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Opinión

Vie 3 Sep 2021

La paz es un bien irrenunciable

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - No quiero ocultarles que escribo este mensaje editorial con el corazón palpitante de angustia y con un inevitable sentimiento de impotencia humana, ante la cruel realidad por la que pasamos y ante el horizonte incierto del inmediato futuro en el que nos adentramos. “Verdad que podemos” es el lema que nos han propuesto a nivel nacional para esta 34ª Semana por la Paz 2021. Es un llamado a valorar este bien irrenunciable de la paz y a rehacer el protagonismo ciudadano, personal y colectivo, en su construcción. Es también un llamado a la conciencia que interioriza el valor de la paz como meta, camino y método, basados en la verdad y el respeto por el diverso y por el adversario. La paz transita por el ejercicio de la palabra entre personas, en todo espacio y territorio, entre etnias y pueblos, entre sociedades e instituciones, entre Estado y pueblo, entre nacionalidades y naciones. Es el bien que nos permite forjar una consciencia de humanidad planetaria, de ciudadanos de la tierra y buenos ancestros de las generaciones futuras. Las realidades actuales de la migración que rompe las más lejanas y disímiles fronteras, para nosotros, un país del que muchos emigran por sus graves desajustes y carencia de garantías para la vida, pero que no recibía, hasta hace poco, una inmigración significativa, es una necesidad inmediata. La llegada de poblaciones migratorias es algo que estamos improvisando y que hemos de leer como “providencial” para que salgamos de nuestros muchos egos violentos y acaparadores, hacia un nosotros de gentes solidarias y fraternas. Siempre el forastero fue una imagen bíblica de la visita de Dios a pueblos “cerrados”. Siempre las inmigraciones fueron constructoras de naciones abiertas y prósperas. Venezolanos, haitianos, asiáticos, africanos, quizás afganos, más las corrientes turísticas y de inversionistas mundiales, nos deberían “sacar” de estas mentalidades bandoleras y bravuconas, hegemónicas y tramposas, que han dominado y sepultado gran parte de nuestra historia doméstica colombiana. Junto a ello, necesitamos un país al que retornen los compatriotas exiliados, que no son pocos, los talentos forjados en niveles de vida superiores al nuestro. Esta triste historia de Colombia necesita ya un punto final, un punto de inflexión, liberándola del yugo opresor que se reproduce sobre las mismas carencias y necesidades que produce, mantiene y explota, con demagogia, mentira y fraude. Septiembre es el mes de los derechos humanos y de la “Semana de la Paz”, en torno a la magnífica e insuperable figura de San Pedro Claver, el “esclavo de los esclavos negros”, el defensor de la igual dignidad humana y de los derechos humanos. Para Colombia y para nuestras poblaciones y etnias negras, para la criminal trata de personas como “herramientas de trabajo” y de explotación sexual o como “mercancía humana”, que, dolorosamente aún persisten, quedó sembrada su semilla de inconformidad, de denuncia y protesta cristiana, evangélica, pacífica pero interpelante y solidaria con las víctimas, contra todo tipo de abusos y de esclavitudes. Pero, más que defensor de estas causas, recordadas alrededor de su fiesta litúrgica del 9 de septiembre, San Pedro Claver plantó en el puerto negrero de Cartagena de Indias, como los grandes evangelizadores de la historia de la Iglesia y de la humanidad, el deber creyente de escuchar siempre, en todo tiempo, en todo lugar y modelo social, el clamor de las víctimas, de los indefensos, de los más débiles y de los más necesitados. Hoy en día tendríamos que añadir el clamor del inmigrante y el clamor mismo del planeta tierra. Desde que Dios se hizo hombre, toda persona es más que mera imagen de Dios y todo prójimo hace parte de la fe como deber de amor, respeto y justicia. “Apenas llegaban los barcos con los esclavos, reza un testimonio, miraba por la ventanita pequeña de su cuarto y decía: 'Es Cristo que viene a mi ‘. Y, entonces, iba con sus traductores y ayudantes a llevarles alimento, medicinas y los primeros auxilios, a ayudar al bien morir a los que llegaban moribundos y a mostrarles algo de misericordia”. Las Jornadas de Derechos Humanos y de la Paz Colombiana (del 5 al 12), el Día Internacional de la Paz (el día 21), el mes de la Biblia, dedicado este año a San José de Nazaret, y la 107ª Jornada Mundial de los Migrantes (26 de septiembre), con el mensaje pontificio “hacia un nosotros cada vez más grande”, sean ocasiones para que nuestras comunidades e instituciones eclesiales demos testimonio de nuestro sentido social, arraigado en la Persona de Cristo y en la fe de todo verdadero cristiano. Los días venideros serán nuevamente una prueba a nuestra capacidad de construir paz con justicia social. La pobre y muchas veces dura y virulenta respuesta a los desafíos de la protesta social y del paro nacional, de las “primeras líneas”, buscando culpables sin reconocer responsabilidades de cambio, ni redoblar garantías de derechos y democracia, presagian nuevas movilizaciones y más fuertes reclamos sociales. Ante la jornada electoral del 2022 y su antecedente campaña política, necesitamos preparar la consciencia ciudadana y hacer el compromiso moral de exigir garantías y de votar con absoluta libertad y, quizás, con la responsabilidad más grande de toda nuestra historia. ¡No nos podemos equivocar! No podemos legitimar un estado de cosas como el que indican los asesinatos y las masacres, la corrupción y la represión a los clamores sociales. Oramos unidos y nos unimos a la lucha pacífica y al compromiso comunitario por el logro de una Colombia con pan, educación, convivencia, democracia y seguridad para todos. Nos unimos para promover e impulsar un Estado con garantías para la institución familiar y una economía que incluya a todos y cuide el medio ambiente, que preserve los recursos y el futuro. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mar 31 Ago 2021

Bienaventurados los que trabajan por la paz

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), son las palabras de Jesús en el discurso de despedida y que nos indican que tenemos que trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo que nos conduce a la verdadera paz. Esta paz interior y exterior no depende de nuestro esfuerzo y méritos, sino de la gracia de Dios. Durante la celebración de la eucaristía el sacerdote dice: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles ‘la paz les dejo, mi paz les doy’, no mires nuestros pecados sino la fe de la Iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad”. Luego extiende las manos y nos dice: “La paz del Señor sea siempre con ustedes”. ¿Qué es esta paz? Es un maravilloso regalo que Jesucristo ha ganado con su Sangre para nosotros y que nos quiere dejar para que vivamos en comunión y unidad. De nuestra parte está la responsabilidad de aceptarla, acogiéndola como don de Dios para nuestra vida. Cuando aceptamos a Jesucristo en la vida personal y familiar, brota del interior el deseo de trabajar y construir la paz; como consecuencia de ello seremos llamados por el mismo Señor, bienaventurados. Así lo expresa Jesús en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), esta es la tarea de todo cristiano, ayudar a que todos vivamos en paz. Llegar a trabajar por la paz presupone que reinen en nuestro corazón las demás bienaventuranzas. Cuando tengamos la confianza puesta solo en Dios desde la pobreza evangélica, cuando tengamos el alma limpia de todo pecado, comenzamos a tener paz en nosotros mismos y también la podemos ofrecer a los demás. Quienes trabajan por la paz son bienaventurados, porque primero tienen la paz en su corazón y después procuran ambientes de paz entre los hermanos que están en división y conflicto. Para trabajar por la paz y transmitirla a los otros, se necesita tener en el corazón todas las cosas ordenadas, dejar entrar todas las virtudes, desde la fe, la esperanza y la caridad que nos ponen en paz con Dios y luego las demás virtudes que rigen toda la vida del creyente y lo ponen en actitud de acogida del hermano. Desde un corazón que está limpio, que está en gracia de Dios, es posible trabajar por la paz, recibiendo cada uno la paz que Jesucristo nos ha dejado y que nos conduce al encuentro con Él. Del 5 al 12 de septiembre celebramos la semana por la paz, en donde nos disponemos a rezar por la paz tan anhelada por todos y a trabajar para que vivamos en familias perdonadas, reconciliadas y en paz. Se necesitan corazones perdonados y reconciliados con Dios y con los hermanos para que podamos tener una paz verdadera, estable y duradera. Todos queremos la paz y hacemos grandes esfuerzos por conseguirla. En Colombia sabemos de la necesidad que tenemos de la paz, pero no podemos olvidar que es un don de Dios y que trabajar por la paz, nos hace hijos de Dios y hermanos entre sí. Mientras no tengamos este principio cristiano bien anclado en el corazón, todos los esfuerzos meramente humanos que hacemos por conseguir la paz, quedan a mitad de camino y desfallecen en la mitad del sendero. Se necesita amar la paz, que en la vida concreta es amar a Jesucristo, príncipe de la paz y tenerlo en el corazón de hijos de Dios. En este trabajo intenso y desde el corazón, tenemos la certeza de un premio: “bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), sabiendo que el Padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia, si no vivimos en paz entre todos por medio de la caridad fraterna, trabajando por crear armonía y unidad en nuestro entorno. Esta es la misión de Nuestro Señor Jesucristo, conducirnos a la paz, reunir a los que están dispersos y divididos y establecer la paz entre los que crean divisiones. Sobre todo, su misión es devolvernos la paz con Dios, perdida a causa del pecado, poniendo en nuestro corazón la gracia para vivir en la presencia permanente de Dios, sabiendo que somos pacíficos cuando en nosotros no hay nada que se oponga a Dios y todos estamos cerca del Señor, así lo expresa el Apóstol san Pablo: “mas ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que en otro tiempo estaban lejos, han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz… para crear en sí mismo… un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca” (Ef 2, 13 - 15). Nuevamente Jesucristo necesita que lo dejemos obrar en nuestro corazón y que lo dejemos entrar en nuestra vida: “mira que estoy a la puerta y llamo. Cuando alguien me oye y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo” (Ap 3, 20), esta es la clave para vivir perdonados, reconciliados y en paz en nuestras familias y en la sociedad. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

Vie 27 Ago 2021

Volvamos a la familia. Su aporte social

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Los acontecimientos sociales desencadenados desde abril forzaron una pausa en las reflexiones sobre la familia, con ocasión del 5º aniversario de haber sido publicada la Exhortación Apostólica: La alegría del amor (Amoris laetitia), del Papa Francisco. Habíamos abordado hasta entonces 4 capítulos de la Exhortación. Propongo continuar con el 5º que tiene por título: amor que se hace fecundo (nn. 165-198). Partiendo de la premisa de que “el amor siempre da vida”, el papa recuerda que el amor de la pareja no se agota en ella misma sino que va más allá. Los hijos «La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios». El don de la paternidad y la maternidad se descubre también es un camino para redescubrir el amor de Dios, pues en los hijos se encuentra «la belleza de ser amados antes» y así sucede también con Dios, que toma la iniciativa en amarnos. Además de los hijos deseados, amados y acogidos, duele constatar que muchas personas rechacen a los hijos, los abandonen, o les roben su infancia y su futuro. Ante estas circunstancias, de niños que no son bien recibidos por sus padres y que evidencian relaciones de pareja marcadas por las heridas personales, el Santo Padre invita a abrirse con confianza al don que ellos significan y asumir la responsabilidad de acompañarles en su proceso de vida. Otra circunstancia es cuando no llegan los hijos. Aunque la ciencia hoy ofrece alternativas (la mayoría de ellas éticamente muy cuestionables), el Papa Francisco recuerda la opción (siempre vigente): «quiero alentar a quienes no pueden tener hijos a que sean magnánimos […] parar recibir a quienes están privados de un adecuado contexto familiar». Es la alternativa de la adopción. Los ancianos La familia también debe defender el espacio a que tienen derecho los adultos mayores, evitando relegarles a condiciones de vida indignas e indignantes. En este sentido, el Papa recuerda el clamor del anciano que teme ser olvidado y despreciado: «No me desprecies ahorra en la vejez, me van faltando las fuerzas…» (Salmo 71,9). El Sumo Pontífice alienta a cultivar el sentido de gratitud, aprecio y acogida que haga sentir al anciano parte viva y activa de la familia y de la comunidad. Y nos comparte su sueño: «¡cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!». La familia grande Por último, el Papa recuerda que la familia es constructora de comunidad: familiares cercanos, amigos, vecinos y vecinas, tejiendo vínculos sociales y comunitarios que aportan a una mejor sociedad. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Diócesis de Pasto

Mar 24 Ago 2021

¡Hable con Dios!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - Definitivamente hablar por celular se ha convertido en una necesidad; la telefonía fija, poco a poco, se esfuma mientras las nuevas tecnologías marcan su ruta. Sin embargo, nos topamos hoy con una cruda realidad: “en la era de las tecnologías somos los seres más incomunicados”; esta afirmación, podría pensarse, refleja pesimismo y negación, pero no es así, pues la tecnología debería acercarnos y no alejarnos; debería propiciar la cultura del encuentro y fortalecer nuestros lazos fraternales. Cuántas veces en casa, se come a la carta, se lleva el celular al comedor, se interrumpen las conversaciones para levantarnos a responder, etc. También podemos constatar que hoy hay saturación de información que impide una buena comunicación. Incluso, ante las crisis, muchas personas hablan de diálogo, mesas de concertación, pero, con facilidad se deja ver la intransigencia, la dureza al hablar o la negativa para escuchar. En fin, las tecnologías, son un maravilloso invento para la humanidad; llegaron para quedarse, no obstante, debemos aprender a usar estas herramientas, que son medios y no fines. Por lo tanto, dedique más tiempo al diálogo en familia, hable con sus hijos, con sus papás, con sus amigos; escuche sin interrumpir, sea coherente, no fracture la comunicación, no se inmiscuya en conversaciones ajenas, use palabras edificantes, evite maltratar o zaherir a las personas con su vocabulario; no se enoje, serénese y hable recurriendo a las pausas, a los silencios; aprenda a callar, no diga todo lo que ve o siente. Y qué decir desde la vida espiritual: hable con Dios y deje que Él le hable. La oración es el mejor camino para encontrarse con Dios; san Agustín decía: “Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él” y pensaba que la oración nos hace sentir que “somos mendigos de Dios”; estamos necesitados del amor y la misericordia de Dios; así que no tenga miedo y hable con Él, exprésele su dolor, sus alegrías, gozos y esperanzas, dígale que siente. Ahora, querido lector, le invito a ponerse en modo “meditación”, en orden a descubrir un camino interesante para hablar con Dios. Para ello, debo volver a hablar de la telefonía celular. Fijémonos cómo los celulares tienen un pin, ya no tan usado ni conocido. En los celulares podemos encontrar llamadas perdidas, pudiendo identificar desde qué número se ha llamado; usted puede contestar o dejar que suene el celular; puede rechazar la llamada si quiere; puede devolver la llamada o dejar mensaje de voz o incluso, puede apagar su celular. Para hablar con Dios tenga en cuenta todo lo anterior: con Dios no hay que pedir cita, siempre está disponible; Él siempre escucha nuestro clamor, no deja sonar y sonar nuestras plegarias; Con Dios no hay llamadas perdidas, ni hay que dejarle mensajes de voz; Dios jamás rechaza nuestra llamada y siempre está atento a nuestras necesidades, su luz no se apaga. Pues bien, si quiere hablar con Dios tenga en cuenta su número de celular: 33, 3; el pin es: “Jeremías”, así que le invito a leer el pasaje bíblico Jeremías 33,3. No lo escribo aquí para que haga el ejercicio y se dé cuenta que Dios siempre nos escucha. Al terminar de leer el texto, piense: ¿Cómo vivo mi relación con Dios? ¿Qué debo decirle a Dios? ¿Cómo abrir mi corazón para hacer su santa voluntad? Vuelva a leer el texto y descubra la gran riqueza que no se puede rechazar. Que, a partir de hoy, cada día, cada jornada, cada decisión que deba tomar, pase por el oxígeno de la oración que nos hará respirar aire puro y nos abrirá las puertas para hablar siempre con Dios. Así que “hable con Dios”. + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia

Mar 17 Ago 2021

La Buena Noticia de la familia

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La familia es una realidad que, de una forma u otra, está siempre viva en toda persona humana. Como toda institución, pasa en algunos momentos por situaciones de crisis que le ofrecen la ocasión de redefinirse armoniosamente en el concierto social. La Iglesia ha recibido una “buena noticia” acerca de la identidad, la configuración y la misión de la familia y es, para ella, un deber y una alegría anunciarla. Tengamos presentes, por tanto, algunos aspectos que debemos trabajar, especialmente este año, en la catequesis y en el acompañamiento pastoral de los jóvenes y de los esposos. 1. Dios es amor y la persona humana tiene la posibilidad de vivir ese amor en la familia. El Dios que Jesús nos ha revelado no es un Dios solitario, lejano, inaccesible, sino un Dios que vive en la comunión de tres personas divinas y busca una cercanía con la humanidad con el propósito de hacerla partícipes de su plenitud y de su felicidad. Todos, sea cual sea nuestra condición y nuestra situación, tenemos un lugar en el corazón de Dios. No existiríamos si él no nos hubiera creado para participar del amor eterno e infinito que él es. Esta realización de la imagen de Dios en nosotros tiene un espacio privilegiado en la vida familiar, que existe precisamente para ayudarnos a vivir nuestra dignidad y a aprender la comunión. 2. La familia se construye y se proyecta a partir de la riqueza de la persona humana a la que Dios ha creado en la doble dimensión de varón y mujer. La pareja que se ama y engendra la vida es una manifestación patente de Dios creador y salvador. Cuando cierta ideología afirma que no hay diferencia entre el varón y la mujer y que cada uno puede elegir para sí el género que quiera, está ignorando la realidad profunda de la diferencia y la reciprocidad de la dimensión masculina y femenina, que tiene arraigo biológico, psicológico e incluso religioso. Si bien ninguna persona puede ser discriminada por su condición sexual, no es posible tampoco vaciar el fundamento antropológico y social de la familia. “Lo creado nos precede y debe ser recibido como un don”. 3. La familia tiene el privilegio y el gozo de generar la vida humana. Debemos aprender a asombrarnos y a agradecer el milagro de la existencia de cada persona humana, por lo que significa en su individualidad y originalidad y por lo que implica para el camino de la humanidad. Si una sociedad no es capaz de transmitir la vida a la generación siguiente, es una sociedad que fracasa en una tarea fundamental. El “invierno demográfico” se empieza a reconocer, en diversos ámbitos, como un verdadero cataclismo. Por tanto, urge valorar esta misión esencial de la familia y lograr que todas las fuerzas vivas apoyen a los esposos que generosamente quieren transmitir el don maravilloso de la vida y asumir la tarea inherente del acompañamiento educativo. 4. La familia es una vocación para la plena realización de la persona. El proyecto de Dios sobre el matrimonio y sobre la familia se configura esencialmente como una llamada a cooperar en su plan de salvación. Esta es la dimensión básica para comprender la vida y la misión de los esposos. La vocación al matrimonio se traduce específicamente en la atracción hacia una determinada persona, en el enamoramiento que se vive, en la decisión de compartir la vida con esa persona y de construir con ella una familia, en el propósito de de proyectar la belleza y la fecundidad de este amor en toda la sociedad. Qué importante transmitir esta convicción particularmente a los jóvenes, haciéndoles ver que en ninguno de los momentos de este proceso Dios está ausente. 5. La familia abre una perspectiva más humana a la sociedad. Una familia sólida enseña a mirar el mundo con responsabilidad y esperanza, transmite valores esenciales como la fidelidad, la sinceridad y la solidaridad, educa para practicar el respeto y la cooperación con los demás. La disminución en las relaciones personales, la pérdida de un adecuado comportamiento ético, la insensibilidad con los más débiles, el recurso permanente a la violencia, están mostrando la necesidad del aporte cultural y social que puede ofrecer, como de un modo natural, esa célula esencial que es la familia. Más aún, por la gracia del sacramento del matrimonio, la familia es para nosotros una “Iglesia doméstica” donde se transmite la vida nueva del Evangelio. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Jue 12 Ago 2021

¿Ya sabe qué es la Asamblea Eclesial?

Por P. Raúl Ortiz Toro – Entre el 21 y el 28 de noviembre de este año 2021, en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en México, se llevará a cabo de manera presencial la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe que ha tenido una primera fase iniciada desde el año pasado y que consiste en la escucha atenta a los clamores del Pueblo Fiel – laicos, clérigos y consagrados – a través de distintas plataformas de participación virtual. La Asamblea responde a una necesidad pastoral como lo es la evaluación del camino recorrido desde la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada en Aparecida en el año 2007, y la proyección de un eco pastoral de largo aliento. El papa Francisco ha querido que, en lugar de convocar una nueva Conferencia de todos los obispos de este continente, luego de casi 15 años de Aparecida, se haga una valoración de lo logrado hasta el momento y un relanzamiento de muchos temas que aún están en etapa de desarrollo. Además, se busca concretar objetivos de orden pastoral para la vivencia de la fe en una espiritualidad de comunión que promueva discípulos misioneros en la Iglesia con miras a dos grandes Jubileos: una especie de plan pastoral a nivel continental con el ánimo de celebrar dentro de una década los 500 años de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe (1531-2031), Emperatriz de América y Estrella de la Evangelización de este continente, y el Jubileo de la Redención, dentro de doce años, con motivo de los Dos Milenios del evento fundante y trascendental de la Muerte y Resurrección de Cristo (33-2033). Los obispos de nuestro continente, a través de la coordinación del CELAM, han trazado algunos objetivos fundamentales como, por ejemplo, lograr que esta Asamblea, la primera de este tipo, sea un “evento eclesial en clave sinodal y no solo episcopal con una metodología representativa, inclusiva y participativa”. Ya aquí nos encontramos con una valiosa interpretación concreta de lo que el Magisterio Pontificio de Francisco ha querido transmitirnos cuando se refiere a la sinodalidad como “caminar juntos”: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seglares y en general todos los que hacemos parte de la Iglesia en América Latina y el Caribe: desde los pequeños monaguillos y los catequistas hasta los señores cardenales, pasando por clérigos y laicos instituidos en ministerios. Para lograr que las voces del Pueblo de Dios lleguen a la Asamblea Eclesial “de Guadalupe” el CELAM ha dispuesto una página de internet para animar la participación de todos: www.asambleaeclesial.lat; en ella, pueden participar de distintas maneras en lo que se ha llamado el “proceso de escucha”, basta con inscribirse en la pestaña “Escucha” con su correo electrónico y responder algunas preguntas muy básicas; y aunque se había proyectado que este proceso se cerraría en el mes de julio ahora recibimos la buena noticia de que se ha ampliado el plazo hasta el 30 de agosto de 2021. Todos los agentes de pastoral debemos motivarnos para que este ejercicio de sinodalidad sea aprovechado al máximo: en cada parroquia, movimiento y realidad eclesial de nuestro continente debería haber, por lo menos, una persona inscrita en el portal para que, por ejemplo, responda la encuesta personal o motive en su contexto la participación de otros en la encuesta grupal o comunitaria; estas encuestas traen preguntas muy valiosas para descubrir y entender los ejes temáticos sobre los que gira o debería girar nuestra pastoral. Pienso que incluso el párroco o sacerdote que quisiera realizar un plan pastoral para su entorno podría inspirarse en esta metodología; también, en segundo lugar, los inscritos pueden participar activamente en los foros para los temas propuestos por el “documento para el camino”, que se puede leer y descargar en pdf en la misma página, o en foros propuestos por algunos participantes e, incluso, proponer otros foros temáticos de acuerdo a las inquietudes e intereses pastorales de su entorno. La idea es que las síntesis de las encuestas y de los foros hagan parte de la Asamblea Eclesial y que la voz de todos los miembros de la Iglesia sea un vivo ejemplo de corresponsabilidad y de participación sinodal. Participar en estos procesos de escucha nos ayuda a entender y apreciar la universalidad de la Iglesia, a sentirnos partícipes de los destinos de nuestras comunidades eclesiales a través de una “relectura agradecida de Aparecida para gestionar el futuro” de modo que se puedan relanzar los grandes temas propuestos por esta Conferencia Episcopal y que aún tienen vigencia. Con mirada esperanzadora podríamos aprovechar esta Asamblea Eclesial para avizorar un nuevo ardor evangelizador en el contexto de la pandemia de covid-19; aunque todavía la pandemia acompaña el caminar de nuestra historia, sin embargo, desde ahora, debemos planear proyectos misioneros y evangelizadores que derriben nuestro letargo y nos pongan nuevamente en sintonía de salida mientras la humanidad supera esta dura crisis sanitaria. Animémonos a participar, seamos Iglesia sinodal y corresponsable. P. Raúl Ortiz Toro Director del Departamento de Doctrina y Promoción de la Unidad y del Diálogo Conferencia Episcopal de Colombia

Lun 9 Ago 2021

Por una Iglesia sinodal (I)

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - A partir de ahora, y hasta el mes de octubre de 2023, vamos a dar inicio a un itinerario de preparación para el Sínodo ordinario de Obispos que tendrá como tema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Es deseo del Papa Francisco, que en todas las diócesis del mundo se lleven a cabo actividades orientadas a ayudar entender y vivir la sinodalidad en la Iglesia, y para ello nos invita a que junto con él se realicen actividades encaminadas también a abrir el camino de preparación del Sínodo, específicamente el domingo 17 de octubre 2021. Es de anotar que en nuestra Arquidiócesis de Cali, este itinerario se había ya iniciado desde hace dos años, con el Plan Pastoral, que tiene como uno de sus pilares hacer de la Arquidiócesis una Iglesia sinodal, a partir de las llamadas asambleas pastorales parroquiales, que esperamos culminar con una gran Asamblea Sinodal Arquidiocesana en el 2023, si Dios quiere. La Santa Sede recoge, a partir de un cuestionario, las experiencias de todo el mundo, que llevarán a la construcción de un documento guía, que servirá para las reflexiones locales y regionales, hasta la redacción de un Instrumentum laboris, que es el documento sobre el cual se trabaja en el Sínodo. Nosotros esperamos compartir con el Papa nuestra experiencia diocesana, como aporte a la Iglesia universal. En los tips que me corresponden, trataré de dar algunas ideas ilustrativas sobre el Sínodo que se abre a partir de ahora, y la forma como éste se puede aplicar en nuestra Iglesia particular. Lo primero que hay que decir es que la palabra sínodo significa “caminar juntos”. La Iglesia, es por naturaleza sinodal, aunque -es necesario reconocerlo- se ha dado mayor fuerza a la estructura jerárquica que la compone, que a su dimensión de “pueblo de Dios”, como bien lo describe el Concilio Vaticano II. Todos hacemos parte del pueblo de Dios que peregrina hacia el cielo. En él todos cabemos, y en él cada uno tiene una tarea, una misión que el Señor confía. En la Iglesia todos somos responsables de ella; la Iglesia somos todos, así somos sinodales. Por eso -repito- la Iglesia es toda sinodal, es decir, es participativa, colegial y fraternal. El Papa, los cardenales, los arzobispos, los obispos, los diáconos, los religiosos, las religiosas, y los fieles laicos con sus diversos dones y carismas, componemos el gran pueblo de Dios, al que entramos hacer parte desde el bautismo, donde somos hechos pueblo real, sacerdotal y profético. En resumen, El Papa Francisco quiere que volvamos a lo esencial de nuestra naturaleza sinodal, y que la Iglesia, en salida misionera, sea valiente para dar los pasos necesarios en orden a leer lo que los signos de los tiempos nos están diciendo hoy. En los próximos tips, veremos qué es un Sínodo y su aplicación en la Arquidiócesis. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar

Mar 3 Ago 2021

“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús” (Santo Cura de Ars)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo 4 de agosto recorda­mos en la liturgia de la Iglesia a san Juan María Vianney, co­nocido como el Santo Cura de Ars, patrono de los párrocos y de los sa­cerdotes. Un sacerdote sencillo y humilde, que supo entregar su vida a Dios y a los hermanos, en un servicio abnegado sobre todo en el sacramen­to de la confesión, logrando desde el confesionario muchas conversiones de personas que llegaban de todas partes a la aldea de Ars, a pedir per­dón al Señor por sus pecados y a reci­bir la gracia de Dios. “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, es una frase que el Santo Cura de Ars repetía y meditaba con frecuencia; nos invita a todos a reco­nocer con gratitud a Dios el don tan grande que representan los sacerdo­tes, para la Iglesia y para cada una de las comunidades parroquiales; quie­nes recibiendo el llamado del Señor y dando una respuesta generosa a su plan de salvación, cada día repiten las palabras y los gestos de nuestro Señor Jesucristo para que pastores y fieles tengan el pan de la Palabra y de la Eucaristía que es el camino a la vida eterna. El Santo Cura de Ars enseñaba a sus fieles con la propia vida. Siempre lo veían en el templo dedicando muchas horas de su tiempo a la oración. Con gran fervor se ponía de rodillas frente al Santísimo Sacramento presente en el sagrario, en actitud contemplativa, y estaba allí sin necesidad de hablar mucho, sino entrando en el secreto de su corazón y orando al Señor como lo pide el Evangelio: “Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te re­compensará” (Mt 6, 6). De su oración contemplativa brotaba un amor pro­fundo por la Eucaristía, pues estaba convencido que todo el celo pastoral en la vida del sacerdote depende de la Eucaristía. Por eso celebraba su misa diaria con gran fervor y unción. Su profunda vida espiritual y fer­vor en el ejercicio de su ministerio sacerdotal, lo llevó a abrazar la Cruz del Señor cada día y a entre­gar su vida en un ser­vicio constante en el confesionario, de tal manera que su alimen­to era la Eucaristía y su lugar de trabajo era el trono de la gracia, donde escuchaba a los penitentes y los lleva­ba hasta Dios. Al conmemorar a este gran santo patrono y modelo de los sacerdo­tes, volvemos la mirada a cada uno de los sacerdotes de la Iglesia y de nues­tra Diócesis, orando por su ministerio para que cada día la fidelidad sea la nota central de los ministros del Se­ñor y así puedan tener un corazón ar­diente de pastores para entregar toda su vida a la evangelización, identi­ficando su vida con la de Jesucristo Buen Pastor. El Concilio Vaticano II hablando de los sacerdotes expresa: “encontrarán en el mismo ejercicio de la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral fluye sobre todo del sacrificio eucarístico” (Presbyte­rorum Ordinis #14), esto significa en el sacerdote una vida interior que se expresa en un corazón ardiente de pastor, con la conciencia de llevar en su vida el misterio de Amor que tiene que ser la fuente de su vida de oración y de todo su apostolado. Un sacerdote al estilo de Jesús, a ejemplo del Santo Cura de Ars, animador de una comunidad pa­rroquial es capaz de renovar y convertir una parroquia, en una comunidad de discípulos misione­ros al servicio del Evangelio. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacer­dote enamorado del Señor puede renovar una parroquia; pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misio­nero que vive el cons­tante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (Do­cumento de Aparecida #201). Este fue el itinera­rio espiritual y pastoral de san Juan María Vianney para la aldea de Ars, quien, enamorado de Nuestro Señor Jesucristo, se dedicó a anunciarlo con su vida y con el ejercicio de su ministerio, que privilegió en el confe­sionario, entregando la gracia de Dios a tantos alejados que acudían a reci­bir el perdón misericordioso y desde allí se fue renovando la parroquia y también su entorno. Hoy el Papa Francisco nos invita a una conversión pastoral y misionera como la que em­prendió el Santo Cura de Ars, con el anhelo de que todas las comunidades lleguen a conocer y amar a Jesucristo. Así lo expresa el Papa cuando dice: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesa­rios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una ‘simple adminis­tración’. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un ‘esta­do permanente de misión” (Evangelii Gaudium #25). El cura de Ars vivió la buena noticia del Evangelio de Nuestro Señor Jesu­cristo y se la hizo descubrir a sus fe­ligreses permaneciendo en medio de su pueblo, como lo afirmó san Juan XXIII en ‘Sacerdotii Nostri Primor­dia’: “como un modelo de ascesis sacerdotal, modelo de piedad y sobre todo de piedad eucarística, y modelo de celo pastoral”, de tal manera que su parroquia rápidamente se fue reno­vando, siendo para los fieles ejemplo de respuesta en la fe, la esperanza y la caridad. En este momento histórico como sa­cerdotes tenemos un gran desafío de iniciar nuevos cristianos y reiniciar a los que se han alejado, mediante un proceso evangelizador que tenga a Jesucristo como centro, para hacer realidad el sueño del Papa Francisco que pide una nueva evangelización donde “el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG #35), que es el mismo Jesucristo, Nuestro Señor. Que la intercesión del Santo Cura de Ars, de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, alcan­cen del Señor muchas bendiciones y gracias, que ayuden a todos los sa­cerdotes a vivir en fidelidad a Cristo y a la Iglesia. A todos los fieles, les concedan seguir unidos en oración y en colaboración con sus sacerdotes en las comunidades parroquiales. Para todos, mi oración y bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta