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Monseñor Ricardo Tobón

Mié 17 Jul 2019

Nueva edición de los libros litúrgicos

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Entre los elementos litúrgicos, tienen especial importancia los libros aprobados con los textos bíblicos y eucológicos y con las especificaciones de los ritos que son parte de los actos del culto. Los libros litúrgicos, a través de las plegarias y la presentación de los signos que expresan la fe, transmiten la tradición de la Iglesia. Además, ayudan para que la fe no sea patrimonio de una persona o de un grupo de fieles, sino la expresión de la vida de la única Iglesia de Cristo, que celebra en comunión los misterios de la salvación. Estos libros elaborados con la experiencia espiritual y la reflexión teológica de la Iglesia, acumuladas durante siglos, manifiestan, en la variedad de las formas, los diversos modos de celebrar el misterio de la redención ofrecido a la humanidad por el Padre, en Cristo, mediante la gracia del Espíritu. Por eso, en ellos está lo que oramos, que es lo mismo que debemos creer y vivir. Son, en realidad, una rica mina de espiritualidad, de teología y de vida. El Concilio Vaticano II pidió una revisión general de los libros litúrgicos, con la posibilidad de hacer las adaptaciones necesarias y de traducirlos a las diversas lenguas vernáculas. Varios grupos de expertos trabajaron, entonces, en su composición y las Conferencias Episcopales han venido haciendo diversas versiones y ediciones de estos libros entre los que sobresalen el misal, los leccionarios, el pontifical romano, los rituales de los sacramentos y la liturgia de las horas. En Colombia, hemos utilizado diversas ediciones de los libros litúrgicos; unas hechas en el país y otras traídas de España, México, Perú… Esto comporta varios problemas; entre ellos, la falta de unidad en la traducción de las oraciones y de los textos bíblicos, que se leen de una manera en el misal, de otra en los leccionarios, de otra en el breviario y de otra en los rituales. Por eso, se ha emprendido la importante tarea de hacer una edición completa, a partir de la Biblia para el uso litúrgico aprobada en España. Los beneficios de esta edición son grandes: 1) Lograr la unidad en el conjunto de los libros litúrgicos y en la totalidad de las parroquias y capellanías de Colombia. No tiene sentido que cuando se cambia de lugar, aun dentro de una misma ciudad, se celebre con un texto distinto. Los países de habla inglesa, aun con tan gran diversidad, han mantenido la unidad de una misma versión en los libros litúrgicos. 2) Llegar a una misma traducción del texto bíblico para la liturgia, la catequesis y aún para el estudio. El pueblo de Dios está encontrando la Palabra de una manera en su parroquia, de otra en las transmisiones radiales o televisivas y de otra en los folletos de divulgación pastoral. Esto dificulta mucho citar y memorizar los textos. 3) Tener los libros litúrgicos con las adaptaciones convenientes y aprobadas para nuestro país. Esto ofrece la posibilidad de construir celebraciones diferenciadas, de modo que respondan a diversas circunstancias, siempre dentro del espíritu litúrgico, la comunión eclesial y la búsqueda del bien de los fieles. 4) Contar con una edición digna, en una buena composición tipográfica y una adecuada presentación externa, que manifieste el respeto con que tratamos las realidades santas que los libros litúrgicos contienen. Sabemos que la misma liturgia prevé signos de veneración especialmente hacia los leccionarios. Se supera también que en una parte se celebre con un texto oficial, en otra con un libro de bolsillo y en otra con una hoja suelta. Hasta ahora, han sido publicados los leccionarios para la celebración eucarística diaria de los años par e impar; el leccionario para adviento, cuaresma y pascua; los leccionarios para los ciclos dominicales A, B y C. Los pueden adquirir en la Curia Arquidiocesana sólo los sacerdotes y miembros de las instituciones católicas, para evitar que personas que no están en comunión se los apropien con los fines ya conocidos. Próximamente tendremos el misal y los rituales. Como se ha terminado ya el plazo dado para comenzar a celebrar con estos nuevos leccionarios, que todavía algunas parroquias y muchas capellanías no han adquirido, pido a todos, sacerdotes, religiosas y laicos, entrar en esta unidad e incluso aprovechar el precio de esta primera edición. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Jue 28 Feb 2019

Otro paso importante

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Ha sido noticia en estos días el encuentro del Papa Francisco con los Presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo para afrontar el tema de los abusos a menores. Decía, en efecto, el Papa “la carga de la responsabilidad pastoral y eclesial nos pesa, obligándonos a discutir juntos, de manera sinodal, sincera y profunda sobre cómo enfrentar este mal que aflige a la Iglesia y a la humanidad”. Esta reunión no es el punto inicial sino un paso más en un camino doloroso de prevenir y combatir este drama mundial de los abusos a menores, que la Iglesia viene recorriendo desde hace varios años. El encuentro apunta a que siendo un problema global tenga también una respuesta global. Enfrentar seriamente este problema es muy complejo, pues exige actuar en múltiples campos: la formación de los candidatos al sacerdocio, la recta y eficaz aplicación de las disposiciones legislativas ya dadas por el Magisterio para las denuncias, investigaciones y procedimientos frente a este crimen de acuerdo también con las disposiciones dadas en cada país, la cuidadosa atención a las víctimas, la colaboración con diversas entidades para la prevención y corrección con decisión y justicia de los delitos, la adecuada pastoral sacerdotal, el permanente acompañamiento de la comunidad cristiana. Si se quiere superar radicalmente este mal es preciso entrar en un espíritu de purificación y conversión. Hemos aceptado un contexto de materialismo, hedonismo y relativismo que borra los criterios y normas del comportamiento moral, que anula la dimensión trascendente de la vida y que impide una auténtica espiritualidad. Hemos perdido la fe; hemos pecado mucho. Por tanto, necesitamos una conversión profunda que vaya a las raíces; no basta con poner controles jurídicos. Nos tenemos que comprometer a asumir la transformación total que ofrece el Evangelio y que lleva a la madurez humana y a la santidad que brillan en Cristo. Es necesario de otra parte, como ha señalado el Papa, transformar este mal en una oportunidad para la limpieza y acrisolamiento de la Iglesia. Nos encontramos en un momento de transición. Es verdad que toda transformación entraña aspectos inquietantes, pero esta evolución marcará la llegada de una nueva era y esto nos debe llenar de esperanza. Para ello, debemos comenzar por sanar las graves heridas que ha dejado el escándalo de la pedofilia tanto en los menores como en los creyentes. Urge en todos los católicos una sólida formación humana, una fe a toda prueba, un recio camino espiritual y una inquebrantable decisión de comunión eclesial. La Iglesia debe fortalecer su credibilidad. Si quiere cumplir su misión de presentarse como maestra para guiar la vida moral y la formación espiritual de la sociedad, no puede empañar su autoridad con las incoherencias y los testimonios perversos de las personas que en su interior cometen estos crímenes gravísimos, que avergüenzan a toda la comunidad, que llevan a los sacerdotes inocentes a cargar el peso de esta plaga y que entorpecen su tarea apostólica. Esto está haciendo realmente mucho daño. Debemos lograr que la comunidad se sienta segura y que las niñas, los niños y los jóvenes puedan participar con confianza en la vida de la Iglesia. Estos propósitos requieren entre nosotros una verdadera solidaridad. Como ha subrayado el Papa Francisco, siguiendo a san Pablo, somos un solo cuerpo, por eso todos somos responsables. Precisamente, la convocatoria de todos los Presidentes de las Conferencias Episcopales, representantes de todas las comunidades eclesiales de cada país, significa que se trata de un problema global de la Iglesia y que debe afrontarlo todo el pueblo de Dios. Es una movilización de toda la Iglesia para que reaccione solidariamente. Toda la Iglesia junta debe escuchar, afrontar y encontrar los mejores caminos en este momento. Oremos mucho y comprometámonos decididamente con humildad y esperanza. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 19 Dic 2018

Adviento: Invitación a la esperanza

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Cada etapa, en el año litúrgico de la Iglesia, tiene su índole y su peculiaridad. El Adviento es el tiempo que nos lleva a pensar en las promesas que Dios nos ha hecho en orden al proyecto que está realizando en la historia. El Adviento es, entonces, una ocasión para comprender lo que es y realiza, en la vida de cada uno y de todos nosotros, la esperanza. La esperanza como virtud que conforta y sostiene al ser humano en su camino. Nuestra sociedad está herida en la esperanza. Se percibe en la tristeza de tantos jóvenes, en la mediocridad de tantas personas, en el egoísmo que nos encierra a casi todos. Son signos de que nos falta esperanza la agitación, la amargura, la superficialidad, la inestabilidad. En la sociedad aparece la ausencia de esperanza en la falta de claridad frente al futuro, en la incoherencia que destruye la unidad interior, en la dispersión en múltiples cosas, en la deshonestidad para favorecer cualquier interés personal. Tantas caídas, desilusiones, frustraciones y crisis en la vida familiar, laboral, espiritual o apostólica tienen su origen en la ausencia de esperanza. La falta de esperanza y de fortaleza es el resultado de no tener perspectivas con relación al futuro, que termina por encerrar la persona en sí misma, por hacerle pensar que está terminada y por impedirle la libertad de ver el mañana desde el amor y el poder de Dios. Debemos preguntarnos: ¿Es posible ofrecer a tantas personas, con dolorosas señales de desesperación, manifiesta o escondida, un motivo de esperanza? ¿Se puede dar a este mundo fatigado, desilusionado y hasta enfadado un mensaje vigoroso de esperanza? Estas preguntas hay que hacerlas porque, dentro de algunos años, sólo sobrevivirán los que hayan encontrado, como los santos, motivos para tener esperanza. La esperanza no equivale a indiferencia ni a resignación ni a vivir de una ilusión. La esperanza es aprender a ver el proyecto que Dios va realizando en el mundo para colaborar con él y para animar a otros a tener la alegría de trabajar por un mundo nuevo. La esperanza es la capacidad de no aniquilarse en la rutina, de no perderse ante la incertidumbre del porvenir, de no replegarse ante los grandes proyectos de la historia. Es la fuerza que nos lanza hacia algo más allá de nosotros mismos, es la sabiduría para situarnos en los planes de Dios. La esperanza tiene dos características que el Adviento nos hace presentes. Es dinámica porque anima; hace ver la meta y, por tanto, impulsa hacia ella sin que preocupe tanto el cansancio o la distancia. Viendo la meta se corre hacia ella, como el que, perdido en una selva o en una ciudad, una vez encuentra una señal que lo oriente se apresura para alcanzar el lugar de llegada. La esperanza sostiene e impulsa para proseguir hasta el final a pesar de las dificultades que se presenten. De otra parte, la esperanza es la purificación que corrige y transforma el ser humano. Haciendo ver el objetivo que se busca, señala también aquello que falta a cada uno para poderlo alcanzar. La esperanza es como una levadura en la entraña misma de la persona, es como un acicate interior que empuja para obtener lo que se espera. Si mi esperanza es vivir la misión que he recibido, qué debo hacer todavía. Si Cristo es mi esperanza, qué me falta para alcanzarlo y tener su vida . Es necesario asumir estas dos dimensiones de la esperanza. La fuerza que estimula y hace llegar y la exigencia de cambio que evita caer en la desesperación. Aprendamos a vivir el tiempo de Adviento con los ojos fijos en Cristo que sustenta nuestra esperanza. Que desde él demos sentido a todo lo que somos y hacemos y con él tengamos sabiduría y fortaleza para llegar hasta el final. Sintamos con el salmista: el Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? (Sal 26,1). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 20 Nov 2018

La Iglesia y los jóvenes

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Recientemente se concluyó el Sínodo de los Obispos que analizó la realidad de los jóvenes en nuestro tiempo. Al terminar las deliberaciones, los obispos suscribieron un documento conclusivo en el que presentan algunos de los temas que trataron; todos llenos de interés y actualidad para nosotros. Probablemente este texto será la base, como ha ocurrido en otras ocasiones, para que el Papa escriba una Exhortación Apostólica; pero resulta interesante recoger desde ya, sintéticamente, algunas de esas reflexiones. 1. Los jóvenes quieren ser escuchados, reconocidos y acompañados a nivel personal y grupal; desean que se les dedique tiempo para acoger su opinión como algo importante en el campo social y eclesial. 2. Ayudar a los jóvenes a hacer discernimientos esenciales es una misión que debe realizar la Iglesia, a fin de acompañarlos en un mundo caracterizado por el pluralismo y una amplia disponibilidad de opciones. En esto es fundamental el sacramento de la Reconciliación. 3. Es irremplazable el papel de los centros educativos y de las parroquias para la formación integral de los jóvenes, para hacerlos capaces de vivir una fe madura y para llevarlos a un compromiso en la transformación del mundo. 4. Las migraciones se presentan hoy como un paradigma de nuestro tiempo, no son algo transitorio sino estructural en nuestra sociedad. Ellas afectan principalmente a los jóvenes con su ímpetu para ir a otros lugares y su necesidad de ser acogidos y ayudados. 5. Es preciso implementar medidas rigurosas, especialmente en la formación de los que tendrán tareas educativas y pastorales, que prevengan y eviten la repetición de abusos de poder, de conciencia y de sexo por parte de clérigos o laicos en contextos eclesiales. 6. Hay que promover la conversión y la solidaridad frente a prácticas como el desempleo, las persecuciones étnicas, las inequidades económicas y las exclusiones religiosas que vulneran a muchos jóvenes como si fueran “descartables” para la sociedad. 7. Los jóvenes pueden aportar mucho para que la Iglesia se sacuda de encima “la pesadez y las lentitudes”. Jesús aparece joven entre los jóvenes y se cuenta con el testimonio de muchas santos jóvenes. Es necesario acoger e integrar la juventud en la Iglesia. 8. Hay necesidad de una mayor valoración de la mujer, porque su ausencia empobrece el camino de la sociedad y de la Iglesia. Debe darse una presencia femenina en todos los organismos eclesiales y una participación femenina en los procesos de toma de decisiones. 9. Darse uno mismo es un camino a la auténtica felicidad. Cada persona debe vivir su propia vocación específica en el campo familiar, profesional y eclesial. Por eso, hay que presentar a los jóvenes la misión como una brújula segura. 10. El mundo digital es como una plaza donde los jóvenes pasan mucho tiempo. Puede ser un medio para formarse o un espacio en que sufren soledad, manipulación, explotación y violencia. Es necesario impregnar el mundo digital de Evangelio. 11. Los jóvenes quieren confrontar explícitamente todas las cuestiones relacionadas con la sexualidad. La Iglesia, con caminos formativos renovados, les debe ofrecer la belleza de la visión cristiana sobre el cuerpo y sobre el sexo. 12. Las diversas vocaciones se encuentran en la única y universal llamada a la santidad. La Iglesia está llamada a renovar su ardor espiritual y su vigor apostólico a través de la santidad de tantos jóvenes dispuestos a permanecer fieles al Evangelio + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 12 Oct 2018

Medellín vivirá su Expo Arquidiócesis

Se tendrán espacios académicos, litúrgicos, celebrativos y culturales, donde niños, jóvenes y adultos no tendrán tiempo para aburrirse. Quienes deseen participar, solo deben llevar su documento de identidad e ingresar por cualquiera de las porterías de la institución universitaria. Expo Arquidiócesis comenzará a las 12:00 del mediodía, cerrando el viernes 12 a las 8:00 p.m. El sábado 13, la feria se desarrollará desde las 8:00 a.m., hasta las 8:00 p.m. y el domingo 14, desde las 8:00 horas, hasta las 2:00 de la tarde. Con motivo del 150º aniversario de la creación de la Arquidiócesis, se ha concedido la Indulgencia Plenaria, que puede lucrar todo fiel que visite piadosamente la Catedral Metropolitana de Medellín, o alguno de los templos parroquial de las cuatro Vicarías Episcopales, así las parroquias del a Arquidiócesis; además de cumplir las condiciones habituales: confesión sacramental, comunión Eucarística y ofrecer las intenciones por el Santo Padre. El evento que hará parte de sesquicentenario de la Arquidiócesis de Medellín, tendrá lugar en el Polideportivo en la Universidad Pontificia Bolivariana. La Arquidiócesis de Medellín fue erigida el 14 de febrero de 1968 por el Beato Pío IX. Su primer obispo fue Mons. Valerio Antonio Jiménez Hoyos, quien tomó posesión el 8 de diciembre de aquel año. Hasta la fecha la jurisdicción eclesial colombiana ha contado con 12 obispos.

Lun 17 Sep 2018

Un momento difícil y salvífico

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Han generado inquietud y dolor una serie de acontecimientos en los que está involucrada la Iglesia Católica. Los más recientes han sido el informe sobre mil víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes de siete diócesis de Pensilvania en los últimos setenta años; la situación de la Iglesia en Chile creada por numerosos casos de pederastia que al parecer han sido encubiertos; también se han denunciado casos de abuso a menores en nuestra Arquidiócesis y otros escándalos de sacerdotes en diversos lugares; finalmente, lo más grave es la acusación contra el Papa Francisco de que ha encubierto el lamentable comportamiento moral de un cardenal de Estados Unidos. Ante estas situaciones, comentadas por algunos medios de comunicación, varias personas me han preguntado: ¿Qué está pasando en la Iglesia? ¿Cuál es la causa o realidad de fondo de estas denuncias? ¿Qué debemos pensar y hacer frente a esta situación? Me parece que estos interrogantes no admiten respuestas evasivas o simplistas. Sin poder agotar la materia, me propongo exponer algunos elementos de respuesta y de reflexión para los fieles católicos que, como es natural, sienten una honda preocupación por su Iglesia y necesitan un poco de claridad frente a la confusión generada por las diversas informaciones de distintas fuentes. Pido el favor de tomar en su conjunto el contenido de este texto. 1. ¿Qué está pasando en la Iglesia? + Debemos comenzar por reconocer que la pederastia es un mal gravísimo, que atenta contra la dignidad, el bienestar y el futuro de las niñas, los niños y los adolescentes. Está presente en el mundo del deporte, de la salud, de la educación, de la familia y también, qué dolor y vergüenza, donde menos debería estar, en la Iglesia. + Los actos de pederastia de algunos sacerdotes y su ocultamiento por parte de la Iglesia se vienen denunciando desde hace unos veinte años. Ha sido un proceso que ha comenzado en Estados Unidos y que luego ha ido recorriendo las diócesis de diversas naciones del mundo. + Han aparecido casos reales de abusos a menores por parte de eclesiásticos y religiosos, que nos han llenado de tristeza. También, es preciso decirlo, se ha dado en diversas ocasiones manipulación y tergiversación de la información por parte de algunos medios. + La denuncia de pederastia en la Iglesia, aún en ocasiones con fundamento en la realidad, aparece en el contexto de un conjunto de acciones que, no se puede ignorar, afectan su vida y misión. Tal es el caso de documentales que, en algunos eventos, tergiversan la historia, promoción de leyes contra valores innegociables del cristianismo como la vida y la familia, estrategias para desdibujar la naturaleza y el innegable aporte de la Iglesia a la sociedad. + La Iglesia Católica ha venido condenando fuertemente este delito, ha promovido diversas iniciativas para prevenir dentro y fuera de ella el abuso a menores, ha emanado unas normas canónicas concretas y exigentes para el tratamiento de las denuncias y el acompañamiento de las víctimas, que no eximen a los abusadores de los procesos civiles. La aplicación de estos medios ha tenido variantes según las circunstancias eclesiales y las leyes civiles de cada país. 2. ¿Cuál es la realidad de fondo de estas denuncias? + La causa primera y fundamental de estas denuncias es que en la Iglesia algunos sacerdotes y religiosos han caído en el grave delito de la pederastia. Con estos actos han hecho mucho mal a los menores, a la Iglesia y a toda la sociedad. Por eso el Papa y los obispos hemos pedido repetida y humildemente perdón y nos hemos empeñado con todas nuestras fuerzas en la erradicación de este mal. + También está, en ciertos casos, aún sin mala voluntad, la lentitud o imprecisión para tratar estas situaciones en las que ha habido abuso sexual, de poder y de conciencia. Pueden darse también abusos que no se procesan porque no son denunciados. + Igualmente, en otras ocasiones, ha habido dificultades procesales porque no siempre se cuenta con declaraciones y pruebas concretas, porque se reciben testimonios contradictorios, porque hay que respetar la intimidad de las víctimas y porque es preciso cuidar la reserva necesaria en las posibles investigaciones de las autoridades civiles. + Algunos hablan también de que existe una agenda internacional que, a partir de hechos graves de pederastia que ocurren en la Iglesia, promueve este movimiento de denuncias y las acciones indicadas antes, con propósitos concretos en orden a una nueva visión y organización del mundo, en las que la Iglesia católica resulta incómoda. + En el fondo de todo, está la acción de Dios que, a través de estas dolorosas situaciones, nos llama a todos con urgencia a la conversión. Como dice san Pablo, Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman (Rm 8,28). 3. ¿Qué debemos pensar y hacer frente a esta situación? + Trabajar seriamente en una purificación de la Iglesia. La orden del Papa Francisco ha sido la de “tolerancia cero” para los casos de pederastia. Esta es una forma de valorar y amar a la Iglesia, que tiene personas que han pecado y que han cometido delitos, pero que no es una institución de criminales. Son muchos más los sacerdotes, religiosos y laicos que viven fielmente el Evangelio. + Luchar por acabar con todas las formas del mal que afectan a la Iglesia; su purificación no es sólo erradicar casos de pederastia. Debemos construir una comunidad que viva con santidad y eficacia su identidad y su misión: ser signo e instrumento del amor y de la salvación de Dios en el mundo. En la Iglesia todos hemos pecado y todos formamos un solo cuerpo (1Cor 12,26-27), por eso, como ha escrito el Papa Francisco, todos estamos implicados y todos somos responsables. + Continuar e incrementar los diversos programas e iniciativas para la protección de niñas, niños y adolescentes y para prevenir los abusos a menores, en colaboración armónica con las autoridades civiles. Esto es inherente a la misión de la Iglesia. De otra parte, como el buen Samaritano, debemos acompañar a las víctimas, compartir su dolor y sanar sus heridas. + Orar siempre sin desfallecer (Lc 18,1). Orar pidiendo perdón a Dios; un corazón quebrantado y humillado él no lo desprecia (Sal 51,19). Orar para tener un corazón limpio que nos permita ver a Dios y lo que él quiere (Mt 5,8). Orar por los obispos y por los sacerdotes. Orar por las víctimas y los abusadores. Orar y hacer penitencia por todos, para que aprovechemos esta hora de salvación. + Construir una profunda comunión eclesial. Es hora de apoyarnos unos a otros. Como recomienda san Pablo, los más fuertes deben hacerse cargo de los más débiles (Rom 15,1). Urge unir y formar a los fieles en pequeñas comunidades; es necesario llegar a tener laicos santos y apóstoles, que asuman su puesto y su misión en la Iglesia. Es el momento para construir la Iglesia con una profunda evangelización, con una liturgia viva, con un fuerte compromiso social; no para abandonarla. No hundimos el barco por unas personas que dentro de él se comportan mal. + Tener fortaleza y perseverar. No nos vamos a ahorrar los sufrimientos de la purificación. Jesús mismo no quedó exento del sufrimiento de la obra redentora. Hijo y todo como era, dice la Carta a los Hebreos, aprendió por los padecimientos la obediencia (Heb 5,8). La pascua es la fragua en la que se forja la vida de los cristianos. Este dolor nos debe dar fuerzas para luchar por una Iglesia mejor. Cuando nos denuncian no siempre nos hacen mal; si lo hacen con recta intención y con objetividad, lo debemos agradecer pues nos ayudan a encontrar la verdad, que aunque sea dolorosa nos libera (cf. Jn 8,32). + Mantener viva la confianza y la esperanza. No podemos desesperarnos ni impacientarnos. Es preciso avanzar en la fe y la responsabilidad. Como nunca, según la recomendación del Apóstol, debemos tener los ojos fijos en Jesús (Heb 12,2). La Iglesia es de él. Por eso, ella es más que sus miembros y a pesar de los pecados con los que la afeamos, ella sigue ofreciendo a todos enormes recursos para ser libres y felices en la vida nueva que presenta el Evangelio. Este es un momento de salvación; es la ocasión para una profunda renovación de la Iglesia. Ya sabemos, las fuerzas del mal no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 21 Feb 2018

Tiempo de purificación y de creación

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Hemos iniciado la Cuaresma y, coincidiendo con el Miércoles de Ceniza, hemos conmemorado los 150 años del decreto que dio origen a nuestra Arquidiócesis de Medellín. Como hemos decidido, aprovechando la vida litúrgica y pastoral ordinaria para celebrar nuestro sesquicentenario, nos proponemos hacer de este tiempo una oportunidad de purificación y renovación personal y eclesial. Durante la Cuaresma, la Palabra de Dios nos anuncia que los que vuelven al Señor, aun si están destrozados por el pecado, serán sanados, reconstruidos desde adentro y capacitados para anunciar las maravillas de la salvación (2 Cor 6,2). San Pablo nos asegura que los que hemos sido bautizados en Cristo somos una nueva creación (Gal 3,28). Debemos, entonces, lograr ser y mostrar esa novedad en la Iglesia y en la sociedad. Todo debe comenzar por un retorno a Dios para que él nos despoje de toda nuestra maldad. Él puede darnos un corazón limpio, puede crear en nosotros un espíritu puro, puede hacer de nosotros personas con una profunda vida interior (Sal 51). Mientras no demos este paso, seguiremos viviendo en la superficie, gastando la vida en lo secundario y viendo que se alejan de nosotros la verdadera alegría y la auténtica libertad. Nuestra purificación, en segundo lugar, exige morir a nuestro egoísmo y abrirnos a la realidad y a las necesidades de los demás. Nada purifica y construye tanto como la experiencia del amor. Debemos llegar a tener en cuenta primero los intereses de los demás (Fil 2,4), a ser samaritanos que detienen su viaje y superan prejuicios para ocuparse del dolor del otro (Lc 10), a aprender a vencer el mal a fuerza de bien (Rm 12,21). Debemos empeñarnos, igualmente, en una purificación pastoral que nos permita dejar prácticas e iniciativas que ya no forman en la fe, para promover verdaderos procesos de nueva evangelización. Tenemos tantos cristianos sólo de nombre acomodados a la vera del camino y muy pocos discípulos comprometidos en realizar con pasión la misión que Dios nos confió. Necesitamos cristianos que, más que pedirle milagros a Jesús, hagan los milagros de Jesús: acompañar a los enfermos y darle de comer a los hambrientos. Urge que influyamos decididamente en una purificación social, para transformar relaciones y prácticas. La Iglesia Católica debe contribuir positivamente y sin fanatismos a la configuración sociopolítica de nuestra nación. Estamos llamados a mostrar la bondad de nuestra fe y de los valores cristianos en orden a una recta actitud frente al trabajo, al uso de los recursos naturales, a la defensa del bien común y a la atención de los más pobres. Es hora de purificarnos del egoísmo y de la agresividad. Entre nosotros la violencia se ha institucionalizado y cada día aparece con nuevas malicias. Con la fuerza de Dios debemos ser agentes activos capaces de limpiar el rostro de nuestra sociedad distorsionada, marcada por diversas formas de corrupción y manchada de sangre. Desde la familia tenemos que aprender la fraternidad; ya sabemos que con la guerra siempre perdemos todos. Dios no nos quiere encerrados en nuestro egocentrismo y destruidos por nuestros pecados, sino en un proceso permanente de creación espiritual, pastoral y social, que nos permita estar abiertos a él que es la fuente de la vida y la felicidad y que nos sitúe en el mundo con la antorcha del Evangelio para alumbrar todas las posibilidades del ser humano. La belleza del cristianismo está en su capacidad de ser levadura, luz y sal (Mt 5,14-16). El mundo necesita ver en nosotros la novedad definitiva que es Cristo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 1 Dic 2015

Se abre la puerta de la misericordia

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – Como bien sabemos, el Papa Francisco ha convocado el Año Extraordinario de la Misericordia, que va del 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción, hasta el 20 de noviembre de 2016, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Es un tiempo privilegiado de gracia en el que estamos llamados a vivir la misericordia de Dios y a anunciarla en este mundo lleno de grandes esperanzas y también de preocupantes contradicciones. Estamos invitados así a acoger el don que hemos recibido con la venida de Nuestro Señor Jesucristo ungido y enviado por el Espíritu Santo para dar la libertad a los oprimidos y para anunciar un año de gracia (cf Lc 4,18-19). Como dice el Papa: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación” (MV, 2). Una de las características de este año es que debe ser vivido intensamente en cada Iglesia particular. El signo más evidente de esta orientación es la posibilidad de abrir la “Puerta de la Misericordia” en cada diócesis. Abrir esta puerta, que corresponde a la Puerta Santa que se abre en la basílica de San Pedro en el Vaticano, permite realizar la peregrinación jubilar también a quienes no pueden llegar a Roma (MV, 3). La tradición de abrir una puerta con ocasión de un año jubilar se remonta al Papa Martín V quien, en 1423, abrió por primera vez en la historia la Puerta Santa de la basílica de San Juan de Letrán. El Papa Alejandro VI, en 1499, extendió esta práctica a las cuatro basílicas mayores de Roma. La puerta de la basílica de San Pedro siempre ha sido la primera que se abre y la última que se cierra. En nuestra Arquidiócesis, abriré la Puerta de la Misericordia, como “meta de peregrinación y como signo de una profunda conversión”, en la Catedral Metropolitana el próximo 13 de diciembre a las 12 m., tercer Domingo de Adviento. Los invito a todos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos a hacer la peregrinación en dicho día para entrar por la Puerta de la Misericordia en esta celebración. Quienes por diversos motivos estén impedidos para llegar a la Puerta Santa podrán lucrar la indulgencia por otros medios que ya se han indicado. Lo más importante es que percibamos todos que estamos ante una oportunidad fuera de lo común para encontrar el abrazo misericordioso de Dios Padre, mediante un sincero camino de conversión que culmine en el sacramento de la Penitencia y en la comunión eclesial de la Eucaristía. Debemos proponernos todos en la Arquidiócesis recibir la gracia que tanto necesitamos de una transformación personal y comunitaria a partir de una particular experiencia del amor de Dios. No se trata de simples actividades aisladas que pasan sin dejar huella. Se necesita que entremos en el corazón del Evangelio para que la misericordia de Dios nos saque de nuestra miseria, avive nuestra fe, nos lleve a recibir el perdón y nos haga testigos del amor que ha sido derramado en nosotros. Se abre la Puerta de la Misericordia. La Puerta es Cristo, si entramos por él encontraremos la salvación (cf Jn 10,7-9). Entremos decididamente en este Año de gracia para que se perdonen nuestros pecados, para que se transforme nuestro corazón, para que nazca en nosotros un espíritu nuevo, para que vuelvan a nosotros la paz y la alegría, para que seamos misericordiosos como el Padre (cf Sal 51; Lc 6,36). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín