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Monseñor Jaime Prieto, testimonio de evangelización de lo social
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Por: Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria - Identificar conflictos y sus caminos de transformación. Dialogando con la sociedad y con otras perspectivas de análisis.
En las décadas recientes, los colombianos han reconocido el papel dinámico de la Iglesia Católica y en particular de la Conferencia Episcopal en la búsqueda de la paz y de la reconciliación. Con frecuencia se ven en los medios de comunicación documentos en los cuales se han elaborado propuestas con sentido constructivo frente a la situación de conflictos internos y simultáneamente declaraciones críticas frente a situaciones y estructuras consideradas como contrarias a la convivencia entre los colombianos.
Igualmente, los integrantes de la Iglesia han conocido particularmente entre los años 2000-2010 las consecuencias de un clima de violencia que ha tocado con la vida de todos los sectores de la nación, un número significativo de agentes pastorales han sido asesinados incluyendo un Arzobispo, Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, catequistas, etc.
Las posiciones de la Iglesia son con frecuencia objeto de análisis y de controversia en los medios de comunicación y en los debates públicos, lo cual refleja el grado de importancia que revisten las posiciones de la comunidad católica en estos temas.
La Iglesia Colombiana ha reflexionado a varios niveles sobre su rol en la construcción de la paz en el país. Son numerosos los sectores eclesiales que han intervenido en la reflexión sobre las respuestas a estos y otros interrogantes. La Conferencia Episcopal no dejó nunca de elevar su voz sobre los grandes desafíos del país. De otro lado este ejercicio de cuestionamientos e interrogantes ha abierto la posibilidad de escuchar a otros actores de la sociedad colombiana que han hecho aportes muy significativos en la reflexión en medio de los enfrentamientos directos, de los actos de terror y de violencia generalizada. Los documentos del magisterio católico tienen una larga tradición de elaboración en el nivel universal sobre las posibilidades de los diferentes sectores de la comunidad católica y del país.
Desde la década de los 80 se ha intensificado en la Iglesia colombiana la reflexión sobre la caracterización de la situación que vive Colombia y sus diversas violencias para dar una mejor perspectiva del papel de la Iglesia frente a los múltiples desafíos. Una gran necesidad ha sido el llegar a definiciones sobre el papel de la Conferencia Episcopal frente a los retos enormes del presente y la forma como se integran los diversos sectores de la Iglesia en la búsqueda de alternativas u opciones de transformación frente a la situación de enfrentamientos que han sacudido a Colombia a lo largo de los siglos.
En la búsqueda de respuestas frente a la situación del país, la Iglesia Católica en Colombia ha tenido que hacer muchos aprendizajes de otros países en América Latina y el Caribe, pero bajo muchos aspectos se ha visto ante situaciones completamente novedosas. A diferencia de otras situaciones eclesiales, en Colombia no se trata de una Iglesia que responde a los retos de una dictadura militar, tampoco se trata de un país en el cual los bandos en conflicto están tan diferenciados en dos grupos como en otros casos. Este hecho ha exigido un ejercicio de aprendizaje y reflexión junto a otras perspectivas de análisis y de pensamiento.
El dialogo con distintos actores de la sociedad colombiana ha llevado a la Iglesia a tomar posición frente a la definición de la situación que vive el país, que ha sido caracterizada en numerosos documentos del episcopado como un “conflicto armado interno” entre sectores enfrentados desde hace décadas y por otro lado la definición de que la salida tendrá que pasar por una negociación justa.
Desde la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa los Obispos de este organismo han sido un eje de reflexión permanente y de diálogo con diferentes sectores de la sociedad colombiana. Esta Comisión, desde el mandato recibido de la Conferencia Episcopal, ha representado el rostro de “una Iglesia en salida”, en diálogo e interacción con una sociedad muy viva en sus aspiraciones de paz, justicia y reconciliación.
Esto ha posibilitado el que la Conferencia Episcopal haya entrado en interlocución con otros sectores de la sociedad civil y del Estado para definir mejor su papel en el campo de la construcción de la paz y lo específico de sus aportes a la misma, así como para abordar temas como “el orden público”, “la negociación política del conflicto armado”, “la seguridad democrática”, etc.
Al lado de esa complejidad, la Iglesia ha resaltado el hecho de que existe una dinámica comunitaria y regional esperanzadora por la riqueza de una variedad enorme de propuestas para construir la paz desde la base. La Conferencia Episcopal ha resaltado el hecho de que “en cada colombiano hay capacidad de construir algo nuevo”. Es justamente este hecho el que ha permitido que se pueda asumir la voz de todos los sectores sociales que en su nivel están comprometidos con la construcción de un proyecto nuevo de nación.
El acercarse bajo la óptica de leer “los signos de los tiempos” es la posibilidad de reconocer la historia con sus acontecimientos y en medio de ella descubrir el misterio de la presencia de Dios y su querer. Allí está en gran parte el aporte de la Iglesia en el diálogo.
Como fruto de esos diálogos y encuentros con los distintos sectores sociales se han definido mejor las posibilidades de intervención en el conflicto armado. Los roles asumidos por la Conferencia Episcopal que son más conocidos públicamente han tenido que ver con la facilitación, la tutoría moral, la intermediación, en varios casos de negociaciones entre el Estado y actores armados irregulares. Esto hace que hoy muchos consideren a la Iglesia Católica como un actor muy importante o fundamental en la construcción de acuerdos de paz con los diferentes grupos armados tanto de la guerrilla como de los paramilitares o autodefensas.
La Iglesia Católica ha prestado sus servicios a las negociaciones de paz bajo la perspectiva de que al mismo tiempo se deben dar pasos que lleven a que el país tenga una política nacional permanente de paz: “La Iglesia Católica Colombiana ha expresado en su trabajo por la paz un concepto de Política Nacional Permanente de Paz o Política de Paz de estado” como una guía para la construcción de la paz que debe tener los siguientes elementos: Consenso Nacional. La política de paz de estado debe ser fruto de un gran consenso nacional, que consulte el interés nacional y no dependa de intereses particulares o de grupos. Por ello deben participar en su elaboración y ejecución todos los sectores representativos de la nación….”.
El concepto de fondo sobre la participación de todos los sectores en la construcción y ejecución de una política de paz, ha llevado a que se creen espacios de reflexión nacionales, regionales y locales en los cuales se promueve la formación en la participación ciudadana y en la construcción de la paz desde la base. La perspectiva de lograr la paz después de décadas de confrontación y de millones de víctimas exige un proceso participativo y una pedagogía en todos los ámbitos de la sociedad. Ambas cosas: el proceso participativo y la pedagogía que le deben acompañar han sido poco a poco definidos a lo largo de miles de encuentros y experiencias comunitarias.
El trabajo desde la Iglesia por la participación ciudadana y la pedagogía de la paz reconoce que existen distintos escenarios y la construcción de la paz, pero que no son compartimentos separados sino que deben estar en relación estrecha. Por un lado está el escenario de la negociación del conflicto armado, en el cual participan sectores del Estado, de las organizaciones al margen de la ley, otras instituciones involucradas y facilitadores; otro escenario tiene que ver con la conformación y fortalecimiento de la sociedad civil organizada con capacidad de interlocución frente a los múltiples conflictos que atraviesa la sociedad al menos un tercer escenario es el de la construcción de estructuras que aseguren la justicia social y la convivencia desde la base. Allí quienes actúan desde la pastoral encuentran el reto de dialogar para transformar la forma como se expresan y simbolizan los aspectos más profundos de las relaciones en torno a la convivencia.
En 1996 el país estaba entrando en una dinámica cada vez más compleja de conflicto y de intentos de negociación política. En ese contexto la Conferencia Episcopal nombra a Monseñor Jaime Prieto, Obispo de Barrancabermeja, como Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa.
Monseñor Jaime identifica ese momento como la encrucijada histórica para fortalecer la capacidad de construir puentes y de llevar el mensaje del Evangelio a los complejos escenarios de “lo social” en los cuales el debate era intenso y desafiante por la emergencia creciente de sectores sociales y de la que se constituiría cada vez más como la sociedad civil con enfoque en la construcción de la paz. Pensar un proyecto de país abierto a esa construcción fue uno de los grandes centros de atención de Monseñor Jaime, al cual le dedicaría gran parte de sus energías de Pastor y hombre de fe.
Un proyecto de nación. La construcción de lo público
Al lado de esta labor de la Conferencia Episcopal, y estrechamente vinculada con ella, es la que ha posibilitado el avance de perspectivas sobre la construcción de un país reconciliado y con justicia social. “Hacia la Colombia que queremos” era el taller que los Obispos de Colombia realizaron en esos años para plantearse el modelo de país al que la Iglesia le está apostando.
Allí se hizo un análisis detenido en los campos de la economía y la pobreza, el aparato de justicia, la seguridad, en fin, los ejes claves de la vida nacional. La óptica de la justicia social y el compromiso con la misma ha tenido un peso tan importante que ha hecho que la Conferencia Episcopal adelante en todo el país programas en todos los órdenes para aportar a la superación de la inequidad que caracteriza las relaciones en Colombia. Inequidad y extrema pobreza son dos de los grandes retos que los Obispos han identificado en torno a la construcción de la paz.
Monseñor Jaime Prieto, en un comentario sobre el ejercicio de repensar a Colombia anotaba: “Veo importante la pregunta sobre qué tipo de Estado y para qué tipo de sociedad. Precisamente la pregunta que nos tenemos que hacer es qué tipo de Iglesia para qué tipo de sociedad”.
La reflexión en torno al proyecto de país ha conducido a una reflexión sobre la necesidad de aportar a la construcción de lo público como “aquel ámbito en el cual se exponen distintos puntos de vista, se tramitan y aceptan las diferencias”, como un espacio de pluralismo y de debate que permite la tolerancia y el reconocimiento del papel de la palabra en la construcción de un modelo nuevo de sociedad.
Para Monseñor Jaime era clave responder a la pregunta sobre el tipo de Estado, de sociedad y de Iglesia que se impone en un mundo tan cambiante y exigente en términos de participación ciudadana como el actual. Un perfil de Monseñor Jaime no puede olvidar esa faceta ciudadana y de compromiso con la democracia que le acompañó a lo largo de su vida episcopal.
El desarrollo de este rol de construcción de ciudadanía y de proyecto de país, ha colocado a la Conferencia Episcopal en interlocución estable con organizaciones de la sociedad civil y de la comunidad política.
Los encuentros ecuménicos con líderes de otras Iglesias y confesiones religiosas para dialogar sobre este proyecto de país compartido han dejado grandes lecciones. Con el tiempo se ha ampliado el rango de acciones y campañas que tienen un carácter ecuménico en Colombia.
Algo que puede ayudar a comprender el rol de la Iglesia Católica en la construcción de país ha sido la participación en la discusión y concertación sobre el plan de cooperación internacional con Colombia. El llamado proceso Londres – Cartagena, que fue seguido muy de cerca y apoyado decididamente por Monseñor Jaime, ha convocado a sectores de la sociedad civil y les ha creado condiciones de diálogo con la comunidad internacional y con el gobierno colombiano sobre las prioridades y ejes de la cooperación internacional. Es tal vez este un escenario estable de diálogo sobre la problemática del país y el rol de la comunidad internacional en la perspectiva de la paz que tiene un impacto mayor por la magnitud de los temas que se discuten, tales como el de la vigencia de los derechos humanos en Colombia. Entre los sectores sociales que han participado activamente a lo largo del proceso se encuentra la Pastoral Social Nacional bajo el liderazgo de Monseñor Jaime.
Otro escenario muy importante ha sido el de los diálogos con organizaciones sociales involucradas en la construcción de la paz en Colombia. La Conferencia Episcopal ha participado activamente de estos espacios por medio del Secretariado Nacional de Pastoral Social, con el compromiso decidido de todos los Obispos que la componen.
El caminar simultáneo en la búsqueda de un proyecto de país con relaciones justas y equitativas, al lado del ejercicio de construcción de puentes con los bandos enfrentados son dos ejes a los que habría que unir el compromiso con los desplazados y las víctimas del conflicto armado, todo bajo una perspectiva de lo que es propio de la misión de la Iglesia que es el compromiso con el Evangelio y con el anuncio de la vida que da el Resucitado.
“El clima que hace posible la realización de la gran tarea de la edificación de un mundo en paz es el de la preocupación por la justicia, concebida en un sentido profético. Además de esto, el fundamento de esa gran tarea lo constituye, desde la perspectiva evangélica a la que siempre tiene que recurrir la Iglesia, lo que hemos llamado el ideal de una civilización del amor y de una cultura de la misericordia”.
El rol humanitario
En 1996 no existía un documento que alertara sobre el problema del desplazamiento forzado interno en Colombia. En ese momento la Conferencia Episcopal tomó la decisión de adelantar una investigación nacional y regional para llamar la atención de las autoridades y del país sobre la grave situación que vivían las víctimas del conflicto colombiano. Desde entonces las problemática del desplazamiento forzado han sido seguida y analizada por organismos de Naciones Unidas, de la sociedad colombiana y ahora se cuenta con una ley que hace de marco de atención estatal a las víctimas de este flagelo.
Una resolución de la Corte Constitucional que obliga a la atención inmediata de las urgentes necesidades de esta población es uno de los resultados de la acción que la Iglesia inició en ese momento. Al conmemorar los 10 años de la primera investigación, la Conferencia Episcopal por medio del Secretariado Nacional de Pastoral Social dio un nuevo documento de seguimiento y actualizó las recomendaciones que elaborara inicialmente. Este proceso que ha estado en el corazón de la Conferencia Episcopal como expresión de su opción por las víctimas y los más necesitados fue altamente animado por Monseñor Jaime quien asumió y encarnó este compromiso como representante de la Iglesia en el campo social.
El trabajo del Secretariado Nacional de Pastoral Social ha incluido un programa especial de investigaciones en el campo del desplazamiento y de la situación de las víctimas del conflicto con el fin de dar recomendaciones al gobierno nacional, a la comunidad internacional y para orientar las acciones que la Iglesia adelanta en el campo de la prevención de las violaciones a los derechos humanos, la atención y protección de las víctimas y la labor de largo plazo de restitución de sus derechos.
Todo esto ha llevado a que la Iglesia colombiana en su trabajo en el terreno haya claramente optado por trabajar al lado de los que sufren y de las víctimas. Habría varios niveles en el trabajo al lado de los que sufren: uno es el investigativo del cual hacen parte los trabajos de las bases de datos sobre desplazamiento forzado: RUT y el de recuperación de la memoria histórica: TEVERE. Ambos programas aprobados desde su nacimiento por la Comisión Episcopal de Pastoral Social bajo el liderazgo de Monseñor Prieto Amaya.
Otro nivel hace parte de los planes de incidencia para lograr una mayor atención internacional y nacional frente a las víctimas, por ejemplo el haber dado inicio a una campaña internacional con la red Caritas que se enfoca todavía hoy sobre la crisis humanitaria en Colombia. Monseñor Jaime justamente participaba con regularidad en las reuniones internacionales del Grupo de Trabajo Colombia de Caritas sobre la situación humanitaria de paz en Colombia y su último viaje al exterior fue justamente para una de esas reuniones en Oslo donde tuvo una destacada intervención sobre la posición de la iglesia colombiana en esta materia. Mientras tanto acompañaba el trabajo junto a otras organizaciones sociales y redes de víctimas para lograr la elaboración y puesta en ejecución de la ley sobre desplazamiento forzado.
Las acciones emprendidas a favor de la población desplazada tienen una perspectiva de restauración de derechos y por lo tanto hacen parte de un esfuerzo más amplio de la Conferencia Episcopal y de la Pastoral Social de promover la defensa de los derechos humanos de todos los colombianos. De hecho existen nexos muy estrechos con organismos de derechos humanos no gubernamentales en Colombia y con organizaciones del nivel internacional para actuar conjuntamente en la promoción y defensa de la dignidad de cada hombre y mujer de Colombia.
Diálogos pastorales
La labor de la Iglesia en la facilitación de procesos de paz ha sido fuertemente avalada por su presencia junto a las víctimas y por su labor en todas las regiones del país con ellos.
El telón de fondo de todas estas intervenciones ha sido la construcción de formas de acercamiento y de crear confianza y espacios para la palabra. Entre estas posibilidades hay que recordar los “diálogos pastorales” como de ejercicios de encuentro y escucha con actores enfrentados para establecer puentes de comunicación y abrir posibilidades de encuentro. El diálogo pastoral es una figura que ha sido muy debatida en Colombia. En algunos momentos ha sido objeto de debate jurídico y legal, en otros se ha discutido sobre su pertinencia.
El dialogo pastoral tan valorado y defendido por Monseñor Jaime es un ejercicio eclesial que resulta de una reflexión y discernimiento desde el Evangelio sobre lo que exige el momento actual a la Iglesia local.
El Obispo con los integrantes de la comunidad eclesial analizan las circunstancias, las leen con perspectiva evangélica. Al final como responsabilidad de Iglesia el Obispo define el tipo de diálogo pastoral que más conviene. Es muy conocido este ejercicio fue muy promovido por Monseñor Jaime a nivel regional y nacional.
El dialogo pastoral puede estar orientado hacia asuntos prioritariamente humanitarios, como la liberación de secuestrados, la situación de personas amenazadas, la presión sobre comunidades para que se desplacen. Pero el diálogo pastoral puede ir más lejos hacia la búsqueda de caminos para la terminación de enfrentamientos tal como lo hizo Monseñor Jaime.
Por diálogo pastoral se ha entendido la posibilidad de explorar caminos en forma creativa y con gran imaginación pastoral, descubriendo posibilidades y fortalezas en los interlocutores pero sin dejar de lado la voz profética que denuncia el mal de la violencia y proclama la necesidad de construir formas diferentes de buscar los fines que se persiguen.
Lo que parecería muy importante es que la intervención de la Iglesia ha buscado legitimar el diálogo como forma de resolver las confrontaciones y conflictos que vive el país. Recuperar el valor de la palabra es una tarea difícil y muy exigente cuando se tienen décadas de confrontaciones armadas y multiplicidad de conflictos.
Otro elemento importante es que el rol asumido en cada proceso de negociación o de acercamientos para la paz ha sido previamente reflexionado en la Conferencia Episcopal para llegar a unas definiciones concertadas sobre los pasos a dar. Monseñor Jaime fue miembro desde la fundación de la “Comisión de Paz” del Episcopado que reúna a los Obispos que intervienen en cada uno de estos acercamientos. Hay una realidad muy significativa y es que un cuerpo como la Conferencia Episcopal mantiene la reflexión y la acción común frente a las distintas posibilidades. Indudablemente que las dinámicas y posibilidades que se establecen en los acercamientos cada grupo armado son muy diversas y es necesario un mecanismo que permita revisar lecciones aprendidas y avanzar en retos de largo plazo.
Una pastoral para la paz y la reconciliación
Uno de los aportes más significativos de Monseñor Jaime Prieto Amaya, el hombre del diálogo social con diversos y distantes, el hombre gran sensibilidad por las problemáticas humanitarias, el Pastor dedicado al discernimiento del querer de Dios para la Iglesia y el país, el incansable evangelizador de lo social, fue la pastoral de la paz y la reconciliación.
Si se pregunta por la estrategia que la Iglesia Colombiana ha desarrollado a la largo de estas décadas en materia de paz, la respuesta está en una serie de acuerdos y de principios que están consignados en documentos que se pueden aglutinar bajo el nombre genérico de “pastoral para la paz y la reconciliación”.
Los documentos que responden a la necesidad de una respuesta de Iglesia frente a los retos que impone el aportar a un proceso de paz. Estos documentos desarrollan el principio de que la paz y la reconciliación son centrales en la construcción de una sociedad que asegure la realización humana plena de todos sus asociados y al mismo tiempo que la paz es central en el mensaje cristiano como práctica. Por lo tanto ubica los niveles de compromiso, los valores, principios y directrices de acción y los roles de cada uno.
El tener un conjunto de tomas de posición, declaraciones o verdaderos documentos de la Iglesia colombiana al respecto, ha sido de una gran utilidad práctica para que en las parroquias del país y en los grupos eclesiales se identifique el compromiso con la paz como parte integrante de la labor eclesial. Esto ha asegurado el que las acciones de la Conferencia Episcopal en el campo de las negociaciones con grupos armados puedan tener un efecto en procesos comunitarios de largo plazo que conducen hacia la reconciliación.
La reflexión sobre los roles y posibilidades se ha mantenido activa a lo largo de los años y ha dejado algunas lecciones importantes sobre la forma como se puede intervenir desde una posición de “reserva moral” de un país, fuertemente respaldada en la credibilidad por el compromiso con la búsqueda de soluciones. Cada conflicto, en su especificidad, ha requerido de una reflexión ética que el de alternativas en términos de justicia y al mismo tiempo ha exigido que quien intervenga entre los actores enfrentados tenga la credibilidad moral necesaria. Esto ha tenido exigencias grandes para la Iglesia en Colombia; le ha colocado como tarea el preguntarse constantemente sobre el tipo de mensaje que transmite para hacer posible la paz.
Al lado de estas lecciones ha producido una reflexión muy profunda sobre la manera como se pueden integrar todas las posibilidades que tiene la iglesia para dar una intervención más enriquecedora y completa frente al fenómeno de la guerra y la violencia.
Crear espacios para el encuentro, la escucha, la consolación, la reconciliación
Integrar voces de distintos sectores afectados por la situación de conflicto y acercarse al dolor por las atrocidades vividas ha conllevado la tarea de “crear espacios” para la reflexión y la acción promovidos por la Iglesia con sus Diócesis y organismos locales.
El crear espacios es ante todo una tarea que la Iglesia ha identificado frente al conflicto armado y particularmente frente a las víctimas de las agresiones y violaciones a los derechos humanos. Se trata de una respuesta cercana y muy humana que abre puertas para quienes no tienen manera de vivir sus sufrimientos y elaborar sus duelos, e incluso para quienes no logran hacer escuchar sus propuestas de paz y reconciliación.
Cuando hablamos de “espacios” pensamos no sólo en lugares físicos, pensamos en ambientes en los cuales se puedan hacer y rehacer relaciones que permitan vivir la dignidad humana. La percepción es que el espacio vital está muy restringido o limitado en regiones en las cuales la confrontación tiende a involucrar a todos sus habitantes.
La propuesta de crear espacios en términos pastorales apuesta a dar la posibilidad de vivir en la práctica los grandes principios que están en la base de la convivencia humana, es decir a crear las condiciones para que las personas puedan vivir su dignidad en plenitud en medio de circunstancias sociales que les son muy adversas. Se trata del poder expresar la palabra y escuchar otras voces, el poder dar a conocer sus sentimientos y sufrimientos al mismo tiempo que sus anhelos y sueños. Es encontrar la posibilidad de soñar con otros en un futuro en paz. Finalmente es crear posibilidades para una esperanza comprometida, activa, transformadora.
Son justamente estos espacios de vida y de esperanza los que han caracterizado la presencia de la Iglesia en sectores en los cuales no se conoce una presencia social del Estado y donde el espacio pastoral está acompañado de múltiples servicios comunitarios que brindan educación, salud, recreación, etc.
En torno a los “espacios” gira sobre todo la pregunta sobre las relaciones que se necesitan para que cada quien pueda sentir que las relaciones que establece son seguras y fraternas. Podríamos encontrar miles de ejemplos. Uno de ellos tiene que ver con el programa Testimonio, Verdad y Reconciliación, TEVERE, que es una metodología de recuperación de la memoria histórica, acogida de las víctimas, sanación de las agresiones sufridas y puesta en marcha de nuevas posibilidades. El proceso de curación debe ser iniciado desde ahora en términos sociales y comunitarios aunque el conflicto con actores a los que Monseñor Jaime dedicó muchas energías para convencerles del camino de la paz sigue produciendo dolor y muerte.
Al cumplirse 10 años del paso de Monseñor Jaime Prieto Amaya a la Casa del Padre Celestial siguen grabados profundamente sus esfuerzos, firmes convicciones y permanente compromiso con una Iglesia volcada hacia las periferias existenciales del sufrimiento por las crisis humanitarias y de las esperanzas que vienen de la presencia del Resucitado.
Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Caritas Colombia
La familia defiende y protege la vida
Mar 11 Jun 2024
Vie 31 Mayo 2024
Consagrados al corazón de Jesús
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Era tradicional en muchas de nuestras casas, que en la sala principal estuviera el cuadro o imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Esta era una expresión no solo de la fe de quienes habitaban la casa, sino también de la acogida, en el nombre de Señor, a quienes entraban en ella. En su nombre eran y debían ser acogidas en casa las visitas.Era también la forma como los miembros de las familias se sentían protegidos por el poder del Dios, y a la vez, animados por su ternura y perdón en los momentos de dificultad. Hoy, lastimosamente, son muy pocas las casas de católicos que tienen en sus salas esta imagen.Vale la pena recordar que “la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se remonta al siglo XVII, cuando la santa francesa, Margarita de Alacoque, empezó a difundir esa devoción, con la promesa para quienes la profesaran, de recibir dones y gracias divinas y así alcanzar la salvación. De ahí que el Papa León XIII haya consagrado el 11 de junio de 1899 todo el género humano al Sagrado Corazón de Jesús”.En Colombia, gracias a la evangelización de los misioneros de los siglos pasados, esta devoción tuvo y tiene una gran fuerza. En el calendario litúrgico de Colombia, este año la solemnidad se establece para el viernes 7 de junio.“Su celebración en nuestro país se remonta al final de la guerra de los Mil Días, cuando Colombia se encontraba destrozada y dividida por el más sangriento de los conflictos bélicos de nuestra historia. En tales circunstancias el arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, solicitó al gobierno de José Manuel Marroquín Ricaurte que declarara por “voto nacional” la consagración de nuestro país al Sagrado Corazón de Jesús.La oración solemne de consagración inicia con: “Dignaos aceptar, corazón santísimo, este voto nacional como homenaje de amor y gratitud de la nación colombiana; acogedla bajo vuestra especial protección, sed el inspirador de sus leyes, el regulador de su política, el sostenedor de sus cristianas instituciones, para disfrutar del don precioso de la paz ...”.En consecuencia, mediante el decreto 820 del 18 de mayo de 1902, la República de Colombia fue consagrada al Sagrado Corazón de Jesús como el símbolo de paz y reconciliación entre los colombianos.También se ordenó la construcción del templo del Voto Nacional, y es administrado por la comunidad de los Padres Claretianos. El Papa Pablo VI lo elevó a Basílica Menor los días 4 y 5 de febrero de 1964. En 1975 fue declarado monumento nacional.Aunque en la actualidad no se hace esta consagración al Sagrado Corazón de Jesús con la participación de las autoridades del Gobierno nacional, queda en nuestra memoria el significado de confiar nuestras vidas al corazón de Jesús.En las parroquias se celebra el primer viernes de cada mes el día del Corazón de Jesús; los jueves de cada semana, ante el Santísimo, se hace ofrenda de adoración al Corazón de Jesús, y son varias las parroquias y templos, como el Templo Votivo del Corazón de Jesús que, en Cali, cumple este año 80 años de erección, dedicados a difundir esta devoción, que más que devoción, es un acto de fe en el amor que brota del corazón traspasado de Jesús.Los tiempos actuales no distan mucho de lo vivido en 1902. Todavía persisten situaciones de dolor, muerte, atentados asesinatos, extorsiones, desplazamientos forzados, organizaciones dedicadas al crimen, y por supuesto, mentes y corazones dominados por el odio, la corrupción y el deseo de venganza.Simplemente, los invito para que miremos al corazón amantísimo de Jesús. Hagamos propias sus palabras: “Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde corazón, y encontrarán descanso para sus vidas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11, 28-30).Si queremos superar esta historia que nos aflige, tenemos que entrar en el corazón de Jesús. Así tendremos sus mismos sentimientos y seremos capaces de descubrir que tenemos futuro, pues si lo amamos y cumplimos sus mandamientos, estará en nosotros y nosotros en Él (cf. Jn. 16).Oremos por quienes nos gobiernan, oremos por todos los hombres y mujeres que hacemos parte de este querido país, y pidámosle al Corazón de Jesús que nos ayude a evitar todo lo que impida la paz, que seamos artesanos de paz. Que nos haga humildes como Él, capaces de respetar al otro y los instrumentos que nos permitan hacer de nuestro territorio un territorio de paz.“Jesús manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo”, sea nuestra súplica confiada y constante al Dios del amor.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali
Mar 28 Mayo 2024
María se puso en camino (Lc 1, 39)
Durante este mes de mayo en las comunidades parroquiales y en las familias hemos venerado de manera especial a la Santísima Virgen María, quien con su amor maternal nos enseña a escuchar como discípulos la Palabra del Señor y a ponerla por obra. “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de hijo en el Hijo, nos es dada en la Virgen María quien por su fe (Cf Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (Cf Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús, es la discípula más perfecta del Señor. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos” (Documento de Aparecida 266).La obediencia de María al plan divino, es el fruto maduro de su fe profunda, que se manifiesta en el acto de entrega a la voluntad de Dios que pronunció desde el mismo momento en que el arcángel Gabriel le anuncia que iba a ser la madre del Salvador, respondiendo con palabras que expresan la fe y entrega fiel al querer divino: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), afirmando con ello la actitud de fe de María y que Isabel reconoce y lo exclama con entusiasmo en la frase: “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc 1, 45), alabándola porque Ella ha creído que lo que ha prometido el Señor se cumplirá, siendo la discípula predilecta del Señor y además misionera en la comunicación de Jesús a toda la humanidad.La fe de María no se queda guardada de manera egoísta en su corazón, Ella de inmediato se pone en camino, para ir en actitud caritativa a servir a su prima santa Isabel, convirtiéndose de esa manera en la gran misionera. “María se puso en camino y fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 39-42).María se puso en camino, es la actitud del misionero que lleva la gran noticia y quiere transmitirla a otros, “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros” (DA 269). Todos hemos recibido la gracia de Dios en el Bautismo, que nos ha hecho discípulos misioneros del Señor. Discípulo es el que aprende, quien con corazón dispuesto recibe la Palabra de Dios y la pone por obra. Misionero es el que enseña, es decir aquel que teniendo a Jesucristo en el corazón no puede quedarse con Él, sino que siente un ímpetu interior, un llamado de Dios a comunicarlo por todas partes; así lo expresa el Papa Francisco cuando afirma: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (Evangelii Gaudium 119).Siempre le hemos dado a María el título de Estrella de la Evangelización y con su salida misionera, forma en nosotros los evangelizadores del presente, un corazón misionero, dispuesto a ir por todas partes a anunciar el mensaje, la palabra y la persona de Nuestro Señor Jesucristo, que es el compromiso de todos los bautizados, como nos lo ha recordado con frecuencia el Papa Francisco en su magisterio: “En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (Cf Mt 28, 19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (EG 120), que tiene la misión de transmitir a Jesucristo después de tenerlo en su corazón.Renovamos nuestra actitud de oración como María con sus discípulos, para que podamos recibir del Espíritu Santo la fuerza y el fervor misionero para ponernos en camino. Sabemos que “con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo, y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia Evangelizadora y sin Ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización” (EG 284). María que conservaba y meditaba todo en su corazón, nos enseña el primado de la escucha y la contemplación de la Palabra en la vida de cada discípulo misionero, para ser como ella, transmisores de la fe que tenemos como un don muy especial en nuestro corazón y que no podemos enterrarlo, sino que se hace necesario comunicarlo en salida misionera, por todos los confines de nuestra Diócesis y parroquias.María que ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, aún en medio de las incertidumbres y también la cruz. Ella estuvo al pie de la Cruz, con dolor, pero con esperanza y de allí brotó el espí¬ritu misionero para estar siempre en camino y comunicarnos a nosotros, ese fervor por anunciar a Jesucristo.Nos ponemos bajo su protección y amparo y la custodia del Glorioso Patriarca san José, para que alcancemos de Nuestro Señor Jesucristo, la gracia del fervor misionero que nos ponga en salida para anunciar su Evangelio, después de hacer con el Apóstol Pedro profesión de fe diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), para salir a comunicar esa fe vivida con toda intensidad y fervor.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta
Mié 15 Mayo 2024
“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Avanzamos en este Tiempo Pascual con Jesucristo Resucitado al centro de nuestra vida y preparándonos para recibir el don del Espíritu Santo, el próximo domingo en la Solemnidad de Pentecostés, cuando los apóstoles reunidos recibieron esa gracia que viene de lo alto. El Espíritu Santo abre el camino de la Iglesia dándole vitalidad y fortaleza para ir en salida misionera al anuncio gozoso del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones, carismas y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización” (Documento de Aparecida 150).En el proceso de evangelización de nuestra Diócesis estamos comprometidos con la salida misionera, siguiendo el mandato del Señor “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19-20), con la certeza que el Espíritu Santo está con nosotros porque es el alma de la Iglesia, tal como lo enseña san Pablo VI: “Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece. Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado” (Evangelii Nuntiandi 75).Con esta certeza entendemos que la obra evangelizadora no es nuestra, somos instrumentos dóciles del Señor, elegidos por Él para la maravillosa tarea de la evangelización, que recibimos el don del Espíritu Santo, quien pondrá en nuestros labios las palabras adecuadas, que lleven a muchos al encuentro con Jesucristo Resucitado, sin pretender obtener resultados para nuestro beneficio y vanagloria personal, porque es ese mismo Espíritu quien ayuda a quien escucha el anuncio para que abra su corazón y acoja la Buena noticia del Evangelio. Así lo ratifica san Pablo VI cuando enseña: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75).En la misión evangelizadora nuestra condición es la de elegidos por el Señor y llamados y enviados por la Iglesia para esta tarea. De nuestra parte entregamos a Jesucristo toda nuestra vida, como la ofrenda que tenemos para que nos haga instrumentos del Evangelio que estamos llamados a transmitir por todas partes. Aparecida nos ha hecho conscientes del impulso misionero que nos da el Espíritu Santo cuando afirma: “El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro y Pablo, señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quienes deben hacerlo” (DA 150), basta estar atentos para escuchar su voz y saber discernir lo que nos pide en cada momento de nuestra vida, para anunciar la Palabra de Dios en cada uno de los ambientes donde vivimos y nos movemos.En nuestra Diócesis estamos en estado permanente de misión, que se hace realidad en cada una de las parroquias, con los misioneros que han sido enviados en la asamblea diocesana del pasado mes de noviembre, para ir a las periferias físicas y existenciales de cada parroquia a convocar a los que no conocen a Jesús y darles la buena noticia del Reino de Dios. “Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y muje res en cada ambiente. El Espíritu Santo, que actúa en Jesucristo, es también enviado a todos en cuanto miembros de la comunidad, porque su acción no se limita al ámbito individual, sino que abre siempre a las comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en Pentecostés” (DA 171).Con todo esto tomamos conciencia que las palabras de Jesús “reciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22), nos invitan a acoger en nuestro corazón todos los dones del Espíritu, que no se pueden quedar enterrados en el ámbito individual, sino que tienen que estar al servicio de la comunidad, para la tarea misionera para la que estamos convocados todos los bautizados y es el Espíritu Santo quien nos anima y fortalece para esta misión en comunión con toda la Iglesia. Así nos lo ha enseñado Aparecida: “En el pueblo de Dios, la comunión y la misión están pro-fundamente unidos entre sí. La comunión es misionera y la misión es para la comunión” (DA 163).En el desarrollo de nuestro proceso de evangelización estamos haciendo profesión de fe con el Apóstol Pedro diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y esto es posible vivirlo desde el corazón si estamos iluminados por el Espíritu Santo, que nos ayuda a vivir en comunión, unidos a Jesucristo resucitado que fortalece nuestra fe. Preparémonos para la Solemnidad de Pentecostés con la disposición de los apóstoles y la Santísima Virgen María, cuando estaban a la espera de esta gracia especial y abramos nuestro corazón al encuentro con Jesucristo, para ir en salida misionera a comunicar por todas partes su mensaje de salvación.+José Libardo Garcés Monsalve Obispo de Cúcuta
Jue 2 Mayo 2024
Miremos y contemplemos el Crucificado
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo viernes 3 de mayo celebramos en Colombia la exaltación de la Santa Cruz, una fiesta de la religiosidad popular de nuestro pueblo, que nos debe llevar a hacer con el Apóstol Pedro la profesión de fe en el Señor diciendo: “Tu eres el Cristo” (Mc 8, 29), reconociendo a Jesús como el enviado del Padre para conducirnos a la salvación prometida y esperada.Cada uno de nosotros de rodillas, mirando y contemplando el Crucificado, deberá pronunciar desde el corazón las palabras del centurión romano que estaba frente a la cruz: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), que ha venido a traernos el perdón de Dios, como regalo, fruto de su amor y misericordia, que debemos entregar a los demás siendo instrumentos del perdón para con nuestros hermanos.Para muchos esta fiesta se convierte en algo superficial y mundano, perdiendo el verdadero sentido de la Cruz, que es la fuente de la Salvación. Es el madero donde fue clavado Nuestro Señor Jesucristo, que según decimos en el credo, padeció, fue crucificado, murió, fue sepultado y resucitó al tercer día y está sentado a la derecha del Padre. En el Crucificado está la síntesis de todo el Misterio Pascual que celebramos en la Semana Santa y que vivimos a lo largo del año, asumiendo la propia cruz y uniendo nuestros dolores, sufrimientos y enfermedades a la Cruz del Señor y haciéndonos uno con Jesús Crucificado.La sociedad actual ha querido anular la Cruz, el dolor y el sufrimiento que hace parte de la naturaleza humana, vendiendo falsamente la idea de una vida en perfecto bienestar y prosperidad, que, en ocasiones desde la predicación de algunos, comerciando con lo sagrado, quieren vender sacramentales ofreciéndoles a las personas la cancelación de todo sufrimiento en sus vidas. Desde la Palabra de Dios tenemos la certeza de predicar la verdad cuando anunciamos a Jesucristo Crucificado: “Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo Crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos. En cambio, para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo, que es fuerza y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 22 - 24), ahí está la fuerza de nuestra fe en el Resucitado, que pasó por la Cruz y entregando su vida por todos, nos liberó de la esclavitud del pecado y nos dio la verdadera vida.De tal manera que siguiendo a san Pablo podemos ser auténticos discípulos misioneros del Señor, si contemplamos el Crucificado y unimos la cruz de cada día a la Cruz del Señor, así lo afirma el mismo Jesús en el Evangelio: “Y dirigiéndose a sus discípulos añadió: Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la conservará” (Mt 16, 24 - 25). Jesucristo mismo nos ha dado ejemplo de entrega de la propia vida por la salvación de todos y nos invita constantemente a tomar la Cruz y seguirlo.Este año el lema del Plan de Evangelización de nuestra Diócesis tiene el Crucificado sobre la Palabra de Dios y al pueblo de Dios contemplando ese Crucificado y haciendo profesión de fe diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 9, 28). Desde esta profesión de fe, celebrar la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz tiene gran sentido cristiano y nos debe ayudar a vivir nuestra vida en gracia de Dios, transformados siempre en el Señor que nos ha ofrecido desde la Cruz la salvación.Estamos llevando a la visita pastoral de cada una de las parroquias un Crucificado que preside todas nuestras reuniones, para expresar con ese signo la centralidad de nuestra vida en Cristo Crucificado y fortalecer nuestra fe en el Señor que fue clavado en la cruz, murió, pero resucitó y está sentado a la derecha del Padre. De tal manera que la cruz que fue signo de escándalo para muchos, para nosotros se convirtió en signo de luz y en fuente de salvación eterna.Mirando y contemplando el Crucificado el corazón se llena de esperanza. La esperanza es la virtud que nos mantiene en pie, que nos ayuda a salir adelante en las incertidumbres y dificultades de la vida y para el cristiano la esperanza brota del árbol de la cruz, que lo sana de la tristeza, porque es el mismo Jesús que sana, consuela, levanta y da esperanza: “Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí que soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28 - 30), de esa manera cuando estemos agobiados y sin fuerzas por la cruz de cada día, arrodillémonos a mirar y contemplar el Crucificado y encontraremos paz en medio de las fatigas diarias de la vida.Al celebrar esta fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, renovemos nuestra fe en el Crucificado y reavivemos el deseo de ir en salida misionera a predicar a ese Jesucristo Crucificado que es fuente de nuestra salvación. Que la Santísima Virgen María que estuvo al pie de la Cruz, con dolor, pero con esperanza, nos ayude a mirar y contemplar el Crucificado y el Glorioso Patriarca San José custodie en nosotros la gracia de Dios y la fe, para seguir en nuestra vida a Jesucristo Crucificado, fuente de nuestra salvación.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta