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Opinión

Jue 26 Jul 2018

El valor de la misa

Por: Mons.Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Siempre ha habido la necesidad de dar a conocer las disposiciones de la Iglesia en relación con la forma como los fieles la ayudan en el cumplimiento de su misión. A este respecto, el Código de Derecho Canónico afirma que “los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que dispongan de lo necesario para el culto divino, las obras apostólicas y de caridad y el conveniente sustento de los ministros” (c. 222 &1). Cuando el Código se refiere a los estipendios u ofrendas para la Santa misa, dice que “los fieles que ofrecen un estipendio para que se aplique la misa por su intención contribuyen al bien de la Iglesia, y con su ofrenda, participan de su solicitud por sustentar a sus ministros y actividades” (c. 946). Es desde esta óptica que deben ser entendidas las palabras del Papa Francisco, que con sobrada razón, con el ánimo de formar también a los fieles, dijo respecto de las intenciones de la misa en la Audiencia General del 7 de marzo de 2018 lo siguiente: “Y si tengo alguna persona, parientes, amigos, que están en necesidad o han pasado de este mundo al otro, puedo nominarlos en ese momento, interiormente y en silencio o hacer escribir que el nombre sea dicho. «Padre, ¿cuánto debo pagar para que mi nombre se diga ahí?» — «Nada». ¿Entendido esto? ¡Nada! La misa no se paga. La misa es el sacrificio de Cristo, que es gratuito. La redención es gratuita. Si tú quieres hacer una ofrenda, hazla, pero no se paga. Esto es importante entenderlo”. El Papa, que es el Supremo legislador, en nada se opone a la normativa canónica, antes la refuerza. Tiene razón cuando dice que por la misa “no se paga”, porque la misa no es un objeto que se compra o se vende, es tan grande su valor, que es imposible cuantificar su valor real, y tampoco se va a misa como a un supermercado. De hecho, es claro también el Código de Derecho Canónico al afirmar que “en materia de estipendios, evítese hasta la más pequeña apariencia de negociación o comercio” (c. 947). Por eso mismo el Papa hace la diferencia entre pagar por la misa y dar una ofrenda por la misa. Hay quienes se enojan y hacen el reclamo, cuando dan su ofrenda para la misa y su nombre no es leído o no lo escucha, como si para que tenga valor y fuerza, la intención deba ser proclamada. En conciencia, dice el Código de Derecho Canónico, “se ha de aplicar una misa distinta por cada intención para la que ha sido ofrecido y se ha aceptado un estipendio, aunque sea pequeño” (c. 948). De igual manera, las misas colectivas tienen su reglamentación particular que se encuentran plasmadas en el decreto de aranceles de cada año. Y todo esto lo saben muy bien los presbíteros. Es necesario que se tome conciencia de esta dimensión espiritual del sacramento de la Eucaristía y se entienda que no se puede reducir a un simple objeto. La ofrenda y oración, aun en el silencio, llegan siempre a Dios, cuando es la fe la que motiva el encuentro y participación con Jesús que pasa, nos habla y se hace alimento de salvación en cada misa. En síntesis, el Papa Francisco NO derogó los estipendios de la misa, nos recordó su auténtico significado. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mar 24 Jul 2018

Un canto al amor y a la vida

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Se llega en este mes al quincuagésimo aniversario de la promulgación de la encíclica Humanae Vitae del Papa Pablo VI. Un documento importante que proclamó la belleza del amor y la grandeza de la vida humana en un momento en el que el desarrollo tecnológico y la mentalidad materialista, que empezaban a difundirse, acrecentaban la ruptura entre sexualidad y amor, entre sexualidad y vida. Con clarividencia y valentía, Pablo VI señaló los principios cristianos, su aplicación al tema de la regulación de la natalidad y las consecuencias de no seguirlos. La encíclica desató una de las mayores controversias en diversas publicaciones, el desacato por parte de grandes entidades mundiales y aun la rebeldía en un amplio sector de la Iglesia. No se entendió su mensaje ni se descubrió su honda finalidad porque con miopía se redujo el documento a la prohibición del control artificial de la natalidad. No se tuvo en cuenta que, desde el comienzo, el cristianismo vio el amor y la vida como dones de Dios que hacían posible en nosotros su imagen y semejanza. Juzgada con superficialidad, la Iglesia apareció desconectada de la realidad y obstinada en mantener sus creencias en contravía a la mentalidad prevalente. No se entendió que el matrimonio no es un contrato social heredado, sino el designio de Dios mismo; que los hijos no son el objetivo de un proyecto humano, sino un auténtico don que los padres reciben con generosidad responsable; que la vida, como debemos aceptarlo todos con profunda gratitud, proviene de un Amor muy grande que nos ha elegido y nos ha llamado. La Humanae Vitae respondió a través de la antropología cristiana, que ilumina la verdadera dignidad del ser humano por encima de condicionamientos ideológicos, demográficos o tecnocráticos, a los graves desafíos de la cultura contemporánea en la que aparece la revolución sexual cabalgando en el egoísmo, que sólo desea complacer los instintos aprovechándose de los demás. Esta visión sobre la persona humana es la misma que guía a la Iglesia en su trabajo por la justicia social y en su opción por los pobres. La incapacidad de comprender el mensaje profundo que entraña la Humanae Vitae trajo las nefastas consecuencias sociales, culturales y religiosas que ya había advertido Pablo VI: el relajamiento del comportamiento moral, la falta de respeto por la mujer que se convierte en un objeto de placer, la imposición del control de la natalidad como política demográfica, la desestabilización de la familia y el miedo a asumir compromisos, el ejercicio de la sexualidad en edad cada vez más temprana, la dificultad para lograr el relevo generacional que crea sociedades moribundas. La forma como fue acogida la Humanae Vitae reveló también profundos vacíos en la Iglesia sobre la comprensión de la persona humana, la naturaleza de la sexualidad, la visión del matrimonio tal como aparece en el plan de Dios. De otra parte, llevó a la sociedad desarrollada a tomar distancia de la fe y de la moral cristianas. No es difícil percibir que en ciertos sectores culturales hay fragmentos de ideas cristianas, pero sacadas de su contexto original y usadas del modo que le conviene a cada uno. No podemos quedarnos indiferentes frente a esta realidad que parece querer crear una nueva religión que remplace al cristianismo y parte de ese cambio son las nuevas costumbres sexuales. Es necesario un serio compromiso educativo que lleve a valorar la dignidad de cada persona, ilustre la conciencia para que no quiera dar forma a la naturaleza según el propio antojo, integre la afectividad y la sexualidad del ser humano, acompañe a los jóvenes para que sepan vivir con verdad la vocación al amor. Entonces, la Humanae Vitae aparecerá como un canto al amor y a la vida, que nos lleva a la libertad y a la alegría en Cristo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Jue 12 Jul 2018

Cristianos santos y alegres (I)

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Deseo con Ustedes, queridos lectores, repasar un precioso regalo que nos ha hecho el Papa FRANCISCO, con la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos) publicada el 19 de marzo 2018. En este texto el Papa afronta el tema de la llamada a la Santidad en el mundo actual. El Santo Padre con un lenguaje muy sencillo y personal quiere mostrarnos la posibilidad de ser santos, como fuente de amor y del seguimiento del evangelio con gran alegría. Parecería un tema para élites teológicas, pero el Pontífice quiere hablarnos al corazón, a todo el pueblo de Dios y deseo llevar a ustedes estos argumentos para el crecimiento en la fe. Su Santidad pone de frente a nuestra reflexión una gran llamada a la santidad, en la expresión de la voluntad de Dios, el Todopoderoso que quiere que seamos santos, nos presenta una sencilla premisa que, para todos nosotros, debe ser de gran aliento. “Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada” (Cf. n. 1). El Santo Padre desea entrar en los medios de santificación, como llamada que es actual y posible para todos los hijos de la Iglesia. Nos presenta, cómo en el tiempo actual, con todos los riesgos y desafíos, las muchas oportunidades de ser santos (Cf. n. 2), algo que es alcanzable por todos y cada uno de nosotros. La santidad surge de Cristo, que nos manifiesta la voluntad de Dios Este es un “camino” que nos muestra la voluntad de Dios, la santidad es también una “misión”, un proyecto de vida que todos debemos emprender como discípulos de Cristo. Esta forma de vida surge del Evangelio y está vinculada a Él de forma insuperable (cf. n. 19). Esta forma de vida, la santidad, es una actitud que tiene de reflejarse en la vida ordinaria, en cada uno de los gestos y hechos de vida que nos tocan. El Papa FRANCISCO pone el ejemplo de pequeñas acciones que nos permiten experimentar ese camino de santidad: una señora que va al mercado y no acepta hablar allí mal de nadie; la madre que escucha con atención a su hijo, acerca de sus fantasías –con paciencia y afecto- con toda la atención; viviendo pruebas, orando con devoción a la Virgen; viviendo la caridad. Gestos, ofrendas, signos completos de santidad (Cf. n. 16). En la vida diaria, en sus desafíos, en el devenir de la vida diaria, es dónde Dios nos invita a “nuevas conversiones” para que la gracia de Dios se “manifieste mejor en nuestra existencia ‘para que participemos de la santidad (Hb. 12,10)’ “. La Santidad no es una forma de vida para unos pocos que pueden como aislarse del mundo, de las cosas de la vida, o que viven una vida lejana de los problemas de hoy. ¡No!, es una vida cercana, posible, en la cual cada persona, cada uno de nosotros en nuestras vidas experimenta al Señor. Hace una cita del Concilio Vaticano II, “Cada uno por su camino” (Lumen gentium, 11) para que pueda tocar a cada uno de nosotros y nuestra reflexión: la santidad es posible para todos en el camino de la propia historia, de los propios hechos y de la concreta realidad que vive (Cf. n. 11). Este don de la santidad es un don del Espíritu Santo a toda la Iglesia “El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios” (Cf. n. 6). El Pueblo de Dios, cada uno de nosotros, tiene que vivir la santidad, como forma concreta de seguimiento del Señor y de su Evangelio. La comunidad humana está llamada a la santidad, en una dinámica del pueblo. Nos dice el Papa FRANCISCO: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de “la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “la clase media de la santidad” (n. 7). Con estas reflexiones, el Santo Padre quiere que seamos conscientes de esta llamada de Dios, en la posibilidad de caminar respondiendo a Dios. Esta santidad se construye en la propia historia (cf. n. 8). La santidad de los hijos de la Iglesia ayuda y estimula a otros a ser santos, a vivir en este estilo de vida y comportamientos que son signo claro de la opción por Jesús. “La santidad es el rostro más bello de la Iglesia” Es habitual que al entrar en los templos o en nuestra devoción personal tengamos la imagen de los santos. Desde hace algún tiempo, podemos tener fotografías de hombres y mujeres que con su vida siguieron y sirvieron a Dios (En Cúcuta, el Beato Luis Variara, salesiano -llamado el Santo de Cúcuta- que sirvió a los leprosos y murió en Cúcuta el 1 de febrero de 1923 y fue beatificado por San Juan Pablo II el 14 de abril de 2002; el Beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Misionero Javeriano de Yarumal, muerto el 2 de octubre 1989 y beatificado por el Papa Francisco el 8 de septiembre 2017). Santos con rostro personal, humano. Esta llamada a la santidad es personal, directa, que exige de nosotros una respuesta y un compromiso concreto. Una respuesta y un compromiso en toda la acción pastoral de la Diócesis de Cúcuta, ella tiene un objetivo concreto, encontrar a Jesucristo, vivir el Evangelio y con nuestros comportamientos alcanzar una forma de vida, la santidad que es la llamada de Cristo. Esta llamada te toca a ti querido lector, toca tu vida, tu respuesta a Cristo. Termino con una profunda reflexión que nos hace el Papa: la santidad está profundamente unida a la humanidad. La santidad no entra en contradicción con la humanidad, la asume y la acoge en toda su profundidad. Con la santidad, la humanidad se hace fecunda (Cf. n. 33). En otro momento seguiremos repasando las enseñanzas del Papa FRANCISCO, sobre la santidad, dejémonos interpelar por esta invitación a la santidad, que no es otra que seguir a Cristo, entrar a la ESCUELA DE JESÚS. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mar 10 Jul 2018

“Designios de paz y no de aflicción”

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Con esta cita del profeta Jeremías, los obispos, reunidos en Asamblea Plenaria, enviamos un mensaje de paz, unidad y reconciliación al pueblo colombiano, en un momento sin duda, de tantas expectativas en relación con la inauguración del nuevo gobierno elegido, la ansiedad por el acierto en relación con la unidad, la paz, el desarraigo de las causas y mecanismos de la corrupción, la preocupación que generan los nuevos escenarios de violencia y la participación consciente, frente a la indiferencia y radicalismos polarizantes y, hacernos cargo todos los ciudadanos de la solución ponderada tanto de los problemas estructurales como de coyuntura de nuestro país. Lo hacemos como pastores, con la mirada puesta en Jesucristo, en los valores del Reino de justicia amor y paz que nos legó el Maestro, pero situados en una historia concreta que reconocemos en su pasado de luces y sombras, en un presente de retos y desafíos que obligan a un discernimiento serio y responsable y con la siempre confiada esperanza de poder contribuir en la construcción de una mejor sociedad para las nuevas generaciones. De este modo, estamos invitados a leer los signos de los tiempos manifestados en el acontecer diario, que vistos a la luz de la fe, se transforman en el lenguaje de Dios para sembrar caminos de salvación integral para todos. Con esta mirada, se afirma que la división no hace bien a ninguno. La unidad, en la diferencia de pareceres, pero con la voluntad de servir al bien común, será siempre un criterio válido de aplicación a cualquier forma de gobierno para el logro del bien integral de los ciudadanos. Es compromiso de todos. Pero el mensaje hace énfasis, por la preocupación primaria que significa, el fenómeno de la corrupción, enlazada en tantos otros males como lo son la inequidad, estadísticamente tan señalada en Colombia entre los demás países del mundo, el narco y micro tráfico, la pobreza y formas de violencia e ilegalidad. Esta toma de conciencia se convierte en la invitación a recordar y asumir las intervenciones proféticas y de llamado del Papa Francisco en su visita a Colombia, en particular la de no participar en “ninguna negociación que malvenda sus esperanzas”. Esto significa para los creyentes especialmente, conversión personal y comunitaria como la forma de construir la ética y moral bien cimentada en el Evangelio y que no desconoce las prácticas correctas que en su justa autonomía y fuero civil, en cuanto valores deseables y aplicables, inspiran las propuestas de gobierno y conducción de la sociedad. Por otra parte, en este punto del mensaje sobre la lucha contra la corrupción es importante destacar el criterio de “conocer y acoger las iniciativas que se juzguen válidas en el país para conbatir este flagelo, rechazar este tipo de prácticas corruptas y cultivar una cultura de la honestidad y la transparencia“(Cf. 2). Como es natural hay un llamado convencido a no desmayar en la búsqueda de caminos de paz, compromiso de todos y al que nadie se puede negar. Consternación por los nuevos registros de violencia y solidaridad con las victimas y sus familias. Y finalmente, entre otros relevantes aspectos, como la situación de los inmigrantes venezolanos; recordando las palabras de Jesús, “Ustedes son la luz del mundo y la sal de la tierra”, la invitación a trabajar como obreros decididos en la reconstrucción del país: “Inspirados en el Evangelio, trabajemos sin descanso por sanar las heridas, tender puentes, encontrar la reconciliación y cultivar la cultura del encuentro fraterno“(cf. 4). Importante convocación de esperanza. Con mi fraterno saludo y bendición. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Mié 27 Jun 2018

De la Doctrina a la vida

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - La democracia en el magisterio de la Iglesia. Los colombianos acabamos de elegir un nuevo presidente para los próximos 4 años. Así que es oportuno dar una mirada a lo que la Iglesia nos enseña acerca de la democracia: sus valores y potencialidades, al igual que los riesgos de los que hay que cuidarse. Viene bien, a gobernantes y gobernados considerar la enseñanza de la Iglesia al respecto. Valores y potencialidades de la democracia En la Encíclica Centesimus annus, san Juan Pablo II afirma que «la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes» (Op. cit., n. 46). Así, el sistema democrático es un auténtico potencial cuando se desenvuelve en medio del correcto balance entre unos elegidos que asumen con responsabilidad el voto de confianza de los ciudadanos, y los electores que ejercen su derecho con libertad, responsabilidad y pensando en el bien común y los intereses superiores de la patria. De igual manera, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia recuerda que los valores que han de inspirar la democracia son: la dignidad de la persona, el respeto de los derechos humanos, la asunción del “bien común” como fin y criterio regulador de vida la política (CDSI, n. 407). Esto significa que un sistema democrático debe poner como en el centro a la persona considerada en su individualidad así como en su naturaleza comunitaria; todas las actividades ejercidas en este marco, se deben ordenar a la promoción de la persona humana. Existe, además una estructura que se vuelve garantía de solidez para la democracia: la división de los poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial. A este respecto en la mencionada Encíclica de san Juan Pablo II, se dice que «es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio del “Estado de derecho”, en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres». Ha de ser un esfuerzo de los líderes hacer todo por mantener este sano equilibrio e independencia entre los poderes públicos. En tercer lugar, quienes son puestos a la cabeza de los organismos públicos deben cultivar el espíritu de servicio en el cumplimiento de las funciones que el pueblo les confía; este espíritu se alimenta con las virtudes de la «paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad», así, el servidor público tendrá siempre en mente el bien común, antes que el propio prestigio o el logro de ventajas personales (Cf. CDSI, n. 410). Es que el papel de quien trabaja en la administración pública debe ser específicamente de ayuda solícita al ciudadano. Finalmente, en lo que concierne a los ciudadanos, la democracia auténtica debe garantizar que estos conozcan los mecanismos de participación que les son legítimos y que se les permita ejercerlos cuando así se requiera. Uno de estos mecanismos es el de la información. «Es impensable la participación sin el conocimiento de los problemas de la comunidad política, de los datos de hecho y de las varias propuestas de solución (CDSI, n. 414). Riesgos que amenazan la auténtica democracia El relativismo ético — sostiene contundentemente el CDSI —, es uno de los mayores riesgos para las democracias actuales, dado que induce a considerar que no existen criterios objetivos y universales para sustentar la correcta jerarquía de los valores. Además, citando a san Juan Pablo II, advierte que «una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (Cf. CDSI, n. 407). En el cambio de época en el que nos encontramos, una de las primeras cosas que hace crisis es la escala de los valores sobre los cuales se edifica la sociedad. Es necesario que la democracia — con el concurso de todos los ciudadanos — apropie los mínimos y máximos éticos a partir de los cuales se debe regir, teniendo en cuenta las raíces profundas que han sostenido la historia de una nación. No se puede olvidar que la democracia no es un fin sino un instrumento, que debe reflejar los valores éticos y morales de los ciudadanos a los que sirve. En segunda instancia, el riesgo de la cooptación de los poderes públicos, y la concentración de estos en intereses particulares o por parte de lo que Francisco llama “colonización ideológica”, pone en claro peligro la salud de la democracia, que claramente puede desembocar en totalitarismos. «Los organismos representativos deben estar sometidos a un efectivo control por parte del cuerpo social»; y este es posible a través de mecanismos como las elecciones libres, las consultas populares, las veedurías públicas, la rendición pública de cuentas (Cf. CDSI, n. 409). Por último, la Enseñanza Social de la Iglesia confirma que la corrupción política es una grave deformación del sistema democrático, pues traiciona «los principios de la moral y las normas de la justicia social», dejando seriamente comprometido el correcto funcionamiento del Estado. La relación negativa entre gobernantes y gobernantes, la desconfianza y falta de credibilidad hacia las autoridades y las instituciones públicas, así como el creciente menosprecio de los ciudadanos por la política, son efectos muy serios que terminan por socavar la estabilidad del sistema democrático. Considerando esto último, es urgente difundir y cultivar en la ciudadanía en todos los niveles, los antídotos contra el veneno de la corrupción: honestidad, transparencia, responsabilidad, lealtad, generosidad, tolerancia, entre otros muchos más. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali

Jue 21 Jun 2018

La Misión del padre y de la madre

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos celebrando la Semana de la Familia y el próximo domingo será el Día del Padre. Es una ocasión propicia para pensar, una vez más, que el matrimonio y la familia son valores esenciales para la humanidad. Allí se transmiten la vida y el amor, allí se tiene un nombre y una historia personal, allí se comparten las tristezas y las alegrías, allí se aprende a vivir la libertad dentro del vínculo con los demás seres humanos, allí se percibe y acepta la diversidad del otro, allí se tiene la iniciación para incorporarse a toda la sociedad humana, allí cada momento trasmite una chispa del amor de Dios. Mientras damos gracias a Dios por tantas familias que en nuestra Arquidiócesis se esfuerzan por vivir su vocación y su misión, reflexionemos de nuevo sobre la importancia del padre y de la madre en un hogar. A ello se refiere el Papa Francisco en la Exhortación Amoris Laetitia, cuando nos muestra la belleza de la apertura a la vida y del acompañamiento de los hijos por parte de los padres. El amor conyugal no se agota dentro de la pareja. Los esposos, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de ellos mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre (cf AL, 165). La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la aceptación de la vida que llega como regalo de Dios. El don de un nuevo hijo, que reciben el padre y la madre, comienza con la acogida, sigue con la ayuda a lo largo de la vida y tiene como última meta el gozo de la vida eterna. Comprender esto hace a los padres más conscientes de que Dios les ha dado una joya y una bendición. El Papa muestra también la maravilla de las familias numerosas y recuerda que tener hijos es una aventura que exige unos padres maduros. Se ama un hijo, no por sus características, sino porque es hijo; y el amor de los padres es instrumento del amor de Dios que acepta gratuitamente cada niño (cf AL, 170-171). Hoy, cuando tantos niños viven un sentimiento de orfandad, es preciso saber que todo niño tiene el derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos son necesarios para su maduración integra y armoniosa. Respetar la dignidad de un niño significa afirmar su necesidad y derecho natural a una madre y a un padre. No se trata del amor del padre y de la madre por separado, sino del amor entre ellos, percibido como fuente de la propia existencia y como fundamento de la familia. Ambos, padre y madre, son cooperadores del amor creador de Dios. Ellos enseñan el valor de la reciprocidad, donde cada uno aporta su propia identidad y sabe también recibir al otro (cf AL, 172). En nuestro tiempo es posible ver lo difícil que es una maduración equilibrada de los hijos si falta uno de los padres que ejerzan su función educadora desde la identidad maternal femenina y paternal masculina. La madre que ampara con su ternura ayuda a experimentar que el mundo es un lugar bueno que nos recibe y esto facilita desarrollar la autoestima. La figura paterna contribuye a percibir los límites de la realidad, ayuda a salir hacia un mundo más amplio y desafiante, invita al esfuerzo y a la lucha. Un padre con una clara identidad masculina, que a su vez convine el afecto y la protección, es tan necesario como la madre (cf AL 175). Después el Papa señala que en nuestra cultura la figura del padre estaría simbólicamente ausente, desviada, desvanecida. Aun la virilidad pareciera cuestionada. Se ha producido una confusión en nombre de una liberación del padre representante de la ley. Y hoy el problema no parece ser la exagerada autoridad del padre en el hogar, sino su ausencia. De ahí pueden derivar en los hijos diversas situaciones afectivas, de inseguridad personal y de desadaptación en la sociedad. Cada vez, resulta más urgente defender la familia y apoyarla para que, no obstante las dificultades actuales, realice su tarea preciosa e imprescindible en el mundo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Jue 14 Jun 2018

La familia es parte de la esperanza

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - A partir del próximo 17 de junio, damos comienzo en nuestra Arquidiócesis a la Semana de la Familia. Es una nueva ocasión para que nos encontremos con la identidad y la misión de esa célula esencial constituida por un hombre y una mujer, que llamados por Dios forman una sola carne y en una experiencia de comunión fiel e indisoluble se abren al don de la vida. Es preciso que seamos capaces de reconocer y cuidar la belleza de la vocación matrimonial y la grandeza de la institución familiar. Los esposos cristianos deben ser conscientes de que su amor nace de otro amor primero que lo genera y lo fortalece. Su unión se arraiga en el amor hasta el extremo de Cristo crucificado que se entregó por su Iglesia. Su capacidad para amarse viene del Espíritu Santo que renueva cada día su corazón y su vida. Sólo sobre estas convicciones puede mantenerse una familia como la casa edificada sobre roca, que resiste los embates de las tormentas y la fuerza de los vientos. La familia es el lugar donde Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nació y vivió. La familia es el reflejo en la tierra del misterio de comunión eterna que él vive en la intimidad de la Santa Trinidad. La familia es el hogar de la vida y el lugar donde se revela y comunica el amor. La familia es la casa donde se recibe a cada persona, se la aprecia por sí misma y se la protege de muchas amenazas. La familia es el ámbito primero y natural de la educación de los hijos, para introducirlos progresivamente en la familia humana. La familia, al llevar los hijos al bautismo, los introduce en la Iglesia y colabora en la iniciación cristiana de los miembros de la familia de Dios. Igualmente, con la luz y la fuerza del Espíritu, la familia vive la vocación y la misión que ha recibido, no obstante las dificultades y los desafíos de la vida. Por eso, a fuerza de acogida y amor, logra sanar tantas heridas de las personas y puede incluso cumplir una gran labor social ayudando, sosteniendo y protegiendo a muchos que tienen diversas necesidades. En medio de una sociedad frecuentemente convulsionada por temores y problemas, pero al mismo tiempo con tantas promesas de esperanza, la familia cristiana cumple la especial tarea de colaborar en la evangelización, mostrando, a sus miembros y a toda la sociedad, que formamos parte de una historia de amor que viene desde Dios. Este testimonio es fundamental en el contexto cultural de hoy que deja a muchas personas víctimas de la confusión y el egoísmo y necesitan un amor auténtico que las regenere y las haga capaces de vivir en la verdad y la alegría. Sin el compromiso de las familias cristianas, a la Iglesia le resulta muy difícil hoy la transmisión de la fe. Así mismo, es necesario que las familias trabajen e influyan para resolver las necesidades esenciales de vivienda, salud, trabajo y educación, que responden a derechos primarios. Tenemos, por tanto, una gran responsabilidad en la defensa y promoción de la familia, que es decisiva en los campos de la organización social, de la transformación cultural y de la nueva evangelización. Invito encarecidamente a todos los miembros de la Arquidiócesis a comprometerse seriamente con la programación de esta Semana de la Familia y con todas las demás iniciativas que vean oportunas a lo largo del trabajo pastoral para cuidar y promover la familia, ambiente privilegiado para reconstruirnos desde adentro, para mantener la estabilidad y el crecimiento armonioso de la sociedad y para proyectar el futuro con responsabilidad y esperanza. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Sáb 9 Jun 2018

Votar es participar

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Nos encontramos en Colombia en una coyuntura de enorme responsabilidad ciudadana como es la elección del nuevo Presidente por cuanto, de su gestión igualmente responsable, dependerá en gran medida el bienestar y convivencia justa de todos los ciudadanos, atendiendo al bien común. Es una decisión que, como ocurre en los sistemas democráticos, va a depender de la suma de votos por mayorías en favor de alguno de los candidatos. Cada voto debe expresar una voluntad consciente y libre, en tanto bien informada y moralmente dirigida con la intención de buscar el mayor bien. Cada voto suma. Cada abstención resta. La indiferencia o el pretexto de no encontrar la persona perfecta, impiden ciertamente al conjunto de la comunidad, encontrar el mejor camino, su destino. Ciertamente a la hora de elegir, debemos ser conscientes de que una sola persona, por fuerte que sea su liderazgo, no basta para conducir y organizar toda la variada y compleja red de aspectos que entrañan el gobierno de una nación: dirigida por el gobernante, ha de ser un trabajo de equipo, participativo, coherente con el programa de gobierno ofrecido y respaldado por la mayoría de los ciudadanos; respetuoso de quienes pensando distinto, deben sin embargo, ser servidos en condiciones de igualdad de acuerdo con sus legítimos derechos, quienes a su vez, por encima de intereses personales, han de favorecer lo que toca el bien común de todos. De modo que no hay candidato perfecto. La participación en cuanto voluntad de ayudar a decidir y comprometerse con lo decidido, se convierte en un imperativo moral y forma parte, según el pensamiento social de la Iglesia, del principio de subsidiariedad que propende por no quitar o impedir a las personas por una parte, o a las comunidades menores, por otra, lo que les corresponde legítimamente como fruto de sus esfuerzos y capacidades, destinadas a aportarlas al servicio de los demás. De este modo la participación - y el voto es una manera de hacerlo - responden sin duda a evidenciar también la dignidad de las personas y su valor concreto para la sociedad. En relación con el tema podemos citar una reflexión del papa San Juan XXIII, en su Carta encíclica Pacem in Terris: La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia (Cfr. AAS 55(1963)278. Cierto es que se necesita interponerse y superar obstáculos culturales, jurídicos y sociales que se presentan a veces como barreras a la participación solidaria de los ciudadanos. Correspondería a este cuidado las posturas que llevan al ciudadano a formas de participación insuficientes o incorrectas y al, a veces difundido desinterés por lo que se refiere a la participación social y política. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia aduce por ejemplo el caso “en los intentos de los ciudadanos de ‘contratar’ con las instituciones las condiciones más ventajosas para sí mismos, casi como si éstas estuviesen al servicio de las necesidades egoístas; y en la práxis de limitarse a la expresión de la opción electoral, llegando aún en muchos casos, a abstenerse” (Cfr. # 191). Lo cual quiere decir que el voto no debe ser de “maquinaria” ni “negociable”, sino libre y a conciencia. Fraternalmente. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga