Pasar al contenido principal

obispo de cúcuta

Jue 4 Mayo 2023

El Buen Pastor da la vida por las ovejas (Jn 10, 11)

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve -El cuarto domingo de Pascua está destinado por la liturgia de la Iglesia a contemplar a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, esto quiere decir que, le preocupa cada uno de los seres humanos que no están en el redil y Él como Buen Pastor, las busca para llevarlas hasta el Padre. Jesucristo como Buen Pastor está atento a cada uno de nosotros, nos busca y nos ama, dirigiéndonos su Palabra, conociendo la profundidad de nuestro corazón, nuestros deseos, nuestras esperanzas, como también nuestros pecados y nuestras dificultades diarias. Aun cuando estamos cansados y agobiados por el peso de la vida, Él como Buen Pastor nos invita a reposar en Él “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Acoger a Jesucristo, convertirse en su discípulo, aprender a conocerle, amarle y servirle, es reposar en Él con la certeza que como Buen Pastor ya conoce nuestro cansancio, nuestros aciertos y desaciertos, porque “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ovejas, no como el jornalero que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. El jornalero cuando ve venir al lobo, las abandona y huye” (Jn 10, 11-12). La acción del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, que no las abandona, son acciones que muestran cómo debemos corresponder a la actitud misericordiosa del Señor. Seguir al Buen Pastor y dejarse encontrar por Él, implica intimidad con el Señor que se consolida en la oración, en el encuentro personal con el Maestro y Pastor de nuestras almas. De esta actitud amorosa del Pastor se tiene que desprender una actitud contemplativa de cada uno de nosotros, porque es la intimidad en la oración a solas con Él, lo que refuerza en nosotros el deseo de seguirlo, saliendo del laberinto de recorridos equivocados, abandonando comportamientos egoístas, para encaminarse sobre los caminos nuevos de fraternidad y de entrega de nosotros mismos, imitándolo a Él, incluso en la Cruz donde estamos llamados también a contemplarlo cada día de rodillas. Jesús es el único Pastor que nos habla, que nos conoce, que nos da la vida eterna y que nos custodia todos los días de nuestra vida. Todos nosotros somos su rebaño y solo debemos esforzarnos en escuchar su voz, mientras con amor Él escruta la sinceridad de nuestros corazones, para que le abramos nuestra vida de par en par y podamos decirle siempre: “quédate con nosotros Señor” (Lc 24, 29). Con esta intimidad permanente con nuestro Pastor, surge la alegría de seguirlo dejándose conducir a la plenitud de la vida eterna. Esta vida eterna está ya presente en nuestra existencia terrena, pero se manifestará plenamente cuando lleguemos a la plena comunión con Dios en la felicidad eterna. Jesucristo Buen Pastor se ha quedado con nosotros en cada uno de los sacerdotes, que, participando del único sacerdocio de Jesucristo, hacen visible al Buen Pastor, siendo pastores del pueblo de Dios, cuidando las ovejas, saliendo en busca de la oveja perdida y comportándose como pastor en medio del redil y no como asalariado que abandona las ovejas en el momento del peligro. Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, como Buen Pastor, sale al encuentro de todos. Él está Crucificado y mantiene el combate de las fuerzas del amor contra las fuerzas del mal. Con los brazos clavados en la Cruz, Él pronuncia sobre la Iglesia y el mundo la gran noticia del perdón para todos. Con los brazos extendidos entre el cielo y la tierra, recoge todas las miserias e intenciones del mundo. Transforma en ofrenda agradable toda pena, todo rechazo y toda esperanza del mundo. Cada sacerdote en el mundo es sacramento de este Sumo Sacerdote de los bienes presentes y definitivos. El sacerdote actúa en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo Resucitado, que se hace presente con su acción eficaz. El Espíritu Santo garantiza la unidad en el ser y en el actuar, con el único sacerdote. Es Él quien hace de la multitud un solo rebaño y un solo Pastor y la misión del sacerdote es apacentar las ovejas, que debe ser vivida en el amor íntimo con el Supremo Pastor (cfr. Benedicto XVI, Audiencia General, 14 de abril de 2010). Hoy es un día especial para dar gracias a Dios por el Sumo Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, que, como Buen Pastor, nos rescata a cada uno de nosotros de las tinieblas del pecado y levantándonos nos lleva sobre sus hombros. Pero también es un día para agradecer al Señor por cada uno de nuestros sacerdotes, que dejándolo todo han sabido escuchar la voz del Pastor, para cumplir la misión en el mundo de pastorear al pueblo de Dios con los sentimientos de Jesucristo Buen Pastor. Cada sacerdote como pastor de una comunidad parroquial necesita de la oración y del acompañamiento de su pueblo. La santidad del pueblo de Dios está en las rodillas del sacerdote, que, como buen pastor, sabe acompañar desde la oración a cada uno de los fieles. Pero también la santidad del Sacerdote está en las rodillas de los fieles, que, en actitud contemplativa frente al Señor, ora por sus sacerdotes. Agradecemos hoy el don de cada uno de los sacerdotes de nuestra Diócesis de Cúcuta y también de las vocaciones, oremos para que el Señor siga enviando obreros a su mies, para rescatar tantas ovejas perdidas que necesitan volver al redil a beber el vino de la gracia de Dios y llegar un día a participar de la felicidad eterna. Los invito a que caminemos juntos en oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y en actitud contemplativa miremos y abracemos al Crucificado, teniendo muy presentes a todos los sacerdotes del mundo entero y de nuestra Diócesis, para que cada día el celo pastoral de los ministros, conduzca al pueblo de Dios por los caminos de la fe, la esperanza y la caridad, y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, todos los sacerdotes seamos fieles a Jesucristo y a la Iglesia. En unión de oraciones, caminemos juntos, rezando el Santo Rosario. +​​​​​Monseñor José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 21 Abr 2023

La paz esté con ustedes (Jn 20, 19)

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - La primera palabra de Jesús para los discípulos fue de paz, y solo esa palabra fue suficiente para que se llenaran de alegría, para que todos los miedos, dudas e incertidumbres que tenían, quedaran atrás y se convirtieran en fuente de esperanza y consuelo para muchos que estaban atentos al mensaje de salvación. Un mensaje de paz que contiene la misericordia y el perdón del Padre Celestial. Con este mensaje los discípulos fueron enviados a anunciar la misericordia y el perdón: “A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados” (Jn 20, 23), dejando la paz a todos, porque no puede existir paz más intensa en el corazón. que sentirse perdonado. Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento, es la esperanza y la paz que nos conforta y una vez fortalecidos, queremos transmitir la vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque la paz que viene de lo alto está con nosotros y desde nuestro corazón se transmite a todos los que habitan con nosotros. La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, ante las contrariedades, los problemas familiares y cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su Resurrección, que verdaderamente nos da paz. La Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema, la manifestación decisiva para decirle al mundo que no reina el mal, ni el odio, ni la venganza, sino que reina Jesucristo Resucitado, que ha venido a traernos amor, perdón, reconciliación, paz y una vida renovada en Él, para que todos tengamos la vida eterna. Si Cristo no hubiese resucitado realmente, no habría tampoco esperanza verdadera y firme para el hombre, porque todo habría acabado con el vacío de la muerte y la soledad de la tumba. Pero realmente ha resucitado, tal como lo atestiguan los evangelistas: “Ustedes no teman; sé que buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, ha resucitado como lo había dicho” (Mt 28, 5-6). Es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, la paz que renueva a todo ser humano que se abre a la gracia de Dios. La vida del Resucitado hace que nuestro corazón esté pleno de gracia y lleno de deseos de santidad. La voluntad de Dios es que seamos santos, recordando que la santidad es ante todo una gracia que procede de Dios. En la vida cristiana hemos de intentar acoger la santidad y hacerla realidad en nuestra vida, mediante la caridad que es el camino preferente para ser santos. El profundo deseo de Dios es que nos parezcamos a Él, siendo santos. La caridad es el amor, y la santidad una manifestación sublime de la capacidad de amar, es la identificación con Jesucristo Resucitado. El caminar de hoy en adelante afrontando los momentos de prueba, lo vamos a hacer como María al pie de la Cruz. Recordemos que toda la fe de la Iglesia quedó concentrada en el corazón de María al pie de la Cruz. Mientras todos los discípulos habían huido, en la noche de la fe, Ella siguió creyendo en soledad y Jesús quiso que Juan estuviera también al pie de la Cruz. Lo más fácil en los momentos de prueba es huir de la realidad, pero por la gracia del Resucitado que está en nosotros, vamos a permanecer todo el tiempo al pie de la Cruz, ese es nuestro lugar, ese es el lugar del cristiano que se identifica con Jesucristo, y estando con Él, contemplando y abrazando la Cruz, encontramos paz en el corazón, que es el tesoro más grande que hemos recibido del Resucitado. Aspiremos a los bienes de arriba y no a los de la tierra, vivamos desde ahora el estilo de vida del Cielo, el estilo de vida de los resucitados, es decir, una vida de piedad sincera, alimentada en la oración, en la escucha de la Palabra, en la recepción de los sacramentos, especialmente la confesión y la Eucaristía, y en la vivencia gozosa de la presencia de Dios; una vida alejada del pecado, de los odios y rencores, del egoísmo y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, sobria, fraterna, edificada sobre la justicia, la misericordia, el perdón, el espíritu de servicio y la generosidad; una vida, cimentada en la alegría y en el gozo de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios que nos da la paz. Debemos procurar llevar la alegría de la Resurrección a la familia, a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad de la paz y de la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado. ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en el testimonio sonriente de un buen cristiano! La alegría es una enorme ayuda en el apostolado, porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como hicieron los Apóstoles después de la Resurrección. Los invito a que caminemos juntos en oración, en alegría pascual y gozo por la Resurrección del Señor. Que la oración pascual, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, nos ayude a seguir a Jesús Resucitado con un corazón abierto a su gracia, para dar frutos de fe, esperanza y caridad. Pongámonos siempre en las manos de Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra paz, y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, que nos protegen. En unión de oraciones, caminemos juntos, con nuestros sacerdotes. +Mons. José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 24 Mar 2023

Caminemos juntos en la acción pastoral

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve -El Proceso Evangelizador de la Iglesia que estamos desarrollando centra hoy la atención en la acción pastoral que es “para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana” (Directorio General para la Catequesis #49). Es el compromiso de la fe que se vuelve misionera, con la misión de transmitir a otros el tesoro del encuentro con Jesucristo vivo en medio de la comunidad, que brota de un corazón convertido y transformado en Cristo. “En la Iglesia los bautizados, movidos siempre por el Espíritu, alimentados por los sacramentos, la oración, el ejercicio de la caridad y ayudados por las diversas formas de educación permanente, procuran hacer suyo el deseo de Cristo ‘sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto’. Esta es la llamada a la santidad para entrar en la vida eterna” (DC, 2020, 35). En este sentido, la acción pastoral tiene la tarea de alimentar y sostener de modo permanente los dones de la comunión y la misión, en un proceso de conversión continuo, que va desde la iniciación cristiana hasta el crecimiento permanente en la fe y desde las bases del edificio de la fe, hasta la santidad de vida, para un mundo que vive en la caridad de Cristo. La acción pastoral le permite al creyente la inserción en la vida comunitaria y la participación más directa en la misión de la Iglesia a través de los distintos servicios o ministerios que ayudan al fortalecimiento de la fe en otros que están iniciando su proceso de vida cristiana. Con la acción pastoral, la Iglesia se sitúa en una nueva etapa evangelizadora que debe responder a las dificultades y obstáculos que se viven hoy en un mundo complejo, que reclaman de los evangelizadores compromisos serios en la renovación espiritual, moral y pastoral, abiertos a la acción del Espíritu Santo que sigue suscitando en las personas la sed de Dios, y en la Iglesia ayuda a despertar un nuevo fervor evangelizador en salida misionera. Para que este proceso sea eficaz y pueda dar frutos de santidad en los evangelizadores y evangelizados, es necesario nutrirse constantemente de la oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y alimentarse diariamente de la celebración de la Eucaristía, que da fortaleza para continuar con la tarea misionera. Solamente en actitud de oración estaremos como María con los Apóstoles a la espera del Espíritu Santo que va moviendo el corazón, para que cada día demos el paso de la salida misionera para anunciar el Evangelio de Jesucristo, reconociendo que esta actitud es posible manteniendo una fuerte confianza en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo lo conduce todo, también hoy a nosotros como a los Apóstoles el día de Pentecostés, nos sigue guiando por el camino misionero que hoy se nos traza para cumplir la voluntad de Dios. Así lo enseña el Papa Francisco cuando afirma: “Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él viene en ayuda de nuestra debilidad. Pero esta confianza generosa tiene que alimentarse y para eso necesitamos invocarlo constantemente. Él puede sanar todo lo que nos debilita en el empeño misionero. No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamen¬te fecundos! (Evangelii Gaudium #280). En nuestra Diócesis de Cúcuta nos abrimos con confianza y docilidad a la escucha del Espíritu Santo, para que la acción pastoral esté impregnada de una espiritualidad misionera y evangelizadora, teniendo en cuenta que “la espiritualidad de la nueva evangelización se realiza hoy por una conversión pastoral, mediante la cual la Iglesia es invitada a realizarse en salida, siguiendo un dinamismo que atraviesa toda la Revelación y situándose en un estado permanente de misión. Este impulso misionero también lleva a una verdadera reforma de las estructuras y dinámicas eclesiásticas, para que todas se vuelvan más misioneras, es decir capaces de vivir con audacia y creatividad tanto en el panorama cultural y religioso como en el ámbito de toda persona. Cada bautizado, como discípulo misionero es suje¬to activo de esta misión eclesial” (DC, 2020, 40). Nuestro compromiso diocesano es continuar un proceso serio de formación de discípulos misioneros del Señor, que realmente se comprometan con la acción pastoral, que den testimonio del encuentro personal con Jesucristo que se renueva constantemente con la acción misionera, que suscite una respuesta inicial mediante la conversión como transformación de la vida en Cristo, aceptando la cruz del Señor y consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida, para llegar a la madurez del discipulado que se fortalece con la acción catequética y que le permite al discípulo perseverar en la vida cristiana y en la misión de la Iglesia. Todo este itinerario tiene que ser vivido en comunión. Así como los primeros cristianos se reunían en comunidad, también el discípulo participa en la vida comunitaria, viviendo la caridad de Cristo en la fraternidad. Este discípulo cada día se compromete más con la misión, a medida que conoce y ama a Jesucristo se consolida la acción pastoral que significa la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo entero a anunciar a Jesucristo. En este trabajo evangelizador en salida misionera siempre está la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José. Que ellos alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, el fervor pastoral y la salida misionera para que caminemos juntos en la acción misionera, la acción catequética y la acción pastoral, que nos pueda poner en estado perma¬nente de misión en esta porción del pueblo de Dios. En unión de oraciones, caminemos juntos, viviendo nuestra vocación. Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Sáb 11 Mar 2023

Caminemos juntos en la acción catequética

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve -El Proceso Evangelizador de la Iglesia que estamos desarrollando en estas entregas editoriales, nos pone hoy a reflexionar sobre la acción catequética, que está prevista en la evangelización para “los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación” (Directorio General para la Catequesis #49), esto quiere decir un proceso de formación continuo que está al servicio de la profesión de fe. Quien encuentra a Jesucristo siente en su corazón un deseo intenso por conocerlo más íntimamente manifestando su cercanía y celo por el Evangelio, haciéndose su discípulo (cfr. DC, 2020, 34). Esta condición de discípulo que el creyente va desarrollando es lo que pone en acción el proceso de la catequesis, que consiste en el crecer de la fe con la perseverancia que brota del amor vivo y entrañable por la persona, el mensaje y la palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que tiene sus raíces en el primer anuncio y el ‘kerygma’ propios de la acción misionera. Así lo expresa el Papa Francisco cuando afirma: “Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o kerygma, que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es trinitario Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita el Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: Jesucristo te ama, dio la vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte. Esto es lo que hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos” (Evangelii Gaudium #164). Esto quiere decir que la catequesis no es un acto aislado en el proceso evangelizador de la Iglesia, sino que tiene sus raíces en el primer anuncio propio de la acción misionera, que se enriquece con una formación continua, orgánica y sistemática que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo y ayuda al crecimiento en la fe cristiana. “La catequesis es una formación básica, esencial, centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas básicas de la fe y en los valores evangélicos fundamentales. La catequesis pone los cimientos del edificio espiritual del cristiano, alimenta las raíces de su vida de fe, capacitándole para recibir el posterior alimento sólido en la vida ordinaria de la comunidad cristiana” (DGC #67), de esta manera la catequesis ejerce “tareas de iniciación, de educación y de instrucción” (DGC #68). La acción catequética no es un acto aislado sino parte de un proceso que conecta muy bien con la acción misionera, que llama a la fe y con la acción pastoral, que la nutre continuamente, avivando el crecimiento de la adhesión a Jesucristo y comunicándolo en una acción pastoral concreta, donde el cristiano se convierte en un auténtico misionero, haciéndolo capaz de vivir la vida cristiana en un estado de conversión, como transformación de la vida en Cristo y luego transmitirla a los otros, ya que “dicha acción catequética no se limita al creyente individual, sino que está destinada a toda la comunidad cristiana para apoyar el compromiso misionero de la evangelización. La catequesis también fomenta la inserción de los individuos y de la comunidad en el con-texto social y cultural, ayudando a la lectura cristiana de la historia y promoviendo el compromiso social de los cristianos” (DC, 2020, 73). De aquí se desprende que la acción catequética en la vida del cristiano no es algo circunstancial u ocasional, para recibir la primera comunión o la confirmación, sino que está al servicio de la educación permanente en la fe y por eso se relaciona con todas las dimensiones de la vida cristiana que deben tener su centralidad en Jesucristo reconociendo que “en el centro de todo proceso de catequesis está el encuentro vivo con Cristo. El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad. La comunión con Cristo es el centro de la vida cristiana y, en consecuencia, el centro de la acción catequética” (DC, 2020, 75). En este sentido tenemos que proponernos entre todos revisar nuestros procesos de catequesis para los sacramentos de iniciación cristiana, que se convierten en muchos casos en simples requisitos de unos pocos meses para recibir un sacramento y nunca más volver a la Iglesia a seguir profundizando en la fe, desdibujando de esa manera la vida cristiana y sacramental. Tenemos que volver a “catequesis orientada a formar personas que conozcan cada vez más a Jesucristo y su Evangelio de salvación liberadora, que vivan un encuentro profundo con Él y que elijan su estilo de vida y sus mismos sentimientos, comprometiéndose a llevar a cabo, en las situaciones históricas en las que viven, la misión de Cristo, es decir el anuncio del Reino de Dios” (DC, 2020, 75). Con esta reflexión los convoco a todos a seguir profundizando en la acción catequética, como parte esencial del Proceso Evangelizador de la Iglesia, que hace madurar la conversión inicial y ayuda a los cristianos a dar un significado pleno a su propia existencia, educándolos en la mentalidad de fe conforme al Evangelio, hasta que gradualmente lleguen a sentir, pensar y actuar con los sentimientos de Cristo. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las bendiciones y gracias para que caminemos juntos en la acción catequética, para formar muchos discípulos misioneros del Señor entusiasmados con el anuncio gozoso del Evangelio. En unión de oraciones, caminemos juntos, viviendo nuestra vocación. +​​​​​Monseñor José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Jue 2 Mar 2023

Caminemos juntos en la acción misionera

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - En nuestra Diócesis de Cúcuta, siguiendo el llamado del Papa Francisco, estamos en salida misionera y para ello, nos proponemos evangelizar desde el Proceso Evangelizador que la Iglesia nos ha enseñado desde siempre, sintetizando este proceso en tres etapas o momentos esenciales que son: Acción misionera, acción catequética y acción pastoral, reconociendo que estos momentos no son etapas cerradas, sino que tratan de dar el alimento del Evangelio más adecuado para el crecimiento espiritual de cada persona y de cada comunidad parroquial (cfr. Directorio General para la Catequesis #49). En este escrito vamos a dar algunos elementos para comprender la acción misionera en el proceso evangelizador de la Iglesia. Evangelizar significa para la Iglesia, llevar la Buena Nueva de la salvación a todos los ambientes de la humanidad, a los que están cerca y a los que están lejos. El Papa Francisco nos recuerda que la evangelización se debe realizar en tres ámbitos: “En primer lugar, el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna. En segundo lugar, el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. Finalmente, el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado” (Evangelii Gaudium #14). Estos tres ámbitos deben ser objeto de la entrega pastoral de cada sacerdote y de todos los evangelizadores en la Iglesia. En nuestra Diócesis de Cúcuta, reconocemos que estamos en un contexto misionero y por eso, se hace necesario revitalizar el comienzo del proceso evangelizador que la Iglesia nos enseña, mediante la acción misionera que consiste en el primer anuncio de los misterios del amor y la misericordia del Padre y todo lo realizado en el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, que se vive en el corazón del evangelizador, quien a la vez se convierte en testigo de las maravillas que Dios va realizando en la vida personal, con una experiencia de fe comunitaria que asegure el testimonio de la comunión en aquello que anuncia. Para dar pasos seguros en esta primera etapa es necesario tener claras las metas de la acción misionera que concretamente “tiene que suscitar en las personas la fe inicial y el inicio de la conversión. Estas son sus metas y se trata de experiencias personales nítidas, sencillas y constatables” (Muéstranos al Padre I, pág. 36). La fe inicial permite la acogida del misterio que se anuncia: amor del Padre y su misericordia y la persona de Nuestro Señor Jesucristo, que en su misterio pascual nos ha mostrado el camino para salvarnos. Con el acto de fe, está en el mismo nivel el inicio de la conversión que involucra a la persona con una respuesta en donde reconoce que el anuncio lo está transformando desde dentro. La acción misionera tiene su propia pedagogía que parte de la experiencia que se tiene del amor de Dios, reconociendo que en ese amor están todos los tesoros que una persona puede aspirar a tener en su vida y quiere comunicarlo a otros mediante el testimonio personal y comunitario, que se va transmitiendo como algo que brota del corazón y se va manifestando en la caridad y la alegría que experimenta la persona que empieza a creer en Dios. El Papa Francisco expresa esta realidad cuando afirma: “Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG 2). De tal manera que, el amor de Dios testimoniado por un creyente, mediante la acción misionera, lleva a que del corazón brote el fruto maduro de la caridad y experimente la alegría de los hijos de Dios. Pero hay que dar un paso más en esta experiencia de fe, porque el testimonio del creyente no se agota en su forma de vivir, en la caridad que realiza o en la alegría que manifiesta con el Evangelio recibido, sino que del corazón brota el fervor misionero, esto significa que quien está verdaderamente evangelizado percibe la urgencia por anunciar lo que ha visto, oído y experimentado que es el amor de Dios en su vida. El Documento de Aparecida expresa esta verdad cuando afirma: “El reto fundamental es mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que este. Este es el mejor servicio que la Iglesia tiene que ofrecer a personas y naciones” (DA #14). Todo esto reclama de cada uno de nosotros un celo misionero que siempre nos tenga en salida misionera para transmitir la fe a otros, sin perder el celo por el anuncio de Jesucristo. Al respecto el Papa Francisco afirma: “A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones" (EG #265). El comienzo de la Cuaresma tendrá que ser una oportunidad para que la acción misionera con los gestos de la ceniza, del ayuno y la penitencia, nos ayude a experimentar el amor de Dios y su misericordia infinitas. Caminemos juntos en la acción misionera. En unión de oraciones, caminemos juntos, renovando nuestra fe. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 22 Feb 2023

Caminemos juntos con el Proceso Evangelizador de la Iglesia

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Jesús cuando convocó a sus discípulos en Galilea, les encomendó la tarea evangelizadora, haciendo que la Iglesia desde el principio se identifique con esta misión: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 16-20), recibiendo este mandato como su vocación esencial, porque “evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (Evangelii nuntiandi #14). La Iglesia tiene el mandato de llevar a todo el mundo la Magnífica Noticia del acontecimiento que cambia la historia del ser humano y de la sociedad. Cada persona cuando recibe el anuncio de Jesucristo y responde con la conversión, que significa transformación de la propia vida en Cristo, renueva no solamente su vida personal, sino que todo el entorno donde vive comienza a ser iluminado por la gracia, porque el Reino de Dios llega con toda su fuerza para transformar el mundo: “El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). El mensaje es el mismo, pero los contextos cambian y por eso los desafíos para evangelizar necesitan evangelizadores con mucho fervor e ímpetu misionero, que sigamos sin desfallecer en la misión encomendada por Jesús, con la certeza que Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (cfr. Mt 28, 20), de tal manera que, se nos pide ser instrumentos dóciles a la gracia de Dios, poniendo toda la confianza únicamente en Él y dejándonos iluminar cada día por el Espíritu Santo, que con sus dones, nos va capacitando para esta tarea que es de Dios, pues “no habrá nunca Evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75). La Iglesia siempre actúa con el poder del Espíritu Santo y se ha dejado renovar por Él. Toda la acción pastoral debe ser dócil a la moción y luz del Espíritu Santo, ya que es Él quien orienta y renueva la misión evangelizadora en la Iglesia. Para dejar obrar el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, es necesario asumir en serio el llamado a la conversión: “conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15), que significa el retorno a Dios, el cambio de mentalidad, es decir transformación de la vida en Cristo, hasta llegar a decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), dando testimonio de su proceso de conversión, afirmando: “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21). En nuestra Diócesis de Cúcuta queremos dejarnos iluminar por el Espíritu Santo, siguiendo el Proceso Evangelizador que la Iglesia ha aplicado desde siempre para evangelizar. Somos conscientes del mandato de Jesús, de ir por todas partes a anunciar el Evangelio, y por eso queremos poner en práctica con la mayor fidelidad posible ese mandato misionero de Jesús, con la certeza que todo tiene que brotar de una oración constante, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, para poder tener el discernimiento suficiente que nos impulse al acompañamiento de todas las personas, para que puedan crecer en el fe, la esperanza y la caridad y perseveren en la gracia de Dios, siempre con la confianza puesta en Él. Siguiendo la enseñanza de la Iglesia en su magisterio, vamos a continuar con el desarrollo del Plan de Evangelización de la Diócesis de Cúcuta, inspirado en el proceso por el que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, de tal manera que, impulsada por la caridad, impregna y transforma a toda la sociedad, dando testimonio entre las gentes de la nueva manera de vivir en Cristo, proclamando explícitamente el Evangelio mediante el primer anuncio que llama a la conversión; iniciando en la fe y la vida cristiana mediante la catequesis a los que se convierten a Jesucristo, alimentando la fe de los fieles mediante la Eucaristía y la caridad y suscitando permanentemente a la misión, anunciando a Jesucristo con palabras y obras (cfr. Directorio General para la Catequesis #48). De esa manera, en fidelidad a Jesucristo y la Iglesia, con renovado fervor pastoral y en salida misionera, nos disponemos a fortalecer el proceso evangelizador, que según lo sintetiza el Directorio General para la Catequesis del año 1997, “está estructurado en etapas o momentos esenciales: La acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequética para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. Estos momentos no son etapas cerradas, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad” (DGC 49, cfr. DGC, 2020, 31-35). Al avanzar en este nuevo año pastoral, los convoco para que “caminemos juntos”, dejándonos orientar por la luz del Espíritu Santo que ilumina nuestros pasos y nos saca de la oscuridad que deja el mal y como fruto del seguimiento de Cristo, alimentados por la Eucaristía, brote un caudal de caridad en nuestra Diócesis, que nos permita hacer presente el mandamiento del amor, que sea luz para muchos que viven en las tinieblas del pecado. Que nuestra caridad sea la voz de Dios para que muchas personas amen a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos. El camino para crecer y salvarse es vivir plenamente la vida de Jesucristo en la familia y en la parroquia. Hagamos de nuestras familias y ambientes parroquiales lugares de fe, esperanza y caridad que nos lleven a la salvación y que orienten la vida de muchas personas con la luz de Cristo que ilumina nuestra vida. En unión de oraciones, “caminemos juntos, renovando nuestra fe”. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 18 Ene 2023

“Yo no me preparo para un fin, sino para un encuentro”: Benedicto XVI

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - El Ministerio Petrino en la Iglesia Católica se fundamenta en el texto bíblico del Evangelio de san Mateo que enseña: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Con esta certeza que proporciona la Palabra de Dios, comprendemos que la misión que desempeña cada uno de los Pontífices de la Iglesia Católica, es una elección de Dios que responde a su voluntad y al plan de salvación para la humanidad. Como fieles bautizados, creyentes en Cristo, estuvimos unidos en oración desde el pasado 28 de diciembre, cuando conocimos la noticia que Su Santidad, el Papa emérito Benedicto XVI, experimentaba complicaciones en su salud. Después de su partida a la Casa del Padre, el sábado 31 de diciembre de 2022, queremos presentarles a los bautizados de la Diócesis de Cúcuta esta edición especial del Periódico La Verdad, como un homenaje de esta Iglesia Particular, a quien fue el sucesor de Pedro y Vicario de Cristo desde el año 2005 a 2013. Joseph Ratzinger sufrió los horrores y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, experiencia dolorosa, que le dio la fuerza interior y la luz necesaria para rechazar, desde su magisterio, el nazismo y todas las políticas que atentan contra la libertad y los derechos humanos. Decía en Auschwitz: “Hablar en este lugar de horror, cúmulo de crímenes contra Dios y contra los seres humanos sin igual en la historia resulta casi imposible. Es especialmente difícil y opresivo para un Papa que viene de Alemania”, lo que le permitió en su humildad como persona, ver de cerca la miseria humana causada por el pecado y el horror de la guerra, para enfrentarlos con decisión y claridad. Recordamos al Papa emérito Benedicto XVI, como un hombre de fe profunda, amor al estudio, dedicado a la academia y de gran producción intelectual, que aportó fe y doctrina en diversas etapas de su vida, dejándonos un legado del que todos nos beneficiamos, porque con su doctrina profundizamos más en la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Su experiencia cristiana, recibida desde el hogar y vivida con gran fervor, le llevó a entender la fe como un encuentro personal con Jesucristo que debe ser anunciado: “No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no se guarden a Cristo para ustedes mismos. Comuniquen a los demás la alegría de su fe. El mundo necesita el testimonio de su fe, necesita ciertamente a Dios” (Mensaje a la juventud en Madrid), enseñándonos que el cristiano no se prepara para un fin de la vida, sino que la fe en Jesucristo prepara al creyente para un encuentro con Él. La entrega y vocación que encarnó en su misión, fue un gran testimonio para la Iglesia, ya que desde muy joven recibió encargos de gran responsabilidad, que, aunque nunca los esperó, los ejerció con generosidad, serenidad y humildad, pero también con seriedad y determinación, mostrando con ello que su único deseo siempre fue ser “un humilde servidor de la viña del Señor”, como lo afirmó el día que fue elegido Papa en el año 2005. Inició su servicio prominente en la Iglesia como asesor teológico del Concilio Vaticano II, brillando por su grandeza intelectual. Posteriormente fue Arzobispo de Munich y Frisinga (Alemania); Cardenal, Prefecto para la Doctrina de la Fe y decano del Colegio Cardenalicio. A pesar de su admirable capacidad intelectual, su humildad era lo que más brillaba en su persona. Fue claro e íntegro en sus declaraciones, habló de forma certera, denunciando desde el Evangelio los terribles males que aquejaban en su momento al mundo y a la fe cristiana. Su humildad fue gracias a la indiscutible confianza en el Señor, haciendo en todo la voluntad de Dios, que guio su ministerio desde el momento de su ordenación sacerdotal en el año 1951. Para la Iglesia ha sido una gran pérdida, un hombre de fe, que, desde su servicio eclesial y la producción intelectual, contribuyó para que el Evangelio de Jesucristo fuera comprendido en los diversos ámbitos en los que se mueve el ser humano. Ahora, en la gloria de Dios, hemos ganado un intercesor que pedirá al Señor, para que la Iglesia, en salida misionera, continúe su misión anunciando a Jesucristo. El Señor en su gran bondad y proveyendo lo mejor para su Iglesia, concede para cada tiempo los pastores eximios a la altura de las exigencias de las épocas, y desde los carismas que el Espíritu Santo infunde en ellos, sirven oportunamente para seguir guiando la Iglesia, en medio de muchas tormentas que la intentan derrumbar. Damos gracias a Dios por la vida y testimonio de Su Santidad, el Papa emérito Benedicto XVI, y nos unimos en oración constante con toda la Iglesia Universal, para que esté gozando de la gloria de Dios que predicó con fe y que explicó con la razón a través de sus escritos. Pidamos al Señor que siga guiando a la Iglesia por caminos de fe, esperanza y caridad, de manera que todos nos sintamos protegidos por la gracia de Dios y así, caminemos juntos, en salida misionera, como hijos de Dios, en el Proceso Evangelizador de nuestra Diócesis, hasta que lleguemos un día a gozar de la plenitud de Dios en su gloria. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias, para que practicando la enseñanza que nos ha dejado el Papa emérito Benedicto XVI, podamos crecer en santidad y nos preparemos también nosotros un día no para un fin de nuestra vida, sino para un encuentro con el Señor. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 2 Dic 2022

Preparémonos para la venida del Señor

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Comenzamos un nuevo Año Litúrgico con el Tiempo de Adviento que posee una doble característica, en primer lugar, es el tiempo de preparación a la Navidad, solemnidad que conmemora la primera venida del Hijo de Dios en la carne, cuando Jesús se hace uno de nosotros, “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14); y es a su vez, el momento que hace que todos dirijamos la atención a esperar el segundo advenimiento de Cristo, un tiempo de esperanza, por la llegada del momento en que participaremos de la gloria de Dios, en el encuentro con el Señor cara a cara. Desde el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y el regreso al Padre en la gloriosa Ascensión al Cielo, tenemos la certeza que Él siempre está con nosotros y camina con nosotros, “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20). Esta certeza ha acompañado a la Iglesia a lo largo de toda su historia y en cada celebración de la Navidad, vuelve a resonar en nuestro corazón, al prepararnos paso a paso para la segunda venida del Señor. De la presencia permanente del Señor, debemos sacar un impulso renovado en la vida cristiana, con el deseo interior de caminar desde Cristo y con Cristo, en un proceso de conversión constante que es transformación de la vida en Él y que renovamos con alegría y fervor interior al comenzar este Tiempo de Adviento, como preparación para que Jesús siga naciendo en nuestro corazón. Todo el trabajo pastoral y la evangelización que realizamos a lo largo del año, tiene como objetivo hacer que Jesús se quede en el corazón de muchas personas, para que al celebrar su nacimiento en cada corazón, cada creyente tenga un nuevo nacimiento para tener la vida eterna, porque “el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3, 3), de tal manera que, el proyecto pastoral tiene a Jesucristo como centro a quien “hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (‘Novo Millennio Ineunte’ #29), que preparamos en este Tiempo de Adviento cantando con entusiasmo “ven Señor Jesús” (1 Cor 16, 20). El Hijo de Dios que se hizo hombre por amor al ser humano, sigue realizando su obra en nosotros, por eso tenemos que disponer el corazón para convertirnos en testigos de su gracia y también ser instrumentos de ese don para los demás. Prepararnos para celebrar la Navidad, es contemplar a Jesús que nos invita una vez más a ponernos en salida misionera: “Vayan pues y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). El mandato misionero nos introduce en el misterio mismo de la Encarnación, invitándonos a tener el fervor y el ardor para comunicar ese mensaje, así como lo hicieron los primeros cristianos. Para ello, tenemos la certeza que contamos con la fuerza del mismo Espíritu que fue enviado en Pentecostés y que nos entusiasma hoy a comunicar el mensaje de salvación, animados por la esperanza en Jesucristo que lo trasforma y lo renueva todo. Comenzamos un tiempo del año, en el que vamos a estar muy saturados por lo que el comercio ofrece para preparar la Navidad, que termina por opacar y desdibujar el verdadero sentido del Adviento como preparación para celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Contemplemos en cada una de estas semanas a Jesús, que viene a salvarnos, abramos el corazón a la gracia de Dios y dispongámonos con un corazón limpio a celebrar este tiempo, como un momento de gracia para caminar con Cristo, siguiéndolo a Él que es Camino, Verdad y Vida, que nos lleva hasta el Padre (cf. Jn 14, 6). Por otra parte, este Tiempo de Adviento nos invita a detenernos desde el silencio del corazón a captar la presencia de Dios en nuestra vida y la importancia de la gracia de Dios que habita en nuestros corazones, que es luz para nuestras vidas que no todos perciben, pero que los cristianos reconocemos como la luz de Cristo que ilumina nuestros corazones. Tendremos muchas luces externas en este tiempo, que iluminan las calles y las casas, pero no dejemos apagar la luz de Jesucristo que quiere iluminar el camino de cada uno, para vivir caminando desde Cristo, sin las tinieblas del mal y del pecado. Como creyentes en Cristo, nosotros tenemos la misión de ser reflejo de la luz de Cristo, que iluminó la noche de Belén donde nació Jesús como “Luz del mundo” (Jn 8, 12) y nos pidió que fuéramos luz para los pueblos, “ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 14), cumpliendo el mandato misionero que será posible si nos abrimos a la gracia que nos trae este Tiempo de Adviento y nos hace hombres nuevos en Jesucristo Nuestro Señor, que está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28, 20), mientras que anhelamos la segunda venida del Señor. Que la Santísima Virgen María, Madre de la Esperanza y el glorioso Patriarca san José, custodio del Niño Jesús, alcancen del Señor la gracia de vivir este tiempo en la espera gozosa del Señor. Agradecidos, sigamos adelante. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta