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Opinión

Lun 18 Sep 2017

Las últimas horas del “Mártir de Armero”

Por: P. Jorge Enrique Bustamante Mora - Pedro María Ramírez ya es Beato, desde el 8 de septiembre, pero el pueblo desde hace décadas lo llama “El mártir de Armero”; algunos se preguntan porque lo hicieron beato. En sencillo, por tres razones: 1. Porque vivió de manera extraordinaria las virtudes cristianas; 2. Porque en su vida y sobre todo en su muerte se descubren rasgos heroicos en la vivencia de la fe; 3. Porque su muerte fue por la fe, por amor a la Iglesia y su mensaje de salvación. Su martirio no es una muerte más, es una entrega oblativa por amor a Dios aceptando valerosamente el camino de la muerte violenta sin buscarla y de igual modo sin huir de ella. Las noticias del “Bogotazo” lo sorprendieron, ese 9 de abril en la tarde, regresando del hospital de visitar a los enfermos; al llegar al templo, hizo el traslado del Santísimo a la capilla del Colegio de las Madres Eucarísticas, con ellas y las alumnas rezó el rosario y otras oraciones; permaneció en ésta capilla en oración, aquí lo sorprendió el primer ataque al tempo con piedras y palos; se registró un segundo ataque hacia las 5:00 p.m., la turba ebria de alcohol e injustificada cólera contra la Iglesia derribó a machetazos las puertas; el padre permanecía en la capilla de las hermanas arrodillado frente al Santísimo, a quien él llamaba, “el Amito”; en este ataque un hombre con machete en mano le dijo: “por esta cruz que en estos días lo mato”. Comió poco, y se acostó hacia la media noche en un lecho adecuado en medio de las ruinas de la destrucción vandálica. Madrugó, a las 5:30 am celebró con las religiosas su última eucaristía, aunque todo este sábado estuvo preocupado por la celebración de las tres misas del domingo. Después de las ocho de la mañana expidió, a petición de un anciano interesado, un certificado para sepultar a una niña; informado de los detenidos y heridos fue a la cárcel a prestar sus servicios, regresó triste porque un herido no quiso recibir el sacramento de la confesión. Su camino fue acompañado de expresiones: “¡metan ese cura a la cárcel!, ¡abajo los curas! ¡Curas asesinos!” El alcalde lo invitó a refugiarse en su casa y no regresar a la casa cural, el valiente sacerdote respondió, “Yo no dejo solos, a Jesús Eucaristía y a las madres”, refiriéndose a las religiosas. Ante las sugerencias de las hermanas y el sacristán de huir, dijo: “de ninguna manera, yo no huyo, porque cuantas veces entro en la capilla y consulto a mi Amito, Él me dice que permanezca en mi sitio”. A las doce tomó un ligero alimento y mientras comía confió un encargo a la Madre superiora pidiéndole que lo pusiera por escrito, ante la respuesta de la religiosa que no tenía fuerzas para escribir, él mismo pidió papel y lápiz y escribió su “Testamento Espiritual”, el que inicia con “De mi parte deseo morir por Cristo y su fe” y siguen sentidas acciones de gracias a su obispo, a su director espiritual, a su familia y a las Madres Eucarísticas; no sin manifestar su deseo de sufrir por su parroquia: “…ministro y sacerdote del pueblo, hoy Armero, por quien quiero derramar mi sangre”. Luego del almuerzo permaneció en la capilla en oración, revestido con roquete y estola; las que se quitó solo cuando era llevado al martirio, unos pasos antes de llegar a la puerta que daba al parque se las quita y las entrega a una mujer, diciéndole: “Tome hija, guárdelos para que no los profanen” A las 4:40 pm. del 10 de abril, en la plaza de parque de Armero se sembró la palma victoriosa del martirio. Pedro María recibió el primer machetazo en la cabeza, cayó de rodillas y limpiándose la sangre de su cara con sus propias manos sacerdotales, dijo: “¡Padre, Perdónalos!¡Todo por Cristo! Recibió un segundo machetazo y un violento golpe en la nuca con una varilla, a este punto todo está consumado. Sus últimas horas fueron la vivencia heroica de la fe; estuvieron marcadas por la profunda convicción de una íntima espiritualidad sacerdotal. La amenaza se recrudecía y él permanecía en su puesto de sacerdote y en favor de su pueblo; rosario, oraciones, súplicas, vigilia, silencio meditativo, confianza absoluta en Jesús, preocupación por su ministerio y las misas dominicales, por sus enfermos del hospital a quienes visita, por sus heridos y presos asistiéndolos aún en medio de los más virulentos ataques de desprecio. Estas horas son las horas del hombre sacerdote, que revestido con sus ornamentos: sotana, roquete, estola dobla rodillas delante de su Amito y sabe escuchar a quien ha servido en su ministerio sacerdotal. Su preocupación sus dos amores: Jesús Eucaristía y el pueblo de Dios que se hace concreto en tantos necesitados y de manera particular en las “Madres” mujeres religiosas indefensas. Por toda esta vivencia heroica y única, el pueblo desde pronto lo llamó “El mártir de Armero”. No puedo dejar de alegrarme por la Iglesia colombiana, y pedir al beato Pedro María que ruegue por nuestra patria para que cese la violencia y florezca la paz; así mismo pedir su intercesión por la vida vocacional para que muchos jóvenes respondan valientemente al llamado del Señor y lo entreguen todo por amor a Cristo; que él, el “mártir de Armero”, nos alcance estos dones, y de manera particular para el Seminario y diócesis en la que él se formó y vivió su ministerio, Hoy la Arquidiócesis de Ibagué –Tolima, a la que orgullosamente pertenezco y en la cual Dios me formó y me concedió la gracia del Ministerio Sacerdotal. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Jesús el Amito! P. Jorge Enrique Bustamante Mora Director del Departamento de Doctrina y Animación Bíblica de la CEC [email protected]

Vie 15 Sep 2017

Gracias Papa Francisco por tanto

Por: Ismael José González Guzmán - Durante estos cinco días de visita y peregrinaje del papa Francisco por Colombia, hemos sido testigos de la gratuidad del amor de Dios, al escuchar del sucesor de Pedro, un mensaje que nos invita como sociedad a dar ese primer paso hacia una autentica cultura del encuentro, donde sea posible construir puentes que nos ayuden a experimentar desde la perspectiva del evangelio, la alegría, la esperanza, la paz, el perdón y la reconciliación entre todos los colombianos. El Papa nos ha recordado que el principio de la alegría, es saber que Dios nos ama con amor de padre, que no es selectivo y no excluye a nadie, porque todos somos importantes y necesarios para Él. Con esta consigna, no debemos tenerle miedo al futuro, tampoco a volar alto y soñar grande. Es momento de romper con esa atmosfera del relativismo y no acostumbrarnos al dolor y sufrimiento del otro, porque todos somos parte de algo grande que no une y nos trasciende; la sociedad. Es hora de comprometernos a descubrir esa Colombia que se esconde detrás de las montañas, la cual se constituye en una riqueza por la calidad humana de su gente, de aquellos hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso a los cuales les han robado la fe, la esperanza y la alegría a causa de la injusticia social. Nuestra historia de violencia, dolor, muerte y sufrimiento, bien puede ser leída desde el Cristo crucificado de Bojayá, mutilado y herido, pero con un rostro que nos mira y enseña, que el Señor no es ajeno al sufrimiento de su pueblo y que el odio no tiene la última palabra, porque el amor es más fuerte que la muerte y la violencia. Esto debe motivarnos a caminar juntos y transformar el dolor en fuente de vida y resurrección, para que junto al Señor aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor. Es hora de romper con el ciclo perverso que ha engendrado violencia, odio y muerte en Colombia. Esto sólo es posible, a través del perdón, la reconciliación y sobre todo con la verdad, compañera inseparable de la justicia y de la misericordia para construir la paz. La verdad no debe conducir a la venganza, sino más bien a contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos. Siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva. En el encuentro entre nosotros redescubrimos nuestros derechos, recreamos la vida para que vuelva a ser auténticamente humana. En efecto, la casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada. La historia nos pide asumir un compromiso definitivo en defensa de los derechos humanos y dar el primer paso es, salir al encuentro de los demás con Cristo, el Señor. Él nos pide siempre dar un paso decidido y seguro hacia los hermanos, renunciando a la pretensión de ser perdonados sin perdonar, de ser amados sin amar. Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. Gracias papa Francisco por tanto, ahora nos corresponde a nosotros los colombianos, acoger su mensaje y construir juntos aquellos puentes que nos permitan vivir en una Colombia en paz, reconciliada, unida y esperanzadora en el mañana. Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia [email protected][email protected] Twitter: @cenestrategico

Jue 14 Sep 2017

“Dignidad de la Persona y Derechos Humanos”

Reflexión a partir de la homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en Cartagena, el 10 de septiembre de 2017. El Papa comienza haciendo una contextualización: Cartagena de Indias es en Colombia la sede de los Derechos Humanos porque aquí como pueblo se valora que, gracias al equipo misionero formado por los sacerdotes jesuitas Pedro Claver y compañeros, nació la preocupación por aliviar la situación de los oprimidos de la época, en especial la de los esclavos, por quienes clamaron por el buen trato y la libertad. Luego, hace alusión al evangelio, ubicando literaria y contextualmente el relato, con la perícopa anterior, que habla de inclusión para juntarla con la del día, que habla de comunidad: “El texto que precede es el del pastor bueno que deja las 99 ovejas para ir tras la perdida, y ese aroma perfuma todo el discurso: no hay nadie lo suficientemente perdido que no merezca nuestra solicitud, nuestra cercanía y nuestro perdón. Desde esta perspectiva, se entiende entonces que una falta, un pecado cometido por uno, nos interpele a todos pero involucra, en primer lugar, a la víctima del pecado del hermano; ese está llamado a tomar la iniciativa para que quien lo dañó´ no se pierda”. Palabras como “perdido”, “perdón”, “víctima”, “iniciativa” aluden claramente a los actores que involucran el proceso de paz que vive Colombia. Pero es la actitud de Jesús en el evangelio. Consiguientemente, retoma los testimonios de las víctimas que escuchó en días pasados, testimonios de personas que han salido al encuentro de personas que les habían dañado, que demuestran que sí es posible este perdón. Y refiriéndose al lema que ha acompañado esta visita (el cual retoma al final), habla de los que han dado el “primer paso” en un camino distinto a los ya recorridos. Caminos que tienen que llevar al encuentro personal entre las partes. Pero, ¿quiénes son esas partes que intervienen en este acuerdo? Sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, las comunidades que aportan en procesos de memoria colectiva. El sujeto histórico que es la gente y su cultura, no una clase, una fracción, un grupo o una élite. No es un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural. Y, por supuesto, cada uno de nosotros también podemos hacer un gran aporte a este paso nuevo que quiere dar Colombia. En este complejo proceso de paz, el Papa aporta dando algunas claves o pistas: Este camino de reinserción en la comunidad comienza con un diálogo de a dos. Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador. Ningún proceso colectivo exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar. Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad. Que el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes. Generar «desde abajo» un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, respondemos con la cultura de la vida, del encuentro. «Este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los unos a los otros... una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación» (citando a Gabriel García Márquez, Mensaje sobre la paz, 1998) Y nos interpela a los creyentes: A preguntarnos ¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz? ¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida de nuestro pueblo? A que ¡nuestra voz se alce y nuestras manos acusen proféticamente! A iniciar, como san Pedro Claver, una corriente contracultural de encuentro y restaurar, como lo hizo él, la dignidad y la esperanza de centenares de millares de negros y de esclavos que llegaban en condiciones absolutamente inhumanas, llenos de pavor, con todas sus esperanzas perdidas. Como santa María Bernarda Butler, a dedicar la vida al servicio de pobres y marginados. Y retomando el tema del encuentro, habla de la dignidad de la sacralidad de cada vida humana, entendiendo: Cada hombre Cada mujer Los pobres Los ancianos Los niños Los enfermos Los no nacidos Los desocupados Los abandonados Los que se juzgan descartables La naturaleza creada. Como conclusión, señala que no se puede negar que hay personas que persisten en pecados que hieren la convivencia y la comunidad: El drama lacerante de la droga La devastación de los recursos naturales La contaminación La tragedia de la explotación laboral El blanqueo ilícito de dinero La especulación financiera La prostitución que cada día cosecha víctimas inocentes La abominable trata de seres humanos Los delitos y abusos contra los menores La esclavitud que todavía difunde su horror en muchas partes del mundo La tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad. Finalmente, nos invita a que recemos juntos; aunque con matices personales y distintas acentuaciones, pero que alce de modo conjunto un mismo clamor. Rezamos para cumplir con el lema de esta visita: « ¡Demos el primer paso!», y que este primer paso sea en una dirección común.Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. En definitiva, la exigencia es construir la paz, hablando no con la lengua sino con manos y obras y levantando juntos los ojos al cielo: “Él es capaz de desatar aquello que para nosotros pareciera imposible, Él ha prometido acompañarnos hasta el fin de los tiempos, Él no dejará estéril tanto esfuerzo.

Mié 13 Sep 2017

Remembranzas del Angelus del Papa en Cartagena

Por: Liliana Franco Echeverri, ODN:En la ciudad de Cartagena, tierra de contrastes, en la que las olas del mar golpean las murallas y las estructuras injustas menguan la vida de los más pobres, la voz del Papa resonó con fuerza a las 12:00 del día. Miles de personas se reunieron a las afueras de la tradicional Iglesia de San Pedro Claver. Desde allí el eco del Angelus alcanzó al mundo entero. De manera sencilla y con la profundidad que lo caracteriza, el Papa recordó dos historias: la de la Virgen de Chiquinquirá y la de San Pedro Claver. Historias que hablan de una opción decidida y total por los más pobres, por aquellos a quienes la sociedad y el sistema les niegan toda esperanza. En la Virgen de Chiquinquirá los más pobres siempre han encontrado la madre que abriga, consuela y dignifica y, en San Pedro Claver, al defensor de los derechos de los más vulnerados de la sociedad: los esclavos. Con firmeza el Papa expresó: “Todavía hoy, en Colombia y en el mundo, millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y por sus propios derechos”, insistió en su discurso antes de la oración en silencio. Con radicalidad evangélica expresó: “Son los pobres, los humildes, los que contemplan la presencia de Dios, a quienes se revela el misterio del amor de Dios con mayor nitidez”. Insistió que el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano y manifestó que los gestos reales de compromiso y servicio, evidencian la calidad del amor. Invitó a poner la mirada en aquellos que trabajan por recuperar la dignidad de las personas, quienes curan las heridas o atienden las necesidades básicas de los más pobres. La voz del Papa, hizo recordar la necesidad de orar y de trabajar para ayudar a todos los seres humanos a recuperar el esplendor de hijos de Dios. El Papa oró por todos los países latinoamericanos e hizo especial mención del hermano pueblo venezolano. Manifestó su cercanía “a los hijos e hijas de esa nación, como también a los que han encontrado en tierra colombiana un lugar de acogida.” Desde Cartagena, cede de los derechos humanos hizo un llamado, para “que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis”. Desde ese entrañable claustro, el Papa rezó el Angelus y oró en silencio en presencia de san Pedro Claver. Liliana Franco Echeverri odn

Mar 12 Sep 2017

“¿No ardían nuestros corazones?” (Lc. 24, 37)

Por: Orlando Escobar, C.M: El primer domingo de todos, Jesús Resucitado caminaba con sus discípulos que eran incapaces de reconocerle. Sólo después de que se marchó, comprendieron que era el mismo Jesús el que había estado compartiendo con ellos el pan y explicándoles las Escrituras, con lo cual no solamente inauguraron el primer domingo de la historia sino la primera Eucaristía después de la muerte de Jesús y desde su resurrección, es decir, la liturgia de la Palabra y la liturgia de la Eucaristía, por la que cada vez que la hacemos anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y suspiramos por la segunda venida del Señor. También un domingo como ése, el Papa Francisco se ha marchado para regresar a su sede en Roma. Un periodista de un prestigioso medio hablaba del “guayabo” que nos produce su ida, pero más que tristeza por su ida, nos queda la alegría por lo que nos dijo, por lo que vivió entre nosotros, en donde él mismo afirmó con humildad que había aprendido; por los gestos tan cercanos y evidentes que manifestó a los que lo encontraron, por su atención a los que le hablaron, por su sonrisa natural y espontánea, propia de un ser humano como es él. Francisco en verdad ha dejado una huella en toda Colombia. Antes de su visita hubo críticas y temores que se superaron uno por uno. Tengo la impresión de que la mayoría en este país (nada laico como dijo en un trino el Exprocurador durante la Misa del jueves 7 de septiembre en Bogotá) quedó muy satisfecha con la visita de este líder moral, espiritual y religioso que ha tenido una palabra para todos, una bendición para los que se la pidieron, una mirada tierna y bondadosa. Soy hombre de fe, pero no exagero en decir que su visita en un regalo venido del Cielo que incluso nos ha ayudado mucho a poner los pies en la tierra, que nos ha invitado a tocar las heridas de la humanidad y a ponerle remedio de una u otra forma. Algunas faenas de la vida de Jesús eran parecidas a las de Francisco (Cf. Lc 4, 38-44), y Él prometió que sus discípulos harían cosas mayores (Cf. Jn 14, 12), y es verdad… No podemos no decir una palabra de agradecimiento al Gobierno Nacional y las alcaldías municipales de las ciudades donde estuvo, a la Fuerza Pública, a los medios de comunicación, a la Iglesia principalmente, e incluso a la empresa privada que ha puesto sus poderosos medios al servicio de esta Visita, y a todos los que han trabajado para el éxito de la misma, el cual ha sido evidente desde todo punto de vista. Gracias a Dios que permitió que todo saliera bien, sólo un pequeño incidente menor en Cartagena del que seguramente se aprenderá. Todos hemos quedado muy contentos, y sobre todo aquellos que pudieron tocarlo, estrechar su mano, escuchar una palabra personal, etc. A todos los Colombianos él nos dijo algo importante, tal como lo hizo Jesús a los inicialmente frustrados discípulos de Emaús, que después de darse cuenta quién les había hablado no dudaron en dar media vuelta para retornar todos contentos a Jerusalén y relatar lo que habían vivido. Francisco se ha ido, pero nos ha dejado un contundente mensaje que debemos repasar, orar y poner en práctica. Principalmente su mensaje fue, como sabemos, el mismo de Jesús, es decir, reconciliarnos, perdonarnos, no volver a usar la violencia ni con hechos ni con palabras, ayudar a sanar las heridas causadas por el conflicto, recuperar la esperanza, no dejarnos robar la alegría, ser buenos porque basta uno sólo para que haya futuro, valorar la vulnerabilidad, entender que los mendigos y los pobres son los verdaderos protagonistas de la historia, escucharnos, orar por los amigos y por los enemigos, y también por favor, orar por el Papa, porque su tarea es grande, para que la siga haciendo como la ha hecho hasta ahora. Colombia no debe ser la misma de aquí en adelante. ¡Que Dios, la Virgen de Chiquinquirá y los nuevos Beatos colombianos nos ayuden! Orlando Escobar, C.M.

Sáb 9 Sep 2017

En la fiesta del nacimiento de la Virgen María Colombia engendra dos nuevos Beatos

P. Orlando Escobar, C.M. - En el día más esperado por el Papa Francisco desde que llegó a Colombia (como él lo dijo en Villavicencio), durante la Eucaristía ante unos 500 mil fieles (los mismos habitantes que tiene la Ciudad), él mismo, con su autoridad, proclamó dos nuevos Beatos, Mons. Jesús Emilio Jaramillo, Obispo de Arauca, y el P. Pedro María Ramírez, Mártir de Armero. La fiesta del primero se celebrará en adelante el 13 de octubre, y la del segundo, el 24 del mismo mes. Mons. Óscar Urbina, Arzobispo de Villavicencio, pidió la beatificación de ambos, y Mons. Jaime Muñoz, actual Obispo de Arauca, hizo una breve reseña de su Antecesor, mientras que Mons. Fabio Duque, Obispo de Garzón, también hizo una reseña del sacerdote huilense. Sendos cuadros de cada uno de los nuevos Beatos fueron descubiertos a la vista de todos, los cuales fueron acompañados por sus respectivas reliquias. En adelante podrán ser venerados en Colombia y en toda la Iglesia Universal. La historia del cruento asesinato de estos dos hombres se confunde con la de una nación atravesada por mucha violencia y muerte, de la que los prelados no han sido la excepción. Por eso también esperamos los colombianos un pronto gesto de reconocimiento oficial del ELN por la muerte violenta del Obispo, pero mucho más, deseamos comenzar una historia nueva después de esta visita del Papa que ha venido a alentarnos en el perdón que él invita a que pidamos y a que demos. La sangre de estos dos Mártires es también expresión de paz de un pueblo “que quiere salir del pantano de la violencia y del rencor”, como él mismo lo afirmó en su homilía. El martirio de este Obispo y de este Sacerdote no se improvisó. Murieron mientras ejercían su ministerio en nombre de Cristo. Mons. Jesús Emilio era un místico que deseaba un mártir para su Instituto de Misioneros de Yarumal, del que fue Superior General. Tal vez él mismo no sabía que Dios lo llamaba a esta suprema ofrenda de su vida consumada en Arauquita (Arauca), el 2 de octubre de 1989. Casi 40 años antes, el mismo día de su martirio, 10 de abril de 1948, el P. Pedro María había escrito: “De mi parte, deseo morir por Cristo y su fe. Al excelentísimo señor obispo mi inmensa gratitud porque sin merecerlo me hizo ministro del Altísimo, sacerdote de Dios y párroco hoy del pueblo de Armero, por quien quiero derramar mi sangre. […] A mis familiares, que voy a la cabeza para que sigan el ejemplo de morir por Cristo.” Como lo dijo el Santo Padre en el Encuentro de Reconciliación el viernes 8 de septiembre en Villavicencio, en horas de la tarde, toda muerte violenta es una herida a humanidad. El Cristo de Bojayá que precedía esta inolvidable oración, sin manos y sin pies, es más Cristo, que no ha perdido su rostro sereno, nos interpela, pero necesita ser restaurado en la carne de todas las víctimas. Un Obispo asesinado a balazos y un sacerdote a machetazos, desgraciadamente, son una herida a la humanidad de Colombia que ponemos a los pies de ese Jesús para que nos restaure con su misericordia. El testimonio de las víctimas que hablaron durante este Encuentro nos demuestra que sí es posible el perdón, que hay que salir de sí mismo para enriquecerse, para emprender un caminar espiritual ágil y sin muletas… Pero ha dicho el Papa, “también hay esperanza para quien hizo el mal”, hay futuro, hay perdón. Al País le dijo: “Colombia, abre tu corazón a la Palabra de Dios, déjate reconciliar, no tengas miedo”. Y nos invitó finalmente a comprometernos a restaurar el cuerpo de Cristo, el de Bojayá, el del Obispo y sacerdote asesinados y ya hoy en la gloria, pero sobre todo el de las víctimas que son tantas (8.472.134, dijo en su discurso Mons. Urbina), que están en medio de nosotros y ante quienes no podemos permanecer indiferentes; sus historias son dignas de ser escuchadas, lloradas y nunca más repetidas.

Sáb 9 Sep 2017

Liturgia de reconciliación

Por Edwin Raúl Vanegas Cuervo, Pbro. - La tarde del viernes en Villavicencio se ha convertido en una expresión inagotable de misericordia por parte del Papa Francisco. Esta expresión del amor de Dios no sólo se ha dado en sus palabras, sino además, en cada gesto que expresó, tal y como lo advirtió al comienzo de su discurso cuando ha dicho que sentía estar pisando un «terreno sagrado». La sacralidad que ha dado a nuestra tierra la sangre de muchos hombres y mujeres asesinados por causa del conflicto armado. Tierra ensangrentada en la que se pueden descubrir las huellas del pueblo de Dios. Tierra de hombres y mujeres heridos que son las mismas heridas del Cristo quien lleva consigo las heridas de la «carne de la humanidad». De modo especial resaltamos cómo el Papa Francisco entiende la actitud cristiana frente a las víctimas y esto se expresa cuando ha dicho: «He querido estar cerca de ustedes, mirarlos a los ojos, para escucharlos, y si me lo permiten, quisiera también abrazarlos, y si Dios me da la gracia desearía llorar con ustedes». Mirar, escuchar, abrazar y llorar, este ha de ser el verdadero camino de la reconciliación. No es suficiente con hacer visibles a las víctimas, es necesario acercarse a ellas, entrar en su vida sin temores y sentir con ellas, eso es la compasión. «El Cristo de Bojayá, tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Porque ver a Cristo sin brazos y sin piernas nos duele, sin embargo, verlo así roto es verlo aún más Cristo». El rostro del Cristo de Bojayá que nos mira, también nos enseña que él ha venido a sufrir por su pueblo y con su pueblo. Nos muestra que el odio no tiene la última palabra, sino que en él sentimos la presencia del perdón y del amor. A través de esta imagen, el Santo Padre, nos ha hecho una clara teología de la Cruz que se complementa con los testimonios de las cuatro personas que narraron lo que han vivido y cómo han venido uniendo sus vidas a la cruz de Cristo. El dolor y el sufrimiento de la víctima al ser alcanzados por la Cruz del Señor se convierten en amor, perdón y ejemplo de sanación para todos, «porque de una u otra manera todos hemos sido víctimas». Por último, es de rescatar la contundencia con la que se expresó acerca de la verdad que exige ser asumida en todas sus dimensiones para que sea «verdadera compañera de la justicia y la misericordia». Además, una advertencia sobre la cizaña que aún puede permanecer en nuestra tierra para impedir avanzar en los caminos de la justicia, la reconciliación y la reparación. No olvidar que incluso para quienes han obrado el mal hay Esperanza. Esta tarde, que se ha cerrado con la oración frente a la imagen de Cristo mutilado, nos ha reconciliado entorno a un abrazo sincero de paz. Podemos decir que las palabras y gestos del Papa iban dirigidos con la misma misericordia y amor tanto para la víctimas y los victimarios y que en el gesto de la paz se abren caminos de esperanza para todos. La reconciliación necesita de las dos partes que seamos capaces de encontrarnos, escucharnos, abrazarnos y llorar juntos, para que unidos y en paz no vuelva a repetirse el dolor y el sufrimiento que hemos vivido en nuestro país. Gracias Papa Francisco por enseñarnos a ser artesanos de la reconciliación y la paz.

Vie 8 Sep 2017

Las puertas de la Catedral Primada de Colombia se abrieron para acoger al Papa Francisco

Por: Liliana Franco Echeverri, odn - Alrededor de mil personas, se dieron cita al interior del Templo desde tempranas horas de la mañana, con el propósito de encontrarse con su Pastor. Al fondo, muy cerca del altar principal, estaba Ella, la Madre, la Virgen de Chiquinquirá, Patrona y Reina de Colombia... Ella, a la espera del peregrino del Evangelio. A su paso, repleto de bondad y capaz de un gesto de ternura y misericordia para cada persona, se escucharon los acordes de la canción: tú eres Pedro. Mientras tanto en el interior de cada uno de los asistentes fue resonando la certeza de que la identidad de la Iglesia es universal y en torno a la Madre, todos somos hermanos. Su paso sereno y misericordioso lo condujo hasta Ella y allí, presencia y silencio.... Oración, que seguramente fue plegaria por su pueblo, abandono en las manos de María, la madre que nos conduce a Jesús y nos hace más aptos para el amor y la misericordia. Las letanías a la hija de nuestro pueblo, nos hicieron sentir en sintonía con el Pastor que siempre recurre a María, y se abandona confiado en sus brazos de Madre. Liliana Franco Echeverri, odn