Jue 15 Mayo 2025
Discernir La Voluntad De Dios En Medio Del Ruido Que Produce El Mundo.
Por Pbro. Mauricio Rey - Hay momentos en que el alma se cansa de tanto estímulo, de tanta opinión vestida de verdad, de tanta prisa con promesas de plenitud. Uno se detiene, a veces sin querer, y surge la pregunta que no se puede ignorar ¿Qué quiere Dios de mí en este instante de la historia? No es una curiosidad espiritual ni una frase piadosa. Es una necesidad profundamente radical. Porque vivir sin discernimiento es como navegar sin brújula: mucho movimiento, y muy poco sentido.Esa pregunta, cuando brota del fondo del corazón, tiene el peso de lo sagrado. No pide una respuesta inmediata, ni una fórmula segura. Pide camino, tiempo y silencio. Porque discernir no es elegir entre lo bueno y lo malo, eso es más bien cuestión de conciencia básica, sino aprender a reconocer lo mejor, lo más conveniente, entre las varias posibilidades buenas. Es escuchar lo que el Espíritu va diciendo en lo más íntimo de nuestra conciencia para la vida concreta, encarnada, llena de luces y sombras. Es poner el corazón frente a Dios y preguntarle con honestidad: “¿A dónde me llevas? ¿Dónde te sirvo mejor? ¿Qué estás esperando de mí, ahora, aquí, en lo que soy, en lo que hago y en lo que tengo?”Discernir es una forma de amar. Porque quien busca la voluntad de Dios no está huyendo de sí mismo, sino buscando vivir con más verdad, con más fecundidad, con más entrega. La voluntad de Dios no es un dictado externo que nos esclaviza; es una melodía interior que ordena el caos, que da sentido al camino, que revela nuestra verdad más honda. Descubrirla no es fácil, pero es siempre una experiencia liberadora. Nos saca de la dispersión y nos introduce en la unidad. Nos arranca del miedo y nos conduce a la paz.Pero esta búsqueda no se da en el vacío. Vivimos en medio de un ruido constante, no solo exterior, sino también interior. El rumor que produce el ego, el ruido provocado de la vanidad, del deseo de ser aprobados, del temor, del miedo a perder, del impulso por controlar. El discernimiento no ocurre cuando todo está en calma, sino precisamente cuando en medio del desorden, del caos, del ruido y el rumor, se decide abrir espacio para que hable Dios, con esa Voz que no grita; esa voz que no compite con las demás, esa voz que espera. Espera a que callemos lo suficiente como para poder ser escuchada. Por eso, discernir es también una forma de resistencia. Resistencia contra la prisa, contra el ruido, contra la rumorosa superficialidad. Requiere detenerse, hacer silencio, contemplar, mirar con profundidad.La voluntad de Dios no se impone. Se revela. Pero solo lo descubre quien se atreve a mirar la vida con los ojos del Espíritu. No se trata de una lógica mágica, ni de un código secreto. Dios habla en los acontecimientos, en las personas, en las heridas, en los sueños, en la historia compartida, sobre todo, habla en el corazón. No en cualquier corazón, sino en el que se deja moldear, en el que se vacía de sí mismo para llenarse del querer de Dios. Como María, la mujer que supo decir: “Hágase en mí, según tu palabra”. En ella vemos que discernir es abrirse a lo imprevisible, es dejar que la vida tome un curso nuevo porque Dios así lo ha insinuado.Hoy, donde todo se mide por la eficacia, por los resultados y la estadística de una acción, el discernimiento propone una lógica contracultural: la lógica de la fidelidad. No busca resultados inmediatos, sino frutos duraderos. A veces, lo que Dios quiere no coincide con lo que esperábamos. Nos lleva por caminos que no elegimos, pero que nos transforman desde dentro. Porque Dios no nos llama a ser exitosos, sino a ser fecundos. Y esa fecundidad se alcanza cuando se vive en sintonía con su divino querer.Sin embargo, nadie discierne en solitario. Dios ha querido que el camino de la fe sea comunitario. La Iglesia, al ser verdaderamente madre y maestra, ofrece espacios y acompañantes que ayudan a escuchar mejor, a poner nombre a lo que se mueve en el alma, a contrastar los propios deseos con el Evangelio. El acompañamiento espiritual no reemplaza la libertad, pero la purifica. Nos ayuda a no confundir nuestros anhelos con la voz de Dios. Y al mismo tiempo, nos recuerda que esa voluntad no se busca para encerrarnos en una devoción individualista, sino para enviarnos al mundo con una misión clara y generosa.Discernir la voluntad de Dios en medio del ruido del mundo es, al final, una forma de vivir despiertos. Porque quien ha escuchado a Dios no puede seguir viviendo dormido entre superficialidades. Quien ha probado su Palabra, no puede contentarse con migajas de sentido. La voluntad de Dios, cuando se acoge con humildad, da dirección, renueva la esperanza, y transforma incluso el dolor en ofrenda de corazón.Tal vez lo que más necesita nuestro tiempo no es gente perfecta, sino personas que vivan con mayor discernimiento. Personas que, sin estridencias, aprendan a preguntarse cada día: ¿Qué quiere Dios de mí hoy? ¿Dónde estoy llamado a sembrar vida? ¿Qué pasos debo dar para amar más y mejor? Esa, en el fondo, es la pregunta decisiva. Porque cuando se responde desde la fe, ya no hay ruido que apague la plenificante paz del corazón.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana