de academia, pero sí un sacerdote que por más de 36 años de ministerio ha podido ver y conocer de cerca la realidad de nuestras comunidades. Comparto una angustia que arrugaba mi corazón cada que en la Universidad presidía las ceremonias de grados de cerca de 2500 profesionales de las distintas áreas del conocimiento cada año. Me preguntaba: ante la realidad económica, política y social del país, ¿dónde se van a ubicar estos nuevos profesionales? Implementamos por eso una serie de cursos transversales para que los estudiantes “cambiaran el chip”, de modo que se prepararan no solo para ser empleados, sino también para a ser empleadores gestionando sus propios espacios de trabajo con las Pymes, especialmente. Pero de nuevo el corazón se arrugaba: Colombia es uno de los países donde más trabas administrativas y cargas impositivas de impuestos se tiene para la creación de empresas; ni el famoso “fondo emprender” ha podido dar los frutos esperados. Por otro lado, el acceso a la educación formal en los distintos niveles es muy limitado. En los países llamados “desarrollados”, la formación técnica o tecnológica abarca una población mayor que los profesionales, pero ambos, en el ejercicio de sus competencias, son valorados y estimulados. En Colombia, lastimosamente, todos quieren ser “profesionales”, porque en muchos espacios los técnicos y tecnólogos no son suficientemente valorados. Tenemos el claro ejemplo de muchos de los egresados del SENA que terminan su preparación con excelentes habilidades para el trabajo, pero apenas un número reducido logra ubicarse laboralmente. No ha faltado el grito que se da cuando a un trabajador que tiene formación tecnológica, por su historia, por sus habilidades, por su buen trabajo, resulta devengando un salario igual a un profesional. “Es necesario cambiar de chip”. No se puede negar que, en algún caso, un profesional te puede decir dónde poner el clavo, pero no sabe cómo ponerlo. No siempre la teoría hace el maestro. Otros trabajadores son empíricos o autodidactas, y dan cátedra a los más ilustrados profesionales. Todos son importantes, todos son necesarios. ¿Entonces qué? La Iglesia, y en el caso particular de Cali, solo por poner un ejemplo, se ha distinguido desde hace muchos años por apostarle a la educación con calidad e inclusión. En la Arquidiócesis de Cali tenemos todas las ofertas: desde la educación primaria, básica y técnica, con cerca de 32.000 estudiantes, sobre todo de los estratos 1, 2 y 3, hasta una Fundación Universitaria, con 24 años de experiencia y cerca de 6000 estudiantes donde la mayoría son de escasos recursos y/o trabajadores, presente en lugares como Pance, Meléndez, Compartir (Distrito de Aguablanca), Yumbo, Jamundí y Plaza Caicedo. Pero existen otras instituciones de educación católicas que, soportadas en la larga experiencia educativa de la Iglesia, ofrecen estudio de calidad para los estratos altos, sin descuidar un significativo número de estudiantes de estratos bajos, apoyados con becas y subsidios especiales. Planteo esta reflexión, en el momento actual, pues sin duda alguna uno de los aspectos que lleva a las reacciones de descontento y violencia que estamos viviendo, tiene buena parte de fundamentación en las grandes limitaciones de carácter estructural que arrastra el país desde tiempos remotos, también en el campo de una educación que debe ser pertinente, abierta, incluyente y con calidad. Un país educado ayuda a tomar conciencia a los ciudadanos de que todos somos responsables de todo y de todos. Permite construir una cultura en la que todos cabemos en el territorio y posibilita la consolidación de una identidad nacional. La educación, va más allá de la actividad educativa de las instituciones. Es una educación que tiene que ir de la mano de la formación, pues la educación no solo consiste en llenar de conocimientos a los estudiantes, sino también en ofrecer a ellos dimensiones formativas como las que tienen que ver con el cuidado de la vida propia y la de los otros, el conocimiento y difusión de los derechos humanos, el cuidado de la casa común y la dimensión trascendente que permite mirar a los demás como hermanos y hacer proyectos que vida que permitan alcanzar no solo la satisfacción de las necesidades básicas, sino también la felicidad eterna que se construye en este mundo. Es la educación que ha de propender por hacer hombres y mujeres sabios y sabias. Dice el libro de los Proverbios: “Feliz el hombre que encuentra la sabiduría, el hombre que adquiere prudencia; es mayor ganancia que la plata, es más rentable que el oro… En su mano derecha hay larga vida, en su izquierda, riqueza y gloria. Sus caminos son una delicia, todas sus sendas son pacíficas. Es árbol de vida para los que se aferran a ella, felices son las que la retienen” (Prov. 3, 13-14.16-18). Por esto mismo, educan también los padres y las mamás en las familias, el entorno social de los barrios y ciudades y los amigos. Educamos, en la campo religioso, los ministros, cada que se hace una reflexión desde la Palabra de Dios, las catequesis y las iniciativas pastorales, o los encuentros que se tengan según las creencias de cada uno. Hasta la misma naturaleza, con su silencioso vivir, da lecciones formativas de vida a los humanos. Y todo esto es y hace cultura, y todo esto hace posible la construcción de una identidad nacional. Ejemplos de ello tenemos en múltiples países del globo terráqueo, que para bien o para mal, nos dan lecciones de unidad en la diversidad. Me ha parecido muy interesante una de las conclusiones del filósofo e historiador, Jorge Orlando Melo, en su libro Historia mínima de Colombia: “Colombia nunca se convirtió en una nación en el sentido que el término tenía a fines del siglo XIX: una comunidad que comparte lengua, creencias, costumbres y valores. Hoy es un mosaico en el que las diferencias culturales locales o regionales, sociales y étnicas se afirman y defienden. Para muchos, la diversidad nacional reconocida en la Constitución de 1991, más que identidad, es un factor de creatividad que debe defenderse de las tendencias unificadoras” (JORGE ORLANDO MELO. “Historia mínima de Colombia.”. Turner Publicaciones S.L. Madrid 2018. pag. 320). En los tiempos de las protestas, cuando muchos se están sentando en las mesas para los diálogos, la concertación y los consensos, un punto de partida que deberá ser tenido en cuenta es precisamente la múltiple diversidad de quienes conformamos este hermoso país. En Cali, hoy epicentro nacional del paro, junto con Bogotá, indudablemente este aspecto será clave, porque lograr entender las necesidades de todos y cada uno de los grupos representativos étnicos, regionales y grupos de jóvenes, adultos, mujeres, etc., será la llave para reconocer que todos hacen y hacemos parte de una misma nación y que todos estamos llamados a ser respetados, pero también a aportar lo que cada uno está llamado a dar desde su tradición y sus costumbres. Lograr eso es la ruta para reconocer el factor identitario de Colombia, que diversa como es en su conformación, es capaz de caminar unida hacia un futuro mejor. En la educación se encuentra uno de lugares más adecuados para este ejercicio de participación, desde el diálogo y la visión holística de la realidad; de allí que que la Iglesia de Cali, y estoy seguro que de toda Colombia, renueva su compromiso de seguir educando y formando las generaciones de hoy y de mañana, generaciones sobre las cuales reposará en buena parte nuestro futuro. Los jóvenes en las calles han estado clamando la oportunidad de estudiar y de poderse insertar más y mejor en la vida laboral digna. La Iglesia seguirá ofreciendo su amplia experiencia educativa, pero espera que su servicio sea valorado y apoyado por el Gobierno, pues si bien el servicio educativo que ofrece es privado, porque proviene de un órgano no estatal, finalmente, el servicio es público y subsidiario al Estado, que no logra por su cuenta acoger los numerosos jóvenes en sus aulas educativas. Finalmente, en un pueblo educado, con oportunidades de trabajo digno y respeto de los derechos mínimos de las personas, la violencia es sin duda menor. La historia de Colombia, por desgracia, descrita por Melo como “la historia de un país que ha oscilado entre la guerra y la paz, la pobreza y el bienestar, el autoritarismo y la democracia” se encuentra de nuevo en la encrucijada histórica de quienes han descubierto la necesidad de reclamar sus justos derechos para tener futuro y recuperar el sentido y dignidad de la vida que muchos han perdido. La falta de educación ha hecho que la espiral de violencia esté siempre presente en Colombia, incluso, creando una especie de nueva cultura, la de la violencia. “Esta violencia -afirma Jorge Orlando Melo- creó olas expansivas que desorganizaron la sociedad, cambiaron sus valores, debilitaron la justicia y la policía y dieron campo y estímulo a otras formas de delincuencia, como el narcotráfico. Y su relación con los problemas sociales y la desigualdad ha hecho que forme una trama compleja con acciones políticas legales y con organizaciones que promueven objetivos legítimos, lo que vuelve difíciles y poco eficaces las respuestas represivas. Esta violencia es la gran tragedia de la sociedad colombiana del último siglo y constituye su mayor fracaso histórico” (JORGE ORLANDO MELO. “Historia mínima de Colombia. pag. 324). Es necesario, pues, “cambiar el chip” de la cultura de la violencia, a la cultura de la paz, de la reconciliación, de la fraternidad, del desarrollo participativo, de la cooperación mutua. Para aquellos que tienen algo qué hacer, he aquí un aporte. La Iglesia católica de Cali está presente, y desde la educación seguirá dando lo mejor para formar hombres y mujeres capaces de seguir construyendo una Cali mejor, un país mejor, más humanos, más dignos, más incluyentes, más amantes de la vida y de la casa común, anunciando y formando a las nuevas generaciones en la cultura del Reino de Dios, que es reino de justicia, de amor y de paz. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Vie 11 Jun 2021

Identidad Nacional y Reconciliación

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Dos temas clave para considerar en la actual crisis social. La pregunta por la identidad nacional, en medio de esta histórica crisis social, cobra tal vez hoy como nunca muchísima relevancia. Sabemos, pero no hemos entendido. ¿A qué me refiero con esto? Sabemos que somos una nación caracterizada esencialmente por la diversidad: geográfica, étnica, cultural. Pero todavía no alcanzamos a entender cómo asumir un modelo de Estado que incluya esta caracterización de la nación y permita que todos se sientan parte de ella, no sólo afectiva sino efectivamente. Los reclamos de tantos sectores hoy son la explosión de un cúmulo de frustraciones y deudas sociales que el Estado no ha podido satisfacer suficientemente. El federalismo y el centralismo seguramente han aportado a la historia del país luces y sombras — expertos habrá que puedan identificarlas con argumentos objetivos. Tal vez ambos modelos y sus efectos no sean en sí mismos las causas de nuestros líos sociales. Lo cierto es que Colombia es percibida en muchas de las regiones como un país que se ha desarrollado mirando hacia el centro, y desentendido de las periferias, sin lograr sacar lo mejor del potencial y vocación propia que traen los diferentes territorios. Y los sueños que se vuelven frustraciones, se convierten en sentimiento de fracaso, de olvido y todo esto en inconformidad y la inconformidad alimenta rabia que se transforma en rebeldía y en muchos la rebeldía toma forma de violencias. Colombia es una nación con muchas heridas, causadas por problemas no resueltos, o resueltos a medias. Y se ha dejado pasar el tiempo sin detenerse a curarlas. Reconciliación, es una palabra recurrente en los ambientes eclesiales del país. A reconciliarnos nos invitó el Papa Francisco: «Colombia tiene necesidad de vuestra mirada propia de obispos, para sostenerla en el coraje del primer paso hacia la paz definitiva, la reconciliación, hacia la abdicación de la violencia como método, la superación de las desigualdades que son la raíz de tantos sufrimientos, la renuncia al camino fácil pero sin salida de la corrupción, la paciente y perseverante consolidación de la “res publica” que requiere la superación de la miseria y de la desigualdad», nos dijo a los Obispos esa 7 de septiembre de 2017. Reconciliarnos es una meta, pero también una tarea que presupone lo que el Santo Padre nos plantea: abdicar de la violencia como método, venga de donde venga y superar las desigualdades crónicas con un pacto social en el que “nadie se quede atrás”. Y esta tarea de construcción social nos debe incluir a todos. Recomponer confianzas, posibilitar escenarios de encuentro y constituir espacios permanentes de escucha, seguimiento y participacón, pueden ser un interesante comienzo. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Diócesis de Pasto

Mar 8 Jun 2021

Un nuevo paso contra la pederastia

Por: P. Raúl Ortiz Toro - El título de este artículo es demasiado reductivo con respecto al amplio tema de que se tratará, pero es llamativo sobre todo para aquellos que, de manera ignorante, señalan a la Iglesia de hacer poco o nada contra la pederastia. De todos modos, los inconformes dirán que no es suficiente; sin embargo, la reforma del Libro VI (Las sanciones penales en la Iglesia) firmada por el Papa Francisco el día de Pentecostés (23 de mayo) de este año 2021 y dada a la luz pública en la mañana del primero de junio resulta el más importante acontecimiento legislativo en el ámbito eclesiástico, después de 1983, año de la promulgación del Código de Derecho Canónico vigente. El motu proprio lleva el nombre “Pascite gregem Dei” (Apacentad la grey de Dios) y entrará en vigor el 8 de diciembre de este mismo año. La reforma legislativa trae grandes temas, todos dignos de dedicar una tesis argumentativa como lo es, por ejemplo, en el aspecto sustancial, la tipificación de nuevos delitos. Al respecto, es de destacar que en el Título III, “De los delitos contra los sacramentos”, canon 1379, § 3, aparece la incursión en excomunión latae sententiae reservada a la Santa Sede para quien “atente conferir el orden sagrado a una mujer, así como la mujer que atente recibir el orden sagrado”. Resultan también interesantes la tipificación del delito de “abandono voluntario e ilegítimo del ministerio sagrado durante seis meses continuados” por parte de un clérigo (c. 1392) y el “delito en materia económica” (c. 1393, § 2). Hay otros nuevos delitos que podemos ir a consultar en el documento reformado pero nos interesa de especial manera lo relacionado con el delito atroz de pederastia. Con respecto a la nueva tipificación se equivocan quienes aseguran que por primera vez entra la pederastia a ser considerada delito en la Iglesia; se equivocan porque ya existía el canon 1395 en el que estaba tipificado el delito “contra el sexto mandamiento del Decálogo […] con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad”. Además, para que los procesos por pederastia fueran más expeditos, el Papa San Juan Pablo II ordenó en el año 2001 que fueran juzgados en el Tribunal de la Congregación para la Doctrina de la Fe y amplió la edad de la víctima hasta los 18 años (Cf. Carta de la CDF a los obispos Delicta Graviora). Lo que sí es cierto es que este “delito contra las costumbres”, ha pasado del Título V “De los delitos contra obligaciones especiales” (antiguo canon 1395 § 2 donde aparecía tipificado entre otros delitos) al Título VI “De los delitos contra la vida, la dignidad y la libertad del hombre” (cf. canon 1398 § 1, n. 1) donde aparece tipificado de manera independiente y consideradas las víctimas no solo menores de edad sino también las que tienen “uso imperfecto de la razón”. En el mismo canon se tipifican también los delitos de inducción a la pedopornografía y difusión de esta. En el año 2016 el Papa Francisco firmó un motu proprio llamado “Como una madre amorosa” en el que recordaba que el derecho canónico prevé la remoción del oficio eclesiástico “por razones graves” incluyendo también a los obispos diocesanos y a los superiores mayores de congregaciones “si por negligencia, ha cometido u omitido actos que hayan causado un grave daño (físico, moral, espiritual o patrimonial) a los demás”. Este motu proprio pasó a la reforma canónica desde el primer Título (c. 1311) – y se evidencia en otros tantos – agregando un parágrafo segundo: “Quien preside en la Iglesia debe custodiar y promover el bien de la misma comunidad y de cada uno de los fieles con la caridad pastoral, el ejemplo de la vida, el consejo y la exhortación, y, si fuese necesario, también con la imposición o la declaración de las penas, conforme a los preceptos de la ley, que han de aplicarse siempre con equidad canónica, y teniendo presente el restablecimiento de la justicia, la enmienda del reo y la reparación del escándalo”. La reforma del libro VI del Código de Derecho Canónico también ha introducido nuevas penas como la multa, la reparación del daño, la privación de toda o parte de la remuneración eclesiástica, etc. También es sustancial la introducción de la presunción de inocencia (c. 1321 § 1) y la modificación de la norma sobre la prescripción (c. 1362). No podemos pasar por alto que otra novedad canónica es la ampliación de los sujetos pasivos de las sanciones penales (con la reforma el “reo” no solo será el clérigo sino “quien previó lo que habría de suceder, y sin embargo omitió las cautelas para evitarlo” (cf. c. 1326 § 1, n. 3). Esta ampliación es evidente, también, en el canon sobre suspensión (c. 1333) que, según la redacción antigua “solo puede afectar a los clérigos”. La reforma que entrará en vigor prescinde de esta frase exclusiva dando a entender que puede ser sujeto de suspensión tanto el obispo diocesano (o quien se equipara a él en el derecho) hasta un fiel laico que ejerza un oficio o ministerio eclesial pasando por los miembros de institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica. Esto es importante si consideramos que cada día es más relevante el papel de los laicos que acompañan el ejercicio de la potestad de régimen o que ejercen oficios o ministerios instituidos como el de catequista, lector o acólito o son agentes de pastoral. En el aspecto formal también ha habido reforma: reacomodación de cánones, una redacción más específica e incluso el cambio de algunos títulos cuyo trasfondo tiene un panorama pastoral. Y es que, como lo ha afirmado el Papa Francisco, estas normas “reflejan la fe que todos nosotros profesamos, de ésta arranca la fuerza obligante de dichas normas, las cuales, fundándose en esa fe, manifiestan también la materna misericordia de la Iglesia, que sabe tener siempre como finalidad la salvación de las almas” (Motu proprio Pascite gregem Dei). Busca el pontífice superar los que él llama “daños” que ocasionó en el pasado “la falta de comprensión de la relación íntima que existe entre el ejercicio de la caridad y la actuación de la disciplina sancionatoria”. En otras palabras, el Papa con la reforma vuelve a recordar que en la Iglesia se ha de tener “tolerancia cero” con la pederastia y que nunca en virtud de una mal comprendida misericordia con el victimario se podrá relajar la aplicación de la ley penal. Pbro. Raúl Ortiz Toro Párroco del Divino Niño de Venadillo Arquidiócesis de Ibagué [email protected]