Por P. Raúl Ortiz Toro – El Sínodo 2021-2023 es una conspiración. Sí, ha leído bien, pero por favor, lea hasta el final. Quizá haya abierto los ojos para releer la palabra “conspiración” y es muy probable que haya entendido la frase inicial en sentido negativo; así, al menos, lo presenta el Diccionario RAE donde los dos primeros significados del verbo conspirar tienen que ver con la unión de varias personas contra un superior o contra otra persona para hacer daño; solo una tercera acepción considera que es “concurrir a un mismo fin” y, finalmente, con la anotación de “desusado” afirma que el verbo se empleaba como sinónimo de “convocar”. Pero conspiración – en el significado más genuino y válido de la palabra –, el significado patrístico (es decir, como lo utilizaron los Santos Padres de la Iglesia), significa un acuerdo de voluntades y espíritu. Dejamos, entonces, en claro, que el dinamismo de la lengua produjo en la palabra “conspiración” un cambio semántico.
Como el verbo conspirar significaba algo trascendental, esto es, “tener un espíritu común” (com-spirare), San Agustín escribió una frase que ahora, en el contexto del Camino Sinodal 2021-2023, ha salido nuevamente a la luz con especial iluminación. Para leerla en el contexto los invito a ir al Documento Preparatorio del Sínodo (que se encuentra en la página sínodo.cec.org.co) y buscar en el numeral 11: «A quienes dividían el cuerpo eclesial, los Padres de la Iglesia opusieron la comunión de las Iglesias extendidas por todo el mundo, que San Agustín describía como “concordissima fidei conspiratio”, es decir, como el acuerdo en la fe de todos los Bautizados».
“Concordissima fidei conspiratio” que traduce literalmente “acuerdo plenamente unánime de la fe”, fue una frase escrita por San Agustín de Hipona en una carta a Sixto [Epístola 194, 31], “colega en el presbiterado”, en el contexto de la controversia pelagiana (siglo V) y la consiguiente discusión sobre la necesidad del bautismo de los niños. En época reciente, el Papa Francisco describió el pelagianismo actual como aquella herejía donde sus seguidores «aunque hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico» (Gaudete et Exultate, 49). Así pues, volviendo al Obispo de Hipona, podemos afirmar que el Espíritu Santo conspira sobre la Iglesia en el sentido que la une con los lazos de una armonía trascendente y doble: primero, su fuerza unificante por la fe creída, profesada, vivida en cada bautizado; segundo, por su fuerza unificadora entre los bautizados de todos los rincones de la tierra.
De modo que el Espíritu Santo conspira en cada fiel produciendo la unidad y armonía entre la fe y la vida, y conspira en las Iglesias Particulares siendo fuerza efectiva para que exista unidad en la Iglesia Universal. El “acuerdo plenamente unánime en la fe”, es decir, la consabida “conspiración” del Espíritu Santo, es el fundamento de aquella frase también del papa Francisco que ha quedado plasmada en el Documento Preparatorio del Sínodo, número 11, pero que se remonta a la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium y, aún más atrás, al Concilio Vaticano II, a la Constitución Dogmática Lumen Gentium 12. Una frase que ha dado y dará mucho de qué hablar no solo a quienes con maneras integristas se resisten a escuchar al Pueblo de Dios como protagonista del presente y el futuro de la Iglesia sino a quienes la entienden mal hasta hacerles pensar que la Iglesia debe regirse como una democracia. La frase es esta: “El Pueblo de Dios es sujeto del sensus fidei infalible in credendo”; es decir, que, cuando cree, el Pueblo de Dios no se equivoca. Recordemos que el Pueblo de Dios está conformado por los laicos, los consagrados y los ordenados (obispos, sacerdotes y diáconos); todos “caminamos juntos” incorporados a Cristo por el bautismo.
Explica el Papa en Evangelii Gaudium 119: «En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar. El Pueblo de Dios es santo por esta unción que lo haceinfalible “in credendo”.Esto significa que cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe. El Espíritu lo guía en la verdad y lo conduce a la salvación. Como parte de su misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de los fieles de uninstinto de la fe—elsensus fidei—que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios. La presencia del Espíritu otorga a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas y una sabiduría que los permite captarlas intuitivamente, aunque no tengan el instrumental adecuado para expresarlas con precisión».
Dejemos, entonces, que en este Camino Sinodal 2021-2023 el Espíritu Santo conspire sobre cada uno de nosotros y sobre nuestra Iglesia en general; que los procesos de escucha que se van a vivir en las Iglesias Particulares sean tiempos de gracia en los que cada parroquia o grupo de fieles se sientan agradecidos por el camino recorrido – pues sinodalidad siempre ha habido en la Iglesia, en algunas épocas más explícita que en otras: en la vivencia de la fe, la participación en las estructuras, la vinculación en los procesos – y que el Espíritu Santo nos ayude a vencer la tentación de reducir este tiempo de gracia a la elaboración de un documento más. Así lo advierte el Documento preparatorio (número 32): «Recordamos que la finalidad del Sínodo, y por lo tanto de esta consulta, no es producir documentos, sino “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos”».
P. Raúl Ortiz Toro
Director del Departamento de Doctrina y Promoción de la Unidad y del Diálogo
Conferencia Episcopal de Colombia
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