Mié 12 Sep 2018
¿Quién dicen que soy yo?
Primera lectura: Is 50,5-9a
Salmo Sal 115 (114),1-2.3-4.5-6.8-9 (R. cf. Lc 9,57)
Segunda lectura: St 2,14-18
Evangelio: Mc 8,27-35
Introducción
El encuentro con la Palabra que vamos reflexionar en esta celebración dominical, entre otras, nos ofrece las siguientes ideas temáticas:
Reconocimiento y seguimiento de Jesús en una vida manifestada con la Fe y con las obras.
Concientizarnos que para vivir hay que morir para resucitar a una vida nueva; tomar la cruz y seguir a Jesús.
Ser discípulo misionero implica ser consecuente con la misión de Jesús para alcanzar la herencia prometida de la resurrección.
¿Qué dice la Sagrada Escritura?
La liturgia de la palabra, particularmente el Evangelio presenta una especie de confrontación entre lo que la gente pensaba de Jesús, y lo que pensaban sus discípulos, respecto a lo que El proponía para verdaderamente ser sus discípulos.
El Evangelio de hoy muestra la diversidad de prospectivas entre Jesús y Pedro, en las cuales, comúnmente nos encontramos nosotros mismos. Nos dice el evangelista Marcos: “En aquel tiempo Jesús partió con sus discípulos hacia una ciudad en torno a Cesarea de Filipo, y por la vía interrogaba a sus discípulos diciendo: “¿quién dice la gente que soy yo?”.
Y ellos respondieron: unos dicen que “Juan el Bautista, otros que Elías y otros uno de los profetas”. Pero ustedes replico: ¿y ustedes quién dicen que yo sea? Pedro le responde: “tú eres el Cristo”. Y les impide a ellos de no hablar ello con ninguno.
Da la impresión que Jesús, conociendo los pensamientos y la profundidad del corazón de los suyos, con firmeza los saca de los falsos sueños y de las falsas expectativas que tienen a cerca de Él, sorprendiéndolos con su verdadera visión de Mesías:
“Y comenzó a enseñarles que el hijo del hombre debía sufrir mucho, ser condenado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, para luego ser asesinado y a los tres días resucitar”, Jesús pronunciaba abiertamente este discurso.
Pedro lo llevo aparte y comenzó a reprenderle. Pero Jesús se volvió, miró a los discípulos y reprendió a pedro diciéndole: “apártate de mí satanás, tú piensas como los hombres no como Dios”.
No tenía todavía una perspectiva de vida del Maestro: una visión divina, eterna, de grande valentía para difundir el evangelio, sobre todo no podía tener la disposición de poner en riesgo la misma vida terrena, por la vida eterna, como acontecerá después de la venida del Espíritu Santo, en pentecostés. Podemos comprender la perplejidad de los discípulos, que terminará en el miedo y la fuga, el día del arresto de Jesús y durante su pasión y muerte… cómo fueron caídas las esperanzas que habían cultivado.
¿Qué me dice la sagrada Escritura?
Será el Espíritu Santo que clarificará el verdadero plan de Dios sobre los discípulos, al punto que, después de pentecostés, serán hombres diversos, de verdad seguidores del Maestro: dejando el miedo, afrontarán todo tipo de obstáculos, de sufrimiento, de persecución, de prueba, hasta el martirio.
Tal vez los apóstoles veían en Jesús, que tenía palabras de verdad ligada a la potencia de los milagros, un mañana aquí en la tierra lleno de gloria.
Eran de verdad pobres los apóstoles: pescadores sin un mañana… se parecían a tanta gente de hoy que no tenían ni siquiera la fuerza de “soñar”, conscientes de que estos sueños muchas veces son sólo castillos en el aire, golpeados por la fatiga del día a día o, como otros, guiados por un sueño de grandeza humana, sin escrúpulos, marginando la posibilidad de una actitud simple de los apóstoles, que termina siempre en dejar un sin sabor en la boca.
Sólo quien ha tenido la fortuna de nacer y vivir en familia, donde la fe estaba en el primer puesto, sin falsas ambiciones, puede entender la belleza de no tener sueños simplemente humanos, sino deseos de la realidad eterna.
Hoy la Sagrada Escritura me invita a formular diversas preguntas existenciales para la vida: Aparece la pregunta fundamental que nos podrimos formular personalmente: ¿Quién es Jesús para mí?, ¿cuáles son los tiempos mejores para mí como ser humano? ¿Considero los tiempos en los cuales los sueños terrenos no van más allá de la belleza física, del estar bien y contar humanamente en la sociedad o del tiempo de la simplicidad evangélica, que da espacio a Dios, a las virtudes, a la generosidad en el amor?
¿Qué me sugiere la Palabra que debo decirle a la comunidad?
Nos sucede también a nosotros, a veces, de concebir nuestra fe, como una serie de “seguridades” que vienen de Dios, pero como una “garantía” contra las dificultades de la vida. Frente a esta tentación humana, Jesús dice a sus discípulos, y hoy a nosotros: “el que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame”.
Sabemos que ningún ser humano puede escapar del sufrimiento y del dolor, o también a momentos de grande angustia, ligados a nuestro ser de creaturas frágiles, sujetos a los límites y a las precariedades de nuestra vida terrena, que se manifiesta de tantos modos.
Aparece, en la liturgia de la palabra, el verdadero sentido del “poner a prueba nuestra fe”, confirmar la presencia de Dios en nuestra vida, el amor personal y fiel de cada uno por Jesús.
En reiteradas ocasiones Jesús les pedía a sus Discípulos: “Meteos bien esto en la cabeza”. Jesús trata de hacer caer en cuenta a sus discípulos de la novedad de su propuesta de salvación. Debe ser que Jesús sabía bien que sus discípulos eran cabeciduros. O simplemente les pasaba lo que nos puede pasar nosotros, que a veces hay cosas que no nos gusta oír, y que, por lo tanto, no las oímos. Los discípulos, animados por Pedro, habían tomado conciencia de que Jesús es el Mesías, el enviado de Dios para liberar al pueblo de Israel de la opresión y la injusticia.
Esto lo sabe Jesús. Como buen maestro y pedagogo sabe que los discípulos han dado un paso al frente. Ahora saben que él es el Mesías, pero no tienen idea de qué tipo de Mesías es Jesús. Más bien tienen muy claro cómo les gustaría a ellos que Jesús fuese Mesías.Cuando Jesús les da esta trágica noticia: “Al hijo del hombre deberá sufrir mucho y ser entregado en manos de los ancianos y morir”, esta afirmación de Jesús les cambia por completo el horizonte.
Por eso, sabía Jesús que les iba a costar comprender su peculiar manera de ser Mesías: estar cerca de los pobres y sencillos, siendo testigo del amor de Dios para los marginados y excluidos y encontrándose con los poderosos sin armas, renunciando a toda violencia. Asumiendo que al final las fuerzas del mal podrían ganar la batalla (¡pero no la guerra!). La muerte no tiene la última palabra. Jesús les anuncia también que al tercer día resucitará.
¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión?
Como es natural, los discípulos no entendían. Tampoco querían entender algo que estaba tan lejos de sus expectativas. Sentían que lo que decía Jesús era verdad, pero les daba miedo asumir esa verdad. A ellos, como tantas veces a nosotros, les costaba entender que la resurrección pasa por la muerte y que no puede ser de otra manera.
La invitación de Jesús sigue vigente para nosotros: “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por causa mía y el Evangelio la salvara”. El Papa Francisco continuamente nos invita a ser discípulos misioneros del Evangelio con alegría y venciendo los miedos y temores que puede suscitar la misión, aunque, si a veces, esto implique correr la misma suerte del maestro.