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Opinión

Mié 14 Sep 2016

A los sacerdotes, religiosas, seminaristas y fieles laicos

Por Mons Luis Adriano Piedrahita Sandoval - El escuchar de nuevo el domingo pasado, 24º del tiempo ordinario, la parábola del hijo pródigo, me he animado a escribir algunas reflexiones que tienen que ver con el proceso que los colombianos vivimos en la actualidad de cara al plebiscito del próximo dos de Octubre. Las propongo como un aporte al descernimiento responsable que estamos llamados a hacer ante nuestra participación en tan importante evento ciudadano. ¿No es ésta parábola, me pregunto, una radiografía, de lo que puede estar sucediendo con algunos ahora, identificándose con el hijo mayor, que se resistía a que su hermano menor fuera aceptado de nuevo y reintegrado a la vida de la familia? En este proceso de discernimiento no podemos, como creyentes, dejar de lado la Palabra de Dios que está destinada a iluminar las circunstancias personales y sociales de nuestra vida de cristianos, lo que quiere decir que ella debe contar efectivamente, más allá de las consideraciones meramente humanas o políticas que se nos puedan ocurrir. La comisión permanente de la Conferencia Episcopal de Colombia emitió un comunicado el nueve de septiembre reafirmando el pensamiento de los obispos, que invitan a los fieles a interesarse por esta jornada y a participar en la consulta de manera responsable, con un voto informado y en conciencia, que exprese libremente su opinión. Se trata de una posición sobre el tema que “en modo alguno significa neutralidad de la Iglesia y los obispos frente a la construcción de la paz, ya que la reconciliación y la paz están en la entraña misma del Evangelio”. A la luz de este principio y con todo respeto a la opinión que cada uno de ustedes pueda formarse en el santuario sagrado de la conciencia individual, me permito invitar fraternalmente a colocar el énfasis en principios que son propios de nuestra fe cristiana. Uno es el de la valoración de la paz como un don preciado, del que el Señor Resucitado nos hizo sus depositarios: “Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo” (Juan 14,27). Sabemos que dicha paz no nos la van a dar los acuerdos de la Habana. Pero podemos entender este momento como una oportunidad que tenemos para que los colombianos nos empeñemos con especial compromiso en la construcción de la paz que viene de Dios. En este sentido van las recomendaciones que hizo la Asamblea Plenaria del Episcopado el mes de julio, de erradicar las raíces de las diversas violencias que padecemos: El alejamiento de Dios, la crisis de humanidad, la desintegración de la familia, la pérdida de valores y el relativismo ético, los vicios del sistema educativo, la ausencia del Estado o su debilidad institucional, la inequidad social, la corrupción. Son éstos los retos que tenemos todos como llamados a ser artesanos de la paz. Es bueno que nos preguntemos qué es mejor: ¿o vivir en la guerra o vivir en la paz? ¿Siete u ocho mil hombres armados creando violencia, o esos mismos desarmados y reintegrados a la vida civil? Otro es el énfasis que hemos de hacer en el futuro más que en el pasado. Del pasado debemos conservar la experiencia negativa de la violencia, guardar memoria, reparar las víctimas y los daños causados en la medida de lo posible. Pero, más importante, a mi manera de ver, es mirar el horizonte amplio y despejado del futuro. Esa era la mirada de Jesús: Como la mirada del Padre aquel que tuvo para con su hijo indisciplinado, del que se desatendió de su mal comportamiento para ofrecerle una vida renovada. A la mujer adúltera que se acogió a su misericordia solamente le exigió lo siguiente: “Vete y no peques más”. Otro es el énfasis que hemos de colocar en la justicia de Dios que es precisamente misericordia, más que en la justicia humana, que se queda en la mera retribución. Ese es precisamente el mensaje central de la parábola de Jesús: El hijo mayor no entendía la generosidad del Padre porque juzgaba según la justicia meramente humana, una justicia retributiva, de dar a cada uno lo que se merece; era incapaz de pensar de otra manera. Por el contrario, Dios no pasa cuentas, no hace preguntas, no pone condiciones, no le importa que le tomen del pelo: ¿Con qué garantías contaba este padre de que aquel hijo pródigo no iba a marcharse cualquier otro día, o no le organizara luego algún otro problema? Los invito a pensar más en las víctimas posibles, el dolor, el sufrimiento, las lágrimas, que sobrevendrán si la guerra continúa. Valoremos el don de la reconciliación que es, por cierto, el núcleo de la acción redentora de Cristo, quien siendo nuestra paz, por medio de la cruz derribó el muro divisorio de la enemistad (Ef 2,14ss), valoremos el mandamiento cristiano del perdón que es por cierto de las cosas que nos identifican como cristianos (Mt 5,46ss), valoremos la oportunidad de la reintegración y de una rehabilitación, la posibilidad de dar un giro a la vida. Pidamos al Señor el don de la paz y nuestro compromiso de construirla; pidámosle la iluminación de las conciencias, la reconciliación de los colombianos, las disposiciones necesarias para erradicar las múltiples raíces de la violencia. + Luis Adriano Piedrahita Sandoval Obispo de Santa Marta

Lun 12 Sep 2016

Nuestro hijo es drogadicto

Por: Mons. Gonzalo Restrepo - Hace unos días nos dimos cuenta de que nuestro hijo, el menor, es drogadicto. No queríamos creer, nos resistíamos a reconocerlo. Le habíamos notado algunas cosas un poco raras y fuera de lo normal; sobre todo, en los últimos días ha estado muy reconcentrado, no quiere hablar con nadie, se le notan los ojos irritados y cuando habla, tiene un cierto “deje” que no es natural. En estoy días, cuando regresé de mi trabajo, lo encontré llorando, sin consuelo, me preocupé muchísimo y me senté a dialogar con él. Me dijo que se sentía muy solo y que como había perdido el entusiasmo por el estudio, no quería hacer nada. No tengo amigos, me siento sin familia, tengo miedo y desconfianza de todos los que se me acercan, ustedes dos, papá y mamá, siempre ausentes y nunca tienen tiempo para conversar, a veces ni los veo. Como madre, me sentí sumida en una gran tristeza y me sentí culpable. Lloré con él y los dos nos abrazamos. Seguimos conversando y yo le pregunté muchas cosas: si tenía novia, cuáles eran sus amigos, cómo se encontraba en la universidad, que hacía cuando llegaba a tan altas horas a la casa o cuando no llegaba, por qué no quería hablar con nadie, y ahora qué lo aquejaba para estar tan triste, si debía dinero, si lo estaban amenazando, en fin, quise entrar en su interior, y él, en medio de sollozos, me dijo que nada de lo que le estaba preguntando era su problema. Mamá, me dijo, estoy perdido, me siento desprotegido y con muchos temores; creo que yo no sirvo para nada ni voy a salir con nada en la vida, nadie me quiere, estoy solo. Quiero decirte que “soy drogadicto”, me desespero cuando no tengo dinero para comprar el paquetico, y por eso les he robado a ustedes y hasta en la calle; no sé por qué no estoy en la cárcel. Lo único que no he hecho es matar, pero creo que en mi estado, estoy a un paso de ser asesino. Mentiras he dicho todas las que quieras, he engañado a muchas personas y también las he involucrado en esto. No sé por que te estoy diciendo todo esto, porque también a ustedes mis padres les he perdido la confianza y hasta el respeto. Yo sé que los quiero mucho, pero la fuerza de la droga supera en mí todos los sentimientos y los deseos. En este momento me siento en el abismo y quisiera ayuda, pero creo que yo no seré capaz de salir adelante. Hijo mío, le dije, tienes unos padres y unos hermanos que te hemos querido mucho. Cuenta con nosotros; y él me respondió, no mamá, no quiero que nadie sepa, papá me mataría y mis hermanos me despreciarían. Tengo miedo y desconfianza de todos. Trataremos el caso con prudencia, le dije, pero déjame ayudarte. Ahora duerme y descansa. ¿Qué haré? No lo sé. Por lo menos pude acercarme a mi hijo y me comunicó su problema. Señor dame las luces para ayudarle, muéstrame el camino para recorrerlo con él y sacarlo adelante. Toda la noche me la pasé llorando y pidiéndole al Señor que me acompañara en este momento de dolor. Al final me tranquilicé y comprendí que empezaría a dar pasos y tuve la confianza de que saldríamos adelante. Una convicción profunda llenó mi corazón de paz: si lo acompañamos, si lo comprendemos, si no lo dejamos solo como hasta ahora, si le manifestamos el amor que le tenemos pero que pocas veces se lo expresamos, si manejamos este problema desde él y desde sus sentimientos, desde su vida y sus necesidades, desde sus temores y sus expectativas, yo creo que saldremos adelante. Señor acompáñanos e ilumínanos en este momento de dolor para todos. Yo sé que saldremos adelante y todos aprenderemos muchísimo de esta nueva experiencia, con tal de que la vivamos unidos, en familia y con el calor de hogar y que tu presencia no nos abandone jamás. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Vie 9 Sep 2016

Alegría - Misericordia

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Estamos ahora en la altura del capítulo 15 de San Lucas, conocido como el texto de la misericordia. Dice la Palabra que se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores para escucharlo y se acercan también los letrados y fariseos para murmurar. Ambos tienen la intención de estar atentos ante las palabras del Señor; sin embargo, cada grupo tiene su interés. Los publicanos y pecadores seguramente se han sentido tocados por su misericordia, ellos han visto que muchos de sus conocidos han sido transformados por su gracia y sanados integralmente por Él. En cambio los fariseos y letrados continúan anclados a la ley, siguen siendo cerrados a la misericordia de Dios; confían meramente en sus argumentos y en las seguridades humanas. Éstos se encuentran en su lugar de confort y por lo tanto no quieren permitir que la gracia toque sus corazones, porque los desinstala y los incomoda. Éste hecho da píe para que Jesús, el Maestro y Señor, manifieste una lección de misericordia y de alegría por el ofrecimiento del poder salvador de Dios Padre. La lección consiste en describir tres parábolas cuya enseñanza fundamental se fundamenta en el siguiente esquema: “pérdida”, “búsqueda”, “hallazgo” y “alegría compartida”. La primera parábola es la de la oveja perdida, que el pastor busca, encuentra y comparte la alegría con sus amigos. La segunda es similar, pero ahora la protagonista es una mujer, que tiene diez monedas y se le pierde una; parece ser que Jesús, el Maestro y Señor, quiere enseñarle a los fariseos y letrados la importancia de la mujer en la historia de la salvación. Finalmente encontramos la parábola del “hijo pródigo”, cuyo protagonista es el Padre. El esquema de las tres parábolas nos puede servir como punto de referencia en la meditación del misterio de nuestra vida. No se nos olvide lo siguiente: “De Dios venimos y a Dios tenemos que volver”. Dice San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón vive inquieto hasta que descansa en ti”. Hemos partido de los brazos misericordiosos de Dios Padre, no vayamos a perder nuestro norte y si por algún motivo nos sentimos perdidos, por favor, retomemos la actitud del hijo menor: recapacitemos y volvamos a los brazos del Padre. Hermanos, vivir lejos de Dios no es ningún negocio, hacer ruptura con él trae graves consecuencias, porque perdemos el conducto normal de la gracia. Los invito a buscar afanosamente al Señor, Él nos está esperando y con seguridad que al hallarlo, no tardará en darnos su misericordia e inundarnos con su poder, su amor y su alegría. Solamente el amor de Dios, que es un amor estable y duradero, un amor que plenifica, nos garantizará vivir la alegría de la vida cristiana. Dice la Palabra: “Les digo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Así define el diccionario la alegría: “Sentimiento grato y vivo producido por un motivo placentero que, por lo común, se manifiesta con signos externos”. En la parábola de la oveja perdida observamos la inmensa alegría del pastor al hallar la oveja perdida, porque la ha recuperado sana. ¿Somos como el pastor, sentimos alegría al ver que un hermano nuestro vuelve a la gracia? ¿Luchamos por anunciar el evangelio y compartir nuestra alegría de la fe con los demás o vivimos tranquilos y acomodados en nuestra fe? El hermano que abandona la fe en Dios es de gran valor y debemos ir en busca de él para recuperarlo y si es necesario incluso se le debe pedir perdón, por nuestro anti testimonio. No se nos olvide las siguientes palabras de Santa Eufrasia: “Una vida vale más que el mundo entero”. Hermanos, la conversión que nos pide el evangelio de hoy no es solamente la del pecador, sino también y sobre todo, la conversión de nosotros los “cristianos – católicos”, quienes nos hemos adormecido en nuestro celo pastoral y ya no salimos a buscar a las ovejas; es decir, no salimos a buscar a las personas perdidas, no tenemos tiempo para los demás. El mundo nos ha encapsulado en lo técnico y electrónico, andamos con tanta prisa y tan ensimismados, que no tenemos tiempo para escuchar al otro. No tenemos tiempo para atender bien al paciente, al penitente, al alumno, al campesino, al jefe, al empleado… Lo más grave aún, muchas veces, no somos acogedores con quienes algún día se fueron y ahora quieren regresar. No podemos quedarnos con los brazos cruzados esperando a que la oveja vuelva sola y sin hacer nada para provocar su conversión. Como aquel pastor y como aquella mujer no podemos dormir tranquilos mientras una oveja esté perdida. Como el Padre de la parábola, debemos estar siempre dispuestos a recibir a tantos hermanos nuestros que hoy quieren volver, al regazo maternal de nuestra iglesia, porque se han dado cuenta que se han quedado con una visión recortada de la Palabra de Dios, se han quedado sin sacramentos y sin la maternidad de la Santísima Virgen María. Una de las grandes claves de la evangelización de hoy se encuentra en la acogida. Como cristianos debemos crecer más y más en ser más acogedores y fraternos en compartir más nuestra vida y nuestros sentimientos. Si de verdad, verdad, queremos construir una sociedad más fraterna y en paz, necesitamos ser acogedores. El acoger al otro es el primer gesto de la misericordia. Cuando el “hijo prodigo vuelve a casa, lo primero que sintió fue la acogida cariñosa y sin limites de su Padre. Por favor, vivamos nuestra vida sin envidias, sin resentimientos, sin dolor. La imagen de nuestra fe en Dios no puede ser la que nos presenta el hijo mayor. La imagen modelo para nosotros es la del Padre: acogedor, fraterno, desprendido, cariñoso, expresa su amor sin limites, todo lo ofrece. Como dice Fausto en la canción soñando con el abuelo: “No hay que dar de lo que sobre, sino lo que está faltando”. Así es el Padre, así debe ser nuestro compromiso. No vivamos nuestro presente llorando el pasado, ni llorando el porvenir; vivamos nuestro presente al estilo del “hijo menor”, cuando decidió regresar al Padre lo hizo inmediatamente y lo único que encontró fue alegría y misericordia. El corazón alegre hace tanto bien como un medicamento. Vivamos, vivamos con alegría hermanos, que Dios nos ama y nos ofrece su misericordia Tarea: Continuar con la lectura del libro del Eclesiástico. Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Vie 9 Sep 2016

Te Deum

Por Mons. Pedro Mercado - El tradicional Te Deum conmemorativo de la independencia ha sido suspendido como actividad oficial del Protocolo de Estado por decisión, provisional, del Consejo de Estado. Dicha decisión en nada afecta la celebración anual de ese rito litúrgico, al cual -como de costumbre- serán invitados todos los fieles católicos y miembros de otras iglesias y comunidades religiosas, incluidos los funcionarios públicos que voluntariamente y en uso de sus derechos inalienables, como ciudadanos, podrán asistir a la ceremonia de agradecimiento al Dios Omnipotente por la libertad, la justicia y la paz de Colombia. Esperemos que la decisión definitiva del Consejo de Estado tenga presente no sólo el valor histórico de este acontecimiento litúrgico, sino también y principalmente la legislación vigente en Colombia en materia de libertad religiosa y de cultos. La Ley 133 de 1994 claramente afirma: "Ninguna Iglesia o Confesión religiosa es ni será oficial o estatal. Sin embargo, el Estado colombiano no es ateo, agnóstico o indiferente ante los sentimientos religiosos de los colombianos" (art. 2). En efecto, tal y como el texto legal manifiesta, una cosa es la sana laicidad del Estado, que establece -como enseña el Concilio Vaticano II- una legítima autonomía entre el Estado y las confesiones religiosas y el laicismo radical, que pretende desconocer el valor positivo del hecho religioso, convirtiendo la religión en una cuestión individual, carente de valor social y de incidencia en el ámbito público. La sana laicidad del Estado colombiano, a la luz de la Constitución y de las leyes vigentes, no puede ser interpretada como indiferencia -mucho menos hostilidad- del Estado y de sus instituciones frente a las iglesias o frente a las creencias y valores espirituales de los colombianos. Todo lo contrario. La sana laicidad de un Estado social de Derecho debería ser siempre compatible con un espíritu de apertura, diálogo y cooperación del poder civil con todas las confesiones religiosas, incluida la Iglesia Católica. Por ello, personalmente, creo que la decisión provisional del Consejo de Estado, lejos de favorecer la libertad religiosa o la igualdad de cultos, terminan por violentar el espíritu mismo de nuestra Carta Magna. En efecto, no se puede reducir la religión al ámbito individual y privado, minusvalorando las creencias y valores religiosos del pueblo colombiano, en sus diversas expresiones públicas y privadas, sin contrariar el auténtico espíritu de la Constitución de 1991. Mons. Pedro Mercado Secretario Adjunto para las Relaciones con el Estado - Vicario Judicial de la Arq. de Bogotá.

Vie 9 Sep 2016

Te Deum

Por Mons. Pedro Mercado - El tradicional Te Deum conmemorativo de la independencia ha sido suspendido como actividad oficial del Protocolo de Estado por decisión, provisional, del Consejo de Estado. Dicha decisión en nada afecta la celebración anual de ese rito litúrgico, al cual -como de costumbre- serán invitados todos los fieles católicos y miembros de otras iglesias y comunidades religiosas, incluidos los funcionarios públicos que voluntariamente y en uso de sus derechos inalienables, como ciudadanos, podrán asistir a la ceremonia de agradecimiento al Dios Omnipotente por la libertad, la justicia y la paz de Colombia. Esperemos que la decisión definitiva del Consejo de Estado tenga presente no sólo el valor histórico de este acontecimiento litúrgico, sino también y principalmente la legislación vigente en Colombia en materia de libertad religiosa y de cultos. La Ley 133 de 1994 claramente afirma: "Ninguna Iglesia o Confesión religiosa es ni será oficial o estatal. Sin embargo, el Estado colombiano no es ateo, agnóstico o indiferente ante los sentimientos religiosos de los colombianos" (art. 2). En efecto, tal y como el texto legal manifiesta, una cosa es la sana laicidad del Estado, que establece -como enseña el Concilio Vaticano II- una legítima autonomía entre el Estado y las confesiones religiosas y el laicismo radical, que pretende desconocer el valor positivo del hecho religioso, convirtiendo la religión en una cuestión individual, carente de valor social y de incidencia en el ámbito público. La sana laicidad del Estado colombiano, a la luz de la Constitución y de las leyes vigentes, no puede ser interpretada como indiferencia -mucho menos hostilidad- del Estado y de sus instituciones frente a las iglesias o frente a las creencias y valores espirituales de los colombianos. Todo lo contrario. La sana laicidad de un Estado social de Derecho debería ser siempre compatible con un espíritu de apertura, diálogo y cooperación del poder civil con todas las confesiones religiosas, incluida la Iglesia Católica. Por ello, personalmente, creo que la decisión provisional del Consejo de Estado, lejos de favorecer la libertad religiosa o la igualdad de cultos, terminan por violentar el espíritu mismo de nuestra Carta Magna. En efecto, no se puede reducir la religión al ámbito individual y privado, minusvalorando las creencias y valores religiosos del pueblo colombiano, en sus diversas expresiones públicas y privadas, sin contrariar el auténtico espíritu de la Constitución de 1991. Mons. Pedro Mercado Secretario Adjunto para las Relaciones con el Estado - Vicario Judicial de la Arq. de Bogotá.

Mié 7 Sep 2016

Plebiscito

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Es un hecho la convocación al plebiscito por parte del Presidente, fijado para el domingo 2 de octubre, con el propósito de conocer el parecer de los ciudadanos en relación con los Acuerdos de la Habana con las FARC, para poner fin al conflicto armado con ese grupo. No cabe duda de la grande agitación política y de opinión que tanto el proceso de paz como esta convocatoria ha despertado en los diferentes sectores sociales y políticos del país, al punto de generar una inevitable polarización, dado que la respuesta única a la pregunta formulada, será el “sí”o el “no”. No hay opción intermedia. No se contempla el voto en blanco y la abstención no reportaría toma de posición sobre la decisión democrática; sólo por omisión, podría pesar en el mínimo requerido. A este propósito, la Iglesia, con el fin de acompañar este ejercicio ciudadano, ha entregado un mensaje en la Asamblea Plenaria, celebrada en julio último, documento en el cual hace un discernimiento sobre las raíces de la violencia, los compromisos pastorales asumidos por el episcopado y la invitación a ser “Artesanos de La Paz”. En un párrafo imprescindible para entender la posición sobre el plebiscito, y aclarar posibles equívocos que se han venido presentando sobre el asunto, los obispos manifestamos: “Convocamos al pueblo colombiano a participar en la consulta sobre los Acuerdos de La Habana, de manera responsable, con un voto informado y a conciencia, que exprese libremente su opinión, como ejercicio efectivo de la democracia y con el debido respeto de lo que la mayoría finalmente determine”. En efecto, queda claro que hay una invitación a participar, en primer lugar; por otra parte, que el objeto de la consulta son los acuerdos de La Habana, no la paz, que es un valor y un deber procurarla y buscarla siempre, además una exigencia permanente, el construirla. Sobre el modo, se pide responsabilidad, tratándose de decisión tan delicada y en consecuencia, por lo que es necesario responder. El voto debe ser informado de manera que, al conocer el contenido y verdad de los acuerdos, garantice la siguiente condición esencial que legitima la decisión tomada que es “en conciencia”. La desinformación es contraria a este requisito. La conciencia informada es la que en últimas responde por una decisión, pues sopesa y discierne los elementos de bien y riesgos que tal decisión implica en la real construcción, en este caso, del bien común y consecuentemente, de aporte eficaz a la incesante construcción de la paz. El voto debe ser libre, por tanto no sometido a ningún tipo de coacción física o moral o producto de promesas o recompensas indebidas. Finalmente, como forma parte del régimen democrático, en cuanto a resultados electorales se refiere, que la mayoría es quien da la pauta de la consulta, deben ser respetados y aplicados con las consecuencias que de ellos se deriven. Por último, es necesario que el discernimiento vaya acompañado de incesante oración para entender el designio de Dios en este momento de nuestra historia, de modo que podamos avanzar en la construcción de un mundo mejor para todos. Con mi fraterno saludo y bendición. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo dé Bucaramanga

Mar 6 Sep 2016

La Paz que debemos buscar

Por Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Nos llama el deber cristiano y ciudadano a comprometernos con la construcción de la paz y de la reconciliación de nuestra patria. Por eso, es hora que se sienta la voz de la Iglesia. Como Obispos de esta nación hemos pedido un voto informado y en conciencia, con re-flexión y análisis. La Iglesia es experta en humanidad. Conoce al hombre y sabe qué hay en el corazón de todos porque parte de un principio sublime: “El verbo se hizo carne y habitó entre noso-tros” (Jn 1, 14). Por ello, hay una autoridad moral indiscutible cuando se le propone al pueblo principios y verdades que sirven para vivir. Nuestra decisión debe estar fundada en la conciencia informada y libre. ¿Cuál es la urgencia presente en Colombia? Desde tiempos del profeta Amós (Amós 9, 11) sigue siendo necesidad recurrente aquello que bellamente se nos decía: “En aquel día levantaré la choza caída de David; repararé sus grietas, restauraré sus ruinas y la reconstruiré tal como era en días pasados”. Es desde la unidad como se reconstruye. He ahí el protagonismo eclesial. Así la Iglesia posee por vocación, misión e institución que proceden del mismo Señor de la Historia y del dueño de la vida y de la paz, la sensibilidad y aptitud especial para invitarnos a reconstruir la unidad, para hacer una opción decidida y firme por los necesitados, por los sedientos de justicia, por los que más han sufrido en décadas de conflictos y hostilidades. Hay ahora anhelo de una paz duradera y estable, pero desde la fe sabemos que esa paz se consigue con un proceso que la misma Palabra de Dios ha iluminado. Es un camino que se inicia con un valeroso reconocimiento de los errores cometidos, que prosigue con una también valerosa revisión de la conciencia nacional que debe aprender a pedir perdón, y luego se ha de iluminar con la alegría de manos que se tienden, sinceras y limpias, al encuentro del que pide reconciliación y suplica el perdón. No se ha concluido aún el camino de esta paz deseada y buscada. No se puede negar la importancia de un trabajo largo que ahora llega a unos acuerdos que buscan tiempos de paz y de esperanza. Pero debemos decidir en conciencia, reconociendo que lo pactado compromete decisivamente muchos campos de la vida nacional y que es preciso informarnos con el mayor cuidado y con la más clara conciencia acerca de los alcances de todas las cosas, para que no tengamos el dolor de caer en la injusticia, en el desprecio de tantos dolores sufridos por todos de uno u otro modo. Hay temas que tienen que ser sopesados con cuidado y serenidad. Hay que prepararnos con conciencia para decidir en una consulta que se llama plebiscito. La misma palabra es ya comprometedora porque, según la etimología de la expresión, plebiscito es lo que el pueblo conoce, sabe, entiende y asume. Por eso debemos decidir con plena conciencia. No podemos apresurarnos ni dejarnos impactar con impresiones parcializadas. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de valorar o juzgar unos términos de un acuerdo y debemos hacerlo con libertad. Pensemos si de verdad lo pactado coincide con el anhelo de todos o simplemente representa la aspiración de unos u otros. Pensemos si de verdad este sería el camino acertado, es necesario detenerse a calibrar y sopesar todos los factores que, sumados, harían posible una paz digna, justa y verdadera. Cada uno debe decidir. Sugiero que nos apoyemos en la oración, que nos inspiremos en la Palabra de Dios, que tengamos el valor de reconocer las bondades, pero también de sopesar los límites de lo que algunos colombianos han logrado acordar. Necesitamos grandes espacios de oración en estos días y, con espíritu de fe, propongo una gran campaña de adoración eucarística en nuestras parroquias. Sería gravísimo desde nuestra misión de pastores impulsar una u otra posición, a riesgo de parcializarnos. Pero es mi deber invitar a la prudencia, a la decisión seria y consciente. No puede optarse por algo que desconozca la verdad y la justicia, que desprecie el dolor de tantas víctimas. No podemos olvidar que para obtener el perdón por tantos dolores hace falta pedirlo desde el corazón y que nuestra gran misión es reconstruir el corazón de Colombia sin que quede humillada la verdad y la justicia. La Paz es inaplazable, juntos, como colombianos tenemos que encontrar caminos de diálogo y reconciliación en los cuales todos desde diversas visiones -en el respeto de los valores de la persona humana- construyamos un futuro de esperanza. Dios nos ilumine. Por Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la diócesis de Cúcuta

Lun 5 Sep 2016

Sí o No

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Del 4 al 11 de septiembre celebraremos, una vez más, la Semana por la Paz. Una iniciativa que, promovida por la Iglesia, tiene ya un largo recorrido en Colombia. Se trata de un llamamiento a orar por la paz, a aprender a vivir en paz, a trabajar en la construcción de la paz. Es un ejercicio necesario porque la paz nunca está terminada. La paz es un estado de realización integral que una sociedad está creando permanentemente. Este año llega la Semana de la Paz cuando nos preparamos a participar en la consulta popular que se tendrá sobre los acuerdos que ha hecho el Gobierno Nacional con las FARC en La Habana. Es claro que debemos participar en el plebiscito, como ha señalado la Conferencia Episcopal de Colombia, con un voto informado, libre consciente y responsable. Esto significa que debemos estudiar dichos acuerdos para conocer todas las implicaciones que tienen en la vida y en el futuro del país y, poniendo el bien de la patria por encima de intereses particulares, tomar posición frente a ellos. Como se ha repetido, la Iglesia Católica no llama a votar por el “sí” o por el “no”, sino a una serena reflexión que lleve a optar, en conciencia, por lo que se juzgue más conveniente. La Iglesia debe acompañar a los hijos que tiene en una y otra orilla, por tanto no puede caer en la polarización que vive el país; debe evitar compromisos con partidos y grupos, para no repetir discutibles experiencias del pasado; debe mantener la unidad, para no generar desorientación y confusión con una dispersión de voces; debe desechar visiones recortadas y politizadas de la paz, porque sabe a ciencia cierta que la paz auténtica no llega mientras no se implanten la justicia, la verdad, la libertad y la solidaridad en la sociedad; debe respetar y promover siempre la conciencia y la libertad de cada persona. Como Iglesia tenemos que seguir trabajando por la paz con nuestros medios más eficaces: la evangelización, camino que lleva el corazón humano a pasar del egoísmo y el odio al amor; la práctica de la misericordia que nos pide el Papa Francisco en este año, para no quedarnos en palabras sino llegar a obras concretas; la conformación de pequeñas comunidades, espacios privilegiados para vivir la conversión y la fraternidad; el compromiso generoso y efectivo con los más pobres y necesitados; la acción pastoral en todos los sectores y especialmente, aunque exija sacrificios, en los más violentos. Si bien hay que valorar los análisis que se van haciendo a los acuerdos de La Habana y a los diversos elementos que ellos entrañan, para facilitar un voto consciente y responsable en el plebiscito, no podemos permitir, de otra parte, que la discusión por el “sí” o por el “no” sea otra fuente de discordias y agresividad o que haga crecer la desconfianza que ya existe en un amplio sector del país. Sobre todo, no se puede admitir que la discusión por el “sí” o por el “no” se vuelva una distracción y una evasión que nos hacen olvidar graves problemas y realidades que, lejos de estar resueltos, amenazan hoy seriamente la paz. Concretamente, no habrá paz si la educación no alcanza la calidad necesaria para hacer de los colombianos hombres y mujeres de bien, si no se protege la familia, si sigue creciendo el desempleo, si la economía se desacelera generando inestabilidad social, si el sistema de salud no funciona y obtener un servicio requiere una tutela, si la justicia no actúa y la impunidad campea por todas partes, si la corrupción sigue siendo el cáncer de nuestra sociedad, si la institucionalidad es cada vez más errática para garantizar una democracia con libertad y orden. ¡Se requieren tantas cosas para tener paz! + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín