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Opinión

Mar 29 Ago 2017

¡Bienvenido Santo Padre Francisco!

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Consideramos una verdadera gracia la presencia del Papa Francisco en Colombia. Todos nos alegramos y le damos la bienvenida al Sucesor de Pedro, en “salida misionera”, como suele Él decirlo. Visitará nuestra propia realidad eclesial, cultural y social, para iluminarla proféticamente desde el Evangelio y señalar caminos de esperanza, reconciliación y paz. Pero ante estos acontecimientos, conviene resaltar lo que significa para nosotros, especialmente los creyentes, la persona del Papa, como sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra, por cuanto él viene en primer lugar, a confirmarnos en la fe recibida del Señor, en el contexto de la historia concreta que estamos viviendo. El pasado domingo XXI del tiempo litúrgico, proclamamos y meditamos un privilegiado texto del evangelista Mateo (Mt 16,33-20) que nos permite conocer de primera mano, por parte del mismo Señor, la altísima misión confiada a Pedro y a sus sucesores, una vez el Apóstol, ante la pregunta del Señor “vosotros quien decís que soy yo”, afirmó sin titubeos, por inspiración del Padre: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Una auténtica y precisa confesión de fe. En efecto, la Iglesia en su discernimiento, desarrolla a partir del hecho narrado y compartido como experiencia vital de fe por la comunidad apostólica de los doce y sus sucesores, con Pedro a la cabeza, con la vivencia del Pueblo de Dios peregrino en la historia, un Magisterio que profundiza, explica y busca aplicar en la práctica personal y comunitaria lo que viene desde entonces. El catecismo de la Iglesia Católica, resume esto diciendo “Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás apóstoles forman un único colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los apóstoles” (cf. # 880). Pedro es la roca sobre la que el Señor quiere construir la Iglesia, en la que Cristo es la piedra angular, confiándole también una misión específica y una potestad, significada en la entrega de las llaves del reino de los cielos y la función de atar y desatar, es decir, de decidir en su nombre lo que atañe al bien supremo en la conducción y pastoreo del Pueblo de Dios que le ha confiado, como Pastor de toda la Iglesia y Vicario de Cristo. Él no lo hace sólo, sino presidiendo a todos los obispos o Colegio episcopal, en comunión con Él, expresando así también, la unidad en la diversidad del Pueblo de Dios presente y peregrino en las diversas partes de la tierra. Por todas estas razones y explicaciones de nuestra fe en relación con el Santo Padre y su ministerio apostólico, tenemos la oportunidad de vivir con mayor intensidad y sentido, esta visita del Papa Francisco, con la experiencia de su cercanía como es tan característico en Él, sus gestos y palabras incidentes que especialmente nos hacen mirar hacia los pobres y excluidos, en apertura fraterna, con conocimiento bien informado de nuestra realidad y en actitud misionera. Su mensaje sobre la vida, la reconciliación y la paz, el valor singular de las vocaciones de consagración de la vida en la Iglesia y la responsabilidad frente a los derechos humanos, como ejes centrales de sus intervenciones proféticas, esperamos todos, caigan en buena tierra, como la semilla del Evangelio, en espera de los mejores frutos. ¡Bienvenido Santo Padre! Con mi fraterno saludo para todos. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 28 Ago 2017

El Papa y lo social

Por Monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?" Él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo" ((Mt 25, 41-45). Esta frase del Evangelio muestra la dimensión profunda de la misericordia y su implicación en la vida de la fe. Ser cristiano exige vivir con alegría el llamado a servir a los más necesitados. Como consecuencia, el pensamiento social de la Iglesia está profundamente relacionado con el anuncio de “la alegría del Evangelio”, tal como lo explica el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” que se publicó el 24 de noviembre del 2013. Con su testimonio de vida, con sus mensajes, con sus actitudes el Papa ha mostrado una forma de hacer realidad esta profunda enseñanza del Evangelio, En cada uno de sus viajes apostólicos los más pobres han encontrado un puesto privilegiado, se ha acercado a ellos y les ha hecho sentir el amor misericordioso de Dios. Su contacto con los enfermos, con los encarcelados, con los migrantes ha sido el mejor mensaje para nuestra sociedad. La convicción de que el Señor está en medio de los pobres hace que se unan evangelización y promoción humana. “Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana” E.G. 178. Para hacer realidad esta enseñanza del Evangelio, el Papa Francisco invita a asumir la cultura del encuentro que supera la indiferencia ante los que sufren y que hace posible el reconocimiento de la dignidad de cada persona humana. Esta cultura nos remite al hecho de que para hacer transformaciones sociales y hacer el mundo más acorde con el plan de Dios se requiere el reconocimiento de la dignidad de cada ser humano sin diferencias. «Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro. De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente. Estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamidades de este mundo o las cosas pequeñas: ‘qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y seguimos de largo. El encuentro. Si no miro – no basta ver, no, hay que mirar – si no me detengo, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro». Así decía el Papa Francisco durante una homilía el 13 de septiembre del año pasado. La cultura del encuentro es, por otra parte, la mejor forma de hacer realidad la comunión entre los seres humanos por medio del dialogo. De hecho, el Papa Francisco ha estado comprometido con los esfuerzos que se hacen en el mundo por construir puentes para el diálogo en medio de situaciones particularmente difíciles. La visita a Tierra Santa fue una excelente oportunidad para acercar a los líderes de las tres grandes culturas y religiones en el mundo, a quienes después los veíamos en el Vaticano haciendo un gesto de muy profundo significado como fue la siembra de un árbol bajo el mensaje de sembrar algo conjuntamente a pesar de las diferencias. En la concepción que tiene el Papa Francisco de la relación entre el Evangelio y las realidades sociales, la comunión y el diálogo tienen roles muy profundos, ambos ayudan a caminar en el reconocimiento de la dignidad de cada persona. El Papa presenta esta cultura bajo una perspectiva en la que el motor dinamizador son los procesos de largo aliento, por ello dice que el tiempo es superior al espacio. Siempre queremos crear espacios pero el diálogo y el encuentro requieren tiempo, proceso. Al lado de ello se requiere voluntad y capacidad de ir más allá de lo que nos divide, lo cual hace que el Santo Padre lance un segundo principio según el cual la unidad es superior al conflicto. Ante un mundo profundamente fracturado, polarizado e incapaz de diálogo, un mundo cuyas dinámicas están centradas en el mercado y no en la persona humana, un mundo movido por dinámicas individualistas de consumo y poder, el Papa insiste en que debe recuperarse el sentido de la responsabilidad que tenemos con la sociedad, con nosotros mismos y con la creación. La Encíclica Laudato Si nos plantea una expresión central en la cultura del encuentro: descubrir y definir una forma de relación con la creación que sea responsable de la casa común. Hemos olvidado que la creación se nos entrega para cuidarla. Cultura del encuentro y cultura del cuidado van de la mano, no son dos formas diferentes de posicionarse. La cultura del cuidado se centra en el valor del bien común y en la obligación que tenemos de asumir toda la diversidad y riqueza de la creación para que cada ser humano pase “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas” como decía hace 50 años el Papa Paulo VI en la Encíclica Populorum Progressio. Cuando se piensa en términos de bien común el enfoque esta no en la destrucción o el uso ilimitado de los bienes de la creación sino en su cuidado. Ciertamente hemos querido usar y consumir ilimitadamente bienes que son limitados. Desde esta perspectiva el Papa Francisco recuerda el principio según el cual el todo es superior a las partes. El todo, la creación es superior y requiere el cuidado de cada uno de nosotros. Cuando se tiene una visión fragmentada, en la que lo importante son las ambiciones personales, la tentación es caer en una cultura del descarte, una cultura del desperdicio, en la cual todo se usa para tirarlo sin pensar en sus consecuencias. Cuando se tiene una visión de la totalidad, de la creación, se actúa desde la convicción de que cada uno de los bienes de la creación tiene un destino universal, se nos ha sido dado para que sirviera a la casa común. Ha habido una larga trayectoria de reflexión de la Iglesia sobre la creación y los problemas ambientales que ha sido recogida por el Papa Francisco quien ha querido llamar la atención sobre los peligros que enfrenta el mundo y la sobrevivencia de la humanidad por un modelo irresponsable que se ha instalado por siglos. Pero el Papa quiere advertir que no se trata solo de ideas o teorías, sino que enfrentamos problemas serios y de hecho hace referencia a situaciones muy concretas que muestran el impacto de esa cultura del descarte en el medio ambiente y en la vida de las comunidades. Con un lenguaje profundo, que se expresa en forma sencilla, nos recuerda que la realidad es superior a la idea, es decir que el debate y las decisiones que se toman no provienen de percepciones abstractas sino de realidades que hoy tienen ya un impacto importante en el mundo. Uno de los problemas que más ha marcado los mensajes del Santo Padre es la situación de exclusión en la que viven muchos migrantes en el mundo. El Papa fue al encuentro de ellos en el sur de Italia, y desde allí lanzó un mensaje sobre el hecho de que somos una sola familia humana. Pero no son los únicos gestos. Ha habido una preocupación constante por los habitantes de la calle, por los que no tienen techo y en el mismo Vaticano ha acondicionado la forma de atender sus necesidades y de acogerlos. El Papa Francisco ciertamente ha hecho cercano el amor misericordioso de Dios a los que lo necesitan y se ha convertido en Pastor y heraldo de la Misericordia.

Jue 24 Ago 2017

¿Quién fue el Mártir de Armero?

Por: P. Jorge Enrique Bustamante Mora - Los datos aquí compartidos del futuro beato colombiano, Mártir de Armero, están tomados de los diversos folletos escritos sobre él y especialmente la biografía escrita por el Padre jesuita, Daniel Restrepo, y que lleva por título El Mártir de Armero, la vida y el sacrificio del padre Pedro María Ramírez Ramos, que tiene el valor de haber sido escrita a tan solo 4 años de los hechos gloriosos de su martirio y después de una rica y profunda investigación. Nuestro personaje, nació en el hogar de don Ramón Ramírez y doña Isabel Ramos, el 23 de octubre de 1899, en el municipio de la Plata Huila, a las afueras del pueblo en una hacienda llamada “Zapatero”; cuando sus padres hacia poco habían celebrado su quinto aniversario de casados (2 de Junio de 1894); es el cuarto hijo de siete: Susana, Julia, Luis Antonio, Nuestro beato, Eliécer, Pablo Emilio y Leonardo. Susana, la primera, murió de meses de nacida, por lo cual algunos autores hablan de seis hijos. El beato cuenta con otros numerosos hermanos nacidos en el primer matrimonio de su padre con doña Candelaria García. Fue bautizado con el nombre de PEDRO MARÍA, al otro día de su nacimiento, el 24 de octubre. Quedó huérfano de padre a los diez años, 3 de noviembre de 1909. Su madre celebró su pascua el 19 de febrero de 1943, un poco más de 5 años antes de la palma gloriosa de Pedro María; al dejarla en la tumba, expresó: “Pronto vendré a acompañarte madre mía”; palabras que encontraron un cierto cumplimiento, pues efectivamente fue sepultado en la tumba de al lado el 7 de mayo de 1948, casi al mes de haber vivido el martirio. Veamos algunos datos de nuestro mártir, la vida a grandes saltos entre el bautismo y su pascua. Nació en un hogar y familia de profunda vivencia de la fe católica, que contó con la bendición de dos hijos llamados a la gracia del sacerdocio, Pedro María y el menor, Leonardo, “el mártir y el jesuita”. A la fecha de su llamada a la Casa del Padre contaba con varios sobrinos en formación sacerdotal, algunos en la compañía de Jesús, jesuitas, y uno con los salesianos. De los cuales, tres hijos de su hermano Pablo Emilio. Sus estudios elementales los realizó en la escuela pública de La Plata; a los doce años entró al Seminario Menor de la Mesa de Elías (hoy Elías), donde realizó sus estudios de secundaria junto con su hermano Luis Antonio; ingresó, luego, al Seminario Mayor de Garzón el 4 de octubre de 1915, que a ese tiempo funcionaba con el calendario “tipo europeo” iniciando octubre y finalizando en julio, adelantó aquí estudios de filosofía y teología retirándose por voluntad propia en 1920, con la intención clara de discernir mejor su llamada y respuesta a la vocación sacerdotal, al respecto, su director espiritual el padre Víctor Félix Silva anota: “se retiró para probar bien su vocación por todos los medios posibles”. De 1920 a 1928, cuando retomó sus estudios eclesiásticos, vivió la experiencia del trabajo. Al inicio de este tiempo, por menos de dos años fue secretario y director del coro parroquial en Anolaima Cundinamarca, donde era párroco el padre Pedro María Rodríguez Andrade, huilense y quien después será el segundo obispo de Ibagué, bajo cuyo episcopado vivió su vida sacerdotal nuestro mártir. Luego se dedicó al magisterio: desde 1922 se desempeñó como profesor de “secundaria” en el colegio donde había estudiado, Seminario Menor de La Mesa de Elías; más tarde fue nombrado Director de la Escuela Urbana de San Mateo –hoy Rivera; luego con el mismo cargo pasó a la Escuela Urbana de Colombia – Huila; de este último lugar fue trasladado como Director de la Escuela de Alpujarra – Tolima, aquí combinó fructíferamente su responsabilidad con la colaboración en la vida parroquial; allí lo encontró su “amigo y anterior superior”, en esta ocasión ya obispo, Mons. Pedro María Rodríguez Andrade, quien lo invitó a continuar sus estudios para responder al llamado sacerdotal. Retomó su preparación al sacerdocio en 1928, ingresando al Seminario Mayor María Inmaculada, en la ciudad de Ibagué, al habitar en este magnífico lugar expresaba con efusividad: “Vengo a entregarme totalmente a Dios”. Fue ordenado sacerdote el 21 de junio de 1931. Ejerció su sacerdocio en cuatro parroquias de la diócesis de Ibagué Tolima: durante tres años, Vicario cooperador en Chaparral (1931-1934); párroco de Cunday por 9 años (1934-1943); después de estas dos parroquias en el sur del Tolima lo esperan dos en las tierras del norte: Párroco de El Fresno en un espacio de tres años (1943-1946); y finalmente casi dos años, párroco de Armero (1946-1948) donde lo alcanzó el amor definitivo de Dios. El sábado 10 de abril de 1948, hacia las 4:40 p.m. en la esquina de la plaza de Armero germinaba la palma victoriosa del Martirio; el suelo se tiñó de rojo con la sangre del mártir, que en su grito agónico como últimas palabras, y no habiendo pronunciado ninguna maldición, dijo: “¡Padre, perdónalos!, ¡Todo por Cristo!”

Mar 22 Ago 2017

Nueva ocasión para impulsar la evangelización

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Dentro de pocos días tendremos con nosotros al Papa Francisco. Es Pedro quien viene a confirmarnos en la fe, a reforzar la unidad y a invitarnos a lanzar las redes. La Visita Apostólica del Santo Padre no es un espectáculo sino un acontecimiento de salvación, que debe hacernos sentir la alegría del Evangelio y la fuerza del Espíritu para anunciar lo que Dios va haciendo entre nosotros. Por tanto, debemos conducir todo para que sea una nueva oportunidad de comprometernos a vivir como auténticos discípulos de Cristo y como mensajeros de la vida en plenitud que él nos trajo. No podemos negar que en los últimos años ha crecido la descristianización de las personas y de la sociedad. La Iglesia viene constatando la necesidad acuciante de una nueva forma de realizar la misión. Desde el Concilio Vaticano II, pasando por el magisterio de los últimos Papas, hasta llegar a la reflexión pastoral que se ha hecho en América Latina, todo apunta a la urgencia de una nueva evangelización en la que nos jugamos la vitalidad y el futuro de la Iglesia. En ese sentido hablan Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, Redemptoris Missio de Juan Pablo II, Evangelii Gaudium de Francisco. Aparecida nos puso en estado de misión. Pero una cosa son los grandes documentos y los proyectos que se hacen desde arriba y otra muy distinta lo que se vive a nivel de personas y parroquias, donde no siempre logran concretarse nuevos modos de vivir y anunciar el Evangelio. Hay una serie de factores que impiden un cambio radical de mentalidad y de acción pastoral para lograr lo esencial: volvernos discípulos misioneros de Jesús y transformar desde adentro los criterios y la vida de la humanidad. Sin pretender hacer una lista completa, quiero señalar algunos elementos concretos que nos pueden ayudar a dar pasos en una evangelización nueva y eficaz. 1. Es necesario comenzar siempre por el primer anuncio. Sin él la catequesis no tiene sentido y no se acepta. El kerigma que toca el corazón es indispensable para abrirse a la fe y a la conversión y para iniciar consciente y responsablemente un camino de formación en la fe. 2. Hay que asumir ya nuevas formas de vivir y expresar la fe. La pastoral de conservación es para una sociedad cristiana; por lógica, no sirve para una sociedad descristianizada. Podemos estar desperdiciando el tiempo y las fuerzas en una estructura inoperante. 3. Urge aprender a formar e integrar nuevos evangelizadores. Hay buena voluntad, pero nos vamos quedando los mismos que, agotados por el trabajo y repitiendo lo mismo, no podemos lograr algo distinto. Mientras tanto, la comunidad se debilita. 4. Es muy importante construir y propagar buenos modelos. Si vivimos radicalmente el Evangelio, si damos liderazgo a los laicos y si respondemos a las necesidades de hoy, surgen experiencias de vida cristiana que por sí mismas crecen y se multiplican. 5. Es bueno suscitar un deseo de lo nuevo. Cuando se impone el miedo a lo desconocido y la sospecha frente a lo que no sea “lo de siempre”, no damos el primer paso hacia un nuevo planteamiento en la forma de vivir para Dios y para los demás, siguiendo a Cristo. 6. Es definitivo abrirnos al Espíritu Santo. El Espíritu es quien nos conduce en una relación filial con Dios, nos da testimonio de Jesús, crea comunidad y le da poder a toda nuestra acción evangelizadora. Si le obedecemos, él pone en nosotros vida, unidad, sabiduría y fortaleza apostólica. Los tiempos de cambio cultural y social son los mejores para hacer vida el Evangelio, porque en el Evangelio se ofrece la respuesta a todo lo que no sabemos y necesitamos. La Visita del Papa es una ocasión para reencontrar y asumir la importancia de la nueva evangelización como misión propia y urgente de la Iglesia en el momento que vivimos. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 18 Ago 2017

Mantener vivo el recuerdo

Por: Mons. Juan Carlos Ramírez Rojas - El próximo 8 de septiembre, en la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, el Papa Francisco, en su visita apostólica a la ciudad de Villavicencio, beatificará al Excelentísimo Monseñor, Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, quien fue asesinado en el territorio de su diócesis, Arauca, el 2 de octubre de 1989; y al Sacerdote diocesano, Pedro María Ramírez Ramos, asesinado el 10 de abril de 1948, en el municipio de Armero Tolima. La historia registra las múltiples causas sistémicas que han desencadenado el conflicto y posibilitado su persistencia en Colombia. Causas estructurales: Políticas, socioeconómicas, institucionales, sicológicas, culturales y raciales que rodearon el ministerio pastoral y profético de los nuevos Beatos y que ellos asumieron e iluminaron con su propia vida, encarnando el Martirio como supremo testimonio del amor. San Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (37), nos enseña que “no hay que olvidar el testimonio de los mártires…los mártires pertenecen a la Iglesia. Son su parte mejor porque de la manera más coherente, manifiestan el amor que se entrega sin pedir nada a cambio”. En consecuencia, es incompleta y algunas veces mal intencionada la lectura sociologista que algunos hacen del servicio pastoral de los nuevos beatos. ¿Por qué los beatifica la Iglesia? 1.- Porque en el martirio estos dos Levitas dieron testimonio de fe en Jesucristo, único Salvador. En los siglos XX-XXI la mayoría de los mártires han muerto no solo a causa de la profesión de la fe, como en los primeros siglos de la Iglesia, sino también resignados a aceptar la confrontación con las ideologías y los sistemas políticos del tiempo que les correspondió vivir y asumieron la oblatividad de su propia vida con plena libertad cuando al reclamar por la paz, por el respeto a la persona humana y el derecho a la vida eran conscientes que sufrirían la muerte por amor a los pobres y oprimidos. 2.- Porque la Iglesia con el acto administrativo y litúrgico, declarando Beatos al mártir de Arauca y al mártir de Armero, “garantiza que no ha sido una muerte más, dentro de la absurda violencia que padecemos, sino una muerte especialmente configurada con la de Cristo”. 3.- Porque en “el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor” (LG 42). 4.- Porque los Sacerdotes mártires de Arauca y de Armero, nos dan testimonio de haber tomado seriamente en consideración la vocación cristiana y sacerdotal, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, y sabían que no podían excluir esta perspectiva en su propio horizonte existencial, “fuerte como la muerte es el amor” afirmaba san Agustín al comentar el salmo 47; es decir, así como la muerte es violenta para cortar la existencia, el amor es violentísimo para salvarla. 5.- Porque como enseña el doctor angélico “la causa del martirio es la verdad de la fe”, y la verdad de la fe no implica solamente el acto interno de creer, sino también la profesión externa y esta, no acontece solo con la palabra sino también por medio de las acciones con las cuales se da testimonio de la fe (St 2,18). La vida y la obra de los nuevos Beatos suscitó contradicción y persecución y su martirio es expresión de una vida donada por la verdad de la fe con la efusión de la sangre. 6.- Porque los mártires se caracterizan por tener una fuerte dimensión cristológica. Ellos, a ejemplo de Cristo son testigos de la verdad. El amor a sus comunidades los aferró a la defensa testimonial de la verdad (Jn 18,37) y conservar la fe significa permanecer en el Señor y en la verdad del evangelio. La sangre de los mártires grita al cielo no solo por la injusticia que han sufrido, sino también porque contradice al materialismo y a la falta de testimonio. 7.- Porque en la vida de los nuevos Beatos se armoniza la contemplación y la acción apostólica: Supieron integrar maravillosamente la vida espiritual y el fervor misionero, la vida contemplativa y la vida activa. Su vida puede calificarse de martirial, en el sentido de que “su glorioso martirio no hizo más que sellar con sangre su preciosa vida”. Por estas y muchas razones más, el Papa Francisco nos regala en la Beatificación de Monseñor, Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y del P. Pedro María Ramírez Ramos, una sublime bendición al pueblo colombiano y nos exhorta a contemplar en ellos, “la voz del testigo que da la vida por lo que ama y por lo que cree…tomar en serio el Evangelio”. Debemos mantener vivo su recuerdo. Mons. Juan Carlos Ramírez Rojas Ecónomo-Director financiero Conferencia Episcopal de Colombia

Jue 17 Ago 2017

La alegría del amor familiar reconcilia

Por: Ismael José González Guzmán - El papa Francisco en el año 2016, ofreció al mundo la exhortación apostólica postsinodal: Amoris Leatitia [La alegría del amor], como respuesta a los grandes desafíos que experimenta la familia hoy, los cuales le impiden, por una parte, que sea verdadera iglesia doméstica donde se viva la comunión de vida y se comunique el amor (Evangelium Vitae, 92), y por otro lado, que sea el lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad (Christifideles Laici, 40). Estos desafíos comienzan cuando, por el cambio antropológico-cultural, existe un rechazo social al modelo de familia cristiana, constituido por la unión en matrimonio de un hombre y una mujer junto con sus hijos, con igualdad en dignidad, con derechos y deberes para el bien común de sus miembros y de la sociedad (Catecismo de la Iglesia Católica, 2202-2203). En efecto, rechazar la vocación de la familia es no reconocer en el matrimonio un don del Señor (Amoris Leatitia, 61). Cuando una familia convive con la violencia, el odio, el rencor, el resentimiento y el dolor, se rompe automáticamente esa comunión de vida y amor, suscitando incluso la triste realidad de muchos hijos huérfanos de padres vivos. Esta ausencia de algunos padres también se ve reflejada cuando, por el afán del dinero, reemplazan con bienes materiales la formación en valores, bajo el argumento inverosímil de “darles todo lo que ellos no tuvieron”, o incluso, delegan a las instituciones educativas toda la formación de sus hijos, porque hoy no hay calidad tiempo para dedicarles. La Iglesia, como madre y maestra, enseña y motiva a que los padres sean los primeros maestros de la fe para sus hijos (Amoris Leatitia, 16; 19; 51). Por otro lado, el matrimonio se ha convertido más en un evento social, que en la vivencia consciente y libre de un sacramento. Hoy, algunas parejas dejan de experimentar la gracia santificadora del matrimonio, por motivos económicos que dificultan dar una buena fiesta de recepción. Hoy, en ciertos matrimonios modernos, las crisis se afrontan de manera superficial, sin la valentía de la paciencia, del diálogo sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del sacrificio (Amoris Leatitia, 41). Para dar el primer paso y transformar los desafíos anteriormente citados y aquellos que se escapan, es importante tener presente que no hay familias perfectas, y que dentro de esa imperfección o debilidad humana, la Palabra de Dios se muestra como una compañera de viaje en medio de las crisis o en medio de algún dolor, para mostrar la meta del camino, e incluso, para que llegue a ser luz en la oscuridad del mundo. Por tal motivo, no se concibe una familia cristiana que no incluya en su vida la oración, la vida sacramental y la lectura de la Palabra de Dios, porque esto hace que crezca en el amor, la comunión y se constituya como santuario donde habita el Espíritu (Amoris Leatitia, 22; 29; 66). San Pablo nos recuerda los preceptos morales de la familia, donde cada uno de sus miembros está llamado, bajo la lógica de la caridad que propone la vida cristiana, a actuar y buscar la complementariedad. Es decir, las mujeres siendo sumisas o dóciles a sus maridos, los maridos amando a sus mujeres sin ser ásperos con ellas, los hijos obedeciendo en todo a los padres y, éstos últimos, no exasperando a sus hijos (Cfr. Col 3, 18-21). Sin duda alguna, fruto de este proceder será experimentar la alegría del amor familiar, el cual es capaz de reconciliar las diferencias, curar las heridas y divisiones suscitadas en momentos dados, y esta alegría se convierte en el júbilo de la Iglesia (Amoris Leatitia, 1). No se puede seguir pensando o alimentando esos discursos de ideologías que relativizan y degradan la dignidad del ser humano, los cuales creen que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es algo que favorece a la sociedad. Por el contrario, el bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia; por ello, la sociedad no puede prescindir de ella, más bien, debe protegerla (Amoris Leatitia, 31; 44; 52). Vale la pena pues, que nos preparemos como familia cristiana ante la Visita Apostólica del papa Francisco al país. Y una forma de hacerlo puede ser participando en el Simposio Nacional sobre la Familia, el cual tiene como propósito central ofrecer una reflexión teológico-pastoral sobre la familia y la reconciliación, inspirada en la exhortación apostólica Amoris Laetitia, desde donde se pretende generar una transformación social al promover en cada asistente los valores del evangelio, los cuales permiten reconocer al interior de la familia, una verdadera iglesia doméstica que vive según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret; en amor, humildad, sencillez y alabanza, donde el otro es Cristo. ¡Los espero! Para mayor información sobre el Simposio ingrese aquí: http://uniagustiniana.edu.co/simposiofamilia2017/ Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia [email protected] - [email protected] Twitter: @cenestrategico

Mié 16 Ago 2017

¿Cómo va la preparación para la visita del Papa?

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La próxima Visita Apostólica del Papa Francisco a Colombia es una oportunidad privilegiada para acercarnos a la verdadera identidad, a la misión específica, al misterio último de la Iglesia. Con este propósito, quisiera señalar algunos criterios o sugerencias que pueden ser útiles para nuestra reflexión. 1. Debemos superar la visión de la Iglesia como una simple institución humana. Con frecuencia se la mira solamente como una organización con fines culturales o sociales. Es verdad que la misión de la Iglesia debe tener hondas repercusiones en el modo de vivir la sociedad y que con frecuencia debe suplir tareas en campos como la educación, la salud, la promoción laboral. Sin embargo, la Iglesia ha sido congregada y enviada por Cristo como testigo y servidora de un proyecto más grande: el plan de salvación de Dios. 2. Debemos ver la profunda unidad entre Cristo y la Iglesia. Desde la experiencia inicial de Cristo y los Apóstoles, como está documentada en los textos bíblicos, Cristo se identifica con su Iglesia, se prolonga en ella, actúa a través de ella. No tiene ningún sentido decir que se cree en Cristo, pero que no se cree en la Iglesia. En efecto, la Iglesia sin Cristo no tiene razón de ser y Cristo quiere tener una nueva y actual corporeidad por medio de la Iglesia. La fe en Cristo sin la Iglesia no supera lo que sería una idea, un sentimiento, o un afecto a un personaje. 3. Debemos considerar que la vida y la misión de la Iglesia no se fundamentan, como piensan algunos, en sus logros culturales, en sus estrategias políticas, en sus bienes materiales, en su trayectoria histórica, en su imagen mediática, en sus proyectos sociales. La Iglesia, en realidad, vive de una misteriosa y permanente intervención de Dios que la ha pensado desde siempre, la sostiene en el tiempo y la hace capaz de una vocación que ciertamente la supera: continuar el dinamismo de la Pascua de Cristo. 4. Debemos vivir la indispensable dimensión comunitaria de la Iglesia. Sin ella, la auténtica Iglesia de Cristo no existe, porque no es posible seguir a Cristo, hacer presente a Cristo, continuar la obra de Cristo en solitario. Aun en el plano humano, no se puede creer ni amar sin referencia a los demás. La mentalidad individualista lleva sólo al egoísmo y a la autosuficiencia, que finalmente constituyen un fracaso en el plano del ser y del hacer. Crear comunidad es una tarea pendiente y apasionante 5. Debemos incrementar el sentido de pertenencia de todos los bautizados a la Iglesia. No aparece la auténtica Iglesia si se la identifica únicamente con obispos, presbíteros y religiosos. La Iglesia somos todos los bautizados, cada uno con un puesto y una función en el Cuerpo del Señor. Siempre nos complementamos y apoyamos mutuamente los unos en los otros. Llegar a esto exige una formación espiritual y catequética permanente, una dinámica renovada de comunión y participación. 6. Debemos aprender a amar a la Iglesia, más aún a sentir con la Iglesia y a vivir todo con la Iglesia. Esto se logra cuando descubrimos que la Iglesia es nuestra madre, que nos ha engendrado en la fe y nos conduce en el conocimiento y la experiencia de Cristo. Más allá de sus limitaciones y pecados, que son los de todos nosotros, la Iglesia es la institución más noble, más sólida y más bella que pueda tener la humanidad. Para cada uno de nosotros, la Iglesia no puede ser sino un motivo creciente de alegría y corresponsabilidad. 7. Debemos percibir que es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia y que lo hace cuando nos mueve a cada uno de nosotros, con fuerza y con dulzura, a la santidad, a la fraternidad y al compromiso apostólico. Si la Iglesia no logra ser plenamente luz y sal y ciudad sobre el monte, como Dios quiere que sea en el mundo, es por culpa de nosotros que nos resistimos a la enseñanza y a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Estamos también hoy en la posibilidad de permitir y cooperar con el milagro de Pentecostés. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 14 Ago 2017

¡Francisco, amigo: Cali está contigo!

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Hay ocasiones únicas, difícilmente repetibles. Hay momentos en la vida de una Nación que salen de Lo Alto, que interesan a todos. Más allá de la pluralidad y de la diferencia, hay personas que encarnan valores comunes, anhelos recónditos del alma colectiva, horizontes de futuro y signos de esperanza. La Visita del Papa Francisco a Colombia, en el marco anual de “La Semana por la paz”, del 6 al 10 de septiembre próximo, nos brinda unas horas para mirarnos ante Dios y nuestro prójimo. Nos visita un hombre universal, ecuménico, simple y sencillo, sincero y esperanzado, avanzado en años, pero joven en su alma, alegre y atento, sensible y esforzado. Su paso será fugaz ante nuestros ojos, pero todo lo que diga y haga hará más firme lo que llevamos por dentro. No hay que endiosarlo, porque él solo pretende alentar con su fe la nuestra. Quiere confirmarnos con su testimonio en la verdad, la vida y el perdón. Quiere sembrar una semilla de UNIDAD. Nuestra sociedad colombiana, nuestras familias e instituciones, necesitan este contacto con Francisco, el Sucesor de Pedro, el Papa de “La Luz de la Fe”, “El Gozo del Evangelio”, “La Alegría del Amor”, el“Cuidado de la Casa Común” y “El rostro de la Misericordia”. La Arquidiócesis de Cali invita a TODOS a anticipar nuestra BIENVENIDA al Papa, en la Plaza Caycedo y en la Catedral San Pedro Apóstol, el 2 de septiembre, a las 10 de la mañana. ¡Juntos somos un SIGNO!. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo Metropolitano de Cali