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Opinión

Vie 30 Jun 2017

Demos el primer paso

Por: Mons. Luis Adriano Piedrahita Sandoval - Del seis al diez del próximo mes de septiembre tendremos la alegría de tener en nuestro país al Papa Francisco. El sucesor de Pedro, a quien el Señor colocó como la roca sobre la cual quiso edificar su Iglesia, el Obispo de Roma, Padre y Pastor de la Iglesia universal, viene a visitarnos y a ofrecernos con su visita un auténtico tiempo de gracia y momento especial y único, “reflejo en cierta medida de aquella especial visita con la que el supremo pastor (1 Pe 5,4) y guardián de nuestras almas (1 Pe 2,25), Jesucristo, ha visitado y redimido a su pueblo”. Sabemos que se trata de una visita eminentemente pastoral: El Papa viene a animarnos y a confirmarnos en la fe. Es este el mandato que Pedro recibió del Señor: “! Simón, Simón ¡Mira que Satanás ha solicitado el poder sacudirlos como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32). El Papa viene a impulsarnos en la tarea que tenemos de la Nueva Evangelización, como nos lo ha recordado en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “Hoy, en este “id” de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva salida misionera” (20). Qué bueno sería que, como Iglesia diocesana, recibamos este momento de gracia como un llamado a tener un renovado compromiso de hacer de cada una de nuestras parroquias “comunidades de discípulos-misioneros que anuncian la alegría del Evangelio. El Papa viene a recordarnos el valor que tienen los dones del matrimonio y de la familia, y el compromiso consiguiente de hacer de las familias lugares en los que se vive y comparte la alegría del amor, alegría que es también causa de júbilo para la Iglesia (Amoris Laetitia, 1). Siguiendo su línea de pensamiento consignado en sus grandes documentos, no podemos dejar de lado el tema de la ecología de la carta encíclica “Laudato Si”; el Papa Francisco vendrá a recordarnos seguramente el desafío urgente de proteger nuestra casa común, que “clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella” (2). Como mensajero de la paz, el Papa viene a invitarnos a hacer decididamente de la necesidad de la paz en nuestro país un anhelo ferviente que nos lleve a sanar nuestros corazones de resentimientos y odios, y a construir una sociedad en la justicia, en la equidad, en la reconciliación, en el perdón, en el respeto mutuo, en el amor fraterno. Sabemos que constituirnos todos “en artesanos de la paz” es la tarea que de manera especial nos apremia como Iglesia en Colombia, y la Palabra del Santo Padre nos traerá sosiego, serenidad, alegría, esperanza, para emprender dicho camino. Como lo dice el lema de la visita, el Papa Francisco viene a invitarnos a “dar con él el primer paso”, a colocarnos en camino hacia algo nuevo, decidiéndonos a hacer crecer y madurar la semilla de su Palabra eficaz y creadora que ya el Señor ha sembrado, para que cosechemos unas personas, unos hogares, unas comunidades, unas instituciones, una Iglesia, renovados y renovadas para bien de todos los colombianos: “He aquí que yo renuevo lo antiguo, dice el Señor: ya está en marcha, ¿no lo reconocen? Sí, pongo en el desierto un camino, ríos en el páramo” (Is 43,19). Oremos, preparémonos, dispongámonos a acoger la visita del Papa Francisco como una verdadera bendición de Dios y a recibir su presencia y sus enseñanzas con corazones bien dispuestos. + Luis Adriano Piedrahita Sandoval Obispo de Santa Marta

Mar 27 Jun 2017

La grandeza del matrimonio

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – Está bajando el número de los matrimonios. Para muchos, el matrimonio no produce más que problemas y hasta el divorcio resulta difícil y costoso. Por eso, algunos jóvenes optan por no casarse y otros por la unión libre que une sin unir y que presenta la relación ante la sociedad sin que establezca un gran compromiso hacia el futuro. Varios piensan que el matrimonio conserva las huellas de un pasado que cada vez está más lejos. Para algunos más es una celebración que pretende algo imposible: comprometer para toda la vida a dos personas cambiantes en una sociedad en evolución donde nada es estable y definitivo. Así se opaca el sentido del matrimonio. Se lo ve sólo como la garantía de una unión y hasta se lo ha utilizado para adquirir derechos, legitimar una herencia, reconciliar familias, reparar un acto prematuro o simplemente darle realce a una relación. Este no es el verdadero matrimonio. Sin embargo, a pesar de las apariencias, del ataque de ciertas ideologías y de la desconfianza de tantos, el matrimonio resiste. La mayoría de las parejas lo contraen o por lo menos lo desean, porque el auténtico matrimonio responde a un instinto natural fundamental en el que hay que buscar sus raíces El verdadero origen del matrimonio no está en la sociedad; Dios lo ha puesto en el interior de nuestro ser. Siguiendo la reflexión de Jean Onimus, nosotros tenemos necesidad de vivir juntos en un intercambio permanente, con las diferencias indispensables que fecundan el diálogo. Todo lo que es exterior a una pareja es contingente y de alguna forma la perturba. El amor durable es una realidad íntima, una exigencia del corazón; él vive sin hacerse notar, él madura y se purifica como el acero, él envejece como el buen vino, él no se deja arruinar por el tiempo porque sabe entrar en la eternidad. Probablemente, el matrimonio es la unión espiritual que cada vez se vuelve más inescrutable desde lo exterior; éste es su profundo misterio. Podría parecer grandioso pero a la vez absurdo que dos personas diferentes, cada una con sus costumbres, sus preferencias, su pasado, su libertad, se comprometan a vivir juntas hasta la muerte. Aparentemente, hay algo de locura en esta entrega total. Se han necesitado siglos para que la realidad del matrimonio se configurara en su plenitud. Cuando Jesús exige la fidelidad absoluta en el matrimonio, los discípulos reaccionan: “entonces es mejor no casarse”. En muchas culturas se ha tenido la presencia de una esposa principal rodeada de amantes de paso. Ha sido la solución cómoda para el doble deseo del amor: la permanencia y el cambio. Es la oposición entre el amor profano que aparece ante todo como un juego o un placer y el amor sagrado que es un fuego que trenza a la vez el deleite y lo espiritual. Con la ayuda de la contracepción, el acto de amor tiende hoy a volverse todavía más anodino y sin trascendencia. Comienzan a asomarse las graves consecuencias que vendrán de esta liberación de los sentidos, que está modificando la vida de las parejas. Es necesario llegar a la conciencia de que el verdadero amor está más allá; no puede surgir de un capricho sino de un don interior de otro orden. Lo que está aconteciendo entre nosotros anuncia una nueva etapa de la cultura, que ofrece la doble posibilidad de una sociedad dura y seca en la que el amor se configura con lo rutinario de la vida o de un amplio porvenir abierto al amor durable hecho de ternura y de donación. Pastoralmente tenemos que estar atentos a estos cambios, al principio casi imperceptibles, pero que dejan luego grandes efectos; así procede la evolución cultural. Hay que mostrar que el amor fiel es todavía más fresco y feliz que el otro; él lleva la alegría hasta la ancianidad; él introduce en lo absoluto y trascendente. La felicidad del matrimonio descansa en exigir toda la grandeza de que somos capaces. Es el poder de ir más lejos, hasta la completa unión. Es algo extraordinario y al mismo tiempo natural, como son todas las obras maestras de la vida. Sería una tristeza y una tragedia que permitamos que ya no se vea y se realice la belleza y la grandeza del verdadero matrimonio. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 26 Jun 2017

Viene el Papa, ¿Cómo prepararnos?

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Desde el momento en que el Señor Nuncio Apostólico y las Directivas de la Conferencia Episcopal Colombiana, junto con el Presidente de la República confirmaron la visita del Papa Francisco a Colombia, desde ese mismo instante se dio inicio a un camino de preparación no sólo de los aspectos logísticos en las ciudades que serán visitadas por el Romano Pontífice, sino también la preparación espiritual de los colombianos. En definitiva, cuando viene un invitado especial a casa, ésta se arregla con decoro y los corazones se disponen para acoger al mensajero de la paz. El Papa viene a Colombia, y por esto todos estamos siendo invitados a prepararnos para cuando llegue el 6 de septiembre. Así las cosas, en concreto, también los católicos colombianos, también los de las ciudades que no tendrán la visita personal del Papa Francisco, nos vamos a preparar. ¿Qué hacer? 1. Orar. La Conferencia Episcopal ha publicado ya la oración oficial de preparación de la visita del Papa. Ésta se puede hacer todos los días. Es necesario encomendar a Dios esta visita pastoral, para que tanto el Papa como nosotros, podamos ser dóciles a la acción del Espíritu Santo: en el Papa para anunciar con valentía la Verdad de Cristo, y en nosotros, para acoger el mensaje y ponerlo en práctica. Es importante estar atentos a las jornadas de preparación, sobre todo las Vigilias de oración antes de la llegada del Sumo Pontífice. 2. Profundizar en la figura del Papa en la Iglesia. Para esto, están próximas a ser publicadas las catequesis para realizar en las parroquias, en los movimientos y grupos apostólicos, en las Universidades y Colegios. En fin, serán unas catequesis que ayudarán a conocer qué significa el Papa en la Iglesia, cuál es su misión y por qué viene a Colombia. 3. Conocer al Papa Francisco. Ya se encuentran en muchos lugares libros, escritos, biografías del Papa Francisco, desde cuando era joven sacerdote jesuita, luego Arzobispo de Buenos Aires en Argentina, hasta llegar a ser Papa. Qué bueno que se conozca a este hombre, que siendo uno de los nuestros, por ser el primer Papa latinoamericano, lo podemos conocer desde lo profundo de sus pensamientos porque habla nuestra misma lengua. 4. Acercarse y leer el Magisterio del Papa Francisco. Es muy importante tener un acercamiento a los escritos pontificios: las cartas, las encíclicas, las homilías, especialmente en la casa Santa Marta donde reside y sus exhortaciones apostólicas, especialmente la última, Amoris Laetitia sobre la alegría del amor en familia. Si se quiere conocer al Papa, más allá de los comentarios que pueden hacer de él escritores, periodistas o críticos, es muy importante ir a la fuente primera que son sus escritos. En las librerías católicas hay abundante bibliografía sobre el Papa Francisco. 5. Ver al Papa. Desde ahora vale la pena informarse del itinerario y la programación oficial de la Visita del Papa a Colombia: la mayoría, para seguirlo a través de los medios de comunicación, y otros, para desplazarse a alguno de los lugares donde estará en Bogotá, Villavicencio, Medellín o Cartagena. Que la alegría de la espera del ilustre visitante, disponga nuestros corazones para una vida nueva, dispuesta al cambio, dispuesta dar con el Papa Francisco “el Primer paso”. +Luis Fernando Rodríguez Velásquez V. Obispo Auxiliar

Vie 23 Jun 2017

DAR EL PRIMER PASO ¿Hacia dónde?

Con gran alegría hemos recibido la noticia, que el papa Francisco visitará en el mes de septiembre y por cuatro días, nuestro país. Sin duda alguna, es un acontecimiento providencial que vivimos, porque viene el mensajero que anuncia la paz, la salvación y que trae buenas nuevas (Is 52,7), para este pueblo colombiano crucificado por tantas realidades que degradan su dignidad. Esta visita apostólica debe ser sinónimo de alegría para todos los colombianos sin excepción alguna, porque el mensaje de paz, de buena nueva y como tal, el plan salvífico de ese Padre de amor, de misericordia y Dios de todo consuelo, está dado para todos (1Tm 2,4), por ende, nos invita a dar el primer paso. Pero, ¿dar el primer paso hacia dónde? El primer paso debemos darlo en particular y como sociedad hacia la conversión, el amor y el seguimiento al resucitado. Es decir, el paso hacia la conversión (Mc 1, 15) significa un sincero arrepentimiento del pecado y un apartarse de ese pecado que degrada nuestra dignidad como seres humanos y como hijos de Dios. Dicho de otra manera, es momento de romper con esa indiferencia globalizada, cómoda y relativista, que multiplica todo tipo de injusticia social, corrupción y violencia hacia los pobres, los que sufren, los excluidos y silenciados al margen de la historia. En últimas, es hora de apartarse de esa indiferencia que activa la economía de la exclusión y que da lugar a la llamada cultura del descarte (Evangelii Gaudium, 54), para dar paso bajo el principio de misericordia, a aquella cultura que, promulgando la vida, la esperanza, la caridad, siembra la paz. Asimismo, dar un paso hacia el amor como ley de vida para corresponder al reino de Dios (Mc 12, 28-31; Lc 14, 12-14), significa ver al prójimo con ojos de misericordia y caridad. En otras palabras, en la medida en que seamos capaces de ver al otro –a ese que es totalmente diferente y que en ocasiones no aceptamos– con una mirada caritativa, podremos paulatinamente caminar juntos hacia la civilización del amor y construir con ello, un modelo de sociedad más humano. Por último, dar el paso al seguimiento de Jesús, no es otra cosa que estar abiertos, dispuestos a servir y acoger la misión de evangelizar a otros (Mc 1, 16-20; Mt 16, 24. 28, 19-20), que todavía no conocen de este misterio. Hacia ese trípode –conversión, amor y seguimiento– debemos dar el primer paso, antes, durante y después de la visita del Santo Padre, con un oído atento y un corazón dispuesto a la escucha de la Palabra. No quiero terminar esta reflexión sin antes recordar que el Papa no viene a Colombia a apoyar a un partido, movimiento o a un político en particular. Viene –como se dijo al comienzo–, como mensajero de paz que anuncia la salvación, que anima a la reconciliación y la esperanza. Que no turbe nuestro corazón el sensacionalismo mediático de algunos sectores, que sólo buscarán impedir que nos preparemos debidamente ante este acontecimiento providencial. Desde ya: ¡Bienvenido papa Francisco! Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia [email protected] Twitter: @ismagonzalez / @cenestrategico

Jue 22 Jun 2017

¡Qué desconocimiento de la Corte Constitucional!

Escrito por: Mons. Froilán Casas Ortiz - Con la excusa que en concordancia con la Carta del 1991, Colombia es un país aconfesional, se ha venido sacando a la Iglesia de todo estamento del sector público. La presencia de un sacerdote o religioso en las entidades del Estado es un estorbo, para decir lo menos. La Constitución del 91 es laica, creo que eso es sano para la vida democrática de un país moderno. Sin embargo, un Estado laico no es un Estado laicista, éste maltrata y pisotea las creencias de un pueblo, aquél, las respeta. No se trata de establecer teocracias, la experiencia histórica, en el caso de la Iglesia Católica, nos demuestra que hizo tal sistema más mal que bien, -bueno, cada uno es hijo de su propia época cultural-. Todo extremo es vicioso, la virtud está en el medio. Desde que el médico y filósofo inglés John Locke introdujera en el colectivo cultural la frase que se volvió axioma en la cultura hodierna, especialmente en el Occidente del planeta, a saber: “La religión es asunto privado”; se pretende y se ha logrado en buena parte, por el silencio cobarde y vergonzante de los creyentes, que siendo creyente cristiana la mayoría del país, se sienten acorralados por el agresivo agnosticismo y visceral anticlericalismo de un segmento de la población que ahora está, en buena parte en el poder político, sacando de tajo cualquier expresión pública de fe: fuera los crucifijos, fuera cualquier símbolo religioso; tales expresiones son un irrespeto a los no creyentes, el Estado es laico. De modo que un funcionario creyente tiene que guardar sus expresiones de fe en el cuarto de San Alejo, en las sacristías de los templos. Quitarle al hombre sus creencias ha sido la pretensión secular de muchas personas, especialmente gobernantes, a lo largo de la historia: desde la entronización de la “diosa razón” en la catedral de París hasta la lucha contra toda idea religiosa impuesta por algunas décadas por el marxismo histórico, asumido por el comunismo soviético. De todo eso, ¿qué quedó? Que cuando cesa el poder despótico y anticlerical, el pueblo vuelve y en forma muy explícita, a expresar sus creencias en la vida pública. Tanto combatir a Dios en Cuba y buena parte del pueblo, sigue siendo creyente. Negar el aporte de los cristianos católicos a nuestra amada patria, es pretender tapar el sol con las manos. Si usted va a los archivos de instituciones educativas, hospitales, hospicios, asilos de ancianos, orfanatos, se verificará allí que hubo un sacerdote o religiosa en su fundación. ¡Ah, así le paga el diablo a quien bien le sirve! ¡Cuántos caminos y carreteras se construyeron bajo el impulso de algún presbítero! El SENA que fue fundado, entre otros fundadores por sacerdotes católicos, ahora, ¡fuera la Iglesia! Allí sobramos. ¿Quién fundó las Juntas d Acción Comunal? Pues la Iglesia con la feliz idea de monseñor José Joaquín Salcedo al fundar la Acción Popular. Las llamadas Escuelas radiofónicas por la década de los cincuenta y sesenta, ¡cuánto bien le hicieron al país! Con la potente emisora Radio Sutatenza, ¡cuántos colombianos dejaron de ser analfabetas! La ignorancia es atrevida. + Froilán Casas Ortíz Obispo de Neiva

Lun 19 Jun 2017

La caridad de cristo nos urge

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Estas palabra de San Pablo, en la segunda Carta a los Corintios (2 Cor 5, 14) nos animan a dar razón de los gestos de caridad y de amor que nuestra Iglesia de Cúcuta quiere vivir de frente a los hermanos de la República Bolivariana de Venezuela que, en este momento de la historia, sufren y están necesitados de alimento y de medicinas. No podemos quedar impávidos de frente a su gran sufrimiento y necesidad, recordando que también muchos miembros de nuestra Patria, en momentos muy difíciles, fueron allí acogidos y ayudados. El Señor Jesús antes de padecer y en medio de la Última Cena, en la cual nos regaló el don más precioso que tiene la Iglesia, su Cuerpo y su Sangre, nos enseñó: “Un mandamiento nuevo os doy que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos” (Juan 13, 34). Este es el precepto de la caridad y del servicio, del amor y de la entrega a favor de los hermanos. Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico nos enseña en la Suma Teológica que es la más noble de las virtudes que un cristiano puede vivir y experimentar (Suma Teológica II-IIae, q. 23, a. 6). La caridad hace parte de la esencia misma de la fe cristiana y de la forma concreta con la cual los que creen en Cristo se comportan. Tenemos necesariamente que compartir lo que tenemos entre nosotros, material y espiritualmente. Así lo podemos leer en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 4,32 ss). La caridad y sus formas concretas de expresión en las obras de misericordia, tienen que ser la expresión viva de la fe en Cristo Jesús, ella nos regala la frescura del Evangelio y su alegría, con las palabras del Papa Francisco (Cf. FRANCISCO, La alegría del Evangelio, n. 1, 11). Cuando entramos a estudiar y comprender el misterio de la fe, encontramos que la caridad hace parte del contenido fundamental de la fe cristiana, el culto a Dios, y el reconocimiento de Cristo no es un culto alejado de la realidad y del contacto con los que sufren y están necesitados. La Caridad nos hace testigos creíbles del Evangelio en el mundo de hoy, nos enseñaba el Papa Emérito Benedicto XVI (Encíclica Caritas Deus est, n. 31). La caridad también nos regala esperanza y nos da la certeza de encontrar en los hermanos que sufren a Cristo el Señor que está presente entre nosotros los que tenemos la misma fe y la misma esperanza que surge de la fe en Nuestro Señor Jesucristo. La fe en Cristo Jesús se vive en medio del mundo, en confrontación y en relación con situaciones complejas y difíciles, muchas veces lejanas de la misma riqueza de la fe y de cuanto creemos en lo profundo de nuestro corazón. De frente a muchas de estas situaciones difíciles, las pruebas de la vida, nos queda la esperanza y la gracia que de Dios proviene. La fe no es solamente una actitud intelectual, de principios o verdades de fe, necesariamente nos lleva a la acción y a la realización de acciones y hechos de vida que nos muestren el camino para ponernos al servicio de los demás. La situación que vive la hermana República de Venezuela no nos puede dejar impávidos, inmóviles, nos tiene que llevar a la caridad y al servicio a la atención de los que sufren y de los que están necesitados de nuestra ayuda. Las terribles situaciones que venimos experimentando y viviendo en nuestra Ciudad de San José de Cúcuta, en la frontera, nos tienen que llevar a experimentar en nosotros el don invaluable de la caridad y del servicio, ponernos al servicio de los hermanos que sufren. Solamente un pequeño gesto de caridad ha sido difundido ampliamente, un poco de agua, un plato de alimento caliente, una palabra de consuelo o de guía son la expresión de nuestro cariño, afecto y atención hacia los hermanos en la misma fe, que sufren ampliamente en este momento. Muchos sufren, tienen limitaciones en los recursos de acceso a la salud, tienen falta de alimentos, necesitamos ayudarlos y manifestarles nuestro afecto y caridad. La vida Cristiana no puede separarse de las acciones concretas, que son signo de la misericordia, la cual esconde la caridad y la opción por los demás. Los actos de caridad, las acciones a favor de los que necesitan de nosotros, espiritualmente o materialmente, nos tienen que llevar a la práctica de otras virtudes, a expresar en nuestras acciones y en nuestra vida la caridad de Cristo, el amor de Cristo que amándonos, nos salvó y nos liberó del mal y del pecado. Gracias a todos los sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos, fieles de las parroquias o miembros de los Movimientos Apostólicos de nuestra diócesis. El Señor bendiga abundantemente su servicio y generosidad. La caridad es signo de la actitud con la cual aceptamos la bondad de Dios y su salvación. La caridad, en la enseñanza de la teología católica es fruto del Espíritu Santo. Es la fuerza del Espíritu Santo, creador y paráclito, el que nos lleva a vivir estas acciones a favor de los demás, así lo enseña Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (Suma Teológica, II-IIae, cuestión 26, números 4 al 7). El Señor nos está regalando en la caridad, en el ejercicio de este don precioso de la ayuda y el servicio a los necesitados, un don precioso para hacernos testigos de su persona en el mundo de hoy. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Sáb 17 Jun 2017

“Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo”

Por: Mons. Omar de Jesus Mejía Giraldo - El domingo anterior celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad y como identidad misma del misterio trinitario recordábamos que Dios es: Misterio de comunión, misterio de amor y misterio que se entrega. Precisamente, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es quien nos da a conocer a Dios, Él lo dice: “Nadie va al Padre si no por Mí”. “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por Mí”. Jesús se está dirigiendo a los judíos, a quienes invita a que se adhieran a Él por la fe. Ellos (los judíos), según la Palabra viven aún anclados en la ley de Moisés y no logran comprender el misterio de Jesús; para ellos Jesús no es el signo de unidad y por eso lo rechazan. “Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo”. Con ésta expresión Jesús revela su identidad, se auto manifiesta, se da a conocer y a su vez invita a los judíos y desde luego a los discípulos y hoy a nosotros, a que nos acerquemos a Él, nos unamos a Él y en Él descubramos la identidad de Dios: comunión, amor, entrega. La Eucaristía es el sacramento que Dios nos da a través del sacrificio único de Cristo, para conmemorar su obra de Salvación. La Eucaristía es sacramento, porque es presencia real y es a su vez manifestación del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Eucaristía es sacrificio, porque en ella, Cristo ha salvado la humanidad. La Eucaristía es Memorial, porque, al celebrar la eucaristía, lo que la iglesia hace es celebrar el acto redentor de Cristo. Por eso, no hay muchas Eucaristías, no hay eucaristías más importantes que otras, la Eucaristía es una sola; la Eucaristía es Cristo mismo que se entrega. Celebrar la eucaristía es celebrar el misterio pascual de Cristo. Cada Eucaristía es la Pascua, porque es el paso de Dios por la vida de cada persona y por la vida de la comunidad. Sin la Eucaristía no hay salvación, la sola Palabra no salva, lo dice la misma Palabra: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Hermanos si queremos vivir en Cristo y morir en Cristo tenemos que alimentarnos con la mesa de la Palabra y con la mesa de la Eucaristía. Jesús lo dice: “El que come mí carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él”; ser salvo es vivir en Jesús; es necesario pues, entender que la Eucaristía nos trae vida y no vida pasajera. La Eucaristía nos trae vida eterna, porque cuando participamos plenamente de ella, es a Jesús mismo, el envidado del Padre, a quien recibimos. Al comulgar, comulgamos con la vida divina, comulgamos con la iglesia y su enseñanza; comulgamos con la comunidad, con el hermano. Jesús nos dice que ha bajado del cielo, ha venido para darnos vida y vida en abundancia; ha venido, no para darnos cosas, no; Jesús ha venido para darse así mismo; por eso dice: “Tomen y coman, esto es mi carne, está es mi sangre”. En la Eucaristía Jesús se da en todo su ser, se entrega, se dona, da su vida, para que el mundo tenga vida por Él. Por eso la Eucaristía es tan importante para la iglesia. La Eucaristía es el centro y el culmen de nuestra vida cristiana. Todo acto del cristiano, cualquier acción apostólica y misionera de la iglesia debe terminar en la Eucaristía, porque es allí, donde realmente se vive el amor ágape, es decir, el amor en plenitud, amor de entrega, amor sin esperar recompensa. En la Eucaristía Cristo manifiesta su amor infinito y su amor incondicional. Es urgente que nos enamoremos de la Eucaristía, en ella, Cristo mismo se nos da. La Eucaristía es el alimento vivo, por lo tanto al celebrarla recibimos vida. La vida da vida. El mundo da mundo. Jesús es el pan vivo, bajado del cielo, Él nos da manjar de ángeles. En la Eucaristía Cristo nos da pan para fortalecer nuestra comunión con Él y con nuestros hermanos. Con un ejemplo sencillo vamos a entender el gran desconocimiento que poseemos los cristianos sobre el misterio eucarístico: Una vez le pregunte a alguien: ¿eres católico?, y me dijo: claro padre y muy católico; le pregunte entonces: ¿y vas a misa el domingo?, a lo que me respondió, a no padre católico sí, pero no fanático. Muchas personas consideran que ir a la santa misa es fanatismo; otras creen que no necesitan de éste alimento espiritual; un gran número de personas son indiferentes; muchas otras personas asisten sólo a las misas “sociales”, por la muerte de alguien, por el matrimonio de un amigo… Falta más amor a la Santa Eucaristía y generalmente se da por ignorancia. Hermanos, amemos la Eucaristía y nos daremos cuenta cómo vamos creciendo en vida espiritual, en vida fraterna, en perdón y en las diferentes virtudes humanas y cristianas. Retos: 1 Impulsar la debida cercanía a la Eucaristía, que se haga con amor y respeto. 2 Promover el amor a la Eucaristía, tanto su celebración como la adoración eucarística. 3 Valorar el sentido de lo Sagrado en la Celebración Eucarística y en el culto al Santísimo Sacramento en el tabernáculo. 4 Participar activamente en la celebración Eucarística. 5 Motivar entre nuestros hermanos la recepción digna y frecuente del sacramento de la Eucaristía. Esto supone una acción a dos niveles. Por un lado conviene insistir en todos los frutos espirituales que se siguen de la comunión frecuente; pero, por otro lado, conviene insistir en la necesidad de acercarse al sacramento con una conciencia limpia. En este sentido es importante valorar la necesidad del sacramento de la penitencia. + Omar de Jesus Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Jue 15 Jun 2017

Desarrollo humano integral

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - En agosto pasado, de 2016, en el contexto del Jubileo de la Misericordia, el papa Francisco estableció el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, con su propio Estatuto, reuniendo en él, cuatro Pontificios Consejos existentes que hasta ahora se ocupaban de los asuntos sociales y de solidaridad, a saber: el de Justicia y Paz, Cor Unum, Pastoral de los Migrantes e Itinerantes y el de Pastoral de los Agentes Sanitarios. En este nuevo Dicasterio, destaca la atención al fenómeno migratorio, al punto que esta Sección estará por un tiempo directamente bajo la guía del Santo Padre. De esta manera, sin duda, se da un gran paso en la misma concepción de la hasta ahora llamada pastoral social, que en términos generales se definía como “la evangelización de lo social” o de la “cuestión social”, para referirla directamente a su profundo contenido antropológico, como servicio al desarrollo o crecimiento humano integral de la persona, en atención a su dignidad original como imagen y semejanza de Dios e hijo. El pensamiento social de la Iglesia, obviamente, ha tenido como presupuesto e inspiración esta base antropológica al formular los principios en los que se fundamenta la Doctrina Social y su tarea de solidaridad con la persona humana; sin embargo, al hablar del servicio al desarrollo humano integral, se llama la atención sobre el cuidado de todo ser humano en cualquier situación o condición, mirando especialmente a aquellos que han quedado al margen de la sociedad, o en la periferia, o en una cultura del descarte, como suele indicarnos el Papa Francisco. Pero no hay duda que esta concepción tiene un referente muy importante en el Beato Paulo VI, con su célebre encíclica Populorum Progressio (1967), dedicada al desarrollo integral de “todo el hombre y de todos los hombres”, entendido éste como el paso “para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas” (21) y como “el nuevo nombre de la paz” (76-80). En efecto, el Santo Padre Francisco, en su Carta apostólica, mediante la cual instituye el Dicasterio en mención, indica que “en todo su ser y obrar, la Iglesia está llamada a promover el desarrollo integral del hombre a la luz del Evangelio”, desarrollo que se lleva a cabo con el cuidado de los bienes de la justicia, la paz y la protección de la creación. En modo particular estará a cargo de todo lo que se refiere a “las migraciones, los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura” (Cfr. Carta Apostólica). Sin duda una gran tarea, de aplicación concreta a las necesidades personales y comunitarias de tantas personas y en su conjunto, de toda la humanidad. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga