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monseñor luis fernando rodríguez

Lun 3 Ago 2020

De la comunión espiritual a la comunión sacramental

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Recibir la comunión en la mano. Como para algunos fieles esta normativa parece ser nueva, y para otros incluso parece ser una especie de profanación de las especies eucarísticas, a manera de ilustración recuerdo algunos apartes del Magisterio de la Iglesia a este respecto: “Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: tomen éste es mi cuerpo” (Mc. 14, 22; Mt. 26, 26; Lc. 22, 15; 1Cor.11, 23). El pan ázimo, que es el que se usa en las eucaristías, desde los inicios de la Iglesia hasta siglos después, es grande y requiere ser partido y por tanto, como lo hiciera Jesús, según la tradición judía, se debía entregar en las manos a los comensales. En la actualidad, por ejemplo, los miembros del Camino Neocatecumenal tienen la autorización de la Congregación para el Culto Divino, de elaborar el pan ázimo en el formato grande, para sus celebraciones, pan consagrado que debe entregarse en las manos de los fieles para poder ser consumido. Las hostias, como las conocemos hoy, comienzan tardíamente cuando el número de los fieles creció y era prácticamente imposible darles a todos el pan ázimo horneado. Todo indica que la tradición de las hostias viene del s. XII y eran elaboradas por los monjes. La tradición de comulgar en la boca se fue imponiendo, sobre todo para exaltar la sacralidad y el respeto de la Eucaristía que se recibe, y posiblemente por razones higiénicas. En los tiempos más recientes, el tema volvió a presentarse: Por indicación expresa de San Pablo VI, se publicó en 1969 la Instrucción Memoriale Domini, donde, manteniendo la vigencia de la comunión en la boca, se establecía el camino a seguir: “en aquellas regiones en que el Episcopado juzgue conveniente, se podrá dejar a los fieles la libertad de recibir la comunión en la mano, salvando siempre la dignidad del sacramento y la oportuna catequesis del cambio”. En el año 2000, San Juan Pablo II promulgó la Instrucción General del Misal Romano, que en el n.161 afirma: “Si la Comunión se recibe sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la Hostia un poco elevada, la muestra a cada uno, diciendo: El Cuerpo de Cristo. El que comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento, en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su deseo. Quien comulga, inmediatamente recibe la sagrada Hostia, la consume íntegramente”. La Conferencia Episcopal de Colombia, en la Instrucción pastoral sobre algunos aspectos importantes en la celebración eucarística, publicada el 2005, establece lo siguiente: “n. 17. En Colombia los fieles recibirán la Sagrada Comunión de pie, acercándose procesionalmente al sacerdote o al ministro de la Comunión. n. 18. Se puede recibir la Comunión en la mano en todo el territorio nacional. Pero recuérdese que es una posibilidad que no puede ser impuesta a nadie ni impedida sin causa razonable. Los fieles tienen el derecho de elegir la forma como desean recibir la sagrada Comunión. Ayúdese a quienes deseen recibir el Santísimo Sacramento en la mano, a hacerlo con todo decoro, pulcritud y devoción. Estén vigilantes los ministros sagrados para evitar abusos y posibles faltas de respeto. Se recordará a los fieles con frecuencia la forma más apropiada para disponer sus manos, es decir, la mano derecha bajo la izquierda, de tal manera que el Cuerpo del Señor se deposite sobre esta última y quede lista para llevarlo a la boca. La Comunión se hará delante del sacerdote o ministro, inmediatamente recibida en la mano. Será siempre conveniente que quienes optan por esta forma de comulgar revisen su mano izquierda por posibles partículas que hayan quedado y que también deben ser consumidas con todo respeto”. Ahora bien, dentro de las directrices litúrgicas y preventivas dadas en todo el mundo para la recepción de la Sagrada Comunión, durante la pandemia del COVID-19, está el que se reciba en la mano. En los protocolos para Colombia se dice: “Se recomienda dar la comunión en la mano, evitando el contacto físico, e invitar a los fieles a recibirla con el amor y el respeto que exige la altísima dignidad de este sacramento. El sacerdote debe lavarse las manos en la credencia antes y después de dar la comunión; conviene usar alcohol o gel. Esta precaución no es el rito de lavabo, sobre lo cual conviene ilustrar a los fieles. Los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, en caso de ejercer su ministerio, deben aplicar las determinaciones de este protocolo, para ello serán instruidos por el sacerdote sobre sus funciones durante el tiempo de la pandemia”. Así las cosas, los fieles deben tener cuenta que: La posibilidad de recibir la comunión en la mano, es muy antigua en la Iglesia. No es un acto sacrílego ni falto de respeto. La manera de recibir la Comunión no es un precepto dogmático. Así como se recibe con amor en la boca la Hostia santa, recibir el Pan eucarístico en la mano se vuelve una oportunidad para rendirle un especial homenaje a Jesús presente en el pan consagrado. Se debe tener una especial preparación interna y externa. Por ello la lavada de manos al ingreso del templo se hará no solo para evitar transmitir un contagio, sino también para disponerse a “recibir con decoro el cuerpo del Señor” con las manos limpias. Lo importante no es “cómo se recibe” la comunión o “quién la distribuye”, sino “a quién se recibe”. Todos debemos colaborar para evitar posibles contagios. Recibir la comunión en la boca, puede llevar a contagiar la mano del sacerdote o ministro que está distribuyendo la comunión. La “nueva normalidad litúrgica”, en tiempos de pandemia, nos exigirá humildad para acoger los protocolos de bioseguridad, sindéresis y mucha fe. No se pueden olvidar las palabras del mismo Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (Jn. 6, 51). De la comunión espiritual pasamos a la comunión sacramental, y ello tiene que ser motivo de gran alegría y gozo. Es Jesús quien como “Pan de vida”, se hace comida de salvación, fortaleza en estos momentos de turbulencia, aliento en la incertidumbre, conforto en la tristeza, aliento en la debilidad, confianza en su acción misericordiosa. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mar 16 Jun 2020

El riesgo no dicho del distanciamiento social

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Que no se interprete el título de esta reflexión como una oposición o desconocimiento de la importancia y necesidad de esta norma para la prevención del Covid-19. Todo lo contrario. Reitero la urgencia del cuidado personal y colectivo para que “la velocidad del contagio del coronavirus” disminuya y cada individuo ni contagie ni sea contagiado. Uno de los riesgos es que con el pasar del tiempo lo que dicen las palabras “distanciamiento social” se haga más radical y nos deshumanice. Durante la cuarentena adquirió especial auge el uso de la tecnología con las redes sociales y la virtualidad, como forma de comunicarnos y de establecer una nueva forma de relaciones humanas. Numerosas son las plataformas a través de las cuales se hacen reuniones, se dan clases, se hacen negocios, y hasta se reza. El Papa Francisco llamó la atención sobre el peligro de “acostumbrarnos” a esta nueva forma de encuentro. Por otra parte, los profesionales de la sicología y la sociología describen el miedo con el cual las personas se relacionan con los otros. Lo llaman “síndrome de la cabaña”. De amigos, colaboradores, clientes, se pasa a ver en el otro un presunto contagiado, un peligro de enfermedad, etc. Es una reacción aparentemente normal, por el incremento de noticias e informaciones de todo tipo: Que el Coronavirus o Covid-19 tiene origen animal, que fue producido en un laboratorio y que por error se difundió, que son las antenas de la nueva tecnología 5G el que lo produce, que es una estrategia para consolidar el nuevo orden mundial, que es una forma de depurar la población, haciendo que mueran los ancianos y los que tienen morbilidades o enfermedades graves, que es un desarrollo o mutación de otros virus como el ébola, el chikungunya o el VIH, que es un castigo de Dios, que es la venganza de la naturaleza por el daño que el ser humano le ha hecho, que está en todas partes, que la vacuna está muy cerca, y un largo etc. que lo único que genera es temores, soledades e incertidumbres. ¿Y quién tiene razón? Si la expresión “distanciamiento social” se normaliza como estilo de vida, se corre el peligro de dejar de ver en el otro al hermano, al conciudadano, a la persona con la que igualmente estamos llamados a hacer parte de la casa común. Wilhelm von Humboldt dice que “en el fondo, son las relaciones con las personas lo que da sentido a la vida”. Y es cierto. Por eso la mejor expresión, que recoge el mismo objetivo del cuidado de contagio, podría ser “distanciamiento preventivo”. La expresión distanciamiento social, literalmente hablando, lleva de manera inconsciente a la separación, al egoísmo, a la ruptura con el otro, al ver al otro como lejano y no como prójimo (próximo). La “nueva normalidad” de la vida, orientada a la “reinvención” en todos los campos ha de tener en cuenta, como dice Stephen Covey, que “la tecnología reinventará los negocios, pero las relaciones humanas seguirán siendo la clave”. Eso no se puede perder. Es también importante tener en cuenta lo que el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Caritas in Veritate del 2009 afirmó: “la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos” (n.19). Es un llamado de atención siempre actual. Jesús hizo de su cercanía, de su proximidad a todos, una fuente de salvación, de curación. Él tocaba a los leprosos, untaba los ojos de los ciegos con saliva para devolverles la vista, tomaba de la mano a los enfermos y paralíticos, levantó a los que decían que estaban muertos. Y al dejarse tocar curaba a quienes tenían esta oportunidad. La cercanía con prevención, hace que el otro se sienta persona, importante, valorado, y no que se sienta como un enemigo o un intruso. Es mejor apropiarnos del término “distanciamiento preventivo” como una forma de evitar el contagio, pero a la vez de cuidar al otro. No me distancio del otro por miedo, sino por amor y respeto. Porque no quiero hacerle un posible daño, me distancio del otro. Pero ese distanciamiento es físico, no espiritual. Será temporal no definitivo, porque, confiando en Dios, los abrazos, los besos, los aplausos, los cantos, los bailes, el compartir fraterno en el deporte y en la oración comunitaria volverán a ser la rutina de la verdadera normalidad. El ser humano está llamado naturalmente al encuentro, a las relaciones que consolidan el afecto, la solidaridad y el amor. Por eso, al menos por ahora, practiquemos con responsabilidad el distanciamiento preventivo. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mié 13 Mayo 2020

Y Jesús pasó haciendo el bien (Hechos 10,38)

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Desde el inicio la Iglesia consideró importante y necesario no descuidar a los pobres, a los necesitados, “a las viudas”, por lo que instituyó el grupo de los siete, los diáconos (cf. Hechos 6,1-7). Desde entonces, a través de las colectas promovidas por Pablo, principalmente, la Iglesia se hizo a favor de aquellos que lo habían perdido todo. Con el pasar del tiempo, motivados por la tragedia y el dolor, por las guerras y las pestes que asolaron los pueblos e inspirados por el Espíritu Santo, algunos creyentes vieron la necesidad de unirse para que el servicio de la caridad fuera más eficaz. Nacen pues muchas comunidades religiosas, masculinas y femeninas. Pensemos solo en dos que son emblemáticas, a mi manera de ver, para el contexto de lo que hoy estamos viviendo: la Orden de los Ministros de los enfermos o Padres Camilianos, fundados por San Camilo de Lelis en 1582, para el cuidado de los enfermos y las Misioneras de la Caridad, fundadas por la Madre Teresa de Calcuta en 1950, con aprobación en 1965. Ambos santos en la Iglesia. Hoy, la Iglesia movida por el espíritu de la caridad y del servicio vivido y ofrecido, a ejemplo de Cristo, que se preocupaba porque tenían hambre quienes lo seguían después de estar todo el día con él, simplemente escucha el mandato del Señor “denles ustedes de comer” (Mateo 14,16), y se esfuerza por cumplirlo. Lo ha hecho siempre y con ocasión del COVID - 19, sí que lo ha hecho. Cierto que las circunstancias han cambiado y las intervenciones de los organismos de salud establecen normas particulares que impiden en muchas ocasiones el acercamiento personal de los clérigos, religiosos y religiosas a los enfermos, o como es hoy, incluso a los fieles en general, puesto que puede haber personas asintomáticas pero portadoras del virus. El cierre de las Iglesias para la celebración de los sacramentos, en especial de la Eucaristía, se aceptó con dolor, no por gusto, pero con la conciencia de saber que era necesario el cuidado de todos. Las características del contagio así lo exigen. Sin embargo, esta realidad no ha impedido que la Iglesia, samaritana y servidora, sea creativa para ayudar a los más necesitados; la inmensa mayoría de los párrocos no se contentó con estar lejos de sus feligreses sino que a través de las redes sociales y del contacto telefónico han hecho lo posible por estar cerca de ellos, transmitiendo las celebraciones eucarísticas y los momentos de oración que han animado a sus feligreses a no decaer en el ánimo y mantener la esperanza viva pidiendo por el fin de la pandemia. No cabría en este espacio la enumeración de las múltiples iniciativas de caridad que la Iglesia católica ha realizado, y lleva a cabo en todo el mundo, como fruto de acciones y esfuerzos propios, con el concurso y participación de los fieles y benefactores, o mediante la articulación con los entes e instituciones gubernamentales que, hay que decirlo, confían ampliamente en la acción y transparencia con las cuales la Iglesia realiza su labor. Si bien es cierto que el Señor Jesus dijo, “cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mateo 6, 3-4)), sí es oportuno que los fieles en general, también los que no hacen parte de la Iglesia, estén al tanto de lo mucho que se hace en favor de los pobres. Sin duda que es sólo una muestra, pues es mucho más “lo que se hace en secreto”, como lo dice el Evangelio. Sería muy bueno que los curiosos de las redes informáticas dedicaran algo del tiempo de la cuarentena para investigar, por ejemplo: ¿cuántas son las clínicas y hospitales en el mundo acompañadas por la Iglesia; cuántos, los asilos de ancianos, cuántos los centros de recuperación de adictos; cuántas las instituciones de educación básica y superior regentadas por la Iglesia; cuántos los empleos que la Iglesia ofrece a los ciudadanos en todo el mundo, como aporte a la paz y la dignidad de las personas; cuántas son los movimientos y las comunidades religiosas masculinas y femeninas dedicadas al cuidado de los pobres, de los enfermos, de los prisioneros, de los orfanatos, de las madres solteras, etc., etc.? La Iglesia colombiana no se ha quedado atrás. Múltiples, incontables por decir lo menos, son las acciones que se están realizando, en todos los ámbitos: en lo social, en lo humanitario y en lo pastoral. A manera de ejemplo, comparto algo de lo que, en la Arquidiócesis de Cali, bajo el liderazgo del Arzobispo, Mons. Darío de Jesús. Monsalve Mejía, estamos realizando. Sabía usted que: Se estableció una red colaborativa entre la Arquidiócesis de Cali y la Vicaría Episcopal para el servicio del desarrollo humano integral, la Gobernación del Valle del Cauca y las Alcaldías de Cali, Jamundí, Dagua, Yumbo y La Cumbre para articular las ayudas, especialmente los mercados y la atención funeraria en los sectores más vulnerables de estos municipios. Fruto de esta red se definió “la hora de todos”, en la que se invita a la comunidad en general a hacer un momento de reflexión y expresión solidaria, todos los días a las 12m. Se ha participado en eventos públicos para expresar solidaridad con el personal de salud que ha fallecido, como también reclamando el respeto y cuidado de sus personas. Además, un grupo de 9 capellanes acompaña espiritualmente a servidores médicos y enfermos, bajo la coordinación de la delegación episcopal para la pastoral de la salud. Se conformaron grupos de acompañamiento a la Alcaldía de Cali, con más de 40 sacerdotes, que desde las 3:00am. han salido en repetidas ocasiones a distribuir los mercados. Se ha conformado un equipo interdisciplinar con sacerdotes y sicólogos, para acompañar a las familias en el duelo, desde Camposanto Metropolitano y su programa UNAME y el Instituto para la familia Benedicto XVI. La Arquidiócesis ha dispuesto un lugar en Cali para la atención de personas contagiadas por el COVID que no tenían donde pasar la cuarentena exigida por las autoridades y un lugar para que tengan su residencia temporal los médicos y personal de salud del Hospital Piloto de Jamundí. El Banco de Alimentos de Cali, ha distribuido hasta la fecha 1.359 toneladas de alimentos y mercados, para una cobertura de 152.603 personas y 80 instituciones. Desde la Pastoral social, se ha ayudado a 55.000 personas con alimentos, a través de los comedores comunitarios, en unión con la Alcaldía de Cali. Desde la Delegación episcopal para migrantes se han atendido 835 familias y 586 hermanos venezolanos durante este tiempo de pandemia, con mercados y las ayudas para su permanencia. Las 181 parroquias han distribuido aproximadamente más de 30.000 mercados a las familias más pobres, que cada párroco ha identificado tanto en la zona urbana como en la zona rural, y que no han recibido las ayudas del Estado. En las instituciones dedicadas al cuidado de los habitantes de calle, Samaritanos de la Calle, Sergente y Ángeles de la Calle, por mencionar algunas, se habilitaron dos hogares para la atención exclusiva de adultos mayores que habitan la calle, además se han distribuido 3.000 raciones diarias, durante 52 días de cuarentena, es decir, una cantidad aproximada de 156.000 raciones alimenticias en articulación con la Alcaldía de Cali. Se acompaña a 75 familias y 350 personas privadas de la libertad en cárceles de Cali y Jamundí, desde la pastoral carcelaria. Hasta la fecha se han logrado preservar los empleos de más de 2.000 colaboradores tanto de la Curia como de las parroquias y demás instituciones arquidiocesanas. Sea esta la oportunidad para agradecer la enorme generosidad de los benefactores; gracias a los fieles católicos que se han desprendido de lo suyo para ayudar a los demás y el sacrificio que también algunas familias pobres han hecho para compartir su pan. Gracias a los sacerdotes y colaboradores que, movidos por la fe, están sirviendo con entrega silenciosa, pues ven en los pobres y hambrientos el rostro sufriente pero salvador de Cristo. Y “Jesús pasó haciendo el bien”, dice el apóstol Pedro. En Cali, y en todo el mundo, Jesús sigue pasando por las calle y pueblos, por cada familia, haciendo el bien, curando y atendiendo a quienes más necesitan de su consuelo. ¡Todavía hay mucho por hacer! + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mié 22 Abr 2020

¿Más de coronavirus?

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - No se puede negar que hay una especie de sobresaturación en cuanto a la información relacionada con la pandemia que nos acosa. No se trata de quitarle valor a este esfuerzo que se hace para informar a los ciudadanos sobre el desarrollo y expansión de este virus, que a veces se hace más urgente por el hecho de que todavía hay muchas personas que por distintas razones, justificadas o no, están haciendo caso omiso a las advertencias gubernamentales. Ahora no quisiera hablar más del coronavirus, quisiera que volviéramos a la escuela de Jesús. No deja de ser interesante, cómo los discípulos disfrutaban de estar junto a su maestro. De hecho, dice San Marcos, que Jesús “llamó a los que quiso, para que estuvieran con él” (Mc. 3,14). En Betania, Marta y María se esmeraban atendiendo a su amigo Jesús cuando las visitaba en su casa, la una atendiéndolo, la otra escuchándolo sentada a sus pies. (Lc. 10, 38 - 42). En estos días de Pascua, hemos podido también escuchar los pasajes en los cuales Jesús entra a la casa donde están los discípulos, estando las puertas cerradas, no una sino varias veces. Y allí, come con ellos y los instruye. Todo esto hace pensar en lo que estamos viviendo en la cuarentena, durante la cual, estamos siendo convocados, por no decir obligados, a estar recluidos en nuestras casas. La pregunta que debemos hacernos es: en nuestra condición de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, ciudadanos en general, ¿cómo estamos asumiendo viviendo esta experiencia? ¿En nuestras casas hemos dejado entrar a Jesús, el Cristo, para contar con su compañía? Sin duda que por lo sorpresivo e inesperado de la cuarentena, para la mayoría estos días de confinamiento son muy difíciles, y más cuando esta misma situación implica realidades como la ausencia de trabajo y por tanto la falta de alimento, o lo que es tan común para un inmenso número de personas, estar en un espacio inadecuado para una larga convivencia familiar, pues no se puede negar, que especialmente las llamadas viviendas de interés social, fueron pensadas más como lugares dormitorios, donde sus residentes trabajan o estudian todo el día y vienen solo a dormir, que lugares para la convivencia. Es entonces necesario aquí apelar a las grandes capacidades humanas y espirituales para superar la adversidad, en lo que hoy se denomina la “resiliencia”. Como creyentes, que ponemos nuestra confianza en Dios, considero que aparte de las muchas técnicas de convivencia, de ocupación de tiempo, de los juegos y actividades didácticas en familia, del trabajo en casa, vale la pena aprovechar esta ocasión para hacer lo mismo que los discípulos de Jesús: aprovechar para estar con él, para escucharlo, para aprender de quien “es manso y humilde de corazón (Mt. 11, 29), para hacer resonar de nuevo sus palabras “vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados…y hallarán descanso para sus almas” (Mt. 11,28). Estoy seguro que la experiencia de una sana espiritualidad, de aquietamiento del alma, nos permitirá sanar los ímpetus, los cansancios, las frustraciones e incluso los signos de depresión y de tristeza que nos puedan querer dominar. Es vital recuperar el valor del silencio, de los ritmos pausados, de paz interior y de la oración, para sacarle provecho a los días de encierro. El Resucitado que nos ha dicho que estará siempre con nosotros, nos aliente con su palabra de vida: “no tengan miedo, yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). El fin del mundo no ha llegado, pero estamos siendo probados. Dirá el Apóstol San Pedro que aún viviendo en la alegría pascual, “es preciso que todavía por algún tiempo sean afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de su fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la revelación de Jesucristo” (1Pe. 1, 6-7). Por esto mismo, es necesario que dediquemos un espacio de nuestro tiempo, para no hablar más del coronavirus, sino de aquel que nutre nuestra fe y fortalece en la debilidad. Estemos con Jesús. Escuchemos a Jesús, él es nuestro aliado en estos tiempos de pandemia. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Jue 27 Feb 2020

Misericordia quiero y no sacrificios

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Comenzamos la cuaresma 2020. De nuevo los católicos tenemos la oportunidad de volver la mirada a nosotros mismos para reconocer con humildad nuestro pecado. Este es un tiempo de gracia durante el cual también dispondremos el corazón, la mente y el espíritu, para celebrar dignamente la Pascua, y escucharemos el llamado hecho por San Pablo: “En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios” (2Cor. 5, 20). Serán cuarenta días en los cuales seremos invitados a renovar los compromisos del bautismo, cuya profesión solemne de fe se hará en la noche santa de la Pascua. Tres serán los medios pedagógicos que se proponen en estos días: la penitencia, el ayuno y la limosna. Pero serán primero los profetas quienes, en repetidas ocasiones nos van a decir que lo más importante para Dios es la conversión del corazón: “Así dice el Señor: volved a mí de todo corazón, con ayunos, lágrimas y llantos; rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras, volved al Señor vuestro Dios, él es clemente y misericordioso, lento a la ira, rico en amor y siempre dispuesto a perdonar” (Joel, 2, 12-13). Y luego, Jesús dirá: “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Vayan, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt. 9, 12 - 13. cfr. 12, 7). Aquí se encuentra buena parte del sentido y valor de la cuaresma como ayuda para orientar la vida por el camino correcto, para asumir una autentica vida religiosa. No se es más creyente o religioso por los muchos ritos u holocaustos que se hagan, sino por el esfuerzo de tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo… haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (1 Filp. 2,5-8). Es la conversión del corazón, resultado de la penitencia cuaresmal, que nos tiene que llevar a todos a amar de corazón a Dios, a los hermanos y a nosotros mismos, a perdonar sinceramente a los enemigos y a quienes nos hacen o desean el mal y a orar por ellos, a cuidar la casa común, a anunciar la buena nueva de la salvación a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La cuaresma 2020 no puede ser igual a todas las anteriores. Esta tiene que ser diferente, no tanto por lo que la Iglesia y la liturgia nos proponga, sino por el compromiso personal y comunitario para hacer de este tiempo, un auténtico tiempo de salvación. Qué bueno fuera que, desde ya, con el rito sacramental de la imposición de la ceniza, cada uno defina un plan espiritual para estos días anteriores a la pascua, de manera que se puedan obtener verdaderos frutos de conversión, de vida nueva, y sean ofrecidos al Señor en la fiesta de su resurrección. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Jue 9 Ene 2020

Año nuevo, en la esperanza

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Primero: Es común que cada que comenzamos el nuevo año hagamos las cábalas y los vaticinios sobre lo que esperamos para el año al que damos inicio, según el calendario civil. Es posible que cada uno reitere los planes de trabajar mejor, de cuidarse con los alimentos, de rebajar peso, de solucionar las desavenencias, etc. Eso está bien. Lo que produce preocupación es que posiblemente son los mismos propósitos de cada año y que seguramente no se han cumplido. Qué importante es que se haga el propósito de cumplir de la mejor manera posible lo que se ha de alcanzar, poniendo la confianza en Dios con una buena dosis de voluntad personal y disciplina. Segundo: Por otra parte, la Iglesia ha comenzado desde semanas atrás el año litúrgico, con el adviento y la navidad. Un propósito clave debemos buscar alcanzar, de la mano de Dios, y es el que los ángeles cantaron en el portal de Belén, la paz: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a las personas de buena voluntad”. Tercero: Con la fiesta del Bautismo del Señor comenzamos el tiempo llamado Per annum, o tiempo ordinario en la liturgia de la Iglesia. El color verde será el característico. Es el verde la esperanza, de la confianza, de la fe. Es el color también de la florescencia y de la alegría. Así debería ser la vida de los cristianos católicos; ese debería ser el aporte que como ciudadanos deberíamos dar en momentos de crisis, incertidumbre y dificultades. El Papa Francisco nos dirá: “Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta, pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26)” (Exhortación Evangelii Gaudium, 6). Cuarto: El cristiano está llamado no a ser promotor de la desesperación, ni profeta de catástrofes, sino que está llamado a ser testigo de la esperanza, porque sabe muy bien que el Señor es el siempre vivo, el siempre actuante, que está con nosotros, está en medio de nosotros, está adelante mostrándonos el camino, y está atrás para protegernos. Alegría y esperanza, dos palabras que se deben traducir, en un estilo de vida alegre y cargada de la confianza, en los tiempos nuevos que nos han sido prometidos. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Vie 6 Sep 2019

En vísperas de la misión

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Bautizados y enviados, es el tema básico que tendrá la misión extraordinaria pedida por el Papa Francisco, para el próximo mes de octubre. Esta misión se llevará a cabo en todo el territorio nacional. Es oportuno señalar, que, en el caso de la Arquidiócesis de Cali, esta misión extraordinaria, se inserta en el plan pastoral arquidiocesano, que incluye la misión permanente como acción ordinaria y cotidiana. De hecho, a lo largo del año, iniciativas tendientes a la realización de la misión de octubre, y otras actividades misionales se han venido realizando. Para la misión toda la comunidad debe prepararse. ¿Cómo? Primero con la oración. Recordemos que, en el mes de la misión, celebramos la memoria de la patrona de las misiones, Santa Teresita del Niño Jesús, quien, desde la clausura, oraba sin cesar por las misiones. Segundo, las asambleas pastorales parroquiales deben estudiar. Bajo el liderazgo del párroco, han de estudiar los temas, los modos, los tiempos, los destinatarios de la misión. A través de la acción pastoral de la Iglesia, el Señor Jesús nos elige y envía a la misión. Tercero, se debe hacer una aproximación locativa particular. La idea de la misión es hacer caso al Papa Francisco que nos invita a “callejear la fe, para llegar a los más alejados”. Si la misión se reduce solo a los que van a misa, se queda en la mitad del camino. Pero no. De lo que se trata es precisamente llegar a los que se han distanciado o no conocen a Jesucristo. Si una parroquia tiene 10.000 habitantes, y en las misas dominicales, por ejemplo, solo asiste el 10%, es decir, 1.000 feligreses, ¿qué hacer con los otros 9.000?, pues hacerles la misión, llevarles con cariño el mensaje de salvación predicado por Cristo. De eso se trata. Cuarto, tomar conciencia de que el bautismo nos hace testigos, misioneros del Evangelio de Jesucristo. Quinto, ser valientes. En los tiempos actuales, se requiere en el misionero valentía, creatividad, entusiasmo, perseverancia. Las palabras de Jesús han de resonar en cada momento de la acción misionera: “En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!, yo he venido al mundo” (Jn. 16, 33). “Y no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; … Por todo aquel que se declare en favor mío ante los hombres, yo también me declararé en su favor ante mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10, 28. 32). Y, “vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19 - 20). Por todo esto, ¡ánimo, el Señor nos envía a la misión! +Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mié 17 Abr 2019

Invito a leer desde la fe lo acontecido en la catedral de Notre Dame: Mons. Rodríguez

Luego que la catedral de Notre Dame de París, símbolo de la cultura europea, sufriera este lunes un incendio que derribó la aguja y destruyó dos tercios de las bóvedas y tejados, el obispo auxiliar de Cali, monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez, dijo que serán muchas las lecturas que se realicen al respecto, pero invitó a mirar este acontecimiento como un hecho de fe. “Los signos de los tiempos son claves para descubrir el paso del Señor por nuestra historia. Muchas serán las lecturas de este “espectáculo”. Prefiero invitarlos para leerlo desde la fe y la invitación del Señor a renovar, por un lado, la fe, y por otro la confianza en el Señor y en su Santísima Madre, que lloran ante las cenizas que produce el pecado, pero pueden hacer de la ellas algo nuevo. Nacerá una Iglesia nueva. Todo es posible para aquel que tiene fe”, señaló. En un editorial dedicado a este tema, el prelado afirmó que, desde la óptica cultural, patrimonial, histórica y artística, esta catástrofe generó también sentimientos de pesar, pues eran 856 años de historia que amenazaban ruina. Destacó la solidaridad no sólo del pueblo francés sino del mundo entero. “De destacar la unidad de los católicos, que unidos en oración, de rodillas algunos, invocaban la misericordia de Dios, para que, de este fuego destructor, surgiera el fuego de la vida”, describió en Jerarca. [icon class='fa fa-download fa-2x'] Descargar comunicado[/icon]