Jue 9 Mar 2017
El Señor nos invita a levantarnos y salir a su encuentro
La Palabra del Señor nos invita a levantarnos, salir, desinstalarlos, caminar e ir al encuentro de las promesas, aún si esto implica renunciar a los propios intereses y subir al Calvario. La promesa es grande: la vida y gloria en Dios.
Lecturas
[icon class='fa fa-play' link=''] Primera lectura: Gn 12, 1-4a[/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Salmo: 33(32), 4-5.18-19. 20+22[/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Segunda lectura: Rm 5,12-19 (forma larga) o Rm 5,12.17-19 (forma breve)[/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Segunda lectura: 2Tm 1, 8b-10[/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Evangelio: Mt 17, 1-9[/icon]
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO BÍBLICO[/icon]
Estamos sobre el monte Tabor. Delante a los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan se aparece la visión del Señor transfigurado. Una atmósfera de gloria e indecible paz hay sobre el monte y los envuelve a todos. Para los tres apóstoles, cansados y fatigados, es como sentirse de improviso dentro de un puerto tranquilo, después de la tempestad: «Que hermoso es estar aquí….», queremos quedarnos, y piensan concretamente cómo realizar el proyecto: «Hagamos tres tiendas». Pero Jesús se levanta, los toca y les dice: «Levántense, no tengan miedo». Sin mucha demora, pero no de buena gana, bajan de la montaña para reencontrarse con los otros apóstoles y con la multitud.
Para Abraham la voz del Señor se expresa con las palabras que hemos escuchado en la primera lectura: «Sal de tu pueblo, de tu patria y de la casa de tu padre». Él se encontraba entre los suyos, estaba felizmente casado con Sara, no deseaba sino tener muchos hijos y llegar a edad anciana rodeado de sus hijos y de los hijos de sus hijos. La voz misteriosa del Señor lo empuja: «Levántate y vete». Es una orden dolorosa, pero no gratuita ni caprichosa de parte de Dios, porque aquello que le promete es mucho más de lo que le pide: «En ti serán benditas todas las naciones de la tierra». «Abrahán partió como el Señor se lo había pedido». Este momento de la vida de Abrahán es la expresión clara de la fe; por esto nosotros continuamos considerando a este pastor caldeo, de hace cuatro mil años, «nuestro padre en la fe». Dios lo llamó, lo invitó; él responde sí, confiándose en él, aunque no sabía exactamente qué le esperaba ni qué garantías tenía.
El país que Dios indica para Abrahán era la tierra prometida, Palestina; para nosotros es el Reino de Dios. No sólo el Reino de Dios después de la muerte, sino aquel que es está ya presente entre nosotros, en la tierra, por la encarnación del Hijo de Dios, por la venida que nosotros pedimos en el Padrenuestro; aquel Reino de Dios que no es otro que la voluntad de Dios sobre cada uno, y que espera ser llevado a su término: «Que venga tu Reino», o sea «que se haga tu voluntad». Salir de Ur de los Caldeos y descender del Tabor no significa otra cosa que ir con coraje al encuentro de la voluntad de Dios.
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO SITUACIONAL[/icon]
Este pasaje del evangelio ilumina una experiencia que cada cristiano, antes o después, debe vivir en su vida. Las dificultades desaparecen, se está contento con el propio trabajo, con los propios hijos, la vida aparece hermosa y llena de promesas para el futuro. Nos parece estar finalmente sobre el Tabor. El deseo de adecuarse a esta situación es irresistible. No queremos volver a hablar de dolor o de luto entorno a nosotros, queremos ir así hasta el infinito. «Es hermoso estar aquí».
El Señor, en sus planes, deja al hombre por mucho tiempo o por siempre en este puerto tranquilo. Pero es la excepción. La mayoría de las veces ocurre que nos toca y nos dice: «Levántate». Y nos coloca en el vértice de la vida, entre penas, contradicciones, contrastes y enfermedades, como a Job. Hay quien está llamado a hacer saltos mortales para cuadrar el balance de la familia, otro va de hospital en hospital, otro en fin es traicionado en el amor y envuelto en la oscuridad de la incerteza…
Hasta aquí el destino de todo hombre, creyente o no. No es solo el discípulo de Jesús que pasa por esta experiencia. En esto somos todos iguales. Incluso el ateo tiene su propio Tabor del cual debe descender, para subir luego al Calvario. La diferencia está en la actitud que el hombre asume frente a esta experiencia y en el espíritu con la que la vive. Aquí el discípulo de Jesús debe distinguirse de aquel que no tiene fe. Depende de la respuesta que dé a aquel «levántate y camina». Nosotros hemos pronunciado en el Bautismo este «heme aquí» de la fe, en una fase de nuestra vida en la cual no podíamos darle todavía un contenido. He aquí por qué la Iglesia nos llama, en diversos momentos, a realizar y a hacer consciente aquella elección. La Cuaresma es la ocasión por excelencia para traer a la luz este empeño que está escondido desde nuestra infancia y en la oscuridad de la vida cotidiana. Llamándonos a la conversión, la Iglesia nos llama en realidad a repetir y a hacer nuestra la experiencia de Abrahán y la de los apóstoles sobre el monte Tabor: salir, descender, andar. Salir de la rutina de la vida en la cual estamos cómodamente instalados, la mente llena de proyectos y de deseos terrenos. Ir hacia el país que el Señor nos indica, o sea, hacía el futuro de la fe, abriéndonos hacía las promesas que Dios nos hace y a las obras que nos pide.
Si no queremos permanecer en el plano de las palabras y de las buenas intenciones, eludiéndonos peligrosamente a nosotros mismos, debemos traducir en este tiempo nuestra disponibilidad con aquel gesto concreto que manifieste nuestro «sí» a Dios.
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO CELEBRATIVO[/icon]
A la gloria luminosa de la Pascua los tres apóstoles no habrían llegado si se hubieran quedado sobre el Tabor, incluso a la sombra de las tres tiendas. Tampoco nosotros llegaremos si no seguimos decididamente al Señor.
Reconozcamos y escuchemos con atención la voz del Señor que nos habla. Este es el momento en el que Él se nos acerca, como a Pedro, a Santiago y a Juan sobre el Tabor (incluso viene a estar dentro de nosotros), y nos invita a seguirlo a Jerusalén. Nos dice: «Levántense, no tengan miedo, vámonos».
La celebración eucarística sea el momento para escuchar al Señor y seguirlo.
[icon class='fa fa-play' link='']Recomendaciones prácticas[/icon]
Insistir en la disponibilidad que debe tener todo cristiano para hacer la voluntad del Señor, saliendo muchas veces de las situaciones cómodas y rutinarias.
Sería conveniente profundizar en el sentido de la vestidura blanca bautismal y darle la importancia debida en el rito del bautismo.
No olvidar que el Prefacio en este día es propio: «La Transfiguración del Señor», p. 87 del Misal.
Recordar que mañana lunes 13, es el aniversario de elección del Papa Francisco, conviene invitar a la comunidad a orar por su vida y ministerio.