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predicación orante

Mié 25 Jul 2018

La Palabra nos inspira a la solidaridad

Primera lectura: 2R 4,42-44 Salmo Sal 145 (144),10-11.15-16.17-18 (R. cf. Mt 6,11) Segunda lectura: Ef 4,1-6 Evangelio: Jn 6,1-15 Introducción La Palabra de Dios en este domingo nos presenta la idea del banquete de la solidaridad, la fraternidad y el compartir de la vida en la fracción del pan y la unidad. Es una oportunidad para reflexionar sobre la fuerza que tiene la Palabra para animar la dimensión solidaria de nuestras comunidades. El mensaje de la Palabra hecha carne, sigue transformando nuestras vidas en acciones concretas y en respuestas ante las adversidades por las que pasan nuestros pueblos. Es oportunidad, entonces, para que, por medio de la oración y el silencio, reflexionemos sobre la dimensión social del evangelio de la que nos habla el Papa Francisco en sus mensajes y reflexiones a la Iglesia y al mundo. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Ser dóciles a la palabra de Dios, es sintonizar la palabra con la mente, el corazón y la voluntad, así, el libro de los Reyes es una completa inmersión en la historia de una buena parte del legado de Israel como pueblo escogido de Dios. La figura de los profetas es muy importante a la hora de entender el designio de Dios para con su pueblo. El texto que nos ocupa hoy está centrado en la capacidad que tiene el profeta Eliseo de ver la necesidad de la gente, ya que, al recibir las primicias, de inmediato las reparte, como signo de generosidad. Más aún, Eliseo insiste en entregar el pan recordando la promesa y las palabras recibidas: comerán y sobrará, por lo que, en la generosidad del profeta y en la eficacia de su sirviente, se cumple la promesa de Dios para con los más necesitados y hambrientos, aquellos que están y hacen parte del amor entrañable de Dios. La acción generosa del profeta tiene una recompensa en el pueblo, el favor de Dios para quienes reciben las primicias de los frutos de la tierra. De nuevo Eliseo, en medio de sus relatos milagrosos, vuelve a ser el mediador, el puente y canal por el que Dios se manifiesta a su pueblo, cumpliendo la promesa de ser el Dios del pueblo que él se ha escogido. Por su parte, el Salmo 144 presenta al ser humano que agradece a Dios los dones recibidos, el alimento dado, la justicia divina, la bondad de Dios; por lo que se constituyen, así, en aclamaciones de un ser que se reconoce cuidado y amparado por Dios. Así, la aclamación en este domingo culmina diciendo: “cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente”, v18. Toda una asamblea invoca el nombre de Dios y se complace en la respuesta de Dios ante el clamor del pueblo. En la segunda lectura, Pablo habla claramente a los habitantes de Éfeso sobre la unidad en la diversidad, el amor ante las imposibilidades generadas por la arrogancia, intolerancia y la falta de comprensión de las situaciones de la vida ordinaria de la comunidad. En efecto, recuerda a los creyentes que hay una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, para que las primeras comunidades cristianas, en su avidez por comprenderse, busquen en los apóstoles los criterios propios del quehacer y del ser de su vivencia comunitaria. El evangelio de Juan es una síntesis que recoge el sentir profundo de la palabra en su más íntima naturaleza. El texto hace una introducción por medio de una referencia geográfica o de lugar. En ella, el evangelista Juan quiere dar prioridad a dos figuras muy importantes en el desarrollo de la relación de Dios con su pueblo, ellas son el mar, evocación del éxodo, y la montaña como signo del encuentro de Dios con sus elegidos. De esta forma a Jesús lo vamos a encontrar como el generador de una nueva dinámica en la relación con el Padre. Dos figuras recurrentes en las acciones realizadas en el texto tienen una mediación directa en la comunidad. De este modo, los apóstoles movidos por Felipe son quienes toman la iniciativa previa al gesto de desborde de solidaridad presente en la comunidad. La atmósfera narrativa del texto del evangelio nos va a dar algunas pautas sobre el quehacer de Jesús en la comunidad: en la primera parte del relato hay una conexión con la perícopa anterior, en dónde un hombre toma su camilla y sale a caminar; la secuencia, puede llegar a ser lógica, todas las acciones, tanto la anterior como está, se van a centrar en la comunidad. Pero vamos a encontrar, por lo que nos dice el relato, la importancia de los gestos que narra el evangelista, en conexión con el Antiguo Testamento. La primera mención de ello está centra en la subida al monte por parte de Jesús y sus discípulos; una clara alusión a Moisés y todos los patriarcas que tienen la montaña como lugar de encuentro y manifestación de Dios. Sin embargo, en una manera de verlo desde el A.T. vamos a descubrir que allí hay toda una serie de maneras, formas y signos que nos evocarán la eucaristía. Retomemos esas imágenes en el texto: la ofrenda del pan, la acción de gracias, la repartición y el recoger las migajas; los cuatro momentos, articularán la manera de entender la dimensión eucarística de la narración. La ofrenda del pan hace parte de los discursos del pan de vida. Jesús mismo, en Juan, será el pan vivo bajado del cielo, por lo tanto, cada vez que se menciona el término pan, el evangelista llevará al lector a entender la importancia de la entrega del hijo a la humanidad. La acción de gracias, en el texto, nos va a narrar la manera en que, Jesús mismo reconoce el don que se repartirá, que proviene del Padre y por ello se agradece el don de haberlo recibido para convertirlo en eucaristía (acción de gracias), don de Dios entregado a la humanidad. El evangelista Juan, se vale de signos y elementos que nos transmiten directamente una idea fundamental de la experiencia de Dios; figuras como: pastor, luz, vida, vid, entre otras, llevan al lector, a encontrarse con una vivencia que lo vinculará al Señor de una manera real y tangible. Descubramos cómo en la representación del pan, se juntan elementos que son fundamentales para vivir intensamente, una relación íntima de comunión con Dios en la comunidad.

Jue 19 Jul 2018

"Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas"

Primera lectura: Jr 23,1-6 Salmo Sal 23(22),1-3a.3b-4.5-6 (R. 1) Segunda lectura: Ef 2,13-18 Evangelio: Mc 6,30-34 Introducción: Identifiquemos tres ideas temáticas en esta dominica: Las cualidades del Pastor, El descanso y la profunda razón del reunir Ser solidarios entre los hombres. El tema que hoy hemos elegido y es fontal a todas las lecturas de este Domingo se sintetiza en la palabra reunir. "Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas", dice Dios (primera lectura). Jesús ve la multitud con compasión y exclama: "son como ovejas que no tienen pastor" (Evangelio), pero El, buen pastor, las reunirá en un solo rebaño (Jn 10,16). Jesús, buen pastor, reúne también en un solo rebaño a los que "estaban lejos" (paganos) y a los que "estaban cerca" (judíos) por medio de su sangre derramada en la cruz (segunda lectura).

Jue 12 Jul 2018

La Palabra nos da tres claves: elección, envío y misión

Primera lectura: Am 7,12-15 Salmo Sal 85(84),9ab+10.11-12.13-14 (R. cf. 9b) Segunda lectura: Ef 1,3-14 (forma larga) o Ef 1, 3-10 (forma breve) Evangelio: Mc 6,7-13 Las ideas temáticas de esta dominica las podemos sintetizar en tres palabras: La elección El envió La misión. En este decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario el punto de encuentro de las lecturas que hemos elegido para la lectura orante de la Palabra es la acción misionera. El Evangelio habla de la misión que Jesús da a los Doce: "Comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos". El profeta Amós, en la primera lectura, subraya que profetiza, no por voluntad o iniciativa personal, sino "porque el Señor le agarró y le hizo dejar el rebaño diciendo: ´Ve a profetizar a mi pueblo Israel´". El himno cristológico de la carta a los Efesios (segunda lectura), canta los frutos de la misión en la conciencia de los cristianos: la bendición de Dios Padre, la elección en Cristo, la adopción filial, la redención y el perdón de los pecados, la revelación de los designios de Dios sobre la historia, el bautismo en el Espíritu Santo. Es importante anotar que a partir de hoy, y durante siete domingos, seguiremos, como segunda lectura, la carta de Pablo a los Efesios, una alegre visión global de la Historia de la Salvación, como una gran bendición de Dios, a la que corresponde que nosotros también le dediquemos unos espacios de meditación y oración. En el Evangelio también damos inicio a una nueva etapa en la misión de Jesús. Los domingos 15 y 16 leemos el envió de los doce a predicar y curar por los diversos pueblos y también su vuelta, al parecer, con bastante éxito. Hasta ahora Jesús había predicado él solo, aunque con la presencia de los apóstoles. Ahora son ellos los que son enviados a colaborar con él. Que estás dos anotaciones nos ayuden a darle unidad a las celebraciones de estos dos domingos que nos propone la liturgia de la Iglesia.

Mié 4 Jul 2018

El sacerdote es instrumento en las manos de Dios

Primera lectura: Ez 2,2-5 Salmo Sal 123 (122),1-2a.2bcd.3-4(R. 2d) Segunda lectura: 2Co 12,7b-10 Evangelio: Mc 6,1-6 Introducción La Palabra de Dios, dentro de toda su riqueza, para este XIV tiempo ordinario, nos proponen tres temas para meditar: La identidad de Jesús La identidad del profeta y el Apóstol La identidad de la comunidad ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La gente no sabe quién es Jesús y se sorprende de su sabiduría divina que contrasta con su origen humano y sencillo. El profeta Ezequiel, es rechazado por el mensaje que viene de Dios; y el Apóstol San Pablo, conforma su vocación desde la debilidad y contradicción de su carne. El pueblo no escucha la Palabra de Dios; el Pueblo no acepta a sus profetas; sino que buscan justificaciones para no seguir la Palabra de Dios. Se hará una aproximación a la vocación del profeta Ezequiel y del Apóstol San Pablo desde la óptica de Jesús.

Vie 22 Jun 2018

Anunciar la Salvación es la gran misión del profeta

Primera lectura: Is 49,1-6 Salmo Sal 139(138),1-3.13-14ab.14c-15 (R. 14a) Segunda lectura: Hch 13,22-26 Evangelio: Lc 1,57-66.80 Introducción La liturgia de hoy nos orienta a identificar la misión de San Juan Bautista: será profeta del Altísimo, luz de las naciones, que dispone el camino para recibir la luz verdadera, Cristo. Anunciar la Salvación es la gran misión del profeta. Dios le da la fuerza y la gracia para cumplir la tarea encomendada, Dios no lo desampara “lo forma portentosamente”, y así tendrá la valentía para anunciar y denunciar. El precursor tiene una tarea especial: preparar el recibimiento del Mesías. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Este texto hace parte de los relatos de la infancia de Jesús. El evangelista Lucas quiere transmitir que Juan es un regalo de Dios a su madre y a su pueblo. En Israel el nacimiento de un niño es ocasión de celebración. Dios ha librado a Isabel de la esterilidad y a Zacarías le tiene una misión como profeta, en su inspirado cántico, todo esto en ambiente de alegría. Dios se manifiesta con su misericordia, en situaciones particulares: un hijo inesperado, de padres mayores; el nombre tampoco se esperaba, según la tradición el primogénito debía llamarse como su padre, Zacarías. (Para el mundo semítico el nombre es el resumen de lo que es la persona, su destino y su identidad humana y religiosa). Pero todo cambia, Padre y Madre se ponen de acuerdo para escoger un nombre como inspirado por Dios: Juan, “Dios es propicio”, “El Señor da gracia”. Ahí Zacarías recobra la voz porque ya está en sintonía con el Plan de Dios, ahí también hay un milagro inesperado. De todo esto tan inesperado en el nacimiento de Juan el Bautista, los vecinos se interrogan ¿qué será de este niño? La mano de Dios, llena de bondad y misericordia, se vio desde el nacimiento del precursor. Zacarías, de sacerdote incrédulo, ante tan inesperados acontecimientos también se convierte en profeta, manifestando en su cántico, en primer lugar, una alabanza de las maravillas del Señor: “Él ha visitado y redimido a su pueblo”. Esa acción que está en pasado, se manifestará en plenitud en Jesús, Salvador. Zacarías también canta el lugar que Juan tiene en el plan de Salvación, heraldo que anunciará la llegada del Salvador y preparará su camino, llevando al pueblo al arrepentimiento. Es importante la descripción del Mesías, se le llama: “sol que nace de lo alto”, con dos tareas especiales: iluminar a los que viven en tinieblas y guiar sus pasos por el camino de la paz.

Vie 1 Jun 2018

El cuerpo de Cristo, alimento que fortalece y su sangre bebida que purifica

Primera lectura: Éx 24,3-8 Salmo Sal 116(115),12-13.15-16. 17-18 (R. 13) Segunda lectura: Hb 9,11-15 Evangelio: Mc 14,12-16.22-26 Introducción Al meditar y orar con las lecturas de la liturgia de la Palabra de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, destaco las siguientes ideas temáticas: El tema central de este domingo está en la alianza, la del Sinaí y la nueva realizada por Cristo. La alianza del Sinaí señala el nacimiento del pueblo de Dios, la nueva alianza, da origen al nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. Un segundo, es el valor redentor de la Sangre de la alianza, que se presenta en toda liturgia de la Palabra. Los textos bíblicos evocan los ritos del Antiguo Testamento en los que se derrama sangre como signo de la alianza que Dios estableció con su pueblo. El significado de esta alianza es ahora llevado a plenitud por el Señor Jesús, que hoy repite en la eucaristía “esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos” Mc. 14,24. Una tercera línea de reflexión es la institución de la Eucaristía. En el ciclo B de la liturgia dominical leemos en el evangelio, el relato que nos recuerda los gestos y palabras que el Señor realizó antes de morir, dejando el mandato de realizar esta nueva cena pascual, en memoria suya. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El libro del Éxodo en el capítulo 24, describe la conclusión de la alianza realizada en el Sinaí. Este relato reviste gran importancia para el pueblo llamado “pueblo de la alianza”, porque precisamente señala el nacimiento del pueblo de Dios. En el texto se recuerda como el Señor se hace el Dios de Israel e Israel se convierte en el pueblo del Señor, en esta nueva relación el rito que acompaña y sella la alianza se enmarca en el sacrificio de comunión (v. 5) y el rito de la aspersión con la sangre (v.v. 6-8). El sacrificio de comunión evoca la restauración de las relaciones amistosas entre Dios y el pueblo. Mediante la alianza se rehace y se restaura la paz y armonía rotas por el pecado. El rito de la aspersión con la sangre sobre el altar y sobre el pueblo, simbolizan la comunión que la alianza establece entre el Señor y las tribus de Israel. El Salmo 115, constituye una acción de gracias, dirigida al Señor que libera de la aflicción y la muerte. El orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se bebe el cáliz ritual. El capítulo 9 de la carta a los Hebreos, explica el sacrificio de Cristo a partir de elementos comparativos del AT, pero con un cambio radical de su significado, vale la pena destacar el (v. 12) “Y penetró en el santuario una vez para siempre, no presentando sangre de machos cabríos, no de novillos, sino su propia sangre. De ese modo consiguió una liberación definitiva”. Cristo vuelve al Padre y entra a su presencia de una vez para siempre, esta entrada la realizó a través de un sacrifico y de su gloriosa resurrección. Con su cuerpo renovado por la resurrección, consiguió la liberación eterna, de este modo se inaugura la “alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna” (v. 15) El Evangelio de Marcos, en el capítulo 14, presenta el relato de la última cena de Jesús. La víspera de su pasión y muerte, Jesús interpreta a los discípulos el sentido de su muerte. “Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre... de la alianza”. Jesús se mueve en un clima estrechamente sacrificial. Del mismo modo que en los sacrificios era derramada la sangre sobre el altar, así Cristo derrama la suya en el altar de la cruz. La sangre de los sacrificios que tiene carácter expiatorio, hoy adquiere plenitud, es para el perdón de los pecados de todos los hombres. Con el sacrificio de Cristo se inaugura la “nueva alianza”.

Vie 25 Mayo 2018

Somos comunidad de amor y de vida

Primera lectura: Dt 4,32-34.39-40 Salmo Sal 33(32),4-5.6+9. 18-19.20+22 (R. cf. 12) Segunda lectura: Rm 8,14-17 Evangelio: Mt 28,16-20 Introducción La Palabra de Dios que ilumina esta solemnidad de la Santísima Trinidad, manifestación de la comunión de las tres divinas personas en la diversidad de su misión, nos ofrece varias ideas temáticas para la reflexión, la celebración y la aplicación en la realidad concreta de cada comunidad: Dios Padre, en Jesucristo, siempre está presente entre nosotros y continúa actuado sus maravillas. Somos comunidad de amor y de vida a ejemplo de la Santísima Trinidad. Llamados a vivir la misma relación de comunión que Cristo vivió con Dios y con los hombres ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Sagrada Escritura nos ofrece el misterio de la Santísima Trinidad, no como un evento para entender y descifrar, sino para creer, celebrar y experimentar que Dios siempre acompaña y bendice a su pueblo, de ahí que le pone de presente su historia: ¿cómo se ha mostrado Dios en su recorrido de familia, de patria? En efecto, el texto del Deuteronomio, en consideración para esta celebración (Dt 4,32-34.39-40), se centra en recordar el camino que el pueblo ha recorrido y de cuánto el Señor ha hecho por él. Es una llamada a descubrir a Dios, no sólo como el Dios del pueblo, sino como el más cercano, el más comprometido con la historia del ser humano, el Señor de Israel: «dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad» (Sal 33,12). Este gozo que da al hombre descubrir al verdadero Dios y tener experiencia de Él en su propia vida, le permite confesarlo como su Señor, su único Dios. El Salmo 33 es un himno de alabanza al poder y a la providencia de Dios que frente a la debilidad humana aparece la fuerza de la palabra creadora y de la providencia solícita del Señor para con sus fieles. Del mismo modo que Dios, al comienzo de la creación, por su palabra, mandó que surgiera el mundo, así también, por su palabra creadora manda, que surja el bien. Se trata de que el hombre esté convencido en todo momento que la fuerza providente del Señor está del lado de aquellos que confiesan que sólo el Señor es su auxilio y escudo y que sólo en él se alegra el corazón. Pablo, por su parte, en la carta a los Romanos (8,14-17), desarrolla la nueva condición del bautizado, que ha recibido el don del Espíritu que da la vida en Cristo. En efecto, nos encontramos en la plenitud del don. La «carne», la Ley... nos pone en referencia con todo lo caduco, lo finito, lo que cierra al ser humano en sí mismo, y por lo tanto, lo separa de Dios. El don, el «Espíritu», en cambio, realiza la obra de abrir a la vida, y nos hace «hijos de Dios», y capaces de gritar «Abbá». Este Espíritu que impulsó a Jesús a la misión y que nos hace gritar Abbá, nos hace «hijos» en el Hijo, para vivir la misma relación de comunión que Cristo vivió con Dios, y con los hombres. Finalmente, el evangelio de Mateo (28,16-20), que describe la aparición de Jesús a los once, presenta el envío misionero como el modo de salir, acompañados por el don del Espíritu, al encuentro del otro para hacerlo discípulo en el nombre de Dios. Este envío es presentado en tres momentos: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra», «Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones... enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado» y, concluye con la afirmación de la presencia de Jesús en la comunidad: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»; Él, que llamó a los discípulos y los envió, sigue estando presente en medio de ellos, mientras ellos hacen discípulos para seguir al Maestro.

Vie 27 Abr 2018

Creyendo y amando podemos ser discípulos del Señor

Primera lectura: Hch 9,26-31 Salmo Sal 22(21),26b-27. 28+30.31-32 (R. 26a) Segunda lectura: 1Jn 3,18-24 Evangelio: Jn 15,1-8 Introducción Somos la viña del Señor, el pueblo que Dios se escogió y que ama entrañablemente. Jesús, el Hijo de Dios, que se nos presenta como la Vid Verdadera, de cual hacemos parte porque somos sus sarmientos y, por lo tanto, llamados a dar buenos frutos si nos dejamos podar y si permanecemos unidos a Él. Dios Padre nos concede creer firmemente en Él y en su Hijo y envidado, Jesucristo, e igualmente, nos concede amarlo sin medida, amando a nuestros hermanos los hombres. Creyendo y amando podemos ser sus discípulos y misioneros que vivamos y extendamos su reinado. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Iglesia es fundamentalmente el misterio de nuestra incorporación personal y comunitaria a la Persona viviente de Cristo Jesús. Incorporación interior y profunda, mediante la vida de fe, de gracia y de caridad. Y también incorporación garantizada externamente, mediante nuestra permanencia visible a la propia Iglesia, una, santa, católica y apostólica y que Cristo instituyó para prolongar su obra de salvación hasta el fin de los tiempos. En la primera lectura de los Hechos nos presente cómo Pablo fue predestinado y elegido por Dios para realizar la obra de Cristo. Y fue plenamente de Cristo, cuando quedó aceptado e incorporado a su Iglesia jerárquica y visible, como garantía de comunión con los demás cristianos. Con el Salmo 21 decimos: “El Señor es mi alabanza en la gran asamblea. Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse. Alabarán al Señor los que lo buscan; viva su Corazón por siempre. Lo recordarán y volverán al Señor, se postrarán las familias de los pueblos. Ante Él se inclinarán los que bajan al polvo. Me hará vivir para Él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura...” En la segunda lectura, Juan en su primera carta muestra cómo la garantía más profunda de nuestra sinceridad cristiana está siempre en la autenticidad de nuestra fe, verificada en el amor, como comunión de vida con el Corazón de Cristo, Amor avalado por Padre, este es su mandamiento que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y que nos amemos mutuamente. En el evangelio de Juan el Señor nos dice: “El que permanece en Mí y yo en él, ése da fruto”. La Iglesia no es sino la realización del misterio del Cristo total. Él, Cabeza; nosotros, sus miembros. Él, la Vid; nosotros, los sarmientos injertados en la cepa por la fe y la gracia que santifica. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Las lecturas de hoy nos ayudan a reconocer nuestro propio ser cristiano. Más de una vez nos encontramos como fuera de juego en el campo de la vida cristiana. Parece que todo se ha desvanecido y nos hallamos extraños para nosotros mismos: la Palabra, los Sacramentos, la misma oración ya "no nos dicen nada". Es reconfortante leer despacio y profundizar el evangelio de hoy. Lo dice claramente, ser cristiano no es algo afectivo que dependa de nuestro estado de ánimo. Nuestra vinculación con Cristo real y gratuita, no depende de nuestros méritos, sino de Cristo mismo quién con su muerte y resurrección nos ha configurado con Él; realidad que él mismo la presenta con la imagen "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos". Es decir, estamos enraizados en un origen dado en el bautismo, que nos da fuerza y produce fruto, en virtud del cual podemos vivir una existencia útil y llena de sentido. A nosotros nos toca la tarea de no romper ese vínculo que nos vincula con el Resucitado. San Juan, en la segunda lectura, nos anima a poner nuestra confianza en Dios para vivir en paz interior y dar mejores frutos. En efecto, al decir "si la conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con más confianza", quita fuerza a nuestros escrúpulos, a los estados de hora baja o aridez. Sólo el pecado grave rompe nuestra vinculación con Cristo. Somos invitados, por tanto, a refugiarnos en la misericordia divina "pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo". ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Hoy Jesús nos recuerda que Él es “La Verdadera Vid”, aquella donde se injertan los sarmientos, que somos nosotros. Una Vid con profundas raíces, que irradia a través de la cepa la savia que da la vida, que no es otra que el Amor de Dios. Hoy día, para el común de muchas personas, es más importante la apariencia, lo externo, la imagen, se mide a las personas por su exterior y se valora públicamente todo lo que tiene que ver con la fachada corporal. No están de moda las grandes profundidades. Estamos perdiendo la identidad cristiana, religiosa, la raíz de nuestro ser. Y ya se sabe, cuando no hay raíz, uno está sujeto a cualquier viento. Sin embargo, sabemos que sólo lo que se construye con esfuerzo, con sacrificio, que tiene hondas raíces, es lo que perdura en la vida. Sabemos que, ante las dificultades y fracasos, si no hay profundidad en la persona, se desmoronan nuestras convicciones y tendemos a caer en la amargura, la decepción, el desencanto e incluso el sinsentido de la vida. Los cristianos también pretendemos vivir un cristianismo fácil, cómodo, que no nos exija demasiado, acomodado a los tiempos vacíos que vivimos. Y no es que todo lo que tiene el mundo moderno sea malo, para nada. Hay muchas cosas buenas, muchos avances que han mejorado la vida de las personas, muchos adelantos que han facilitado el mejor desarrollo de nuestras potencialidades. Hay más libertad, más derechos, más posibilidades para todos, aunque no siempre equitativamente repartidas en nuestro mundo. Pero es claro que, a la vez, estamos perdiendo valores esenciales, humanos, necesarios para ser felices. Qué bueno es hoy escuchar a Cristo que nos invita a afirmar y asentar nuestras vidas sobre fuertes raíces, que no son otras que las raíces de la fe y del amor. Para nosotros Cristo el centro de nuestra fe y sin Él no podemos dar buenos frutos. Unidos, más que nunca, a la Vid Verdadera, que es Jesús; anclados en El por medio de la oración, de la participación en la vida de la Iglesia, viviendo de la gracia maravillosa que mana de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y compartiendo penas y esperanzas con la comunidad, sólo podremos dar frutos abundantes, frutos que perduren, frutos según Dios. Sólo así perderemos el miedo a manifestarnos como lo que nos pide Cristo: como auténticos discípulos y misioneros; somos los sarmientos de su Cepa, con Él lo podemos todo, a su lado podemos ser verdaderos artesanos del perdón, la reconciliación y la paz. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? En la celebración de la Pascua somos incorporados bautismalmente en la persona de Jesús, muriendo y resucitando con él. La Pascua de Jesús hace posible en el mundo que la vida abundante y con calidad. El sarmiento es trabajado dolorosamente por el viñador. Se habla de “cortar” y de “podar”. Ahora podremos comprender mejor el sentido de la poda: Dios interviene en nuestra vida con la Cruz y la Cruz es salvífica. Cuando Dios interviene en nuestra vida con la Cruz, no quiere decir que esté rabioso con nosotros, ni que nos esté castigando. Se trata de lo contrario. El viñador poda el sarmiento para que dé más fruto. Es necesario “podar”, tomar decisiones para cambiar, para moldear nuestra vida de discípulos, para que Jesús crezca en nosotros, para ir poco a poco llenándonos de Cristo. Lo que el Padre quiere, lo que más desea de nuestra vida, lo que le da gloria es: que demos mucho fruto y que lleguemos a ser de verdad discípulos de Jesús. Dios quiere, que se desarrollen todas las potencialidades de nuestra existencia, que nuestro proyecto de vida sea exitoso, que se refleje en nuestro rostro la plena felicidad; para ello tenemos que permanecer unidos a Jesús. La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida de Cristo con los suyos, que ya comenzó en el bautismo. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero se prolonga a lo largo de la jornada en comunión de vida y de obras. La Eucaristía dominical es la celebración de la vida, de la fuerza radiante de la vida pascual, que vence todas las esterilidades, tristezas de nuestra vida y que nos fortalece para que obremos el bien y demos buenos frutos.