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Liturgia

Jue 28 Jun 2018

El Señor escucha los sufrimientos y preocupaciones de la gente

Primera lectura: Sb 1,13-15;2,23-24 Salmo Sal 30 (29),3-4.5-6.12ac-13 (R. 2a) Segunda lectura: 2Co 8,7.9.13-15 Evangelio: Mc 5, 21- 43 (forma larga) ó Mc 21-24.35b-43 (forma breve). Introducción La Palabra de Dios para este XIII Domingo del tiempo ordinario nos sugiere considerar estos tres temas. La resurrección de la hija de Jairo. La curación de la mujer hemorroísa. La generosidad en la colecta que sostiene a la comunidad ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Reflexionemos sobre la resurrección de la hija de Jairo; aproximándonos al camino de la Palabra desde la visión de los personajes que actúan en este episodio bíblico: Jesús, Jairo (jefe de la sinagoga), la hija enferma, los apóstoles, especialmente los tres: Pedro, Santiago y Juan, y la gente. Las actitudes de nuestro Señor Jesucristo son: escuchar los sufrimientos y preocupaciones de la gente; caminar, con quienes padecen las preocupaciones y sufrimientos de la gente; sanar las heridas y curar las enfermedades, convirtiendo la tristeza en gozo (sal 29) y transformando la muerte en vida (Sab 1, 13-15). Jesús, como en muchos episodios bíblicos, se hace el compañero de camino, está atento a las necesidades de las personas, fortalece la fe, inflama el corazón, llena de esperanza y sana a pesar de las contrariedades que se presentan en el camino de la vida. Observemos la actitud de Jairo, jefe de la sinagoga, que se postra a los pies de Jesús. Se podría relacionar este gesto de inclinación con el de la mujer que con su cabellera se postra ante Jesús para ungirle con perfume los pies. Llama la atención que un judío se postre ante el Señor como gesto de adoración y reconocimiento de la divinidad. En la solicitud de Jairo a Jesús, se adicionan tres gestos más de confianza y fe: invitar al Señor a su casa, poner las manos y la seguridad que con su presencia su hija recuperará la salud y será salva. De hecho, la sanación en términos latinos combina las dos significaciones, sanación física y salvación espiritual. Tanto Jairo, jefe de la sinagoga, como la mujer hemorroísa, se llenan de miedo frente a la preocupación de la enfermedad. Buscan, hablan, actúan, piden y confían en el Señor. A partir de esta experiencia de precariedad en la salud, se fortalecen en la fe y la espera en el Señor. Los apóstoles, como la multitud, caminan en medio de las incertidumbres de la vida. Aparecen como actores, que ignoran o desconocen lo que vaya a suceder. Se sorprenden frente a la manifestación del Dios de la vida, que vence la muerte con la Resurrección.

Jue 14 Jun 2018

El Reino de Dios exige: humildad, confianza y discipulado

Primera lectura: Ez 17,22-24 Salmo Sal 92(91),2-3.13-14.15-16 (R. cf. Ez 17,24) Segunda lectura: 2Co 5,6-10 Evangelio: Mc 4,26-34 Introducción La Palabra de Dios nos presenta hoy la idea del Reino de Dios que exige la acogida humilde por parte del hombre. Este tema se vislumbra claramente en la primera lectura y en el Evangelio. En efecto, en ellos se presentan figuras agrícolas de la siembra, un cedro, para el caso de la primera, y un grano de mostaza, para el Evangelio. En dichos relatos se exalta la simplicidad y pequeñez de la semilla. La Palabra de Dios también ofrece el tema de la fe o de la confianza en Dios. En efecto, el Salmo 91, que es considerado, en la liturgia y en la devoción popular, como el salmo de la confianza divina, presenta al hombre que confía en Dios, protegido de todo mal y de todo peligro. Igualmente, la segunda lectura habla de la confianza en Dios y pide caminar “a la luz de la fe” (2Co 5,7). Otra idea, que emerge de la Palabra de Dios y que es indispensable en el seguimiento del Señor y condición para entrar en su Reino, es el del discipulado. Este tema está insinuado de forma muy modesta al final del Evangelio, en el último verso: “No les decía nada sin parábolas. Pero a sus propios discípulos les explicaba todo en privado” (Mc 4,34). Al respecto dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 546: «Es preciso hacerse discípulo de Cristo para “conocer los Misterios del Reino de los cielos” (Mt 13,11)». Los tres temas pueden presentarse en uno solo, pues, están indisolublemente unidos y se implican mutuamente, de esta manera tenemos que el Reino de Dios exige: humildad, confianza y discipulado. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? En la primera lectura vemos que el Señor escoge al humilde y rechaza al soberbio: “Yo el Señor, humilló al árbol elevado y exalto al árbol pequeño” (Ez 17,24). Recordemos que hace ocho días la primera lectura, tomada del Génesis, nos refería la caída de nuestros primeros padres, es decir, el pecado original, que consistió en dejarse tentar por el demonio y caer en la soberbia de desobedecer a Dios, de usurparle su puesto (“ser como Dios”). Ahora la Palabra, una vez más, habla de la necesidad de la humildad para poder entrar en la amistad con Dios, pues sólo el humilde obedece porque ama y se siente esencialmente dependiente de su Creador. El salmo 91 es una oración especial de confianza en el Señor invocando su protección contra todos los males y peligros. Es muy especial la siguiente oración del verso 2: “Refugio mío, Dios mío, confío en ti”. La humildad requiere la confianza, el humilde se confía a Dios, el arrogante sólo confía en sí mismo, cree no necesitar de Dios y humilla a los demás. Por lo tanto, sólo el humilde ora de verdad y es escuchado por Dios, en cambio el soberbio, aunque se dirija a Dios no es escuchado porque en su interior no quiere seguirlo sino auto justificarse y manipular a Dios a su acomodo. En la segunda lectura el apóstol san Pablo anima a la comunidad de creyentes a vivir no de lo que se ve, sino de la fe: “En todo momento tenemos confianza… Y caminamos a la luz de la fe y no de lo que vemos” (2Co 5,6-7). La confianza y la esperanza son concedidas a las personas de oración sincera, que se saben limitadas, inclinadas a aferrarse a sí mismas o a lo terreno, y que por lo tanto no se cansan de suplicar a Dios su fuerza para vivir de Él, de la fe, y no del engaño de poner la confianza en sí mismo, en los demás o en lo terreno. En el Evangelio Jesús resalta la fuerza interior imparable que tiene en sí el Reino de Dios, lo compara con la semilla de mostaza que “es la más pequeña de las semillas, pero, una vez sembrada, crece, se hace la mayor de todas las hortalizas” (Mc 4, 31-32). Así es el verdadero discípulo que por su humildad y confianza total en Dios es acogido en la amistad con el Señor y es depositario de los misterios del Reino, pues, “Dios se enfrenta con los soberbios, pero da su gracia a los humildes” (Sant 4,6; 1Pe 5,5). El mismo Jesús lo dijo en otra ocasión: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha aparecido bien” (Mt 11,25-26).

Vie 1 Jun 2018

El cuerpo de Cristo, alimento que fortalece y su sangre bebida que purifica

Primera lectura: Éx 24,3-8 Salmo Sal 116(115),12-13.15-16. 17-18 (R. 13) Segunda lectura: Hb 9,11-15 Evangelio: Mc 14,12-16.22-26 Introducción Al meditar y orar con las lecturas de la liturgia de la Palabra de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, destaco las siguientes ideas temáticas: El tema central de este domingo está en la alianza, la del Sinaí y la nueva realizada por Cristo. La alianza del Sinaí señala el nacimiento del pueblo de Dios, la nueva alianza, da origen al nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. Un segundo, es el valor redentor de la Sangre de la alianza, que se presenta en toda liturgia de la Palabra. Los textos bíblicos evocan los ritos del Antiguo Testamento en los que se derrama sangre como signo de la alianza que Dios estableció con su pueblo. El significado de esta alianza es ahora llevado a plenitud por el Señor Jesús, que hoy repite en la eucaristía “esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos” Mc. 14,24. Una tercera línea de reflexión es la institución de la Eucaristía. En el ciclo B de la liturgia dominical leemos en el evangelio, el relato que nos recuerda los gestos y palabras que el Señor realizó antes de morir, dejando el mandato de realizar esta nueva cena pascual, en memoria suya. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El libro del Éxodo en el capítulo 24, describe la conclusión de la alianza realizada en el Sinaí. Este relato reviste gran importancia para el pueblo llamado “pueblo de la alianza”, porque precisamente señala el nacimiento del pueblo de Dios. En el texto se recuerda como el Señor se hace el Dios de Israel e Israel se convierte en el pueblo del Señor, en esta nueva relación el rito que acompaña y sella la alianza se enmarca en el sacrificio de comunión (v. 5) y el rito de la aspersión con la sangre (v.v. 6-8). El sacrificio de comunión evoca la restauración de las relaciones amistosas entre Dios y el pueblo. Mediante la alianza se rehace y se restaura la paz y armonía rotas por el pecado. El rito de la aspersión con la sangre sobre el altar y sobre el pueblo, simbolizan la comunión que la alianza establece entre el Señor y las tribus de Israel. El Salmo 115, constituye una acción de gracias, dirigida al Señor que libera de la aflicción y la muerte. El orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se bebe el cáliz ritual. El capítulo 9 de la carta a los Hebreos, explica el sacrificio de Cristo a partir de elementos comparativos del AT, pero con un cambio radical de su significado, vale la pena destacar el (v. 12) “Y penetró en el santuario una vez para siempre, no presentando sangre de machos cabríos, no de novillos, sino su propia sangre. De ese modo consiguió una liberación definitiva”. Cristo vuelve al Padre y entra a su presencia de una vez para siempre, esta entrada la realizó a través de un sacrifico y de su gloriosa resurrección. Con su cuerpo renovado por la resurrección, consiguió la liberación eterna, de este modo se inaugura la “alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna” (v. 15) El Evangelio de Marcos, en el capítulo 14, presenta el relato de la última cena de Jesús. La víspera de su pasión y muerte, Jesús interpreta a los discípulos el sentido de su muerte. “Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre... de la alianza”. Jesús se mueve en un clima estrechamente sacrificial. Del mismo modo que en los sacrificios era derramada la sangre sobre el altar, así Cristo derrama la suya en el altar de la cruz. La sangre de los sacrificios que tiene carácter expiatorio, hoy adquiere plenitud, es para el perdón de los pecados de todos los hombres. Con el sacrificio de Cristo se inaugura la “nueva alianza”.

Mié 9 Mayo 2018

Ascensión, fiesta de esperanza

Primera lectura: Hch 1,1-11 Salmo Sal 47(46),2-3.6-7.8-9 (R. Cfr. 6) Segunda lectura: Ef 1,17-23 o Ef 4,1-13 (forma larga) o Ef 4,1-7.11-13 (forma breve) Evangelio: Mc 16,15-20 Introducción La Ascensión es fiesta de esperanza y anuncio confiado de la misión de la Iglesia que debe actuar el Reino y recordar que es el Cuerpo de Cristo que, viviendo en el mundo, proclama la victoria de su Salvador. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Palabra Divina tiene hoy unos tintes especiales: narra, alaba, comunica, estimula. Nos dice qué pasó el día de la Ascensión, esto es, nos remite al momento histórico en el que Jesús asciende a la gloria, ante el estupor de sus amigos, narrado con amoroso cuidado por Lucas en los Hechos, cantado en el Salmo como jubilosa bendición al Señor de la Historia, proclamado por san Pablo en clave de esperanza para cuantos seguimos en el mundo, comprometidos a ser “cuerpo” con cabeza glorificada, comunidad que tiende hacia la gloria. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? La palabra proclamada me llama, nos llama, a reconocer el camino que nos ha de llevar a unirnos con Cristo Cabeza. Nos indica que, como cuerpo suyo, no podemos aislarnos ni alejarnos, no podemos perder la comunión con quien nos ha precedido en su camino de gloria. Esta Palabra compromete, me compromete, nos compromete, a vivir en dignidad, a mirar en Cristo glorificado no solo una meta lejana a la que llegamos tras el camino de la vida, sino el inmediato testimonio de amor y de esperanza que debe transformar nuestras acciones en ascensión de lo humano, en crecimiento de fe y de esperanza que nos hace santos y nos hace contagiar en alegría la vida de fe que va madurando, la esperanza que se concreta, la caridad que impulsa obras y acciones en clave de Reino de Dios. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? La Ascensión es una fiesta intensamente eclesial. La solemnidad nos conecta con lo glorioso, lo que da vida, con la esperanza más plena. Jesús, al ascender a la gloria, no nos deja solos al frente de una nave desvencijada, nos pone a conducir en misión y compromiso, a todos los que encuentren en el testimonio de nuestra fe una nueva y verdadera razón de vivir. Hay muchas pérdidas de esperanza entre nosotros. Vivimos en el tiempo en medio de una desesperada carrera que muchas veces no nos lleva a ninguna parte, que no nos da un sentido para la vida, que nos aparta de todos y nos encierra en el oscuro espacio del individualismo. Jesús hoy nos hace cuerpo, su cuerpo, porque desde la Ascensión de Jesús, nosotros somos sus manos que acogen y abrazan, su palabra que anuncia, sus ojos que penetran con la mirada de la fe los oscuros recintos de la soledad y de la amargura. Nosotros somos ahora los pies de Jesús que caminan hacia el que nos necesita, somos sus oídos que escuchan clamores de justicia y de esperanza, somos sus labios que ahora proclaman a todos la vitalidad de la fe que entra en el corazón de todos para hacernos mensajeros de paz, de reencuentro, de reconciliación. Estas tareas urgentes son la misión de la Iglesia hoy, que, sin dejar de mirar a su referente absoluto, se siente servidora de la esperanza, portadora auténtica de la verdad que nos hace hermanos y no simplemente cifras, de la alegría que nos hace fraternidad gozosa que se sobrepone a las angustias de la vida fortaleciéndose con la gracia del Espíritu cuya novena estamos realizando. La Ascensión dinamiza el pequeño grupo de los discípulos de Jesús, pues los concentra en oración y los unifica en la esperanza. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Siendo la Ascensión la cima del ministerio de Jesús, no significa su conclusión sino la experiencia de comunicar a los discípulos la tarea de la misión. La Ascensión es la misión propiamente dicha. Jesús envía a sus seguidores y les promete que su acción en el mundo se verá enfrentada a no pocas dificultades, pero también se verá enriquecida con exquisitas gracias y dones que la harán fecunda y gozosa. Nuestra experiencia de Discípulos parte de un encuentro con Jesús vivo y gozoso. Aquel día en el que el Señor deja a sus discípulos con la responsabilidad de extender el anuncio a todos los pueblos, los impulsa para que, sin temor, se acerquen a la comunidad que los aguarda y a los pueblos que los esperan, llevando la propia convicción del amor de Dios, contando, como lo dice de modo admirable la introducción a la Primera Carta de San Juan, todo lo “que hemos visto, oído, palpado del Verbo” (Cfrr. I Juan 1, 1ss). Para mí, para nosotros, no es posible iniciar una experiencia de misión sin una previa experiencia profunda de Dios, del amor entregado, de la palabra viva, de la alegría que sólo Jesús puede comunicar. Un discípulo-misionero lee la Ascensión como un punto de partida en el que se inicia un largo camino previamente preparado en la formación y en la contemplación de aquello que se ha de proclamar. Aquí interviene de modo especial el testimonio de quienes antes y siempre han sido fieles a Jesús, por lo que encuentra sentido pleno y sabor especial la memoria de María, Reina de los Apóstoles, en su servicio de formadora y animadora de la comunidad con el testimonio de su fidelidad.

Jue 3 Mayo 2018

La única realidad para nuestra vida es el amor

Con la alegría que caracteriza este tiempo pascual, entremos en la celebración de la Eucaristía, donde se nos entregará la fuerza del amor que viene de Jesucristo muerto y resucitado, para que, llenos de Él, podamos ir a anunciar a los hermanos que el amor está vivo. Primera lectura: Hch 10,25-26.34-35.44-48 Salmo Sal 98(97),1.2-3ab.3cd-4 (R. Cfr. 2b) Segunda lectura: 1Jn 4,7-10 Evangelio: Jn 15,9-17 Introducción Las lecturas en la liturgia de hoy nos conducen a comprender que la única realidad necesaria para nuestra vida es el Amor. Este amor es el Ágape, es decir, el amor de donación y no puede venir de nosotros mismos, sólo puede venir de Dios y se concretiza en el amor a los hermanos. Quien ama así, es porque ha nacido de Dios. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Amar es algo propio de los hijos de Dios, puesto que es lo propio de Dios: “El Amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Dios es Amor. Este Amor se nos ha manifestado, Dios no lo ha dejado escondido, nos lo ha entregado porque nos ama. La pregunta necesaria emerge: ¿Cómo se ha manifestado este amor? ¿Cómo nos lo ha entregado? Y la misma escritura da la respuesta: “En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él”. ¿En qué consiste este amor? La palabra nos descubre la realidad de este amor, su esencialidad, su naturaleza: “En esto consiste el amor: no en que hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación para el perdón de nuestros pecados”. Aquí se nos descubre algo mucho más grande: Su amor ha sido para el perdón de nuestros pecados” y Jesús, el Hijo, se ha vuelto “víctima de expiación”. Es precisamente lo que hemos celebrado en la Semana Santa: La pasión, muerte y resurrección de Jesús. La noche de la vigilia pascual hemos cantado con inmenso gozo: ¡Aleluya, ha resucitado! Y hemos renovado nuestras promesas bautismales. Es maravilloso lo que ha sucedido en nuestro bautismo: “Por el inmenso amor que el Padre nos tiene, nos ha hecho partícipes de la muerte de su Hijo, para que, muriendo en Él, nuestra muerte fuera vencida y pudiéramos alcanzar la plenitud del amor, es decir la máxima felicidad”. Y porque el salario del pecado es la muerte, el Padre ha realizado su plan de Salvación, es decir, ha planeado cómo liberarnos del poder de la muerte. Nosotros estamos muertos cuando no podemos amar; esto es el pecado: “la imposibilidad de amar”. El pecado produce una muerte ontológica en nuestro ser y nos incapacita para amar. En el Evangelio de hoy se nos anuncia: “Como el Padre me amó, yo también os he amado, permaneced en mi amor”; porque “Este es mi nuevo mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo los he amado”. La expresión: “como yo”, ya nos hace mirar la Cruz. Jesucristo nos ha amado hasta dar toda su vida por ti y por mí, derramando su sangre en la cruz, de esta manera, hemos sido llamados a amar así, hasta el dolor, hasta morir por el otro. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? El viernes santo se nos ha expuesto la cruz para adorarla: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo” y nosotros dimos una respuesta: “Venid adoremos”. La hemos adorado como el nuevo árbol que nos da la vida. Porque en un árbol ha subido la serpiente (Cfr. Gen 3) para engañar al hombre y a la mujer y nos ha convencido de que Dios no nos ama. De ahí que la soberbia del ser humano se ha levantado contra Dios y le ha dicho “No” a su plan de amor. El árbol que Dios prohibió comer so pena de muerte, ahora aparece: “Apetitoso a la vista, bueno para comer y excelente para ganar sabiduría” (Gen 3,6). Entonces la paz del jardín se ha perdido y ante la presencia de Dios ha entrado el miedo. El libro de la Sabiduría en 2, 23 y 24, nos ha dicho: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo y la experimentan sus secuaces”. Dios ha preparado el momento culminante para vencer esta muerte, es decir, la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la envidia y la pereza. Pecados capitales que conducen a otros y destruyen la vida del ser humano. Le hacen infeliz. Por ellos se destruyen los hogares, consecuencia de la infidelidad; por el apego al dinero se descuida la vida de la familia y el trabajo se convierte en ídolo; el amor expresado en la sexualidad viene herido por la pornografía, por los abusos, por el aborto y crece un culto desmedido al cuerpo. En la realidad social es preocupante la violencia intrafamiliar, el abandono de los niños, la cultura del descarte, que nos ha denunciado fuertemente el Papa Francisco, los odios y rencores, resentimientos y venganzas; discriminación racial y muchos hombres y mujeres marginados a las periferias existenciales. Todo esto es signo de muerte, consecuencia del pecado que aísla, que separa, que desconoce el rostro del otro, lo ignora y lo mata. Pero la solución está ya dada: Jesucristo ha vencido esta muerte muriendo en la cruz, en el nuevo árbol de la victoria, de la salvación. En la Cruz Jesús nos ha gritado: ¡Dios sí te ama! La Cruz es el sendero angosto, la puerta estrecha por la que se entra en la vida eterna. Jesús es nuestra Pascua, el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz. Quien llega a conocerlo y a tenerlo, encuentra el tesoro del Reino, la perla preciosa. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Jesús nos ha mostrado cómo los hijos de la luz, los cristianos, los creyentes, por su victoria sobre la muerte, son capaces de amar donde el mundo no ama. Porque el amor de Dios es amor al enemigo, es decir, al que destruye, al que desinstala, al que incomoda. Enemigo es el esposo cuando grita a su esposa; es el hijo que no escucha; la hija que desobedece; el jefe que señala y condena; la mamá que regaña, el papá que llega borracho a casa, el hijo drogadicto. Para amar ahí, es necesario tener a Jesucristo. Por Él podemos amar al otro, porque Él ha destruido, por su muerte y resurrección, el muro que nos separaba: el odio. Sólo por Él podemos bajarnos de nuestra soberbia y mirar el rostro de quien ha caído apaleado y está herido tirado en el camino; sólo por Él, podemos entrar en el perdón y expresar la misericordia; colocar la otra mejilla, bendecir al que me injuria, orar por quien me persigue. El Señor nos pide: “Permanezcan en mi amor”. El mandamiento del amor no puede venir sino de lo alto, no de nuestras propias fuerzas: es Don. Es regalo que viene de la Pascua. Dios es amor. Dios nos ha amado de primero. Amémonos los unos a los otros. Que el mundo, al vernos vivir pueda exclamar: “Miren cómo se aman”. El mandamiento del amor fraterno había sido expresado en forma negativa. “Quien no ama, peca y el pecador no puede conocer a Dios. Ahora el mandamiento viene afirmado en forma positiva: “El amor es necesario porque Dios es amor, porque el amor viene de Dios”. El amor que el ser humano tiene por Dios es siempre una respuesta. El amor de Dios ha sido demostrado en los hechos, históricamente, por Dios en Cristo para la salvación del hombre. Es un amor electivo y creador, considerado no sólo por las perfecciones en sí mismas de Dios, sino por su intervención en la historia. Así en el Nuevo Testamento el amor de Dios ha sido demostrado por el “acontecimiento Jesús”. El amor del hombre por Dios, es siempre una respuesta y una consecuencia del amor de Dios por el hombre. Es el amor de Dios el motivo determinante para nuestras relaciones con los hermanos. El amor, Ágape, de donación, crece y madura en comunidad. Es por esto por lo que conviene formar pequeñas comunidades donde, a la luz de la palabra y bajo el ejercicio permanente de entrar en contacto con ella, mediante una iniciación cristiana, nuestros corazones vayan adquiriendo la forma cristiana-creyente. Nuestras parroquias podrán ser “comunidad de comunidades” donde los que no crean todavía puedan ver el amor en el morir por el otro y en el amar donde nadie desea amar. Finalmente, esta misteriosa y maravillosa realidad cristiana no puede ser justificada sólo con el amor fraterno que, en últimas, puede llegar a caer en el subjetivismo. Es necesario darle un fundamento objetivo, un fundamento fuera de nosotros, o que viene a nosotros desde fuera de nosotros. Esta realidad objetiva es el Espíritu Santo. Dios nos ha hecho don de su Santo Espíritu. El bautizado creyente es consciente de una vida nueva en su interior, una vida que le ha sido donada por Dios: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5); aquí radica la grandeza y la importancia de nuestro bautismo. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? La Eucaristía es la concreción de este amor ágape. En ella, todos los hermanos, al participar de la muerte y la resurrección de Cristo, se transforman en un solo cuerpo bajo un mismo Espíritu, llegando a ser idóneos para celebrarla (ChfL 26). Es el máximo grado de la fraternidad expresado en la paz que viene compartida; es el manantial de la misión que viene encomendada: “Vayan y muestren con su vida lo que aquí han visto y oído”: Ite misa est.

Vie 27 Abr 2018

Creyendo y amando podemos ser discípulos del Señor

Primera lectura: Hch 9,26-31 Salmo Sal 22(21),26b-27. 28+30.31-32 (R. 26a) Segunda lectura: 1Jn 3,18-24 Evangelio: Jn 15,1-8 Introducción Somos la viña del Señor, el pueblo que Dios se escogió y que ama entrañablemente. Jesús, el Hijo de Dios, que se nos presenta como la Vid Verdadera, de cual hacemos parte porque somos sus sarmientos y, por lo tanto, llamados a dar buenos frutos si nos dejamos podar y si permanecemos unidos a Él. Dios Padre nos concede creer firmemente en Él y en su Hijo y envidado, Jesucristo, e igualmente, nos concede amarlo sin medida, amando a nuestros hermanos los hombres. Creyendo y amando podemos ser sus discípulos y misioneros que vivamos y extendamos su reinado. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Iglesia es fundamentalmente el misterio de nuestra incorporación personal y comunitaria a la Persona viviente de Cristo Jesús. Incorporación interior y profunda, mediante la vida de fe, de gracia y de caridad. Y también incorporación garantizada externamente, mediante nuestra permanencia visible a la propia Iglesia, una, santa, católica y apostólica y que Cristo instituyó para prolongar su obra de salvación hasta el fin de los tiempos. En la primera lectura de los Hechos nos presente cómo Pablo fue predestinado y elegido por Dios para realizar la obra de Cristo. Y fue plenamente de Cristo, cuando quedó aceptado e incorporado a su Iglesia jerárquica y visible, como garantía de comunión con los demás cristianos. Con el Salmo 21 decimos: “El Señor es mi alabanza en la gran asamblea. Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse. Alabarán al Señor los que lo buscan; viva su Corazón por siempre. Lo recordarán y volverán al Señor, se postrarán las familias de los pueblos. Ante Él se inclinarán los que bajan al polvo. Me hará vivir para Él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura...” En la segunda lectura, Juan en su primera carta muestra cómo la garantía más profunda de nuestra sinceridad cristiana está siempre en la autenticidad de nuestra fe, verificada en el amor, como comunión de vida con el Corazón de Cristo, Amor avalado por Padre, este es su mandamiento que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y que nos amemos mutuamente. En el evangelio de Juan el Señor nos dice: “El que permanece en Mí y yo en él, ése da fruto”. La Iglesia no es sino la realización del misterio del Cristo total. Él, Cabeza; nosotros, sus miembros. Él, la Vid; nosotros, los sarmientos injertados en la cepa por la fe y la gracia que santifica. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Las lecturas de hoy nos ayudan a reconocer nuestro propio ser cristiano. Más de una vez nos encontramos como fuera de juego en el campo de la vida cristiana. Parece que todo se ha desvanecido y nos hallamos extraños para nosotros mismos: la Palabra, los Sacramentos, la misma oración ya "no nos dicen nada". Es reconfortante leer despacio y profundizar el evangelio de hoy. Lo dice claramente, ser cristiano no es algo afectivo que dependa de nuestro estado de ánimo. Nuestra vinculación con Cristo real y gratuita, no depende de nuestros méritos, sino de Cristo mismo quién con su muerte y resurrección nos ha configurado con Él; realidad que él mismo la presenta con la imagen "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos". Es decir, estamos enraizados en un origen dado en el bautismo, que nos da fuerza y produce fruto, en virtud del cual podemos vivir una existencia útil y llena de sentido. A nosotros nos toca la tarea de no romper ese vínculo que nos vincula con el Resucitado. San Juan, en la segunda lectura, nos anima a poner nuestra confianza en Dios para vivir en paz interior y dar mejores frutos. En efecto, al decir "si la conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con más confianza", quita fuerza a nuestros escrúpulos, a los estados de hora baja o aridez. Sólo el pecado grave rompe nuestra vinculación con Cristo. Somos invitados, por tanto, a refugiarnos en la misericordia divina "pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo". ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Hoy Jesús nos recuerda que Él es “La Verdadera Vid”, aquella donde se injertan los sarmientos, que somos nosotros. Una Vid con profundas raíces, que irradia a través de la cepa la savia que da la vida, que no es otra que el Amor de Dios. Hoy día, para el común de muchas personas, es más importante la apariencia, lo externo, la imagen, se mide a las personas por su exterior y se valora públicamente todo lo que tiene que ver con la fachada corporal. No están de moda las grandes profundidades. Estamos perdiendo la identidad cristiana, religiosa, la raíz de nuestro ser. Y ya se sabe, cuando no hay raíz, uno está sujeto a cualquier viento. Sin embargo, sabemos que sólo lo que se construye con esfuerzo, con sacrificio, que tiene hondas raíces, es lo que perdura en la vida. Sabemos que, ante las dificultades y fracasos, si no hay profundidad en la persona, se desmoronan nuestras convicciones y tendemos a caer en la amargura, la decepción, el desencanto e incluso el sinsentido de la vida. Los cristianos también pretendemos vivir un cristianismo fácil, cómodo, que no nos exija demasiado, acomodado a los tiempos vacíos que vivimos. Y no es que todo lo que tiene el mundo moderno sea malo, para nada. Hay muchas cosas buenas, muchos avances que han mejorado la vida de las personas, muchos adelantos que han facilitado el mejor desarrollo de nuestras potencialidades. Hay más libertad, más derechos, más posibilidades para todos, aunque no siempre equitativamente repartidas en nuestro mundo. Pero es claro que, a la vez, estamos perdiendo valores esenciales, humanos, necesarios para ser felices. Qué bueno es hoy escuchar a Cristo que nos invita a afirmar y asentar nuestras vidas sobre fuertes raíces, que no son otras que las raíces de la fe y del amor. Para nosotros Cristo el centro de nuestra fe y sin Él no podemos dar buenos frutos. Unidos, más que nunca, a la Vid Verdadera, que es Jesús; anclados en El por medio de la oración, de la participación en la vida de la Iglesia, viviendo de la gracia maravillosa que mana de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y compartiendo penas y esperanzas con la comunidad, sólo podremos dar frutos abundantes, frutos que perduren, frutos según Dios. Sólo así perderemos el miedo a manifestarnos como lo que nos pide Cristo: como auténticos discípulos y misioneros; somos los sarmientos de su Cepa, con Él lo podemos todo, a su lado podemos ser verdaderos artesanos del perdón, la reconciliación y la paz. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? En la celebración de la Pascua somos incorporados bautismalmente en la persona de Jesús, muriendo y resucitando con él. La Pascua de Jesús hace posible en el mundo que la vida abundante y con calidad. El sarmiento es trabajado dolorosamente por el viñador. Se habla de “cortar” y de “podar”. Ahora podremos comprender mejor el sentido de la poda: Dios interviene en nuestra vida con la Cruz y la Cruz es salvífica. Cuando Dios interviene en nuestra vida con la Cruz, no quiere decir que esté rabioso con nosotros, ni que nos esté castigando. Se trata de lo contrario. El viñador poda el sarmiento para que dé más fruto. Es necesario “podar”, tomar decisiones para cambiar, para moldear nuestra vida de discípulos, para que Jesús crezca en nosotros, para ir poco a poco llenándonos de Cristo. Lo que el Padre quiere, lo que más desea de nuestra vida, lo que le da gloria es: que demos mucho fruto y que lleguemos a ser de verdad discípulos de Jesús. Dios quiere, que se desarrollen todas las potencialidades de nuestra existencia, que nuestro proyecto de vida sea exitoso, que se refleje en nuestro rostro la plena felicidad; para ello tenemos que permanecer unidos a Jesús. La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida de Cristo con los suyos, que ya comenzó en el bautismo. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero se prolonga a lo largo de la jornada en comunión de vida y de obras. La Eucaristía dominical es la celebración de la vida, de la fuerza radiante de la vida pascual, que vence todas las esterilidades, tristezas de nuestra vida y que nos fortalece para que obremos el bien y demos buenos frutos.

Lun 23 Abr 2018

Ya llegó la Predicación Orante de la Palabra

La Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) a través del Departamento de Liturgia ha publicado las Orientaciones para la Predicación Orante de la Palabra y las Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Ciclo B, 2018. Con este subsidio se quiere animar y ayudar a los ministros de la homilía “a reconocer la importancia y la necesidad de acercarse también a esta fuente, para percibir y asentir que la asamblea reunida experimente el amor y la misericordia de Dios que continúa actuando y obrando maravillas en medio de su pueblo”. El Departamento de Liturgia recuerda que la homilía es un acto de culto, por medio del cual, no solo se da una instrucción al pueblo, sino que se rinde homenaje de adoración a Dios y se ofrece la santificación a la comunidad. La Predicación Orante de la Palabra y las Moniciones y Oración Universal o de los Fieles está disponible en la Librería de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC).

Mié 11 Abr 2018

Dejemos los miedos y dudas, construyamos paz y esperanza

La Palabra de este domingo nos recuerda el testimonio de quienes fueron testigos de la pasión, muerte y resurrección del Santo y del Justo, el autor de la vida, quien murió por nuestros pecados y los del mundo entero; a quien Dios resucitó de entre los muertos y quien es el Mesías, que está presente en nuestro caminar y nos invita a trabajar con amor y esperanza en la construcción de caminos de conversión y perdón, de esperanza y encuentro. Salmo Sal 4,2.4.7.9(R. Cfr. 7b) Segunda lectura: 1Jn 2,1-5ª Evangelio: Lc 24,35-48 Primera lectura: Hch 3,13-15.17-19 Introducción La Palabra de este domingo nos recuerda el testimonio de quienes fueron testigos de la pasión, muerte y resurrección del Santo y del Justo, el autor de la vida, quien murió por nuestros pecados y los del mundo entero; a quien Dios resucitó de entre los muertos y quien es el Mesías, que está presente en nuestro caminar y nos invita a creer y a trabajar con amor y esperanza en la construcción de caminos de conversión y perdón, de esperanza y encuentro, de convivencia humana y caridad, para que compartamos la alegría de ser constructores de Paz y esperanza, como nos lo recordó su santidad el Papa Francisco en su reciente visita a Colombia: ¡Sigan adelante! ¡no se dejen vencer, no se dejen engañar, no pierdan la alegría, no pierdan la esperanza, no pierdan la sonrisa! ¡Sigan así! (Primeras palabras, Nunciatura Apostólica, Bogotá, 6 de septiembre de 2017) ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? En los Hechos, escuchamos que Pedro inicia su mensaje identificando al Dios de Israel, como el Dios de nuestros padres, quien es el mismo Dios de Jesús, a quien resucito: “El Dios de Abraham, y de Isaac, y de Jacob, el Dios de nuestros padres”(griego: pateron). E identifica a Dios con estos patriarcas para recordarnos que Abraham, Isaac, y Jacob son los progenitores, “padres”, la fuente originaria, la semilla fundante, del pueblo de Israel. Su siervo Jesús, Cristo, a quien el Dios de Israel “ha glorificado, como lo había prometido a su Hijo amado, Jesús”. Gloria que se refiere al señorío y la majestad de Dios. Gloria de Dios, revelada a la humanidad, principalmente de tres formas: En el tabernáculo y en el templo, a través de la presencia Divina; en obras mesiánicas de Salvación; y en el juicio. Gloria que Dios comparte con Jesús. Gloria de Dios y gloria de Cristo quien revela su presencia en nosotros y en la comunidad, en su obra salvadora y en el juicio. Pedro le habla al pueblo de Jesús de forma categórica: “Dios… ha glorificado a su siervo Jesús, al que ustedes entregaron y de quien renegaron ante Pilato, cuando había decidido soltarlo”, para mostrar que Jesús ha sido traicionado, entregado en manos de pecadores y matado como un criminal. Así deja claro ante la multitud que ellos fueron los responsables de la muerte de Jesús, el Mesías, al exigir que Pilato soltara a un asesino, Barrabás, y condenara a Jesús. Pero Pedro abre la puerta del perdón y advierte “mas ahora, hermanos,sé que por ignorancia lo hicieron, igual que sus autoridades”, con lo que pasa del juicio a la gracia. Por lo que se concluye: Juicio sin gracia destruye, y, a la vez, gracia sin juicio es ‘gracia barata’, “el enemigo asesino de nuestra iglesia” (Dietrich Bonhoeffer,The Cost of Discipleship). Necesitamos el perdón de Dios y nuestro arrepentimiento. El Salmo 4, es una oración de la tarde, con invocación al “Dios de mi justicia” por quien “en paz me acuesto”, con la insistencia en que "Dios es el único necesario". La "confianza" en Dios está en abandonarse en el sueño, en el silencio de esta muerte aparente con la seguridad que vamos a despertar. San Juan, en su primera carta, nos presenta a Jesucristo, sacrificado por nuestros pecados, quien había advertido su muerte para “que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos…”, había invitado a guardar sus mandamientos, a ser fieles, como signo de que lo conocemos, y a amar y alabar a Dios con sentimientos de gratitud. San Lucas identifica, al discípulo misionero, quien reconoce a Jesús y tiene un estilo de vida: de paz y alegría, de conversión y perdón, de encuentro y testimonio; diferente al mundo, que sigue el sistema anti Dios, por lo que rechaza permanecer en Él y vivir como Él, como señales del auténtico cristiano, que cree que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios venido en cuerpo humano; obedecela Palabrade Dios; y que vive la paz y ama, perdona y sirve a los hermanos. Hasta a los mismos discípulos se les dificulta aceptar los acontecimientos de la pasión y muerte, creen que todo había terminado con la muerte del Señor; pero se encuentran con la sorpresa de Dios, al resucitar a Jesús, quien se les manifiesta en el camino de Emaús, en el cenáculo y otros lugares donde irrumpe para quitar el miedo y la pesadumbre e impulsarlos a ser testigos y anunciadores de la nueva verdad: ¡el Señor resucitó! Él quiere reconfortar a los suyos en la fe y que se tome conciencia de su presencia, de su compañía, por eso los invita a que lo toquen, a que le palpen sus heridas y le den comida. Come con ellos y les recuerda los momentos vividos para que se cumpliesen las Escrituras. DESCARGA PREDICACIÓN ORANTE ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? El Señor Jesús ayuda a los discípulos a superar el miedo y terror, el espanto y la incredulidad. Les muestra las manos y los pies, diciendo: “¡Soy yo!”, y manda palpar el cuerpo, diciendo: “Porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.” Muestra sus manos y sus pies, porque en ellos están las marcas de los clavos. Cristo resucitado es Jesús de Nazaret, el mismo que fue muerto en la Cruz, y no un Cristo fantasma como imaginaban los discípulos viéndolo. Les pide palpar su cuerpo, porque la resurrección es resurrección de la persona toda, cuerpo y alma. Nada que ver con los griegos y la teoría de inmortalidad del alma o con la reencarnación. Dios, de forma maravillosa, cumplió en Jesús, su designio. Jesús, el enviado, desarrolló la mayor parte de su vida pública en la tierra, con sus discípulos, y les había anunciado todo lo relacionado con Él en las Escrituras, por eso ahora al hablarles les abrió el entendimiento y comprendieron lo sucedido. El Papa Francisco, en la Misa en Villavicencio, aludiendo a la beatificación de los mártires Monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y del Padre Pedro María Ramírez Ramos, nos recuerda que: Jesús es el Emmanuel que nace y el Emmanuel que nos acompaña en cada día, el Dios con nosotros que nace, el Dios que se sacrifica por nosotros, resucita y camina con nosotros hasta el fin del mundo; y se manifestó en quienes dice: “son la expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor.”. (Homilía, Villavicencio, 8 septiembre de 2017). ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? El Señor Jesús está presente entre nosotros, pero hoy encontramos opiniones diversas y contradictorias acerca del testimonio que damos los cristianos. Están los que dicen que: estamos lejos de ser testigos, que nuestro comportamientoen lugar de ser buena noticia, por ser portadores de la Palabra de Dios, es muy dudoso, temeroso y tímido. Otros opinan que: necesitamos experimentar su presencia resucitada para convertirnos y renovarnos, porque nos falta fe. Y están los que afirman que: en la medida que reconocemos que su amor actúa en nuestras vidas y nos dejamos llenar de su Espíritu, podemos caminar día a día siendo testimonios vivos para otros hermanos. Este reconocer en nuestro camino al Resucitado, experimentarlo en nuestra vida, nos da el poder ser testigos, ser lámparas y senderos para anunciarlo, como el Mesías. Se trata, por tanto de invitar a reconocerlo y confiar en su Misericordia de Hijo de Dios; dejar las dudas y terror y, por el contrario, verlo y escucharlo en quienes esperan compasión; comprender las Escrituras y tener actitudes de misericordia en la oración y la acción, en la palabra y la vida y en la acogida y el trato; convertirnos y a agradecer el regalo de la salvación con una vida fraterna y solidaria, de perdón y paz; ser apóstoles de misericordia y hacer de los mandamientos vida que nos lleve a amar y servir a los otros y nos prepare para el encuentro definitivo con el Señor, y a vivir de fe y amor para tener fortaleza en la lucha y consuelo en las dificultades. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Como la incredulidad y la duda se anidan en nuestro corazón, nos debilitan espiritualmente y nos confunden en las certezas de la fe, necesitamos colocar nuestra vida ante la presencia de Dios y su Hijo Resucitado, que es quien nos ayuda a superar todas las sombras, los vacíos y las fragilidades humanas, nos renueva con su poder y nos impulsa a ser testigos del amor revelado y a asumir nuestra misión como discípulos misioneros suyos. Uno de los modos de encuentro con Jesucristo, y que la celebración Eucarística debe fortalecer en nosotros, son los pobres. El Papa Francisco, en su visita a Colombia y concretamente en su intervención en el ángelus, en Cartagena, nos anima a descubrir cómo el Señor nos enseña y nos habla a través del ejemplo de los sencillos y de los que menos cuentan: “Son los pobres, los humildes, los que contemplan la presencia de Dios, a quienes se revela el misterio del amor de Dios con mayor nitidez”. (Ángelus y visita a la casa santuario de san Pedro Claver, Cartagena, 10 de septiembre 2017).