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obispo de cúcuta

Mar 15 Mar 2022

“Estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15, 32)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El Papa Francisco nos ha en­señado en su magisterio que “los excluidos y marginados son nuestros hermanos”, invitando con ello a todos los bautizados a hacer la caridad con las familias y personas más vulnerables y necesi­tadas de la sociedad, manifestando con las obras caritativas en favor del prójimo el amor que le tenemos a Dios, porque como dice san Juan: “pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20), de tal manera, que lo que garantiza que el amor a Dios es genuino, es la salida al encuentro del hermano que está perdido. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “Los discípulos mi­sioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas. Decía San Alberto Hurtado: ‘en nuestras obras, nues­tro pueblo sabe que comprendemos su dolor’” (DA 386). Esta realidad constituye el núcleo de la predicación de la Iglesia que tiene en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo la doctrina, que ha desarrollado a lo largo de los siglos en su magisterio. El Evangelio ilu­mina el servicio pastoral que rea­liza la Iglesia en favor de los más vulnerables, que abarca el esfuerzo por rescatar la dignidad humana, saliendo al encuentro del que está perdido para encontrarlo, tal como lo manifiesta la misericordia del Padre cuando acoge al hijo desca­rriado que estaba perdido y ha sido encontrado (Cf. Lc 15, 32). Cada año al comenzar la Cuaresma escuchamos de nuevo resonar en el corazón la frase “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15) que significa, en primer lugar, revi­sarnos para transformar la vida en Cristo, dejando el pecado que nos esclaviza, pero es también hacer presente la caridad de Cristo en los hermanos, que es un mandamiento para todos nosotros, sabiendo que la puerta de entrada al cielo es la caridad, tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estuve necesitado y me au­xiliaron; vengan benditos de mi padre a poseer el Reino eterno, la gloria del cielo, (Cfr. Mt 25, 31 - 46). Como cristianos, como Iglesia Católica actuamos en el nom­bre del Señor y lo ha­cemos con la misma fuerza de su amor para con nosotros, que hace que todos nos sinta­mos hermanos, hijos de un mismo Padre. En la Diócesis de Cú­cuta hemos dado una mirada a tantos ado­lescentes y jóvenes que están perdidos en la drogadicción, son hermanos nuestros de todos los estratos sociales que por diversas circunstancias han parti­do de la casa paterna, malgastando todos sus bienes y perdiendo todo, incluyendo su dignidad. Son hijos de Dios que están perdidos y ne­cesitamos salir a encontrarlos, a darles una mano, sin la preten­sión de resolverlo y transformar­lo todo, pero haciendo algo por ellos, con la única intención de entregar lo único que tenemos, cinco panes y dos peces, que aun­que es muy poco, como le dicen a Jesús los discípulos del Evangelio en el episodio de la multiplicación de los panes (Cf. Jn 6, 9), quere­mos donarlos para aliviar en algo la situación de abandono en la que se ven sumidos muchos hermanos nuestros que caen en el flagelo de la droga, con la certeza que el Señor multiplicará con abundancia toda obra de caridad que se realiza en su nombre. Conscientes de esta realidad que nos afecta a todos y por la que mu­chas familias sufren, en la Diócesis de Cúcuta este año queremos hacer presente la caridad de Cristo para con tantos niños y jóvenes droga­dictos, iniciando una experiencia de atención a esta población, mediante un centro diocesa­no que nos permita ayudar a quienes es­tán en la drogadic­ción, acompañando también a sus fami­lias, tantos padres y madres que sufren por un hijo que está perdido en la droga y que hay que salir a encontrarlo. Para cumplir con este propósito la Campaña de Comu­nicación Cristiana de Bienes de este año 2022 y de los años veni­deros, estará dedicada a iniciar esta obra de atención a drogadictos. Los cristianos católicos de Cúcuta queremos a través de la Diócesis, salir al encuentro de los más vul­nerables a causa de la droga y por eso la meta es comenzar a crear un centro de atención, con la ofrenda que cada uno aporte para este pro­pósito. Se trata de que todos aporte­mos los cinco panes y los peces del Evangelio y seguro que el Señor multiplica para poder sacar adelan­te la obra. Ponemos en las manos de Dios esta misión y convoco a todos los fieles de las parroquias y las instituciones a compartir desde lo poco o mucho que tengan, con esta población vulnerable, hacien­do realidad en la vida personal y familiar esas palabras del tiempo Cuaresmal, “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15). La entrega de amor que Dios ha rea­lizado en Cristo y actualizado en la Eucaristía debe ser continuado por la Iglesia y por todos los bautiza­dos, en la disposición por compar­tir los bienes con los necesitados, a ser misericordiosos como el Padre, caritativos y solidarios con todos, promoviendo en todo momento la dignidad de la persona humana, la justicia, la paz y la reconciliación. Las comunidades cristianas hemos de tomar conciencia de que el fru­to maduro de la vida cristiana es la caridad, que significa tener un co­razón misericordioso para salir en busca del hermano que está perdido y que el Señor nos ha encomendado la misión de encontrarlo. Que esta Cuaresma que hemos ini­ciado sea un tiempo de gracia para reafirmar nuestra respuesta de fe, esperanza y caridad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la Santidad, escuchando y le­yendo el mensaje del Señor, medi­tándolo y creyendo en su Palabra y con ello convertir nuestra vida, si­guiendo las palabras del Evangelio y comunicando esa buena noticia a los hermanos, transmitiendo su mensaje con nuestras palabras y obras de caridad, con la certeza que en el nombre del Señor el hermano nuestro que “estaba perdido lo he­mos encontrado” (Lc 15, 32). En unión de oraciones, sigamos adelante. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 28 Ene 2022

Sigamos adelante escuchando la Palabra de Dios

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Hemos comenzado un nuevo año con propósitos, metas y proyectos renovados y con la esperanza puesta en Dios, que nos permite fortalecer nuestra vida y vocación en el lugar y la misión que el Señor ha confiado a cada uno. En este sentido también en nuestra Diócesis a nivel pastoral nos hemos propuesto caminar juntos, con el lema: “Desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante” (Flp 3, 16), que nos permite agradecer a Dios las gracias recibidas hasta este momento y ponernos en salida misionera, para seguir adelante en este proceso de fe, esperanza y caridad que vamos iluminando desde la Palabra de Dios. Sigamos adelante construyendo sobre roca firme, para ello es necesario seguir escuchando al Señor en su Palabra, que se convierte en norma de vida para nuestro caminar juntos escuchando al Espíritu Santo. Precisamente estamos celebrando el día de la Palabra de Dios, que nos invita a ser más conscientes durante todo el año, de la necesidad de escuchar la voz de Dios, que ilumina todos los acontecimientos y circunstancias de la vida, sobre todo, los momentos de cruz e incertidumbre. Se hace necesario seguir profundizando en el conocimiento de Jesucristo como Verdad suprema que nos conduce por los caminos del bien. La Palabra de Dios es la Verdad sobre la cual podemos fundamentar nuestras vidas con la máxima seguridad que vamos por el mejor de los caminos. En esa Palabra se habla de Jesucristo como “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6) y de todo el bien que hace en nosotros cuando la escuchamos atentamente y la ponemos en práctica. El Plan Pastoral de nuestra Diócesis de Cúcuta tiene como prioridad conocer y amar a Jesucristo que es nuestra esperanza, centrando todo el contenido de la reflexión en la Palabra de Dios, con el objetivo de formar a los miembros de las comunidades eclesiales misioneras en el conocimiento del Señor Jesús y en la transmisión del Evangelio en todos los ambientes, para seguir adelante fundamentados en la Palabra de Dios tal como lo enseña Aparecida cuando afirma: “junto con una fuerte experiencia religiosa y una destacada convivencia comunitaria, nuestros fieles necesitan profundizar el conocimiento de la Palabra de Dios y los contenidos de la fe, ya que es la única manera de madurar la experiencia religiosa” (DA 226c). Un cristiano que profundice en la Sagrada Escritura y se alimente de ella en la oración diaria, tendrá contenido para comunicar a los hermanos, mediante una vida coherente con el Evangelio y con sus palabras que resuenan como anuncio del Reino de Dios en el corazón de muchos creyentes. Eso constituye una siembra del Reino de Dios que puede hacer todo creyente que se siente interpelado por la Palabra de Dios y que siente en su corazón el deseo de comunicarla, primero en el ambiente del hogar y luego en los lugares en los que Dios nos pone para dar testimonio de Él, entregando cada día la vida al Señor. En el Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular, pastores y fieles en este hoy de la historia estamos llamados a caminar juntos, fundamentados en la Palabra de Dios, así lo expresa Aparecida cuando hace el llamado misionero, “hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios” (DA 247), para encontrarnos con Jesucristo que es nuestra esperanza. Por eso el anuncio misionero en nuestra Iglesia particular lo vamos a centrar y a fortalecer en la Palabra de Dios entregada a los fieles en su integridad, como lo ha pedido Aparecida: “se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de ‘auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad’. Esta propuesta será mediación de encuentro con el Señor si se presenta la Palabra revelada, contenida en la Escritura, como fuente de evangelización” (DA 248). Desde el bautismo todos somos discípulos misioneros del Señor que anhelamos nutrirnos con el pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía, para seguir adelante comunicando el mensaje de salvación a todos los hermanos. Palabra de Dios y Eucaristía siembran en el creyente las semillas del Reino de Dios, que le permite llenarse de fervor pastoral, para comunicarlo con la vida y las palabras en un deseo sincero de evangelizar, transmitiendo el mensaje de la salvación a todos. Un deseo evangelizador que brota del conocimiento y amor por la persona, el mensaje y la palabra de Jesucristo. Así lo enseña el Papa Francisco cuando afirma: “La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana. La Palabra proclamada, viva y eficaz, prepara para la recepción del Sacramento, y en el Sacramento esa Palabra alcanza su máxima eficacia” (EG 174). Vivimos momentos de cruz e incertidumbre por múltiples razones, que en muchos casos se debe a la ausencia de Dios en muchos ambientes y sectores de la sociedad. Como creyentes, discípulos misioneros, estamos llamados a seguir sembrando el Reino de Dios, comenzando por el ambiente familiar y extendiendo el anuncio también a otros, incluso aquellos donde no se conoce a Jesús o es abiertamente rechazado. Así lo ha pedido el Papa Francisco en Evangelii Gaudium cuando afirma: “remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado. Muchos de ellos buscan a Dios secretamente. Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (EG 14). Sigamos adelante poniendo la vida personal y familiar bajo la guía de la Palabra de Dios que escruta nuestros corazones y nos permite renovar la vida interior, hasta el punto de convertir nuestra vida en Cristo, que es el centro de nuestra existencia y punto de apoyo en nuestras decisiones. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 20 Dic 2021

Navidad es perdón, reconciliación y paz

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Se acerca la celebración del nacimiento de Nuestro Se­ñor Jesucristo, el cual cele­bramos el próximo 25 de diciem­bre: “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre noso­tros” (Jn 1, 14), es lo que resuena en nuestros corazones en la ma­ñana de la Navidad, mensaje que nos invita a recibir al Salvador del mundo que viene a traernos el perdón y la paz. Este tiempo es un momento propicio para vivir perdonados y reconciliados, para dejar que Dios nazca en cada corazón y en cada familia. Dios no puede nacer de nuevo en un corazón que está lleno de odio, rencor, resentimiento y vengan­za, porque generan división y violencia. Dios viene a nacer y a darnos su perdón que llega a un corazón que se deja sanar por su gracia; el cual, a su vez, es capaz de ofrecer el perdón a quien nos ha ofendi­do, “perdónanos nuestras ofen­sas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofen­den” (Mt 6, 12). Repetimos con frecuencia en la oración del Pa­dre Nuestro, que tendrá que reso­nar en nuestro corazón de manera más real y efectiva en este tiempo santo de la Navidad. Al hablar de perdón y reconcilia­ción se está tocando un aspecto central de la fe cristiana. Muchas situaciones personales, familiares y sociales que generan conflicto, reclaman un proceso de perdón y reconciliación, pero no se logra cuando se quiere hacer sin Dios al centro de la vida. La fe en Dios es definitiva cuando se quiere ha­blar de perdón y reconciliación; y por eso, es que a las comuni­dades cristianas en Colombia, hay que pedirles como prime­ra obra en el trabajo de la re­conciliación, que se encuentren para rezar, como expresión de la fe en el Señor. La oración es el clamor de quien no se resigna a vivir en el odio, el resentimiento, la violencia y la guerra y preci­samente navidad es un momento propicio para reunirse a rezar y abrir el corazón a la gracia. El perdón y la re­conciliación son vir­tudes cristianas que brotan de un corazón que está en gracia de Dios, que nos permi­te ver la dimensión del don de Dios en nuestras vidas. Na­cen estas virtudes de la reconciliación con Dios, mediante el perdón de los peca­dos que recibimos, cuando arre­pentidos nos acercamos al sacra­mento de la penitencia a implorar la misericordia que viene del Pa­dre y que mediante el perdón nos deja reconciliados con Él. Estar en gracia de Dios, perdonados y reconciliados son características fundamentales de la fe cristiana, que se deben vivir con mayor fer­vor en el tiempo de la navidad. El perdón y la reconciliación son gracias de Dios, por eso no son fruto de un mero esfuerzo huma­no, sino que son dones gratuitos de Dios, a los que el creyente se abre, con la disposición de recibirlos, haciéndose el cristiano testigo de la misericordia del Pa­dre y convirtiéndose en instru­mento de la misma, frente a los hermanos. Un corazón en paz con Dios, que está en gracia, es capaz de transmitir este don a los demás, mediante el perdón y la reconciliación en la vivencia de las relaciones con los otros. Esto es Navidad. No hay reconciliación y paz sin perdón y todo tiene su origen en Dios Padre que envió a su Hijo Jesucristo, que se hizo carne, na­ció en un pesebre con la misión de perdonarnos y reconciliarnos y lo cumplió plenamente desde la Cruz cuando nos otorgó su per­dón y nos dejó el mandato de per­donar a los hermanos. El origen del perdón es la expe­riencia que Jesús tie­ne de lo que es la Mi­sericordia infinita del Padre y por eso desde la Cruz lanza esa pe­tición de perdón para toda la humanidad pecadora y necesita­da de reconciliación: “Padre Perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Con Dios al centro de la vida, viviendo en su gracia y en ora­ción ferviente, aprovechemos un instrumento fundamental en el proceso del perdón y la recon­ciliación que es la escucha, tan añorada en estos tiempos de vio­lencia y dificultad, es en nuestra patria y en nuestras familias. La escucha ayuda a resolver con­flictos familiares, vecinales, so­ciales, políticos, etc. La escucha evita muchos enfrentamientos violentos en el hogar y en todos los sectores sociales.El Papa Francisco nos ha con­vocado a un sínodo con el títu­lo, Iglesia Sinodal: Comunión, Participación y Misión, que en la vida real de una familia invita a los esposos a que se escuchen mutuamente y entre los dos es­cuchen a los hijos y juntos como hogar cristiano escuchen al Es­píritu Santo. La escucha abre la posibilidad de discernir la verdad que nos trae Dios y abrirnos a la voluntad del Padre que consiste en que todos vivamos perdona­dos, reconciliados y en paz y eso es Navidad, esa es la celebración para la que nos preparamos en este tiempo y que estamos próxi­mos a celebrar en familia. Con la gracia de Dios al centro de nuestra vida, la escucha que lleva al perdón y a la reconciliación, se fortalece como un beneficio para el otro. Sin Dios al centro, se bus­ca el perdón y la reconciliación como un beneficio para sí mismo. La paz que nos trae el Señor, no como la que da el mundo sino Dios, implica una búsqueda con­tinua del bien del otro, que lleva finalmente a trabajar de manera incansable por el bien común. Esto es un aprendizaje que se hace desde la fe, dejándonos edu­car por Dios mismo, que quiere que seamos sus hijos y entre no­sotros verdaderos hermanos. A todos les auguro que el Niño Jesús los llene de perdón, recon­ciliación y paz en esta Navidad que vamos a celebrar y les de­seo un año nuevo 2022 lleno de muchas bendiciones del Señor, con el deseo de dejarnos perdo­nar por Dios que viene a quedar­se con nosotros, invitándonos a perdonar a nuestros hermanos, para vivir reconciliados, en paz y sigamos adelante abrazando la Cruz del Señor y fortalecidos por la gracia de Dios. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 15 Dic 2021

Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia - II parte

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Para asumir este reto, convoco a to­dos los sacerdotes de la Diócesis y también a los religiosos que hacen presencia, que por la gracia de la Ordenación, han recibido la participa­ción del sacerdocio único de Cristo, a renovar su ministerio venciendo toda tentación de superficialidad o de ru­tina, que llevan a la instalación, para que fortalecidos por el Espíritu Santo, en comunión con Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, con el Papa Francis­co, conmigo como su Obispo y servidor, sintamos juntos el gozo de decirle al Se­ñor que queremos servirlo y seguir ins­taurando su Reino, buscando cada día ser verdaderos discípulos misioneros por la búsqueda permanente de la uni­dad. Esta unidad es guía segura y eficaz para la acción pastoral, que se traduce en una auténtica fraternidad sacerdotal, fruto maduro de la caridad que estamos llama­dos a vivir entre todos, para hacer creíble al mundo el anuncio que hacemos, cum­pliendo el deseo de Jesús en su oración al Padre: “que todos sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21), recordando que la fraternidad sacerdotal no es lo que recibo de mis hermanos sacerdotes, sino lo que yo hago por cada uno de ellos. Jesucristo es el Buen Pastor que conoce las ovejas y ofrece su vida por ellas y quiere congregarse a todos en un solo rebaño bajo un solo pastor (Jn 10). Estamos llamados a ser imagen viva de Jesucristo cabeza y pastor de la Iglesia, así como a procurar reflejar en nosotros, aquella perfección que brilla en el Hijo de Dios. Por eso, debemos ser coherentes con el ministerio recibido, parecernos a Jesús y significar para nues­tros fieles su condición de cabeza, pastor y esposo de la Iglesia, amando la verdad, viviendo la justicia, la unidad, el perdón, la reconciliación y la paz. (Cf. PDV 25). Un presbítero así, por su testimonio de vida, por su fidelidad, por su alegría, por la coherencia entre fe y vida, por su fra­ternidad sacerdotal, hará que los jóvenes descubran el llamado que el Señor les hace a la santidad y sientan el deseo de respon­derle. Espero y pido que en cada parroquia se establezca una pastoral juvenil viva que ofrezca a los jóvenes la posibilidad de constituir comunidades juveniles para que en ellos se tengan verdaderos procesos de iniciación cristiana y crecimiento espiri­tual que, ojalá en muchas ocasiones, per­mitan a muchos de ellos sentir el llamado al sacerdocio o a la vida consagrada, para que emprendan luego el camino de su for­mación sacerdotal y religiosa, y así seguir contando con muchas vocaciones de cali­dad, como lo hemos tenido hasta el mo­mento. En este sentido debemos redoblar los esfuerzos por una pastoral vocacio­nal sólida y sistemática que nos ayude a formar a los jóvenes que nos llegan, para que si­gamos teniendo sacerdo­tes, religiosos, religiosas y también matrimonios, muy comprometidos con la misión y la inicia­ción cristiana. La experiencia de ser Iglesia Católica, co­munidad de creyentes, se hace presente en el encuentro con la Palabra de Dios en la Iglesia Particular y desde la Diócesis, en cada una de las parroquias y en las fami­lias cristianas. La tarea es ir construyendo el Reino de Dios, con la acción misionera y catequética que nos permita crecer en la fe, esperanza y caridad y tener compro­miso pastoral para la evangelización en nuestra Diócesis. Dedicaremos particular esfuerzo a seguir construyendo la familia como comunidad de amor, Iglesia domés­tica, conscientes de que ella es uno de los bienes más preciosos de la humanidad y de la Iglesia. Vamos a fortalecer nuestras familias desde la oración, desde el Rosario diario en familia, familia que reza unida, permanece unida. La Santísima Virgen María nos dará para nuestras familias el regalo de la fidelidad, del perdón, la recon­ciliación y la paz, virtudes que tendrán que reflejarse en la comunidad y en la sociedad donde vivimos. La familia santificada mediante el sacra­mento del matrimonio, permite por la gra­cia recibida en este, que Dios permanezca en los esposos a lo largo de toda su vida. De ahí, nuestro deber de implementar una fuerte pastoral familiar en todas las parroquias. Se trata de promover y resca­tar los valores familiares de acuerdo con la enseñanza de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, acompañando a cada familia cristiana en su misión funda­mental de ser transmisora de la fe y prime­ra escuela de formación de los discípulos misioneros de Nuestro Señor Jesucristo. Otro desafío pastoral no menos impor­tante que los otros, es el compromiso real con los pobres, desde el ejercicio de la caridad. La Diócesis de Cúcuta tiene vocación para la caridad, como fruto maduro de una vida cristiana, que se va for­taleciendo desde la vivencia del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Estamos dispuestos a entregarnos con lo que somos y tenemos, para aliviar la pobreza y la mi­seria de los hermanos que viven margina­dos y en continuo sufrimiento; sobre todo acompañar a los migrantes y a tantos niños y jóvenes que están viviendo debajo de los puentes, consumidos en la drogadicción. A ellos les tenemos que dar en primer lugar el pan de la Palabra, pues, de todos es sabido que la primera obra de caridad que hemos de hacer a nuestros hermanos necesitados será mostrarles el camino de la fe, la esperanza y el amor, para que re­ciban a Jesucristo en sus vidas. Así nos lo enseñó San Juan Pablo II cuando dijo: “el anuncio de Jesucristo es el primer acto de caridad hacia el hombre, más allá de cualquier gesto de generosa solida­ridad” (Mensaje para las migraciones, 2001), con el compromiso claro y efectivo de seguir compartiendo el pan material y ayudar desde el Evangelio a sanar tantas heridas, adicciones y conflictos que se vi­ven en nuestro medio, para llegar a tener la paz que el Señor nos quiere dejar como regalo supremo que viene de lo alto. Proponemos una acción pastoral de cerca­nía y dignificación desde la caridad cris­tiana, pues Jesús garantiza que quienes realizan esta labor, recibirán una gran re­compensa: “Vengan benditos de mi Pa­dre a heredar el Reino de los cielos” (Mt 25, 34). La opción por los más pobres no es una mera invitación, es una exigencia concreta que el Señor nos hace. Es por el camino de la caridad como tendremos acceso a la bienaventuranza del Reino. Entre todos vamos a continuar el tejido de la Historia de la Salvación en nuestra histo­ria personal, familiar y diocesana. Nos ne­cesitamos mutuamente para continuar con los retos que nos plantea hoy la pastoral en cada una de nuestras parroquias. Hagamos de nuestras parroquias, verdaderas comu­nidades de fe, en donde brille el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. No nos falte la oración por estas intenciones y todos en comunión, en camino sinodal, escuchan­do al Espíritu Santo, podremos ser fieles a Jesucristo y a la Iglesia en la misión que se nos ha confiado. Continuemos, hermanos, esta solemne celebración eucarística y pongamos en el altar toda esta tarea que nos disponemos a continuar, para que sea el mismo Señor quien la bendiga y fortalezca. Pongo en manos de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, nuestro patrono, este camino sinodal que hoy emprendemos apoyados por la gracia de Dios. Me consagro a la Virgen y consa­gro, como pastor de la grey a todos los que el Señor me ha encomendado. Que cada día, con María y como María, seamos más dóciles a la Palabra de Dios y más capa­ces de vivir en fidelidad nuestra misión. El glorioso Patriarca San José y todos los Santos nos acompañen. Amén. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta Lea Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia - I parte [icon class='fa fa-download fa-2x'] AQUÍ[/icon]

Jue 2 Dic 2021

Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia - I parte

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve – Homilía de posesión Canónica – I PARTE - Nos reunimos en esta Catedral San José de Cúcuta, convo­cados por el Señor, para esta solemne celebración de acción de gra­cias, en la cual por Voluntad de Dios y llamado de la Iglesia en la Persona del Papa Francisco, asumo el encargo, como sucesor de los Apóstoles en esta porción del pueblo de Dios que pere­grina en la Diócesis de Cúcuta, donde se hace presente la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica que subsiste en esta Iglesia Particular, con la presencia del Obispo. En la Iglesia Católica tenemos el re­galo de la sucesión apostólica, así lo enseña la Palabra de Dios cuando nos dice que: “El Señor llamó a los que Él quiso y se acercaron a Él. Desig­nó entonces a doce, a los que llamó Apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13 - 15) y aprendieron de Jesús todo cuanto debían anunciar por el mun­do. Esta designación fue una elección gratuita de Dios, los Apóstoles no eli­gieron el estado apostólico, fue el Se­ñor quien los llamó, así lo expresa el apóstol San Juan: “No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero” (Jn 15, 16). De esta mane­ra, ellos fueron hechos portadores del testimonio de Jesús, de su Muerte y Resurrección, del anuncio gozoso de la gran noticia de la misericordia del Padre para toda la humanidad y de la presencia permanente en la Iglesia de los misterios de la Salvación. La Iglesia que peregrina en Cúcuta ha sido bendecida por Dios con la siem­bra misionera que en el pasado em­prendieron hombres llenos de fe, que sin temores mundanos y con gran celo apostólico evangelizaron estos territorios gastando su vida en la alegría de llevar el mensaje de la salvación e invitando a la conversión. Quiero hacer especial reconocimiento a mis predecesores en el episcopado en esta porción del Pueblo de Dios, que han sembrado las semillas del Evangelio por estas tierras Nortesantandereanas y con su testimonio de vida y anuncio de la Palabra del Señor, han construido el Reino de Dios. Reconozco también la labor de muchos otros evangeliza­dores, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que han cumplido ese encar­go, impulsados por el mandato de Je­sús: “Vayan por todo el mundo” (Mc 16, 15) y “hagan discípulos de todas las naciones” (Mt 28, 19), dando a co­nocer la Palabra de Dios, siguiendo el ejemplo de Jesucristo Buen Pastor que va tras la oveja perdida y da la vida por su rebaño. Hemos escuchado la Pa­labra de Dios escrita para nuestro consuelo y sal­vación. La primera lec­tura del profeta Jeremías, nos invita a reconocer la elección de Dios para la misión, como iniciati­va divina, sin mérito alguno de nues­tra parte y desde ese momento con el mandato misionero: “irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te or­dene… mira pongo mis palabras en tu boca…no tengas miedo” (Cfr. Jer 1, 4 -10), invitándonos en la segunda lectura del Apóstol san Pedro que he­mos escuchado, a todos los pastores a apacentar el rebaño que Dios nos ha confiado, no a la fuerza, sino con gusto, como Dios quiere; y no por los beneficios que pueda traernos, sino con ánimo generoso, siendo modelos del rebaño (Cfr. 1Pe 5, 2 - 7), para de­cirnos con esta palabra que toda nues­tra vida la conduce Dios, que estamos en sus manos y en salida misionera para hacer y amar la voluntad de Dios en nuestra vida. En la misión que cada uno tiene, en el ministerio episcopal y sacerdotal, en la vida de matrimonio y familia, en el trabajo, ahí estamos lla­mados a reconocer el plan de Dios para nuestras vidas y a hacer la Voluntad del Padre, siempre poniéndonos en las manos de Dios, repitiendo en nuestra oración diaria: “Padre, me pongo en tus manos”, descubriendo, haciendo y amando la Voluntad de Dios, sin torcer el plan que Él ha trazado para nuestra existencia, aún con las dificultades que puedan venir, pero con la certeza que en las manos de Dios todo lo podemos, repitiendo siempre, “todo lo puedo en Cristo que me da la fuerza” (Filp 4, 13). La nueva etapa que Dios nos permite comenzar en este día va a necesitar nuestros mejores esfuerzos de fide­lidad a la Voluntad de Dios, y todos sabemos, también noso­tros los sacerdotes, que el esfuerzo comienza por nuestra propia fidelidad al Señor que nos ha lla­mado a una misión, la de anunciar el Reino de Dios, ahora en esta Igle­sia particular de Cúcuta. Si hay algo que tenemos que cultivar con fortaleza y vigor, es saber entender que el Reino de los cielos lo tenemos que hacer crecer en nuestras comuni­dades, de manera que ninguno se pier­da. Solamente desde la sencillez de corazón podemos aceptar a Jesucristo en nuestras vidas. Para poder entender la magnitud y grandeza de la misión evangelizadora, necesitamos la gracia de la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, que sostene­mos con la oración diaria, constante y perseverante de rodillas frente al San­tísimo Sacramento, la cual renovamos con la confesión frecuente, porque ne­cesitamos revisar nuestras decisiones cuando se oponen al plan que Dios tiene para nuestra vida, para vivir en estado de gracia y que ejercitamos con la caridad pastoral, en una entrega permanente y fiel al Pueblo de Dios, al cual nos debemos por elección predi­lecta del Señor. Por eso, nos alegramos hoy con esta celebración, que es el signo evidente de que Jesucristo, Buen Pastor, siempre está con nosotros y no nos abandona, Él siempre permanece fiel y nos ense­ña a ser fieles, cueste lo que cueste. Él es el único protagonista de la historia de la Iglesia y, por supuesto, de nuestra historia de salvación aquí y ahora. To­dos tenemos que volver la mirada a Él porque Él es quien dará éxito a nuestra misión actual. Es Él quien nos conoce por el nombre y quien nos llama por amor a su rebaño, Él es quien nos ali­menta con el banquete de la Palabra y de la Eucaristía, Él es quien tiene en sus manos nuestros esfuerzos y nues­tras vidas. Que sea Él quien me dé a mí la capacidad para llegar a cada uno de ustedes, por amor a Él mismo. Que me dé las fuerzas para seguir la labor evangelizadora de mis predeceso­res y la gracia para animar siempre a todos en la construcción del ideal que la Iglesia espera de nuestra Dió­cesis de Cúcuta. Entre nuestras prioridades pastorales en esta Diócesis de Cúcuta tiene que estar el deseo de seguir caminando con nuevo y renovado compromiso evan­gelizador, fortaleciendo el Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular, formando comunidades de fe, que ayu­den a transformar nuestra sociedad con la fuerza del Evangelio. Continuamos con esta nueva etapa de la Historia Sal­vífica, en esta porción del pueblo de Dios, con el deseo misionero de vivir el Evangelio de Cristo y de anunciarlo a todas las gentes, mirando las perife­rias físicas y existenciales de nuestra región y siendo Diócesis en camino sinodal y en salida misionera. Cúcuta, 20 de noviembre de 2021 + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Jue 18 Nov 2021

El Obispo sucesor de los Apóstoles

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Al recibir el nombramiento que me ha hecho el Papa Francis­co, como Obispo de la Dióce­sis de Cúcuta, como sucesor de los Apóstoles les ratifico mi oración fer­viente al Señor con la intención del crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad, para seguir construyendo en camino sinodal, una comunidad viva, en salida misionera, al servicio de Dios y de los más pobres y nece­sitados. En la Iglesia Católica tenemos el re­galo de la sucesión apostólica, así lo enseña la Palabra de Dios cuando nos dice que: “El Señor llamó a los que Él quiso y se acercaron a Él. Desig­nó entonces a doce, a los que llamó Apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13 - 15), y aprendieron de Jesús todo cuanto debían anunciar por todas partes. Esta designación fue una elección gratuita de Dios, los Apóstoles no eligieron el estado apostólico, fue el Señor quien los llamó, así lo expresa el Apóstol san Juan: “No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero” (Jn 15, 16), de esta manera, fueron hechos portadores del testimonio de Jesús, de su muerte y resurrección y del anuncio gozoso de la gran noticia de la misericordia del Padre para toda la humanidad y de la presencia perma­nente en la Iglesia de los misterios de la Salvación. Para cumplir con el mandato del Señor de anunciar todo el misterio pascual de la pasión, muerte y resu­rrección de Nuestro Señor Jesucris­to, los Apóstoles instituyeron a otros hombres, con la misma autoridad y función en la Iglesia que ellos, y los llamaron Obispos, estableciendo a la vez colaboradores para el servicio del culto y el anuncio del Evangelio, a quienes llamaron presbíteros, y eli­gieron a otros para el servicio de la caridad, a quienes denominaron diá­conos (Cf. LG 20). Desde el mismo origen, con Pedro a la cabeza por elección del mismo Se­ñor y los demás Apóstoles, Nuestro Señor Jesucristo instituye la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, que sigue presente en los sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos, que juntos conforman el Colegio Episcopal, al cual pertenecen to­dos los Obispos en co­munión con el Roma­no Pontífice, que en el momento actual es el Papa Francisco. Los Obispos presiden cada diócesis y garantizan la comunión en la ca­ridad, con Pedro y bajo la autoridad de Pedro; de tal manera, que la Iglesia de Cristo existe donde se encuentren hoy los sucesores de los Apóstoles, en comunión y obediencia al sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Desde el principio hasta el día de hoy, el Obispo tiene la misión de ser testi­go de la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, principio de la comunión católica, animador de la misión de la Iglesia y estímulo para que el pueblo de Dios crezca en la fe, la esperanza y la caridad. Así lo enseña el Concilio Vaticano II cuando dice: “Con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres ‘supremo sacerdocio’ o ´cumbre del ministerio sagrado´. Ahora bien: la consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también los de enseñar y regir, los cuales, sin embargo, por su naturaleza, no pue­den ejercitarse sino en comunión je­rárquica con la Cabeza y miembros del Colegio… los Obispos en forma eminente y visible, hacen las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y obran en su nombre” (LG 21). La clave para el ejercicio del minis­terio episcopal está en la Comunión, afectiva y efectiva en el hoy de la historia con el Papa Francisco, como sucesor de Pedro y con la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, misterio que se hace presente en cada diócesis, donde está un Obispo legítimamente constituido y que a la vez es garantía de la sucesión apostó­lica, enseñanza que a la vez retoma Apare­cida cuando afirma: “Reunida y alimen­tada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia Católica exis­te y se manifiesta en cada Iglesia Particu­lar, en comunión con el Obispo de Roma. Esta es, como lo afirma el Concilio, ‘una porción del pueblo de Dios confiada a un Obispo para que la apaciente con su presbi­terio” (DA 165). En virtud de esa institución divina, los Obispos representan a Cristo, de manera que escucharlos significa es­cuchar a Cristo. Así pues, además del sucesor de Pedro, también los otros sucesores de los Apóstoles represen­tan a Cristo pastor. Esto lo enseña el Concilio: “En la persona de los Obis­pos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, pontífice supre­mo, está presente en medio de los fieles” (LG, 21), realidad que tiene raíces en el Evangelio: “Quien los escucha ustedes, a mí me escucha (Lc 10, 16). De tal manera, que escuchar al Obispo sucesor de los Apóstoles es escuchar a Nuestro Señor Jesucristo. Los invito a que en espíritu de comu­nión, todos vivamos este comienzo de una nueva etapa, como diócesis en camino sinodal y en salida misionera. Por voluntad de Dios y llamado de la Iglesia, en cabeza del Papa Francisco, vengo a caminar con ustedes, con la convicción que yo los voy a escuchar, ustedes me van a escuchar y juntos vamos a escuchar al Espíritu Santo, que nos iluminará para discernir la Voluntad de Dios para este momento de nuestra historia diocesana, que será estar en salida misionera, buscando a los que están alejados, siguiendo el espíritu de la enseñanza de Apareci­da cuando afirma: “La Diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una ‘comunidad misionera’, cada Diócesis necesita robustecer su conciencia misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo en el ámbito de su propio territorio y responder adecua­damente a los grandes problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu materno, está llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no partici­pan en la vida de las comunidades cristianas” (DA 168). Con este buen propósito nos pone­mos bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, Estrella de la Evangelización, que nos protege y ampara y del Glorioso Patriarca San José nuestro patrono, que custodia nuestra fe, esperanza y caridad. Que ellos nos alcancen de Jesucristo todas las bendiciones y gracias necesarias, para emprender esta experiencia en camino sinodal y en salida misionera, para mayor gloria de Dios y salvación nuestra. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo electo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 7 Dic 2020

El Obispado Castrense tiene nuevo obispo

Se trata de monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, quien hasta el momento de su nombramiento era obispo titular de Cúcuta y ahora sucederá a monseñor Fabio Suescún Mutis, a quien el Papa Francisco le aceptó la renuncia por límite de edad. La Diócesis Castrense de Colombia, también conocida como Obispado Castrense de Colombia y Ordinariato Militar de Colombia, siendo esta última su denominación oficial,​ es una iglesia particular católica encargada de atender el servicio religioso de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional, e, igualmente a sus familias en cualquier parte del país. La Diócesis Castrense ejerce su jurisdicción en forma personal, no territorial, su sede episcopal se encuentra en Bogotá y está vinculada a la Provincia Eclesiástica de esta ciudad, por lo cual es sufragánea de la Arquidiócesis de Bogotá. BIOGRAFÍA DE MONSEÑOR VÍCTOR MANUEL OCHOA CADAVID Es oriundo de Bello (Antioquia), territorio de la Arquidiócesis de Medellín, el 18 de octubre de 1962. Realizó sus estudios de primaria en la Escuela de Marco Fidel Suárez de Bello y los de bachillerato en el Liceo de la Universidad de Antioquia. Luego cursó los ciclos filosófico y teológico en el Seminario Conciliar de Medellín. Recibió la ordenación presbiteral de manos de Su Santidad Juan Pablo II el 5 de julio de 1986, durante el viaje apostólico del Pontífice a Colombia. Ya ordenado, adelantó en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino “Angelicum”, en Roma, la licenciatura en Filosofía y, más tarde, obtuvo el doctorado en el mismo centro académico. Durante su ministerio, Monseñor Víctor Manuel ha desempeñado los siguientes cargos: Vicario Parroquial del Santuario de Sabaneta (Antioquia) Secretario Adjunto del Economato del Seminario Conciliar de Medellín. Formador en el Seminario Conciliar de Medellín. Director de la Casa de Formación de la Arquidiócesis de Medellín, en Roma. Entre 1989 y 2006, prestó su colaboración a la Santa Sede como Oficial de la Pontificia Comisión para América Latina. Director de la Domus Internationalis Paulus VI, casa de hospitalidad de la Santa Sede desde el año 2002, hasta su nombramiento como Obispo titular de San Leone, en 2006. Fue distinguido con el título de capellán de Su Santidad el 15 de abril de 1995. Su Santidad Benedicto XVI lo nombró obispo auxiliar de Medellín, titular de San León, el 24 de enero de 2006, y el 1º de abril del mismo año recibió la ordenación episcopal. El 24 de enero de 2011, Su Santidad Benedicto XVI lo nombró obispo de la Diócesis de Málaga – Soatá y tomó posesión canónica de la misma el 5 de marzo de 2011. El 24 de julio de 2015, Su Santidad Francisco lo nombró obispo de la Diócesis de Cúcuta y tomó posesión canónica de la misma el 15 de agosto de 2015.

Mar 1 Dic 2020

Preparad los caminos del Señor, el ADVIENTO

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Vivimos tiempos difíciles, y en medio de la crisis de salud que ha provocado la COVID-19, la terrible situación invernal que ha hecho sufrir a mu­chos, nos disponemos a iniciar un nuevo Año Litúrgico, ya que el ca­lendario de las celebraciones de la Iglesia se rige, no por la sucesión de días y meses que se registran en el almanaque, sino por una forma muy especial de contar el tiempo, el cual se basa en la fecha de la Pascua y que ordena todas las cele­braciones en un ciclo colmado de signos y celebraciones que cons­tituyen el Año Litúrgico, en este caso ya el 2021. Hemos concluido el Año Litúrgico con la Solemni­dad de Cristo Rey del Universo y comenzaremos este domingo, el santo Tiempo del Adviento. La Iglesia del Señor está llamada a dar gloria a su Dios. Su misión es anunciar con la Palabra, la vida y el culto, la presencia de Dios en la historia, manifestar a Cristo glo­rioso en medio de las realidades del mundo, celebrando visible­mente su triunfo sobre la muerte. Ya lo decimos en nuestras celebra­ciones: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús. Este es el centro de nuestra fe y, hacia este anuncio gozoso corre y trabaja todo nues­tro plan pastoral, queremos poner a Jesús en el corazón y en la vida de todos los hijos de la Iglesia. Iniciamos el Año Litúrgico con el tiempo del ADVIENTO, esta vi­vencia de la liturgia, nos pone de frente a las celebraciones con cua­tro semanas que preceden la santa Navidad, que siempre tiene fecha fija: el 25 de diciembre. La pre­paramos con un Tiempo de gracia que va permitiéndonos escuchar en la Palabra y celebrar en la li­turgia diaria, un camino recorrido por los profetas, animado por los consejos sabios de los Apóstoles, e ilustrado con la narración his­tórica de dos acontecimientos: el primero, el nacimiento de Jesús en la historia; el segundo, la segunda venida del Señor, la que espera­mos como consumación de la his­toria humana y victoria definitiva de Dios. El tiempo preparatorio se lla­ma Adviento, se usan vestiduras moradas, se leen los profetas que anuncian a Cristo, se prepara su venida con oraciones que le di­cen al Señor que ven­ga nuevamente: “Ven, Señor Jesús”. Se des­taca en este Tiempo, la Virgen María, que nos enseña a esperar con fe la segunda venida del Señor. Son cuatro domingos de Adviento. En ellos se celebra la esperan­za y la alegría de saber que el Señor llega con su poder y con su paz a inundar los corazones de los que ama con la luz de la vida, con la fuerza renovadora de su amor. El Adviento se celebra en las cua­tro semanas anteriores al 25 de diciembre, comenzando, precisa­mente en esta última semana de noviembre. Nuestro ADVIENTO hemos de vivirlo en la realidad concreta de una sociedad que ne­cesita reavivar la esperanza, pro­mover una experiencia de caridad con tantos signos de dolor como los que vive el mundo, vivir estos días en la promoción de la frater­nidad que, a la luz del Evangelio se llama: caridad. Hay signos muy especiales para este Tiempo: En primer lugar, el mismo tiempo ya es un signo. Cuatro domingos y cuatro semanas que nos recuerdan la preparación del pueblo de Is­rael para la llegada del Mesías, la voz de los profetas que anuncian la presencia del Señor y Salvador, la figura protagónica de San Juan Bautista que va disponiendo el resto de Israel, es decir, los pocos que aún esperaban la salvación, y que quiere advertir sobre la inmi­nencia del inicio de la misión de Jesús. Es central en el adviento la figura de María, la Virgen fiel, la Madre de la esperanza, que se convierte en sigo de fidelidad y en mo­delo de fe para todos nosotros. Nuestro Adviento debe ser una escuela de caridad, iluminada por la fe y la esperan­za, nos debe renovar en el deseo de ser pre­sencia del Señor en el corazón de tantos que sufren, ser signo del amor de Dios en la vida de quienes nos muestran en su ros­tro doliente la llamada del Señor, a vivir más fraternalmente, a es­tar cerca de los enfermos, de los niños, de los ancianos, de tantas realidades en las que este tiempo de celebración y de alegría se ve ensombrecido por el flagelo de la enfermedad y la pandemia. Es tiempo de anuncio de la Palabra en una predicación esperanzadora, en una promoción de muchos y muy significativos momentos de evangelización: la Fiesta de la In­maculada, fiesta de luz y de espe­ranza; la Novena de Navidad, que entre nosotros es “madrugarle a la esperanza” para abrir con el cla­rear del día unas jornadas de anun­cio del Evangelio y de gozosa pro­clamación de una fe que reconoce en Jesús el que nos libra “de la cárcel triste que labró el pecado” y el que quiere ser “consuelo del triste y luz del desterrado”. Desde ahora, los invito a usar con gran alegría, todos, la Novena de Navi­dad que ha preparado el Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta y que pueden encontrar en sus parroquias. Adviento es entonces una escuela de esperanza, una escuela de con­fianza, unas jornadas en las que adornamos el corazón con la luz de la fe y llenamos nuestras vidas con la certeza del amor de Dios que nunca abandona a sus hijos amados. En este tiempo nos llenamos de luces, de signos externos, que nos tienen que llevar a Jesucristo, que es la “luz de las gentes”, que alum­bra la tiniebla del pecado y del mal en el mundo. Él pone su luz dónde hay tristeza, muerte, desesperan­za. Que vivamos con respeto y si­lencio, con esperanza este tiempo que nos prepara a un encuentro con el Evangelio viviente del Pa­dre, Jesucristo mismo. Miremos al pesebre con espe­ranza, con los ojos puestos en la Santa Virgen y en San José, que se dedican a servir a Dios, esperan­do al Salvador y Redentor. Buen ADVIENTO para todos, para sus familias. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta