Pasar al contenido principal

Opinión

Lun 17 Abr 2017

La procesión – delito

Por : P. Raúl Ortiz Toro - Son las 5 de la mañana del domingo y como joven sacristán voy a tocar las campanas del templo parroquial. En el silencio del amanecer, las campanas retumban y la gente agradece: el que va a misa de 6 y el que tiene que madrugar a sus oficios; el que no le interesa, da media vuelta y sigue durmiendo. Pero no es 2017. Eran los noventa, cuando las manifestaciones de fe católica no fastidiaban a nadie o si lo hacían la gente no denigraba ni salía a señalar de delincuentes a los católicos. No voy a caer en la trampa de considerar que todo tiempo pasado fue mejor. No; pues cada tiempo tiene sus buenas cosas y sus peores. Tampoco caeré en la respuesta facilista de decir que como la mayoría de días festivos son religiosos entonces los indiferentes y ateos tienen que ir a trabajar esos días para que no se incomoden con nuestras procesiones (si bien es cierto que seré uno de los primeros en firmar para que se quiten los festivos religiosos que pasaron a los lunes por la Ley Emiliani (1983) porque esas fiestas religiosas pasaron al domingo (como el Corpus Christi y la Ascensión) y se dejen únicamente los festivos que quedan en fecha fija: Jueves y Viernes Santo, 8 de diciembre, 25 de diciembre, más los de carácter civil). Cerrado el paréntesis, vamos a ver como conciliamos esto. El pasado Viernes Santo una parroquia en Bogotá salió – como todas las parroquias del mundo entero – a manifestar su fe en las calles a través de la meditación del Viacrucis. No es proselitismo, no es algarabía, no es un desorden, sino una manifestación pública de una convicción religiosa. Un ciudadano se llenó de impaciencia y salió a gritar a los que participaban del viacrucis que él tenía derecho a dormir; que estaban cometiendo un delito porque Colombia es un país laico; entre otras cosas dijo: “¡Atrevidos! ¡Esto está prohibido! ¡Lo que ustedes están haciendo es un delito!” El hecho pasó entre anecdótico e irrelevante en las redes sociales y noticieros pero detrás de todo esto se esconde la visión de Estado laicista que es diametralmente opuesto al concepto de Laicidad del Estado. El Estado laicista reduce las manifestaciones religiosas al ámbito de la subjetividad de los individuos y las confina a los templos; por el contrario, la laicidad del Estado debe responder con la no confesionalidad (que no es supresión sino independencia de poderes) y, consecuentemente, con la regulación de estas manifestaciones (porque entonces habría que prohibir las marchas de todo tipo, las celebraciones de victoria en los partidos, etc.). Por ello, los párrocos deben acercarse al menos un mes antes a la secretaría de gobierno de las alcaldías locales y/o municipales y gestionar el permiso para la manifestación; ello conlleva un aviso a las autoridades de tránsito y a las oficinas de gestión de riesgo y atención de eventualidades (como la Defensa Civil o la Cruz Roja). Sé que puede parecer engorroso pero si hacemos este proceso vamos a evitarnos dolores de cabeza. Ya en muchos templos no suenan las campanas porque han presentado quejas y las han ganado; las procesiones no son diarias –como podría serlo el toque de campanas- y estoy seguro que una buena gestión logrará que no nos tilden de delincuentes por manifestar nuestra fe. Y al ciudadano que se manifestó impacientemente le deseo que ojalá esta experiencia le sirva para entrenarse en la paciencia y la tolerancia ante la diversidad de cultos que siempre sirve en el camino de la vida, en el ámbito familiar, laboral y social. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán [email protected]

Jue 6 Abr 2017

Una mirada pastoral al día mundial de la salud

Por: Ismael José González Guzmán, PhD (c): Desde que se instauró la Organización Mundial de la Salud el 7 de abril de 1948, se propuso en su primera asamblea que se escogiese un día para celebrar a nivel mundial la salud. Por tal razón a partir de 1950, cada 7 de abril se celebra el día mundial de la salud. Esta celebración debe animarnos como Iglesia, a continuar la dispendiosa tarea de humanizar el mundo de la salud a la luz de los valores del evangelio. Para ello, la Iglesia cuenta con la pastoral de la salud quien brinda una respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor (Documento de Aparecida, 418). En la actualidad no es un misterio la situación que atraviesa el sector salud en Colombia. Situación donde convergen intereses políticos, económicos y culturales que precariamente promueven la dignidad humana, la vida y la esperanza para tantas personas, que por la naturaleza humana experimentan la enfermedad. Por consiguiente, urge al interior de la Iglesia seguir avivando la formación teológica-pastoral con énfasis en la salud, de todo el pueblo santo de Dios y en particular de los agentes de pastoral de la salud, para que respondan fielmente a las tres dimensiones de esta pastoral [solidaria, comunitaria y político-institucional] y sean verdaderos discípulos de Jesucristo y su Iglesia en el contexto sanitario. Para lograr esto último, es indispensable que los Obispos continúen con fervor su misión de rodear a los enfermos con una caridad paterna (Christus Dominus, 13) y desde sus realidades pastorales, promuevan constantemente espacios formativos para los presbíteros, diáconos, religiosos y laicos que intervienen en el acompañamiento de la pastoral de la salud, suscitando con ello, la incidencia transformadora que favorezca la construcción de un sistema de salud más digno, humano e incluyente en Colombia. Como cristianos al servicio de la salud, no podemos caer en el relativismo de un acompañamiento exprés [a las carreras], el cual impide fomentar la cultura de encuentro, no solo con ese que experimenta el dolor y los quebrantos físicos producto de la enfermedad, sino también, con su familia y el personal sanitario, que observando muchas veces como somos imagen viva del Señor por la forma como nos donamos a ese que sufre, encuentran un motivo para acercarse más a la Iglesia. En ese sentido, un acompañamiento pastoral en el mundo de la salud, debe privilegiar el diálogo como forma de encuentro con el otro que es un don, tal como lo propone el Señor a través de los evangelios (Cfr. Lc 10, 25-37 [el buen samaritano]; Jn 10, 11 [el buen Pastor]), donde nos enseña que la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad (Documento de Aparecida, 360). También hay que tener presente que la vocación cristiana de servicio en la salud, es determinante para un buen acompañamiento, puesto que no todos son llamados a servir en ese contexto particular. Por tal motivo, no quiero terminar sin antes exaltar la maravillosa opción de vida de algunas realidades particulares en la Iglesia Católica, que lo dan todo desde sus carismas por los enfermos, por la promoción de la dignidad humana y la defensa de la vida. A ellos y todos los que luchan por esta causa, les animo a que no desfallezcan en su misión, porque en los enfermos también hay un lugar teológico privilegiado por el Señor (Cfr. Mt 11, 2-6; Mc 3, 1-6; Lc 4, 38-40; Jn 11, 1-4), que merece todo cuidado, dignidad y caridad. Que el Dios de la vida, del amor y todo consuelo les bendiga, les provea el ciento por uno (Mt 19, 29) y les conceda más vocaciones para que sigan humanizando la salud y defendiendo la vida según las enseñanzas del evangelio. ¡Salud! Feliz día. Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia [email protected] Twitter: @ismagonzalez

Lun 3 Abr 2017

“Demos el primer paso”

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Del 9 al 16 de abril celebraremos la Semana Santa, la que hace santas todas las semanas del ciclo anual, centrándolas en la Cena Dominical, en la celebración eucarística de la resurrección del Señor. “Despierta tú que duermes y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo”: es el eco de los primitivos himnos cristianos, recogido por Pablo en su carta a los Efesios (5,14). La Pascua Anual 2017 se enmarca en una coyuntura universal de incertidumbre y desaliento, en una sensación de retroceso y de miedo al futuro, de pesimismo y sumatoria de hechos negativos. También Colombia se ve envuelta en la misma atmósfera, más pesada aún por la grave polarización partidista y el afán de hacer irrelevante el proceso de paz, de generar crisis de gobernabilidad y de atajar al pueblo, a esa ingente mayoría que exige cambios urgentes y transformaciones inaplazables. El miedo al futuro se une, en nuestro país, con el pánico a la verdad, con la incapacidad de afrontar el pasado violento, rompiendo el círculo entre acumulación de la riqueza, violencia y corrupción, hegemonía y engaño. Sobre el horizonte, agitado por los coletazos de una historia que se resiste a la revisión y cambio, Colombia vive el anuncio de la ya próxima visita del Papa Francisco al País, hecho el pasado 10 de marzo, bajo el lema “Demos el primer paso”, prevista para los días del 6 al 10 de septiembre. En el anuncio, los organizadores del episcopado, en cabeza del Señor Obispo Castrense, Fabio Suescún Mutis, presentaron el afiche oficial de la visita, subrayando que “el primer paso” , ejemplarizado en el Santo Padre que camina, significa “dar el paso y comenzar a construir y soñar con la reconciliación y la paz; porque todo cambio comienza con la conversión del corazón; todo cambio necesita un momento para volver a encontrarnos, un momento para descubrirnos como Nación, como País, que se refleja en la figura precolombina colombiana”. “La visita del Papa Francisco es un momento de gracia y alegría para soñar con la posibilidad de transformar nuestro país y dar el primer paso. El Santo Padre es un misionero para la reconciliación”. “Dar el primer paso es volver a acercarnos a Jesús, volver a encontrarnos con el amor de nuestras familias, a desarmar las palabras con nuestro prójimo y tener compasión con quienes han sufrido”, subrayó Monseñor Suescún Mutis. En la tradición de la fe judía, la palabra “pascha”, “pesach”, que hoy designa la fiesta de la resurrección de Jesús, se refiere a aquella noche en que DIOS PASÓ con su ala protectora para salvar a su pueblo y conducirlo fuera de Egipto. De ahí el significado más original de “salto” (Yahveh “saltó más allá” de las casas de los israelitas, marcadas con la sangre del cordero sacrificado, perdonándolas). O también, su significado más común, “paso”, para indicar el PASO DEL MAR ROJO, de la esclavitud de Egipto, a la Alianza prometida, pero, sobre todo, el PASO DE CRISTO de la muerte de cruz a la nueva vida de la resurrección. La luz de la Vigilia Pascual ilumine nuestra noche y marque el paso, de las tinieblas del odio y del pesimismo, a la esperanza de una vida que no esté bajo el imperio de organizaciones armadas por fuera de la ley, de la amenaza constante de los violentos, sino en la construcción colectiva y constante de la convivencia y de la paz con justicia social. Que el viaje del Papa Francisco a Colombia, en esa tradicional Semana por la Paz, sea también para nuestra sociedad colombiana, parodiando el título del español Eduardo Punset, un “viaje al optimismo” de una paz posible, a las claves de nuestro futuro. Con el Papa Francisco, dispongámonos como Nación entera a DAR EL PRIMER PASO. La Semana Santa 2017 congregue a las mayorías de Colombia en la oración y celebración, en la reflexión y el silencio interior, en la unidad familiar y de vecinos, para que Jesucristo sea Palabra y Sacramento, Cuerpo Eclesial y Humanidad abierta al Don de Dios, imagen viva e imagen representativa del dolor que se transforma en victoria, de la muerte que se vuelve mero PASO a la Eternidad con Dios. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mié 29 Mar 2017

Los migrantes, un rostro humano que nos desafía

Por: Mons. Nel Beltrán Santamaría - Estamos en un año particular, marcado por las negociaciones gobierno–guerrilla y el comienzo del proceso electoral. En este contexto no hay que dejar morir en la conciencia nacional la imprescindible responsabilidad que tenemos con los migrantes. Por ellos y por nuestra propia dignidad. Los migrantes son una voz que toca la conciencia humana. Son retratos distorsionados de poblaciones que vivieron mejor. Al mismo tiempo, son rostros de la esperanza que no muere y no defrauda; y se convierten en un llamado de conciencia que puede despertar lo mejor que hay en nosotros: la solidaridad; y, así, renovar nuestra humanidad y, con ello, despertar todavía más el corazón de nuestra fe cristiana: el amor a los hermanos. Los primeros cristianos asombraban: “Miren como se aman”. Amar al migrante nos devuelve la identidad histórica: “En esto conocerán que son mis discípulos, en que se aman los unos a los otros”. Al servirlos, nos convierten en sacramentos del primer mandamiento. Un migrante es una persona con igual dignidad, derechos y deberes; con la misma vocación a realizarse como persona humana e hijo de Dios. Lo dijo hermosamente el Papa: “personas humanas”. ¡Sí! Con rostros e historias personales. ¡Son personas humanas! Eso lo resume todo. Por eso a las migraciones el Papa las define como “una crisis humanitaria”. Y los migrantes de hoy “son humanos fugitivos de sus propios países o regiones”. Eso es un trauma dramático a nivel internacional o a nivel interno. Fugitivos de otros humanos. De los grupos armados o de la pobreza o el despojo o de un modelo de minería o del narcotráfico, etc. Y lo poco que era suyo pasó a otras manos. Son fugitivos que lo dejaron todo. Se puede decir que fueron “despojados”. Hijos y rostro de una demencia social, política o ideológica. Fugitivos. Una manera de ser expatriados de la dignidad de personas humanas. Perdieron la patria de la humanidad. Son el rostro de una demencia. ¿Por qué salen de sus países o de sus regiones? ¿Por qué buscan Estados Unidos o simplemente, un tugurio un poco más seguro para la vida, en los cordones de pobreza de las grandes ciudades? ¿Con tan poco tienen? ¡No! Es porque lo primero es la vida, la familia, los valores como la propia religión… Los católicos tenemos una abundante sociología, teología y espiritualidad de las migraciones. Y muchos organismos de apoyo. Pero no los suficientes. Y no pretendemos ser los únicos sensibles a este dolor humano. Pero queremos ser fieles a nuestra fe. Y esperamos escuchar el último día: “vengan benditos porque fui fugitivo y me acogieron. Entren al Reino”. Un migrante es como un hombre-síntesis del pobre del Evangelio. Abandonado en el camino. Padece todas las necesidades que nos harán benditos del Padre si ayudamos a cubrirlas: hambre, sed, desnudez, desplazamiento, soledad… Benditos nosotros los que ayudamos a encontrar respuestas institucionales desde la dignidad de la persona humana. Cuantas veces lo hagamos lo hemos hecho a Cristo mismo. Y nos dirán: entren al Reino. Pero no solo nosotros. Sino también con ellos. Un paso clave en el servicio a los migrantes es tratar de mejorar la calidad de la acogida y ayudar a recuperar la dignidad oscurecida. Crear unas condiciones nuevas que favorezcan salir de las condiciones en las que llegan. Y ayudar a despertar una conciencia de humanidad y de derechos “humanos” que multipliquen la solidaridad social y despierten la sensibilidad de los gobiernos. Y es urgente comprender y difundir que las migraciones son más que solo un problema de carencias. Es un sistema de despojo asumido con pasividad política y social, convertido en cultura, en leyes y en modelos de urbanismos marginales. Fenómenos que no tocan la macro-economía o la política. Y a veces justificados en razones supuestamente religiosas. Son judíos, musulmanes, o cristianos. A veces, entre las propias religiones. Es una crisis cultural e institucional; local y mundial. Son males transversales en el mundo. En el democrático y en el dictatorial. Es la cultura de la exclusión, de la desigualdad, de las fronteras cerradas, de la reacción insegura frente al extranjero o diferente, como si ser migrante fuera una manera inferior de ser humano. ¡Así provengan del pueblo vecino! Gracias a las personas que acogen, a las que no dejan pasar desapercibidos a tantos humanos, a las que se organizan y trabajan para tratar de responder. “Benditos porque tuve hambre y me dieron de comer. Porque fui forastero y me acogieron”. DESTACADO: “Un migrante es como un hombre-síntesis del pobre del Evangelio” + Nel Beltrán Santamaría Obispo emérito de Sincelejo Fuente: Revista Vida Nueva

Lun 27 Mar 2017

¡Alerta!

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Vivimos en el mundo cambios profundos. Puede decirse que esto es lo normal en una comunidad humana que va haciendo su camino histórico, que va conquistando su futuro, que va respondiendo a su dinamismo interior de vivir en permanente creación. Sin embargo, cuando el proceso de cambio no se orienta, no se conduce y no se aplica debidamente puede traer grandes traumas para la sociedad y puede llevar aun al colapso de una civilización. Es necesario, entonces, que estemos atentos y que prevengamos situaciones graves que pueden derivarse de ciertas realidades que empiezan a aparecer como verdaderas amenazas. 1. La destrucción del medio ambiente. Se dice que en diez años tendremos el 20% menos de la biodiversidad que hoy existe. Abusamos de los recursos naturales como si pudiéramos reponerlos. Nos estamos gastando el planeta y lo estamos haciendo invivible como si tuviéramos un repuesto. La destrucción de la tierra con la minería, la tala abusiva de los árboles, la contaminación del agua y del aire y tantos otros atropellos a la naturaleza están causando males crecientes e irreparables. 2. Los avances de la tecnología, junto a grandes logros, están generando también serios problemas en la estabilidad sicológica y en la convivencia humana. Se enumeran: la adición, el empobrecimiento de la comunicación, la alteración de la concentración, la reducción de la libertad y la creatividad, los desajustes sociales. Sin darnos cuenta nos están programando; las nuevas tecnologías facilitan procesos, pero todavía no crean pensamiento, no dan sentido ni orientación a la vida. Sin saberse si nos movemos en la ciencia o en la ficción, se anuncian las posibilidades y los riesgos de la inteligencia artificial. Stephen Hawking llega a decir que éste podría ser el peor y el último error de la humanidad. 3. La estabilidad institucional no siempre tiene garantías. La forma de vivir no puede ni improvisarse ni inventarse cada día. Necesitamos apoyarnos en estructuras que surgen de la misma naturaleza o de construcciones en las que la humanidad ha gastado miles de años. Ensayar irreflexiva e irresponsablemente modificaciones en temas fundamentales para la sociedad puede resultar funesto. Por ejemplo, entregar la familia a las pasiones, la educación a la tecnología, la política a fuerzas foráneas, los valores culturales a procesos inconscientes, la felicidad al placer, la vida a la superficialidad. 4. La crisis ética que es, a la vez y en buena parte, el origen y la causa de todo lo anterior. Se produce cuando no sabemos o no queremos aceptar unos criterios y valores de comportamiento indispensables en la convivencia humana. Con frecuencia la motivan ciertas ideologías, es decir, ideas que se vuelven acción al quedar recortadas y dirigidas a un determinado propósito. Luego, cuando nos circunda la confusión y los comportamientos individuales nos vuelven enemigos, queremos controlarlo todo con la represión a partir de las instituciones que también hemos dejado entrar en decadencia. Ningún control es plenamente efectivo para la libertad humana. En definitiva, estamos en un tiempo en el que disponemos de muchos medios sin saber para qué fines. 5. La ausencia de espiritualidad. Finalmente, la última causa de los grandes desequilibrios a nivel personal y social es la falta de una vida interior a partir de unas convicciones y unos comportamientos asumidos desde la dimensión transcendente de la persona humana que se relaciona con Dios. Sin Dios no hay iluminación y motivación que pongan en marcha un proyecto común, el respeto profundo a la libertad de los otros, la razón decisiva para actuar en la verdad y el bien, la esperanza para perseverar en el ser. Sin Dios, generalmente, el egoísmo corrompe todo: las ideas, las relaciones, los proyectos y la administración de los recursos. Sin Dios nos degradamos y creamos el potencial para degradarlo todo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 24 Mar 2017

Cuaresma

Por: Padre Raúl Ortiz Toro - ¿Dice algo, hoy en día, la palabra: “Conversión”? Seguramente que sí. Pero, también, probablemente no. Cuando digo esa palabra en la homilía trato de mirar a la gente y - no sé si es impresión mía - pero siento que con su mirada me dicen internamente: “Otra vez este padre con el tema” e imagino que se les va la mente a atender alguna preocupación que dejaron en casa. Ha llegado la Cuaresma 2017 y el estribillo es el mismo desde hace milenios: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. ¿Qué tanto caso hacemos al tema de la conversión? Vienen ahora los retiros espirituales, las conferencias de Cuaresma, las largas filas para la confesión, los ayunos voluntarios y también los impuestos, el viacrucis del viernes, las pequeñas y grandes mortificaciones… vienen ahora muchos signos externos: el gran reto es que Jesús no nos tenga que decir la sentencia de Mateo 15, 8, cuando les sacó en cara a los fariseos el texto de Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío…” Somos los sacerdotes los primeros que tenemos que convertirnos. Y nuestra conversión, como la de todo cristiano, es permanente; no somos seres acabados y perfectos. En otra época si algún feligrés insinuaba que el sacerdote debía convertirse, éste se sentía ofendido, como si ese tema no le tocara; gracias a la Conferencia de Aparecida (que por cierto este año cumple su décimo aniversario y ya luego hablaremos de ella) hoy podemos decir que en primer lugar es el sacerdote el que necesita conversión y empieza por la conversión personal para derivar luego en la conversión pastoral. La conversión pastoral es ganancia para la evangelización, porque es la manera concreta como el pastor se acerca al necesitado. Así pues, cada día se convierte en una nueva oportunidad que Dios nos da para renovar el llamado que Él nos hizo y aplicarnos a vivir una renovada vida de servicio y de coherencia. Oremos por todos los pastores para que el Señor nos ayude en el camino de nuestra conversión y nosotros seamos humildes para aceptarla. Cuaresma nos ayuda a todos a pensar que la soberbia de la vida desaparece cuando somos verdaderamente conscientes de nuestra finitud. Ese texto del “polvo eres…” es un aterrizaje espléndido de todas nuestras vanidades. Traducido es algo así como: “Mira, tú, que te crees mucha cosa, que te haces el importante, tan autosuficiente, tu destino no es un trono sino el polvo, eres lo más pasajero y finito del universo”. La verdadera conversión cuaresmal, ese vestirse “de saco y ceniza”, es asumir una actitud de responsabilidad ante la vida hoy: ¿Qué estoy haciendo, en concreto, por conquistar la paz de mi existencia? ¿Qué estoy haciendo en concreto por hacer que la vida de los que viven conmigo sea más llevadera? La conversión no son golpes de pecho: son actitudes concretas, medibles, cuantificables. Que al llegar Pascua puedas decir: “fui menos soberbio”, “compartí mi alimento con tres personas”, “dije menos mentiras”. Cosas así. Ese será el mejor camino de resurrección. Que no tenga Nietzsche que restregarnos en la cara ese sarcasmo de su ingenio: “Los cristianos no tiene cara de resucitados”. Padre Raúl Ortiz Toro. Docente del Seminario Mayor San José de Popayán

Mié 22 Mar 2017

El presbítero para el cambio de época

Por: +Gabriel Villa Vahos. Obispo de Ocaña: El Documento de Aparecida afirmó que estamos viviendo un cambio de época. Se abre paso un nuevo período de la historia con desafíos y exigencias, caracterizado por el desconcierto generalizado que se propaga por nuevas turbulencias sociales, por la difusión de una cultura lejana y hostil a la tradición cristiana, por la emergencia de variadas ofertas religiosas, que tratan de responder a su manera a la sed de Dios que manifiestan nuestros pueblos. Hemos pasado de una sociedad de cristiandad a una sociedad pluricultural, pluri-religiosa, con distintas tendencias, matices y necesidades. En este contexto debe mirarse hoy el ministerio presbiteral. Como advirtió Juan Pablo II, hay una fisonomía esencial del presbítero que no cambia: deberá asemejarse a Cristo. No obstante, la Iglesia y el presbítero se renuevan y adaptan por fidelidad a Cristo y en este sentido el presbítero de hoy deberá reflejar a Cristo Buen Pastor en medio de una cultura y una sociedad nueva. Esto le pide: Pasar del pedestal a la participación: ponerse en actitud de servicio y comunión. Se requiere que el presbítero acentúe la corresponsabilidad de los bautizados, de cara al bienestar de la Iglesia. Que se relacione más con la gente a la que sirve y esté dispuesto a escuchar. Pasar del predicador clásico a portador del misterio: las homilías no deben estar pensadas para derramar nuevos conocimientos e inspiración en mentes y corazones vacíos, sino para contribuir a que la gente pueda hacerse más consciente del Dios que lleva dentro y ama a todos. Pasar del estilo llanero solitario al ministerio en colaboración: descubrir a feligreses que posean carismas ministeriales, invitarlos a ponerse al servicio de la comunidad y favorecer el desarrollo de sus dones y talentos específicos. Presbítero, diácono, coordinador de catequesis, coordinador de liturgia, animador de jóvenes, etc. forman un equipo pastoral que sirve a los feligreses. Pasar de la espiritualidad monástica a una espiritualidad inspirada en la caridad pastoral: durante siglos, la espiritualidad presbiteral ha estado profundamente influida por las grandes órdenes monásticas y por congregaciones mendicantes. El ritmo de la vida parroquial requiere una espiritualidad que se alimente del propio ejercicio del ministerio, de la caridad pastoral, “aquella virtud con la que imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y de su servicio” y “determina el modo de pensar y de actuar, el modo de comportarse con la gente”(PDV 23). Pasar de salvar almas a liberar personas: desde la perspectiva del presbítero al servicio del culto su función principal consistía en salvar almas a través de la atención pastoral y la celebración de los sacramentos. Alguien que es solidario con las “víctimas” de este mundo globalizado. Llevar a los fieles a que sientan la necesidad de vincular Evangelio y vida cotidiana. Su profundidad espiritual lo debe impulsar al compromiso con los hermanos, especialmente los más desprotegidos. No se trata de filantropía, sino de compromiso que emerge desde la misma coherencia evangélica. Pasar de reyes dominadores a servidores humildes de la grey: Cristo es el Cordero, el Pastor, el Siervo. Y el presbítero no es ni dueño ni propietario, sino administrador y servidor; el hombre desinteresado, magnánimo y auténtico. Pasar del maestro doctor a la sabiduría de un corazón que escucha: Se requieren testigos del misterio, que hablen de lo que viven. Pasar del residente al itinerante. No vale hoy quedarse en el templo esperando la llegada de los fieles, sino salir al encuentro, en especial de las personas necesitadas. El misionero no está atado a ningún grupo, sector o movimiento, por importante que éste sea. Se requiere pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Pasar de la atención a la masa al cuidado personal de cada uno de los fieles: Hoy se exige pastoreo personal, para una cultura de la reconciliación y de la solidaridad. Trato cercano con las personas. Pasar de oficiante de servicios religiosos, a presidente de la fiesta de la vida y de la bendición. Para compartir con la comunidad sus alegrías, sus tristezas y esperanzas. Celebraciones que no sean meros ritos vacíos o acontecimientos sociales sino celebraciones de fe que integran a la comunidad y las conectan con el Dios vivo y verdadero. +Gabriel Villa Vahos. Obispo de Ocaña

Lun 20 Mar 2017

¿Cuánto nos cuesta el Papa?

Por: Padre Raúl Ortiz Toro - “El dinero es el estiércol del demonio”, expresó el Papa Francisco hace un tiempo para evidenciar que, por la avaricia del dinero, al hombre materialista y a la sociedad en general le importan muy poco los demás. El dinero endiosado puso a la Iglesia hace un tiempo en el ojo del huracán por cuenta de los malos manejos del IOR (Instituto para las Obras de Religión) en Roma y escándalos también los ha habido a nivel local. Por el dinero, hace unos días, un pastor protestante al que le descubrieron sus excesivos bienes materiales resultó haciendo una implícita amenaza a un periodista. El dinero tuerce el corazón y obnubila la conciencia para derivar en el egoísmo y la indiferencia. Se nos viene la visita del Papa el próximo septiembre y la gran mayoría de colombianos – una buena parte, incluso, no católicos – ven con agrado este acontecimiento. No puede faltar, por supuesto, las palabras disonantes, incluso dentro de la misma feligresía católica. Por una parte, los que ven una visita papal como el reforzamiento de un culto a la personalidad del pontífice, los que la ven como una especie de sometimiento a una doctrina o un acto público pasado de moda. No falta el que lo ve como un mero acontecimiento o espectáculo y quien pone su acento sobre todo en el tema económico: ¿Cuántos millones cobra el Papa por venir? ¿Se invertirán dineros públicos en la organización y ejecución de la visita papal? ¿Es justo que se inviertan dineros públicos en un acontecimiento religioso? Y un largo etcétera de preguntas y objeciones. He iniciado este artículo con aquella frase del Papa para resaltar que el tema del dinero, en verdad, no es importante. En primer lugar, el Papa no cobra absolutamente nada por venir a Colombia. No necesita. Otro asunto son los gastos que tiene una visita papal; al respecto, Francisco ha pedido desde el inicio de su pontificado que las visitas a regiones de Italia o a las naciones sean muy sobrias y que se eviten suntuosidades y gastos innecesarios la Iglesia, a través de sus fieles, colabora en esos gastos y por supuesto hay inversión de dineros públicos, como los hay para una carrera ciclística que pasa por la ciudad, un concierto de rock o una marcha sindical. ¿Habría de enojarme si el Estado invierte en esas actividades porque no las comparto? Pues no. La inversión de dineros del Estado en una visita papal o en una fiesta popular es inevitable. Allí donde haya un ciudadano en una actividad de concurrencia el Estado debe estar presente. Sé que con el tema religioso las cosas son de otro color, porque está de por medio la no confesionalidad del Estado y algunos ven con malos ojos que se apoye a una religión para que venga su líder. Sin embargo, la visita del Papa trasciende la libertad de cultos y la confesionalidad. Mal harían, los que defienden este parecer, al impedir nuestro deseo de ver al Papa porque ellos no lo quieren ver o porque quieren que ese dinero se lo lleven a los niños pobres de la Guajira o del Chocó, que, según ellos, sí sería verdadera obra. Pues les cuento que en muchos casos la Iglesia hace más por los niños pobres y los ancianos desfavorecidos que el mismo Estado, y no necesita de la prensa para hacerlo. Finalmente, para los que piensan solo en el dinero, les cuento que una visita papal trae enormes beneficios económicos pues se jalona el comercio, el turismo religioso y la prestación de servicios (transporte, hoteles, alimentación, etc.); por algo las economías europeas añoran tanto una visita papal pensando en la inversión mientras aquí pensamos en el gasto. Padre Raúl Ortiz Toro. Docente del Seminario Mayor San José de Popayán Email: [email protected]