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Iglesia

Vie 9 Sep 2016

Te Deum

Por Mons. Pedro Mercado - El tradicional Te Deum conmemorativo de la independencia ha sido suspendido como actividad oficial del Protocolo de Estado por decisión, provisional, del Consejo de Estado. Dicha decisión en nada afecta la celebración anual de ese rito litúrgico, al cual -como de costumbre- serán invitados todos los fieles católicos y miembros de otras iglesias y comunidades religiosas, incluidos los funcionarios públicos que voluntariamente y en uso de sus derechos inalienables, como ciudadanos, podrán asistir a la ceremonia de agradecimiento al Dios Omnipotente por la libertad, la justicia y la paz de Colombia. Esperemos que la decisión definitiva del Consejo de Estado tenga presente no sólo el valor histórico de este acontecimiento litúrgico, sino también y principalmente la legislación vigente en Colombia en materia de libertad religiosa y de cultos. La Ley 133 de 1994 claramente afirma: "Ninguna Iglesia o Confesión religiosa es ni será oficial o estatal. Sin embargo, el Estado colombiano no es ateo, agnóstico o indiferente ante los sentimientos religiosos de los colombianos" (art. 2). En efecto, tal y como el texto legal manifiesta, una cosa es la sana laicidad del Estado, que establece -como enseña el Concilio Vaticano II- una legítima autonomía entre el Estado y las confesiones religiosas y el laicismo radical, que pretende desconocer el valor positivo del hecho religioso, convirtiendo la religión en una cuestión individual, carente de valor social y de incidencia en el ámbito público. La sana laicidad del Estado colombiano, a la luz de la Constitución y de las leyes vigentes, no puede ser interpretada como indiferencia -mucho menos hostilidad- del Estado y de sus instituciones frente a las iglesias o frente a las creencias y valores espirituales de los colombianos. Todo lo contrario. La sana laicidad de un Estado social de Derecho debería ser siempre compatible con un espíritu de apertura, diálogo y cooperación del poder civil con todas las confesiones religiosas, incluida la Iglesia Católica. Por ello, personalmente, creo que la decisión provisional del Consejo de Estado, lejos de favorecer la libertad religiosa o la igualdad de cultos, terminan por violentar el espíritu mismo de nuestra Carta Magna. En efecto, no se puede reducir la religión al ámbito individual y privado, minusvalorando las creencias y valores religiosos del pueblo colombiano, en sus diversas expresiones públicas y privadas, sin contrariar el auténtico espíritu de la Constitución de 1991. Mons. Pedro Mercado Secretario Adjunto para las Relaciones con el Estado - Vicario Judicial de la Arq. de Bogotá.

Vie 9 Sep 2016

Te Deum

Por Mons. Pedro Mercado - El tradicional Te Deum conmemorativo de la independencia ha sido suspendido como actividad oficial del Protocolo de Estado por decisión, provisional, del Consejo de Estado. Dicha decisión en nada afecta la celebración anual de ese rito litúrgico, al cual -como de costumbre- serán invitados todos los fieles católicos y miembros de otras iglesias y comunidades religiosas, incluidos los funcionarios públicos que voluntariamente y en uso de sus derechos inalienables, como ciudadanos, podrán asistir a la ceremonia de agradecimiento al Dios Omnipotente por la libertad, la justicia y la paz de Colombia. Esperemos que la decisión definitiva del Consejo de Estado tenga presente no sólo el valor histórico de este acontecimiento litúrgico, sino también y principalmente la legislación vigente en Colombia en materia de libertad religiosa y de cultos. La Ley 133 de 1994 claramente afirma: "Ninguna Iglesia o Confesión religiosa es ni será oficial o estatal. Sin embargo, el Estado colombiano no es ateo, agnóstico o indiferente ante los sentimientos religiosos de los colombianos" (art. 2). En efecto, tal y como el texto legal manifiesta, una cosa es la sana laicidad del Estado, que establece -como enseña el Concilio Vaticano II- una legítima autonomía entre el Estado y las confesiones religiosas y el laicismo radical, que pretende desconocer el valor positivo del hecho religioso, convirtiendo la religión en una cuestión individual, carente de valor social y de incidencia en el ámbito público. La sana laicidad del Estado colombiano, a la luz de la Constitución y de las leyes vigentes, no puede ser interpretada como indiferencia -mucho menos hostilidad- del Estado y de sus instituciones frente a las iglesias o frente a las creencias y valores espirituales de los colombianos. Todo lo contrario. La sana laicidad de un Estado social de Derecho debería ser siempre compatible con un espíritu de apertura, diálogo y cooperación del poder civil con todas las confesiones religiosas, incluida la Iglesia Católica. Por ello, personalmente, creo que la decisión provisional del Consejo de Estado, lejos de favorecer la libertad religiosa o la igualdad de cultos, terminan por violentar el espíritu mismo de nuestra Carta Magna. En efecto, no se puede reducir la religión al ámbito individual y privado, minusvalorando las creencias y valores religiosos del pueblo colombiano, en sus diversas expresiones públicas y privadas, sin contrariar el auténtico espíritu de la Constitución de 1991. Mons. Pedro Mercado Secretario Adjunto para las Relaciones con el Estado - Vicario Judicial de la Arq. de Bogotá.

Mié 7 Sep 2016

Plebiscito

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Es un hecho la convocación al plebiscito por parte del Presidente, fijado para el domingo 2 de octubre, con el propósito de conocer el parecer de los ciudadanos en relación con los Acuerdos de la Habana con las FARC, para poner fin al conflicto armado con ese grupo. No cabe duda de la grande agitación política y de opinión que tanto el proceso de paz como esta convocatoria ha despertado en los diferentes sectores sociales y políticos del país, al punto de generar una inevitable polarización, dado que la respuesta única a la pregunta formulada, será el “sí”o el “no”. No hay opción intermedia. No se contempla el voto en blanco y la abstención no reportaría toma de posición sobre la decisión democrática; sólo por omisión, podría pesar en el mínimo requerido. A este propósito, la Iglesia, con el fin de acompañar este ejercicio ciudadano, ha entregado un mensaje en la Asamblea Plenaria, celebrada en julio último, documento en el cual hace un discernimiento sobre las raíces de la violencia, los compromisos pastorales asumidos por el episcopado y la invitación a ser “Artesanos de La Paz”. En un párrafo imprescindible para entender la posición sobre el plebiscito, y aclarar posibles equívocos que se han venido presentando sobre el asunto, los obispos manifestamos: “Convocamos al pueblo colombiano a participar en la consulta sobre los Acuerdos de La Habana, de manera responsable, con un voto informado y a conciencia, que exprese libremente su opinión, como ejercicio efectivo de la democracia y con el debido respeto de lo que la mayoría finalmente determine”. En efecto, queda claro que hay una invitación a participar, en primer lugar; por otra parte, que el objeto de la consulta son los acuerdos de La Habana, no la paz, que es un valor y un deber procurarla y buscarla siempre, además una exigencia permanente, el construirla. Sobre el modo, se pide responsabilidad, tratándose de decisión tan delicada y en consecuencia, por lo que es necesario responder. El voto debe ser informado de manera que, al conocer el contenido y verdad de los acuerdos, garantice la siguiente condición esencial que legitima la decisión tomada que es “en conciencia”. La desinformación es contraria a este requisito. La conciencia informada es la que en últimas responde por una decisión, pues sopesa y discierne los elementos de bien y riesgos que tal decisión implica en la real construcción, en este caso, del bien común y consecuentemente, de aporte eficaz a la incesante construcción de la paz. El voto debe ser libre, por tanto no sometido a ningún tipo de coacción física o moral o producto de promesas o recompensas indebidas. Finalmente, como forma parte del régimen democrático, en cuanto a resultados electorales se refiere, que la mayoría es quien da la pauta de la consulta, deben ser respetados y aplicados con las consecuencias que de ellos se deriven. Por último, es necesario que el discernimiento vaya acompañado de incesante oración para entender el designio de Dios en este momento de nuestra historia, de modo que podamos avanzar en la construcción de un mundo mejor para todos. Con mi fraterno saludo y bendición. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo dé Bucaramanga

Mar 6 Sep 2016

La Paz que debemos buscar

Por Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Nos llama el deber cristiano y ciudadano a comprometernos con la construcción de la paz y de la reconciliación de nuestra patria. Por eso, es hora que se sienta la voz de la Iglesia. Como Obispos de esta nación hemos pedido un voto informado y en conciencia, con re-flexión y análisis. La Iglesia es experta en humanidad. Conoce al hombre y sabe qué hay en el corazón de todos porque parte de un principio sublime: “El verbo se hizo carne y habitó entre noso-tros” (Jn 1, 14). Por ello, hay una autoridad moral indiscutible cuando se le propone al pueblo principios y verdades que sirven para vivir. Nuestra decisión debe estar fundada en la conciencia informada y libre. ¿Cuál es la urgencia presente en Colombia? Desde tiempos del profeta Amós (Amós 9, 11) sigue siendo necesidad recurrente aquello que bellamente se nos decía: “En aquel día levantaré la choza caída de David; repararé sus grietas, restauraré sus ruinas y la reconstruiré tal como era en días pasados”. Es desde la unidad como se reconstruye. He ahí el protagonismo eclesial. Así la Iglesia posee por vocación, misión e institución que proceden del mismo Señor de la Historia y del dueño de la vida y de la paz, la sensibilidad y aptitud especial para invitarnos a reconstruir la unidad, para hacer una opción decidida y firme por los necesitados, por los sedientos de justicia, por los que más han sufrido en décadas de conflictos y hostilidades. Hay ahora anhelo de una paz duradera y estable, pero desde la fe sabemos que esa paz se consigue con un proceso que la misma Palabra de Dios ha iluminado. Es un camino que se inicia con un valeroso reconocimiento de los errores cometidos, que prosigue con una también valerosa revisión de la conciencia nacional que debe aprender a pedir perdón, y luego se ha de iluminar con la alegría de manos que se tienden, sinceras y limpias, al encuentro del que pide reconciliación y suplica el perdón. No se ha concluido aún el camino de esta paz deseada y buscada. No se puede negar la importancia de un trabajo largo que ahora llega a unos acuerdos que buscan tiempos de paz y de esperanza. Pero debemos decidir en conciencia, reconociendo que lo pactado compromete decisivamente muchos campos de la vida nacional y que es preciso informarnos con el mayor cuidado y con la más clara conciencia acerca de los alcances de todas las cosas, para que no tengamos el dolor de caer en la injusticia, en el desprecio de tantos dolores sufridos por todos de uno u otro modo. Hay temas que tienen que ser sopesados con cuidado y serenidad. Hay que prepararnos con conciencia para decidir en una consulta que se llama plebiscito. La misma palabra es ya comprometedora porque, según la etimología de la expresión, plebiscito es lo que el pueblo conoce, sabe, entiende y asume. Por eso debemos decidir con plena conciencia. No podemos apresurarnos ni dejarnos impactar con impresiones parcializadas. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de valorar o juzgar unos términos de un acuerdo y debemos hacerlo con libertad. Pensemos si de verdad lo pactado coincide con el anhelo de todos o simplemente representa la aspiración de unos u otros. Pensemos si de verdad este sería el camino acertado, es necesario detenerse a calibrar y sopesar todos los factores que, sumados, harían posible una paz digna, justa y verdadera. Cada uno debe decidir. Sugiero que nos apoyemos en la oración, que nos inspiremos en la Palabra de Dios, que tengamos el valor de reconocer las bondades, pero también de sopesar los límites de lo que algunos colombianos han logrado acordar. Necesitamos grandes espacios de oración en estos días y, con espíritu de fe, propongo una gran campaña de adoración eucarística en nuestras parroquias. Sería gravísimo desde nuestra misión de pastores impulsar una u otra posición, a riesgo de parcializarnos. Pero es mi deber invitar a la prudencia, a la decisión seria y consciente. No puede optarse por algo que desconozca la verdad y la justicia, que desprecie el dolor de tantas víctimas. No podemos olvidar que para obtener el perdón por tantos dolores hace falta pedirlo desde el corazón y que nuestra gran misión es reconstruir el corazón de Colombia sin que quede humillada la verdad y la justicia. La Paz es inaplazable, juntos, como colombianos tenemos que encontrar caminos de diálogo y reconciliación en los cuales todos desde diversas visiones -en el respeto de los valores de la persona humana- construyamos un futuro de esperanza. Dios nos ilumine. Por Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la diócesis de Cúcuta

Vie 2 Sep 2016

La comunicación de la incomunicación

Por Mons. Froilán Casas - Hoy las relaciones personales son un desastre. Las buenas maneras de otrora en ciertos ambientes sociales, son cosas del pasado. Nos hemos acostumbrado tanto a las groserías que nos da miedo pedir, cuando se debiera exigir, respeto por el otro. Hoy se atropella al vecino de la manera más olímpica. Lo más grave de todo es que ignoramos al otro. Vives comunicándote con los de afuera e ignoras a los cercanos. Aparecen nuevas drogas alucinógenas y adictivas. Vives en el “ciberespacio” y te apartas de la tierra por “conversar” con aquellos que no comparten tus sentimientos. Estás labrando tu más cruel soledad. ¿De qué te sirven tener tantos “amigos”, si al final te quedas con ninguno? Los espacios de diálogo en casa se han perdido, cada uno vive su mundo. El colmo de la mala educación se da a las horas de las comidas -si es que están reunidos-, en donde cada uno empieza a “dialogar” con el exterior. Tu cónyuge, tus padres, tus hermanos, tu familia, te importan un pepino. ¡Qué mal educado eres! Después te quejas que a ti nadie te comprende. Pero si tú eres un grosero al negarte a encontrarte con los tuyos. En mi oficina no tengo el teléfono móvil, lo tiene la secretaria; para mí, el más importante eres tú que vienes a hablar conmigo. Tú eres el centro de mi atención. Yo quisiera que hubiese una norma que prohíba el uso del teléfono en los ambientes de trabajo, sobre todo cuando se trata de atender al público. Quien llega debe ser el centro de mi atención no el equipo de comunicación. Hay un prurito de “tecnología” y de arribismo, por mostrar el celular de última generación. ¡Qué dependencia! ¡Qué adicción! La gente tiene el síndrome de la comunicación ignorando al que está al lado. Hay personas tan descaradas que se ponen audífonos estando junto al otro, para no estar con el otro. ¡Qué grosería! El nombre Carreño es ignorado totalmente y su famosa urbanidad, menos. El hombre de hoy vive aislado en medio de tantos artefactos. Cada quien llega a la casa a seguir hablando con el exterior. El abrazo, el beso, la expresividad afectuosa se ha cambiado por los impersonales: ¡Hola! ¡Qué hay! De esta manera vivimos en el peor aislamiento. En cierto sentido me encanta cuando no hay señal para el internet, por fin podemos hablar sin interrupción. ¿Por qué tenemos que llevar el trabajo del taller, del negocio, de la empresa, de la oficina a la casa? Acaso, ¿no es el hogar el nido para compartir con la familia? Sigue con los de afuera y estés seguro que ellos no estarán al lado tuyo cuando estés viejo, enfermo o sin trabajo. De qué te quejas de la vida si eres huraño y narciso, no has tenido tiempo para compartir con los tuyos. Por favor, apaga tu teléfono celular a las horas de las comidas y a la hora de tu descanso. Si no tienes tiempo para los tuyos, menos tendrás tiempo para hablar con Dios. Sigue construyendo tu propio búnker y al final estarás sólo y abandonado viviendo lleno de aparatos de comunicación. Monseñor Froilán Casas Obispo de Neiva

Mié 31 Ago 2016

Un café sin Galat

Pbro. Raúl Ortiz Toro - Para los que no tienen idea de lo que voy a comentar, José Galat es el director y presentador de un programa sobre asuntos religiosos transmitido por un canal de televisión colombiana llamado Tele Amiga. El programa se llama: Un Café con Galat y cuenta con una audiencia relativa, conformada sobre todo por personas de identidad católica. Nunca he visto uno de estos programas por voluntad propia sino por necesidad, para responder a preguntas que me hacen las personas que lo ven o que se encuentran con sus videos en youtube. Se ha ido lanza en ristre contra el Papa, el Señor Cardenal, contra los Obispos, contra los sacerdotes y contra cualquier autoridad eclesiástica que no se someta a sus ideas. Ante muchas preguntas que le han hecho sobre si él piensa que el Papa Francisco es un papa falso él aclara que no dice eso pero siembra las dudas en los televidentes. El tono de Galat es milenarista, habla con facilidad del fin del mundo, de los últimos tiempos, del anticristo, del antipapa, etc. Me había resistido a comentar algo sobre este programa porque lo veía intrascendente pero la verdad sea dicha y es que si logra causar en tan solo una persona algo de desconcierto, entonces no es tan irrelevante el asunto. Y en la actualidad no es solo una, sino muchas. Tengo una lista larga de desafueros y de inconsistencias doctrinales que predica el señor Galat pero la gota que rebosó la copa de mi paciencia fue una aseveración temeraria en el programa del 18 de mayo de 2016 que aparece en youtube con el nombre “Obedecer a Dios o al Papa”. Un televidente le hace un comentario telefónicamente en estos términos: “Por el discernimiento que he hecho al ver sus últimos programas puedo concluir que el Papa Benedicto es el único Papa real y el Papa Francisco no es un Papa genuino, y si no es el anticristo es el que le va a hacer la antesala al anticristo…” A lo que el señor Galat responde: “Yo aquí en ningún momento he dicho que el papa sea falso o sea inauténtico, esas calificaciones no las he dicho para que después no me calumnien. Sí hacemos consideraciones… En la Iglesia ha habido por lo menos 40 antipapas… Hasta el siglo XV hubo esos cuarenta antipapas, pero desde entonces hasta acá se puede decir que en estos quinientos últimos años no ha habido ningún antipapa hasta Benedicto XVI, es lo que podemos decir. Entonces, mucho ojo, muy alerta tiene que estar la gente”. La falacia es sencillamente evidente. Afirma que él nunca ha dicho que el Papa Francisco sea antipapa pero asegura que solo hasta Benedicto XVI se puede tener la certeza de que en los últimos quinientos años no ha habido un antipapa. El sofisma no necesita explicación; que el señor Galat en su programa haga consideraciones sobre los temas del papado de Francisco es normal y hasta necesario para propiciar el diálogo: al conductor del programa no le ha gustado mucho que el Papa llame a una conciencia ecológica, ni que sea misericordioso y cercano con los pecadores, ni que haya escrito Amoris Laetitia sin anatematizar a los divorciados vueltos a casar por lo civil; eso está bien que en la Iglesia surjan espacios de diálogo para profundizar en la doctrina, pero lo que no podemos tolerar es que con esa excusa se busque manipular a la gente incauta queriendo imponer un punto de vista subjetivo que responde a una ideología integrista y no integral del cristianismo. Le recomiendo al señor Galat la entrevista completa que le hicieron al Papa Benedicto XVI y que apareció en su programa cortada con el título: “Por fin habló Benedicto XVI” en la que el Papa Ratzinger hace un gran elogio de su sucesor en estos términos: “Solo allí donde hay misericordia se extingue la crueldad, termina el mal y la violencia. El Papa Francisco se encuentra totalmente de acuerdo con esta línea. Su práctica pastoral se manifiesta precisamente en el hecho de que nos habla continuamente de la misericordia de Dios” (Avvenire, 16.03.16). Pbro. Raúl Ortiz Toro [email protected]

Lun 29 Ago 2016

Ni uno más!

Por Mons. Pedro Mercado - Este 30 de agosto celebramos el Día Internacional que recuerda a las Víctimas de Desaparición Forzada, crimen inhumano y terrible que en nuestro país ha dejado miles de víctimas. La desaparición forzada es la privación de la libertad de una o varias personas mediante cualquier forma -aprehensión, detención o secuestro- seguida de su ocultamiento o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de dar cualquier información sobre la suerte o el paradero de esa persona, privándola a la persona y a su familia de recursos y garantías legales. Durante muchas décadas el problema gravísimo de las desapariciones forzadas pasó inadvertido para el Estado colombiano y para la comunidad internacional. Gracias a las denuncias valerosas de diversas asociaciones y grupos de la sociedad civil, realizadas en medio de terribles amenazas y persecuciones, se ha ido tomando conciencia de la magnitud del problema, provocando así la reacción de las autoridades política a nivel nacional e internacional. Pero a pesar de que existe hoy mayor conciencia sobre la gravedad de este delito, nuestro país sigue ocupando un indignante lugar entre los países del mundo con un mayor número de desaparecidos cada año. Crítica es también la situación de seguridad de numerosos defensores de derechos humanos y líderes comunitarios que han tenido la valentía de denunciar públicamente la persistencia de este fenómeno en varias regiones del país y por manos de distintos actores de violencia, incluido el Estado. A esta lamentable realidad se unen las altísimas cifras de impunidad de este delito. La celebración de este día conmemorativo, que nos recuerda a las numerosas víctimas, en Colombia y en el mundo, de este crimen terrible, es una oportunidad magnífica para renovar -como Iglesia y como sociedad civil- nuestro firme compromiso de luchar contra este flagelo, que tanta desolación y dolor ha sembrado en nuestra Patria. Hoy hay un grito, una voluntad, que a todos nos une: !Ni uno más! Mons. Pedro F. Mercado Cepeda Secretario Adjunto del Episcopado para las Relaciones con el Estado.

Mié 24 Ago 2016

Episcopado mira con esperanza la conclusión de los diálogos en la Habana

Frente al anuncio de la firma de la paz con las FARC, la Iglesia Católica reaccionó con esperanza y destacó como una oportunidad la conclusión de los diálogos en La Habana para poner fin al conflicto armado en el país. Así lo hizo conocer a través de un comunicado que consta de seis puntos. En el comunicado - firmado por el presidente del episcopado, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga - los obispos reiteran su llamado al Gobierno Nacional para que se implemente una pedagogía de los acuerdos; invitan para que se ingrese en una etapa de debate en el que participen líderes políticos, organizaciones ciudadanas y responsables de medios de comunicación, además de otros estamentos de la sociedad; y convocan al pueblo colombiano a participar en la consulta sobre los Acuerdos de La Habana, de manera responsable, con un voto informado y a conciencia. [icon class='fa fa-download' link='']DESCARGA EL COMUNICADO[/icon] Monseñor Castro Quiroga recordó que el proceso tiene dos etapas y que la primera ya está concluyendo y lo que viene para la segunda es la construcción de un nuevo país. El prelado aseguró que los colombianos debemos dar un salto de calidad humana con base a valores éticos y espirituales. "Debemos dar un salto de calidad humana todos, debemos sensibilizarnos frente al dolor ajeno todos, tenemos que estar dispuestos a acercarnos al que sufre", afirmó el prelado. [icon class='fa fa-download' link='']LECTURA COMUNICADO MONSEÑOR ELKÍN FERNANDO ÁLVAREZ, SECRETARIO GENERAL DEL EPISCOPADO[/icon] ESCUCHA EL AUDIO En el comunicado también se hizo un llamado a las comunidades católicas a intensificar la oración por la paz y se invitó a todos los colombianos a asumir el reto de aportar a la superación de toda forma de violencia y a trabajar unidos en la construcción de una Colombia reconciliada y en paz. Ante la consulta sobre las negociaciones con el ELN, monseñor Castro Quiroga explicó que la Iglesia participará en el proceso porque este grupo así lo ha pedido. "Queremos apoyar este proceso para que la paz sea completa", afirmó.