Por: Ismael José González Guzmán, PhD (c): Desde que se instauró la Organización Mundial de la Salud el 7 de abril de 1948, se propuso en su primera asamblea que se escogiese un día para celebrar a nivel mundial la salud. Por tal razón a partir de 1950, cada 7 de abril se celebra el día mundial de la salud. Esta celebración debe animarnos como Iglesia, a continuar la dispendiosa tarea de humanizar el mundo de la salud a la luz de los valores del evangelio. Para ello, la Iglesia cuenta con la pastoral de la salud quien brinda una respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor (Documento de Aparecida, 418).
En la actualidad no es un misterio la situación que atraviesa el sector salud en Colombia. Situación donde convergen intereses políticos, económicos y culturales que precariamente promueven la dignidad humana, la vida y la esperanza para tantas personas, que por la naturaleza humana experimentan la enfermedad. Por consiguiente, urge al interior de la Iglesia seguir avivando la formación teológica-pastoral con énfasis en la salud, de todo el pueblo santo de Dios y en particular de los agentes de pastoral de la salud, para que respondan fielmente a las tres dimensiones de esta pastoral [solidaria, comunitaria y político-institucional] y sean verdaderos discípulos de Jesucristo y su Iglesia en el contexto sanitario.
Para lograr esto último, es indispensable que los Obispos continúen con fervor su misión de rodear a los enfermos con una caridad paterna (Christus Dominus, 13) y desde sus realidades pastorales, promuevan constantemente espacios formativos para los presbíteros, diáconos, religiosos y laicos que intervienen en el acompañamiento de la pastoral de la salud, suscitando con ello, la incidencia transformadora que favorezca la construcción de un sistema de salud más digno, humano e incluyente en Colombia.
Como cristianos al servicio de la salud, no podemos caer en el relativismo de un acompañamiento exprés [a las carreras], el cual impide fomentar la cultura de encuentro, no solo con ese que experimenta el dolor y los quebrantos físicos producto de la enfermedad, sino también, con su familia y el personal sanitario, que observando muchas veces como somos imagen viva del Señor por la forma como nos donamos a ese que sufre, encuentran un motivo para acercarse más a la Iglesia. En ese sentido, un acompañamiento pastoral en el mundo de la salud, debe privilegiar el diálogo como forma de encuentro con el otro que es un don, tal como lo propone el Señor a través de los evangelios (Cfr. Lc 10, 25-37 [el buen samaritano]; Jn 10, 11 [el buen Pastor]), donde nos enseña que la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad (Documento de Aparecida, 360).
También hay que tener presente que la vocación cristiana de servicio en la salud, es determinante para un buen acompañamiento, puesto que no todos son llamados a servir en ese contexto particular. Por tal motivo, no quiero terminar sin antes exaltar la maravillosa opción de vida de algunas realidades particulares en la Iglesia Católica, que lo dan todo desde sus carismas por los enfermos, por la promoción de la dignidad humana y la defensa de la vida. A ellos y todos los que luchan por esta causa, les animo a que no desfallezcan en su misión, porque en los enfermos también hay un lugar teológico privilegiado por el Señor (Cfr. Mt 11, 2-6; Mc 3, 1-6; Lc 4, 38-40; Jn 11, 1-4), que merece todo cuidado, dignidad y caridad. Que el Dios de la vida, del amor y todo consuelo les bendiga, les provea el ciento por uno (Mt 19, 29) y les conceda más vocaciones para que sigan humanizando la salud y defendiendo la vida según las enseñanzas del evangelio. ¡Salud! Feliz día.
Ismael José González Guzmán, PhD (c)
Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia
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