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Opinión

Lun 25 Abr 2016

Un país polarizado

Nuestro compromiso por la paz: el diálogo Por: Mons. Cesar Balbín Tamayo - Parece ser que la historia de nuestro país, desde los tiempos de la independencia, no ha sabido superar las marcadas diferencias entre las diversas tendencias y formas de ver y de pensar el Estado y el país mismo. Así como se puede constatar que han sido muy pocos los tiempos de verdadera paz que en los últimos 200 años se han vivido en Colombia, se puede constatar también que el país ha vivido una marcada polarización. Incluso yendo más atrás se pondría pensar que algo de las profundas divisiones de los tiempos de la colonia se ha quedado enquistado en el ser y en el quehacer de los colombianos. Se comienza muy pronto, después de la independencia, a gestar una fuerte división entre la concepción centralista y la concepción federal del Estado. A partir de aquí se van configurando, y hasta nuestros días, los dos partidos políticos tradicionales: liberal y conservador, con una marcada concepción de Estado, diametralmente opuesta, pero también ambos excesivamente excluyentes. Sólo a partir de la segunda mitad del siglo pasado han ido ingresando paulatinamente otras concepciones de Estado, tal vez influenciados por regímenes socialistas, la mayor parte de ellos. Pero esa polarización paradójicamente se viene sintiendo con más fuerza en nuestros días. Digo paradójicamente cuando se puede estar más cerca de llegar a unos acuerdos, al menos de cese al fuego y del regreso de uno de los grupos armados a la vida civil y política del país. El problema de la polarización es que radicaliza las posiciones, que es lo que estamos viviendo en los últimos tiempos en el país. Todo ello no hace sino demostrar que muchos quieren la paz como un logro personal, o un triunfo, que no quieren dar a degustar al contradictor, al oponente o al enemigo. Es claro, y así lo afirman todos, (porque nadie ha dicho, al menos públicamente, que no quiere a paz), que la paz es, hoy más que nunca necesaria, que nunca se ha estado tan cerca de la misma. Y en esta polarización definitivamente quienes salen perdiendo es la paz misma y todos los colombianos. Una polarización que desorienta, que descalifica de un lado y de otro, unas fuerzas que se repelen, unos dirigentes que dan el triste espectáculo público de ventilar sus odios y sus rencillas, y el resultado final será el que se firmen unos acuerdos, desconocidos para muchos, (hasta el momento), pero una paz lejana, porque el país seguirá estando tan polarizado y tan desinformado, como lo ha estado a lo largo de los últimos 200 años. Definitivamente no somos un país unido, ni siquiera para algo tan vital como es la paz. Nosotros creemos que la paz no es sólo una construcción de la sociedad humana, sino que es también un don de Dios, el Señor de la Paz. El diálogo que comienza desde el encuentro filial y fraterno en los hogares, el diálogo en la escuela (colegios, universidades y demás), el diálogo en el mundo del trabajo y de la cultura, el diálogo en todos los estamentos, y el dialogo que se va expandiendo y va permeando todas las capas de la sociedad, podrá lograr el efecto contrario a la polarización y nos podrá llevar hasta donde los dirigentes del país no lo han podido lograr y si siguen la ruta actual, ni ellos, ni nosotros lo lograremos. + Cesar A. Balbín Tamayo Obispo de Caldas

Sáb 23 Abr 2016

La clave es el amor

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo. Dos términos del santo evangelio de este domingo les propongo que meditemos: “Glorificar” y “amar”. Glorificar En el lenguaje bíblico, glorificar significa hacer visible a alguien en el luminoso esplendor de su verdadera realidad; glorificar: es evidenciar, visibilizar lo más profundo del otro, sacar a la luz su grandioso misterio escondido (P. Fidel Oñoro). Dice la Palabra: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él”. Éste pasaje nos invita a centrar nuestra atención en el amor que hay entre el Padre y el Hijo y éste amor se da a conocer definitivamente por medio de la “glorificación en la cruz”. En el misterio de la cruz comprendieron los discípulos cuanto los amaba Jesús (aunque no todos, Judas se quedo a mitad de camino). Dice el Papa San Juan Pablo II: “La cruz es sobreabundancia de amor de Dios hacia el mundo”. En la cruz Jesús, el Señor, fue congruente, puso en práctica todo lo que le había enseñado a sus discípulos y a las gentes. En la cruz murió perdonando: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En la cruz Jesús, el Señor, murió salvando: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. En la cruz Jesús, el Señor, murió amando y confiando absolutamente en el Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. La cruz manifiesta en su plenitud el amor de Dios Padre y Dios Hijo. La cruz visibiliza el verdadero amor del padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre. La cruz saca a luz el misterio escondido, que en el misterio trinitario es el Espíritu Santo. El amor mutuo entre el Padre y el Hijo se ve reflejado en la fuerza del Espíritu. Por eso, queridos hermanos, la vida cristiana consiste no tanto en que nosotros amemos a Dios, no. La vida cristiana es fundamentalmente, experimentar el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en nuestra vida. Vivir cristianamente no es centrar la atención en una idea o ideología, no. La vida cristiana es experimentar en lo cotidiano la fuerza vivificadora del Espíritu Santo. La vida cristiana es permitirle a Dios que se glorifique en nosotros, es dejar que se haga su voluntad (Hágase tu voluntad). La vida cristiana es participar con Jesús, el Señor, del amor de Dios Padre. Dice el Papa Francisco: La vida cristiana es “sencilla”: escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica, no limitándonos a“leer” el Evangelio, sino preguntándonos de qué forma sus palabras hablan a nuestra vida. Si glorificar es poner en evidencia lo profundo del otro y precisamente en la cruz, se manifiesta el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; quiere decir, que la evidencia del amor de una persona hacia otra se manifiesta realemente en los instantes de cruz. No en vano, el día del matrimonio, lo snovios se prometen murtuamente amor eterno: “Prometo serte fiel en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, amarte y respetarte durate todos los día de mi vida”. Es precisamente en las circunstancias de cruz, de pasión de sufrimiento del otro, donde el conyugue glorifica al otro y una vez que es glorificado, responde con una nueva glorificación. No en vano escuchamos con frecuencia estas palabras: El oro se prueba en el crisol. Hermanos queridos, el amor, amor, amor real, se conoce en los momentos de prueba. La persona muestra que es fiel cuando tiene la oportunidad de ser infiel, pero permanece fiel. Se manifiesta realemente el amor, cuando una persona posee todo como para odiar, pero no se deja llenar de dolor y resentimiento y todo lo cambia por amor y misericordia. Amar Dice la Palabra: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado. El mundo conocerá que son mis discípulos si se aman los unos a los otros”. Jesús, el Señor, no está enseñando una teoría sobre el amor, no da ideas sobre la manera como debe ser el amor. Jesús, el Señor, parte de su experiencia práctica. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. “A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he escuchado a mi Padre”. Esta segunda parte del evangelio se centra en el amor que debe reinar entre los discípulos…, ese amor es aquel que los discípulos han contemplado entre el padre y el Hijo y es el amor que Jesús le ha manifestado a ellos y a las multitudes, durante su ministerio público. Lo nuevo está en la experiencia de base: Jesús no habla de amor en abstracto o de forma genérica sino que su referente es Él, “como yo los he amado”. Es el comportamiento y las actitudes de Jesús lo que da los límites y el estilo de este amor; en este sentido el mandato de Jesús es completamente nuevo, porque sólo los discípulos han experimentado su amor y porque sólo en la Cruz se reveló en plenitud el amor de Jesús y el del Padre” (P. Fidel Oñoro). + Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de la diócesis de Florencia

Vie 22 Abr 2016

Nuestro compromiso por la paz: el diálogo

Por: Mons. Cesar Balbín Tamayo - Parece ser que la historia de nuestro país, desde los tiempos de la independencia, no ha sabido superar las marcadas diferencias entre las diversas tendencias y formas de ver y de pensar el Estado y el país mismo. Así como se puede constatar que han sido muy pocos los tiempos de verdadera paz que en los últimos 200 años se han vivido en Colombia, se puede constatar también que el país ha vivido una marcada polarización. Incluso yendo más atrás se pondría pensar que algo de las profundas divisiones de los tiempos de la colonia se ha quedado enquistado en el ser y en el quehacer de los colombianos. Se comienza muy pronto, después de la independencia, a gestar una fuerte división entre la concepción centralista y la concepción federal del Estado. A partir de aquí se van configurando, y hasta nuestros días, los dos partidos políticos tradicionales: liberal y conservador, con una marcada concepción de Estado, diametralmente opuesta, pero también ambos excesivamente excluyentes. Sólo a partir de la segunda mitad del siglo pasado han ido ingresando paulatinamente otras concepciones de Estado, tal vez influenciados por regímenes socialistas, la mayor parte de ellos. Pero esa polarización paradójicamente se viene sintiendo con más fuerza en nuestros días. Digo paradójicamente cuando se puede estar más cerca de llegar a unos acuerdos, al menos de cese al fuego y del regreso de uno de los grupos armados a la vida civil y política del país. El problema de la polarización es que radicaliza las posiciones, que es lo que estamos viviendo en los últimos tiempos en el país. Todo ello no hace sino demostrar que muchos quieren la paz como un logro personal, o un triunfo, que no quieren dar a degustar al contradictor, al oponente o al enemigo. Es claro, y así lo afirman todos, (porque nadie ha dicho, al menos públicamente, que no quiere a paz), que la paz es, hoy más que nunca necesaria, que nunca se ha estado tan cerca de la misma. Y en esta polarización definitivamente quienes salen perdiendo es la paz misma y todos los colombianos. Una polarización que desorienta, que descalifica de un lado y de otro, unas fuerzas que se repelen, unos dirigentes que dan el triste espectáculo público de ventilar sus odios y sus rencillas, y el resultado final será el que se firmen unos acuerdos, desconocidos para muchos, (hasta el momento), pero una paz lejana, porque el país seguirá estando tan polarizado y tan desinformado, como lo ha estado a lo largo de los últimos 200 años. Definitivamente no somos un país unido, ni siquiera para algo tan vital como es la paz. Nosotros creemos que la paz no es sólo una construcción de la sociedad humana, sino que es también un don de Dios, el Señor de la Paz. El diálogo que comienza desde el encuentro filial y fraterno en los hogares, el diálogo en la escuela (colegios, universidades y demás), el diálogo en el mundo del trabajo y de la cultura, el diálogo en todos los estamentos, y el dialogo que se va expandiendo y va permeando todas las capas de la sociedad, podrá lograr el efecto contrario a la polarización y nos podrá llevar hasta donde los dirigentes del país no lo han podido lograr y si siguen la ruta actual, ni ellos, ni nosotros lo lograremos. + Cesar A. Balbín Tamayo Obispo de Caldas

Mié 20 Abr 2016

¿Qué hicimos con el agua?

Por: Darío de Jesús Monsalve Mejía - En el día de la tierra, 22 de abril, estamos invitados todos a responder. La Arquidiócesis de Cali, con el apoyo de la Corporación del Valle del Cauca (CVC) y de otras entidades públicas, convoca a manifestarnos públicamente. La concentración será a las nueve de la mañana (9 a.m.), en la carrera 1ª. con la calle 6ª , inicio del Paseo o Boulevard del Río Cali. ¡Más vale tarde que nunca! Aunque los daños ambientales y el calentamiento global son enormes, unidos podemos desagraviar la creación y al Creador, restaurar la armonía entre la población humana y la esfera de la vida, la biosfera. ¿Qué hicimos con el agua, que tan generosamente recibimos de nuestro suelo y territorios? ¿Qué seguirá haciendo Cali con sus siete ríos y sus fuentes de agua? ¿Calmamos el hambre y la sed de nuestros pueblos o los convertimos en masas desnutridas y sin agua potable? ¿Brindamos abrigo y protección o despojamos y desplazamos a nuestros pueblos, a nuestros campesinos, negros e indígenas? ¿Construimos verdadero hábitat humano o llenamos de habitantes de calle, de tugurios y de viviendas inhumanas, muchas veces llamadas “de interés social”, nuestros caminos, carreteras, orillas de ríos y quebradas, nuestras ciudades? ¿Educamos a hombres y mujeres para que sean personas y ciudadanos responsables o preferimos hacinarlos y degradarlos en cárceles, lanzarlos a la ilegalidad y delincuencia, e inventarnos a diario sistemas de represión y muerte? ¿Cuidamos la salud humana y prevenimos epidemias y pestes, o dejamos que se roben los presupuestos y comercialicen con la salud de nuestro pueblo? Las obras de misericordia hoy no son un mero llamado sino una pregunta, una denuncia, una exigencia de cambios culturales y estructurales. Perdamos el miedo a la verdad y al cambio, antes que la codicia y el engaño nos devoren sin remedio. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mar 19 Abr 2016

La alegría del amor – primeras reflexiones

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez - Acaba de regalar el Papa Francisco a la Iglesia y a todas las personas de buena voluntad, la Exhortación Apostólica Postsinodal AMORIS LAETITIA, la alegría del amor, sobre el amor en la familia. Este es el resultado de los trabajos de los sínodos extraordinario y ordinario sobre la familia, realizados en Roma en octubre de 2014 y 2015 respectivamente. El mismo Papa en el número seis describe la estructura y el contenido básico presente en los nueve capítulos del documento con los 325 numerales.Dice así el Sumo Pontífice: “En el desarrollo del texto, comenzaré con una apertura inspirada en las Sagradas Escrituras, que otorgue un tono adecuado. A partir de allí, consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra. Después recordaré algunas cuestiones elementales de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, para dar lugar así a los dos capítulos centrales, dedicados al amor. A continuación destacaré algunos caminos pastorales que nos orienten a construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios, y dedicaré un capítulo a la educación de los hijos. Luego me detendré en una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone, y por último plantearé breves líneas de espiritualidad familiar”. Haciendo caso a lo que nos pide el Papa de que “no recomiendo una lectura general apresurada” (AL, 7), he considerado útil en esta primera reflexión, destacar algunos aspectos interesantes del documento: La continuidad del magisterio respecto del matrimonio y la familia. Personalmente diría, que es una traducción en lenguaje sencillo, coloquial, misericordioso, de la doctrina evangélica y eclesial que podemos encontrar tanto en la Sagrada Escritura, como también, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia Católica, los documentos de Juan Pablo II Familiaris Consortio y Evangelio Vitae, y la Deus Caritas Est, de Benedicto XVI. No están exentas sendas reflexiones más técnicas y filosóficas, sobre todo en lo que tiene que ver en la forma de entender la norma moral y el discernimiento pastoral, como aparece en el capítulo octavo. La pertinencia del contenido. El Papa habla, de “mantener los pies en la tierra” (AL, 6) cuando se refiere al análisis de la realidad y la situación actual de la familia, que no sólo está presente en el capítulo segundo, sino prácticamente de forma transversal a lo largo de todo el texto. El Papa parte de hechos e informes reales que se puede deducir de las certeras y fraternas recomendaciones de diversa índole, que hace, sobre todo en los capítulos cuarto, quinto y séptimo. La conversión pastoral. Retoma el Papa su invitación hecha al pueblo de Dios en la exhortación Evangelii Gaudium y en la Bula MitisIudex DominusIesus, a que con creatividad, los pastores y líderes de pastoral familiar asuman el reto de evangelizar las familias, en todas sus realidades, acompañándolas, discerniendo e integrando caso por caso, comenzando por las que están bien, hasta llegar a las que él mismo denomina, familias “en situaciones irregulares”. La pastoral familiar diocesana y parroquial ha de fortalecerse. La recuperación del sentido del amor conyugal. En los capítulos cuarto y quinto, casi como retomando y releyendo el capítulo 13 de la carta San Pablo a los Corintos, el conocido himno de la caridad “el amor es comprensivo, el amor es servicial…”, el Papa propone la forma como debe ser vivido el amor en familia y cómo ese amor ha de ser el eje para la felicidad de todos los que conforman la institución familiar, comenzando por el varón y la mujer, padre y madre, que hacen parte del “designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (AL, 251). Ante la desvirtualización del amor que se ha vuelto egoísta, el Papa propone la vivencia de un amor conyugal generoso, abierto y alegre. La dimensión misionera. Es un aporte bien significativo de la Exhortación. Motiva desde lo que denomina “la lógica de la misericordia pastoral” (AL, 307), primero, en los casos complejos, después de un adecuado discernimiento pastoral, a “identificar elementos que favorezcan la evangelización y el crecimiento humano y espiritual” (AL, 293) y, segundo, a acompañar las personas de toda condición, creyentes y no creyentes, teniendo en cuenta el punto de partida de que “hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL, 296). De esta forma, se aplica aquello de que la Iglesia debe estar en salida, es decir, al encuentro de todos. Esta dimensión misionera está marcada, como lo ha dicho el mismo Papa, por la misericordia, pues “procura alentar a todos para que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo” (AL, 5). En síntesis, Amoris Laetitia es un nuevo llamado a renovar la confianza en la familia, reconociendo que es don de Dios para bien de los esposos, sus hijos y la entera sociedad. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 18 Abr 2016

El arte de ser arquitectos

Por. P. Wilinton Torres Pulido. Hace algunos días nos visitó la Universidad de la Sabana, compartiendo algunos estudios de investigación muy interesantes y entre otros puntos concluían que una familia sólida fomenta el desarrollo positivo de los niños. Hemos entrado en el mes de los niños, buena oportunidad para hablar de la arquitectura, pero no de una arquitectura quizá de edificios o demás estructuras físicas, sino de la arquitectura humana, como arte de acompañar a nuestros niños y niñas en procesos que le enseñen a vivir de acuerdo a la verdad la bondad y belleza de su ser, en una comunidad que lo acoge y le enseña los valores y virtudes propios de una herencia cultural milenaria. Somos fecundados fruto de la donación de un hombre y una mujer, quienes deciden entregar sus vidas, dando cumplimiento a las palabras del Génesis: “Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo”. (Gen. 2,24). Es allí donde el hombre deja su egoísmo natural y comienza a formar comunidad. “Una sola carne” significa, que fruto de su entrega total, nacen los niños, amor esponsal y eterno. Quienes se entregan para toda la vida, reciben la gracia divina para acompañar a la nueva vida que se recibe en calor de hogar . Allí cuando la mamá le da leche materna a su hijo le está trasmitiendo fe, esperanza y caridad. Es allí donde aprendimos que existen momentos sagrados para encontrarnos, éstos no se discuten simplemente se acogen. Cómo no recordar los días en que con mis cuatro hermanos, papá y mamá rezábamos el rosario y nos encontrábamos para orar y descubrir el momento sagrado de la comunión y el encuentro con Dios. Cómo olvidar cuando visitaba a mis abuelitos y veía en su habitación un Cristo, la Biblia, la imagen de la virgen del Carmen, en un altar que para ellos era muy sagrado. En la escuela el domingo, las profesoras nos llevaban a misa y aprendíamos que Dios ocupa en nuestra vida un lugar importante, cantábamos los villancicos en diciembre con nuestra catequista, aunque nos motivara un obsequio sencillo para el último día de novena, también, el regalo que nos dejaban nuestros padres la noche del 24, y el veinticinco amanecíamos felices porque el Niño Dios nos lo había traído. Podríamos seguir con la lista interminable de celebración de la comunión. Así aprendimos que aunque había también momentos difíciles en casa, Dios nos mantenía unidos, que éstos eran muy cortos y que vendrían otros muy especiales. Aprenderíamos que la vida no es color de rosa, pero sí color esperanza. Nuestros padre nos entregaron la herencia de los valores que harían de nosotros seres humanos, y con la gracia de Dios, más que humanos, para ser protagonistas de nuestra historia y sembradores de valores que nos ayudarían a descubrir lo esencial de la existencia para descubrir en ella el gozo de vivir, de ser hijos de Dios, en la artesanía de un mundo mejor. Por último, como olvidar la relación y el significado que tiene nuestra vida, también gracias a que nuestros padres, profesores, y aun en las escuelas deportivas en las que compartimos, estaban en sintonía de formar seres humanos capaces de vivir con esperanza en la donación de nuestra vida a una misión de humanidad. En este mes damos gracias a Dios por nuestros padres y todos aquellos que hicieron posible la mejor arquitectura de nuestras vidas con los valores y virtudes que nos enseñaron para ser hombres y mujeres de bien. Es entonces nuestra tarea, ser arquitectos de humanidad y continuar con la herencia que nos han dejado nuestros antepasados y hacer que este mundo sea mejor y crezca cada vez más en fe, esperanza y caridad, también en el corazón de nuestros niños y niñas. Ésta es una tarea no sólo de este mes, sino de toda nuestra vida. Dios siga regalando los dones necesarios para que juntos, con los carismas que hemos recibido, los compartamos a las nuevas generaciones, haciendo de esta tierra una oportunidad de justicia y caridad para todos. P. Wilinton Torres Pulido Director del Departamento de Estado Laical

Sáb 16 Abr 2016

Pastores para servir

Por Mons. Edgar de Jesús García Gil. Quiero escribir sobre los pastores de la Iglesia (obispos, presbíteros, diáconos) pero desde una orilla que hoy en día es un poco desconocida. Estamos cansados con todos los medios amarillistas que solo se recrean en los malos ejemplos de las diferentes profesiones del mundo, y por supuesto a la Iglesia, con mucha o poca razón, se la aplican hasta el fondo. Mi vocación al sacerdocio se forjó por el respeto profundo que en mi familia y en mi pueblo les tenían a los representantes de Cristo en la tierra. Cuando el padre rector del seminario menor de Cali me pregunto por qué quería entrar al seminario le respondí que yo quería ser sacerdote para servir como veía que hacían los sacerdotes que rodearon mi infancia sobre todo en mi parroquia de Roldanillo. En el seminario menor y mayor San Pedro apóstol de Cali, dirigido por los padres Eudistas, la alegría, la entrega, la tenacidad, la preparación intelectual, la dirección espiritual y la vida de oración que los padres formadores nos mostraban fueron apoyo incondicional para madurar en un sano equilibrio nuestra vocación a la vida cristiana y sacerdotal. Aprendimos a discernir con respetuosa inteligencia que las fallas humanas no tenían que acaparar todo el valor de la persona sino que eran oportunidades para revisar y mejorar. El concilio vaticano segundo (1962-1965), nuevo pentecostés en la Iglesia, indudablemente abrió nuevos horizontes para comprender una Iglesia con sus presbíteros más abierta al mundo y a las necesidades de las personas más pobres. Muchos presbíteros en sus comunidades comenzaron abrir brechas novedosas para que el evangelio incidiera con mayor profundidad en la realidad social. Aunque algunos se quemaron en estos intentos por seguir líneas políticas equivocadas, la mayoría ha sobrevivido aportando desde su experiencia y madurez los logros que ahora estamos cosechando. En América Latina se fue gestando una nueva esperanza para el continente. El consejo episcopal latinoamericano (CELAM) compuesto por un puñado de obispos que entendieron desde el comienzo lo que significaba la comunión y la participación en la tarea de sembrar el Reino de Dios en el mundo ha servido para aplicar la revolución del Concilio en la realidad de nuestro continente. El Papa Francisco es un ejemplo de lo que estoy comentando. Al terminar el concilio muchos presbíteros de varios países de Europa salieron en misión ad gentes para diferentes partes del mundo con el fin de colaborar en una evangelización más inculturada en nuestras propias realidades. Ellos gastaron su vida en la evangelización sin protagonismos políticos o sociales que los halagaran con aplausos y reconocimientos mundanos. Algunos fueron martirizados por el evangelio. Solo la misión comprometida con sus cuotas de sangre es la que suscita vocaciones entre los niños, adolescentes y jóvenes para apostarle a la vida sacerdotal en lo que llamamos la aventura de la fe y del evangelio por instaurar el Reino de Dios entre los hombres. Indudablemente las familias cristianas comprometidas han sido semilleros de vocaciones sacerdotales en nuestro continente. Y es en este espacio de comunión familiar donde ahora tenemos que seguir cultivando más vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. La belleza de la familia se hace visible en los hijos y en sus diferentes opciones de vida que van asumiendo. Los 5200 obispos y los 415.348 presbíteros católicos que vivimos en estos tiempos tratamos de responder a una llamada que es de Dios, en una Iglesia que está guiada por el Espíritu Santo. El pueblo santo de Dios que acompañamos en nuestras diócesis y parroquias es la razón de ser de nuestra entrega porque todos caminamos juntos para vivir la propuesta salvadora de Jesús resucitado que hoy nos vuelve a repetir: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno” Juan 10, 27-30. Felicitaciones a todos los pastores que a ejemplo de Jesús el Buen Pastor trabajan en el campo de Dios por la salvación de la humanidad. + Monseñor Edgar de Jesús García Gil. Obispo de la diócesis de Palmira

Jue 14 Abr 2016

Que se note la Pascua

Escrito por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – Después de la solemne Vigilia Pascual, la Iglesia continúa contemplando y asumiendo el acontecimiento de la Resurrección del Señor, que nos permite experimentar su presencia y la irradiación de su vida nueva en nosotros. El tiempo de Pascua es para comprender y sentir que la victoria de Cristo es nuestra victoria, que su muerte es nuestro verdadero nacimiento. La vida cristiana existe o desaparece según sea nuestra fe en la Resurrección. Cuando, después de la larga preparación de la Cuaresma, se cree y se vive realmente la Pascua del Señor, debemos tener la convicción de San Pablo: "Pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Cor 5, 17). En verdad, ya nada debe ser como antes. De muchas maneras se debe manifestar en nosotros esta novedad; no se trata simplemente de afirmar una doctrina, sino de vivir con coherencia un acontecimiento y testimoniarlo con pasión en el mundo. La Pascua se debe notar en nuestra alegría. Si creemos que Cristo está vivo en medio de nosotros, si vemos que ha comenzado una transformación del mundo y de la historia, si tenemos la certeza de que estamos destinados a la vida eterna, debe verse que nuestra existencia, no obstante las pruebas y dificultades que tengamos, es ya una fiesta. Vivimos en la paz, la confianza y el gozo que nos da el triunfo de Cristo. La Pascua se debe notar en nuestro celo apostólico. Como los primeros discípulos, quien ha vivido este acontecimiento único y sorprendente necesariamente debe ser testigo (Hech 10,39-42). Todos conocemos los sufrimientos y los miedos de nuestra sociedad, las dificultades de nuestras familias, la lucha en que se debate la juventud; si no llegamos a estas situaciones con un valiente anuncio del que es luz y vida para el ser humano, es porque todavía no creemos en la Resurrección. La Pascua se debe notar en nuestra fraternidad. Quien nos ha mandado amar como él mismo nos amó, nos ha capacitado, por su muerte y resurrección, para tener sus mismos sentimientos y criterios. En efecto, nos ha dado su Espíritu que derrama en nosotros el amor de Dios para que seamos hermanos y construyamos la auténtica comunión eclesial. La fuerza de nuestra unidad prueba la verdad de nuestra experiencia pascual. La Pascua se debe notar en nuestra decisión de ser santos. Vivir la Resurrección nos hace semejantes a Cristo, que venció el pecado del mundo y vive para Dios. La gracia de este tiempo, cuando la acogemos auténticamente, nos lleva a caminar según las bienaventuranzas. Si no hemos salido de la fuerza de gravedad del egoísmo y del mal, todavía no somos personas pascuales, no tenemos aún rostro de resucitados. La Pascua se debe notar en nuestra esperanza. Más allá de la maraña de dificultades y angustias que tenemos, escuchamos la palabra de Jesús: "Tendrán tribulaciones en el mundo, pero tengan confianza: Yo he vencido al mundo" (Jn 15, 18; 16, 33). Si hemos resucitado con Cristo, como enseña San Pablo, buscamos las cosas de arriba; aspiramos a las cosas de arriba, porque nuestra vida ya está en Dios (Col 3; 1-3). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín