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“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús” (Santo Cura de Ars)
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Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo 4 de agosto recordamos en la liturgia de la Iglesia a san Juan María Vianney, conocido como el Santo Cura de Ars, patrono de los párrocos y de los sacerdotes. Un sacerdote sencillo y humilde, que supo entregar su vida a Dios y a los hermanos, en un servicio abnegado sobre todo en el sacramento de la confesión, logrando desde el confesionario muchas conversiones de personas que llegaban de todas partes a la aldea de Ars, a pedir perdón al Señor por sus pecados y a recibir la gracia de Dios.
“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, es una frase que el Santo Cura de Ars repetía y meditaba con frecuencia; nos invita a todos a reconocer con gratitud a Dios el don tan grande que representan los sacerdotes, para la Iglesia y para cada una de las comunidades parroquiales; quienes recibiendo el llamado del Señor y dando una respuesta generosa a su plan de salvación, cada día repiten las palabras y los gestos de nuestro Señor Jesucristo para que pastores y fieles tengan el pan de la Palabra y de la Eucaristía que es el camino a la vida eterna.
El Santo Cura de Ars enseñaba a sus fieles con la propia vida. Siempre lo veían en el templo dedicando muchas horas de su tiempo a la oración. Con gran fervor se ponía de rodillas frente al Santísimo Sacramento presente en el sagrario, en actitud contemplativa, y estaba allí sin necesidad de hablar mucho, sino entrando en el secreto de su corazón y orando al Señor como lo pide el Evangelio: “Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6). De su oración contemplativa brotaba un amor profundo por la Eucaristía, pues estaba convencido que todo el celo pastoral en la vida del sacerdote depende de la Eucaristía. Por eso celebraba su misa diaria con gran fervor y unción.
Su profunda vida espiritual y fervor en el ejercicio de su ministerio sacerdotal, lo llevó a abrazar la Cruz del Señor cada día y a entregar su vida en un servicio constante en el confesionario, de tal manera que su alimento era la Eucaristía y su lugar de trabajo era el trono de la gracia, donde escuchaba a los penitentes y los llevaba hasta Dios. Al conmemorar a este gran santo patrono y modelo de los sacerdotes, volvemos la mirada a cada uno de los sacerdotes de la Iglesia y de nuestra Diócesis, orando por su ministerio para que cada día la fidelidad sea la nota central de los ministros del Señor y así puedan tener un corazón ardiente de pastores para entregar toda su vida a la evangelización, identificando su vida con la de Jesucristo Buen Pastor. El Concilio Vaticano II hablando de los sacerdotes expresa: “encontrarán en el mismo ejercicio de la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral fluye sobre todo del sacrificio eucarístico” (Presbyterorum Ordinis #14), esto significa en el sacerdote una vida interior que se expresa en un corazón ardiente de pastor, con la conciencia de llevar en su vida el misterio de Amor que tiene que ser la fuente de su vida de oración y de todo su apostolado.
Un sacerdote al estilo de Jesús, a ejemplo del Santo Cura de Ars, animador de una comunidad parroquial es capaz de renovar y convertir una parroquia, en una comunidad de discípulos misioneros al servicio del Evangelio. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia; pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (Documento de Aparecida #201).
Este fue el itinerario espiritual y pastoral de san Juan María Vianney para la aldea de Ars, quien, enamorado de Nuestro Señor Jesucristo, se dedicó a anunciarlo con su vida y con el ejercicio de su ministerio, que privilegió en el confesionario, entregando la gracia de Dios a tantos alejados que acudían a recibir el perdón misericordioso y desde allí se fue renovando la parroquia y también su entorno. Hoy el Papa Francisco nos invita a una conversión pastoral y misionera como la que emprendió el Santo Cura de Ars, con el anhelo de que todas las comunidades lleguen a conocer y amar a Jesucristo. Así lo expresa el Papa cuando dice: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una ‘simple administración’. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un ‘estado permanente de misión” (Evangelii Gaudium #25).
El cura de Ars vivió la buena noticia del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y se la hizo descubrir a sus feligreses permaneciendo en medio de su pueblo, como lo afirmó san Juan XXIII en ‘Sacerdotii Nostri Primordia’: “como un modelo de ascesis sacerdotal, modelo de piedad y sobre todo de piedad eucarística, y modelo de celo pastoral”, de tal manera que su parroquia rápidamente se fue renovando, siendo para los fieles ejemplo de respuesta en la fe, la esperanza y la caridad.
En este momento histórico como sacerdotes tenemos un gran desafío de iniciar nuevos cristianos y reiniciar a los que se han alejado, mediante un proceso evangelizador que tenga a Jesucristo como centro, para hacer realidad el sueño del Papa Francisco que pide una nueva evangelización donde “el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG #35), que es el mismo Jesucristo, Nuestro Señor.
Que la intercesión del Santo Cura de Ars, de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor muchas bendiciones y gracias, que ayuden a todos los sacerdotes a vivir en fidelidad a Cristo y a la Iglesia. A todos los fieles, les concedan seguir unidos en oración y en colaboración con sus sacerdotes en las comunidades parroquiales.
Para todos, mi oración y bendición.
+ José Libardo Garcés Monsalve
Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta



Bautismo y Cuaresma
Lun 3 Mar 2025


Mié 26 Feb 2025
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Nos encontramos próximos a iniciar el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza el próximo 5 de marzo, con una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “Conviértete y Cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que consiste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la FE en la buena noticia del Reino de Dios, recordándonos la necesidad de conversión y penitencia que en el tiempo de cuaresma y particularmente en este año jubilar, tenemos que reforzar para purificar nuestra conciencia del mal y el pecado y totalmente purificados recibir la gracia de Dios que nos perdona y nos reconstruye interiormente porque “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 20).Para reconocer el pecado personal es necesario estar muy cerca de Dios, para poder sentir el dolor por el rechazo a Él por el mal que hace nido en el corazón, descubriendo con el pecado la gran pérdida de la gracia. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia” (CCE 386).Cuanto más cerca estamos de Dios más podemos sentir el desastre y las heridas que causa el pecado en la vida personal, sin embargo, tenemos la posibilidad en Jesucristo Nuestro Señor de recuperarnos, recibiendo su perdón misericordioso tal como lo hizo con la mujer adúltera cuando le dijo: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar” (Jn 8, 11), indicando con ello que el ser humano pecador no quedó abandonado por Dios, al contrario, como Padre misericordioso siempre va en busca de la oveja perdida. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (Cf Gn 3, 9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Cf Gn 3,15)” (CCE410), porque “Donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Rm5,20) y en la bendición del Cirio Pascual en la noche santa de la Pascua reconocemos “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), cuando cantamos “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”.Frente a la realidad del pecado que nos agobia y destruye, tenemos la certeza que es la gracia salvadora de Dios para con toda la humanidad que se nos ha ofrecido desde el madero de la Cruz, donde Jesús entregó su vida en rescate por todos, la que nos purifica y esto es posible por el amor de Dios que es infinito y que Él permanentemente derrama en nuestros corazones. De tal manera que en Jesucristo no todo está perdido, tenemos la esperanza de ser perdonados, que es la certeza que la gracia de Dios sobreabunda en nuestras vidas. De esta realidad nosotros somos testigos y tenemos la misión de anunciarlo a los demás, siendo instrumentos de la misericordia del Padre.El mundo, nuestra región y también muchas de nuestras familias se están destruyendo por causa del pecado. Muchos desesperados en las angustias y tragedias que causa el mal, siguen buscando una salida sin Dios. Desde la Fe damos testimonio que sin Dios es imposible una solución, por eso es hora de volver al Señor, haciendo resonar en el corazón las palabras que escucharemos el miércoles de ceniza y durante este año jubilar: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), tomando conciencia que: “Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8, 1-2), porque Cristo murió para que nosotros fuéramos perdonados y que en nuestra vida sobreabundara la gracia.La certeza del perdón en Cristo la tenemos que renovar permanentemente en nuestra vida. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de todos los cristianos es que no permanezcamos en situación de pecado, sino que frente al pecado busquemos el recurso de la gracia mediante el sacramento de la confesión, que nos reconstruye interiormente y nos devuelve la gracia de Dios.Aprovechemos este año jubilar para revisar nuestra vida en ambiente de oración contemplativa y recibamos las gracias que nos trae el jubileo, para seguir en nuestra vida perdonados, reconciliados y en paz. Que esta cuaresma que estamos prontos a iniciar sea un tiempo para recibir “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), donde dejemos que sobreabunde la gracia de Dios en nuestras vidas, para reafirmar nuestra respuesta de Fe, Esperanza y Caridad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la Santidad, escuchando y leyendo el mensaje del Señor, meditándolo y creyendo en su Palabra y con ello convertir nuestra vida en Cristo para decir con San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) y poder cumplir con el mandato del Señor: Sean mis testigos.En este camino espiritual contamos con la protección maternal de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, quienes escucharon la Palabra de Dios y entregaron su vida para hacer su voluntad, viviendo siempre en la gracia de Dios.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 24 Feb 2025
Homilía ordenación episcopal monseñor Alexander Matiz Atencio
Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - “Con la mirada fija en Jesús, el que inicia y perfecciona nuestra fe” (Hb, 12, 2); con la mirada fija en el Cristo milagroso que preside esta basílica, los invito a contemplar el misterio del amor de Dios que nuevamente se desparrama sobre esta Iglesia diocesana de Buga al concederle un nuevo obispo en la persona del presbítero Alexander Matiz Atencio.Recordamos agradecidos y oramos por quienes han sido sus antecesores, hoy, de manera especial por Mons. José Roberto Ospina Leongómez, quien después de más de 12 años de servicio entrega el cayado de pastor de Buga al nuevo obispo, con la tranquilidad del deber cumplido, para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia. A monseñor José Roberto lo saludamos y le expresamos nuestra sincera y ferviente gratitud por su generosa entrega a la Iglesia colombiana y de Buga en sus 21 añosde vida episcopal.Hoy la Diócesis de Buga está alegre. Celebra la dedicación de su iglesia catedral y la consagración de la diócesis al patrocinio de San Pedro.La celebración litúrgica de hoy, la Cátedra de San Pedro, es fiesta en Buga, y lo será todavía más, porque en este día su Obispo es consagrado y asume con alegría la misión de ser su padre, amigo y pastor.La diócesis de Buga acoge un presbítero ordenado en la Arquidiócesis de Cali, quese alegra de entregarles un servidor fiel, solidario, amante y servidor de los pobres. Como su arzobispo y ahora su metropolitano, me llena de júbilo y honor poder imponerle las manos, y con mis hermanos obispos, elevar al Pastor de los pastores nuestra oración por el buen éxito de la misión que el Señor, a través del papa Francisco, le ha confiado.Mi saludo y gratitud al señor Nuncio, moseñor Paolo Rudelli por la reiterada confianza que ha tenido en la Provincia eclesiástica de Cali, al llamar recientemente a tres de sus hijos al episcopado en nombre del Papa.Gracias, señor Nuncio por su cercanía y presencia entre nosotros. En esta fiesta de la Cátedra de san Pedro, le pido el favor de hacer llegar al Santo Padre el amor que este pueblo le tiene, así como nuestra oración por su ministerio apostólico y susalud.Todos conocemos diversas facetas de la vida de San Pedro. Todos sabemos cómo a pesar de haberse reconocido pecador, el Señor lo llama; le cambia el nombre de Simón por Cefas (piedra); lo acompaña, comprende y educa en los distintos momentos de su vida; lo va puliendo y formando desde dentro; se le da a conocer y hace posible que en él actúe el poder de Dios, y le ayuda a caer en la cuenta que el conocimiento que va teniendo de su naturaleza divina, al reconocerlo como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, le es revelado por el Padre que está en el cielo (cfr. Mt. 16, 16 – 17).Así, Jesús lo va transformando de pescador de peces en pescador de hombres; lo va llenando de su fortaleza para que al final se identifique tanto con él, que su triple profesión de amor se hizo testimonio de vida crucificado por ese mismo amor en Roma.Y a lo largo del camino, el pescador y analfabeta Pedro se fue llenando de la sabiduría que viene de lo alto. No solo ejercía el liderato entre los apóstoles y discípulos, sino que los orientaba con su palabra y ejemplo.Si bien es cierto que la fiesta de la Cátedra de San Pedro nos remite a la misión que el Papa tiene de guiar y enseñar al pueblo santo de Dios, y por eso oramos con sincero corazón por el papa Francisco, sucesor de Pedro en nuestros días, también es cierto que esta fiesta nos permite reconocer en el apóstol Pedro y en los sucesores de los apóstoles a los hombres elegidos por el mismo Cristo paraconstituirlos en la roca firme sobre la que se edifica la iglesia de ayer, hoy y mañana. Y en esta misión estamos los obispos. Y para esta misión has sido llamado, apreciado monseñor Alexander.El rito de ordenación recoge la múltiple y variada misión que debe realizar el obispo. Al responder libremente a las preguntas del interrogatorio inicial, el candidato asume el reto de hacer posible que el Reino de Dios, inaugurado por Cristo, se siga expandiendo en el mundo.Es por esto que, dentro de poco, te voy a preguntar, entre otras cosas, si quieres edificar la Iglesia, Cuerpo de Cristo y permanecer en su unidad con el Orden de los Obispos bajo la autoridad del sucesor de Pedro; si Quieres obedecer fielmente al sucesor de Pedro, y si quieres cuidar del pueblo santo de Dios y dirigirlo por el camino de la salvación con amor de padre. En estas tres preguntas encontramos la centralidad de la misión episcopal.Con amor de padre estás siendo llamado a acompañar a tus hijos para que conozcan a Jesucristo, y con Él, hagan posible que el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, se siga edificando en todos los rincones de tu jurisdicción. Me viene ahora a la mente la promesa de Yahvé al pueblo de Israel a través del profeta Jeremías: “Les daré pastores conforme a mi corazón, que los aparecerán con ciencia y con sabiduría” (Jr. 3,15). Esa promesa se sigue cumpliendo también hoy, aquí en Buga. Es muy significativo que la palabra edificar aparezca en el rito. Ya el apóstol Pablo también dirá que “por la gracia que Dios me ha concedido, yo, como hábil arquitecto, puse los cimientos, pero otro continúa la construcción” (1Cor, 3, 10). Dentro de tus saberes, apreciado Alexander, fuera de los estudios eclesiásticos, eres también arquitecto. Entiendes de sobra lo que significa edificar sobre bases firmes, antisísmicas, se diría hoy. Qué bueno que, en tu misión en Buga, y como obispo al servicio de la Iglesia en Colombia, seas hábil arquitecto, al estilo de Pablo, para que la comunidad que se te confía, pueda resistir los embates de las tormentas o de los sismos que pretenden impedir la construcción de la obra de la fe de la Iglesia o destruirla.La Diócesis de Buga, con la siembra hecha por tus antecesores, tiene bases sólidas; haz que sean realmente antisísmicas a través de la evangelización centrada en la persona de Jesús, animando a tus hijos y colaboradores a perseverar en la fe, aun en medio de la prueba.Para lograr este objetivo, ten presente en todo momento lo que el apóstol Pedro te ha dicho hoy: “Apacienta el rebaño de Dios que te ha sido confiado; vela por él, de buena gana, como quiere Dios; no a la fuerza ni por un interés mezquino, sino con abnegación; no como dueño de aquellos que están a tu cuidado, sino siendo de corazón ejemplo para el rebaño” (1Pe. 5, 2 – 3).En las conclusiones del Sínodo sobre la sinodalidad del 2024, se dice que “la tarea del Obispo es presidir una Iglesia local, como principio visible de unidad en su interior y vínculo de comunión con todas las Iglesias” (n. 69) y que “el servicio del obispo se realiza en, con y para la comunidad, realizado a través de la proclamación de la Palabra, la presidencia de la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos (n. 70).Apreciado Alexander. Los retos que tiene la Iglesia son enormes y, por tanto, los desafíos del obispo son inmensos. Trabajar por la sinodalidad, fomentar la santidad del rebaño y allanar el camino al cielo, resumen algunos de los aspectos que se espera del obispo de hoy. Por eso mismo, tu lema “Todo lo puedo en aquel que me conforta (Filp. 4,13) tiene pleno sentido porque será el Señor quien realmente haga posible que el edificio crezca. Ten presente en todo momento lo que dijimos con el salmista: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo”. Apreciado Alexander: confía, espera y ama.Recibes le ordenación episcopal también en el marco del año santo, cuando el Papa nos ha exhortado a ser peregrinos de la esperanza. Que tu servicio episcopal esté macado por la esperanza que no defrauda (Rom. 5,5), que sirva de aliento y consolación para tus hijos.En el emocionante y espiritual ambiente orante que estamos viviendo en esta basílica, permítanme terminar esta reflexión compartiendo un hermoso soneto - oración, que encontré en una placa ubicada en el exterior de la basílica, junto a la antigua ermita, escrito por el poeta Jorge Robledo Ortiz, que se intitula El Cristo milagroso. A este Cristo encomendamos tu ministerio, a este Cristo inmolado por amor, imploramos el don de la paz y la reconciliación para el Valle del Cauca y el mundo entero.“Este Cristo a los odios enclavado; este Cristo en plegaria suspendido; esteCristo desnudo de pecado, pero en ingratitudes florecido.Este Cristo de dudas coronado; este Cristo de amor desprotegido; este Cristoen los ojos apagado, pero para el perdón siempre encendido.Este Cristo de barro americano; este Cristo de nieve entre el pantano; esteCristo con sed y hambre de paz.Es el guardián del corazón de Buga, el Cristo de la ermita que madruga aencender el amor de la heredad”.Nuestra Señora de las Victorias te ayude a recibir la corona de gloria que no semarchita. Amén.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali

Mié 19 Feb 2025
La esperanza cambia la vida
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Hemos entrado en el Año Jubilar que el Papa Francisco ha querido orientar hacia la esperanza. La esperanza es una dimensión fundamental de la vida cristiana; por eso, la Carta a los Hebreos une estrechamente a la “plenitud de la fe” la “inmutable profesión de la esperanza” (10,22-23). Pero la esperanza responde también a una necesidad profunda de la persona y de la sociedad que, en medio de los avatares de la existencia, van haciendo un camino en el que es preciso tener un proyecto y un horizonte.En efecto, sólo la esperanza logra liquidar la angustia que puede anidar en el corazón del ser humano, proclamar valores y propósitos capaces de constituir una base segura para la sociedad, mantener presente el primado de Dios como norte indefectible en el camino. Todavía más, la esperanza cristiana, asegurando la certeza de la providencia divina que vela siempre sobre nosotros, puede proclamar que la última palabra no la tendrá el mal, que la vida es más fuerte que la muerte y que el triunfo definitivo será el del amor.Por eso, San Pedro exhorta a los cristianos a ser capaces de dar razón de su esperanza (1 Pe 3,15) y San Pablo recuerda a los Efesios que, antes de su encuentro con Cristo, estaban sin Dios y sin esperanza en el mundo (Ef 2,12). Es decir, que los dioses y mitos que tenían se contradecían, no ofrecían un sentido a la vida y, finalmente, no daban seguridad ni aliciente para el futuro. Sin Dios el mundo es tenebroso y el futuro es oscuro, pero gracias a Cristo no nos afligimos como los que no tienen esperanza (1Tes 4,13).La esperanza es un distintivo de nosotros los cristianos porque verdaderamente tenemos futuro. No conocemos los elementos particulares de lo que nos espera, pero sabemos que nuestra vida no terminará en la nada y el vacío. Sólo cuando el futuro es una realidad positiva, es vivible el presente. Por eso, el cristianismo no es sólo para comunicar una doctrina que se debe saber, sino para entrar en una vida nueva, que no está esclavizada por las promesas de falsos dioses, sino que tiene abierta la puerta oscura del futuro.Es preciso aprovechar este año para clarificar si nuestra fe cristiana conlleva para nosotros hoy una esperanza que transforma y orienta decididamente la propia existencia, si es un mensaje que moldea de un modo nuevo la vida misma o es solamente una información que a veces creemos superada por otras noticias y propuestas más recientes, si trabajamos para que sea realidad lo que nuestros padres y padrinos en el Bautismo buscaban para nosotros cuando pidieron que se nos diera la fe que lleva a la vida eterna.Tal vez hoy, para muchos cristianos, la vida eterna no aparece como una realidad deseable. No pocos están tan instalados en la vida presente, que sólo quisieran retardar lo máximo posible la muerte. Incluso, algunos pueden pensar que vivir para siempre puede resultar aburrido y finalmente insoportable. Muy distinta es la visión cristiana que considera la muerte como una liberación de las fatigas y el sufrimiento que nos ha traído el pecado, para tener de nuevo la vida en plenitud que habíamos perdido. La esperanza no puede ser una ilusión etérea o una actitud pasiva, debe convertirse en movimiento, en tarea que pone en juego la vida misma. No puede desentendernos de la realidad que vivimos y de los deberes que tenemos. Se vive la esperanza en la vida eterna construyendo cada día la tierra que Dios nos ha confiado. Dada la situación del mundo marcado frecuentemente por la injusticia, el egoísmo, la codicia, la mentira y la violencia, que ponen en cuestión aun la condición humana, es preciso hacer realidad la esperanza.Para el cristiano, la certeza de que un Dios personal abraza el universo, interviene en la historia y vela amorosamente por cada persona y la espera en su casa, no es una simple teoría. Es una certeza transformadora de la vida y, como consecuencia, empeño renovador del mundo, de las realidades sociales y económicas, de las familias y de la condición de cada persona. El Evangelio no es sólo una comunicación de cosas que se pueden saber, sino un anuncio poderoso que debe producir hechos y cambiar la vida.+Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

Mié 19 Feb 2025
El Jubileo, un Año para Renacer
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Según las disposiciones de la Ley de Moisés (cf Lev 25), en cada pueblo de Israel resonaba el sonido de un cuerno llamado yobel, del que se deriva el término “jubileo”, para anunciar el comienzo de un año especial. Era un tiempo de reconstrucción de la vida social que proponía una redistribución de la tierra y hacía consciente al pueblo de que era una familia en camino. Al comienzo de su predicación, Jesús retoma en la sinagoga de Nazaret esta propuesta del jubileo, dándole un sentido nuevo.El mismo Jesús, ungido y enviado por el Espíritu, es la liberación de los cautivos, la luz de los ciegos, la buena noticia para los pobres, el año de gracia que todos esperan para salir del pecado, para encontrar la misericordia de Dios y emprender un camino de alegría y esperanza (cf Lc 4,18-19). A partir del año 1300, la Iglesia Católica viene convocando a vivir este tiempo fuerte que alimenta el deseo de transformar la propia existencia, mediante un encuentro con Dios que libera del pecado y de la muerte.Realmente el Año Santo es una ocasión especial para la renovación personal y el enriquecimiento espiritual de toda la Iglesia. El signo de la peregrinación que se vive en Roma y en las distintas diócesis del mundo nos recuerda que todos estamos en camino y que no podemos despreciar el llamamiento a una unión más profunda con el Señor Jesús y a estar disponibles a la acción de su Espíritu que puede transformar nuestras vidas y el mundo en que vivimos.Concretamente, este año debe ser una experiencia de la gracia de Dios que perdona nuestros pecados y nos ofrece su indulgencia, es decir, una nueva oportunidad de vivir en la alegría y la libertad de su amor. Es la ocasión de renovar las fuerzas y la certeza de que, en esta “hora oscura” por las guerras y la pobreza en que viven tantas personas, de la que habla el Santo Padre, podemos mirar el futuro con un espíritu nuevo, un corazón generoso y una mente clarividente.Es un año para acoger y transmitir la esperanza cristiana. Sobre esto el Papa Francisco nos dice que la esperanza no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, sino la promesa del Señor que hemos de acoger. Esta esperanza nos pide que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad, que tengamos la valentía de cambiar las cosas que no están bien, que busquemos la verdad, que nos dejemos inquietar por el sueño de Dios de un mundo nuevo donde reinen la paz y la justicia.Sigue señalando el Papa, en su homilía para el inicio del Jubileo, que la esperanza cristiana no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo, ni la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal y las injusticias. La esperanza mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad y de nuestra compasión.(cfr Homilía 24.12.24).Este Jubileo nos urge a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación de nuestras familias, de nuestros ambientes de trabajo, de nuestros centros urbanos. Todos, además, tenemos la tarea de llevar la esperanza donde se ha perdido, allí donde la vida está herida, en los fracasos que destrozan el corazón, en los ambientes donde hay cansancio, soledad, sufrimiento, pobreza, violencia y tristeza.Este es un año para renacer en Cristo. Es a Él a quien buscamos cuando anhelamos la felicidad, es Él quien nos espera cuando nada de lo que encontramos nos satisface, es Él la belleza que siempre nos atrae, es Él quien nos impulsa a quitarnos las máscaras que hacen falsa la vida, es Él quien pone en el corazón las decisiones verdaderas que otros quieren sofocar (San Juan Pablo II). El Jubileo se abre para que a todos nos sea dada la esperanza del Evangelio, la esperanza del perdón, la esperanza del amor.+Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín