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Opinión

Mar 18 Ene 2022

El Obispo que quiso que lo llamaran hermano

Por: Jairo Alberto Franco, mxy - Se cumplen esta semana, el 21 de este enero, 50 años de la muerte del vicario apostólico de Buenaventura, el obispo Gerardo Valencia Cano. Su memoria sigue siendo un desafío para la Iglesia, especialmente la nuestra colombiana, y para todos nosotros que la queremos pobre para los pobres. Gerardo se llamó a sí mismo, así firmaba sus cartas y sus documentos, hermano, el hermano Gerardo, y así lo llamaron las gentes de Buenaventura; no quiso para sí títulos de excelencia ni de monseñor y quería ser y fue uno entre tantos, hundido en el corazón y en las luchas de sus hermanos y hermanas, decididamente con los pobres. Un obispo que se dejó tocar por el Vaticano II y por Medellín, o mejor, que dejó soplar al Espíritu Santo. Llamarse hermano y serlo: aquí hay un reto para todos los que ejercemos el liderazgo en la Iglesia. Jesús nos recomendó que no nos dejáramos llamar ni siquiera padres, ni maestros… y no sólo no le hemos hecho caso en esto tan simple, sino que hemos llegado a añadir títulos del todo ajenos a su intención, sin asidero ni en el Evangelio ni en la Tradición de la Iglesia, y que sí manifiestan culto a personalidades y acomodo al estilo de los poderosos de este mundo y a las pompas de la diplomacia. Y después de llamarse hermano y dejarse llamar así, el obispo Gerardo, pasaba a los hechos. También su forma de vestir lo identificaba como hermano; dejó a un lado el montón de arreos episcopales y se identificó, no por sus ropas, sino por su calidez humana, por su oración llena de nombres, por entrarse a las casas de los humildes y ser familiar con todos, por mediar soluciones, por su caridad pastoral, por estar allí donde lo necesitaban, por dar voz a los que nadie quería escuchar, por su sed de justicia, por su preferencia a los pobres. Cuentan los que lo conocieron que se llegó a quitar la camisa y la dio a uno que se encontró en la calle: como Cristo en la cruz, allí en el clímax de su sacerdocio, llegó a tener como único distintivo la piel desnuda y sin añadidos. Es curioso que estas cosas, tan propias de Jesús, llamarse hermano y vivir la fraternidad, que leemos todos los días en los evangelios, hayan causado escándalo y sigan causándolo en nuestra Iglesia. En su tiempo, muchos pensaron que el hermano Gerardo estaba equivocado y, por esto, tenía problemas con sus colegas obispos y los tenía también con sus hermanos de instituto, nuestro instituto de Misioneros Javerianos de Yarumal; sus últimos días no fueron fáciles, cargaba el rechazo y las acusaciones y hasta se dijo que su muerte en accidente aéreo le había ahorrado una suspensión que le venía en camino desde el Vaticano. Creo que celebrar el recuerdo de este obispo santo, un santo que anda todavía en el puerto y en los barrios de Buenaventura, y por toda América Latina allí donde se viva la opción por los pobres, sea recibir su legado y comprometernos a vivir lo que él tomó con radicalidad y sin medias tintas, esto es, la práctica de Jesús. Jairo Alberto Franco, mxy Rector del seminario de Misiones Extranjeras de Yarumal

Mar 11 Ene 2022

Temas complejos en un año nuevo

Se atrevió el papa Francisco a mencionar ese desorden de afectos que se ha instalado en muchas personas, dando preferencia a los animales por encima de las personas; en ocasiones, como presunto reemplazo de los hijos. Y, ¿quién dijo miedo? Es un tema tabú como tantos otros en una sociedad que alardea de ser de mente abierta y, sin embargo, en realidad, es sorda a cualquier voz contraria. Hace bien el santo padre en llamar la atención sobre un tema que va mucho más allá y que tiene que ver con un descenso de la natalidad hasta alcanzar unos números negativos que, más temprano que tarde, van a ser un problema grande para toda la humanidad. Y esto lo sostienen muchos hoy desde otras tribunas, especialmente, en las llamadas naciones desarrolladas, pero que ya asoma con fuerza en países en pleno desarrollo como Colombia. No tener ningún hijo no es solución de ningún problema y sí una muestra, en algunos casos, de un egoísmo enorme. En esta negativa a abrir campo a la vida no es menor el reto que plantea la difusión y práctica de la eutanasia como una solución más a las dificultades de la vida. Todo apunta a que se le presente como una opción más, sin muchas preguntas éticas, cuando la existencia se hace difícil por una u otra circunstancia. En el fondo de esta mentalidad está la afirmación de que el sufrimiento hace indigna la vida y que las personas nunca deben sufrir. Es muy posible que esta forma de pensar termine por desarrollar todo un sistema que facilite al conjunto de la sociedad herramientas para terminar la vida a voluntad y no sería extraño que lleve también a dar autoridad a unos para decidir el fin de la vida de otros. Bajo el aparente velo de la compasión puede esconderse también una especie de selección a favor de los más fuertes para que solo ellos sigan viviendo. Puede ser posible que en algún momento la persona sea informada de que la decisión de seguir viviendo ya no está en sus manos, sino en manos del Estado, del “sistema”, de los centros de salud, etc. Horas oscuras se ciernen sobre los débiles. Por otra parte, la omnipresente pandemia sigue planteando duros retos para toda la humanidad. Parece que un mal anticipado triunfalismo no ha hecho sino darle más alas a la propagación del COVID 19 en todas sus variables. Y no ayudan de ninguna manera las personas y movimientos opuestos a las vacunas y a la vacunación. Tanto el papa Francisco como la comisión vaticana creada para hacer seguimiento al tema, han reiterado que la Iglesia está a favor de la aplicación de las vacunas que, sin garantizar un 100% de protección, de hecho, han demostrado ser una herramienta muy eficaz para afrontar la pandemia. A favor de esta posición están sin duda las estadísticas y el trabajo serio y dedicado de los científicos y el personal médico a lo largo y ancho del mundo. Mantenerse en una posición de negación, tanto de la presencia del virus como de las soluciones alcanzadas, es inaceptable pues pone en riesgo millones de vida en forma innecesaria. Es imperativo seguir invitado a los negacionistas a entrar en razón. Finalmente, a la Iglesia le queda por delante todo un replanteamiento de su actuar pastoral, a partir de las consultas que actualmente se adelantan a través del Sínodo convocado por el santo padre. Y también por la pandemia que se ha vuelto un obstáculo, a veces insalvable, para que se congreguen los fieles en innumerables actividades pastorales pues la Iglesia es por esencia congregación. Además, la Iglesia está abocada a responder con fidelidad a la Palabra de Dios, a los primeros temas enunciados para orientar a sus hijos con sabiduría y buen tino. También, en diferentes lugares y ambientes, la Iglesia enfrenta no solo persecución en firme, sino una cultura de cancelación que la quiere invisibilizar. En fin, a la Iglesia el nuevo año le presenta retos enormes en los cuales está curtida por siglos de experiencia, pero esto no implica ni que las cosas sean fáciles ni las soluciones inmediatas. Hay que orar mucho, reflexionar, estudiar, dialogar con el mundo y proponer respuestas que apunten siempre al objetivo de su misión: llevar la salvación de Dios a todas las personas. Muchos otros temas están a la vista para el mundo, para la Iglesia, para cada cristiano, en el año que comienza. Que nadie renuncie a realizar la misión recibida, siempre en fidelidad al plan de Dios. Editorial El Catolicismo

Jue 23 Dic 2021

¡El mejor regalo!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - Cuenta una historia que ‘una chiquilla, trataba de envolver una caja de cartón con papel de regalo dorado; su padre enfureció, por considerar que se estaba desperdiciando el papel. El papá mandó a la niña a su cuarto; ella se retiró triste. A la mañana siguiente, la niña llevó el regalo a su padre, quien volvió a disgustarse cuando se percató que la caja estaba vacía. La niña miraba sorprendida a su progenitor, por su reacción y le dijo: -papito, no está vacía. Anoche antes de envolver la caja, yo soplé muchísimos besos dentro de la caja y todos son para ti. El papá solo atinó a mirarla, caer a sus pies y abrazarla, pidiéndole perdón’. Así, que la pregunta de hoy debería ser: ¿Cuál es el mejor regalo? Por estas fiestas decembrinas, muchos aprovechan para intercambiar aguinaldos y compartir en familia. Cuántos de nosotros necesitamos obsequiar o recibir hoy, estas cajas llenas de besos, máxime cuando en esta pandemia todo cambió; nuestros hábitos afectivos saludables quedaron aplazados. En medio del temor y de la estampida de este virus, tuvimos que tomar distancia y, aunque algunos vínculos se han roto, muchos más han permanecido incólumes por una sencilla razón: porque no fue desidia ni negligencia, no fue indolencia ni insensibilidad, fueron hábitos transformados ‘temporalmente’ para cuidarnos y cuidar a nuestros seres amados. Sin embargo, los afectos han seguido intactos y a Dios gracias, se ha ido recobrando la normalidad, lo que evidencia que la humanidad no puede vivir aislada, en confinamiento, sin afectos y sin los hábitos propios de los seres humanos: los abrazos, los besos, las caricias, las palabras, el encuentro, las miradas, los silencios, las pausas, los guiños de ojo, la sonrisa, los piropos, los gestos, las expresiones de ternura, etc. Ni siquiera por decreto se puede aniquilar esta riqueza afectiva; se dieron normas de autocuidado y se siguen recordando, pero, jamás se han dado y creo, ni se darán decretos, que impidan la cercanía y el encuentro con el otro. En esta navidad, queridos lectores, estoy convencido que el mejor regalo, eres tú, soy yo, somos todos; el mejor regalo es nuestra vida, lo que somos y tenemos al servicio de los hermanos, incluso de los más vulnerables, de los marginados y descartados socialmente. Desde niños, nos enseñaron a pedir al niño Dios, bienes materiales y espirituales; hoy les propongo, además que le ofrezcamos algo a Jesús que nace. ¿Qué le puedes y quieres ofrecer al Niño Dios? ¿A qué estás dispuesto(a)? Qué tal si pensamos por un instante: ¿Qué empaque de regalo me gustaría y qué pondría en esa caja llena de besos? Pienso en estas figuras: algunos, vienen en empaque de ternura, los niños recién nacidos, que van creciendo, junto a la hoguera del amor de sus papás y de sus amigos; muchos, vienen en empaques deteriorados por el peso de los años, por su situación de calle, por su inmersión en las drogas, por la cruda realidad del alcoholismo. Cientos de personas prefieren los empaques ecológicos o en material reciclable, por su compromiso con el medio ambiente, por el amor profesado a los animales; hay quienes prefieren los empaques clásicos, por su forma de pensar, por su rigor en sus principios y dogmas; hay quienes optan por los empaques de color brillante o multicolores, para expresar creatividad y originalidad; algunos se decidirán por empaques simples y sin muchos adornos, bolsas o una sencilla envoltura, para manifestar su simplicidad o el acelere de la vida. Otros, vienen en empaque dorado, son los años de la experiencia, las canas, el desacelere de la vida, la sabiduría y la serenidad. Pero, algo nos une a todos: esperamos una ‘lluvia de bendiciones’, porque el niño Dios viene como el Príncipe de la Paz, a sanar nuestros corazones de odios, envidias, celos, desconfianzas, inseguridades; viene a dar sentido a nuestras vidas y a encender en todos, la llama de la esperanza. No olvides por lo mismo, que el mejor regalo, en esta navidad, eres tú mismo(a). + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia

Lun 20 Dic 2021

Navidad es perdón, reconciliación y paz

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Se acerca la celebración del nacimiento de Nuestro Se­ñor Jesucristo, el cual cele­bramos el próximo 25 de diciem­bre: “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre noso­tros” (Jn 1, 14), es lo que resuena en nuestros corazones en la ma­ñana de la Navidad, mensaje que nos invita a recibir al Salvador del mundo que viene a traernos el perdón y la paz. Este tiempo es un momento propicio para vivir perdonados y reconciliados, para dejar que Dios nazca en cada corazón y en cada familia. Dios no puede nacer de nuevo en un corazón que está lleno de odio, rencor, resentimiento y vengan­za, porque generan división y violencia. Dios viene a nacer y a darnos su perdón que llega a un corazón que se deja sanar por su gracia; el cual, a su vez, es capaz de ofrecer el perdón a quien nos ha ofendi­do, “perdónanos nuestras ofen­sas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofen­den” (Mt 6, 12). Repetimos con frecuencia en la oración del Pa­dre Nuestro, que tendrá que reso­nar en nuestro corazón de manera más real y efectiva en este tiempo santo de la Navidad. Al hablar de perdón y reconcilia­ción se está tocando un aspecto central de la fe cristiana. Muchas situaciones personales, familiares y sociales que generan conflicto, reclaman un proceso de perdón y reconciliación, pero no se logra cuando se quiere hacer sin Dios al centro de la vida. La fe en Dios es definitiva cuando se quiere ha­blar de perdón y reconciliación; y por eso, es que a las comuni­dades cristianas en Colombia, hay que pedirles como prime­ra obra en el trabajo de la re­conciliación, que se encuentren para rezar, como expresión de la fe en el Señor. La oración es el clamor de quien no se resigna a vivir en el odio, el resentimiento, la violencia y la guerra y preci­samente navidad es un momento propicio para reunirse a rezar y abrir el corazón a la gracia. El perdón y la re­conciliación son vir­tudes cristianas que brotan de un corazón que está en gracia de Dios, que nos permi­te ver la dimensión del don de Dios en nuestras vidas. Na­cen estas virtudes de la reconciliación con Dios, mediante el perdón de los peca­dos que recibimos, cuando arre­pentidos nos acercamos al sacra­mento de la penitencia a implorar la misericordia que viene del Pa­dre y que mediante el perdón nos deja reconciliados con Él. Estar en gracia de Dios, perdonados y reconciliados son características fundamentales de la fe cristiana, que se deben vivir con mayor fer­vor en el tiempo de la navidad. El perdón y la reconciliación son gracias de Dios, por eso no son fruto de un mero esfuerzo huma­no, sino que son dones gratuitos de Dios, a los que el creyente se abre, con la disposición de recibirlos, haciéndose el cristiano testigo de la misericordia del Pa­dre y convirtiéndose en instru­mento de la misma, frente a los hermanos. Un corazón en paz con Dios, que está en gracia, es capaz de transmitir este don a los demás, mediante el perdón y la reconciliación en la vivencia de las relaciones con los otros. Esto es Navidad. No hay reconciliación y paz sin perdón y todo tiene su origen en Dios Padre que envió a su Hijo Jesucristo, que se hizo carne, na­ció en un pesebre con la misión de perdonarnos y reconciliarnos y lo cumplió plenamente desde la Cruz cuando nos otorgó su per­dón y nos dejó el mandato de per­donar a los hermanos. El origen del perdón es la expe­riencia que Jesús tie­ne de lo que es la Mi­sericordia infinita del Padre y por eso desde la Cruz lanza esa pe­tición de perdón para toda la humanidad pecadora y necesita­da de reconciliación: “Padre Perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Con Dios al centro de la vida, viviendo en su gracia y en ora­ción ferviente, aprovechemos un instrumento fundamental en el proceso del perdón y la recon­ciliación que es la escucha, tan añorada en estos tiempos de vio­lencia y dificultad, es en nuestra patria y en nuestras familias. La escucha ayuda a resolver con­flictos familiares, vecinales, so­ciales, políticos, etc. La escucha evita muchos enfrentamientos violentos en el hogar y en todos los sectores sociales.El Papa Francisco nos ha con­vocado a un sínodo con el títu­lo, Iglesia Sinodal: Comunión, Participación y Misión, que en la vida real de una familia invita a los esposos a que se escuchen mutuamente y entre los dos es­cuchen a los hijos y juntos como hogar cristiano escuchen al Es­píritu Santo. La escucha abre la posibilidad de discernir la verdad que nos trae Dios y abrirnos a la voluntad del Padre que consiste en que todos vivamos perdona­dos, reconciliados y en paz y eso es Navidad, esa es la celebración para la que nos preparamos en este tiempo y que estamos próxi­mos a celebrar en familia. Con la gracia de Dios al centro de nuestra vida, la escucha que lleva al perdón y a la reconciliación, se fortalece como un beneficio para el otro. Sin Dios al centro, se bus­ca el perdón y la reconciliación como un beneficio para sí mismo. La paz que nos trae el Señor, no como la que da el mundo sino Dios, implica una búsqueda con­tinua del bien del otro, que lleva finalmente a trabajar de manera incansable por el bien común. Esto es un aprendizaje que se hace desde la fe, dejándonos edu­car por Dios mismo, que quiere que seamos sus hijos y entre no­sotros verdaderos hermanos. A todos les auguro que el Niño Jesús los llene de perdón, recon­ciliación y paz en esta Navidad que vamos a celebrar y les de­seo un año nuevo 2022 lleno de muchas bendiciones del Señor, con el deseo de dejarnos perdo­nar por Dios que viene a quedar­se con nosotros, invitándonos a perdonar a nuestros hermanos, para vivir reconciliados, en paz y sigamos adelante abrazando la Cruz del Señor y fortalecidos por la gracia de Dios. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 15 Dic 2021

Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia - II parte

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Para asumir este reto, convoco a to­dos los sacerdotes de la Diócesis y también a los religiosos que hacen presencia, que por la gracia de la Ordenación, han recibido la participa­ción del sacerdocio único de Cristo, a renovar su ministerio venciendo toda tentación de superficialidad o de ru­tina, que llevan a la instalación, para que fortalecidos por el Espíritu Santo, en comunión con Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, con el Papa Francis­co, conmigo como su Obispo y servidor, sintamos juntos el gozo de decirle al Se­ñor que queremos servirlo y seguir ins­taurando su Reino, buscando cada día ser verdaderos discípulos misioneros por la búsqueda permanente de la uni­dad. Esta unidad es guía segura y eficaz para la acción pastoral, que se traduce en una auténtica fraternidad sacerdotal, fruto maduro de la caridad que estamos llama­dos a vivir entre todos, para hacer creíble al mundo el anuncio que hacemos, cum­pliendo el deseo de Jesús en su oración al Padre: “que todos sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21), recordando que la fraternidad sacerdotal no es lo que recibo de mis hermanos sacerdotes, sino lo que yo hago por cada uno de ellos. Jesucristo es el Buen Pastor que conoce las ovejas y ofrece su vida por ellas y quiere congregarse a todos en un solo rebaño bajo un solo pastor (Jn 10). Estamos llamados a ser imagen viva de Jesucristo cabeza y pastor de la Iglesia, así como a procurar reflejar en nosotros, aquella perfección que brilla en el Hijo de Dios. Por eso, debemos ser coherentes con el ministerio recibido, parecernos a Jesús y significar para nues­tros fieles su condición de cabeza, pastor y esposo de la Iglesia, amando la verdad, viviendo la justicia, la unidad, el perdón, la reconciliación y la paz. (Cf. PDV 25). Un presbítero así, por su testimonio de vida, por su fidelidad, por su alegría, por la coherencia entre fe y vida, por su fra­ternidad sacerdotal, hará que los jóvenes descubran el llamado que el Señor les hace a la santidad y sientan el deseo de respon­derle. Espero y pido que en cada parroquia se establezca una pastoral juvenil viva que ofrezca a los jóvenes la posibilidad de constituir comunidades juveniles para que en ellos se tengan verdaderos procesos de iniciación cristiana y crecimiento espiri­tual que, ojalá en muchas ocasiones, per­mitan a muchos de ellos sentir el llamado al sacerdocio o a la vida consagrada, para que emprendan luego el camino de su for­mación sacerdotal y religiosa, y así seguir contando con muchas vocaciones de cali­dad, como lo hemos tenido hasta el mo­mento. En este sentido debemos redoblar los esfuerzos por una pastoral vocacio­nal sólida y sistemática que nos ayude a formar a los jóvenes que nos llegan, para que si­gamos teniendo sacerdo­tes, religiosos, religiosas y también matrimonios, muy comprometidos con la misión y la inicia­ción cristiana. La experiencia de ser Iglesia Católica, co­munidad de creyentes, se hace presente en el encuentro con la Palabra de Dios en la Iglesia Particular y desde la Diócesis, en cada una de las parroquias y en las fami­lias cristianas. La tarea es ir construyendo el Reino de Dios, con la acción misionera y catequética que nos permita crecer en la fe, esperanza y caridad y tener compro­miso pastoral para la evangelización en nuestra Diócesis. Dedicaremos particular esfuerzo a seguir construyendo la familia como comunidad de amor, Iglesia domés­tica, conscientes de que ella es uno de los bienes más preciosos de la humanidad y de la Iglesia. Vamos a fortalecer nuestras familias desde la oración, desde el Rosario diario en familia, familia que reza unida, permanece unida. La Santísima Virgen María nos dará para nuestras familias el regalo de la fidelidad, del perdón, la recon­ciliación y la paz, virtudes que tendrán que reflejarse en la comunidad y en la sociedad donde vivimos. La familia santificada mediante el sacra­mento del matrimonio, permite por la gra­cia recibida en este, que Dios permanezca en los esposos a lo largo de toda su vida. De ahí, nuestro deber de implementar una fuerte pastoral familiar en todas las parroquias. Se trata de promover y resca­tar los valores familiares de acuerdo con la enseñanza de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, acompañando a cada familia cristiana en su misión funda­mental de ser transmisora de la fe y prime­ra escuela de formación de los discípulos misioneros de Nuestro Señor Jesucristo. Otro desafío pastoral no menos impor­tante que los otros, es el compromiso real con los pobres, desde el ejercicio de la caridad. La Diócesis de Cúcuta tiene vocación para la caridad, como fruto maduro de una vida cristiana, que se va for­taleciendo desde la vivencia del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Estamos dispuestos a entregarnos con lo que somos y tenemos, para aliviar la pobreza y la mi­seria de los hermanos que viven margina­dos y en continuo sufrimiento; sobre todo acompañar a los migrantes y a tantos niños y jóvenes que están viviendo debajo de los puentes, consumidos en la drogadicción. A ellos les tenemos que dar en primer lugar el pan de la Palabra, pues, de todos es sabido que la primera obra de caridad que hemos de hacer a nuestros hermanos necesitados será mostrarles el camino de la fe, la esperanza y el amor, para que re­ciban a Jesucristo en sus vidas. Así nos lo enseñó San Juan Pablo II cuando dijo: “el anuncio de Jesucristo es el primer acto de caridad hacia el hombre, más allá de cualquier gesto de generosa solida­ridad” (Mensaje para las migraciones, 2001), con el compromiso claro y efectivo de seguir compartiendo el pan material y ayudar desde el Evangelio a sanar tantas heridas, adicciones y conflictos que se vi­ven en nuestro medio, para llegar a tener la paz que el Señor nos quiere dejar como regalo supremo que viene de lo alto. Proponemos una acción pastoral de cerca­nía y dignificación desde la caridad cris­tiana, pues Jesús garantiza que quienes realizan esta labor, recibirán una gran re­compensa: “Vengan benditos de mi Pa­dre a heredar el Reino de los cielos” (Mt 25, 34). La opción por los más pobres no es una mera invitación, es una exigencia concreta que el Señor nos hace. Es por el camino de la caridad como tendremos acceso a la bienaventuranza del Reino. Entre todos vamos a continuar el tejido de la Historia de la Salvación en nuestra histo­ria personal, familiar y diocesana. Nos ne­cesitamos mutuamente para continuar con los retos que nos plantea hoy la pastoral en cada una de nuestras parroquias. Hagamos de nuestras parroquias, verdaderas comu­nidades de fe, en donde brille el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. No nos falte la oración por estas intenciones y todos en comunión, en camino sinodal, escuchan­do al Espíritu Santo, podremos ser fieles a Jesucristo y a la Iglesia en la misión que se nos ha confiado. Continuemos, hermanos, esta solemne celebración eucarística y pongamos en el altar toda esta tarea que nos disponemos a continuar, para que sea el mismo Señor quien la bendiga y fortalezca. Pongo en manos de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, nuestro patrono, este camino sinodal que hoy emprendemos apoyados por la gracia de Dios. Me consagro a la Virgen y consa­gro, como pastor de la grey a todos los que el Señor me ha encomendado. Que cada día, con María y como María, seamos más dóciles a la Palabra de Dios y más capa­ces de vivir en fidelidad nuestra misión. El glorioso Patriarca San José y todos los Santos nos acompañen. Amén. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta Lea Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia - I parte [icon class='fa fa-download fa-2x'] AQUÍ[/icon]

Lun 13 Dic 2021

Derecho a tener derechos

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - La expresión original proviene de la filósofa judía Hannah Arendt, que reflexiona acerca de la vulneración radical de los derechos humanos en la Alemania nazi, especialmente en el caso de judíos y gitanos, cuando fueron convertidos en apátridas. Estas personas sin patria no pueden ejercer los derechos mínimos ni reclamarlos ante una autoridad, que ni siquiera los reconoce como ciudadanos. Por eso, indica Hannah Arendt, el “derecho a tener derechos” es el primero de todos. Estas consideraciones nos pueden ayudar para enfocar la reflexión en torno al 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, en el aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Si bien Arendt se centraba en la importancia del Estado-nación como garante de la protección de los derechos humanos, la evolución de estas décadas y la situación actual nos conducen a unas consideraciones más globales, es decir, a afrontar el reto de que los derechos humanos sean, verdaderamente y en lo concreto, universales. Pensemos, por ejemplo, en la pandemia de Covid-19, en el proceso de vacunación y en las implicaciones que está teniendo la nueva variante ómicron. Mientras que Estados Unidos y Europa han vacunado al 70% de su población, en África sólo el 7% de las personas han recibido la pauta completa. Los países ricos han acumulado reservas de vacunas y se han lanzado ya a inocular la tercera dosis, cuando millones de personas en muchas regiones del planeta aún no tienen acceso a las mismas. Las iniciativas para lograr una moratoria en las patentes de las vacunas (que hubieran facilitado el proceso de producción y distribución de las mismas) han sido un rotundo fracaso. La pregunta, entonces, es clara: ¿Acaso no tenemos todos los humanos el mismo derecho a tener derechos? En lo concreto, ¿no tenemos un derecho similar a recibir una vacuna para una pandemia que, por definición, es global? La miopía desde la perspectiva de la salud pública se cruza con la miopía etnocéntrica de quienes no parecen creer que todos tenemos los mismos derechos. Reivindicar, pues, el “derecho a tener derechos” se ha convertido en algo básico. La alimentación en el mundo nos ofrece un segundo ejemplo. Mientras en determinadas zonas geográficas y sociales estamos seriamente preocupados por el sobrepeso y la obesidad (otra forma de malnutrición), millones de personas en el mundo sufren hambre, escasez de alimentos, infra alimentación, anemia y enormes dificultades de acceso al agua potable. Parecería que unos se dejan llevar por las ilimitadas dinámicas del deseo y del consumo compulsivo acrecentado por la publicidad (reclamando como “derecho” lo que, en el fondo, son casi caprichos) mientras que otras muchas personas no logran satisfacer sus necesidades básicas. De nuevo, nos encontramos con la importancia de reconocer el “derecho a tener derechos”. Si no, parece que nos habituamos a que haya ciudadanos de primera y de segunda categoría. Estos últimos no entran siquiera en la consideración de que tienen derechos verdaderamente exigibles. Un tercer ejemplo lo encontramos en el ámbito de las migraciones. Ya sea que miremos el desierto de Arizona o de Argelia, el mar Mediterráneo o el canal de la Mancha, la frontera entre Bielorrusia y Polonia o la que divide Haití y República Dominicana, o cualquier otro punto caliente del globo, constatamos que muchas personas sufren las consecuencias de no ser consideradas, en verdad, como sujetos de derechos. De ahí provienen los abusos, los malos tratos, la explotación laboral, la exclusión residencial, las redes de trata y tráfico de personas, las humillaciones en frontera, la xenofobia, la aporofobia y todo tipo de discriminación. En el fondo, da la impresión de que funcionamos como si algunas personas no tuvieran todos los derechos (que, en teoría, son universales por ser humanos). De nuevo, hay que reivindicar este “derecho a tener derechos”. A partir de estos ejemplos y de estas reflexiones, podemos acercarnos al magisterio del papa Francisco, formulado en su última encíclica, Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad, que aborda estas cuestiones de manera explícita. Así, por ejemplo, dice el Obispo de Roma: “Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos” (FT 22). De este modo, se establecen “categorías de primera o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta manera se niega que haya lugar para todos” (FT 99). E insiste en fomentar un talante abierto, en procurar un corazón amplio y promover una actitud universal, “la que se requiere para reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras” (FT 117). Frente a ello, advierte el Sucesor de Pedro: “Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos” (FT 118). Por el contrario, “si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz” (FT 127). Y concluye de manera asertiva: “Todavía estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos” (FT 189). Para salir de este atolladero, debemos pedir fuerzas a Dios, de modo que crezcamos en respeto por los demás y así convencernos de que necesitamos reconocer y garantizar el derecho de todos a tener derechos. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Sáb 11 Dic 2021

Sinodalidad en Navidad

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Hemos insistido mucho en el significado de la palabra sínodo, descrita como caminar juntos. La Iglesia quiere que, en este tiempo tan especial, tomemos conciencia de la importancia de este caminar juntos. Por otra parte, es clave hacer caer en la cuenta, de que la dinámica de la sinodalidad no es exclusiva de la Iglesia, aunque se use más en ella, porque para que la familia, el barrio, la ciudad, el país puedan crecer y superar mejor las adversidades, se necesita aprender a caminar juntos, haciendo a un lado intereses personales, que a veces se vuelven mezquinos cuando afectan el bien común. Si el ejercicio sinodal, que estamos invitando a hacer en la Iglesia, deja como fruto que las familias y la sociedad civil en general entiendan la importancia de recuperar ese caminar juntos, buena parte de la tarea se ha hecho. Así las cosas, las parroquias, las familias católicas y las pequeñas comunidades en los sectores, salones sociales, urbanizaciones o centros comerciales, tienen en la realización de la Novena de Navidad la mejor de las oportunidades para hacer el ejercicio sinodal que tiene dos componentes importantes: la escucha de la palabra de Dios y la escucha de la palabra de los hermanos. Una escucha que hoy se vuelve tan necesaria para descubrir lo que Dios quiere de cada uno. Por tanto, sugiero que se acoja y aproveche la Novena de Navidad que la Arquidiócesis de Cali ha preparado, con reflexiones apropiadas a la sinodalidad, acercándonos al espíritu de lo que ella significa e invitándonos a poner la mirada en un grupo especial de personas, que no solo entendieron lo que era ese caminar juntos -sínodo-, sino que lo pusieron efectivamente en práctica. Me refiero a la Sagrada Familia de Nazaret. Primero los esposos José y María, estuvieron dispuestos a escuchar la palabra de Dios a través del ángel Gabriel; ambos fueron capaces de acoger su mensaje; ambos se pusieron en marcha, caminaron juntos a Belén, a Nazaret, a Egipto… Y luego, nacido Jesús, expresaron el fruto de la sinodalidad, en el servicio solidario al Hijo de Dios. Sugiero pues, que el esquema de la Novena de Navidad en Cali, sirva para el diálogo sinodal entre los que asistan, niños, jóvenes y adultos: ¿qué nos dice el mensaje?, ¿a qué nos comprometemos con dicho mensaje? Finalmente, ojalá seamos capaces de ponderar, en su justa medida, la realización de las novenas. Que el canto de los villancicos y las panderetas, las maracas y los gozos, no apoquen el momento del silencio, la escucha y el diálogo, de forma tal que de las celebraciones navideñas no queden solo los regalos, la natilla y los buñuelos, quede sobre todo el compromiso de ser mejores y de dejar que el Niño Dios nazca efectivamente en corazón de todos. Puede ser que celebremos Navidad y que Jesús nazca solo en los pesebres y no en los corazones de quienes lo invocamos cantando: “Ven, ven, no tardes tanto”. Feliz navidad y venturoso año 2022. +Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mié 8 Dic 2021

Centenario de monseñor Salcedo

Por: Hernán Alejandro Olano García - Conmemoramos el centenario del natalicio de Monseñor José Joaquín Salcedo Guarín, quien ideó y dirigió durante 40 años la Acción Cultural Popular, ACPO, que se consolidó a través de la Cadena Radial Sutatenza de Colombia y las escuelas radiofónicas, modelo de formación para la población rural colombiana, mediante programas de música y doctrina cristiana, complementándolos con elementos educativos de gran pertinencia para la vida campesina de entonces. Conocido como “El Quijote de los medios”, monseñor Salcedo Guarín nació en Corrales, Boyacá, el 8 de diciembre de 1921 y falleció en Miami, Florida, Estados Unidos de Norteamérica, el 2 de diciembre de 1994. Era hijo de José Joaquín Salcedo Cújar y de Eva María Guarín Perry. Al ser encargado por el obispo de ser el coadjutor de la parroquia de Sutatenza, luego de haber sido ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1947 habiéndose formado en el Seminario Mayor de Tunja, Salcedo comenzó a desarrollar la idea de las Escuelas Radiofónicas, que, además, buscaron la dignificación formativa del campesinado colombiano y, en 1949 esa emisora casera, con sus 20 receptores General Electric de tubos, elevó su potencia en antena a un kilovatio, pasando en 1960 a desarrollar su cubrimiento con un transmisor de 50 kilovatios y, el milagro lo hizo San Pablo VI, quien las únicas dos ciudades de su primera visita pastoral a América, fueron Mosquera y Bogotá. En la primera, ese año de 1968, el Pontífice bendijo los transmisores que pasaron de tener 98 kilovatios a 580 kilovatios. Diez años más tarde, Sutatenza, ya con más de 600 kilovatios en antena, se consolidó como una cadena con emisoras en Bogotá, Magangué, Medellín, Cali y Barranquilla, lo cual abrió los ojos a las cadenas comerciales de tal forma, que una de ellas terminó por comprar lo que era el sueño de la formación creado por Salcedo. La primera escuela radiofónica, que funcionaba en la casa de la familia Sastoque y constaba de un radio General Electric, una pila, un tablero y un pedazo de riel de ferrocarril de 50 centímetros, fue inaugurada formalmente por el presidente Mariano Ospina Pérez, quien expresó: “Al llegar las sombras de la noche se inicia para los campesinos de Colombia el amanecer a su inteligencia y de sus mentes”. Como reconocimiento a sus grandes obras, Salcedo, fue designado prelado doméstico (con tratamiento de monseñor) por el Papa Pío XII en enero de 1955 y el 30 de marzo de 1965, Papa Pablo VI lo ascendió a la categoría de protonotario apostólico supernumerario, distinción pontificia honorífica que ratificaba, protocolariamente su condición de Miembro de la Casa y Familia Pontificia. El pasado miércoles 1 de diciembre, el Arzobispo de Tunja, Monseñor Gabriel Ángel Villa Vahos, instaló formalmente en esa ciudad, luego de más de un año y medio de trabajo preparatorio, la Academia de Medios de Comunicación “Monseñor José Joaquín Salcedo Guarín”, bajo la presidencia del periodista e historiador Javier Hernández Salazar y la secretaría general a cargo de la ilustre abogada y doctora en derecho Nubia Catalina Monguí Merchán. Dicha Academia se hermana a su vez con la Academia de Historia Eclesiástica de Boyacá, que preside el doctor Jerónimo Gil Otálora. Hernán Alejandro Olano García Miembro de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica