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Opinión

Lun 29 Oct 2018

Sin disciplina no hay progreso

Por: Mons. Froilán Tiberio Casas Ortiz - La pereza nunca ha sido rentable; la vida muelle, cargada de holgazanería, no trae buenos dividendos. La misma naturaleza evidencia la necesidad que se tiene para cambiar y trasformar el entorno. Un ejemplo: el río Jordán vive lleno de vida, gracias a su movimiento, a sus caídas de agua, etc., el movimiento oxigena el agua, incluso las aguas residuales se liberan de toxicidades gracias a las caídas de las mismas; en principio, el agua que cae de las cascadas es pura; los choques del agua con las grandes piedras la hace saludable; un niño antes de caminar, gatea y en este ejercicio va midiendo los espacios, cuando da un mal movimiento y se cae en la escalera, entonces entiende que hay vacíos; un niño antes de nacer vive “feliz” moviéndose en el líquido amniótico que le ofrece la madre, en ambiente térmico le llega el oxígeno, cuando nace, lo primero que hace es llorar; claro le tocó respirar por sí solo, viene el primer choque, empieza él a ser él mismo. Una persona que no forja el futuro con procesos de disciplina no logrará grandes triunfos; los padres alcahuetas y las mamás “gallinas” que siempre abren las alas para “proteger” a sus polluelos, no dejarán volar por sí solos a sus hijos; les atrofian las alas. No hay personas más enclenques de carácter y más tiranas cuando tienen poder que aquellos que han tenido un hogar en los que no han desarrollado sus propias habilidades. Los niños mimados son los seres más desadaptados socialmente, suelen ser exigentes y malcriados. La disciplina forja hombres y mujeres batalladores, constructores de la historia y promotores del desarrollo social y económico. La holgazanería, la pereza, son la madre de todos los vicios. Un pueblo de la cultura del “pan y circo” nunca saldrá del subdesarrollo. Una persona acostumbrada al “dolce far niente”, es la persona más inútil del mundo, las responsabilidades las asume folclóricamente; exige el máximo con el mínimo de exigencias. Cuando ejercen la autoridad, si por desgracia la tienen, se rodean de bufones más mediocres que ellos y tiranizan a sus subalternos generando una empresa paquidérmica, poco y nada competitiva y que un día saldrá del mercado. Los pueblos que perdieron la segunda guerra mundial, se levantaron como el ave fénix de sus cenizas y llegaron a inundar el mercado mundial con la calidad de sus productos desplazando a marcas otrora recocidas. Claro, camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. Un estudiante vago y sinvergüenza puede pasar las asignaturas académicas con notas mediocres y de pronto, conquistándose a los profesores, pero cuando llegue al mercado laboral será desplazado al último lugar, a no ser que tenga las asquerosas palancas sociales, políticas o de cualquier pelambre y es designado por tales intereses, demeritando a la empresa y dejando desastrosos resultados. Los grandes científicos han logrado aportarle a la ciencia grandes logros, en el silencio de sus laboratorios, sin ningún protagonismo y finalmente, sus resultados exitosos son fruto de su dedicación y disciplina a base de ensayo y error. La ciencia tiene raíces amargas pero sus frutos son dulces. Mons. Froilán Tiberio Casas Ortiz Obispo de Neiva

Vie 26 Oct 2018

Digamos NO AL ABORTO

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días se nos presenta nuevamente el tema de la despenalización del aborto en Colombia, tema que suscita en todos los miembros de nuestra comunidad una gran sensibilidad y necesita también una palabra clara y precisa para orientar a los hombres y mujeres que viven la fe. Tenemos presente también que estos hechos suscitan un gran drama entre quienes tienen que enfrentarlo, poniéndonos de frente al gran tema del valor de la vida humana. En el designo amoroso de Dios, en las normas y modelo de vida que nos ha regalado, resuena claramente en la Palabra de Dios el precepto: “No matarás” en el libro del Éxodo (Ex 20, 13) y que Jesucristo en el Sermón de la montaña nos recuerda claramente (Mateo 5, 21). La vida humana es sagrada. Ella pertenece solamente a Dios, está en sus manos y en su plan, desde el momento mismo de la concepción hasta el término final de la misma. Ningún hombre o mujer puede atribuirse el derecho a matar o “interrumpir la vida humana”, se puede intentar disfrazar con otras palabras este hecho, pero siempre será el asesinato de una vida inocente, un acto realizado por un sicario. Como recientemente nos enseñó el Papa Francisco). En la cultura occidental, en el espacio jurídico y en el diario vivir de nuestro contexto social, toman cada vez más fuerza los “Derechos humanos”, algo justo y necesario, que lleva a fortalecer las condiciones de vida, los derechos y obligaciones de todos en el marco que pretende dar a cada uno lo que le corresponde. Muchos se han empeñado en este frente -de los derechos humanos-, pero con figuras de lenguaje y palabras, a veces ambiguas, se quiere destruir uno de los derechos fundamentales de la persona humana, el derecho a la vida, un derecho inalienable, que pertenece concretamente pertenece a un embrión o a un feto no nacido, o a un niño que ya es viable para una vida autónoma. Esta creatura es una persona humana, sujeto de deberes y derechos por parte de la sociedad. ¿Es justo matar un niño a pocos días de su nacimiento? ¿Es licito matar una vida inocente en los días que su nacimiento es ya viable, en los parámetros de la capacidad técnica de la medicina para mantener la vida? En una forma equivocada se van abriendo espacios para nuevos “derechos” (derecho al aborto, a nuevas formas de unión de parejas del mismo sexo, a la eutanasia, al uso de drogas) pero que no corresponden a la moral ni a la ética humana, leída en sus verdaderos fundamentos antropológicos. Podemos decir que descansan estas reflexiones sobre una antropología equivocada. El derecho a la vida humana es un derecho natural e inalienable, que también es tutelado por la Constitución de la República de Colombia (“El derecho a la vida es inviolable”, Articulo 11). No puede existir una forma de manipulación del lenguaje, que lleve a presentar el aborto, con otras palabras o con otra modalidad de expresión que lo descargue de su peso moral. El aborto es la conculcación de un derecho a la vida, es la muerte de un ser humano que tiene derecho a nacer y a recibir lo necesario para ser autónomo y cumplir el plan de Dios para el hombre. La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde su inicio, es decir desde la concepción misma (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2270). A una creatura indefensa, a un hombre en potencia, tiene que respetarse su derecho a la vida, debe protegerse y debe garantizarse. Si se invoca el respeto a los derechos humanos, debería respetarse el primero y fundamental entre todos: el derecho a la vida, el derecho a nacer. El aborto es un hecho contrario a la moral católica y a la ética, es claro que matar una vida humana está íntimamente ligado a la acción que consideramos “mala”. Este llamado se repite para la vida humana en todos los contextos y en el tiempo de su existencia. Nuestros Legisladores deben reflexionar y pensar que su tarea legislativa, tiene que defender, cuidar, garantizar la vida de todos los hombres y mujeres, también ciudadanos, incluso los no nacidos. El hombre, en su ser mismo, desde la concepción tiene que ser defendido en su integridad. De frente a la dramática realidad el aborto, se nos presentan el derecho fundamental a la vida, contrapuesto a otro presunto “derecho” a decidir el aborto, como si la vida del niño fuera propiedad de la madre (un derecho individual de la madre). En la reflexión sobre el aborto en Colombia debemos tener claro que cuanto se ha aprobado en su momento por la Corte Constitucional, la despenalización del aborto, con la sentencia C-355/2006, puede ser considerada como una ley injusta desde la moral católica. Respetuosamente, con las autoridades civiles legislativas, debemos señalar que esta decisión establece la apertura a este grave atentado a la vida humana, el aborto, sin pasar por la decisión del legislador y al ratificar su decisión se está fortaleciendo una decisión que va contra la vida humana. El uso de la expresión “interrupción del embarazo” quiere descargar de su peso moral la acción de matar a un niño que ha sido concebido (y que está condicionado por la situación de violencia-violación, posee deformidades o padece enfermedades, disturba la concepción sicológica de la madre). San Juan Pablo II, el gran apóstol de la familia y de la vida, define el aborto como el matar la vida humana –de forma deliberada y directa- en la fase inicial de su existencia, entre la concepción y el momento del nacimiento natural (San Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 58). Como ciudadanos, pero como cristianos, disentimos del pretendido “derecho al aborto” que va apareciendo en las reflexiones y sentencias judiciales. Recordemos a los lectores que este tipo de aproximación jurídica viene desde la famosa sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América (Sentencia Roe vs. Wade: Sentencia 410 US 113 / 1973). Esta decisión abrió la puerta al aborto en forma legan en USA. En esta ella se pretende defender el “derecho de la mujer al aborto” y el derecho a la privacidad en la persona que toma esta decisión. Este tipo de concepción jurídica va entrando y permeando también nuestra jurisprudencia en detrimento del valor de la vida humana. No podemos de ninguna manera defender el aborto como un derecho, más bien es el ataque y la destrucción de la vida humana. En la teología católica, no podemos hacer prevalecer el aparente “derecho personal” de la mujer sobre el derecho real y fundamental a la vida de la vida humana que tiene el derecho a nacer (derecho inviolable del “nasciturus”). El niño en el vientre de su madre no es una “cosa”, algo que puede ser desechado sin ninguna consecuencia ética o valor moral. Todos tenemos que defender la vida humana, potenciar sus derechos, fortalecer las acciones que ayuden el nacimiento de los niños y, también las acciones que ayuden a las madres -en necesidad o en condiciones de pobreza o enfermedad- para llevar a término el nacimiento de los niños. Estas interpretaciones jurídicas que van contra la persona humana, contra el derecho fundamental a la vida, abren necesariamente la puerta a una reflexión sobre el derecho que poseen las personas que viven la vocación a las tareas sanitarias (médicos, enfermeras, personal administrativo y de servicios), así como las Instituciones a invocar el derecho a la objeción de conciencia para realizar el aborto. Es necesario que encontremos el camino para la defensa de la vida humana, para procurar su respeto y su fortalecimiento en nuestra comunidad. Ello nos hace mirar con fe y responsabilidad el futuro. Del respeto de la vida humana, en todo momento de su existencia, surge el fortalecimiento de nuestra comunidad y entorno social. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 22 Oct 2018

Hipócrates no era católico

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Vuelve y juega. De nuevo es puesto sobre el tapete el tema del aborto en Colombia. Da pena constatar cómo un pensamiento “liberal” quiere ser impuesto en el modo de vivir del pueblo, y cómo, sutilmente se pretende también dar vía libre a la llamada mentalidad eugenésica, en la que de manera egoísta y con argumentos a veces rebuscados, se busca eliminar un ser que dicen ser imperfecto. Si la criatura que viene en el vientre materno trae una malformación que “haga inviable su vida”, la misma naturaleza, que sabe más que nosotros, hará su trabajo. ¿Por qué entonces anticiparnos realizando en la criatura el aborto? El hecho de una malformación o imperfección fetal, nunca podrá ser razón para justificar el aborto. Es doloroso el reciente debate y fallo sobre la definición de los tiempos límite para realizar el aborto en Colombia, frente a lo cual los magistrados “deciden” no establecer tiempo, y permiten que se realice el aborto incluso en avanzado estado de gestación. Es claro que esto llevaría realizar lo que los médicos definen “infanticidio”, que llevó precisamente al nuevo pronunciamiento de los magistrados, prácticamente obligando a los médicos a realizar dicha acción en contra de una vida naciente. Por todo lo anterior, me parece importante recordar algunos pasajes del Magisterio, especialmente de San Juan Pablo II, que permitan dar luces sobre la posición que todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y especialmente, los católicos, debemos tener presente para “saber dar razón de nuestra fe” (1Pe. 3,15). En la encíclica Evangelium vitae, San Juan Pablo II hace una prolongada reflexión sobre la penosa consolidación de una cultura de la muerte, y entre otras cosas afirma: “«Vivid como hijos de la luz... Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas» (Ef 5, 8.10-11). En el contexto social actual, marcado por una lucha dramática entre la «cultura de la vida» y la «cultura de la muerte», debe madurar un fuerte sentido crítico, capaz de discernir los verdaderos valores y las auténticas exigencias (n. 95) (la negrilla es mía). En este orden de ideas, el Papa de la vida, Juan Pablo II, invita a tomar conciencia del profundo significado del quinto mandamiento de la ley de Dios, no matar, y recuerda que “La vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en el « libro de la vida » (cf. Sal 139 138, 1. 13-16)” (n. 61). Otro aspecto, también de amplia discusión que emerge en este tipo de problemáticas, es lo que tiene que ver con la calidad de las leyes, la fuerza obligante que de ellas deriva, y la postura de quienes las consideran injustas y pueden, amparados también por la ley, apelar a la objeción de conciencia. De nuevo, Juan Pablo II, nos ilumina: “En continuidad con toda la tradición de la Iglesia se encuentra también la doctrina sobre la necesaria conformidad de la ley civil con la ley moral, tal y como se recoge, una vez más, en la citada encíclica de Juan XXIII: «La autoridad es postulada por el orden moral y deriva de Dios. Por lo tanto, si las leyes o preceptos de los gobernantes estuvieran en contradicción con aquel orden y, consiguientemente, en contradicción con la voluntad de Dios, no tendrían fuerza para obligar en conciencia...; más aún, en tal caso, la autoridad dejaría de ser tal y degeneraría en abuso». Esta es una clara enseñanza de santo Tomás de Aquino, que entre otras cosas escribe: «La ley humana es tal en cuanto está conforme con la recta razón y, por tanto, deriva de la ley eterna. En cambio, cuando una ley está en contraste con la razón, se la denomina ley inicua; sin embargo, en este caso deja de ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia».Y añade: «Toda ley puesta por los hombres tiene razón de ley en cuanto deriva de la ley natural. Por el contrario, si contradice en cualquier cosa a la ley natural, entonces no será ley sino corrupción de la ley». La primera y más inmediata aplicación de esta doctrina hace referencia a la ley humana que niega el derecho fundamental y originario a la vida, derecho propio de todo hombre. Así, las leyes que, como el aborto y la eutanasia, legitiman la eliminación directa de seres humanos inocentes están en total e insuperable contradicción con el derecho inviolable a la vida inherente a todos los hombres, y niegan, por tanto, la igualdad de todos ante la ley. Por tanto, las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se oponen radicalmente no sólo al bien del individuo, sino también al bien común y, por consiguiente, están privadas totalmente de auténtica validez jurídica. En efecto, la negación del derecho a la vida, precisamente porque lleva a eliminar la persona en cuyo servicio tiene la sociedad su razón de existir, es lo que se contrapone más directa e irreparablemente a la posibilidad de realizar el bien común. De esto se sigue que, cuando una ley civil legitima el aborto o la eutanasia deja de ser, por ello mismo, una verdadera ley civil moralmente vinculante” (n. 72). Pero, como este tema va más allá de una posición de carácter religioso o confesional, pues es de derecho natural, no es de fácil comprensión que existan leyes que vayan contra los principios naturales del cuidado y protección de la vida humana que motiva esencialmente la profesión médica. Un médico lo es para salvar vidas y protegerlas, sin discriminación alguna. Por eso, ¿por qué obligar a los médicos a realizar actos inicuos, incluso a aquellos que su conciencia les impide hacerlo?. No creo que existan en el mundo, médicos que en el día de su graduación no hubieran hecho el famoso Juramento Hipocrático, que sigue vigente desde el siglo V antes de Cristo. En dicho juramento, los médicos de hoy dicen públicamente, con su mano en el corazón: “Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura”. E Hipócrates no católico… + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Vie 19 Oct 2018

Un Sínodo de los jóvenes

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - La palabra “sÍnodo” significa ir, transitar por el mismo camino para encontrarse, ir juntos para discernir y tomar opciones favorables hacia el futuro. Es sin duda, providencial, la convocación y ahora puesta en marcha de la Asamblea del “sínodo de los jóvenes” por parte del Papa Francisco, con el propósito primario de escucharlos, compartir sus sueños, valorar sus reclamos y con ellos proponer acciones pastorales concretas junto con los convocados al discernimiento, base para la exhortación post-sinodal que entregará el Santo Padre, seguramente, como es usual en estos acontecimientos de Iglesia. Sin duda, desde el momento mismo de la convocación se desplegó en la Iglesia universal la respectiva consulta desde las bases para conocer más de cerca la situación de las nuevas generaciones en el contexto del tipo de cultura y sociedad que estamos viviendo. La idea del papa no es ir “hacia los jóvenes” sino “con los jóvenes”: “La Iglesia, no sale hacia las nuevas generaciones, sino que sale con las nuevas generaciones, y el Sínodo es fruto de un trabajo en el que ustedes han sido y son protagonistas”, dijo Francisco en una de las sesiones. Este ejercicio, ha dado a conocer las mayores preocupaciones del mundo juvenil, que se ubican entre otras, en situaciones de desarraigo y pertenencia, vacilaciones de identidad, los interrogantes sobre la sexualidad en el clima de su madurez y relaciones, la atracción por el lujo que priva de lo sencillo e importante y naturalmente los temas que se relacionan con la valoración de la música y el deporte, la ecología, la era digital unidas a las condiciones de trabajo y desempleo, la guerra y la pobreza y los alejamientos de la vida de familia. De primera mano nos llevaría esto a pensar que estas percepciones de los jóvenes, reflejan indudablemente el tipo de cultura y sociedad vigentes y un gran indicativo de lo que significa el reto de la propuesta de Jesús como razón de sentido y base también para construir un mundo nuevo y mejor, y una Iglesia renovada que escucha y acompaña, no con auto-referencia sino mirando al evangelio. Por sí solo el método y espíritu señalado por el papa Francisco y aplicado en el desarrollo del Sínodo, sugieren también un cambio de paradigma en el modo tradicional de hacer la pastoral juvenil, a menudo cargada de esquemas y estructuras, pero en la práctica, con poca eficacia para llegar a los jóvenes. Escuché en una ocasión a un apóstol del trabajo con los jóvenes, quien decía que no entendía cómo se pretendía “hacer pastoral juvenil sin los jóvenes”. Traducida esta apreciación al resultado de la “escucha” que quiere ser el Sínodo, sería aceptar con humildad el reclamo de los jóvenes que nos podrían decir: “como pueden trabajar por nosotros sin nosotros?”. Pero aún va más a fondo el Papa. En el aula Paulo VI en reunión organizada por la Secretaría General del Sínodo y la Congregación para la Educación Católica les decía a los jóvenes: “Por favor, jóvenes, niños y niñas, ¡Ustedes no tienen precio! ¡Ustedes no están subastados!. Y les pidió que repitieran: “¡no estoy en una subasta, no tengo precio. Soy libre, soy libre!. Necesario pues reconocer que los jóvenes tienen su propio puesto, personalidad y protagonismo en la sociedad y en la Iglesia. Llamados a construir un mundo mejor del heredado por los mayores. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Mar 16 Oct 2018

Frente al hambre, nuestras acciones son nuestro futuro

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - Un año más, hoy, 16 de octubre celebramos el Día Mundial de la Alimentación. En esta ocasión, el lema escogido es «Un mundo #HambreCero para 2030 es posible». Viene acompañado de una invitación para cada uno de nosotros: «Nuestras acciones son nuestro futuro». A día de hoy, unos 821 millones de personas carecen del pan cotidiano. Desde hace tres años, para sonrojo de la humanidad, la cifra de los hambrientos no ha dejado de aumentar. Lo sorprendente es que, en septiembre de 2015, en el seno de la ONU, 193 países se comprometieron a acabar con la pobreza y el hambre, proteger el planeta y garantizar la prosperidad para todos, de forma que nadie quede atrás. Concretamente, el Objetivo 2 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se propone alcanzar el Hambre Cero. El Papa Francisco, cada vez que se detiene en estas cuestiones, insiste en la necesidad de superar la retórica y las meras declaraciones para pasar a la acción con gestos tangibles e iniciativas bien coordinadas. Individual y colectivamente, todos deberíamos poner lo mejor de nosotros mismos, abandonando la indiferencia y el egoísmo. Solo así terminará la penuria de los postergados de nuestro planeta. A este respecto, cuatro puntos adquieren particular relieve. Necesitamos actuar ya. La llamada a la acción no es algo opcional. Es imprescindible, sobre todo si miramos el trayecto recorrido. Es triste recordar que, ya en 1974, se aprobó la «Declaración universal sobre la erradicación del hambre y la malnutrición», que marcaba el objetivo de que, para el año 1984, «ningún niño, mujer u hombre se vaya a la cama con hambre». A su vez, la Conferencia General de la FAO reiteraba este compromiso al instituir el Día Mundial de la Alimentación en 1979. Ahora se fija el año 2030 como nuevo horizonte para acabar con la lacra del hambre. Es obvio que este plazo queda demasiado lejos para quienes sufren por no tener nada, o casi nada, que llevarse a la boca. Los pobres no merecen esta espera. Necesitamos actuar mejor. En este trayecto, hay lecciones aprendidas, iniciativas exitosas y proyectos fracasados. El problema fundamental no es de producción de alimentos, sino de acceso a los mismos y su distribución equitativa. Sabemos que lograr la seguridad alimentaria exige un enfoque integrado que aborde todas las formas de malnutrición, la productividad y los ingresos de los pequeños productores de alimentos, la resiliencia de los sistemas alimentarios y el uso sostenible de la biodiversidad y los recursos genéticos. El reto es que nada de ello se quede en papel mojado, sino que haya recursos suficientes y voluntad política para emprender una acción eficaz. Desgraciadamente, los datos de seguimiento indican que hay poco avance y algunos retrocesos. A este ritmo, dice la FAO, no se lograrán alcanzar los objetivos trazados en la Agenda 2030. Necesitamos actuar concretamente. Ante la envergadura del drama del hambre, podemos caer en la tentación de la parálisis, al sentirnos desbordados. Sin embargo, siendo un desafío global, es también una realidad muy cercana. Recordemos, por ejemplo, que un tercio de los alimentos producidos en todo el mundo se pierde o se despilfarra. En Europa cada consumidor desperdicia unos cien kilogramos de comida por persona y año. Son estadísticas escandalosas. Algo se podría remediar si, cada día, en la cocina y el comedor de nuestros hogares, en los restaurantes y supermercados de nuestras ciudades, tomáramos medidas más incisivas y solidarias para que mucha comida no acabara en la basura. Necesitamos actuar con visión amplia. Alrededor del 80 por ciento de las personas que sufre pobreza extrema en el mundo vive en zonas rurales. La mayoría de ellas depende de la agricultura. Según informes recientes, los conflictos y el cambio climático están afectándoles gravemente, sobre todo en África y Asia. Es necesario cambiar de rumbo, invertir en paz, sumar esfuerzos para paliar los desastres relacionados con la variabilidad climática extrema, que causan incontables daños en el sector agrícola y ganadero. El Señor, Jesús, al ver que sigue habiendo una multitud hambrienta, nos dice a cada uno de nosotros con toda claridad: «Dadles vosotros de comer» (Mt. 14, 16). A este imperativo se agregan las palabras del apóstol Santiago: «Suponed que un hermano o hermana andan medio desnudos, faltos del sustento cotidiano, y uno de vosotros le dice: “id en paz, calientes y saciados”, pero no le da para las necesidades corporales, ¿de qué sirve? Lo mismo la fe que no va acompañada de obras, está muerta del todo» (2,15- 17). Frente al hambre no bastan las palabras. Obras son amores y no buenas razones. Serán las acciones las que posibilitarán el futuro de nuestros hermanos más pobres. Y también el presente. Mons. Fernando Chica Arellano Observador permanente de la Santa Sede ante la FAO el FIDA y el PMA

Vie 12 Oct 2018

La Santidad al servicio de los pobres y necesitados

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El Santo Padre FRANCISCO nos ha regalado un precioso y profundo documento, la Exhortación Apostólica GAUDETE ET EXSULTATE (Alegraos y regocijaos), sobre el importante tema de la Santidad. En este periódico LA VERDAD, hemos venido reflexionando ampliamente acerca de los contenidos, que pueden ayudarnos a vivir según el modelo del Evangelio en nuestro contexto humano, en estos tiempos de complejas crisis sociales. Estos son grandes retos que se presentan a la santidad. Después de la reflexión que nos ha hecho el Santo Padre en el capítulo tercero, mirando la santidad desde el Evangelio y, en concreto desde los apartados de San Mateo referidos a las bienaventuranzas (que comprende como una forma de llegar a la santidad, al cumplir la voluntad de Cristo), nos invita a reconocer a Cristo y a mirarle, fortaleciendo nuestra vida de opciones que nos llevan a la santidad, “por Fidelidad al Maestro” (N. 96). En su reflexión, el Pontífice nos llama a mirar a Cristo, que nos hace una gran invitación a la caridad, pero que al mismo tiempo se convierte en una profunda experiencia de Cristo y de su Evangelio y que también, nos hace reflexionar profundamente acerca de las consecuencias que tiene la fe, al acercarnos a “reconocerlo en los pobres y sufrientes que se revela en el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse”. La santidad es pues la configuración con Cristo, en una relación personal e individual, pero también tiene unas consecuencias y un camino que tiene que realizarse necesariamente: El servicio y la caridad con los demás, especialmente en los pobres y aquellos que viven situaciones complejas de sufrimiento. Continuando con su reflexión el Obispo de Roma, destaca la necesidad de aceptar el evangelio en su radicalidad, en su profundo contenido, sin ninguna glosa o anotación que lo desvirtúe y le quite todo el valor de su fuerza, es decir, no podemos de ninguna manera acomodar, diluir, revisar el Evangelio de Cristo y sus consecuencias. Nos dice: “El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es el corazón palpitante de la misericordia” (N. 97). En su reflexión nos invita a meditar sobre hechos y situaciones concretas, que experimentamos en la vida, en el diario caminar de nuestra existencia de cristianos, seguidores de Cristo, para encontrar al Maestro. Es un camino que nos acerca al que tiene frio en la calle, a los abandonados, a los delincuentes, reconociendo a un “ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo” (n. 98). Este mirar a Cristo es el origen y la fuente de la santidad, que no es otra cosa que configurarse con Cristo (N. 96). El Santo Padre nos invita a poner fuerza en esta dimensión de servicio y de amor a los pobres. Creo que en nuestras comunidades parroquiales, en los movimientos, en los distintos tipos de apostolado vivimos esta opción y esta gran fuerza de la evangelización y de la santidad. La búsqueda de la santidad pasa por en medio del servicio y ayuda a los pobres, mostrando el rostro fresco y alegre de la Iglesia. La santidad se ha asumido por muchos grandes santos que con grandes opciones por la oración y por la vida de amor a Dios y al Evangelio, no disminuyen la fuerza y la opción por el Evangelio vivido en los pobres. Nos pone unos grandes ejemplos concretos: San Francisco de Asís, San Vicente de Paúl, Santa Teresa de Calcuta (N. 100) ejemplos que son “testigos creíbles del Evangelio” con palabras del Papa Benedicto XVI. El compromiso con los hermanos pobres, tiene su fuerza en la vivencia de la caridad, que ella necesariamente nos lleva a la santidad. Una de las enseñanzas claras del Santo Padre está en que no podemos “separar estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con Él, de la gracia” (N. 100). Es decir, santidad y compromiso cristiano van íntimamente unidos, el uno exige necesariamente del otro, temas y acciones que van completamente unidos y con temas bien concretos: La defensa del no nacido, el compromiso con la vida, la defensa de la vida humana, la entrega a los pobres. Concluyo con una cita de la Exhortación Apostólica en la que el Santo Padre FRANCISCO nos habla y enseña claramente: “No podemos plantearnos el ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (N. 101). Espero que estas reflexiones, que son limitadas, y que dejan muchos elementos del documento sin una necesaria profundización, nos ayuden a entrar en estos temas tan importantes y precisos para buscar la santidad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mié 10 Oct 2018

Hace un año

Por: Mons. Gonzalo Restrepo Restrepo - “Todo llega y todo pasa”. ¡Cuántos preparativos cuando esperábamos al Papa! ¡Cuántos pensamientos y expectativas! ¡Cuántas esperanzas e ilusiones! Y vino el Papa, lo vimos, lo sentimos cerca, lo escuchaos, gozamos con él y hasta lloramos de la emoción. Fueron unos días inolvidables, de grandes sensaciones y de una pasión muy grande expresada con sencillez, con sinceridad, pero con mucho vigor y con mucho amor. Sí, nosotros sentimos que el ambiente en nuestro País, en nuestro corazón, en nuestros hogares, en nuestro trabajo, en todos los lugares de nuestra patria, cambió. La Visita del Papa Francisco a Colombia, durante una semana, fue un verdadero “Regalo de Dios”, una “Gracia del Altísimo”. Tener contacto con la persona del Papa, sentirlo en nuestra tierra, saber que estaba con nosotros, oírlo, ver su sencillez y su carisma de “Padre y Pastor”, fue como sentir que una “Luz” disipaba las tinieblas de nuestro corazón, una “Esperanza” llenaba todos los vacíos que teníamos, un “Alivio” que sanaba todos nuestros dolores, nuestras penas y pesadumbres. Pero “Todo llega y todo pasa”. Terminó la semana y se nos fue el Papa, el Vicario de Cristo, nuestro respaldo, esa presencia viva de Jesús con nosotros. ¿Qué nos ha quedado? Seguramente que la alegría y la satisfacción de haberlo visto y sin lugar a dudas que muchas de sus palabras aún resuenan en nuestro corazón. Y estoy seguro que a todos nos ha quedado el deseo de cambiar, de ser más amorosos, más sencillos, menos esquemáticos, tener un corazón más misericordioso y más dispuesto al perdón. Yo los invito a seguir adelante. No olvidemos la persona del Papa, su figura, sus palabras, sus gestos, sus actitudes, sus expresiones de cariño, de perdón y de misericordia. Pero, sobre todo los invito para que al celebrar el primer aniversario de su venida a Colombia, le pidamos al Señor Jesús, que no nos abandone y que todas las semillas que ese “Buen Padre y Pastor” ha sembrado en nuestros corazones, germinen y den muchos frutos en nuestras vidas. Aunque el Papa Francisco ya no está con nosotros en Colombia, hay una presencia que permanece en nuestras vidas, que está con nosotros desde hace 21 siglos y nos acompañará siempre. Es la presencia de JESÚS, “Dios con nosotros”. Y esa presencia es la que siempre nos anima y nos invita a seguir adelante transformando nuestra vida y permitiendo que dejemos el mundo mejor de lo que lo encontramos. Estamos invitados para permitir que en nuestro mundo se haga posible “la civilización del amor”. ADELANTE. CON JESÚS JAMÁS FALLARÁ NUESTRA ESPERANZA. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Lun 8 Oct 2018

El mes del Rosario

Por Monseñor Ricardo Tobón Restrepo.: Se cuenta en la vida de san Pío X que, en una audiencia, se le acercó un joven con el rosario en la mano; el Papa lo miró fijamente y le dijo: Te recomiendo, cualquier cosa… con el Rosario. El Papa estaba convencido de que con el Rosario nos llegan tantas gracias, consolaciones, conversiones, fortaleza interior, gozo espiritual, favores y ayudas que necesitamos; en síntesis, cualquier cosa buena y santa. A santa Teresita esto le parece normal, pues piensa, con una sencilla imagen, que el Rosario es una cadena que une el cielo y la tierra; un extremo está en nuestras manos y el otro en las de la santísima Virgen. El Papa Pío XII decía que el Rosario es “el compendio de todo el Evangelio”. Luego, san Pablo VI ha explicado esta índole evangélica del Rosario subrayando que pone el alma en contacto directo con la fuente genuina de la fe y de la salvación. Por eso, tiene “una orientación netamente cristológica”, al llevar a vivir los misterios de la encarnación y la redención realizados por Jesús con María, para la salvación de la humanidad. Y recomienda vivamente la contemplación de los misterios: “sin ella el Rosario es cuerpo sin alma y su recitación se vuelve repetición mecánica de fórmulas” (MC, 2, 156). Igualmente, san Juan Pablo II nos invita a la práctica constante del Rosario como un medio muy válido para favorecer la contemplación del misterio cristiano, verdadera y propia “pedagogía de la santidad”. Es necesario, nos enseña, llegar a un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración y a unas comunidades cristianas que se conviertan en auténticas escuelas de oración; es una manera de responder a la urgente necesidad de espiritualidad en nuestro tiempo. El Rosario es una verdadera introducción al corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria (cf RVM, 5,19). Si la vida de la persona humana es un tejido continuo de esperanzas, de realizaciones, de sufrimientos y de alegrías, en los misterios del Rosario encuentra su mejor expresión. En efecto, llena de vitalidad las almas que saben hacer propios el gozo de los tiempos mesiánicos, la luz que alumbra a los pueblos, el dolor en el amor que salva y la gloria del Resucitado que inunda la Iglesia. La santísima Virgen nos ayuda a configurar nuestra vida con la de Jesús, así como ella se compenetró con todos los momentos, experiencias, sufrimientos y triunfos de su Hijo. El Rosario es una oración simple, catequética, eclesial, popular, que respeta los ritmos de la vida y que no riñe con la liturgia. Puede ser recitado sólo por una persona o por un grupo, es una oración para los adultos y para los niños, se puede hacer en silencio o en voz alta, no exige ningún rito o ceremonia pero también se integra en una celebración más solemne, acompaña viajes y desplazamientos pero tiene a la vez en el hogar y la comunidad su espacio más propicio y bello. En verdad, el Rosario es una plegaria sencilla y universal. El mes de octubre se ha tenido en la Iglesia como una oportunidad para hacernos conscientes de la belleza y la importancia del Rosario, plegaria muy propia de los católicos e instrumento eficaz para el crecimiento espiritual. Recientemente, el Papa Francisco nos ha invitado a volver a esta oración como un medio privilegiado para el encuentro con Dios y para la intercesión en favor de la Iglesia. Pido encarecidamente, entonces, que promovamos el rezo del Rosario en las parroquias, en los grupos apostólicos y especialmente en las familias. Con el Rosario, los santos han librado los pueblos de los peligros, han conseguido el fervor de las almas, han logrado la conversión de los pecadores, han atajado las guerras y han unido las familias. Sobre todo, han recomendado el Rosario para que la Iglesia viva con fidelidad su identidad y su misión. En un momento difícil de su pontificado, Pablo VI pedía que se rezara el Rosario con fe porque a través de él se alcanzaba que la Madre de todas las gracias socorriera a la Iglesia y a la humanidad en horas de turbulencia. Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín