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Caminemos juntos en la acción misionera
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Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - En nuestra Diócesis de Cúcuta, siguiendo el llamado del Papa Francisco, estamos en salida misionera y para ello, nos proponemos evangelizar desde el Proceso Evangelizador que la Iglesia nos ha enseñado desde siempre, sintetizando este proceso en tres etapas o momentos esenciales que son: Acción misionera, acción catequética y acción pastoral, reconociendo que estos momentos no son etapas cerradas, sino que tratan de dar el alimento del Evangelio más adecuado para el crecimiento espiritual de cada persona y de cada comunidad parroquial (cfr. Directorio General para la Catequesis #49). En este escrito vamos a dar algunos elementos para comprender la acción misionera en el proceso evangelizador de la Iglesia.
Evangelizar significa para la Iglesia, llevar la Buena Nueva de la salvación a todos los ambientes de la humanidad, a los que están cerca y a los que están lejos. El Papa Francisco nos recuerda que la evangelización se debe realizar en tres ámbitos: “En primer lugar, el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna. En segundo lugar, el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. Finalmente, el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado” (Evangelii Gaudium #14). Estos tres ámbitos deben ser objeto de la entrega pastoral de cada sacerdote y de todos los evangelizadores en la Iglesia.
En nuestra Diócesis de Cúcuta, reconocemos que estamos en un contexto misionero y por eso, se hace necesario revitalizar el comienzo del proceso evangelizador que la Iglesia nos enseña, mediante la acción misionera que consiste en el primer anuncio de los misterios del amor y la misericordia del Padre y todo lo realizado en el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, que se vive en el corazón del evangelizador, quien a la vez se convierte en testigo de las maravillas que Dios va realizando en la vida personal, con una experiencia de fe comunitaria que asegure el testimonio de la comunión en aquello que anuncia.
Para dar pasos seguros en esta primera etapa es necesario tener claras las metas de la acción misionera que concretamente “tiene que suscitar en las personas la fe inicial y el inicio de la conversión. Estas son sus metas y se trata de experiencias personales nítidas, sencillas y constatables” (Muéstranos al Padre I, pág. 36). La fe inicial permite la acogida del misterio que se anuncia: amor del Padre y su misericordia y la persona de Nuestro Señor Jesucristo, que en su misterio pascual nos ha mostrado el camino para salvarnos. Con el acto de fe, está en el mismo nivel el inicio de la conversión que involucra a la persona con una respuesta en donde reconoce que el anuncio lo está transformando desde dentro.
La acción misionera tiene su propia pedagogía que parte de la experiencia que se tiene del amor de Dios, reconociendo que en ese amor están todos los tesoros que una persona puede aspirar a tener en su vida y quiere comunicarlo a otros mediante el testimonio personal y comunitario, que se va transmitiendo como algo que brota del corazón y se va manifestando en la caridad y la alegría que experimenta la persona que empieza a creer en Dios. El Papa Francisco expresa esta realidad cuando afirma: “Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG 2). De tal manera que, el amor de Dios testimoniado por un creyente, mediante la acción misionera, lleva a que del corazón brote el fruto maduro de la caridad y experimente la alegría de los hijos de Dios.
Pero hay que dar un paso más en esta experiencia de fe, porque el testimonio del creyente no se agota en su forma de vivir, en la caridad que realiza o en la alegría que manifiesta con el Evangelio recibido, sino que del corazón brota el fervor misionero, esto significa que quien está verdaderamente evangelizado percibe la urgencia por anunciar lo que ha visto, oído y experimentado que es el amor de Dios en su vida. El Documento de Aparecida expresa esta verdad cuando afirma: “El reto fundamental es mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que este. Este es el mejor servicio que la Iglesia tiene que ofrecer a personas y naciones” (DA #14).
Todo esto reclama de cada uno de nosotros un celo misionero que siempre nos tenga en salida misionera para transmitir la fe a otros, sin perder el celo por el anuncio de Jesucristo. Al respecto el Papa Francisco afirma: “A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones" (EG #265).
El comienzo de la Cuaresma tendrá que ser una oportunidad para que la acción misionera con los gestos de la ceniza, del ayuno y la penitencia, nos ayude a experimentar el amor de Dios y su misericordia infinitas. Caminemos juntos en la acción misionera.
En unión de oraciones, caminemos juntos, renovando nuestra fe.
+ José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
La familia defiende y protege la vida
Mar 11 Jun 2024
Vie 31 Mayo 2024
Consagrados al corazón de Jesús
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Era tradicional en muchas de nuestras casas, que en la sala principal estuviera el cuadro o imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Esta era una expresión no solo de la fe de quienes habitaban la casa, sino también de la acogida, en el nombre de Señor, a quienes entraban en ella. En su nombre eran y debían ser acogidas en casa las visitas.Era también la forma como los miembros de las familias se sentían protegidos por el poder del Dios, y a la vez, animados por su ternura y perdón en los momentos de dificultad. Hoy, lastimosamente, son muy pocas las casas de católicos que tienen en sus salas esta imagen.Vale la pena recordar que “la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se remonta al siglo XVII, cuando la santa francesa, Margarita de Alacoque, empezó a difundir esa devoción, con la promesa para quienes la profesaran, de recibir dones y gracias divinas y así alcanzar la salvación. De ahí que el Papa León XIII haya consagrado el 11 de junio de 1899 todo el género humano al Sagrado Corazón de Jesús”.En Colombia, gracias a la evangelización de los misioneros de los siglos pasados, esta devoción tuvo y tiene una gran fuerza. En el calendario litúrgico de Colombia, este año la solemnidad se establece para el viernes 7 de junio.“Su celebración en nuestro país se remonta al final de la guerra de los Mil Días, cuando Colombia se encontraba destrozada y dividida por el más sangriento de los conflictos bélicos de nuestra historia. En tales circunstancias el arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, solicitó al gobierno de José Manuel Marroquín Ricaurte que declarara por “voto nacional” la consagración de nuestro país al Sagrado Corazón de Jesús.La oración solemne de consagración inicia con: “Dignaos aceptar, corazón santísimo, este voto nacional como homenaje de amor y gratitud de la nación colombiana; acogedla bajo vuestra especial protección, sed el inspirador de sus leyes, el regulador de su política, el sostenedor de sus cristianas instituciones, para disfrutar del don precioso de la paz ...”.En consecuencia, mediante el decreto 820 del 18 de mayo de 1902, la República de Colombia fue consagrada al Sagrado Corazón de Jesús como el símbolo de paz y reconciliación entre los colombianos.También se ordenó la construcción del templo del Voto Nacional, y es administrado por la comunidad de los Padres Claretianos. El Papa Pablo VI lo elevó a Basílica Menor los días 4 y 5 de febrero de 1964. En 1975 fue declarado monumento nacional.Aunque en la actualidad no se hace esta consagración al Sagrado Corazón de Jesús con la participación de las autoridades del Gobierno nacional, queda en nuestra memoria el significado de confiar nuestras vidas al corazón de Jesús.En las parroquias se celebra el primer viernes de cada mes el día del Corazón de Jesús; los jueves de cada semana, ante el Santísimo, se hace ofrenda de adoración al Corazón de Jesús, y son varias las parroquias y templos, como el Templo Votivo del Corazón de Jesús que, en Cali, cumple este año 80 años de erección, dedicados a difundir esta devoción, que más que devoción, es un acto de fe en el amor que brota del corazón traspasado de Jesús.Los tiempos actuales no distan mucho de lo vivido en 1902. Todavía persisten situaciones de dolor, muerte, atentados asesinatos, extorsiones, desplazamientos forzados, organizaciones dedicadas al crimen, y por supuesto, mentes y corazones dominados por el odio, la corrupción y el deseo de venganza.Simplemente, los invito para que miremos al corazón amantísimo de Jesús. Hagamos propias sus palabras: “Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde corazón, y encontrarán descanso para sus vidas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11, 28-30).Si queremos superar esta historia que nos aflige, tenemos que entrar en el corazón de Jesús. Así tendremos sus mismos sentimientos y seremos capaces de descubrir que tenemos futuro, pues si lo amamos y cumplimos sus mandamientos, estará en nosotros y nosotros en Él (cf. Jn. 16).Oremos por quienes nos gobiernan, oremos por todos los hombres y mujeres que hacemos parte de este querido país, y pidámosle al Corazón de Jesús que nos ayude a evitar todo lo que impida la paz, que seamos artesanos de paz. Que nos haga humildes como Él, capaces de respetar al otro y los instrumentos que nos permitan hacer de nuestro territorio un territorio de paz.“Jesús manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo”, sea nuestra súplica confiada y constante al Dios del amor.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali
Mar 28 Mayo 2024
María se puso en camino (Lc 1, 39)
Durante este mes de mayo en las comunidades parroquiales y en las familias hemos venerado de manera especial a la Santísima Virgen María, quien con su amor maternal nos enseña a escuchar como discípulos la Palabra del Señor y a ponerla por obra. “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de hijo en el Hijo, nos es dada en la Virgen María quien por su fe (Cf Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (Cf Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús, es la discípula más perfecta del Señor. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos” (Documento de Aparecida 266).La obediencia de María al plan divino, es el fruto maduro de su fe profunda, que se manifiesta en el acto de entrega a la voluntad de Dios que pronunció desde el mismo momento en que el arcángel Gabriel le anuncia que iba a ser la madre del Salvador, respondiendo con palabras que expresan la fe y entrega fiel al querer divino: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), afirmando con ello la actitud de fe de María y que Isabel reconoce y lo exclama con entusiasmo en la frase: “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc 1, 45), alabándola porque Ella ha creído que lo que ha prometido el Señor se cumplirá, siendo la discípula predilecta del Señor y además misionera en la comunicación de Jesús a toda la humanidad.La fe de María no se queda guardada de manera egoísta en su corazón, Ella de inmediato se pone en camino, para ir en actitud caritativa a servir a su prima santa Isabel, convirtiéndose de esa manera en la gran misionera. “María se puso en camino y fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 39-42).María se puso en camino, es la actitud del misionero que lleva la gran noticia y quiere transmitirla a otros, “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros” (DA 269). Todos hemos recibido la gracia de Dios en el Bautismo, que nos ha hecho discípulos misioneros del Señor. Discípulo es el que aprende, quien con corazón dispuesto recibe la Palabra de Dios y la pone por obra. Misionero es el que enseña, es decir aquel que teniendo a Jesucristo en el corazón no puede quedarse con Él, sino que siente un ímpetu interior, un llamado de Dios a comunicarlo por todas partes; así lo expresa el Papa Francisco cuando afirma: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (Evangelii Gaudium 119).Siempre le hemos dado a María el título de Estrella de la Evangelización y con su salida misionera, forma en nosotros los evangelizadores del presente, un corazón misionero, dispuesto a ir por todas partes a anunciar el mensaje, la palabra y la persona de Nuestro Señor Jesucristo, que es el compromiso de todos los bautizados, como nos lo ha recordado con frecuencia el Papa Francisco en su magisterio: “En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (Cf Mt 28, 19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (EG 120), que tiene la misión de transmitir a Jesucristo después de tenerlo en su corazón.Renovamos nuestra actitud de oración como María con sus discípulos, para que podamos recibir del Espíritu Santo la fuerza y el fervor misionero para ponernos en camino. Sabemos que “con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo, y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia Evangelizadora y sin Ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización” (EG 284). María que conservaba y meditaba todo en su corazón, nos enseña el primado de la escucha y la contemplación de la Palabra en la vida de cada discípulo misionero, para ser como ella, transmisores de la fe que tenemos como un don muy especial en nuestro corazón y que no podemos enterrarlo, sino que se hace necesario comunicarlo en salida misionera, por todos los confines de nuestra Diócesis y parroquias.María que ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, aún en medio de las incertidumbres y también la cruz. Ella estuvo al pie de la Cruz, con dolor, pero con esperanza y de allí brotó el espí¬ritu misionero para estar siempre en camino y comunicarnos a nosotros, ese fervor por anunciar a Jesucristo.Nos ponemos bajo su protección y amparo y la custodia del Glorioso Patriarca san José, para que alcancemos de Nuestro Señor Jesucristo, la gracia del fervor misionero que nos ponga en salida para anunciar su Evangelio, después de hacer con el Apóstol Pedro profesión de fe diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), para salir a comunicar esa fe vivida con toda intensidad y fervor.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta
Mié 15 Mayo 2024
“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Avanzamos en este Tiempo Pascual con Jesucristo Resucitado al centro de nuestra vida y preparándonos para recibir el don del Espíritu Santo, el próximo domingo en la Solemnidad de Pentecostés, cuando los apóstoles reunidos recibieron esa gracia que viene de lo alto. El Espíritu Santo abre el camino de la Iglesia dándole vitalidad y fortaleza para ir en salida misionera al anuncio gozoso del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones, carismas y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización” (Documento de Aparecida 150).En el proceso de evangelización de nuestra Diócesis estamos comprometidos con la salida misionera, siguiendo el mandato del Señor “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19-20), con la certeza que el Espíritu Santo está con nosotros porque es el alma de la Iglesia, tal como lo enseña san Pablo VI: “Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece. Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado” (Evangelii Nuntiandi 75).Con esta certeza entendemos que la obra evangelizadora no es nuestra, somos instrumentos dóciles del Señor, elegidos por Él para la maravillosa tarea de la evangelización, que recibimos el don del Espíritu Santo, quien pondrá en nuestros labios las palabras adecuadas, que lleven a muchos al encuentro con Jesucristo Resucitado, sin pretender obtener resultados para nuestro beneficio y vanagloria personal, porque es ese mismo Espíritu quien ayuda a quien escucha el anuncio para que abra su corazón y acoja la Buena noticia del Evangelio. Así lo ratifica san Pablo VI cuando enseña: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75).En la misión evangelizadora nuestra condición es la de elegidos por el Señor y llamados y enviados por la Iglesia para esta tarea. De nuestra parte entregamos a Jesucristo toda nuestra vida, como la ofrenda que tenemos para que nos haga instrumentos del Evangelio que estamos llamados a transmitir por todas partes. Aparecida nos ha hecho conscientes del impulso misionero que nos da el Espíritu Santo cuando afirma: “El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro y Pablo, señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quienes deben hacerlo” (DA 150), basta estar atentos para escuchar su voz y saber discernir lo que nos pide en cada momento de nuestra vida, para anunciar la Palabra de Dios en cada uno de los ambientes donde vivimos y nos movemos.En nuestra Diócesis estamos en estado permanente de misión, que se hace realidad en cada una de las parroquias, con los misioneros que han sido enviados en la asamblea diocesana del pasado mes de noviembre, para ir a las periferias físicas y existenciales de cada parroquia a convocar a los que no conocen a Jesús y darles la buena noticia del Reino de Dios. “Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y muje res en cada ambiente. El Espíritu Santo, que actúa en Jesucristo, es también enviado a todos en cuanto miembros de la comunidad, porque su acción no se limita al ámbito individual, sino que abre siempre a las comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en Pentecostés” (DA 171).Con todo esto tomamos conciencia que las palabras de Jesús “reciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22), nos invitan a acoger en nuestro corazón todos los dones del Espíritu, que no se pueden quedar enterrados en el ámbito individual, sino que tienen que estar al servicio de la comunidad, para la tarea misionera para la que estamos convocados todos los bautizados y es el Espíritu Santo quien nos anima y fortalece para esta misión en comunión con toda la Iglesia. Así nos lo ha enseñado Aparecida: “En el pueblo de Dios, la comunión y la misión están pro-fundamente unidos entre sí. La comunión es misionera y la misión es para la comunión” (DA 163).En el desarrollo de nuestro proceso de evangelización estamos haciendo profesión de fe con el Apóstol Pedro diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y esto es posible vivirlo desde el corazón si estamos iluminados por el Espíritu Santo, que nos ayuda a vivir en comunión, unidos a Jesucristo resucitado que fortalece nuestra fe. Preparémonos para la Solemnidad de Pentecostés con la disposición de los apóstoles y la Santísima Virgen María, cuando estaban a la espera de esta gracia especial y abramos nuestro corazón al encuentro con Jesucristo, para ir en salida misionera a comunicar por todas partes su mensaje de salvación.+José Libardo Garcés Monsalve Obispo de Cúcuta
Jue 2 Mayo 2024
Miremos y contemplemos el Crucificado
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo viernes 3 de mayo celebramos en Colombia la exaltación de la Santa Cruz, una fiesta de la religiosidad popular de nuestro pueblo, que nos debe llevar a hacer con el Apóstol Pedro la profesión de fe en el Señor diciendo: “Tu eres el Cristo” (Mc 8, 29), reconociendo a Jesús como el enviado del Padre para conducirnos a la salvación prometida y esperada.Cada uno de nosotros de rodillas, mirando y contemplando el Crucificado, deberá pronunciar desde el corazón las palabras del centurión romano que estaba frente a la cruz: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), que ha venido a traernos el perdón de Dios, como regalo, fruto de su amor y misericordia, que debemos entregar a los demás siendo instrumentos del perdón para con nuestros hermanos.Para muchos esta fiesta se convierte en algo superficial y mundano, perdiendo el verdadero sentido de la Cruz, que es la fuente de la Salvación. Es el madero donde fue clavado Nuestro Señor Jesucristo, que según decimos en el credo, padeció, fue crucificado, murió, fue sepultado y resucitó al tercer día y está sentado a la derecha del Padre. En el Crucificado está la síntesis de todo el Misterio Pascual que celebramos en la Semana Santa y que vivimos a lo largo del año, asumiendo la propia cruz y uniendo nuestros dolores, sufrimientos y enfermedades a la Cruz del Señor y haciéndonos uno con Jesús Crucificado.La sociedad actual ha querido anular la Cruz, el dolor y el sufrimiento que hace parte de la naturaleza humana, vendiendo falsamente la idea de una vida en perfecto bienestar y prosperidad, que, en ocasiones desde la predicación de algunos, comerciando con lo sagrado, quieren vender sacramentales ofreciéndoles a las personas la cancelación de todo sufrimiento en sus vidas. Desde la Palabra de Dios tenemos la certeza de predicar la verdad cuando anunciamos a Jesucristo Crucificado: “Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo Crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos. En cambio, para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo, que es fuerza y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 22 - 24), ahí está la fuerza de nuestra fe en el Resucitado, que pasó por la Cruz y entregando su vida por todos, nos liberó de la esclavitud del pecado y nos dio la verdadera vida.De tal manera que siguiendo a san Pablo podemos ser auténticos discípulos misioneros del Señor, si contemplamos el Crucificado y unimos la cruz de cada día a la Cruz del Señor, así lo afirma el mismo Jesús en el Evangelio: “Y dirigiéndose a sus discípulos añadió: Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la conservará” (Mt 16, 24 - 25). Jesucristo mismo nos ha dado ejemplo de entrega de la propia vida por la salvación de todos y nos invita constantemente a tomar la Cruz y seguirlo.Este año el lema del Plan de Evangelización de nuestra Diócesis tiene el Crucificado sobre la Palabra de Dios y al pueblo de Dios contemplando ese Crucificado y haciendo profesión de fe diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 9, 28). Desde esta profesión de fe, celebrar la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz tiene gran sentido cristiano y nos debe ayudar a vivir nuestra vida en gracia de Dios, transformados siempre en el Señor que nos ha ofrecido desde la Cruz la salvación.Estamos llevando a la visita pastoral de cada una de las parroquias un Crucificado que preside todas nuestras reuniones, para expresar con ese signo la centralidad de nuestra vida en Cristo Crucificado y fortalecer nuestra fe en el Señor que fue clavado en la cruz, murió, pero resucitó y está sentado a la derecha del Padre. De tal manera que la cruz que fue signo de escándalo para muchos, para nosotros se convirtió en signo de luz y en fuente de salvación eterna.Mirando y contemplando el Crucificado el corazón se llena de esperanza. La esperanza es la virtud que nos mantiene en pie, que nos ayuda a salir adelante en las incertidumbres y dificultades de la vida y para el cristiano la esperanza brota del árbol de la cruz, que lo sana de la tristeza, porque es el mismo Jesús que sana, consuela, levanta y da esperanza: “Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí que soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28 - 30), de esa manera cuando estemos agobiados y sin fuerzas por la cruz de cada día, arrodillémonos a mirar y contemplar el Crucificado y encontraremos paz en medio de las fatigas diarias de la vida.Al celebrar esta fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, renovemos nuestra fe en el Crucificado y reavivemos el deseo de ir en salida misionera a predicar a ese Jesucristo Crucificado que es fuente de nuestra salvación. Que la Santísima Virgen María que estuvo al pie de la Cruz, con dolor, pero con esperanza, nos ayude a mirar y contemplar el Crucificado y el Glorioso Patriarca San José custodie en nosotros la gracia de Dios y la fe, para seguir en nuestra vida a Jesucristo Crucificado, fuente de nuestra salvación.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta