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Opinión

Mié 2 Mayo 2018

La Evangelización en los llanos orientales de Colombia

Por: Mons. Francisco Antonio Ceballos Escobar - La evangelización en los Llanos Orientales de Colombia data de mediados del siglo XVII cuando Jesuitas y Franciscanos, movidos por el ardor misionero de sus familias religiosas, se establecieron en estas inhóspitas tierras bendecidas por Dios con caudalosos ríos, extensas sabanas naturales y tupidas selvas vírgenes. Más tarde, al ser expulsados los Jesuitas de la Nueva Granada, llegaron los Agustinos y los Capuchinos. En los albores del siglo XX, Monfortianos y Javerianos de Yarumal, se establecieron en la Orinoquía, y al fenecer el siglo los redentoristas asumieron parte de lo que fuera la Prefectura Apostólica del Vichada. También la vida religiosa femenina jugó un papel importante en la evangelización de estas tierras: Salesianas, Lauritas, Dominicas de la Presentación, hermanas de la Sabiduría, Vicentinas, Teresitas, etc. En su afán por anunciar el Evangelio en los más recónditos lugares de los Llanos Orientales y del piedemonte llanero, muchos misioneros y misioneras “perdieron su vida”; algunos fueron sacrificados por indígenas; otros mordidos por serpientes o devorados por fieras salvajes; hubo quienes no pudieron resistir las enfermedades tropicales o se ahogaron en los turbulentos y caudalosos ríos. La semilla del Evangelio sembrada en el corazón de indígenas, raizales y colonos, y regadas con el sudor de los misioneros, dieron fruto. Hoy encontramos muchos hombres y mujeres con una acendrada fe en Dios y una profunda devoción a la Santísima Virgen María; personas caritativas, hospitalarias y cumplidoras de la palabra empeñada. La costumbre de “echar el agua” a los niños, aún se practica entre sus pobladores, como manifestación de su compromiso de seguir a Cristo y pertenecer a la Iglesia Cristiana Católica. No obstante, entre algunos católicos reconocemos antivalores como machismo, alcoholismo, violencia doméstica, narcotráfico, corrupción, escasa participación en la eucaristía y sincretismo religioso. En la misión de los Llanos Orientales, además del anuncio explícito de la Palabra de Dios, se ha predicado el Evangelio de la caridad desde los mismísimos comienzos de la evangelización, pues bien han entendido los misioneros que entre evangelización, promoción humana y social hay una íntima conexión. Por eso construyeron escuelas, centros de salud, internados, comedores y asilos; abrieron caminos, enseñaron el arte de la ganadería y la agricultura, como también trajeron los instrumentos musicales como el arpa, el cuatro, el requinto y los capachos, con los cuales llaneros y colonos alegran sus “parrandos” a lo largo y ancho de la sabana. Hoy las pastorales sociales vienen desarrollando, entre colonos, raizales e indígenas, una labor de formación en derechos, en educación para la paz y la convivencia, en atención a las víctimas del conflicto y en promoción de programas de desarrollo socio económico. Es que, como escribe el Papa Francisco: “El servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia” (EG 179). Un signo claro de madurez en la evangelización de los Llanos Orientales es el surgimiento y consolidación de iglesias particulares como: la Arquidiócesis de Villavicencio; las diócesis de Granada, San José del Guaviare, Yopal y Arauca; y los Vicariatos Apostólicos de Trinidad, Mitú, Puerto Inírida, Puerto Carreño y Puerto Gaitán. La evangelización en la Orinoquía, en esta hora de la historia, presenta grandes desafíos, tales como: la transmisión generacional de la fe cristiana; el éxodo de muchos bautizados hacia otras comunidades de fe; la inculturación del Evangelio en las comunidades indígenas; la atención a los niños y a los jóvenes; el cuidado y defensa de la vida y del medio ambiente; la formación de los dirigentes, la atención a las víctimas y victimarios que dejó la violencia, la inmigración de venezolanos, etc. Desafíos que se deben afrontar con audacia misionera y aguante apostólico, pues la evangelización tiene mucho de paciencia. En esta misión se conoce de pobreza y se trabaja con lo poco que se tiene. Aunque escasean los recursos humanos, económicos y materiales, sobra en los evangelizadores la confianza en el Dios Providente. De algo se está seguro, no hace falta Dios en esta tierra, pues antes de que llegaran los misioneros el Espíritu ya se les había adelantado. Por aquí las semillas del Verbo se descubren por doquier; por eso seguimos anunciando la “Alegría del Evangelio” de manera ordinaria y extraordinaria; y cuando no es posible hacerlo de manera expresa, se hace con el testimonio callado de una vida entregada y sacrificada al servicio de Dios y de los pobres. Las palabras y el testimonio del Papa Francisco, en su recordada visita a Colombia, y de manera especial a Villavicencio, nos anima a seguir anunciando la Buena Nueva de la salvación, pues somos conscientes de que el Evangelio aún no ha logrado permear la cultura de estos pueblos de la patria. Qué bueno que las iglesias particulares y comunidades religiosas sigan considerando a estas tierras como lugar de misión para que con generosidad compartan las bendiciones que han recibido de Dios, de tal manera que no pierdan su vocación y la oportunidad de ser Iglesias evangelizadas y evangelizadoras. + Mons. Francisco Antonio Ceballos Escobar Obispo Vicariato Apostólico de Puerto Carreño

Lun 30 Abr 2018

“La clase media de la santidad”

Por: Luis José Rueda Aparicio - Vivo en medio de trabajadores hombres y mujeres, de diversas razas, algunos son jóvenes aprendices otros son mayores, unos con la esperanza de una jubilación otros sin esa posibilidad, algunos son clasificados como trabajadores formales otros son llamados informales. Son hombres y mujeres que se ganan el pan de cada día con el trabajo que realizan. Me asombro viendo la diversidad de labores que el ser humano realiza, veo en ellas la prolongación de la obra creadora de Dios Padre. El tallador de madera que hace una obra en el taller de su casa, la enfermera que sutura una herida, el conductor del auto bus, la tejedora que elabora una ruana, el hornero del pan, la vendedora de rosas, el reciclador, la trabajadora doméstica, el cultivador de café, el empleado de la fábrica de cemento, la presentadora de noticias. El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica titulada “Alegraos y regocijaos”, nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad, y que el trabajo de cada día es el instrumento y el lugar donde hombres y mujeres podemos vivir la santidad. Nos dice el Papa Francisco: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad”. No. 7 Cuando las personas descubrimos que el trabajo nos santifica, entonces todo lo que hacemos se convierte en una ofrenda agradable a Dios, nos disponemos a mejorar cada día, a tratar a los compañeros de trabajo con responsabilidad y fraternidad. La búsqueda de la santidad en el trabajo de cada día, le da unidad y sentido a todo lo que hacemos, nos renueva en la motivación para recomenzar las tareas aunque sean duras y nos quita la tentación de pensar que lo más importante del trabajo es la parte económica. Con motivo del día primero de Mayo, en el cual celebramos a San José Obrero, quiero concluir este breve mensaje con la oración que nos propone la Liturgia de la Iglesia: “Dios nuestro, creador del universo, que has establecido que el hombre coopere con su trabajo al perfeccionamiento de tu obra, haz que, guiados por el ejemplo de San José y ayudados por sus plegarias, realicemos las tareas que nos asignas y alcancemos las recompensas que nos prometes”. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén + Luis José Rueda Aparicio Obispo de Montelíbano – Córdoba

Vie 27 Abr 2018

¡Colombia, déjate reconciliar por Dios!

Por: MonseñorElkin Fernando Álvarez Botero: Los obispos de Colombia, reunidos en noviembre de 2017 para profundizar el mensaje que el Santo Padre nos dejó en su Visita Apostólica a nuestro país, quisimos invitar a la realización de una jornada dedicada especialmente a orar por la reconciliación entre los colombianos. Propusimos que ésta tuviera lugar en la misma fecha de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Celebraremos, por tanto, la primera jornada este jueves 3 de mayo de 2018, recordando el gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, presidido por el Santo Padre Francisco en Villavicencio. En esa ocasión el Papa nos hizo este urgente llamado: “¡Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios, déjate reconciliar! Colombianos, no tengan miedo a pedir y ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas…”. Para celebrar este 1er Día Nacional por la Reconciliación, el Secretariado Permanente del Episcopado (SPEC) ha puesto a disposición diversas herramientas y subsidios pastorales, incluido un esquema para el rezo de los mil Jesús, bella devoción que, desde antiguo, hace parte de la práctica religiosa de nuestro pueblo. Sin embargo, como lo pedía San Pablo a la comunidad de Corinto y como nos exhortó el Papa, el principal propósito de esta jornada es que nos dejemos reconciliar por Dios. ¿Cómo lo logramos? Aquí les propongo cuatro claves: Tenemos necesidad de reconciliación: convenzámonos, inspirados por el Espíritu Santo, de que la reconciliación con Dios, con los hermanos, con nosotros mismos y con la naturaleza es el sendero que debemos recorrer para alcanzar la paz. No nos cansemos de orar por la reconciliación: necesitamos pedir la reconciliación y la paz de nuestro país, pues son un don que nos viene solo de Jesucristo, que dio su vida en la Cruz para sanar nuestras heridas y para derribar el muro que nos separaba, el odio. Conviene que el 3 de mayo dediquemos un mayor tiempo a la oración, ojalá ante el Santísimo expuesto; acudamos a Cristo porque Él es nuestra paz (cf. Ef. 2,14). Hagamos un compromiso serio de reconciliación: se trata de erradicar de nuestra vida personal y comunitaria todo aquello que nos divide y nos separa, que nos lleva a la violencia y a la muerte. La reconciliación que pedimos a Dios tenemos que vivirla en nuestros círculos familiares, en las escuelas, en los lugares de trabajo. Hay que poner freno a la agresividad e intolerancia que destruyen las relaciones y nos enfrentan con nuestros hermanos. Reconciliarse implica limar diferencias y reconocer que los odios y rencores no nos dejan vivir bien. En fin, el compromiso es ir al encuentro del otro, renunciando a las venganzas y permitiendo que la gracia de Dios nos dé la fuerza para el perdón. Cultivemos, cuidemos y promovamos los valores que nos disponen a vivir la reconciliación: el diálogo, el compartir, la solidaridad, la comprensión, la paciencia y, ante todo, la caridad que nos permite ir al encuentro de los más pobres y necesitados, con el mismo amor que Cristo nos enseñó desde la cruz. Sin duda, a todos nos han quedado en la mente y el corazón la imagen y las palabras del Papa Francisco orando frente a la imagen del Cristo negro de Bojayá, el 7 de septiembre de 2017. En esta jornada de oración estamos invitados a contemplar, con idéntica actitud a la del Santo Padre, al Señor en la Cruz y a rogarle que su amor y misericordia nos impulsen a ser constructores de reconciliación y paz, allí donde tanto mal han causado los odios y resentimientos.

Jue 26 Abr 2018

Marcha por la vida

Por. Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La defensa de la vida es fundamental para el futuro de la humanidad. La gran batalla que se viene librando en las últimas cuatro décadas busca proclamar la dignidad inviolable de toda persona humana, en cualquier momento de su desarrollo o en cualesquiera de sus circunstancias particulares. La Iglesia Católica ha asumido siempre esta causa como un servicio fundamental a la justicia social y como un apoyo a los más débiles y oprimidos. La batalla contra la destrucción de la familia, el aborto, la eutanasia, las diversas formas de maltratar la vida, las actitudes que desconocen la dignidad y la misión de la mujer, ha sido ampliamente ilustrada por el Magisterio, porque es la frontera decisiva de nuestro tiempo. El Papa Francisco, en su reciente exhortación apostólica, ha vuelto con fuerza sobre este tema diciendo: “La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte” (Gaudete et exultate, 101). San Juan Pablo II, por su parte, nos hacía ver nuestra grave responsabilidad personal: “Estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ‘cultura de la muerte’ y la ‘cultura de la vida’. Estamos no sólo ‘ante’, sino necesariamente ‘en medio’ de ese conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente a favor de la vida…Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida” (Evangelium Vitae, 28). Sin embargo, no obstante estas enseñanzas y esfuerzos, vemos con honda preocupación cómo se multiplican en el país diversas acciones contra la vida humana: promoción del crimen del aborto, asesinatos, personas destruidas que no logran encontrar sentido y esperanza en su existencia y, últimamente, la reglamentación que ha hecho el Gobierno de la eutanasia para niños y adolescentes, aun contra las clamorosas manifestaciones del pueblo colombiano. La Conferencia Episcopal advirtió: “Promover la eutanasia es sumarle más muertes a las muertes que ya hemos sufrido; no alcanzaremos la paz si continuamos atentando contra la vida” (Comunicado, 20.3.2018). Por tanto, nos vamos a unir todos a la XII Marcha Nacional por la Vida, que tendrá lugar el próximo 5 de mayo. En Medellín, habrá una gran concentración en el Parque Bolívar a partir de las 10.00 a.m. Luego, a las 12.00 m., celebraremos la Eucaristía en la Catedral. Así queremos manifestar nuestro compromiso con el anuncio del Evangelio de la Vida, defender el principio firme y no negociable de que la vida es un don de Dios del que nosotros no podemos disponer, y elevar nuestra oración para que cesen todos los atentados contra la vida humana y se garantice este derecho fundamental e inviolable. Que nos mueva a todos a participar en esta marcha la enseñanza del Papa Francisco cuando nos ha dicho que un ser humano es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los demás derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno (Evangelium Gaudium, 213). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 20 Abr 2018

Un mensaje para los jóvenes

Por: Mons. Gonzalo Restrepo Restrepo - Los jóvenes son la mayor reserva de un país. En los jóvenes se encuentra el futuro de todos los desarrollos y progresos del país. La cultura, la ciencia, las instituciones sociales, la familia, las creencias y las manifestaciones culturales, nuestra idiosincrasia, nuestras costumbres, la manera de relacionarnos y hasta el lenguaje, depende en buena medida de los jóvenes. Por eso, tenemos que cultivar la juventud. Tenemos que apoyar a nuestros jóvenes, permitirles que tengan alas para volar, mente amplia y clara para discernir y voluntades muy definidas y fuertes para decidir. Las semillas que sembremos en los jóvenes no se perderán. Lo importante es que siempre estas semillas encuentren el cariño, la compañía y el calor humano de quienes caminamos con ellos. Estar al lado de los jóvenes es un privilegio. Uno se rejuvenece, uno siente la energía de ellos y se entusiasma, uno vuelve otra vez a tener la espontaneidad perdida. Con los jóvenes uno es capaz de arriesgarse, de seguir adelante a pesar de las caídas y las dificultades. Los jóvenes nos enseñan a perdonar y reconciliarnos, a vivir no tanto del pasado ni del futuro, sino del presente. La juventud es un tesoro que hay que cultivar y conservar. No se pierde la juventud con el pasar de los años, sino cuando dejamos que nuestro corazón, nuestra sensibilidad, nuestros sentimientos, se envejezcan, se vuelvan sin sentido ni sabor, pierdan su lozanía y humanidad. Los jóvenes son descomplicados y casi siempre informales. Tienen un sentido crítico y de análisis muy agudo y, en ocasiones, llegan a la incomprensión y a la exigencia exagerada. Quieren que todas las cosas se resuelvan “ya”, no dan espera, tienen el sentido de hacer las cosas inmediatamente y muy directamente, sin intermediarios. Son explosivos. Están llenos de energía y siempre están activos. Si valoráramos los jóvenes en su punto justo, si los acompañáramos más, si les mostráramos más caminos, si los entusiasmáramos más con nuestra vida y nuestro testimonio, si descubriéramos sus valores, si dialogáramos más con ellos, si les diéramos más responsabilidades, si confiáramos más en ellos, si pensáramos más en el futuro de nuestras familias, de nuestra cultura y de nuestra sociedad, entonces, estaríamos cosechando los mejores frutos para el futuro. Y ustedes jóvenes no pierdan sus días y su tiempo en ocupaciones sin sentido. El estudio, la cultura, las buenas relaciones, el deporte, la familia, el noviazgo, los amigos y las amigas, las diversiones, sus encarretes y sus hobbies, son valores muy grandes que ustedes deben aprovechar y hacer crecer en todo sentido. Jóvenes, ustedes son los responsables del mañana de nuestra sociedad y nuestro país. No pierdan el tiempo porque jamás lo podrán recuperar. Adelante. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Mié 18 Abr 2018

El rostro más bello de la Iglesia

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - El Papa Francisco acaba de entregarnos la exhortación apostólica “Gaudete et exultate”. Con ella busca “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades” (n.2). Lo primero que deberíamos preguntarnos es por qué el Papa vuelve a un tema propuesto con fuerza por el Concilio Vaticano II y en varias ocasiones retomado por sus predecesores. Pienso que el Señor nos quiere decir que lo más importante y urgente en este momento de la Iglesia es la vida espiritual; no nos podemos quedar en la reforma de las estructuras, en las celebraciones rituales, en las actividades exteriores. La emergencia que vivimos es de espíritu. La enseñanza del Santo Padre se estructura en cinco capítulos. En el primero, nos expone la llamada a la santidad que es para todos y busca hacernos más humanos. El segundo es una descripción de “dos sutiles enemigos de la santidad”: el gnosticismo y el pelagianismo. Después, en el capítulo siguiente, responde, a partir del camino de las bienaventuranzas, cómo debe ser un verdadero cristiano. En el cuarto se refiere a algunas características de la santidad en el mundo actual y a algunos riesgos de la cultura de hoy. El último capítulo explica que la vida cristiana es un combate permanente, que requiere valentía para resistir y que nos permite hacer fiesta cada vez que Dios vence en nuestra vida. El Papa explica cómo la santidad, en último término, es Cristo amando en nosotros, porque el designio del Padre es Cristo y nosotros en él. Citando al Papa Benedicto dice: “la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el modo como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya”. Por tanto: “cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo” (n.21). Y más adelante desea que logremos reconocer cuál es el mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con la vida de cada uno de nosotros (n.24). Así se ve que santidad y misión se encuentran; “no es que la vida tenga una misión, sino que es misión” (n.27). La exhortación advierte también sobre los enemigos y peligros de la santidad. El gnosticismo que confía al conocimiento la salvación, identificando la santidad por la capacidad de comprender determinadas doctrinas, sin la dimensión de la caridad (n.36-46). El pelagianismo pone la salvación en las obras y lleva a pensar que somos superiores a los demás porque se observan determinadas normas o se tiene un cierto estilo católico (n.49). El dualismo, en cualquier forma, que contrapone la vida contemplativa a la vida actica o el compromiso social con la espiritualidad; esto lleva a enfermar el alma. Igualmente, se refiere a la maledicencia y a la exclusión de los pobres, los migrantes y los débiles. El Papa nos deja una serie grande de reflexiones, de llamamientos, de exhortaciones para trabajar la santidad en medio del combate de la vida. Nos dice que no es una propuesta para elegidos y para héroes sino para todos y la aterriza en la vida cotidiana. Nos indica cómo en la Iglesia tenemos los recursos para hacer posible esta gracia en nosotros. Creo que Dios nos está pidiendo a todos, sacerdotes, religiosos y laicos, que nos decidamos a ser santos; no se trata de un lujo, sino de una necesidad en esta hora de la Iglesia y del mundo. Es el momento de hacer arder de veras la llama de nuestro Bautismo. Porque la santidad es el rostro más bello de la Iglesia y la única tristeza es no ser santos. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 16 Abr 2018

Elecciones 2018

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El mes de mayo es un mes en el que Colombia vivirá un momento histórico al elegir el Presidente que regirá los destinos políticos en el período 2018 - 2022. La Conferencia Episcopal Colombiana publicó un mensaje intitulado CONSTRUIR JUNTOS UN PAÍS QUE SEA PATRIA Y CASA PARA TODOS, con ocasión de los procesos electorales. Pastoralmente, puesto que la fe hunde sus raíces en el mundo y la mayoría de los electores profesamos la fe católica, considero de suma importancia recordar los puntos que debemos tener en cuenta cuando se trata de elegir al Presidente de la República y con él, indirectamente, a quienes haciendo parte de su gabinete, realizarán el trabajo, que debería ser siempre motivado por el bien común de la sociedad colombiana y mundial. Transcribo algunos apartes del Mensaje de la Conferencia: “Los obispos católicos de Colombia, como ciudadanos y como pastores, consideramos que los comicios que se llevarán a cabo … (sic) son una oportunidad para dar juntos “un nuevo paso” hacia la construcción de un país que sea patria y casa para todos, recordando que Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza, como lo afirmó el papa Francisco en el Discurso a las autoridades colombianas, en Bogotá, el 7 de septiembre de 2017. Proponemos a los fieles católicos y a todas las personas de buena voluntad algunos criterios y fundamentos para un voto responsable, libre y consciente. 1. Involucrémonos en el proceso electoral, derrotemos la indiferencia y comprometámonos. El voto es un derecho inalienable y un deber fundamental… La Iglesia católica no tiene ni avala un partido político o un determinado candidato, pero sí invita a sus fieles y, en general, a todos los ciudadanos, a involucrarse en la política con la participación en el debate democrático con seriedad y responsabilidad. 2. Reforcemos con el voto el comportamiento ético de nuestra sociedad y acabemos con la corrupción. Es inmoral e ilegal comprar y vender votos por dinero, regalos o puestos. 3. Exijamos campañas transparentes y que favorezcan la unidad. Tenemos que lograr que las próximas elecciones y el debate que las precede no generen mayor polarización, y en cambio promuevan el respeto, el diálogo y la creatividad política que necesita el país en este momento. 4. Analicemos cuidadosamente la trayectoria y las propuestas de los candidatos. Para dar nuestro voto responsablemente, tenemos que llegar a la convicción moral de que la persona, el proyecto político y el equipo de trabajo que se eligen aportarán realmente al bienestar de todos los colombianos. 5. Pensemos en las necesidades más urgentes de nuestra nación. Consideremos bien las problemáticas y las posibilidades que tiene el país, para poder examinar y elegir adecuadamente a los candidatos que logren poner en marcha soluciones de fondo. No nos dejemos llevar simplemente por propuestas populistas, por simpatías y antipatías o por intereses particulares. 6. Elijamos a quienes les duela la realidad de los colombianos. Colombia necesita ser gobernada por personas íntegras, honestas, dignas, competentes, capaces de vencer la corrupción y la violencia, que se preocupen por la salvaguarda de la casa común. Debemos elegir a quienes quieran afrontar las situaciones de injusticia, enfermedad, drogadicción, desempleo y falta de oportunidades que está padeciendo el país en las ciudades y en los campos; a quienes estén decididos a comprometerse con los más pobres y puedan poner su mirada en todos aquellos que son excluidos y marginados. 7. Aseguremos el país sobre valores fundamentales y protejamos su institucionalidad. Debemos afrontar, con claridad y determinación, la colonización ideológica de opciones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano. Valoramos el servicio de quienes están dispuestos a asumir los cargos públicos animados por el anhelo de hacer el bien a todos. Conscientes de que la dimensión espiritual es necesaria para la construcción integral de una nación, oremos todos a Dios para que nos dé la lucidez y la responsabilidad para elegir a nuestros próximos gobernantes”. +Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Jue 12 Abr 2018

La misión de la Iglesia que peregrina en la Orinoquía

Por: Mons. Francisco Antonio Ceballos Escobar - Colombia tiene una frontera con Venezuela de 2.219 kilómetros, de los cuales 534, el 24%, corresponden al departamento del Vichada, ubicado geográficamente en el extremo oriental de Colombia y formando parte de la cuenca hidrográfica del Orinoco y Meta. Venezuela no era un país de emigrantes, todo lo contrario, ha sido una de las naciones latinoamericanas que ha albergado en su territorio a más inmigrantes, provenientes en su mayoría de América, Europa, el Medio Oriente y países del Este Asiático. En los años setentas, en el “boom” del petróleo, un alto número de colombianos marcharon al país vecino buscando mejorar su situación económica o huyendo de la violencia. Pero ahora las cosas se han invertido. Desde que llegó al poder Hugo Chávez en 1999, y particularmente durante los cinco años de gobierno de Nicolás Maduro, esta situación se ha agravado convirtiéndose en una de las principales fuentes de emigración en el mundo. Esa crisis de la hermana república de Venezuela ha convertido a Colombia en lugar de recepción y de tránsito; los transeúntes, preferencialmente van buscando alcanzar los países del sur del continente, en donde algún miembro de su núcleo familiar se estableció anticipadamente, antes de que la situación se agravara, o donde prevén mejores condiciones económicas y posibilidades de trabajar y vivir dignamente. A Puerto Carreño los venezolanos llegan en menor escala con respecto a Cúcuta, Santander, Arauca o la Guajira, pues las distancias y los altos costos del transporte aéreo, terrestre o fluvial, para llegar al interior del país, les impiden utilizar esta frontera. Muchos de quienes llegan al país, ya sea con la Tarjeta de Movilidad Fronteriza, con pasaporte, o ilegalmente por las muchas trochas que existen, se quedan, o van y vienen, como es el caso de los “bachaqueros” que deambulan por las calles vendiendo algunos productos de la canasta familiar, o se ubican estratégicamente en las esquinas, de tal manera que con facilidad puedan cargar sus cosas cuando aparece la policía requiriendo documentos. Según estadística proporcionada por el Puesto de Control Migratorio Fluvial, el flujo migratorio en el 2017 en Puerto Carreño fue de 3.557 personas; fueron devueltos por no presentar los requisitos de ingreso al país o haber ingresado por lugar no habilitado 7.130 personas. En los primeros cuatro meses del 2018 ingresaron 5.118 venezolanos al país. Las autoridades migratorias devolvieron 1.694 ilegales. Pero más los que ingresan por las trochas que por los puestos de control. Teniendo en cuenta de que la población de Puerto Carreño se estima en 21.000 habitantes, la proporción de los que se quedan es muy alta. Lo cierto es que en Puerto Carreño han aumentado los robos callejeros, a casas y a establecimientos públicos; la prostitución galopa por sus calles; las riñas callejeras, la tasa de homicidios ha crecido; el microtráfico y la drogadicción va en aumento; las enfermedades de transmisión sexual, son cada día más frecuentes; la unidad familiar, ya resquebrajada, se ha empeorado; la cárcel ya no tiene cupo para tanta gente, de los cuales 9 son venezolanos; y si a esto le agregamos la trashumancia de algunos miembros de las comunidades indígenas, la situación se hace más tétrica. Acoger, acompañar y consolar es nuestra misión Ante esta crisis humanitaria los cristianos no podemos ser sordos y ciegos, pues Dios se nos ha revelado como alguien que está siempre a favor de los que sufren, los maltratados, los pobres. Lo dice la Biblia en el libro de Judit 9, 11: Tú eres el Dios de los humildes, defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados. Para Jesús los pobres eran los favoritos del Padre; Él mismo se identificó con los pequeños, con los que tienen hambre, con los que están desnudos, los enfermos, los encarcelados (. Mt 25, 40). Desde los pobres Jesús nos llama a la conversión, desenmascara nuestro bienestar, cuestiona nuestra manera de vivir la fe, rompe nuestros esquemas y nuestra tranquilidad. El Papa Francisco en múltiples ocasiones y escenarios se ha dirigido a los cristianos y a la comunidad internacional, a fin de despertar nuestras conciencias ante la tragedia del desplazamiento. Dirigiéndose a los participantes del Tercer Encuentro Mundial de Movimientos Populares, el Papa dijo: “La tragedia de estas gentes sólo la puede describir con una palabra que me salió espontáneamente en Lampedusa: vergüenza. Allí pude sentir de cerca el sufrimiento de tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o violencias de todo tipo, multitudes desterradas, -lo he dicho a las autoridades de todo el mundo-, como consecuencia de un sistema socioeconómico injusto y de conflictos bélicos que no buscaron, que no crearon quienes hoy padecen el doloroso desarraigo de su suelo patrio, sino más bien, muchos de aquellos que se niegan a recibirlos. Nadie debería verse obligado a salir de su patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas circunstancias terribles, el emigrante se ve arrojado a las garras de los traficantes de personas para cruzar las fronteras, y es triple si, al llegar a la tierra donde creyó que iba a encontrar un futuro mejor, se le desprecia, se le explota e incluso se le esclaviza. Esto se puede ver en cualquier rincón de cientos de ciudades”. La actitud de la Iglesia debe ser la del samaritano, sin lugar a dudas; es decir, acoger, acompañar y consolar. Al decir de Johann Baptist Metz con “una mística de ojos abiertos”, o una espiritualidad de responsabilidad absoluta hacia los que sufren llevándoles a recobrar la esperanza y la posibilidad de una vida mejor. Más que dar comida, abrigo, medicina, etc., que si bien es lo primero, y se ha hecho con la ayuda de Cáritas Internacional y la Pastoral Social Nacional, hay que dar esperanza a quienes la han perdido ante los múltiples intentos fallidos de recuperar la institucionalidad, la paz, el poder adquisitivo, etc. “La esperanza es algo constitutivo en el ser humano… El hombre no solo tiene esperanza, sino que vive en la medida en que está abierto a la esperanza y es movido por ella”. Desde la óptica cristiana nuestra esperanza tiene un nombre: Jesucristo resucitado. Solo desde él a los cristianos se nos desvela el futuro último que podemos esperar para la humanidad, el camino que puede llevar al ser humano a su verdadera plenitud y la garantía última ante el fracaso, la injusticia y la muerte. La resurrección es la última palabra sobre el destino final de todos, como dice Pablo a Timoteo: “Cristo es nuestra esperanza” (1 Timoteo 1, 1). Dios quiera que tantos hombres y mujeres que han dejado su tierra, su familia, su patria, sus pequeñas seguridades, encuentren en nuestras iglesias y comunidades cristianas un refugio en donde puedan llorar sus desgracias y en donde logren recuperar sus fuerzas. + Mons. Francisco Antonio Ceballos Escobar Obispo Vicariato Apostólico de Puerto Carreño