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Opinión

Mar 19 Jul 2016

Prever

Por Monseñor Froilán Casas -El verbo prever es poco utilizado en nuestra cultura tropical. El significado de esta palabra no es otra cosa que ver con anticipación. Los tropicales infortunadamente vivimos al día y todo a última hora. Por ello nunca nos alcanza el tiempo y a todo llegamos tarde con las excusas de siempre. Hay que ser como la hormiga que trabaja en verano y almacena el alimento para el invierno. La mejor medicina -que lo digan los médicos-, es la medicina preventiva, sin embargo nosotros, comemos cuanta chatarra encontramos y nos parece todo muy rico; mañana, las arterias tapadas por un exceso de colesterol que dificulta o impide la normal circulación de la sangre. Llevas una vida sedentaria y la ingesta de harinas es tu gusto habitual, ¿qué esperas del mañana? Diabetes y obesidad que dificulta la motricidad y agilidad de tu cuerpo. El futuro no viene por arte de magia, tú lo construyes cada día. Llegas a la vejez y sin ningún peso ahorrado, entonces ¿de qué te quejas? Sufre, tú eres el autor del sufrimiento ¿eres masoquista? Tú eliges tu pareja y Dios te ha dado la razón y todas las riquezas de tu cuerpo, elijes mal, ¿quién es el culpable? No le eches la culpa a tus padres, tú y solo tú eres el labrador de tu futuro. El destino no existe, existe tu pereza y la falta de previsión causantes de tu desgracia. Si siembras vientos, cosechas tempestades. No sigue buscando victimarios: tú has sido el problema luego tú eres la solución. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, empieza, nunca es tarde. El mañana lo construyes hoy. ¿Qué estás haciendo hoy? Si eres huraño, ¿cómo tendrás amigos? Ten autoestima, la persona que más merece respeto eres tú mismo. Ánimo, disfruta tu café y hazlo partícipe a los otros, mañana te ofrecerán una taza más caliente cuando llegue el frío del ocaso. Si lloras porque se ha ocultado el sol, las lágrimas no te dejan ver las estrellas. Examina los errores que cometiste durante el día y mañana levántate con el ánimo lleno de frescura, aprende de tus debilidades, aprende que tú no eres Dios y que siempre necesitarás de alguien. Siembra para recoger. Como dice el libro Santo: el que siembra tacañamente, tacañamente cosecha. No ridiculices a nadie, mañana te dirán a ti cosas peores. Levántate de los tropiezos, acepta que tú eres falible, después de un túnel oscuro y lleno de soledad, vienen cosas muy buenas. Recuerda estas máximas: antes de discutir, respira; antes de hablar, escucha. Tú eres dueño de tu silencio y esclavo de tus palabras. Sigamos: antes de herir, siente; antes de rendirte, intenta. No saques el paraguas antes de que llueva, cada día tiene su propio afán. Discúlpate a tiempo, pon la cara ante las fallas cometidas; la mentira es la peor aliada de la vida. Tu amigo no es el que te encuentra sin ningún error, es el que por tu trasparencia, ve tus propias debilidades, las comprende y con todo y eso, te ama. La vida no es esperar que pase la tormenta, es aprender a bailar bajo la lluvia. + Monseñor Froilán Casas Obispo de Neiva

Lun 18 Jul 2016

Plegaria de un Mensajero

Por: Mons. Gonzalo Restrepo - En mi vida me has elegido Señor para ser mensajero. Todos los días tengo que recorrer, casi siempre, el mismo camino, porque tengo unas rutas muy bien definidas. Cuando inicié mi trabajo me parecía difícil y muchas veces me equivocaba, pero ahora, después del tiempo de experiencia que tengo, ya me conozco el recorrido como la palma de mis manos y lo hago con mucha agilidad y rapidez. Gracias Señor por el trabajo que me proporcionas. Para muchos podrá ser un trabajo insignificante y sin importancia; pero, para mí, es un trabajo muy importante y de gran responsabilidad. En la bolsa de manila que llevo y traigo, allí transporto sobres y carpetas, cartas y comunicados, mensajes y encomiendas que tienen un gran interés para quien los envía y para quien los espera y los recibe. Ellos han puesto su confianza en mí y yo quiero responderles con mi trabajo, con mi seriedad y con el cumplimiento de mi deber. Puedo percibir la alegría o la expectativa de las personas que reciben la correspondencia que les llevo. En ocasiones me encuentro con rostros tristes y desesperanzados, no llegó lo que esperaban o llegó una noticia inesperada, sorpresiva y nada agradable. Tengo momentos de cansancio y de pereza por la rutina de hacer todos los días el mismo papel. Algunas veces me ofusco por las carreras que llevo y la poca respuesta que encuentro en quienes tienen que recibir el correo. Tengo días que no quiero saludar a nadie, ni siquiera a mis compañeros, pero Tú me colocas en el camino rostros y personas tan llenas de ti, tan alegres y desprevenidas, tan sinceras y serviciales, tan decentes y buscadoras del bien y de lo mejor, que no tengo más que cambiar. Gracias Señor por todas las personas que me envías y que encuentro en mi camino; en su mirada encuentro tu mirada, su sonrisa es un llamado para vencer mi malhumorada cara, su decencia me invita ser decente con todos, su respeto me inclina a tratar a todos con respeto. Señor, dame la fuerza para realizar de la mejor manera mi trabajo. Hacer mis recorridos con alegría y con sentido de servicio y entrega. Saludar siempre con amabilidad, superar mi tristeza y desánimo, respetar a todos, ser eficiente y prudente, que no indisponga a nadie con mis palabras ni con mis actitudes. Señor, ayúdame a ser mensajero de paz, de bondad, de justicia, de unidad y solidaridad, para que todos los hombres lleguemos a ser lo que tenemos que ser: hermanos. Que yo ponga un buen ambiente en mi trabajo, que evite comentarios en contra de mis compañeros, que sea capaz de comprender la incapacidad de los demás, que no me sienta el más importante y el que mejor hago todo, rebajando o minusvalorando a los demás; Señor, que yo te refleje a ti y pueda descubrir tu rostro y tu presencia en todos los demás. Este día te lo entrego para que hagas de mí lo que quieras. Te pido que siempre me acompañes y que en mis recorridos tú vayas de mi mano para que me protejas de todo mal y me señales el camino de la luz, de la esperanza y del verdadero amor. Y cuando termine la jornada, pueda decirte reconfortado y satisfecho: he terminado mi labor este día, me has hecho crecer y ganar como persona, he sentido tu presencia y compañía. Ahora, Señor, regreso a mi hogar para encontrarme con los míos, los que tú me regalaste, y en la paz hogareña y en el silencio de la noche, dedicarme al descanso para mañana regresar nuevamente a mi trabajo. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Jue 14 Jul 2016

Ante el progreso de los pueblos

Por Monseñor Libardo Ramírez Gómez - Visité, hace pocos días, poblaciones que había conocido como pequeñas, Funza, Mosquera y Madrid, en la Sabana de Bogotá. Fue sorpresivo encontrarlas, a la fecha, como ciudades en pleno desarrollo, circunstancias que me han llevado a pensar en muchos aspectos dignos de resaltar. Como cristiano y Pastor de la Iglesia de Cristo, pensé, enseguida, que ese avance y progreso no está reñido con la fe que pregonó Jesús de Nazaret, sino dentro de sus enseñanzas y en los compromisos que ese factor nos trae a los dirigentes tanto religiosos, como en otras responsabilidades. He recordado cómo desde las primeras páginas de la Biblia, hay llamado de Dios a los humanos de llevar adelante la obra de la creación (Gen. 1,26-27). También, cómo, desde los primeros días del Concilio Vaticano II, afloró en la mente de los Padres Conciliares, la inquietud de iluminar, con la doctrina, grande tesoro de la Iglesia de Cristo, las realidades humanas, y, de allí brotó ese torrente de luz que se dio, en la Constitución Pastoral dedicada a hablar de “La Iglesia en el mundo actual”. Todas esas enseñanzas están dirigidas a colocar al ser humano como centro de la creación. Norma para toda actividad humana, es que sea “conforme al auténtico bien del genero humano y permita al hombre cultivar y realizar, íntegramente, su plena vocación” (n.35). Grande es la creación, “casa para la humanidad” como ha recordado recientemente el Papa Francisco, que llega a su pleno valor cuando está, con sus progresos, al servicio del hombre. Fue el Papa Paulo VI, quien, a un poco más de un año de clausurado el Vaticano II (26-03-97), entregó al mundo su extraordinaria Encíclica “Populorum Progressio”, en la cual puntualizó las enseñanzas de la Constitución “Gaudim et Spes”, antes aludida, e invitó a “una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico, que obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres” (n-1). Reclama, el Papa, “un desarrollo integral del hombre”, y precisa que ha de “promover a todos los hombre y a todo el hombre” (n. 14), sin alterar la verdadera escala de valores (n. 18), y clama por una técnica inspirada en comprometido humanismo (n. 20). Pide ubicación en el respeto a todos los seres humanos, dentro del ideal consagrado en la Gaudium et Spes, que sean los bienes y el progreso en beneficios de todos los humanos, con llamado a trabajar todos con sentido comunitario (n. 22). Dentro del plan de Dios, dice el Papa, se ha de avanzar en un “desarrollo solidario de la humanidad”, con preocupación por los más débiles, con equidad en las relaciones, con caridad y solidaridad universal (n.n. 45-75). Pero esa tarea ha de cumplirse con decidido empeño de llevar a los pueblos a un efectivo y equilibrado progreso, base de paz estable entre las gentes, pues “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz” (n. 76). A esta tarea convoca el Papa, a gobernantes, a sabios, a dirigentes cívicos y sociales, a todos los creyentes, a todos los hombres de buena voluntad (n.n. 81-86). Entonces, el progreso de nuestras poblaciones, el mejor estar de nuestras gentes, sin olvidar su cultivo espiritual, es algo del todo acorde con el pensamiento cristiano, y es deber de los pastores invitar a las gentes a la laboriosidad, con sentido de responsabilidad universal. Ese progreso es en el que hay qué pensar debidamente, hacer tomar conciencia de las serias responsabilidades de los pastores de almas sobre sus fieles. Es este el derrotero que señala nuestra Iglesia, seguido en países aún no católicos, con gran éxito. Allí se pone fe no tanto en pactos o tratados de paz, con tanto interés de dominio de ciertos grupos y que dejan tanta duda de rectas intenciones. Es con base en laboriosidad honrada, con amor y no con odio o violencia. Solo así se llegará a verdadera paz. Monseñor Libardo Ramírez Gómez *Obispo Emérito de Garzón Email: [email protected]

Lun 11 Jul 2016

Recuperar el camino de los jóvenes

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - A finales de julio, se realizará en Cracovia la Jornada Mundial de la Juventud. Un acontecimiento eclesial, que comenzó con San Juan Pablo II y bajo la dirección de los siguientes Papas, llega ahora a su XXXI versión. Será una nueva ocasión para congregar miles de jóvenes de todo el mundo, para que vivan un encuentro con Cristo y sientan una llamada a seguirlo en la Iglesia. El tema para este año es la quinta bienaventuranza: “Felices los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. Este encuentro internacional de jóvenes, que para que sea realmente fructuoso y tenga una irradiación más amplia debe ser preparado y asumido de alguna manera por la pastoral juvenil de cada diócesis y de cada parroquia, es una buena oportunidad para hacernos conscientes de la realidad y la importancia de la juventud en el mundo y en la Iglesia. No pocas veces perdemos el ritmo y los espacios de los jóvenes; con frecuencia estamos al margen de los problemas vitales de las nuevas generaciones; debemos confesar con franqueza que en muchas parroquias la pastoral juvenil es una “asignatura pendiente”. No basta realizar ciertos eventos para los jóvenes; es preciso hacer el recorrido vital con ellos. Esta tarea corresponde en primer lugar a la familia; basta mirar cómo actúa un joven para saber si proviene de un hogar que lo acompaña. Esta misión incumbe al mundo de la educación, que no puede contentarse con trasmitir datos sino que, desde sus posibilidades, debe también enseñar a vivir. Este deber atañe de modo especial a la Iglesia, llamada a incorporar los jóvenes con sabiduría, con amor, con profundo respeto a su libertad, a la vida en plenitud que debe tener cada comunidad cristiana. De un modo concreto, urge la formación de grupos juveniles en las parroquias, donde puedan hacer un itinerario personal y comunitario que les permita crecer en humanidad, mientas se sitúan adecuadamente en el mundo, aprenden a integrarse creativamente con los demás, logran conquistar su libertad y entran en un proceso trascendente que los ponga en comunión con Dios. Estos grupos deben estar en red, a distintos niveles, para liberarlos del individualismo, que impide verdaderos e integrales procesos de formación. El trabajo pastoral con los jóvenes no puede ser mero entretenimiento. Urge llevarlos a que, con un proceso de sólida formación, se encuentren consigo mismos, descubran la presencia de Dios que ya se da en ellos y vayan asumiendo su propia misión en el mundo. Más que quejarnos porque las instituciones llamadas a hacerlo no les transmiten la fe o porque frecuentemente constamos en ellos irreflexión e indiferencia, debemos ver allí una oportunidad maravillosa para llevarlos a la vida cristiana, desde el comienzo, de un modo auténtico, integral y pleno. Qué maravillas se pueden realizar en la pastoral juvenil. Los jóvenes hoy, como nunca, están necesitados de orientación y acompañamiento. Hay que ayudarlos a configurar bien la humanidad que van a usar toda la vida; en este campo no se puede andar con ligereza y con superficialidad. Hay que entregarles el Evangelio vivo, que les sirva para afrontar todo lo que venga para ellos en el futuro. Hay que llevarlos a que aprendan, desde ya, a analizar la realidad, a situarse en ella y a comprometerse con la construcción de un mundo nuevo. Definitivamente, tenemos que recuperar el camino de los jóvenes. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Sáb 9 Jul 2016

Para orar, meditar y vivir

Seguimiento – Misericordia Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo - Seguir a Jesús, ser sus discípulos implica identidad y misión, pero es además una acción concreta que se manifiesta en la misericordia. No basta con decir Señor, Señor, ni tampoco es suficiente saber la ley. Es necesario reconocer la vida eterna como una acción absolutamente gratuita de Dios, pero que me compromete compasivamente con el prójimo. Con éste preámbulo que nos muestra la estrecha unidad de la liturgia de la Palabra de cada domingo, miremos la pregunta con la cual comienza el evangelio de hoy: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Pregunta hecha por un letrado a Jesús, además, para ponerlo a prueba. Jesús antes de responder plantea a su vez otra pregunta: ¿Qué dice la escritura o que dice la ley? La respuesta del letrado es precisa y demuestra gran erudición: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser y amarás a los demás como te amas a ti mismo”. La clave es el amor, ¿pero qué clase de amor? Amar es el imperativo del cristiano. Amar al estilo de Dios, amar como Dios ama, amar sin limites, amar sin esperar recompensa. Dice San Agustín: “la medida del amor es el amor sin medida”. Según el texto y la respuesta del letrado, que recibe la aprobación de Jesús, la ley como ley es clara y contundente, la ley es precisa, la ley es propositiva, la ley es un consenso. Aún más la ley según la Sagrada Escritura es un mandato: “Amarás al Señor tu Dios…”; pero la clave está en el corazón y en la mente. Del corazón del hombre nacen la buenas y las malas intenciones. La ley sin un corazón nuevo, sin un corazón anclado en Dios, se queda en letra muerta que no transforma absolutamente a nadie. El hombre del evangelio sabe perfectamente la ley, es un hombre doctrinalmente bien formado, sabe que la vida eterna es una herencia, es don, es misericordia. En la conversación con Jesús el letrado no se contenta con responder bien. Recordemos que él quiere poner a prueba a Jesús y además quiere demostrarle que él es un hombre justo. El Señor va más allá, Él exige que el amor a Dios se manifieste en lo práctico, en el amor a los hermanos. Dice el apóstol San Juan: “Cómo dices tu que amas a Dios a quien no ves, si no amas a tu hermano a quien si pues ver”, y San Mateo en el capítulo 25 dice: “Todo aquello que hiciste con uno de mis hermanos más pequeños a mi me lo hiciste”. Así pues, amar a Dios con todo el corazón, con toda la inteligencia, con todo el ser, consiste en amar al prójimo con la misma fuerza que Dios nos ama y con el mismo impulso que de nuestra parte decimos que amamos a Dios. La pregunta que el letrado le hace a Jesús, es también nuestra pregunta: ¿Y quien es mi prójimo? La respuesta de Jesús, es la respuesta valida para hoy y para mañana. Es una respuesta testimonial, ejemplarizante y contundente, se trata de un hecho real y no de un simple discurso sobre la misericordia. La respuesta a la pregunta la tiene la parábola del buen samaritano. Miremos la acción de éste hombre de Samaria. Con los siguientes gestos manifiesta misericordia, compasión, cercanía y fraternidad. El samaritano va de camino y se encuentra con un hecho inesperado y espontáneo: un herido en el camino. Allí está la oportunidad para ejercer la caridad y la misericordia sin mucho discurso y quizás sin saber mucha doctrina al respecto. Contemplemos su actitud: Se acerca, venda las heridas, monta al herido en su propia cabalgadura y lo traslada a una posada, cuida personalmente de él, paga la cuenta de la primera noche y deja su anticipo, se muestra disponible para seguir cuidando de él. El samaritano se involucra activamente en la vida del enfermo. El samaritano se conmovió interiormente, hasta tal punto que el dolor del enfermo del camino le entró hasta sus entrañas, hasta su propio corazón, por eso tuvo compasión. El samaritano no es un asistencialista, comparte el dolor del enfermo y hace todo lo que está a su alcance para que el herido restablezca su salud. Recordemos que una vez recuperada su salud el hombre puede volver a sus labores cotidianas y recuperar sus relaciones con los demás. Hermanos, ser prójimo es tomar la iniciativa para ir hacía el otro, en especial hacía aquel que sufre. No se pueden trazar limites en el amor, hay que ayudar allí donde Dios nos ha puesto. Soy yo el que me hago prójimo, para ver la necesidad y poder socorrer al otro. En el prójimo estoy yo porque lo amo. El samaritano se hizo prójimo del herido y no se preguntó quien era el otro, respondió en lo inmediato y en una necesidad real. Conclusión final de la parábola: ¿Cuál de los tres se comportó recta y misericordiosamente? Quien práctico misericordia. ¡Anda, y haz tu lo mismo! La misericordia hace que el seguimiento del Señor sea concreto y se dé realmente en la acción. El discípulo debe saber, pero debe también practicar lo que sabe. Finalmente, es necesario decirlo: la misericordia es la manera más concreta y real de demostrar que se es discípulo del Señor. Sin misericordia no se es cristiano. Tarea: Practiquemos la misericordia. Que no pase una semana sin visitar a un enfermo y manifestarle nuestro acompañamiento, nuestra misericordia. Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Mar 5 Jul 2016

El futuro del país depende de un acuerdo de paz inclusivo, que reconozca derechos humanos

Por: Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria. - La noticia que el gobierno colombiano y los guerrilleros de las FARC han acordado cese el fuego bilateral y definitivo, podría anunciar un nuevo comienzo para un país que ha sido testigo del conflicto interno de más larga duración en el hemisferio occidental. En medio siglo, por lo menos 220.000 personas han perdido la vida en Colombia, en contexto del conflicto armado; más de 25.000 han desaparecido; más de seis millones han sido desplazados, y miles de personas han sufrido violencia sexual. Después de más de tres años de los diálogos de paz, damos la bienvenida al cese el fuego como un paso importante. Pero tenemos que ser realistas. Las FARC es uno de varios grupos ilegales armados en el país. Otro grupo es el Ejército de Liberación Nacional, ELN, que anunció en marzo el comienzo de conversaciones oficiales con el Gobierno, pero sigue demostrando su capacidad militar. A menos que el ELN también acuerde un cese el fuego bilateral y firme un acuerdo de paz negociada, no podemos decir que el conflicto armado ha terminado, ya que, en muchas regiones, las hostilidades y las violaciones a los derechos humanos continuarán. También se reciben amenazas fuertes de los grupos paramilitares que se formaron originalmente en oposición a las FARC y que no lograron la desmovilización completa tras las negociaciones que terminaron diez años atrás. Estos grupos tienen influencia o control en las zonas cercanas a las históricamente controladas por la FARC. Todavía hay informes humanitarios del desplazamiento forzado como consecuencia de enfrentamientos armados entre estas organizaciones que disputan el territorio para uso de minería ilegal, tráfico de drogas y otras actividades criminales. ¿Si la violencia llega a su fin, que se requeriría para crear una paz duradera? En primer lugar, tendríamos que trabajar con comunidades que no han conocido otra cosa que el conflicto armado desde hace más de 50 años. El éxito de los acuerdos dependerá de lo involucrada que esté, en particular, la población rural. Colombia es un país muy diverso, tanto en lo cultural como en la forma en que el conflicto armado ha afectado a diferentes regiones. Esto exige una solución con enfoque regional, no simplemente planificada desde Bogotá. Durante décadas, el país no ha tenido una política rural. Aquellos que viven en el campo no se han reconocido o representado por parte del Estado de manera adecuada. El primer punto de los acuerdos de La Habana es la reforma agraria, lo que -en caso de implementarse- requerirá profundos cambios políticos. Para ver la magnitud de desigualdad que hay en el país, sólo tenemos que mirar la enorme cantidad de tierra acumulada por muy pocos. En segundo lugar, se deben reconocer los derechos de las víctimas del conflicto. Para la gran mayoría de la sociedad colombiana, la credibilidad del proceso de negociación dependerá de esto. Cáritas Colombia, trabaja con las víctimas para asegurar que sus voces y opiniones sean tenidas en cuenta por el Estado, pero nos enfrentamos a enormes obstáculos, entre ellos la corrupción que existe en todos los niveles, en particular con relación a la justicia. La gente simplemente no cree que el sistema judicial vaya a resolver sus problemas de manera satisfactoria. La solución no son más leyes, sino la creación de una cultura de la legalidad y la igualdad social. Trabajando con el Gobierno, Cáritas Colombiana ha llamado la atención del costo real del conflicto. Nuestro trabajo con grupos locales en áreas de intensos combates ha sido especialmente significativo. Estas personas valientes, que a menudo levantan la voz con un inmenso riesgo para sus propias vidas, han desempeñado un papel clave en la promoción de una solución pacífica. Los colombianos deben ser capaces de vivir en una sociedad libre de corrupción. Para que esto suceda, es necesario un cambio fundamental en lo público y en la política, con la violencia dando paso a una cultura que fomente la inclusión social y reconozca la dignidad humana. Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria. Director del SNPS Cáritas Colombiana.

Lun 4 Jul 2016

Con humildad saborearemos la paz

Por Monseñor Froilan Casas - En Colombia y en el mundo siempre hemos hablado de paz. Recientemente salió una información afirmando que solo diez países del planeta viven en paz, a saber: Islandia, Nueva Zelandia, Austria, Suiza, Irlanda, Dinamarca, Eslovenia, Suecia, Noruega y Finlandia. Un poco más adelante están dos latinoamericanos, a saber: Chile y Uruguay. Hay varias razones para llegar a ese estado hermoso de la paz: una alta educación, índice mínimo de desempleo; como consecuencia de la educación, alta cultura ciudadana. Un factor muy importante, mínima corrupción. Infortunadamente Colombia está entre los países más corruptos del mundo. ¡Qué horror! Afirmo sin vacilación, el mayor enemigo de la paz es la deshonestidad en el manejo de la cosa pública y por qué no decirlo, también en el sector privado. La paz es un proceso permanente, la paz no viene solo por la firma de un acuerdo; éste paso es importante, pero no es el único. El discurso sobre la paz debe ofrecerse sin violencia, sin descalificar a nadie; la agresividad es contraria a la paz. La paz implica aceptar el disenso, obviamente un disenso respetuoso. Una democracia madura es la que sabe aceptar los resultados. Los ciudadanos deben ser críticos en la toma de opciones y por ende, deben buscar siempre el bien común. Por favor, dejemos de estigmatizar con calificativos grotescos las opiniones contrarias; ese no es el camino expedito para la paz. El libro santo nos habla con frecuencia de la paz. La paz ha sido un anhelo constante de la humanidad y a ello no está ajeno el autor sagrado. El hombre es un ser paradoxal, quiere la paz y a la par hace la guerra. Israel y Palestina llevan centurias hablando de paz y la paz sigue siendo muy esquiva. Mientras no desarmemos los corazones, no habrá paz. La paz consiste en la capacidad de aceptar un sano pluralismo en la sociedad en que vivimos. La paz consiste en la posibilidad de convivir con las diferencias, respetándonos mutuamente. Es más, las diferencias enriquecen. Unos mínimos valores universales nos permitirán no devorarnos mutuamente. En la guerra, todos perdemos. Queremos una paz en la que no haya vencedores ni vencidos. Una paz triunfalista no es el verdadero sendero de la paz. Lo que se celebra con arrogancia se pagará con vergüenza. Partamos de un hecho: todos los colombianos queremos la paz, pueda que las lecturas de los hechos sean distintas; pero en lo que todos debemos estar comprometidos es en ser constructores de paz. Sigamos el discurso bíblico. La paz que añora el Israel de los profetas, es la paz que está precedida de la justicia. Por ello, la justicia y la paz se besan; más aún, si quieres la paz, trabaja por la justicia. Mientras haya hambre en el país, no habrá paz; mientras no se manejen con honestidad los bienes del Estado, no habrá paz. Un Estado es terrorista cuando sus funcionarios no atienden y no responden con eficacia la demanda de los ciudadanos. Unas obras inconclusas e improvisadas son generadoras de violencia; el despilfarro con los bienes públicos es fuente de violencia. Políticas sociales de mero asistencialismo no desarrolla los pueblos. + Froilán Casas Obispo de Neiva.

Jue 30 Jun 2016

¿Justicia social hoy?

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En un momento muy particular de la historia, entre el siglo XIX y el siglo XX, un Pontífice, el Papa León XIII realizó profundas reformas en la Iglesia y puso en el centro de la discusión teológica y pastoral la situación de los obreros y de la realidad social. Un gran Pontífice, que con una de sus Encíclicas entró en un tema apasionante y que ha sido central en la historia de la acción pastoral de la Iglesia Católica, la llamada cuestión social. El Papa León XIII, fue acompañado y ayudado en su tarea por un sacerdote Jesuita, el Padre Luigi Taparelli (Turin, Italia, 1793 - Roma, 1862). El fue quien acuñó la expresión Justicia Social. En la tradición cristiana se hace referencia al término de justicia, “dando a cada uno según le corresponda”, este es un concepto que viene desde las doctrinas y enseñanzas de Aristóteles (Ética a Nicómaco, libro V). Este concepto de Justicia en Aristóteles, fue también desarrollado en el contexto de la cultura Romana, con una precisa locución, “Uniqueque suum”, a cada uno lo suyo. Es la que podemos llamar una justicia distributiva, que daba a los hombres aquello que les correspondía precisamente. Una justicia entendida en el marco de la distribución equitativa a todos según cuanto les corresponda. Esta virtud es la base de la conservación del mundo, del equilibrio entre las relaciones que unen a las personas y establecen las responsabilidades. Una reflexión filosófica, profunda que nos pone en este contexto de aquellos que cooperan al bien y al equilibrado desarrollado de los hombres. Esta situación sirvió a la Iglesia y, concretamente, al Papa León XIII para leer una situación completa y muy difícil que el mundo vivía en el desarrollo de las cuestiones sociales que habían creado las relaciones entre el capital, el trabajo, los obreros y el gran desarrollo de la industria. Se puso en ese momento, al final del siglo XIX, el tema de la pobreza, del gran desarrollo de las cuestiones sociales, pero en definitiva era la pérdida de los valores de la persona humana y de sus derechos. Este tema es el llamado argumento de la “cuestión social” que el Papa quiere poner en el centro de la reflexión de la Iglesia en esa Encíclica, Rerum Novarum, “Las cosas nuevas” que permite a la Iglesia establecer nuevamente la que se llama hoy, la “ Doctrina social de la Iglesia”. El respeto de la persona humana, el derecho a la propiedad por parte de todos, el derecho a un salario justo, las dignas condiciones en el trabajo y el descanso dominical, fueron los elementos centrales de esta reflexión sobre la llamada “Justicia Social”. El Evangelio de Cristo no puede existir alejado de las situaciones y de los hechos que afectan a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Esa “Doctrina social de la Iglesia” es la respuesta y la lectura de muchos hechos y situaciones desde el Evangelio de Cristo, desde su enseñanza. La fe en Cristo tiene que propiciar una forma de vida, una moral, que haga translucido el Evangelio y las enseñanzas de Jesús. No es algo ajeno a la voluntad de Dios o a su Palabra, es parte de ella misma y nos debe hacer pensar profundamente en la vida y en el camino en el cual formamos nuestra fe y nuestras respuestas a los problemas sociales, de siempre y que hoy vivimos. Con Cristo nace y renace la Justicia Social. Nuestra fe, nuestro camino como iglesia de la Diócesis de Cúcuta, tiene que poner siempre en el centro de nuestra reflexión, trabajo y de nuestra comunidad a Cristo. Ello pasa obligatoriamente por la opción por fortalecer la persona humana, su condición y dignidad, por el buscar los derechos y justicia para todos. Elementos sencillos los que en este concepto, hace muchos decenios defendió y presentó el Papa León XIII, pero que siguen siendo válidos y que nosotros tenemos que fortalecer. Todavía hoy estos restos son actuales entre nosotros, tenemos que vivir una Justicia Social, tiene que propiciarse que muchos hermanos y hermanas nuestras vivan en condiciones dignas, tengan un salario, tengan los medios para sustentarse y sustentar a sus familiares, para que puedan asociarse libremente y defender sus derechos y asumir sus obligaciones La Justicia Social ha cambiado también, se va afirmando cada vez más la necesidad de defender al hombre, su entorno, su vida (desde la concepción hasta el término natural). La opción del Evangelio y la aceptación de la Buena Noticia de Cristo Jesús, pasa necesariamente por la “Vía del hombre” que es el camino de la Iglesia, con la frase de San Juan Pablo II en la Encíclica Redemptor Hominis: “Este hombre es el camino de la Iglesia, camino que conduce en cierto modo al origen de aquellos caminos por los que debe caminar la Iglesia, porque el hombre -todo hombre sin excepción alguna- se ha unido a Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello, «Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre» -a todo hombre y a todos los hombres- «… su luz y su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación»” (San Juan Pablo II, Encíclica Redemptor Hominis.N.14). Para nuestra Diócesis y para Cúcuta, concretamente, éste es un gran reto. Una ciudad que tiene grandes signos de pobreza y de exclusión de las personas -hombres y mujeres, jóvenes y niños, ancianos- un reto inaplazable. De nuestra opción por Cristo y por su Evangelio, por la aceptación de su mensaje de salvación, tenemos que ir a ayudar y proteger al hombre, darle aquello que le corresponde justamente, esta es la Justicia Social. Es importantísimo para nosotros esta Justicia Social, porque de ella depende el futuro de la paz que todos estamos tratando de construir. ¡Alabado sea Jesucristo! + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta