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Situación de la Iglesia tras la muerte del Papa Francisco
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Por Pbro. Carlos Guillermo Arias Jiménez - El canon 335 del Código de Derecho Canónico (CIC) nos dice que al quedar vacante o totalmente impedida la sede romana, nada se ha de innovar en el régimen de la Iglesia universal y por lo tanto han de observarse las leyes especiales dadas para esos casos. En este momento, tras la muerte del Papa Francisco, nos encontramos en sede vacante.
En cuanto a las leyes especiales dadas para este caso, nos remitimos a la Constitución Apostólica UNIVERSI DOMINICI GREGIS, del papa Juan Pablo II, del 22 de febrero de 1996, dedicada a los temas de la vacante de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice. Este documento, como lo refiere el mismo Papa Juan Pablo II, contiene las normas a las que, cuando tenga lugar la vacante de la Sede Romana, deben atenerse rigurosamente los Cardenales que tienen el derecho-deber de elegir al Sucesor de Pedro, Cabeza visible de toda la Iglesia y Siervo de los siervos de Dios.
Este documento está compuesto por dos grandes partes, la primera dedicada a la vacante de la sede Apostólica que, en cinco capítulos, presenta todo lo referente a los poderes del Colegio de Cardenales mientras está vacante la sede, a las congregaciones de los cardenales para preparar la elección del Sumo Pontífice, además de algunos cargos durante la sede vacante, las competencias de los dicasterios de la Curia Romana y las exequias del Romano Pontífice. En la segunda parte, dedicada al tema de la elección del Romano Pontífice, se expone en siete capítulos lo referente a los electores, el lugar de la elección y las personas admitidas en razón de su cargo, el comienzo de los actos de elección, la observancia del secreto sobre todo lo relativo a la elección, el desarrollo de la elección, lo que se debe observar o evitar en la elección del Sumo Pontífice, y finalmente la aceptación, proclamación e inicio del ministerio del nuevo Pontífice.
A estas normas se le han hecho dos modificaciones, ambas por el Papa Benedicto XVI, la primera el 11 de junio del año 2007, en el que se modifican algunas cuestiones relacionadas a los escrutinios en las votaciones de los cardenales y la segunda modificación a través de la Carta Apostólica Normas Nonnullas, publicada el 22 de febrero del año 2013, donde se modifican las normas publicadas en el 2007 y otras de las establecidas por el Papa Juan Pablo II, relativas a la elección del Romano Pontífice.
La Sede Vacante
A la muerte del Pontífice todos los jefes de los Dicasterios de la Curia Romana, tanto el Cardenal Secretario de Estado como los Cardenales Prefectos y los Presidentes Arzobispos, así como también los Miembros de los mismos Dicasterios, cesan en el ejercicio de sus cargos. Se exceptúan el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana y el Penitenciario Mayor, que siguen ocupándose de los asuntos ordinarios, sometiendo al Colegio de los Cardenales todo lo que debiera ser referido al Sumo Pontífice.
Apenas recibida la noticia de la muerte del Sumo Pontífice, el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana debe comprobar oficialmente la muerte del Pontífice en presencia del Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, de los Prelados Clérigos y del Secretario y Canciller de la Cámara Apostólica, el cual deberá extender el documento o acta auténtica de muerte. Además, sellar el estudio y la habitación del mismo Pontífice, disponiendo que el personal que vive habitualmente en el apartamento privado pueda seguir en él hasta después de la sepultura del Papa, momento en que todo el apartamento pontificio será sellado. Es competencia del Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, durante la Sede vacante, cuidar y administrar los bienes y los derechos temporales de la Santa Sede, con la ayuda de tres Cardenales Asistentes.
El Decano del Colegio de los Cardenales, sin embargo, apenas haya sido informado por el Cardenal Camarlengo o por el Prefecto de la Casa Pontificia de la muerte del Pontífice, tiene la obligación de dar la noticia a todos los Cardenales, convocándolos para las Congregaciones del Colegio. Igualmente comunicará la muerte del Pontífice al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y a los Jefes de Estado de las respectivas Naciones. Durante la Sede vacante, todo el poder civil del Sumo Pontífice, concerniente al gobierno de la Ciudad del Vaticano, corresponde al Colegio de los Cardenales, el cual sin embargo no podrá emanar decretos sino en el caso de urgente necesidad y sólo durante la vacante de la Santa Sede.
Después de la muerte del Romano Pontífice, los Cardenales celebrarán las exequias en sufragio de su alma durante nueve días consecutivos, según el Ordo exsequiarum Romani Pontificis, cuyas normas, así como las del Ordo rituum Conclavis ellos cumplirán fielmente.
A nadie le está permitido tomar con ningún medio imágenes del Sumo Pontífice enfermo en la cama o difunto, ni registrar o grabar sus palabras para después reproducirlas. Si alguien, después de la muerte del Papa, quiere hacer fotografías para documentación, deberá pedirlo al Cardenal Camarlengo, el cual no permitirá que se hagan fotografías del Sumo Pontífice si no está revestido con los hábitos pontificales.
Desde el momento en que la Sede Apostólica quede vacante, se debe esperar durante quince días completos a los Cardenales ausentes de la ciudad de Roma antes de iniciar el Cónclave, aunque los Cardenales tienen la facultad de anticipar el comienzo del mismo, si consta la presencia de todos los electores, así como la de retrasarlo algunos días si hubiera motivos graves, pero, en todo caso, al máximo de veinte días desde el inicio de la Sede vacante, todos los Cardenales electores presentes están obligados a proceder a la elección.
En todo caso, siempre habrá que estar pendiente de las indicaciones que, a través de los medios oficiales, la Santa Sede estará emitiendo sobre las exequias del Santo Padre, así mismo sobre todo lo referente a la sede vacante y la realización del cónclave.
El Cónclave
El derecho de elegir al Romano Pontífice corresponde únicamente a los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, con excepción de aquellos que hayan cumplido 80 años de edad antes del día de la muerte del Sumo Pontífice o del día en que la Sede Apostólica quede vacante. Ningún Cardenal elector podrá ser excluido de la elección, activa o pasiva, por ningún motivo o pretexto. Todos los cardenales están obligados, en virtud de santa obediencia, a cumplir con el anuncio de convocatoria y acudir al lugar designado, a menos que estén impedidos por enfermedad u otro impedimento grave.
Desde el comienzo del proceso de elección hasta el anuncio público de que se ha realizado la elección del Sumo Pontífice, o hasta que así lo ordene el nuevo Pontífice, los locales de la Domus Sanctae Marthae y, de manera especial, la Capilla Sixtina y las áreas destinadas a las celebraciones litúrgicas, deben estar cerrados a personas no autorizadas, bajo la autoridad del Cardenal Camarlengo y con la colaboración externa del Sustituto de la Secretaría de Estado. Se debe cuidar especialmente que nadie se acerque a los Cardenales electores durante el traslado desde la Domus Sanctae Marthae al Palacio Apostólico Vaticano.
A todos los Cardenales electores les está prohibido mantener cualquier tipo de comunicación con el exterior desde el comienzo del proceso de elección hasta que ésta tenga lugar y sea anunciada públicamente. Las personas que, por razón de su oficio, tengan acceso a los Cardenales o a los lugares donde ellos se encuentren, deben prestar juramento de mantener en secreto todo lo que puedan ver y escuchar, y abstenerse de usar cualquier elemento electrónico de grabación o comunicación.
En el día establecido para el inicio del Cónclave, todos los Cardenales se reunirán en la Basílica de San Pedro en el Vaticano para participar en una solemne celebración eucarística con la Misa votiva Pro eligendo Papa, que debe celebrarse preferiblemente en la mañana. En la tarde, desde la Capilla Paulina del Palacio Apostólico, los Cardenales electores irán en solemne procesión, invocando con el canto del Veni Creator la asistencia del Espíritu Santo, a la Capilla Sixtina del Palacio Apostólico, lugar y sede del desarrollo de la elección. Se deberá cuidar que dentro de dicha Capilla y de los locales adyacentes, todo esté dispuesto de manera que se preserve la normal elección y el carácter reservado de la misma.
Llegados los Cardenales electores a la Capilla Sixtina, en presencia aún de quienes han participado en la solemne procesión, emitirán el juramento. Una vez terminado, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias pronunciará el "extra omnes" y todos los ajenos al Cónclave deberán salir de la Capilla Sixtina.
El Papa Juan Pablo II, en la Universi Dominici Gregis, estableció el modo de realizar los escrutinios en los números 64 al 77. En ellos se detallan las formas de entregar y recoger las papeletas y su conteo. En la tarde del primer día del cónclave, podría realizarse un solo escrutinio. En los días sucesivos, si la elección no ha tenido lugar en el primer escrutinio, se deben realizar dos votaciones tanto en la mañana como en la tarde, comenzando siempre las operaciones de voto a la hora previamente establecida en las Congregaciones preparatorias. Al terminar las dos votaciones de la mañana, tendrá lugar la quema de las papeletas, y lo mismo por la tarde. Para la elección válida del Romano Pontífice se requieren al menos los dos tercios de los votos, calculados sobre la totalidad de los electores presentes y votantes.
En este documento también se advierte a los cardenales sobre pactos, alianzas o la intromisión de autoridades civiles en el proceso de elección. Los Cardenales deben abstenerse de toda forma de pactos, acuerdos, promesas u otros compromisos de cualquier género que los obliguen a dar o negar el voto a uno o a algunos. Si esto sucediera en realidad, incluso bajo juramento, tal compromiso es nulo e inválido y nadie está obligado a observarlo, so pena de la excomunión latae sententiae para los transgresores de esta prohibición. Igualmente, está prohibido a los Cardenales hacer capitulaciones antes de la elección, es decir, tomar compromisos de común acuerdo, obligándose a llevarlos a cabo en el caso de que uno de ellos sea elevado al Pontificado. Estas promesas, aun cuando fueran hechas bajo juramento, son nulas e inválidas.
También se exhorta a los Cardenales electores, en la elección del Pontífice, a no dejarse llevar por simpatías o aversiones, ni influenciar por el favor o relaciones personales con alguien, ni moverse por la intervención de personas importantes, grupos de presión, medios de comunicación social, la violencia, el temor o la búsqueda de popularidad.
La Elección del Romano Pontífice
Realizada la elección canónicamente, son llamados al aula de la elección el Secretario del Colegio de los Cardenales y el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias. Posteriormente, el Cardenal Decano, en nombre de todo el Colegio de los electores, pide el consentimiento del elegido con las siguientes palabras:
¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?
Una vez recibido el consentimiento, le pregunta:
¿Cómo quieres ser llamado?
Entonces, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, actuando como notario y teniendo como testigos a dos Ceremonieros que serán llamados en ese momento, levanta acta de la aceptación del nuevo Pontífice y del nombre que ha tomado.
Después de la aceptación, el elegido que ya haya recibido la ordenación episcopal es inmediatamente Obispo de la Iglesia romana, verdadero Papa y Cabeza del Colegio Episcopal. En cambio, si el elegido no tiene el carácter episcopal, será ordenado Obispo inmediatamente. Esta ordenación debe hacerla, según la costumbre de la Iglesia, el Decano del Colegio de los Cardenales o el más antiguo de los Cardenales Obispos.
Cumplidas todas las formalidades previstas, los Cardenales se acercan para expresar un gesto de respeto y obediencia al nuevo Sumo Pontífice. A continuación, se dan gracias a Dios. El Cónclave se concluye inmediatamente después de que el nuevo Sumo Pontífice elegido haya dado su consentimiento a la elección, salvo que él mismo disponga otra cosa. Luego, el primero de los Cardenales Diáconos anuncia al pueblo, que está esperando, la elección y el nombre del nuevo Pontífice, con estas palabras:
Annuntio vobis gaudium magnum:
Les anuncio un gran gozo:
Habemus Papam;
Tenemos Papa
Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum [prænomen] Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem [nomen],
El eminentísimo y reverendísimo señor, Don [nombre], el cardenal de la Santa Iglesia Romana [apellido],
qui sibi nomen imposuit [nomen pontificale].
quien se ha impuesto el nombre [de] [nombre papal].
Inmediatamente después, el nuevo Papa, imparte la Bendición Apostólica Urbi et Orbi desde el balcón de la Basílica Vaticana.
Conclusión
Como vemos, la elección de un Papa es un proceso que conlleva el cumplimiento de normas y preceptos que garantizan que la elección sea realmente secreta, además de libre y bajo la guía del Espíritu Santo. Este proceso, por su carácter secreto, ha llamado la atención del mundo, a tal punto que no faltan las especulaciones e incluso las obras escritas o cinematográficas que, lejos de la realidad, quieren mostrar de forma ficticia lo que ocurre en la elección de un Sumo Pontífice.
Además del cónclave, la elección del Romano Pontífice es un momento en el que la Iglesia se encomienda totalmente a la acción del Espíritu Santo. Es a través de Su guía y sabiduría divina que los Cardenales eligen a quien llevará adelante la misión de Cristo en la Tierra. Este proceso no solo reafirma la continuidad y la tradición de la Iglesia, sino que también destaca su compromiso inquebrantable con la misión de evangelizar, guiar y servir a todos los fieles en el camino de la fe. La elección de un nuevo Papa es, sin duda, un acto profundo de fe y esperanza, una renovada respuesta al llamado de Cristo para ser luz del mundo y sal de la tierra.
Pbro. Carlos Guillermo Arias Jiménez.
Director Departamento de Doctrina y Promoción de la Unidad y el Diálogo
Conferencia Episcopal de Colombia.


Política y ética
Mar 17 Jun 2025

“Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11, 24)
Mar 17 Jun 2025

Jue 29 Mayo 2025
¡Han dictado sentencia!
Por Pbro. Raúl Ortíz Toro - Un abuso de cualquier tipo es una infamia. Pero también lo es criminalizar a un ciudadano, no por haber cometido un delito, sino por el simple hecho de ejercer una labor; por ejemplo, la labor sacerdotal. En el primer caso las autoridades civiles y canónicas competentes deben cumplir con la obligación de hacer justicia a las víctimas. En el segundo caso se configura una persecución indirecta que busca deshonrarnos y desprestigiarnos; infamarnos, por decirlo de otro modo.Y es que la palabra “infamia” describe exactamente la situación que estamos viviendo los sacerdotes católicos romanos en Colombia. Al mejor estilo de las condenas sociales del antiguo derecho romano, en las que se daba una sanción social que acarreaba la pérdida de la fama, la buena reputación y el desprecio social como consecuencia de la comisión de algún delito o incluso una mala conducta, ahora, sin cometer delito alguno, hemos sido declarados “infames”, en un claro atentado a nuestra honra, no por haber realizado una acción criminal sino por el simple hecho de ser sacerdotes.Me explico. El pasado 26 de mayo, la Corte Constitucional publicó el Comunicado 19, fechado el 14 de mayo, en el que se anuncia la Sentencia SU-184-25 sobre “los derechos de petición y de información de periodistas para acceder a los datos de miembros de instituciones religiosas”. La primera parte del Comunicado indica que la Sentencia (que aún no ha sido publicada sino solamente anunciada) obliga a las Arquidiócesis, Diócesis, Vicariatos Apostólicos y Congregaciones Religiosas a entregar a los periodistas que soliciten, a través de derechos de petición, la información “en el marco de investigaciones relacionadas con presuntas conductas sobre violencia sexual en contra de niños, niñas y adolescentes”.Otra cosa es el segundo tema que tendrá la sentencia y que, a mi parecer, es sencillamente una decisión que vulnera nuestros derechos como ciudadanos y sacerdotes a la buena fama, a la protección de datos personales que son semiprivados, a la presunción de inocencia. Dice el Comunicado que las Jurisdicciones deben entregar “la información relativa a los sacerdotes o clérigos que han ejercido labores pastorales y, en general, de relacionamiento con la sociedad”. ¿Qué quieren hacer con las hojas de vida de los inocentes? ¿Cómo es posible que la hoja de vida de un sacerdote que no tiene denuncias por haber cometido algún tipo de delito resulte en una lista indiscriminada en razón del ejercicio de su ministerio? No faltará quien piense que el que nada debe, nada teme.Eso es verdad, pero a la vez no justifica el asunto porque aquí estamos hablando de un sesgo, de la creación y, tristemente, la consolidación en la sociedad de un estereotipo: el sacerdote católico es un delincuente no por lo que haya o no haya hecho, sino por lo que es. ¡Qué tristeza! ¡Qué indignación! La profecía del Señor se cumple una vez más: “Incluso llegará la hora en que cualquiera que les dé muerte pensará que da gloria a Dios” (Jn 16, 2b).Soslayadamente somos declarados culpables a priori y tendremos que demostrar lo contrario. En efecto, la decisión de la mayoría de miembros de la Corte Constitucional nos criminaliza prejuiciosamente a todos los ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos) por el simple hecho de ejercer una labor pastoral con las comunidades, destruyendo así el principio de presunción de inocencia y convirtiéndolo en ¡presunción de culpabilidad! Precisamente, la palabra infamia, como la describe magistralmente el jurista mexicano del siglo XIX Manuel de Lardizábal “es una pérdida del buen nombre y reputación, que un hombre tiene entre los demás hombres con quienes vive: es una especie de excomunión civil, que priva al que ha incurrido en ella de toda consideración y rompe todos los vínculos civiles que le unían a sus conciudadanos, dejándole como aislado en medio de la misma sociedad”.Lo más absurdo del asunto es la argumentación que usa la Corte Constitucional para justificar que las Jurisdicciones Eclesiásticas deben entregar la información semiprivada de todos los sacerdotes incardinados desde la creación de la sede episcopal: óigase bien, cito el comunicado: “su estudio [es decir, el de las hojas de vida de todos los sacerdotes que no estamos siendo investigados por delitos] es central para el periodismo de investigación, dado que permite identificar patrones y circunstancias especiales en la trayectoria de los sacerdotes, lo que resulta crucial para identificar casos de violencia sexual y/o encubrimiento, al analizar los cambios abruptos en cuanto a trayectoria temporal y local de sacerdotes” (No está subrayado en el original).¿Cuáles serán entonces los parámetros que usarán los periodistas/jueces para determinar la relación entre la comisión del delito y el traslado del sacerdote de un lugar a otro, en un tiempo determinado? ¿cómo llegarán a conclusiones con los datos de sacerdotes de los siglos XVI al XIX e incluso de gran parte del XXI? ¿Serán incriminados post mortem porque los trasladaron demasiado pronto de una parroquia a otra? ¿A qué se enfrentan las diócesis centenarias si no entregan la lista de sus sacerdotes de toda su historia con los respectivos traslados de oficio eclesiástico? Para algunas diócesis se trata de unas décadas de historia, para otras, ¡siglos de información!, a veces difícil, otras veces imposible de encontrar por el estado de conservación o inexistencia de archivos históricos, pero siempre oneroso trabajo que desgasta administrativamente.Si esto no se llama prejuicio, entonces, ¿cómo llamarlo? ¿Cuánto tiempo debe permanecer un párroco en una parroquia para que su traslado no sea motivo de sospecha? ¿Qué entiende la Corte por “cambios abruptos en cuanto a trayectoria temporal y local de sacerdotes”? ¿Es justo que este prejuicio vaya a conducir a la “identificación de patrones” de casos criminales sin contar con denuncias?Como sacerdote me siento objeto de estigmatización y esta circunstancia no hace más que acrecentar la discriminación y el hostigamiento por motivos religiosos en el país que ya tipificó el Código Penal (artículo 134B). Qué bueno sería que apenas aparezca publicada la Sentencia nos demos a la tarea de estudiarla y profundizarla y con la ayuda del derecho podamos dar respuesta a la Corte Constitucional los ciudadanos que nos sentimos vulnerados, que, en últimas, es vulneración de toda la sociedad.Bendito sea Dios que nos permite estos momentos de persecución religiosa para afianzar nuestra fe y nuestra esperanza, que no defrauda (cf. Rm 5,5). Esta es una ocasión más para renovar nuestro compromiso vocacional y volver a decirle “sí” al Señor y al servicio de la Iglesia.No quiero terminar estas líneas sin recomendar, valorar y agradecer el salvamento de voto de los Magistrados Jorge Enrique Ibáñez Najar y Cristina Pardo Schlesinger, contenido en el Comunicado 19. Leerlo también nos da confianza en que no todo está perdido. Conocerlo nos da una idea de cuán execrable es el delito de pederastia, existente en lamentables y grandes proporciones en instituciones como la familia, la escuela, el deporte, y demás ámbitos. Los avances de la Conferencia Episcopal de Colombia y, en general, de la Iglesia de nuestro país en lo que concierne la formación para la prevención y tratamiento de casos de abuso demuestran el compromiso por erradicar este flagelo. Ni un solo caso. Ni uno más.P. Raúl Ortiz Toro

Mar 27 Mayo 2025
De la indiferencia a la ternura social: El clamor de Laudato Si’ en nuestra misión
Por Pbro. Mauricio Rey - En estos días en que se conmemora la publicación de Laudato Si’, vale la pena hacer una pausa sincera, una de esas que nacen no solo de la mente, sino del corazón creyente. Escuchar de nuevo sus palabras es, en realidad, escuchar la voz de Dios que sigue pronunciándose en la historia con ternura, fuerza y verdad. No es una Encíclica más. Es un llamado urgente a convertir nuestra mirada, a reenfocar nuestras prioridades, a recordar que cuidar la creación no es una tarea adicional, sino una expresión directa de la fe.El Papa Francisco nos habla desde el dolor del mundo, desde el grito en silencio de los pobres, desde el sufrimiento de la tierra herida, en su agonía. Y al hablar lo hace como pastor, como hermano y como discípulo. Por eso Laudato Si’ no puede ser interpretada como un discurso verde o como una preocupación de moda. Es una invitación a pasar de la indiferencia al verdadero cuidado, del consumo irresponsable a la responsabilidad común, del egoísmo disfrazado de progreso a la ternura social que cuida, escucha y transforma la realidad.Cuando la Iglesia abraza la ecología integral, no está desviando su misión. Está profundizándola. Porque el Evangelio, cuando se encarna, toca la vida entera, en su profundidad, la economía, la cultura, la política, la forma en que nos relacionamos con los otros y con la tierra. Y hoy, esa encarnación pasa por reconocer que vivimos en un sistema que rompe equilibrios, descarta personas, agota recursos y pone en riesgo nuestra casa común, el don confiado por el Creador para que lo administremos convenientemente los hombres que habitamos la tierra. La fe no puede estar al margen de eso.Lo más provocador de Laudato Si’ es que no se limita a hacer diagnósticos, que en muchos casos son relegados. Laudato Si’ nos propone una espiritualidad, una nueva manera de habitar el mundo, una cultura del encuentro con toda la creación, una nueva manera de vivir en armonía con nuestros bienes comunes. Nos recuerda que no somos dueños absolutos, sino custodios de un don confiado. Que la creación no es un escenario neutro, sino el espacio sagrado donde Dios sigue obrando. Que el grito de la Tierra y el de los pobres son un solo clamor, que exige una sola respuesta, una conversión integral real.Y esta conversión, si es auténtica, toca nuestras prácticas cotidianas, nuestras decisiones institucionales, nuestras prioridades pastorales. No basta con celebrar jornadas ecológicas o incluir temas ambientales en los planes de estudio. Se trata de repensar nuestro modo de vivir la fe, de acompañar a las comunidades, de construir parroquias y estructuras que respiren coherencia entre lo que decimos y lo que vivimos. Hablar de ternura social, como nos inspira el Papa Francisco es optar por una firmeza compasiva. Es rechazar la lógica de la explotación con gestos concretos de cuidado. Es transformar el poder en servicio, el individualismo en responsabilidad compartida, la pasividad en compromiso social. La ternura no es debilidad; es una fuerza que humaniza, que reconstruye, que sostiene la esperanza.Hoy, necesitamos volver a Laudato Si’, no como un texto para recordar, sino como una hoja de ruta para discernir. En ella hay una visión de Iglesia en salida, encarnada, humilde y valiente. Una Iglesia que no teme tocar las heridas del mundo y que no se desentiende de los clamores del tiempo concreto. Una Iglesia que sabe y asume valientemente que cuidar la casa común es cuidar a los más vulnerables, defender la vida y anunciar con gestos concretos que otro mundo es posible, es una Iglesia en salida.La conversión ecológica es una expresión madura del amor cristiano. Y ese amor, cuando se toma en serio, nos empuja a la acción, nos saca de la indiferencia individualista, nos convierte en sembradores de cuidado en medio de la fragilidad. Porque el Evangelio no se contenta con observar, por el contrario, con su fuerza y poder, nos impulsa a transformar la realidad.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Vie 23 Mayo 2025
Comunicar la Esperanza: ¿Dónde nace una comunicación con esperanza?
Por. P. Martín Sepúlveda Mora - La esperanza no es una espera pasiva. Es don, pero también tarea. ¿Cómo construir esperanza para comunicarla? Hagamos un recorrido por el reciente magisterio de la Iglesia.1. Del silencio a la palabra que transmite esperanzaLa comunicación nace del equilibrio entre palabra y silencio. Cuando se integran, se logra un diálogo auténtico y profundo. El silencio no es ausencia de contenido, sino su cuna: permite escuchar, pensar, comprender y discernir. En él, descubrimos lo que queremos decir y cómo decirlo.En el mundo saturado de mensajes breves —como versículos bíblicos—, urge cultivar la interioridad para que cada palabra comunique desde la verdad. Dios habla también en el silencio, y allí el hombre puede hablar con Dios. De esta contemplación brota el deseo de comunicar lo que hemos visto y oído: Cristo. Es este Misterio el que da sentido a la misión de la Iglesia y convierte a los creyentes en mensajeros de esperanza.En las redes sociales, los cristianos muestran autenticidad cuando comparten el motivo de su alegría: la fe. No solo con palabras explícitas, sino en cómo comunican, con respeto y apertura, sus decisiones y valores.¿Tenemos espacios de silencio? ¿Están habitados por Dios y por su Palabra?2. Respirar la verdad de buenas historiasHay historias que sanan, construyen y generan esperanza. Como en el Éxodo, donde Dios manda recordar sus signos a hijos y nietos, la fe se transmite narrando la presencia de Dios en la historia.Jesús enseñaba con parábolas: tomaba la vida cotidiana y la convertía en relatos que transformaban a quienes los escuchaban. El Evangelio, más que un código, es una narración viva de buenas noticias. Cada uno tiene historias con “olor a Evangelio”, testimonio del Amor que transforma. Esas historias deben contarse siempre, con todos los lenguajes y medios .¿Reconozco en la historia de las personas el paso de Dios? ¿Estoy atento a los testimonios que pueden inspirar a otros?3. Comunicar encontrando a las personas donde están y como sonCuando los primeros discípulos quieren conocer a Jesús, Él les responde: “Vengan y lo verán” (Jn 1, 39). La fe comienza con la experiencia directa, no con la teoría. Así también debe comunicarse: permitiendo que el otro hable, tocando su realidad .El Evangelio se actualiza en cada testimonio de vida transformada por el encuentro con Cristo. La historia de la fe es una cadena de encuentros personales. Nuestro desafío es comunicar desde ahí: encontrando a las personas como son, donde están y conociendo sus historias, desgastando la suela de los zapatos para ir a los lugares donde están las personas y no ser evangelizadores de escritorio.¿He descubierto historias de vida donde Dios se hace visible? ¿Reconozco esas narraciones como lugares teológicos y pastorales?4. Escuchar con los oídos del corazónEn la Biblia, “escuchar” es mucho más que oír. Es una actitud interior. El “Shema Israel” (Dt 6, 4) se repite como la base de toda relación con Dios. San Pablo lo confirma: “la fe viene de la escucha” (Rm 10, 17).Escuchar bien implica atención, apertura y empatía. El rey Salomón pidió un corazón capaz de escuchar (1Re 3, 9), y san Francisco de Asís invitaba a “inclinar el oído del corazón”. En la Iglesia necesitamos escucharnos. Este servicio lo aprendemos de Dios, el Oyente por excelencia. Dietrich Bonhoeffer recordaba: “Quien no escucha al hermano, pronto no podrá escuchar a Dios”.En la pastoral y en el ejercicio de comunicación, el “apostolado del oído” es esencial. Santiago lo resume: “Prontos para escuchar, lentos para hablar” (St 1, 19). Escuchar es caridad, es presencia. Y en las redes sociales, donde se valoran la interacción y el diálogo, es fundamental cultivar esta actitud.¿Escucho con disponibilidad? ¿Mi ministerio incorpora verdaderos espacios de escucha sinodal?5. Hablar con el corazón en la verdad y el amorLos verbos “ir, ver y escuchar” preparan el corazón para hablar. Sólo desde un corazón tocado por el otro, se puede comunicar con esperanza. Hablar con el corazón implica ofrecer una palabra que construye, no que destruye; que respeta, no que impone .Hablar así no es ingenuo: implica proclamar la verdad con caridad, incluso cuando cuesta. Es participar del estilo de Cristo, como el Peregrino de Emaús: se hace cercano, escucha, acompaña, explica y deja arder el corazón de los discípulos (cf. Lc 24, 32).Comunicar con el corazón es tener en cuenta el decálogo de una comunicación no hostil en donde:Lo virtual es realSe es lo que se comunicaLas palabras dan forma al pensamientoAntes de hablar hace falta escucharLas palabras son un puenteLas palabras tienen consecuenciasCompartir es una responsabilidadLas ideas se pueden discutir. Las personas se deben respetar.Los insultos no son argumentosTambién el silencio comunicaConclusiónComunicar la esperanza no es una técnica, sino una vocación. Implica entrar en el ritmo de Dios: callar, contemplar, escuchar, narrar y hablar con el corazón. Es ser testigos en un mundo hambriento de sentido, proclamando con gestos, historias y palabras que la luz sigue brillando en medio de las sombras.P. Martín Alberto Sepúlveda MoraDirector de Comunicaciones y TecnologíasConferencia Episcopal de Colombia

Mié 21 Mayo 2025
Era digital: Iglesia que acompaña a los jóvenes en su mundo
Por Pbro. Mauricio Rey - Hoy no basta con que la Iglesia tenga redes sociales, debe tener presencia viva y significativa en los entornos digitales donde los jóvenes se expresan, cuestionan y buscan sentido. Ellos no van ya a preguntar en la sacristía, ni esperan el domingo para escuchar un mensaje inspirador. Lo hacen en línea, muchas veces en silencio, desplazándose por historias de Instagram o buscando respuestas en videos de menos de 60 segundos.La pregunta es directa ¿estamos ahí, con ellos?No con estrategias de marketing ni con publicaciones que imitan el lenguaje juvenil sin comprenderlo. No como espectadores pasivos o como emisores de contenido programado, sino como presencia que acompaña, escucha y camina a su lado. Porque el verdadero desafío de la era digital no es técnico, sino evangélico. El reto es aprender a habitar con sentido y ternura un territorio nuevo, lleno de vida y también de heridas silenciosas, que gritan desesperadamente.Los jóvenes no están alejados de la fe por desinterés, sino porque la forma tradicional de presentar el Evangelio no siempre conecta con sus búsquedas reales. Muchos no han rechazado a Dios; simplemente no han encontrado una Iglesia que los escuche sin prejuicio, que los mire sin temor, que los entienda con honestidad. Quieren ser acogidos en su complejidad, en sus preguntas abiertas, en su manera única de habitar la realidad.Vivimos en un entorno saturado de imágenes y mensajes fugaces, lo que más falta es alguien que mire con atención, que permanezca, que escuche sin interrumpir. Y ahí es donde la Iglesia puede ser verdaderamente significativa; no compitiendo por atención, sino ofreciendo profundidad. No buscando viralidad, sino construyendo vínculos. No gritando en medio del ruido, sino susurrando esperanza en medio del cansancio digital.Acompañar en el mundo digital no significa multiplicar publicaciones. Significa comprender las heridas, las búsquedas y los lenguajes de los jóvenes, y atreverse a estar cerca sin invadir. Significa que cuando alguien tropieza con una historia de fe, un testimonio honesto o una palabra serena, no se encuentre con una campaña, sino con una comunidad que ora, que sostiene, que desde una vida íntegra, camina con ellos.La Iglesia necesita dejar de hablar “sobre” los jóvenes y empezar a hablar “con” ellos. Y muchas veces, más que hablar, necesita aprender a callar y escuchar. Porque el Evangelio no se impone, se comparte en el cruce de miradas, en los gestos sencillos, en la fidelidad a la vida concreta.La era digital no es una amenaza ni un obstáculo, sino un nuevo territorio de encuentro, no porque sea moderno o llamativo, sino porque es donde está el pueblo. Y si los jóvenes están ahí, la Iglesia no puede ser y/o estar ausente. Como Jesús con los discípulos de Emaús, estamos llamados a acercarnos con discreción, caminar a su ritmo, preguntarles qué les preocupa y dejar que nos cuenten a su modo por qué arde o no arde su corazón.La pastoral juvenil no puede limitarse a invitar a eventos o a replicar contenido atractivo. Necesita cultivar relaciones, acompañar procesos, abrir espacios de confianza donde la fe se viva en diálogo con la cultura digital, sin miedo a las preguntas difíciles y sin ansiedad por tener siempre la última palabra.En lugar de pensar en cómo volver a atraerlos al templo, tal vez debamos preguntarnos ¿qué imagen de Iglesia les estamos ofreciendo? ¿Una que exige, pero no escucha? ¿Una que señala, pero no se acerca? o ¿una que camina con ellos, también en sus dudas e inquietudes, en sus profundas búsquedas y en su modo de habitar el presente? Por tanto, no basta con que la Iglesia tenga presencia en redes, la iglesia está llamada a ser red de vínculos, de escucha, de comunidad verdadera. Una red que no encierra, sino que sostiene. Una red tejida con humanidad, paciencia y Evangelio encarnado.Porque, los jóvenes no buscan fuegos artificiales. Buscan algo o mejor, alguien que no desaparezca cuando se apague la pantalla. Y ahí, en ese anhelo callado y sincero, la Iglesia tiene todavía mucho que ofrecer... si está dispuesta a estar, mirar y acompañar con la fuerza del Evangelio.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana