Pasar al contenido principal

Opinión

Mié 22 Feb 2017

“Sin el sacerdote se pone en peligro la vida de la Iglesia”

Por: Mons. Héctor Cubillos Peña - “Sin el sacerdote se pone en peligro la vida de la Iglesia” - El tema del presente editorial viene a hacer eco del tema del pasado mes de septiembre de 2016 que trata sobre la necesidad de orar y trabajar espiritual y apostólicamente por las vocaciones sacerdotales. El número de jóvenes que piensan en el sacerdocio es cada vez menor. El ingreso de aspirantes al Seminario en el 2017 se ha reducido a su más mínima expresión ¿Qué está pasando? A todos los miembros de la Iglesia incumbe esta situación. No podemos quedarnos tranquilos como si no estuviera pasando algo que tiene importancia, la falta de vocaciones es una responsabilidad de toda la Iglesia: ministros, consagrados, familias y fieles. El sacerdote tiene una importancia trascendental para la Iglesia: sin él la Palabra de Dios deja de tener fuerza; sin él, no puede haber perdón para los pecadores, sin él Jesús el Pan de vida no llega a ser el alimento para la vida eterna; sin sacerdote, la vida de la comunidad cristiana pierde la guía y el horizonte; en definitiva sin el sacerdote se pone en peligro la vida de la Iglesia, su misión evangelizadora; es decir su fidelidad a lo que Jesús ha querido de ella como instrumento de salvación. Sin el sacerdote, el mal aprisiona más a sus esclavos y acrecienta su poder. Sin sacerdotes el mundo, las culturas, las sociedades no tienen posibilidad de ver la luz y recibir el amor salvador. Cada uno de nosotros es, como creyente, lo que ha recibido de un sacerdote. Estamos asistiendo a un fenómeno muy preocupante de olvido de Dios. Del vivir de cada día en muchísimos seres humanos, conocidos o desconocidos, Dios ha sido relegado, olvidado, desalojado del corazón de las personas y de las relaciones sociales. Y cuando Dios no cuenta, la vida humana cae en el peligro, la amenaza de la destrucción y la muerte. La corrupción, la violencia, los vicios actuales, la falta de la moral son indicadores palpables que no se pueden negar. Pero no solo asistimos a la expulsión de Dios de la vida que propone la publicidad y la sociedad; estamos también asistiendo al combate y al rechazo directo de la Iglesia. Los casos de sacerdotes con caídas graves contra la moral son amplificados y censurados por los medios de comunicación; las autoridades eclesiásticas son “condenados” casi a muerte; vistos como un mal para la sociedad. Sí, le quieren quitar el derecho a la predicación del Evangelio y anular el servicio que ellas puedan prestar en favor de los demás y en especial de los más pobres y necesitados. El anterior panorama incide de manera especial en los jóvenes los cuales además son deslumbrados por las oportunidades e invitación que ofrece el mundo del éxito, el goce personal, la riqueza o el poder. Hoy es más difícil que un joven o incluso un niño pueda ser capaz de escuchar un posible llamado de Jesús. Además porque la vida familiar de muchos hogares y la educación de ninguna manera son medios de transmisión de la voz de Dios. La cuestión no es la de que Dios haya dejado de llamar, porque El sigue llamando, nunca ha dejado de hacerlo ni lo dejará de hacer en el futuro. Lo grave es más bien la sordera que se ha extendido y agudizado para impedir que el llamado divino sea escuchado. ¿Qué hemos de hacer nosotros? Nunca hemos de olvidar la orden del Señor: “Rogad al dueño de la mies que envíe operarios a la mies” (Mt.9, 38) la súplica por las vocaciones sacerdotales no puede suspenderse. Hay que insistir día y noche, con la confianza y perseverancia; no para conseguir que Dios se despierte y atienda nuestras plegarias, sino para que acrecentemos la conciencia de la necesidad y urgencia de las vocaciones al sacerdocio. En otras palabras, pedimos en la oración por que sabemos de la gran importancia de los sacerdotes. De cada familia debe brotar una plegaria, de cada grupo apostólico debe elevarse una oración; en cada misa una petición, en cada acción apostólica de la parroquia, de los movimientos y grupos ha de dirigirse esta misma petición. Nuestra Iglesia diocesana de Zipaquirá ha de ser un coro permanente de día y noche y en todo rincón que pida al Padre del Cielo el envío de vocaciones. Los Comités Vocacionales han de ejercer este apostolado; no puede hoy existir ni una sola parroquia en donde no haya un comité de vocaciones. Su inexistencia sería la manifestación más grande de indiferencia e insolidaridad para con la Iglesia y el mundo. Además de la oración se hace absolutamente necesaria la formación de las vocaciones, la búsqueda, el lanzar las redes. Eso fue lo que hizo el Señor al llamar a sus discípulos. Se acercó a ellos a la orilla del lago en donde se encontraban y los llamó por su nombre: Pedro, Juan, Santiago y así los demás. Hoy también es necesario acercarse a los jóvenes y llamarlos por su nombre: los papás a los hijos, los maestros a sus alumnos, los sacerdotes a los acólitos, a los jóvenes que se encuentran en los colegios, en los campos deportivos, en las esquinas de las cuadras, en las familias, en los grupos juveniles; hoy los catequistas han de llamar por su nombre a sus niños y jóvenes catequizados en la preparación a los sacramentos. Ir como el Señor a donde se encuentran; también han de llamar los agentes de pastoral a los jóvenes del vecindario, a los de sus familiares. La búsqueda ha de ser permanente. Las parroquias han de acoger la presencia de los sacerdotes y jóvenes de la pastoral vocacional. Como Jesús, todos hemos de fijar la mirada en ellos en quienes podemos descubrir cualidades y disposiciones para escuchar el llamado del Señor a través de nuestra invitación. El hacer despertar la responsabilidad vocacional de todos los fieles es una tarea de los sacerdotes y de los comités vocacionales parroquiales. Confiemos en el Señor y trabajemos para hacer realidad una primavera vocacional. + Héctor Cubillos Peña Obispo de Zipaquirá

Lun 20 Feb 2017

El don de la vocación presbiteral

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Asamblea de los Obispos de Colombia, que se realizó la semana pasada, tuvo como objetivo central el estudio de la nueva “Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis” que, con la aprobación del Papa Francisco, fue publicada el 8 de diciembre de 2016. Esta versión actualiza el documento aparecido por primera vez en 1970; se propone concretamente, mirando en su conjunto la formación de los sacerdotes, asumir el magisterio pontificio sobre el particular y dar orientaciones precisas que respondan a los grandes desafíos que tenemos actualmente. La formación, inicial y permanente, de los sacerdotes debe ser comprendida en una visión única, integral, comunitaria y misionera. Comienza con el bautismo, se perfecciona con los otros sacramentos de la iniciación cristiana, se vive como un proceso de discipulado, capacita para la entrega de sí mismo en la caridad pastoral, exige un carácter eminentemente comunitario y continúa durante toda la vida. Una de las novedades del documento es mostrar la necesidad de la continuidad en el proceso formativo que se inicia en la familia y la parroquia, se desarrolla en el seminario y se prolonga en el ministerio. El ministerio ordenado tiene su origen más profundo en el designio amoroso de Dios que, sellado con la sangre de su Hijo e impulsado en el tiempo con la fuerza de su Espíritu, consagra y envía a unos elegidos para que a través del servicio sacerdotal conduzcan a su pueblo. Así lo que expresa el profeta Jeremías cuando pone en la boca de Dios esta promesa ardiente: “Les daré pastores según mi corazón”. Por eso, toda la formación sacerdotal, inicial y permanente, se orienta a configurar pastores que sirvan al pueblo con el mismo amor de Dios. Para lograr esto, la Ratio propone que la formación inicial se estructure en cuatro etapas. La etapa propedéutica, que ayuda al seminarista en su maduración humana y cristiana. La etapa discipular lo guía en la afirmación consciente y libre de su opción de seguir siempre a Jesús. La etapa de configuración lo impulsa en un camino espiritual para identificarlo con Cristo Siervo, Pastor, Sacerdote y Cabeza de la Iglesia. La etapa pastoral lo lleva a comprender que su vocación y misión se viven en la inserción en un presbiterio y entregado generosamente a la comunidad eclesial. La formación permanente, por su parte, conduce a que la experiencia discipular de quien es llamado al sacerdocio no se interrumpa jamás. Así, el sacerdote, bajo la acción del Espíritu Santo y con la ayuda de sus hermanos presbíteros, se mantiene en un proceso de continua configuración con Cristo. Es un camino de conversión para reavivar constantemente el don recibido. Así va superando todos los desafíos: la experiencia de la propia debilidad, el riesgo de sentirse funcionario, el reto de la cultura contemporánea, la atracción del poder y la riqueza, la fidelidad al celibato y el propósito de entregarse hasta el final. Nos llegan muy oportunas las directrices de la Ratio en este momento en el que, con justa razón, el mundo nos reclama a los sacerdotes que seamos íntegros, auténticos, responsables y capaces de entregar la vida. Es un llamamiento a que toda la Arquidiócesis se sienta comprometida con la búsqueda, acompañamiento e integración en la vida eclesial de los candidatos que van al Seminario, de acoger a los que no terminan el proceso en el Seminario pues deben ser después los mejores laicos en sus parroquias y de lograr que cada sacerdote se responsabilice seriamente del don que ha recibido y lo ofrezca eficazmente a los demás. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 14 Feb 2017

Educar es enseñar el arte de vivir

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos iniciando un nuevo año escolar. Es oportuno pensar que la educación no es cuestión insignificante, que no es responsabilidad de otros, que no es una actividad ya establecida que se reproduce mecánicamente. Por medio de la educación aportamos a la construcción de las personas y realizamos el modelo de nuestra sociedad a corto y largo plazo. De acuerdo con el tipo de educación que implementamos o que excluimos así será la sociedad que tendremos en el presente y en el futuro. Por eso, ciertas ideologías se proponen entrar abierta o sigilosamente en la educación, para moldear la sociedad desde la perspectiva que les interesa. Una cosa es educar y otra bien distinta domesticar. La primera es ofrecer principios, aportar valores, crear destrezas y hacer capaces de las virtudes en los que se fundamenta una civilización y la otra es la imposición de visiones y prácticas que alguien decide introducir en las nuevas generaciones y en la sociedad a partir de determinadas políticas. Toda la sociedad debe estar vigilante para cuidar los principios y valores a los que no se puede renunciar y que son garantes de la dignidad de la persona humana, de la estructura natural de la sociedad y de las exigencias del bien común. En este proceso tienen un papel protagónico e inalienable los padres y madres de familia, pues les asiste un derecho primigenio a orientar la educación de sus hijos, que ninguno puede conculcar. Así mismo, en este campo tienen una palabra esencial los maestros que, a partir de su vocación, de su experiencia y de su responsabilidad social, son una fuente objetiva de perspectivas para ayudar a elegir los mejores modelos educativos. Igualmente, la Iglesia por su misión y por su trayectoria de servicio a la humanidad no puede renunciar a ofrecer sus análisis y sus propuestas. Hay una educación que el Estado debe propiciar con todos sus recursos desde unos criterios, para no caer en un totalitarismo, acordados con la sociedad; pero hay una educación que respetando y aun promoviendo esos mismos criterios tiene su propia perspectiva desde la iniciativa particular. En ese contexto se sitúa la llamada Escuela Católica. No es desconocida la enorme labor que realizan tantos colegios y universidades dirigidos por diócesis, comunidades religiosas y asociaciones eclesiales, que aportan con respeto y competencia un específico modelo educativo. No se le puede negar a la sociedad que intervenga en la orientación de la educación ni a la Iglesia que ofrezca su manera de ver al hombre y a la mujer, su concepción de la sociedad y de la historia y su propuesta de realización de la persona humana aprendida desde su búsqueda espiritual, desde sus aciertos y sus errores. Se trata de un servicio honesto y creativo en una cosmovisión plural y democrática en la que también los cristianos tenemos un contenido para proponer y una pedagogía respetuosa para aportar dentro del único objetivo de lograr la realización integral de las nuevas generaciones y de toda la sociedad. Al iniciar este nuevo año lectivo debemos hacernos conscientes del valor y del derecho de la educación; debemos aprender a estar vigilantes frente al propósito de algunos, como se ha visto recientemente, de introducir conceptos y prácticas inaceptables en la educación; debemos defender el derecho de los padres de familia a escoger el modelo educativo que quieren para sus hijos; y debemos empeñarnos todos en mejorar y extender la calidad de la educación a fin de que sea más humana, ayude a encontrar el sentido trascendente de la vida y transmita valores y reglas de conducta para una armoniosa convivencia. Educar es algo muy grande, es enseñar el arte de vivir. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 31 Ene 2017

“Joven, a ti te digo: Levántate”

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Detener el cortejo fúnebre era fácil. Pronunciar una palabra imperativa, con poder para detener el proceso de la muerte, el avance hacia la corrupción y desaparición física de un joven, era impensable, inaudito. Solamente el “dueño de la vida y de la muerte” podía hacerlo. Solo una palabra viva y eficaz, creadora y resucitadora, llena de amor y de fuerza divina, se atrevía a revelar la identidad de quien la pronuncia y la característica biológica, sicológica y familiar del difunto: un joven, una persona “en la flor de la vida”. Solo alguien compasivo hasta más no poder recoger en el odre de su corazón las lágrimas de una viuda por su hijo único, y el dolor de una ciudad por una vida frustrada antes de su madurez. Es Jesús, más precisamente, Jesucristo, a quien, sencillamente, podemos llamar “La Vida” que se manifestó (1ª.Juan1,2). El desafío será siempre el mismo: abrir la conciencia y la libertad de toda persona a este TU que lo libera de las ataduras de la muerte; que convierte nuestro cuerpo, el espacio y tiempo del vivir terreno, en la gestación de una Vida Nueva, plena, eterna, en comunión con El Amor mismo que es Dios. Este “Evangelio de la Vida” está inscrito en nosotros, en nuestra naturaleza compartida por Dios, pero requiere del SÍ personal a Dios, a su voluntad divina, a su plan y designio. Es el objetivo de la evangelización y del llamado, del acompañamiento compasivo y el discernimiento constante, de la lectura que cada uno hace de sí mismo, de su vida y circunstancias, de sus metas e ideales. Será el fruto del testimonio del Espíritu y de la Iglesia, de la creación y de la historia. Sobre todo, del contacto con esa Palabra escuchada, identificada en el rostro visible de Dios Invisible, que alguna vez sobrepasa la superficie del camino, del pedregal, de las zarzas, y penetra a la tierra buena y fértil del propio corazón. “Joven, a ti te digo: levántate” (Lucas 7,14). Es la “Evangelización y llamado a Adolescentes y Jóvenes: ELLAJ”, como llamamos ahora en nuestra arquidiócesis al conjunto de anuncio, catecumenado y catequesis (YOUCAT), con personas en estas condiciones biológicas, sicológicas y culturales, integrando en un gran equipo la pastoral juvenil, educativa y vocacional con ellas. “Aunque no siempre es fácil abordar a los jóvenes, anota el Papa Francisco, hay que crecer en dos aspectos: en la conciencia de que es toda la comunidad la que los evangeliza y educa, y en la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor” (La Alegría del Evangelio, 106). Al iniciar el 2017 con la convocatoria que hace el Santo Padre, a través de una carta a los jóvenes, a unirse a la preparación y realización del SINODO DE OCTUBRE DEL 2018, sobre el tema “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, convoco a toda la arquidiócesis de Cali a conocer y difundir el respectivo Documento Preparatorio. Y a abrir en cada parroquia, institución y movimiento eclesial, espacios amplios, más allá de límites y limitantes, a la participación de adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres, en las respuestas al cuestionario recibido. “La Iglesia desea ponerse a la escucha de la voz, de la sensibilidad, de la fe de cada uno; así como también de las dudas y las críticas. Hagan sentir a todos el grito de ustedes. Déjenlo resonar en las comunidades y háganlo llegar a los pastores”, les dice a los jóvenes el Papa Francisco en su Carta. Muchachos y muchachas, hombres y mujeres jóvenes de nuestra arquidiócesis de Cali: ¡Escuchen a Jesucristo que los despierta y reanima! ¡Escuchen al Papa Francisco que los convoca! ¡Háganse partícipes de esta gran reflexión mundial sobre lo que pasa con ustedes y la Iglesia!. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mié 25 Ene 2017

Y el tiempo no se detiene…

Por: Mons. Jaime Uriel Sanabria Arias - Como todos los años, para comenzar se hacen muchas promesas, que generalmente se quedan en eso, porque están movidas por la emoción del momento, y en un contexto que normalmente e stá fuera de lo cotidiano. Por eso, ahora que estamos más tranquilos los invito a pensar más en serio el año que hemos comenzado. Hay dos maneras de enfocar la vida: como derecho, algo que se nos debe; o como un don, un regalo que hemos recibido. ¿Qué sucede cuando pensamos que la vida es un derecho, algo que se nos debe? Cuando creemos que la vida es algo que se nos debe, entonces nos sentimos propietarios de nosotros mismos. Pensamos que la manera más acertada de vivir es organizarlo todo en función de nosotros mismos. Yo soy lo único importante. ¿Qué importan los demás? Algunos no saben vivir sino exigiendo. Exigen y exigen siempre más. Tienen la impresión de no recibir nunca lo que se les debe. Son como niños insaciables, que nunca están contentos con lo que tienen. No hacen más sino pedir, reivindicar, lamentarse. Sin apenas darse cuenta, se convierten poco a poco en el centro de todo. Ellos son la fuente y la norma. Todo lo han de subordinar a su ego. Todo ha de quedar instrumentalizado para su provecho. La vida de la persona se cierra entonces sobre sí misma. Ya no se acoge el regalo de cada día. Desaparece el reconocimiento y la gratitud. No es posible vivir con el corazón dilatado, sino con el corazón endurecido. Se sigue hablando de amor, pero “amar” significa ahora poseer, desear al otro, ponerlo a mi servicio. Esta manera de enfocar la vida conduce a vivir cerrados a Dios. La persona se incapacita para acoger. No cree en la gracia, no se abre a nada nuevo, no escucha ninguna voz, no sospecha en su vida presencia alguna. Es el individuo quien lo llena todo. Por eso es tan grave la advertencia del evangelio de San Juan: “La Palabra era la luz verdadera que alumbra todo hombre. Vino al mundo… y en el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Nuestro gran pecado es vivir sin acoger la luz. ¿Qué sucede cuando entendemos la vida común don, un regalo que hemos recibido? Vivimos eternamente agradecidos porque reconocemos que no somos nosotros quienes hemos decidido nacer. No nos escogimos a nosotros mismos; no elegimos a nuestros padres ni nuestro pueblo. Todo nos ha sido dado por Dios, y con la intervención de nuestros padres. Vivir es ya, desde su origen, recibir para dar. La única manera acertada es también ofrecerme, donarme con todas mis capacidades y mi tiempo por el bien de los demás, vaciarme de mis riquezas para enriquecer a quienes me rodean y al mundo donde vivo. “Hay más alegría en dar que en recibir”. + Jaime Uriel Sanabria Arias Vicario Apostólico de San Andrés y Providencia

Lun 23 Ene 2017

Un nuevo año, con María como patrona

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – Estamos iniciando las tareas de nuestra Arquidiócesis en este nuevo año. Para que no sea un retorno rutinario a proyectos y actividades, hagámonos conscientes de la profundidad y belleza de la misión de la Iglesia, en la que se sitúan nuestros propósitos y nuestras labores. El fundamento último de la tarea evangelizadora está en el designio de Dios de salvar a la humanidad; para ello, ha enviado a su propio Hijo y ha derramado sobre nosotros la luz y la fuerza de su Santo Espíritu. Dios se revela, entonces, como amor que se compromete con nosotros y se entrega hasta las últimas consecuencias. La Iglesia es la depositaria y la promotora de ese amor. Ella debe revelar la misericordia del Padre; ella es enviada para ofrecer a todos la vida nueva y eterna que nos ha traído el Hijo; ella camina y trabaja bajo el impulso del Espíritu. Ella, en síntesis, es el primer lugar en el que Dios busca a las personas y el mejor espacio para nuestro encuentro con Él. Con esta certeza, ponemos de nuevo la mano en el arado para labrar el campo del Señor. Desde esta convicción, percibimos como una gracia y como una nueva oportunidad el poder ir a la viña a continuar la siembra del Evangelio. No nos cansemos, no nos movamos en la superficialidad y la rutina, no rompamos la comunión, no nos alejemos de los proyectos y propósitos con que marcha toda la Arquidiócesis. Debemos recordar que estamos en “estado permanente de misión”, para que todo en la vida y la estructura eclesial se vuelva un medio adecuado para la evangelización de nuestra sociedad y un signo del amor divino que se nos ha revelado en Cristo. El Papa Francisco nos pide que sigamos avanzando juntos en “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas”. En las tareas pastorales que reemprendemos no estamos solos, ni contamos únicamente con nuestras fuerzas. Nos preside Cristo, nos movemos en el poder del Espíritu Santo, están con nosotros la Virgen María y todos los santos. En este sentido, debemos valorar la gracia de entrar en este año celebrando a Nuestra Señora de la Candelaria como Patrona de la Arquidiócesis de Medellín. He tenido ya la ocasión de explicar el proceso y el sentido de esta concesión de la Santa Sede. Se trata ahora de aprovechar la figura de María, el ejemplo de su vida y su poderosa intercesión en la realización de nuestro ser y misión de Iglesia particular. Por tanto, invito a toda la comunidad diocesana a unirse profundamente a la celebración en honor de Nuestra Señora de la Candelaria el próximo 2 de febrero, que a partir de ahora tiene para nosotros carácter litúrgico de solemnidad. Se celebrará en todas las parroquias y capillas con los textos propios de la festividad de la Presentación del Señor. Contemplando así el misterio de la salvación realizado por Cristo, veremos a la Santísima Virgen María unida a él como madre del Siervo doliente, como ejecutora de una misión al servicio de la humanidad y como modelo del nuevo Pueblo de Dios. Ruego que a cuantos les sea posible se unan a la celebración que tendremos el 1 de febrero a las 6.00 p.m. en la Catedral y a la siguiente procesión hacia la basílica de Nuestra Señora de la Candelaria. Pido que se le dé especial realce a esta solemnidad en las parroquias proponiendo a María como ejemplo de fe, de esperanza y de caridad y suplicando con insistencia su ayuda en favor de nuestra Arquidiócesis. Sintámonos, en verdad, fortalecidos con su ejemplo y su intercesión para realizar, con pasión y con esperanza, las tareas que nos piden en este año la gloria de Dios y la salvación de nuestros hermanos. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Jue 19 Ene 2017

Ratas y ratones

Escrito por: P. Raúl Ortiz Toro - Hasta el 2016 Colombia ocupaba el puesto 13 en nivel de corrupción, en una lista elaborada por el Foro Económico Mundial basada en el “Índice Global de Competitividad”. Infortunadamente, con las revelaciones de casos de corrupción de los últimos días, seguirá avanzando en ese deshonroso listado cuyo primer puesto recae en el vecino Venezuela. El tema de la corrupción es escandaloso porque Colombia es un país rico en recursos naturales, humanos y de capital; todos estamos de acuerdo en que no es un país pobre y sin embargo es un país que vive en la pobreza. ¿Dónde se aprende la corrupción? Lamentablemente, debemos reconocer que en la casa. En la familia se forja tanto el honesto como el hipócrita. Como hayamos sido educados así mismo luego nos desenvolvemos en la vida social; hay casos, por supuesto, de padres honestos que enseñaron el buen obrar en casa y dieron con hijos desvergonzados. Esto se debe a que el sistema educativo también tiene un buen porcentaje de responsabilidad cuando en las aulas se enseña la efectividad y la eficiencia por encima de una orientación ética fundamental. Como docente universitario sé que la materia “Ética profesional” es llamada por los estudiantes: “costura”. Pero no se trata de una materia, pues hay instituciones que tienen lecciones de ética en todos los semestres pero su visión institucional es la del negocio. Familia, Educación, Sociedad: También la superficialidad materialista del mundo moderno ha logrado calar en las generaciones que ven el éxito como derecho fundamental de bienestar hasta el punto de que la economía parece haber domesticado la ética a su antojo. Y reconozcamos que a la Iglesia también le toca su cuota de responsabilidad. Pues en su momento no fuimos lo suficientemente veedores y en ciertos casos nos ha faltado vehemencia en la denuncia; tal vez también hemos tenido poco empeño en la evangelización de la política y lo público; pusimos el acento de la moralidad social más en el ámbito sexual personal que en el de la justicia social, sin que por ello se piense que el primer ámbito es menos importante. Es muy fácil indignarse. Es muy fácil sentenciar por redes sociales o artículos como este, que encarcelen a los corruptos. Tendríamos, entonces, que hacer una gran cárcel para todos porque es un error común pensar que la corrupción solo existe en las altas esferas del gobierno, la economía y la política. También hay una corrupción lenta y silenciosa, que genera aquella otra visible, en pasarse un semáforo en rojo, en comprar el puesto de la fila, en el libro de contrabando, en beneficiarse del Sisbén o de “Familias en Acción” sin merecerlo, en prestar “gota a gota”, vender sin factura, pagar menos de lo justo al campesino, contratar servicios sin pagar lo debido, y un largo etcétera de deshonestidades que no nos sacan en limpio. De modo que esta catástrofe nos salpica a todos y entre todos debemos salir de ella. Los estamentos de control deben concentrarse en su deber, la justicia debe ser efectiva en sus condenas y cada uno de nosotros debe empeñarse por su obrar honesto en la cotidianidad. De nada servirá decir que es necesario exterminar las ratas si toleramos los ratones. ¿Qué tan honesto es usted en la vida diaria? P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán [email protected]

Lun 16 Ene 2017

Lluvia de sobres

Escrito por: Mons. Froilán Casas Ortiz - Se ha ido imponiendo una horrible costumbre, marcada por la sociedad de consumo y el apego al dinero, de enmarcar cualquier reunión social con la exigencia de la incómoda etiqueta “lluvia de sobres”. Cómo me fastidia que la hermosura de la amistad sea tasada y medida por los parámetros del dinero. ¡Cómo nos falta criterio! Porque en los Estado Unidos se usa, entonces sin ton ni son debe aplicarse entre nosotros. Por favor, que el coloso del Norte nos enseñe tecnología, pero en cultura, en muchas cosas, estamos más adelantados. En el fondo hay una serie de complejos culturales, ¡qué falta de identidad! La llamada lluvia de sobres, la encuentro razonable cuando de matrimonios se trata. Es comprensible que la nueva pareja, escoja lo prioritario y en ese sentido qué bueno ofrecerles con cariño un regalo monetario. En la práctica, se repetían los regalos de electrodomésticos, por ejemplo y, ¿entonces qué hacer con ellos? De modo que en este aspecto la costumbre se ha vuelto pragmática. Pero ahora cualquier reunión exige la tal lluvia de sobres. A la verdad que cuando recibo una invitación con tal exigencia yo no asisto. En el fondo lo considero una grosería. En la amistad debe haber espontaneidad. El comprar un regalo exige tiempo, descubrir desde la óptica del amor, lo que más agrade a la persona agasajada. La curiosidad del detalle encierra una especie de misterio y de alegre ansiedad. Todo ello hace parte del afecto. La amistad no se mide por la cantidad, sino por la actitud en la relación personal. Cuando nos visita una persona, el mayor regalo es la presencia de ese amigo o amiga que llega. Su visita nos genera alegría y nos proponemos acogerlo de la mejor manera. La alegría se refleja en los gestos, en las actitudes; más allá de los hechos externos, está la atracción espiritual y afectiva. La verdadera amistad se refleja por el desinterés en lo material y la búsqueda de los lazos de afecto que están más allá de las cosas tangibles. No se trata de rechazar las cosas materiales, se les debe dar su justo puesto. Superemos el materialismo y luchemos por una relación marcada por el afecto sincero que está más allá de cualquier parámetro cuantitativo. Amigo es aquél que conociéndolo, lo ama; ve sus errores, pero lo comprende y ayuda para seguir adelante. El que quiera buscar personas perfectas, sálgase de este planeta y busque en los espacios siderales el tipo de amistad que quiere. ¿Qué autoridad tiene usted para exigir amigos perfectos, si usted es un pozo de imperfecciones? Para exigir hay que dar, ¿qué ha dado usted para exigir? El amor por naturaleza es fecundo. Si usted da veinte para recibir a cambio veintiuno, usted no está dando veinte, usted busca uno; no sea avariento y egoísta. La calidad de la amistad se muestra en la entrega de la persona y la generosidad de su relación. Quien es amigo en el pleamar, lo debe ser en el bajamar. ¡Esa sí que es verdadera amistad! Amigo en las duras y en las maduras. Siembre amor para cosechar amor. + Froilán Casas Ortíz Obispo de Neiva