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Opinión

Sáb 17 Dic 2016

Alegría de creer

Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez - Hace 3 años (21-11-13), el Papa Francisco, ofrecía a la Iglesia y al mundo Uno de los primeros documentos de su pontificado, su Exhortación “La Alegría del Evangelio” fue eco al Sínodo de Obispos celebrando el año anterior, sobre una “Transmisión de la fe realizada en Nueva Evangelización”. En este mes de diciembre, anhelado por todos como “mes de alegría”, estimó oportuno destacar cual es la raíz más profunda de la alegría, y cuales los medios efectivos para cultivarla. Recientemente he cumplido, con grande gozo y satisfacción míos y de mis benévolos y selectos lectores, ir de la mano del Papa Francisco en confortante recorrido por los 9 capítulos de su Exhortación, que tituló “La Alegría del Amor”. Con íntima fruición hemos sido llevados a su cumbre cuando encontramos que una sencilla y vivificante espiritualidad del amor lleva a maravilloso sentir humano, en muy real contacto con la misma divinidad. He sentido, a la vez, nostalgia al echar mirada a mí alrededor, desde mis familiares y amigos, hasta los más lejanos seres humanos, al percibir que está ausente de ellos ese gozo íntimo e inefable esa exultante alegría que suscita la fe y el cultivo de los valores del espíritu, cuando sus vidas y actividades no están impregnadas de la fe y el amor. En ese ir y venir de sentimientos, me conforta, sí, palpar, en general, aprecio por las grandes verdades, “semillas del Verbo”, que ha colocado Dios en todo corazón humano. Pero de allí a vivir y disfrutar la fe, y las grandes satisfacciones que da la “Alegría del Evangelio” y del “Amor”, qué distancia tan grande. Es que sin ellas se va ubicando la vida en un desértico estar como si no tuvieran fe, así se perciban en ellos esas raíces íntimas de ella. Viene la misma celebración de la Navidad y del “mes de la alegría”, pero están lejos de un acercamiento al Niño del pesebre y a su vitalizante mensaje. Esto se refleja en que se ponen como medios de festejo tantas frivolidades, y hasta situaciones del todo opuestas a cuanto ese divino infante ha pregonado. No pide Jesús, Dios hecho hombre, salirse del vivir y quehaceres cotidianos, ni condena los regocijos y gozos honestos, pide sí que adquiramos la costumbre de que cada paso, cada actividad, cada proyecto esté dentro de las líneas de rectitud que El y su Evangelio, y su Iglesia, nos trazan como saludables. Cómo duele ver personas, por lo demás buenos católicos, en uniones conyugales fuera de la bendición sagrada del matrimonio y de la familia. Duele, también, esa manera de muchos que aspiraran ser auténticos creyentes pero con tan poco aprecio por el bello ideal de matrimonio y familia como el Señor lo quiere. Duele ver fácil aceptación de esos creyentes de tesis tan contrarias a la fe en cuanto a respeto a la vida, o a indicaciones morales, que, para bien general, se pregonan desde la doctrina cristiana. Otra expresión de poca fe, que no es en sí la fe pero sí manifestaciones de ella, es la no frecuente invocación a Dios en los momentos principales del día, como al principio y al final de el. Hay también, lamentable indiferencia para la participación, al menos los días festivos, a la Santa Misa. Con qué tranquilidad pasan semanas y semanas sin este tan saludable y necesario cultivo de la fe. Cuando ni en las costumbres ni en las práctica piadosas se manifiesta la fe, ¿cómo se va a sentir la alegría de ella?, ¿cómo se va a sentir la “Alegría del Evangelio”?, ¿cómo se va a sentir y vivir una alegre Navidad?. En la “Alegría de leer” adquirimos esa tan útil práctica para nuestra vida. En la Alegría de creer” estamos llamados a disfrutar, debidamente, la vida en la tierra, hasta llegar a la alegría sin fin cerca de Dios. Quienes, por bondad de Dios, disfrutamos de la “Alegría del Evangelio”, invitamos en Navidad, y, luego, permanentemente, a acompañarnos en ese inmenso gozo. + Libardo Ramírez Gómez Obispo Emérito de Garzón Email: [email protected]

Jue 15 Dic 2016

¿Ya no existe Adviento?

Escrito por: P. Raúl Ortiz Toro - El 27 de noviembre pasado inició el tiempo litúrgico de Adviento y en algunas parroquias y/o para algunos cristianos parece que no ha comenzado, o ya terminó. El cada vez más acelerado inicio de las llamadas “fiestas decembrinas” ha logrado que el primer tiempo del año litúrgico pase a un segundo plano casi imperceptible. Fijémonos en que tanto la Navidad como la Pascua están precedidas por tiempos de preparación que tienen como connotación especial la sobriedad y la penitencia, la caridad y la solidaridad cristianas. Pero lo que ahora estamos viendo es que Adviento ya parece ser un asunto del pasado: en muchos templos se prefiere el árbol de Navidad sobre la Corona de Adviento; los cantores siguen entonando los mosaicos de acompañar con palmas, los arreglos florales abundan y no faltan los templos que desde el mes de noviembre no les cabe una luz navideña más. Y ni qué decir de los hogares. El comercio, pasando la fiesta de amor y amistad en septiembre, saca las guirnaldas y las luces con su “madrúguele a diciembre”. Hay familias que en octubre ya tienen organizado el pesebre y a la casa no le falta un rincón para adornar con papás noeles y moños. Un exceso grande es la famosa alborada del primero de diciembre en la que algunas personas salen a la madrugada de este día, entre licor y pólvora, a recibir el último mes del año con los excesos propios de quien piensa que va a ser su último diciembre de la vida y, lamentablemente, resulta siendo así para algunos. Adviento, sin embargo, tiene su identidad propia: el color litúrgico morado en señal de austeridad y penitencia, la ausencia del canto del “Gloria”, la sobriedad en los arreglos florales y la moderación en los instrumentos musicales usados para acompañar el canto, además de la corona de Adviento que no es obligatoria pero sí es un signo recomendado, hacen parte de ese conjunto de características propias que no deben perderse; a ello se suma, más allá de lo litúrgico, el espíritu del tiempo: la espera profunda de que así como celebramos que el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros en su primera venida, del mismo modo debemos esmerarnos porque nos encuentre dignos de Él en su segunda venida. Si el Adviento se vive litúrgica y espiritualmente con sobriedad y moderación, la Solemnidad de Navidad va a tener más impacto y trascendencia, se notará más el punto de quiebre y la unión misma entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. No intento ser aguafiestas y decir que armemos el pesebre el 24 de diciembre en la mañana y que solo ese día pongamos adornos navideños. Lo que intento decir es que podemos hacer más esfuerzos para que el Adviento no pierda su identidad. En las parroquias y grupos apostólicos debemos incentivar ese ambiente a través de los retiros espirituales, de las conferencias de Adviento, del respeto a las normas litúrgicas, de la lectio divina con textos de la espera mesiánica, etc; no le sigamos el juego al consumismo que quiere hacernos perder este gran momento. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán [email protected]

Mar 13 Dic 2016

Una Iglesia perseguida

Escrito por: Mons. Froilán Casas Ortiz - La persecución, lamentablemente, ha sido lugar común en la vida de la Iglesia, si mataron a su Maestro, su fundador, ¿qué no harán con su obra? La católica Colombia ha venido sacando a la Iglesia, a sus ministros, de todas las instituciones de la vida pública. Después que le aportamos tanto al país, ahora nos desconocen y lentamente nos van excluyendo de toda expresión pública de fe. Es verdad, la Constitución del 91 estableció un Estado laico, aconfesional, lo cual es bueno, a mi juicio. Un Estado laico no es el que masacra las creencias, sino el que las respeta. Las creencias son parte medular de una cultura. Querer reducirlas al ámbito meramente privado, es como decirle al hombre que puede amar pero que no puede expresar públicamente el amor. ¡Qué sesgo en la lectura de la Carta! Quitarle al hombre la posibilidad de expresar públicamente su fe, es castrarlo, es mutilarlo. De modo que el cristiano, quien es un ciudadano y paga impuestos, según la lectura que hace la Corte Constitucional a la Carta, no puede exteriorizar sus creencias. Así que tener un crucifijo en la oficina, es un irrespeto a quienes no creen. Usted puede libremente expresar su indiferencia o agnosticismo y yo tengo que esconder mis sentimientos religiosos. ¡Qué sofisma de distracción! Se combate supuestamente un dogmatismo con uno peor. Nos están mandando a los cristianos católicos a las catacumbas. Exteriorizar nuestras creencias es un irrespeto a los otros. ¿Por qué no aplicamos el mismo esquema en los países de cultura musulmana a ver qué nos pasaría? La gran mayoría del pueblo colombiano es muy expresivo en su aspecto religioso. ¿Cómo se puede desconocer el papel de la Iglesia en obras sociales: orfanatos, hospicios, casas para atender niños de la calle, obras para rehabilitar drogadictos y tantas obras sociales a lo largo y ancho del país? ¿Cómo desconocer el papel de la Iglesia en educación para los pobres y para los menos pobres? Y la Iglesia no recibe impuestos como el Estado que sí los recibe y tiene la obligación de todas estas obras asistenciales. ¿Cómo desconocer el papel de la Iglesia en la construcción de este país? Quienes exigen la igualdad, ¿qué han dado para exigir? Nos sacan del SENA, entidad que cofundamos junto con la UTC y la Junta Militar de Gobierno en 1957, bajo el pretexto que este es un Estado laico. ¡Qué ingratitud! -para decir los menos-. Como van las cosas falta aún sacar el nombre de Dios del preámbulo de la Constitución; hay que sacar el nombre de Dios del escudo a la Policía Nacional, suprimir la navidad porque en Colombia hay algunos que no son cristianos. Por favor, acaben con el domingo y trasladémoslo a otro día de la semana pues el domingo etimológicamente significa: día del Señor. Por favor, supriman todos los nombres religiosos de los pueblos, sitios y veredas, pues tales nombres son un irrespeto a los no creyentes. Es verdad, la Corte Constitucional es la máxima instancia judicial, pero sobre ella está el constituyente primario. Encima de la Corte está Dios, que un día los juzgará, así no crean en Él. + Froilán Casas Ortíz Obispo de Neiva

Lun 12 Dic 2016

De la esperanza vive el cautivo (2)

Por: Juan Carlos Ramírez Rojas - El proyecto de Reforma Tributaria Estructural (RTE) abre ventanas de aires nuevos bajo el calificativo de estructural. El ciudadano del común entiende que cuando se tocan las estructuras de una edificación es porque se va a dar un cambio sustancial que mejore los espacios, agilice los tiempos y garantice la integridad física en la nueva edificación. La RTE, es estructural, porque busca implementar un mejor sistema tributario que logre simplicidad, equidad, competitividad, recursos para la inversión pública y lucha contra la evasión. No cabe duda, hay brisas de villancicos que traen esperanza. Es evidente que el sistema tributario actual es complejo y complicado, desmotiva la inversión, es burocrático en sus procesos y muchas empresas han emigrado a otras latitudes porque las cargas tributarias los ahogan y pareciera que solo trabajan para el Estado y en la experiencia del éxodo han inferido que les sale más barato producir en el exterior. El país vive cautivo de la burocracia, de acciones corruptas, de procedimientos paquidérmicos, de abusos del espíritu laborioso y creativo de los colombianos, que traen como consecuencia, la desconfianza y el escepticismo frente a las bondades de proyectos tributarios. Surgen propuestas para construir un sistema tributario integral, pero muy poco, casi nada, se dice de dos aspectos que son sustanciales si se quiere conquistar la confianza y garantizar la transparencia de las personas naturales y jurídicas: 1.- Elevar el grado de institucionalización de la administración tributaria En algunos países existen desde hace varias décadas administraciones tributarias altamente profesionalizadas. En otros se ha registrado un gran avance en el proceso de modernización de algunas de sus instituciones públicas. No obstante, en varios casos falta mucho para lograr una mayor estabilidad y profesionalismo de la administración tributaria. Esto implica un fortalecimiento de la DIAN, establecer una carrera administrativa de control y tributación, mecanismos de transparencia, mayor control de eficiencia, sala de decisión de recursos jurídicos, el ente recaudador no debe ser juez y parte. 2.- Se debe crear la comisión de control del gasto público La calidad del gasto público abarca aquellos elementos que garantizan un uso eficaz y eficiente de los recursos públicos, con los objetivos de elevar el potencial de crecimiento de la economía y en el caso particular de Colombia, de asegurar grados crecientes de equidad distributiva. La medición de la calidad del gasto público debe incorporar la multidimensionalidad de los factores que inciden en el logro de los objetivos macroeconómicos y de política fiscal. La austeridad debe ser eje transversal de las políticas de control del ingreso y del gasto público; si no hay vigilancia en este aspecto no existirá un sistema tributario, ni una RTE que pueda soportar un desenfrenado gasto. Es indecente construir políticas tributarias para el crecimiento y desarrollo de un país, solamente pensando en el recaudo, es fundamental integrar todos los elementos para que no se cumpla lo pronosticado por William Henry Chamberlain: "La proliferación de burócratas y lo que inevitablemente traen consigo: mucho mayores recaudaciones de impuestos sobre la parte productiva de la población, son los signos reconocibles de una sociedad, no grande, sino decadente. Los historiadores saben que ambos fenómenos fueron especialmente notorios en las eras de declive del Imperio Romano, tanto de Occidente como del Imperio Bizantino". Que los proyectos materialicen la esperanza y no dejen a un pueblo cautivo en el escepticismo. Juan Carlos Ramírez Rojas Ecónomo-Director Financiero CEC “Está espelucá, está espelucá…” (1)

Mié 7 Dic 2016

El monstruo y el arquitecto

Por: P. José Elver Rojas - No dudaron un segundo los grandes medios de comunicación colombianos para calificar de “monstruo de Monserrate” al presunto responsable de la muerte de más de una docena de mujeres en uno de los cerros del oriente de Bogotá. No así sucedió con el hombre que raptó, violó y asesinó a una niña de 7 años. De forma dubitativa y temerosa, los periodistas informaron que se trataba de un “prestigioso arquitecto” del que no podían revelar su identidad para no entorpecer la investigación. Lo anterior unido a la injusticia que campea reinante en nuestro país, hace que la gente ante el calor de un caso que nos ha conmovido profundamente, busque formas de aplicar justicia y exijan castigar con la pena de muerte, la castración química o la cadena perpetua a quienes cometan este tipo de crímenes. Llama la atención que ante el desespero por la situación, no faltan los que en lugar de pedir justicia, claman venganza. El miedo de los colombianos es el que crímenes de este tipo queden impunes por tratarse no de un “monstruo de Monserrate”, que al fin y al cabo era un habitante de la calle ante quien el periodismo y las autoridades se mostraron fuertes para aplicarle el rigor de la ley y el desprestigio social con toda severidad, sino de un “prestigioso arquitecto,” de familia de abolengo a quien los generadores de opinión pública tiemblan al pronunciar sus nombres siempre y cuando no sea para exaltarlos. Señores periodistas la objetividad y la veracidad de la información no depende de la clase social sino de la ética del comunicador. Hacer de un medio de comunicación un tribunal de justicia para condenar o absolver no es tarea de los comunicadores. La dignidad de la persona humana está más allá del delito que haya cometido. De igual modo, la tragedia que padecen las familias de víctimas y victimarios no debe ser aprovechada para un periodismo amarillista, tendiente a un reality show. Me uno con mi oración al dolor que padece hoy la familia de Yuliana, víctima del desenfreno hedonista, que hace de “monstruos o prestigiosos” fieras que andan al acecho de los más vulnerables e indefensos de la sociedad. Me uno al clamor de los colombianos que piden se aplique a los responsables de estos macabros hechos, la justicia con transparencia y celeridad. Por tal motivo, quienes tenemos fe, pidamos la gracia de Dios para superar el dolor y hasta el odio y venganza que afloran contra el asesino de un infante. Aunque en este momento sea poco entendido lo que el Señor nos enseña, oremos por los que nos hacen daño; ellos también sufren y hacen sufrir a los demás. Estoy de acuerdo en denunciar y rechazar el pecado en todas sus formas, sin olvidar de practicar la misericordia con el pecador. Pues, el pecado vicia la personalidad humana y conduce a la persona en contra de Dios, de sus hermanos y de sí mismo; es decir, a la desgracia. Mi invitación es a evitar esa lluvia de palabras y mensajes que lanzamos como rocas virtuales a través de las redes sociales y otros canales de comunicación, con la idea equivocada que matando al pecador destruimos el pecado. P. José Elver Rojas Director departamento de Comunicación Social Conferencia Episcopal de Colombia [email protected]

Mar 6 Dic 2016

Jooo…jojojo.Se roban al Niño Jesús

Por: P. Jorge Enrique Bustamante Mora - Diciembre, para los cristianos católicos es un mes de gran festividad, es el tiempo de la navidad, es el tiempo donde mejor se vive la fraternidad, la amistad, la solidaridad… etc. todo se llena de luces, regalos, alimentos, adornos que engalanan casas, calles, edificios, Iglesias y ciudades enteras. Pareciera que el nacimiento del Niño Jesús lo invade todo, pero la verdad es que como creyentes debemos estar alerta porque detrás de una risa burlona jooo.. joo, se roban el verdadero sentido de la navidad. La navidad celebra con gozo el nacimiento del Niño Jesús, el Hijo de Dios, que nació de María Santísima junto a su esposo, el Casto san José. Los personajes principales son ésta santa Familia, y de manera particular el NIÑO DIOS. El centro de nuestra fe y lo que celebramos los cristianos en navidad es este acontecimiento histórico del nacimiento del Niño Jesús. Sin embargo, el consumismo de manera disimulada nos quiere robar al Niño Jesús, nos lo quiere cambiar por un viejo gordo, barrigón, que con su estridente risa JOJOJO se burla de quienes nos dejamos llevar más por la forma que por el contenido. En las casas de los católicos, y en algunos templos para dolor del creyente, se asoma en las puertas, ventanas, adornos y colgandejos este personaje que quiere desplazar del todo al Niño. En muchos lugares que he visto atiborrados por este personaje he buscado las figuras de la Sagrada Familia: Jesús, José y María (el Belén), o un pesebre, y tengo que decirlo con dolor en el corazón, que en la gran mayoría no los he encontrado, nos han cambiado la navidad, el Niño está siendo desplazado y remplazado y lo peor los católicos no nos estamos dando por enterados. Este personaje que el mundo llama de diversas maneras: santa Claus, Papá Noel, San Nicolás, poco, mejor lo digo de plano: ¡nada tiene que ver con la navidad cristiana! “En 1809 el escritor Washington Irving escribió una sátira, Historia de Nueva York, en la que deformó al santo holandés, Sinterklaas, en la burda pronunciación angloparlante Santa Claus. Más tarde el poeta Clement Clarke Moore publicó en 1823 un poema donde dio cuerpo al actual mito de Santa Claus, basándose en el personaje de Irving. En ese poema se hace mención de una versión de Santa Claus, enano y delgado, como un duende; pero que regala juguetes a los niños en víspera de Navidad y que se transporta en un trineo tirado por nueve renos, incluyendo al reno Rudolph (Rodolfo)”. Un mito, con sabor de duendes, no debe ser motivo para cambiar al Niño Jesús y a los hermosos villancicos que hablan de Belén, del Niño, de la Virgen, de San José, para cantar el famoso “Rodolfo el Reno” que nada habla de nuestra navidad. El llamado “papá Noel” es una creación comercial al servicio del consumismo, una figura estadounidense o al menos del Polo Norte, intrusa que destruye y desplaza lo auténticamente cristiano. Algunos la han querido cristianizar y la han relacionado con San Nicolás de Myra (en Oriente, por su lugar de fallecimiento) o San Nicolás de Bari (en Occidente, por el lugar donde fueron trasladados y reposan sus restos), un obispo que vivió en el siglo IV en Anatolia, la actual Turquía; pero cuya figura y vida nada tiene que ver con el llamado papá Noel o San Nicolás con traje rojo, gorra de dormir y risa burlona de nuestros días. Los cristianos católicos no podemos promover valores paganos, nosotros seguimos a Jesús, y Él es nuestra luz, no podemos dejar pasar a segundo plano la navidad y menos promover un mundo del consumismo. El mundo nos quiere robar. Es importante mantenernos alerta porque en los últimos tiempos, en varias ciudades a nivel mundial, han propuesto cambiar el nombre a la navidad por otros, disque más incluyentes, como “solsticio de invierno” o “fiestas de la luz o del invierno”; la alcaldesa de Barcelona España, Ada Colau, ha dicho que “se trata de promover otro tipo de valores de origen pagano como “el triunfo de la luz” y dejar en segundo plano la navidad… y promover la feria del consumo responsable” (OK diario Cataluña). No puedo callar frente a esta realidad. Hermanos sacerdotes y bautizados todos, por favor no nos dejemos robar la Navidad, tengamos una actitud crítica y de alerta para promover y defender lo nuestro, nuestra fe, nuestras costumbres. Pidamos a las administraciones municipales que el embellecimiento de las ciudades no sea solo luces e imágenes sin contexto navideño, hay que pedir el pesebre, lo propio de este tiempo. Enseñemos a nuestros niños el valor de la Navidad, la importancia de aceptar al Niño Jesús que nos trae todos los regalos, especialmente los espirituales, y el máximo de ellos la Salvación. Aprovechemos la navidad para evangelizar, no nos la dejemos robar. ¡Una Feliz Navidad cristiana católica! Prefiero expresarla así por si acaso. Felices fiestas del Nacimiento del Niño Jesús. P. Jorge Enrique Bustamante Mora Director Dpto. Doctrina y Animación Bíblica [email protected]

Lun 5 Dic 2016

Adviento 2016

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - En medio de la encrucijada por la que está atravesando nuestro país, con las incertidumbres que están generando las controversias entorno de la aprobación e implementación del acuerdo de paz con las FARC, así como las inquietudes relacionadas con el inicio de los diálogos con el ELN y la posibilidad de entablar acercamientos con otros grupos armados, esto sin contar la aprobación y entrada en vigor de la reforma tributaria y la sensación del incremento de la pobreza y la inseguridad en tantos lugares, por mencionar sólo algunos aspectos de la vida ordinaria de los colombianos, puede darse la impresión de que para muchos se esté perdiendo la esperanza y de que la mirada hacia el futuro se esté nublando. En la Iglesia comenzamos el tiempo de Adviento. Es por excelencia el tiempo de la espera, de la llegada del Salvador, del “cielo nuevo y de la tierra nueva” como lo afirma el libro del Apocalipsis (21,1). En el año jubilar que acabamos de terminar, el Papa Francisco afirmó que la “Misericordia: es la vía que une a Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (MV, 2). Por eso, “la Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios… Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo” (MV, 25). Ante la suma de incertidumbres, no nos queda sino tener la certeza de la misericordia divina para no perder el sentido de la vida futura, para seguir confiando, para seguir creyendo, para seguir amando. En este sentido, el Adviento que comenzamos litúrgicamente, ha de marcar la vida de todos, pues el nacimiento del Salvador y el cumplimiento de sus promesas, nos alientan a seguir caminando con la mirada puesta en Jesús, dador de todo bien. La fe en Cristo, cuando está arraigada y es madura, hace que la esperanza no se derrumbe. De allí el deber que tenemos los bautizados en la Iglesia católica, de ser los testigos de la esperanza, pues “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mac. 12, 27) y nuestro Dios, por su infinita misericordia, nunca nos abandona. La Iglesia colombiana, en este tiempo de la gozosa espera, ratifica el mensaje del Cristo Jesús: “no tengan miedo, yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 29). Esto hace pensar, además, en que el Adviento es también el tiempo de la confianza filial y del abandono en los brazos del Padre del cielo. Esta es la mejor forma de hacer frente a lo que estamos viviendo y de preparar los corazones para la llegada de la Navidad, para hacer posible que Niño Dios de Belén nazca realmente en los corazones de cada uno y pueda así darse cumplimiento al anuncio del profeta: “Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva… habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear… No habrá allí jamás niño que viva pocos días, o viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años… Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto… El lobo y el cordero pacerán juntos, el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo, no harán daño ni perjuicio en todo mi monte santo” (Isaías 65, 17.20.25). Que estos sentimientos animen este tiempo de gracia y de bendición, de espera y de confianza en Dios pidiendo en todo momento el don de la paz para nuestros corazones y para nuestros pueblos. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Vie 2 Dic 2016

Así le paga el diablo, a quien bien le sirve

Por: Juan Carlos Ramírez Rojas - “Nada te turbe, nada te espante…”, exclamaba santa Teresa de Ávila. Hoy no sorprende que la Corte Constitucional haya declarado inexequible un aparte de la ley 119 de 1994 por medio de la cual se reestructuró el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) y se prescribía que la Conferencia Episcopal de Colombia nombrara un delegado para el Consejo Directivo Nacional y en las diversas regiones. La razón de la presencia de la Iglesia en el SENA es multifactorial, entre ellas, que esta institución nació de la mano de la Iglesia, con un objetivo de promoción humana integral y si de algo se puede ufanar la Iglesia Católica es de ser cantera de humanismo. La presencia de la Iglesia en el SENA trasciende el aspecto histórico. Cuando el Evangelio llega a la realidad social la ilumina, la transforma y la Iglesia, responsable de la Evangelización no es ajena a todo aquello que atenta contra el ser humano, “el camino de la Iglesia es el hombre”. El Evangelio no es indiferente a la vida de los hombres. La política, la economía, la cultura, el ocio y sus alternativas, el mundo del empleo y los asuntos laborales, las relaciones sociales, el acceso a la vivienda, la educación y la sanidad, las relaciones internacionales, etc., son cuestiones que afectan a la Iglesia, porque son elementos que forman parte determinante de la vida de cada hombre. No se trata de que ella quiera reivindicar un espacio público que le ha sido usurpado desplazando la fe hacia la interioridad de la conciencia, sino que ella misma es la que se siente impulsada a preocuparse e interesarse por la dignidad personal de cada hombre, dado que ella está afectada por los gozos y esperanzas, angustias y tristezas de los hombres (cf. GS 1). En este sentido, la doctrina social de la Iglesia presta un gran servicio a la acción evangelizadora, a la vez que ella misma capta y se involucra en los aspectos que determinan la vida del hombre como ser social. Esta es la razón por la cual la Iglesia compromete su ser en todas las instituciones que ha creado para que las personas acrisolen su dignidad, sean gestores del bien común, instrumentos vivos de solidaridad y subsidiaridad. Sacar a la Iglesia del SENA bajo el argumento del “Estado laico”, es desconocer la historia, cerrar un espacio de formación ética y moral a una población que no puede ser circunscrita a un simple proceso cognitivo, es negar un derecho fundamental en la formación humana como es la dimensión espiritual, “el fallo de la Corte quiere desconocer todo aquello que no esté de acuerdo con el pensamiento de unos pocos”. La Iglesia es una realidad histórica, jurídica, cultural, teológica que el Estado no puede desconocer, “primero fue sábado que domingo”, y ella como todos los sectores del país tiene el derecho de aportar a la reflexión para la construcción de las políticas públicas. Surge la duda: La llamada doctrina del “Estado Laico” que argumenta la Corte se inspira en el concepto de laicidad, entendido como “mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte o es un laicismo que refleja hostilidad e indiferencia contra la religión y la Iglesia. Queda el tufillo de la segunda. La laicidad del Estado no debe equivaler a hostilidad o indiferencia contra la religión o contra la Iglesia. Más bien dicha laicidad debería ser compatible con la cooperación con todas las confesiones religiosas dentro de los principios de libertad religiosa y neutralidad del Estado. La base de la cooperación está en que ejercer la religión es un derecho constitucional y beneficioso para la sociedad (CPC art.19; Ley 133 de 1994). El Papa Benedicto XVI afirma: “Tampoco es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana, y a quienes la representan legítimamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en particular de los legisladores y de los juristas. En efecto, no se trata de injerencia indebida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos, son humanos; por eso ante ellos no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de proclamar con firmeza la verdad sobre el hombre y sobre su destino” (Congreso nacional de la unión de juristas católicos italianos, 9.12.2006). En el marco del respeto por los fallos de la Corte, la Iglesia no va a renunciar a su misión. El mayor aporte que puede hacer la Iglesia a la sociedad es la evangelización, comunicar a los hombres el mensaje salvador de Jesucristo, muerto y resucitado, y hacerles partícipes de esa experiencia salvífica. El anuncio seguirá siendo explícito, con una dimensión ética, de realización de acciones, cuyo objetivo sea la puesta en práctica de la caridad para que los valores evangélicos alcancen la vida de los hombres en su acontecer cotidiano. Juan Carlos Ramírez Rojas Ecónomo-Director Financiero CEC