
La devoción a San José: un legado de esperanza y fe que celebrará la Arquidiócesis de Ibagué durante el IV Congreso Josefino
Jue 20 Mar 2025
A propósito de la reciente celebración de la fiesta litúrgica de San José, la Arquidiócesis de Ibagué se prepara para vivir su IV Congreso Josefino, un momento especial de reflexión, formación y oración entorno a la profunda devoción de esta Iglesia particular por el custodio de la Sagrada Familia y patrono de la Iglesia Universal. En esta ocasión, el congreso se llevará a cabo del 21 al 23 de marzo bajo el lema “San José, hombre de la Esperanza, lleno del Espíritu Santo".Más que un evento, la Arquidiócesis buscará que el congreso se convierta en un testimonio concreto del profundo amor que sus comunidades tienen hacia San José, aquel hombre justo que supo vivir en esperanza y confianza en las promesas del Padre; un ejemplo para todos los fieles.La vida del santo Patriarca, marcada por la docilidad al Espíritu Santo, inspira a la Arquidiócesis de Ibagué a seguir caminando en la fe y a fortalecer su misión evangelizadora, especialmente en este año jubilar 2025, en el que esta jurisdicción del departamento del Tolima celebra 125 años de la creación como Diócesis y 50 años de su erección como Arquidiócesis.Monseñor Orlando Roa Barbosa, arzobispo de Ibagué, ha convocado a este encuentro como una oportunidad para profundizar en la espiritualidad josefina y para seguir el itinerario del Plan Arquidiocesano de Evangelización, que este año se centra en el anuncio kerigmático y en la acción del Espíritu Santo. “El IV Congreso de San José es un momento muy importante en la vida de nuestra Arquidiócesis, que ha visto florecer y fructificar el conocimiento, devoción y amor a San José”, expresó el prelado.El congreso contará con la participación activa de otros obispos de esa Provincia Eclesiástica: monseñor Marco Antonio Merchán Ladino, de la Diócesis de Neiva; monseñor Miguel Fernando González Mariño, de la Diócesis de El Espinal. Además, con la presencia de monseñor Flavio Calle Zapata, arzobispo emérito de Ibagué. Sus ponencias abordarán la figura de San José como modelo de esperanza y de docilidad al Espíritu Santo, invitando a los fieles a imitar su ejemplo en la vida cotidiana.El IV Congreso Josefino iniciará el viernes 21 de marzo con una Eucaristía en la Catedral Metropolitana Inmaculada Concepción, seguida de un concierto de órgano dirigido por el padre Óscar Andrés Torres Ávila. Durante los días 22 y 23, en el Colegio Tolimense, se alternarán enseñanzas, momentos de oración y testimonios, culminando con una peregrinación a la Catedral y una Santa Misa el domingo 23 de marzo, donde los participantes podrán ganar la Indulgencia Plenaria.Aunque el congreso es presencial, la Arquidiócesis de Ibagué ha dispuesto que quienes no puedan asistir puedan seguirlo a través de las redes oficiales y de la emisora online arquidiocesana (www.lainmaculadaibague.com). Esto permitirá que la devoción a San José trascienda fronteras y llegue a todos los rincones del país.La devoción a San José en Ibagué no se limita a los congresos, que ya son emblemáticos, sino que se manifiesta en los grupos josefinos de las parroquias, en el culto eucarístico, en las obras de caridad y en las expresiones populares de fe. Este IV Congreso es, por tanto, una oportunidad para renovar el compromiso con el santo Patriarca y para seguir construyendo una Iglesia llena de esperanza, guiada por el Espíritu Santo.Vea a continuación el mensaje de monseñor Orlado Roa Barbosa:

“Cuidadores Indígenas de la Amazonía”: una iniciativa que hace vida las enseñanzas del papa Francisco por el cuidado de la Casa Común y la fraternidad
Mar 11 Mar 2025
Gracias a una alianza entre el Vicariato Apostólico de Inírida y la Corporación Universitaria Minuto de Dios (UNIMINUTO), 41 líderes, lideresas, sabedores y jóvenes indígenas del departamento del Guainía recibieron formación para fortalecer sus conocimientos y habilidades frente a la protección de este importante territorio, así como sus lazos de convivencia comunitaria. El proceso pedagógico, adelantado bajo el liderazgo de monseñor Joselito Carreño Quiñones, obispo de Inírida, y gracias al apoyo económico de ADVENIAT, se desarrolló a través de cuatro “Encuentros de Intercambio de Saberes”. Estos espacios no solo permitieron el diálogo entre la tradición indígena, la perspectiva occidental y el enfoque espiritual, sino que también fomentaron la aplicación de conocimientos ancestrales en iniciativas ambientales y comunitarias.Una iniciativa inspirada en los llamados del papa FranciscoInspirados en la Exhortación Apostólica Postsinodal “Querida Amazonía”, los encuentros rescataron la visión del Santo Padre sobre la Amazonía como un “misterio sagrado” y un espacio interconectado geográfica y culturalmente. Los participantes dialogaron sobre temas como la lengua, las tradiciones, el ambiente, el territorio y la organización social, integrando saberes ancestrales con prácticas modernas para el cuidado ambiental.Durante la ceremonia de clausura, celebrada el pasado 21 de febrero, monseñor Joselito Carreño destacó la importancia de este proceso: “Es una alegría y esperanza para el Vicariato Apostólico de Inírida y para todos los que hemos acompañado este camino de aprendizaje. Celebramos el esfuerzo, la dedicación y el compromiso de estos 41 guardianes de la Casa Común”.Otro de los logros más significativos del proyecto fue el fortalecimiento de los lazos fraternales entre las etnias participantes: los Puinave y los Cubeo. Desde ese intercambio de saberes, se rescataron usos, costumbres y tradiciones, lo que no solo enriquece la identidad cultural de estas comunidades, sino que también promueve la armonía con el entorno natural. Un enfoque comunitario que, sin lugar a duda, refleja el llamado del papa Francisco a construir una sociedad basada en la fraternidad y el diálogo.Conozca más detalles de la iniciativa a través del informe audiovisual elaborado por el equipo de comunicaciones del Vicariato Apostólico de Inírida:

De las montañas de Nariño a los campos del Huila: Mons. Jaime Alberto Cabrera Arcos inicia su misión episcopal en la Diócesis de Garzón
Mié 26 Mar 2025
Con una solemne celebración en la Catedral San Miguel Arcángel, este martes, 25 de marzo, monseñor Jaime Alberto Cabrera Arcos fue ordenado obispo y tomó posesión como décimo pastor de la Diócesis de Garzón.La ceremonia fue presidida por el Nuncio Apostólico en Colombia, monseñor Paolo Rudelli, y acompañada por quince obispos de diversas regiones del país, así como por sacerdotes, religiosos y fieles laicos de las diócesis de Garzón y Pasto. En su homilía, el representante del papa Francisco trazó un paralelo entre la solemnidad de la Anunciación – fiesta litúrgica celebrada en este día por la Iglesia Universal– y la misión del nuevo obispo: "Al centro de esta solemnidad están dos Sí: el de Dios a la humanidad, expresado por Cristo que dice 'Heme aquí', y el de María, 'Hágase en mí según tu palabra'. Monseñor Jaime será custodio de estos dos Sí: del Sí eterno de Dios a su pueblo y del Sí de la Iglesia que responde con fidelidad", afirmó. El Nuncio subrayó que el ministerio episcopal no es obra humana, sino "obra del Espíritu Santo", el mismo que consagró a Jesús en el Jordán y descendió sobre los apóstoles en Pentecostés. Recordó que el obispo está llamado a ser "signo vivo de la Encarnación":Un llamado a encarnarse en la realidad huilenseCon emotividad, monseñor Rudelli comparó el "Heme aquí” de Cristo con el Sí que el nuevo obispo pronuncia ante su diócesis: "A ti también hoy se te dona un cuerpo: el de esta Iglesia de Garzón. Un cuerpo de carne con rostros, historias, fragilidades y esperanzas. Un cuerpo que deberás amar como el Buen Pastor ama a sus ovejas". Este llamado a la proximidad resonó en el mensaje posterior de monseñor Jaime Alberto, quien prometió caminar junto a su grey: "No vine con equipajes pesados, pero sí lleno de amor. Quiero ser el primero en vivir la comunión, en salir como misionero y en dar testimonio, incluso con mi acento pastuso –que espero se mezcle pronto con el bambuco huilense”. Un llamado a la comunión, la misión y el testimonioEn su primer mensaje como obispo,monseñor Jaime Albertoagradeció el apoyo recibido y enfatizó los tres pilares que marcarán su ministerio:comunión, misión y testimonio. Inspirado en el libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 42-47), señaló que su lema episcopal busca revivir el espíritu de las primeras comunidades cristianas:"Todo giraba en torno al misterio de Cristo, a la fuerza del Espíritu Santo que emanaba como una gran realidad: la comunión. Sin comunión no podemos hacer visible el Reino de Dios", afirmó el nuevo obispo.Frente a la misión, durante su ceremonia de ordenación y posesión también quiso destacar aSan Ezequiel Morenoy al mártirpadre Pedro Ramírez, de quienes reposan sus reliquias en esa diócesis, como modelos de evangelización y entrega.Entre sus prioridades, destacó:- Fortalecer la comuniónentre las 64 parroquias de la diócesis.- Impulsar equipos misionerospara llevar el Evangelio "a todas partes".- Promover el testimonio de fe, especialmente en un año marcado por celebraciones jubilares.Un obispo con raíces nariñenses y corazón huilenseNacido enSandoná, Nariño, y formado en la Diócesis de Pasto, monseñor Jaime Alberto expresó su amor por la tierra huilense, a la que llegó dispuesto a servir:"Vengo desde el sur de Colombia a esta bella tierra que no me vio nacer, pero que empecé a amar entrañablemente. Espero que mi acento pastuso vaya modulando al bello ritmo de un bambuco huilense", expresó el prelado.La ceremonia contó con la presencia de sumadre y hermanos, así como de autoridades civiles y eclesiásticas, entre ellas elarzobispo de Tunja y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Gabriel Ángel Villa Vahos, en representación de la Comunidad de Presidencia, elobispo de Pasto, monseñor Juan Carlos Cárdenas Toro y el obispo de El Espinal, monseñor Miguel Fernando González.En contextoLa Diócesis de Garzón fue creada el 20 de mayo de 1900 por el Papa León XIII.Hace parte de la Provincia Eclesiástica de Ibagué, actualmente cuenta con 64 parroquias y abarca 22 municipios.Vea a continuación la transmisión de la ceremonia:

“Edad Dorada” de los Obispos de Colombia: la misión evangelizadora no se detiene con la emeritud
Lun 17 Mar 2025
Reconociendo la importancia de la misión y el legado de sabiduría y experiencia de aquellos obispos que ya no ejercen funciones de gobierno en sus diócesis tras haber alcanzado sus 75 años de edad, los días 10 y 11 de marzo, en la sede de la Conferencia Episcopal, se celebró el encuentro anual de Obispos Eméritos de Colombia.Aunque han presentado su renuncia al Papa, como lo establece el Código de Derecho Canónico, la mayoría de los 49 obispos eméritos que tiene actualmente la Iglesia colombiana siguen desempeñando un papel activo en la evangelización y vida eclesial del país.El Encuentro 2025 de los Obispos Eméritos de Colombia reunió a 24 prelados en un ambiente de fraternidad y comunión. Oraron juntos, desarrollaron actividades de análisis colectivo sobre los desafíos actuales del mundo, el país y la Iglesia, y reflexionaron sobre cómo seguir colaborando con la Conferencia Episcopal y en las diócesis desde este rol. Además, abordaron con profundidad y serenidad un tema central en esta etapa de sus vidas: la reflexión sobre la muerte como paso hacia la casa del Padre.El evento fue coordinado por el cardenal Jorge Enrique Jiménez Carvajal, arzobispo emérito de Cartagena, junto con monseñor Iván Antonio Marín López, arzobispo emérito de Popayán y monseñor Octavio Ruiz Arenas, arzobispo emérito de Villavicencio.Sinodalidad y espiritualidad: ejes centrales del análisisUno de los frutos más significativos del encuentro 2025 fue la reflexión en torno a la aplicación del Sínodo sobre la Sinodalidad en Colombia, espacio que fue facilitado por el cardenal Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y padre sinodal. Al respecto, monseñor José Octavio Ruiz Arenas explicó:“Analizamos cómo las grandes líneas trazadas por el Papa Francisco en las asambleas sinodales pueden fortalecer la comunión y la participación en nuestra Iglesia local”.Este abordaje también permitió a los obispos eméritos visualizar su rol como facilitadores del proceso de construcción de esa Iglesia sinodal, aportando su experiencia y sabiduría acumulada.Además, el encuentro profundizó en la espiritualidad a través de la última encíclica del Papa, Dilexit Nos, que aborda el amor y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.“Es fundamental entender el amor de Cristo y cómo debemos expandirlo por todo el mundo”, afirmó monseñor Ruiz Arenas, destacando que esta reflexión espiritual es un llamado a vivir y transmitir el amor de Dios en un mundo marcado por desafíos y divisiones.La “Edad Dorada”: un tiempo de misión, goce y preparación para la siguiente etapa en la casa del PadreOtro de los temas centrales del encuentro fue la reflexión en torno a la tercera edad, denominada por los obispos como la “Edad Dorada”. Monseñor Ruiz Arenas subrayó que es un tiempo para vivir con gozo y alegría, “conscientes de nuestras limitaciones, pero también de la responsabilidad de dejar un legado”, precisó.De acuerdo con el Arzobispo Emérito de Villavicencio, identificaron que ese legado se puede materializar a través de la oración, la escritura, la formación y el acompañamiento a sacerdotes, obispos y fieles, demostrando que la misión evangelizadora no se detiene con el retiro.La serena reflexión que hicieron sobre la muerte como paso hacia la eternidad reforzó su mensaje de esperanza y su convicción de que, hasta el último día, su vida está dedicada a servir a Dios y a su pueblo.Por su parte, monseñor Francisco Javier Múnera Correa, arzobispo de Cartagena y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, resaltó la vitalidad y el entusiasmo de los obispos eméritos:“Ellos forman parte del colegio episcopal y tienen mucho que aportar a la vida de nuestra Iglesia y del país. Su testimonio y ministerio siguen siendo una luz para todos nosotros”, afirmó.Al finalizar el evento, los participantes emitieron recomendaciones para continuar fortaleciendo estos encuentros, que no solo son un enriquecimiento personal para los obispos eméritos, sino también una contribución invaluable para la Iglesia en Colombia.Además, el presidente del Episcopado expresó su gratitud a Dios por su ministerio y testimonio, “que siguen siendo luz y guía para nuestra Iglesia”, afirmó.
Bautismo y Cuaresma
Lun 3 Mar 2025

Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El 5 de marzo damos inicio al tiempo litúrgico de la Cuaresma. Como bien se sabe, son 40 días de preparación para la gran solemnidad de la Pascua, a través de la oración, la penitencia y la limosna.
Este año coincide con el Jubileo de la Esperanza. En este sentido, las actividades jubilares están en íntima consonancia con el propósito de la Cuaresma, que nos invita a tener la valentía de la conversión de corazón, desde lo profundo de nuestro ser.
Sin embargo, desde tiempos inmemoriales, la Cuaresma tiene una dimensión bautismal, que es la que le da sentido a este tiempo de gracia. Durante la Cuaresma, los catecúmenos terminaban su preparación para ser admitidos y bautizados en la noche santa de la Pascua; y los pecadores, tenían -y la siguen teniendo- la oportunidad de reorientar sus vidas y recibir el perdón de sus pecados y poder participar plenamente en la pascua en comunidad.
Por eso mismo, abordar el tema del bautismo en este contexto, es necesario y más cuando se vuelve urgente que volvamos todos al amor primero, al bautismo.
La XVI Asamblea general ordinaria del Sínodo de Obispos, por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, que se realizó el mes de octubre de 2024, abordó de una manera especial el tema del bautismo como base importante de la dimensión sinodal del pueblo de Dios, que en nuestro caso, resulta providencial, puesto que en nuestras líneas pastorales hemos puesto en primer lugar el bautismo como el sacramento que estamos llamados a valorar en su justa dimensión, pues los cristianos debemos vivir con coherencia el bautismo recibido.
Me permito destacar apartes de la primera parte de las conclusiones que tiene como título “El corazón de la sinodalidad. Llamados por el Espíritu a la conversión”. Aquí se destaca la aproximación a la Iglesia, entendida como pueblo de Dios sacramento de unidad, en donde se afirma que del bautismo brota la identidad del Pueblo de Dios y se realiza la llamada a la santidad y el envío a la misión (cfr. n.15). Luego, en los números 21 a 28, aborda el tema de las raíces sacramentales del pueblo de Dios. Aquí transcribo lo siguiente:
24. “No es posible comprender plenamente el Bautismo sino dentro de la Iniciación cristiana, es decir, el itinerario a través del cual el Señor, por el ministerio de la Iglesia y el don del Espíritu, nos introduce en la fe pascual y en la comunión trinitaria y eclesial. Este itinerario conoce una importante variedad de formas, según la edad en la que se emprende, los diferentes acentos propios de las tradiciones orientales y occidentales, y las especificidades de cada Iglesia local. La iniciación nos pone en contacto con una gran variedad de vocaciones y ministerios eclesiales … (sic).
25. Dentro del itinerario de la iniciación cristiana, el sacramento de la Confirmación enriquece la vida de los creyentes con una particular efusión del Espíritu con miras al testimonio. El Espíritu que llenó a Jesús (cf. Lc 4,1), que lo ungió́ y lo envió́ a anunciar el Evangelio (cf. Lc 4,18), es el mismo Espíritu que se derrama sobre los creyentes como sello de pertenencia a Dios y como unción que santifica. Por eso la Confirmación, que hace presente la gracia de Pentecostés en la vida del bautizado y de la comunidad, es un don de gran valor para renovar el prodigio de una Iglesia movida por el fuego de la misión, que tiene el valor de salir a los caminos del mundo y la capacidad de hacerse comprender por todos los pueblos y culturas… (sic).
26. La celebración de la Eucaristía, especialmente el domingo, es la primera y fundamental forma en la que el Pueblo santo de Dios se encuentra y reúne. Por medio de la celebración eucarística, “se significa y se realiza la unidad de la Iglesia” (UR 2). En la “participación plena, consciente y activa” (SC 14) de todos los fieles, en la presencia de los diversos ministerios y en la presidencia del obispo o presbítero, se hace visible la comunidad cristiana, en la que se realiza una corresponsabilidad diferenciada de todos para la misión. Por eso la Iglesia, Cuerpo de Cristo, aprende de la Eucaristía a articular unidad y pluralidad: unidad de la Iglesia y multiplicidad de asambleas eucarísticas; unidad del misterio sacramental y variedad de tradiciones litúrgicas; unidad de la celebración y diversidad de vocaciones, carismas y ministerios. Nada muestra mejor que la Eucaristía que la armonía creada por el Espíritu no es uniformidad y que todo don eclesial está destinado a la edificación común. Cada celebración de la Eucaristía es también expresión del deseo y de la llamada a la unidad de todos los bautizados, que todavía no es plena y visible. Donde no es posible la celebración dominical de la Eucaristía, la comunidad, deseándola, se reúne en torno a la celebración de la Palabra, donde Cristo sigue estando presente” … (sic).
Invito pues a los sacerdotes, diáconos, catequistas y fieles en general, a reflexionar en el valor del bautismo recibido, a evaluar la forma como han asumido sus compromisos, y la manera como el itinerario de formación sacramental, que lleve al crecimiento y madurez de la fe cristiana, se está llevando a cabo. Nuestro propósito es propiciar procesos que permitan adentrarse más y mejor el corazón mismo del Señor y de la Iglesia. Buena Cuaresma bautismal para todos.
+Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Arzobispo de Cali
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5)
Mié 26 Feb 2025

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Nos encontramos próximos a iniciar el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza el próximo 5 de marzo, con una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “Conviértete y Cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que consiste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la FE en la buena noticia del Reino de Dios, recordándonos la necesidad de conversión y penitencia que en el tiempo de cuaresma y particularmente en este año jubilar, tenemos que reforzar para purificar nuestra conciencia del mal y el pecado y totalmente purificados recibir la gracia de Dios que nos perdona y nos reconstruye interiormente porque “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 20).
Para reconocer el pecado personal es necesario estar muy cerca de Dios, para poder sentir el dolor por el rechazo a Él por el mal que hace nido en el corazón, descubriendo con el pecado la gran pérdida de la gracia. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia” (CCE 386).
Cuanto más cerca estamos de Dios más podemos sentir el desastre y las heridas que causa el pecado en la vida personal, sin embargo, tenemos la posibilidad en Jesucristo Nuestro Señor de recuperarnos, recibiendo su perdón misericordioso tal como lo hizo con la mujer adúltera cuando le dijo: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar” (Jn 8, 11), indicando con ello que el ser humano pecador no quedó abandonado por Dios, al contrario, como Padre misericordioso siempre va en busca de la oveja perdida. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (Cf Gn 3, 9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Cf Gn 3,15)” (CCE410), porque “Donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Rm5,20) y en la bendición del Cirio Pascual en la noche santa de la Pascua reconocemos “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), cuando cantamos “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”.
Frente a la realidad del pecado que nos agobia y destruye, tenemos la certeza que es la gracia salvadora de Dios para con toda la humanidad que se nos ha ofrecido desde el madero de la Cruz, donde Jesús entregó su vida en rescate por todos, la que nos purifica y esto es posible por el amor de Dios que es infinito y que Él permanentemente derrama en nuestros corazones. De tal manera que en Jesucristo no todo está perdido, tenemos la esperanza de ser perdonados, que es la certeza que la gracia de Dios sobreabunda en nuestras vidas. De esta realidad nosotros somos testigos y tenemos la misión de anunciarlo a los demás, siendo instrumentos de la misericordia del Padre.
El mundo, nuestra región y también muchas de nuestras familias se están destruyendo por causa del pecado. Muchos desesperados en las angustias y tragedias que causa el mal, siguen buscando una salida sin Dios. Desde la Fe damos testimonio que sin Dios es imposible una solución, por eso es hora de volver al Señor, haciendo resonar en el corazón las palabras que escucharemos el miércoles de ceniza y durante este año jubilar: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), tomando conciencia que: “Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8, 1-2), porque Cristo murió para que nosotros fuéramos perdonados y que en nuestra vida sobreabundara la gracia.
La certeza del perdón en Cristo la tenemos que renovar permanentemente en nuestra vida. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de todos los cristianos es que no permanezcamos en situación de pecado, sino que frente al pecado busquemos el recurso de la gracia mediante el sacramento de la confesión, que nos reconstruye interiormente y nos devuelve la gracia de Dios.
Aprovechemos este año jubilar para revisar nuestra vida en ambiente de oración contemplativa y recibamos las gracias que nos trae el jubileo, para seguir en nuestra vida perdonados, reconciliados y en paz. Que esta cuaresma que estamos prontos a iniciar sea un tiempo para recibir “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), donde dejemos que sobreabunde la gracia de Dios en nuestras vidas, para reafirmar nuestra respuesta de Fe, Esperanza y Caridad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la Santidad, escuchando y leyendo el mensaje del Señor, meditándolo y creyendo en su Palabra y con ello convertir nuestra vida en Cristo para decir con San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) y poder cumplir con el mandato del Señor: Sean mis testigos.
En este camino espiritual contamos con la protección maternal de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, quienes escucharon la Palabra de Dios y entregaron su vida para hacer su voluntad, viviendo siempre en la gracia de Dios.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.
+José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Proteger y defender la familia
Jue 27 Mar 2025

Por Mons. Ramón Alberto Rolón Güepsa - “Después que ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.»
Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». (Mateo 2,13-15) Desde el nacimiento del niño Jesús, la familia de Nazaret sufrió persecución, injusticia e incomprensión por parte de quienes le ven como competencia y siguen los lineamientos y normativas del rey judío, pretenden acabar con Él.
La levadura de Herodes, enemigo de la fe, sigue hoy persiguiendo y hostigando a la familia tal como el Señor la instituyó desde el principio. Se intenta minar la concepción cristiana de la familia, desorientándola con ideologías que distorsionan su más sana visión. Por ejemplo, la ideología de género desarticula y divide, poniendo en riesgo el futuro de la humanidad. El mandato primordial «Crezcan y multiplíquense» queda sujeto al vaivén de interpretaciones humanas. Ya se observa cómo la población envejece y los nacimientos son cada vez menos; nuestros jardines escolares y escuelas tienen menos alumnos. Esto debe ponernos en alerta.
Por otra parte, la posición abortista sigue cobrando la vida de inocentes, avalada por legislaciones de tinte ideológico que agravan la crisis de nuestra humanidad.
Nuestro cometido, como miembros de la familia cristiana, es defenderla de estos ataques de sabor herodiano. Debe ser un compromiso de fe. Es necesario escuchar la voz de Dios, como lo hizo José con la Sagrada Familia, y apartarnos de todo lo que pueda atentar contra ella. Debemos seguir la voz del Señor, confiar en su Palabra para preservar y hacer realidad su plan.
Hoy deben resonar las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: «¿No han leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mateo 19, 4-6).
Es necesario hacer una alianza santa para preservar la familia de ataques, muchas veces sutiles, disfrazados de bien para confundir. Es un llamado a todos los que siguen los pasos del Maestro divino, para hacer resplandecer el Evangelio de la familia, defender la verdad sobre ella y comprometernos en la defensa de nuestra fe. La familia es la Iglesia doméstica donde crece y se fortalece la fe.
¿Qué deberíamos hacer?
1. Reconocer la obra de Dios en la familia y aceptarla en nuestras vidas. Esto implica asumir la misión encomendada con valentía y determinación. La Sagrada Familia fue llamada de Egipto para dar testimonio en medio del pueblo de Israel, ocupado por el régimen romano. Es tiempo de ocupar los espacios invadidos por ideologías extrañas y llenarlos con la verdad de Dios y el testimonio de nuestra fe. Debemos vivir con parresía la fe que confesamos y nos salva.
2. Valorar la familia como llamada a la santidad en el sacramento del matrimonio. Es necesario recuperar la vida espiritual de la familia como Iglesia doméstica, para recibir las gracias necesarias y permanecer en el camino de fe, fidelidad y amor a Cristo. En el matrimonio se consagra el amor sagrado, haciéndolo puro y santo, proyectado a la prole y llamado a santificar a los hijos.
3. Convertir la familia en una verdadera familia de Dios. Debemos trabajar constantemente para liberarla del pecado y colocarla en el corazón de Dios. En el Génesis, Noé y su familia fueron salvados del diluvio porque obedecieron la voz de Dios. Hoy, el Señor nos invita a subir a la barca de su Iglesia y reconstruir nuestra familia. Dios no nos abandona; siempre nos da una nueva oportunidad. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Romanos 5,20). Cristo ha vencido el pecado y nos llama a la victoria sobre el mal. Nada está perdido si confiamos y esperamos en Él.
4. Recuperar la dignidad de la familia en cada uno de sus miembros. La paternidad debe asumirse con responsabilidad, amor y gracia, teniendo como referente a San José, padre adoptivo de Jesús, y a Dios Padre, quien nos protege con amor misericordioso. La maternidad encuentra su más alta representación en María, Virgen y Madre por bondad de Dios. Cada mujer tiene en María el modelo a seguir para asumir su gran misión de madre y asegurar el futuro de la humanidad. En Cristo, tenemos el ejemplo preclaro de los hijos: obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
5. Orar por y con la familia. La familia debe abrirse a Dios y cumplir su misión siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret. Poner en manos de Dios nuestra familia para que Él nos dé la fuerza y la luz necesarias para defenderla como su don y regalo.
Dios Padre Todopoderoso bendiga nuestras familias, las guíe y las proteja de todo mal. Reciba nuestro acto de gratitud por habernos dado una familia donde recibimos la vida, el amor, el sustento y el reconocimiento, para seguir realizando su plan.
Dios bendiga nuestras familias.
Mons. Ramón Alberto Rolón Güepsa
Obispo de Montería
Miembro de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia
San José, modelo de santidad por la obediencia a la Voluntad de Dios
Mar 11 Mar 2025

Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Celebramos el próximo 19 de marzo la solemnidad de San José, patrono de la Iglesia universal de nuestra Diócesis y de varias instituciones de nuestra Iglesia Particular. Ese día viviremos la Eucaristía con el jubileo del Seminario Mayor y Menor. Es una oportunidad para reflexionar sobre las virtudes de San José, que vamos descubriendo cada vez que nos adentramos en su misión de custodio de María y del Niño Jesús. Aquí consideramos a San José como modelo de santidad por la obediencia a la voluntad de Dios, ya que escuchó lo que Dios le pedía y en silencio y con corazón limpio y disponible obedeció al plan de Dios.
Hoy la obediencia es una virtud poco común en la sociedad, porque cada uno quiere defender su autonomía y su deseo de prevalecer con sus propios planes y proyectos. San José obediente a la voluntad de Dios enseña a entregar la vida, aunque no se entienda el alcance de la misión y de lo que Dios pide. Así lo expresa la Palabra de Dios: “El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por la acción del Espíritu Santo. José su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto” (Mt 1, 18 - 19), manifestando aquí la incertidumbre en la que entró San José, pero con la serenidad que proviene de una vida interior contemplativa, pudo escuchar la voz de Dios.
Cuando San José tiene todo decidido y su plan organizado, Dios le pide que entregue su vida a su voluntad, “Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas aceptar a María como tu esposa, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Cuando José se despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1, 20 - 24), sin entender obedeció a Dios en actitud contemplativa, orante y silenciosa.
En la Palabra de Dios encontramos a San José como el hombre que no habla, sino que obedece. Con su obediencia lleva adelante las promesas de Dios que garantizan la llegada del Salvador al mundo para liberarnos de la esclavitud del pecado. San José habló más con el silencio que con las palabras, él aceptó la misión que Dios le confió y la cumplió totalmente en una actitud de obediencia sin límites. San José el hombre de la fe y de la obediencia, es modelo en nuestro camino de vida cristiana, que exige de nuestra parte hacer y amar la voluntad de Dios.
San José con fe firme nos enseña a escuchar la voz de Dios, con la disposición de la obediencia a su voluntad, con docilidad a su Palabra. La misión que se le confiaba no era fácil de entender en el momento, sin embargo, con la simplicidad de su vida interior, supo contemplar al Señor y obedecer sus mandatos desde una vida silenciosa. Al respecto San Juan Pablo II en Redemptoris Custos (Custodio del Redentor) afirma: “El clima de silencio que acompaña a todo cuanto concierne a la figura de José se extiende también a su trabajo de carpintero en su casa de Nazaret. Se trata de un silencio que revela de manera especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José ‘hizo’, pero permite descubrir en estas ‘acciones’, envueltas en el silencio, un clima de profunda contemplación del misterio de Dios” (RC 25).
La contemplación del misterio de Dios en una actitud silenciosa, refleja en la obediencia a la voluntad de Dios, la limpieza de la vida interior que solamente tiene lugar para las cosas del Señor, reflejando con ello que la gracia de Dios está por encima de cualquier proyecto humano. Desde el primado de la Gracia de Dios y de la vida interior, San José enseña la sumisión a Dios, como disponibilidad para dedicar la vida de tiempo completo a la misión que el Señor confía, logrando hacer su voluntad, desde el ejercicio piadoso y devoto a las cosas del Padre Celestial, que ocupaban el tiempo del Niño Jesús, desde que estaba en el templo en medio de los doctores de la ley escuchándolos y haciéndoles preguntas (Cf. Lc 2, 46-49).
San José modelo de santidad por la obediencia a la voluntad de Dios, nos enseña a vivir la Fe sin buscar protagonismos, a vivir la Esperanza con la confianza puesta en Dios aún en los momentos de dolor, a saber, estar como María al pie de la Cruz esperando la promesa de la salvación, y a vivir en cada momento la Caridad como amor total a Dios y al prójimo en una entrega de total donación a la voluntad de Dios.
La Iglesia siempre ha mirado a María y a José como modelos y patronos, reconociendo que ellos, no sólo merecieron el honor de ser llamados a formar la familia en la que el Salvador del mundo quiso nacer, sino que son el signo del creyente que se santifica obedeciendo a la voluntad de Dios. Que la contemplación de la figura de San José nos ayude a todos nosotros a ponernos en camino, dejando que la palabra de Dios sea nuestra luz, para que así, encendido nuestro corazón por ella (Cf. Lc 24, 32), podamos ser auténticos discípulos misioneros de Jesús, cumpliendo con el mandato misionero que nos pide: Sean mis testigos, por todos los confines de la tierra.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.
+José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Bautismo y Cuaresma
Lun 3 Mar 2025

Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El 5 de marzo damos inicio al tiempo litúrgico de la Cuaresma. Como bien se sabe, son 40 días de preparación para la gran solemnidad de la Pascua, a través de la oración, la penitencia y la limosna.
Este año coincide con el Jubileo de la Esperanza. En este sentido, las actividades jubilares están en íntima consonancia con el propósito de la Cuaresma, que nos invita a tener la valentía de la conversión de corazón, desde lo profundo de nuestro ser.
Sin embargo, desde tiempos inmemoriales, la Cuaresma tiene una dimensión bautismal, que es la que le da sentido a este tiempo de gracia. Durante la Cuaresma, los catecúmenos terminaban su preparación para ser admitidos y bautizados en la noche santa de la Pascua; y los pecadores, tenían -y la siguen teniendo- la oportunidad de reorientar sus vidas y recibir el perdón de sus pecados y poder participar plenamente en la pascua en comunidad.
Por eso mismo, abordar el tema del bautismo en este contexto, es necesario y más cuando se vuelve urgente que volvamos todos al amor primero, al bautismo.
La XVI Asamblea general ordinaria del Sínodo de Obispos, por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, que se realizó el mes de octubre de 2024, abordó de una manera especial el tema del bautismo como base importante de la dimensión sinodal del pueblo de Dios, que en nuestro caso, resulta providencial, puesto que en nuestras líneas pastorales hemos puesto en primer lugar el bautismo como el sacramento que estamos llamados a valorar en su justa dimensión, pues los cristianos debemos vivir con coherencia el bautismo recibido.
Me permito destacar apartes de la primera parte de las conclusiones que tiene como título “El corazón de la sinodalidad. Llamados por el Espíritu a la conversión”. Aquí se destaca la aproximación a la Iglesia, entendida como pueblo de Dios sacramento de unidad, en donde se afirma que del bautismo brota la identidad del Pueblo de Dios y se realiza la llamada a la santidad y el envío a la misión (cfr. n.15). Luego, en los números 21 a 28, aborda el tema de las raíces sacramentales del pueblo de Dios. Aquí transcribo lo siguiente:
24. “No es posible comprender plenamente el Bautismo sino dentro de la Iniciación cristiana, es decir, el itinerario a través del cual el Señor, por el ministerio de la Iglesia y el don del Espíritu, nos introduce en la fe pascual y en la comunión trinitaria y eclesial. Este itinerario conoce una importante variedad de formas, según la edad en la que se emprende, los diferentes acentos propios de las tradiciones orientales y occidentales, y las especificidades de cada Iglesia local. La iniciación nos pone en contacto con una gran variedad de vocaciones y ministerios eclesiales … (sic).
25. Dentro del itinerario de la iniciación cristiana, el sacramento de la Confirmación enriquece la vida de los creyentes con una particular efusión del Espíritu con miras al testimonio. El Espíritu que llenó a Jesús (cf. Lc 4,1), que lo ungió́ y lo envió́ a anunciar el Evangelio (cf. Lc 4,18), es el mismo Espíritu que se derrama sobre los creyentes como sello de pertenencia a Dios y como unción que santifica. Por eso la Confirmación, que hace presente la gracia de Pentecostés en la vida del bautizado y de la comunidad, es un don de gran valor para renovar el prodigio de una Iglesia movida por el fuego de la misión, que tiene el valor de salir a los caminos del mundo y la capacidad de hacerse comprender por todos los pueblos y culturas… (sic).
26. La celebración de la Eucaristía, especialmente el domingo, es la primera y fundamental forma en la que el Pueblo santo de Dios se encuentra y reúne. Por medio de la celebración eucarística, “se significa y se realiza la unidad de la Iglesia” (UR 2). En la “participación plena, consciente y activa” (SC 14) de todos los fieles, en la presencia de los diversos ministerios y en la presidencia del obispo o presbítero, se hace visible la comunidad cristiana, en la que se realiza una corresponsabilidad diferenciada de todos para la misión. Por eso la Iglesia, Cuerpo de Cristo, aprende de la Eucaristía a articular unidad y pluralidad: unidad de la Iglesia y multiplicidad de asambleas eucarísticas; unidad del misterio sacramental y variedad de tradiciones litúrgicas; unidad de la celebración y diversidad de vocaciones, carismas y ministerios. Nada muestra mejor que la Eucaristía que la armonía creada por el Espíritu no es uniformidad y que todo don eclesial está destinado a la edificación común. Cada celebración de la Eucaristía es también expresión del deseo y de la llamada a la unidad de todos los bautizados, que todavía no es plena y visible. Donde no es posible la celebración dominical de la Eucaristía, la comunidad, deseándola, se reúne en torno a la celebración de la Palabra, donde Cristo sigue estando presente” … (sic).
Invito pues a los sacerdotes, diáconos, catequistas y fieles en general, a reflexionar en el valor del bautismo recibido, a evaluar la forma como han asumido sus compromisos, y la manera como el itinerario de formación sacramental, que lleve al crecimiento y madurez de la fe cristiana, se está llevando a cabo. Nuestro propósito es propiciar procesos que permitan adentrarse más y mejor el corazón mismo del Señor y de la Iglesia. Buena Cuaresma bautismal para todos.
+Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Arzobispo de Cali
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5)
Mié 26 Feb 2025

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Nos encontramos próximos a iniciar el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza el próximo 5 de marzo, con una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “Conviértete y Cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que consiste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la FE en la buena noticia del Reino de Dios, recordándonos la necesidad de conversión y penitencia que en el tiempo de cuaresma y particularmente en este año jubilar, tenemos que reforzar para purificar nuestra conciencia del mal y el pecado y totalmente purificados recibir la gracia de Dios que nos perdona y nos reconstruye interiormente porque “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 20).
Para reconocer el pecado personal es necesario estar muy cerca de Dios, para poder sentir el dolor por el rechazo a Él por el mal que hace nido en el corazón, descubriendo con el pecado la gran pérdida de la gracia. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia” (CCE 386).
Cuanto más cerca estamos de Dios más podemos sentir el desastre y las heridas que causa el pecado en la vida personal, sin embargo, tenemos la posibilidad en Jesucristo Nuestro Señor de recuperarnos, recibiendo su perdón misericordioso tal como lo hizo con la mujer adúltera cuando le dijo: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar” (Jn 8, 11), indicando con ello que el ser humano pecador no quedó abandonado por Dios, al contrario, como Padre misericordioso siempre va en busca de la oveja perdida. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (Cf Gn 3, 9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Cf Gn 3,15)” (CCE410), porque “Donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Rm5,20) y en la bendición del Cirio Pascual en la noche santa de la Pascua reconocemos “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), cuando cantamos “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”.
Frente a la realidad del pecado que nos agobia y destruye, tenemos la certeza que es la gracia salvadora de Dios para con toda la humanidad que se nos ha ofrecido desde el madero de la Cruz, donde Jesús entregó su vida en rescate por todos, la que nos purifica y esto es posible por el amor de Dios que es infinito y que Él permanentemente derrama en nuestros corazones. De tal manera que en Jesucristo no todo está perdido, tenemos la esperanza de ser perdonados, que es la certeza que la gracia de Dios sobreabunda en nuestras vidas. De esta realidad nosotros somos testigos y tenemos la misión de anunciarlo a los demás, siendo instrumentos de la misericordia del Padre.
El mundo, nuestra región y también muchas de nuestras familias se están destruyendo por causa del pecado. Muchos desesperados en las angustias y tragedias que causa el mal, siguen buscando una salida sin Dios. Desde la Fe damos testimonio que sin Dios es imposible una solución, por eso es hora de volver al Señor, haciendo resonar en el corazón las palabras que escucharemos el miércoles de ceniza y durante este año jubilar: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), tomando conciencia que: “Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8, 1-2), porque Cristo murió para que nosotros fuéramos perdonados y que en nuestra vida sobreabundara la gracia.
La certeza del perdón en Cristo la tenemos que renovar permanentemente en nuestra vida. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de todos los cristianos es que no permanezcamos en situación de pecado, sino que frente al pecado busquemos el recurso de la gracia mediante el sacramento de la confesión, que nos reconstruye interiormente y nos devuelve la gracia de Dios.
Aprovechemos este año jubilar para revisar nuestra vida en ambiente de oración contemplativa y recibamos las gracias que nos trae el jubileo, para seguir en nuestra vida perdonados, reconciliados y en paz. Que esta cuaresma que estamos prontos a iniciar sea un tiempo para recibir “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), donde dejemos que sobreabunde la gracia de Dios en nuestras vidas, para reafirmar nuestra respuesta de Fe, Esperanza y Caridad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la Santidad, escuchando y leyendo el mensaje del Señor, meditándolo y creyendo en su Palabra y con ello convertir nuestra vida en Cristo para decir con San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) y poder cumplir con el mandato del Señor: Sean mis testigos.
En este camino espiritual contamos con la protección maternal de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, quienes escucharon la Palabra de Dios y entregaron su vida para hacer su voluntad, viviendo siempre en la gracia de Dios.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.
+José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Proteger y defender la familia
Jue 27 Mar 2025

Por Mons. Ramón Alberto Rolón Güepsa - “Después que ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.»
Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». (Mateo 2,13-15) Desde el nacimiento del niño Jesús, la familia de Nazaret sufrió persecución, injusticia e incomprensión por parte de quienes le ven como competencia y siguen los lineamientos y normativas del rey judío, pretenden acabar con Él.
La levadura de Herodes, enemigo de la fe, sigue hoy persiguiendo y hostigando a la familia tal como el Señor la instituyó desde el principio. Se intenta minar la concepción cristiana de la familia, desorientándola con ideologías que distorsionan su más sana visión. Por ejemplo, la ideología de género desarticula y divide, poniendo en riesgo el futuro de la humanidad. El mandato primordial «Crezcan y multiplíquense» queda sujeto al vaivén de interpretaciones humanas. Ya se observa cómo la población envejece y los nacimientos son cada vez menos; nuestros jardines escolares y escuelas tienen menos alumnos. Esto debe ponernos en alerta.
Por otra parte, la posición abortista sigue cobrando la vida de inocentes, avalada por legislaciones de tinte ideológico que agravan la crisis de nuestra humanidad.
Nuestro cometido, como miembros de la familia cristiana, es defenderla de estos ataques de sabor herodiano. Debe ser un compromiso de fe. Es necesario escuchar la voz de Dios, como lo hizo José con la Sagrada Familia, y apartarnos de todo lo que pueda atentar contra ella. Debemos seguir la voz del Señor, confiar en su Palabra para preservar y hacer realidad su plan.
Hoy deben resonar las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: «¿No han leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mateo 19, 4-6).
Es necesario hacer una alianza santa para preservar la familia de ataques, muchas veces sutiles, disfrazados de bien para confundir. Es un llamado a todos los que siguen los pasos del Maestro divino, para hacer resplandecer el Evangelio de la familia, defender la verdad sobre ella y comprometernos en la defensa de nuestra fe. La familia es la Iglesia doméstica donde crece y se fortalece la fe.
¿Qué deberíamos hacer?
1. Reconocer la obra de Dios en la familia y aceptarla en nuestras vidas. Esto implica asumir la misión encomendada con valentía y determinación. La Sagrada Familia fue llamada de Egipto para dar testimonio en medio del pueblo de Israel, ocupado por el régimen romano. Es tiempo de ocupar los espacios invadidos por ideologías extrañas y llenarlos con la verdad de Dios y el testimonio de nuestra fe. Debemos vivir con parresía la fe que confesamos y nos salva.
2. Valorar la familia como llamada a la santidad en el sacramento del matrimonio. Es necesario recuperar la vida espiritual de la familia como Iglesia doméstica, para recibir las gracias necesarias y permanecer en el camino de fe, fidelidad y amor a Cristo. En el matrimonio se consagra el amor sagrado, haciéndolo puro y santo, proyectado a la prole y llamado a santificar a los hijos.
3. Convertir la familia en una verdadera familia de Dios. Debemos trabajar constantemente para liberarla del pecado y colocarla en el corazón de Dios. En el Génesis, Noé y su familia fueron salvados del diluvio porque obedecieron la voz de Dios. Hoy, el Señor nos invita a subir a la barca de su Iglesia y reconstruir nuestra familia. Dios no nos abandona; siempre nos da una nueva oportunidad. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Romanos 5,20). Cristo ha vencido el pecado y nos llama a la victoria sobre el mal. Nada está perdido si confiamos y esperamos en Él.
4. Recuperar la dignidad de la familia en cada uno de sus miembros. La paternidad debe asumirse con responsabilidad, amor y gracia, teniendo como referente a San José, padre adoptivo de Jesús, y a Dios Padre, quien nos protege con amor misericordioso. La maternidad encuentra su más alta representación en María, Virgen y Madre por bondad de Dios. Cada mujer tiene en María el modelo a seguir para asumir su gran misión de madre y asegurar el futuro de la humanidad. En Cristo, tenemos el ejemplo preclaro de los hijos: obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
5. Orar por y con la familia. La familia debe abrirse a Dios y cumplir su misión siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret. Poner en manos de Dios nuestra familia para que Él nos dé la fuerza y la luz necesarias para defenderla como su don y regalo.
Dios Padre Todopoderoso bendiga nuestras familias, las guíe y las proteja de todo mal. Reciba nuestro acto de gratitud por habernos dado una familia donde recibimos la vida, el amor, el sustento y el reconocimiento, para seguir realizando su plan.
Dios bendiga nuestras familias.
Mons. Ramón Alberto Rolón Güepsa
Obispo de Montería
Miembro de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia
San José, modelo de santidad por la obediencia a la Voluntad de Dios
Mar 11 Mar 2025

Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Celebramos el próximo 19 de marzo la solemnidad de San José, patrono de la Iglesia universal de nuestra Diócesis y de varias instituciones de nuestra Iglesia Particular. Ese día viviremos la Eucaristía con el jubileo del Seminario Mayor y Menor. Es una oportunidad para reflexionar sobre las virtudes de San José, que vamos descubriendo cada vez que nos adentramos en su misión de custodio de María y del Niño Jesús. Aquí consideramos a San José como modelo de santidad por la obediencia a la voluntad de Dios, ya que escuchó lo que Dios le pedía y en silencio y con corazón limpio y disponible obedeció al plan de Dios.
Hoy la obediencia es una virtud poco común en la sociedad, porque cada uno quiere defender su autonomía y su deseo de prevalecer con sus propios planes y proyectos. San José obediente a la voluntad de Dios enseña a entregar la vida, aunque no se entienda el alcance de la misión y de lo que Dios pide. Así lo expresa la Palabra de Dios: “El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por la acción del Espíritu Santo. José su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto” (Mt 1, 18 - 19), manifestando aquí la incertidumbre en la que entró San José, pero con la serenidad que proviene de una vida interior contemplativa, pudo escuchar la voz de Dios.
Cuando San José tiene todo decidido y su plan organizado, Dios le pide que entregue su vida a su voluntad, “Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas aceptar a María como tu esposa, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Cuando José se despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1, 20 - 24), sin entender obedeció a Dios en actitud contemplativa, orante y silenciosa.
En la Palabra de Dios encontramos a San José como el hombre que no habla, sino que obedece. Con su obediencia lleva adelante las promesas de Dios que garantizan la llegada del Salvador al mundo para liberarnos de la esclavitud del pecado. San José habló más con el silencio que con las palabras, él aceptó la misión que Dios le confió y la cumplió totalmente en una actitud de obediencia sin límites. San José el hombre de la fe y de la obediencia, es modelo en nuestro camino de vida cristiana, que exige de nuestra parte hacer y amar la voluntad de Dios.
San José con fe firme nos enseña a escuchar la voz de Dios, con la disposición de la obediencia a su voluntad, con docilidad a su Palabra. La misión que se le confiaba no era fácil de entender en el momento, sin embargo, con la simplicidad de su vida interior, supo contemplar al Señor y obedecer sus mandatos desde una vida silenciosa. Al respecto San Juan Pablo II en Redemptoris Custos (Custodio del Redentor) afirma: “El clima de silencio que acompaña a todo cuanto concierne a la figura de José se extiende también a su trabajo de carpintero en su casa de Nazaret. Se trata de un silencio que revela de manera especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José ‘hizo’, pero permite descubrir en estas ‘acciones’, envueltas en el silencio, un clima de profunda contemplación del misterio de Dios” (RC 25).
La contemplación del misterio de Dios en una actitud silenciosa, refleja en la obediencia a la voluntad de Dios, la limpieza de la vida interior que solamente tiene lugar para las cosas del Señor, reflejando con ello que la gracia de Dios está por encima de cualquier proyecto humano. Desde el primado de la Gracia de Dios y de la vida interior, San José enseña la sumisión a Dios, como disponibilidad para dedicar la vida de tiempo completo a la misión que el Señor confía, logrando hacer su voluntad, desde el ejercicio piadoso y devoto a las cosas del Padre Celestial, que ocupaban el tiempo del Niño Jesús, desde que estaba en el templo en medio de los doctores de la ley escuchándolos y haciéndoles preguntas (Cf. Lc 2, 46-49).
San José modelo de santidad por la obediencia a la voluntad de Dios, nos enseña a vivir la Fe sin buscar protagonismos, a vivir la Esperanza con la confianza puesta en Dios aún en los momentos de dolor, a saber, estar como María al pie de la Cruz esperando la promesa de la salvación, y a vivir en cada momento la Caridad como amor total a Dios y al prójimo en una entrega de total donación a la voluntad de Dios.
La Iglesia siempre ha mirado a María y a José como modelos y patronos, reconociendo que ellos, no sólo merecieron el honor de ser llamados a formar la familia en la que el Salvador del mundo quiso nacer, sino que son el signo del creyente que se santifica obedeciendo a la voluntad de Dios. Que la contemplación de la figura de San José nos ayude a todos nosotros a ponernos en camino, dejando que la palabra de Dios sea nuestra luz, para que así, encendido nuestro corazón por ella (Cf. Lc 24, 32), podamos ser auténticos discípulos misioneros de Jesús, cumpliendo con el mandato misionero que nos pide: Sean mis testigos, por todos los confines de la tierra.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.
+José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
San José Gregorio Hernández
Mar 25 Feb 2025

Por Hernán Alejandro Olano García - En medio de la enfermedad del papa Francisco, se ha dado a conocer el 25 de febrero de 2025 la noticia esperada por muchos, la canonización del Beato José Gregorio Hernández Cisneros, tras la audiencia concedida en el Hospital Policlínico Gemelli, donde se encuentra internado, al Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, y a Monseñor Edgar Peña Parra, Sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado.
Francisco aprobó los votos favorables de la Sesión Ordinaria de los Padres Cardenales y Obispos miembros del Dicasterio para las Causas de los Santos para esta canonización de este integrante de la Orden Franciscana Seglar, OFS, conocido como «el médico de los pobres», quien murió atropellado en Caracas en el año 1919. El Doctor Hernández cayó golpeándose la cabeza contra el filo de la acera, lo que ocasionó una fractura en el cráneo. Desde su fallecimiento, se ha ganado su halo de santidad tanto en Venezuela como en Colombia por su labor en pro de los más desfavorecidos y sus reivindicaciones para reclamar más atención de los gobiernos.
Hernández había entrado en la Cartuja de Farneta (Lucca), pero por motivos de salud, tuvo que abandonarla a los nueve meses, regresando a Caracas. Posteriormente, comenzó a prepararse para el sacerdocio, pero, mientras estaba en el Colegio Pío Latino Americano de Roma, le sobrevino una pleuresía y un principio de tuberculosis. De vuelta a sus tierras, se dedicó definitivamente a la medicina.
El cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado del Vaticano y antiguo nuncio apostólico en Venezuela, presidió en 2021 la ceremonia de beatificación el 30 de abril en el Estadio Universitario de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, casa de estudios en la que el doctor Hernández se graduó, fue profesor, investigador e innovador de la medicina en Venezuela. Además, se fijó el 26 de octubre, fecha del nacimiento del médico, como su día de celebración dentro de la religión católica, es decir, la inclusión de su nombre en el santoral de la Iglesia.
Previamente, en 1986, San Juan Pablo II reconoció las virtudes heroicas del venezolano y lo declaró «venerable»; luego vino el paso de la beatificación, que fue aprobada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con decreto del papa Francisco el 19 de junio de 2020, luego de que una comisión teológica de expertos concluye que un milagro del médico venezolano salvó la vida de una niña de 10 años, gravemente herida durante un asalto en marzo de 2017 y, ahora, el milagro para la canonización en 2025.
La postuladora de la causa ha sido la abogada argentina que ahora tiene como meta llevar a los altares al sacerdote colombiano Rafael García-Herreros, fundador de la Organización Minuto de Dios y miembro de la comunidad Eudista.
Hernández fue autor de trece ensayos científicos sobre diversas disciplinas, reconocidos por la Academia Nacional de la Medicina, de la cual fue uno de sus fundadores, lo cual llevó a que se expresara que: «Su faceta religiosa con todo lo encomiable que sea considerada en el plano místico, no debe opacar el inmenso aporte que realizó a la ciencia médica venezolana», como lo ha reseñado en la biografía que el maestro Antonio Cacua Prada ha preparado para la beatificación y que ya se encuentra en prensa.
Para el arzobispo de Caracas, en relación con la canonización, “Su legado perdura en el corazón de quienes lo veneran y de quienes han recibido los milagros de Dios bajo su intercesión. José Gregorio Hernández es un santo para nuestro tiempo, un modelo de laico cristiano que nos invita a vivir la fe con alegría y compromiso, y a poner al servicio de los demás nuestros talentos y capacidades.”
Hernán Alejandro Olano García
Doctor en Derecho Canónico
Miembro de las Academias de Historia Eclesiástica de Colombia, Bogotá y Boyacá
La Esperanza no solo en algo, sino sobre todo en Alguien
Mié 19 Feb 2025

Por Pbro. Francisco León Oquendo Góez - La esperanza es la fragancia que nos acaricia en las páginas de la Sagrada Escritura, perfumando nuestras vidas con su luz indefectible. Desde el aleteo del Espíritu que colma el caos oscuro e informe de belleza viva y vida bella (Gn 1,2), hasta la riqueza hermosa y la hermosura rica de la Jerusalén celestial que esperamos (Ap 21-22), la esperanza colorea los distintos libros de la Sagrada Escritura.
La esperanza es fundamentalmente esperanza en Dios. No esperamos algo, sino en Alguien y esperamos algo, porque esperamos en Alguien. Esperamos en Dios y en los dones de Dios. Esperamos en los dones prometidos y las promesas donadas por Dios. Escribió San Agustín, padre de la Iglesia: “tu esperanza sea nuestro Dios; aquel que ha hecho las cosas es mejor que las cosas; quien ha hecho las cosas bellas es más bello que cualquier cosa” (Comentario a los Salmos 39,8).
La palabra “esperanza” no se halla en el Pentateuco, es decir, en los primeros cinco libros de la Biblia. Quienes realizaron la llamada versión de los LXX, es decir, la traducción del hebreo al griego, introducen la esperanza en el texto de Gn 49,10. El texto hebreo dice: “no se irá el cetro de mano de Judá, bastón de mando de entre sus piernas, hasta que venga el que le pertenece y a él la obediencia de los pueblos”. El texto griego cambia la última frase así: “él será la esperanza de los pueblos”.
Esta es la primera vez que encontramos la palabra “esperanza” en el texto sagrado. Providencialmente se halla vinculada no a algo, sino a Alguien, al Mesías esperado. Desde entonces el contenido de la esperanza del pueblo de Israel será el Mesías prometido, promesa que anunciarán los profetas y que se realiza plenamente en Cristo.
“La esperanza más grande es la esperanza en Dios”, escribe Filón de Alejandría (Spec. Leg I,310). La esperanza en el Antiguo Testamento está puesta en Dios, a quien Judit llama solemnemente “esperanza de los desesperados” (Jd 9,11), Jeremías confiesa “esperanza de Israel, Salvador en tiempo de angustia” (Jer 14,8), mientras Matatías proclama la certeza de los esperanzados: “todos los que esperan en él jamás sucumben” (1Mac 2,61).
La esperanza fuerte genera fortaleza esperanzada, capaz de vencer cualquier tormento, en medio del sufrimiento. La esperanza da fortaleza y la fortaleza da esperanza. Ejemplo de ello es la valiente madre de los mártires Macabeos, de la cual se dice que “sufría con valor, porque tenía la esperanza puesta en el Señor” (2Mac 7,20).
La esperanza se pone en Dios, porque se espera salvación y sólo Dios puede salvar: “espero en el Dios de mi salvación” (Miq 7,7). Cuando la salvación esperada será salvación realizada, se cantará con gratitud alegre y alegría grata: “en aquel día se dirá: he aquí, éste es nuestro Dios a quien hemos esperado para que nos salvara; éste es el Señor a quien hemos esperado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación” (Is 25,9).
La Sagrada Escritura vincula la esperanza con la felicidad. Isaías proclama con fuerza clara y claridad fuerte la certeza del creyente: “Felices los que esperan en Dios” (Is 30,18). Esta convicción se convierte en un estribillo cantado con ritmo melodioso en el libro de los Salmos: “Señor de los ejércitos, feliz el hombre que espera en ti” (Sal 84,13 en la LXX). La esperanza genera felicidad y la felicidad es el objeto de la esperanza. Bienaventuranza feliz, felicidad dichosa, dicha alegre, alegría gozosa, gozo regocijante, regocijo inmenso es el don de la esperanza y la meta de la esperanza.
Jesucristo es nuestra esperanza: en él se cumplieron las antiguas promesas de Dios y él nos ha hecho promesas nuevas que fundan nuestra esperanza. La fidelidad de Dios a las antiguas promesas fortalece la esperanza en el cumplimiento de las nuevas promesas. Cristo es “la esperanza de la gloria” (Col 1,27), él es “nuestra esperanza” (1Tim 1,1), él es la esperanza “que penetró detrás del velo” (Hb 6,19). También San Ignacio de Antioquia llamará a Cristo “nuestra esperanza” (IFil 11,2), “nuestra esperanza de resurrección en él” (ITr 1,1), “la esperanza perfecta” (IEsm 10,2).
El estilo de vida cristiano se caracteriza por la espera, pues se vive “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tit 2,13). Como se lee en la llamada Carta de Bernabé: “una gran fe y amor habitan en vosotros por la esperanza de vida que está en él” (Ber 1,4).
El jubileo de la esperanza reavive la fuerza luminosa y la luminosidad fuerte de la esperanza, en la vida eclesial y personal. Los discípulos misioneros de Cristo, quienes pertenecen a la Iglesia sinodal misionera y misericordiosa, viven esperando a quien el Apocalipsis llama “el Viniente” (1,7-8), el mismo que cierra la Biblia reafirmando su esperanzadora promesa: “sí, vengo pronto”, a quien la Iglesia incesantemente suplica con un grito que hace eco en la eternidad: “ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).
María, la virgen Madre, estrella de la esperanza, que nos dio al Esperado de los tiempos, sostenga la esperanza de la Iglesia, para que sea el más grande signo de esperanza en esta hora de la historia.
Pbro. Francisco León Oquendo Góez
Departamento de Catequesis y Animación Bíblica
Conferencia Episcopal de Colombia
El Pensamiento Social Cristiano: claves para una transformación social integral
Mar 18 Mar 2025

Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - El tejido social contemporáneo se encuentra en una encrucijada. La incertidumbre, la fragmentación y la instrumentalización del ser humano han erosionado los valores fundamentales que sostienen la convivencia y la justicia. Frente a este panorama, el Pensamiento Social Cristiano (PSC) se posiciona como una brújula ética capaz de orientar procesos de cambio, no desde la imposición de modelos cerrados, sino desde una propuesta que articula reflexión, acción y compromiso.
Más que un cuerpo doctrinal rígido, el PSC es una dinámica de discernimiento en la que la realidad es interpelada a la luz de principios que permiten desentrañar sus causas profundas y proponer alternativas viables. Este análisis no solo busca exponer su relevancia teórica, sino evidenciar su impacto en la reconfiguración de los sistemas económicos, políticos y culturales.
De la fragmentación a la reconstrucción del sentido
Uno de los signos más evidentes de la crisis actual es la disolución de referentes compartidos. La sobrevaloración del individualismo, la relativización de la verdad y la pérdida de vínculos comunitarios han generado un vacío que se traduce en ansiedad social, polarización y crisis del compromiso cívico.
Desde el PSC, la reconstrucción del sentido no pasa por un retorno nostálgico a modelos del pasado, sino por la capacidad de generar espacios de diálogo auténtico, donde la verdad y la libertad no sean vistas como opuestas, sino como dimensiones complementarias de la misma realidad.
La educación juega aquí un papel central, pero no como mero mecanismo de transmisión de datos, sino como un proceso que debe formar criterios de juicio, estimulando el pensamiento crítico y la capacidad de reconocer en el otro a un interlocutor legítimo.
Economía y ética: hacia una visión integral del trabajo y la producción
El modelo económico dominante ha reducido el trabajo a una variable de ajuste, precarizando la existencia de millones de personas. La lógica de la rentabilidad inmediata ha dejado en segundo plano la pregunta por el significado del trabajo y su impacto en la construcción del bien común.
El PSC invita a replantear el sentido de la actividad productiva, reivindicando el trabajo como una dimensión esencial de la realización humana. Esto implica:
• Superar la dicotomía entre eficiencia y justicia social.
• Impulsar modelos de producción que pongan en el centro la dignidad de la persona y el equilibrio ecológico.
• Fomentar estructuras económicas basadas en la reciprocidad y la cooperación, en contraste con la competencia destructiva.
La emergencia de iniciativas de economía solidaria, empresas con propósito social y modelos de comercio justo muestran que no se trata de una utopía, sino de un horizonte posible cuando la acción política y empresarial asume su responsabilidad ética.
Poder y participación: reconstrucción de la esfera pública
La democracia enfrenta una paradoja: mientras se multiplican los mecanismos formales de participación, crece el desencanto ciudadano y el escepticismo sobre la capacidad de las instituciones para generar cambios reales. El PSC aporta una perspectiva que va más allá de las estructuras políticas, entendiendo la participación como un proceso que se juega tanto en el ámbito institucional como en la vida cotidiana.
Es necesario reconfigurar el concepto de ciudadanía, pasando de una visión pasiva centrada en el ejercicio del voto a una lógica de corresponsabilidad, donde cada persona se asuma como actor en la construcción del bien común. Esto implica:
• Revitalizar el tejido asociativo y fortalecer los espacios de deliberación pública.
• Combatir la corrupción no solo como fenómeno legal, sino como expresión de una cultura del privilegio.
• Promover liderazgos basados en el servicio y no en la acumulación de poder.
La regeneración del ámbito político no será el resultado de reformas aisladas, sino de un cambio de mentalidad que redescubra la dimensión comunitaria de la vida social.
El desafío ecológico: una cuestión de justicia intergeneracional
El deterioro del planeta no es un fenómeno aislado, sino el reflejo de una cosmovisión que ha instrumentalizado la naturaleza y la ha reducido a un mero recurso explotable. El PSC introduce un cambio de perspectiva al situar la crisis ecológica dentro de una visión integral, donde el respeto por la creación es inseparable de la justicia social.
El concepto de ecología integral, desarrollado en Laudato Si’, enfatiza que la degradación del medio ambiente y la exclusión de los más vulnerables son dos caras de la misma moneda. Esto nos lleva a repensar:
• El modelo energético y el impacto de la extracción indiscriminada de recursos.
• La cultura del descarte, que normaliza el desperdicio y la obsolescencia programada.
• La ética del consumo, promoviendo estilos de vida sostenibles que no respondan solo a criterios de mercado.
No basta con llamados genéricos a la responsabilidad ambiental. Es necesario impulsar estructuras normativas y económicas que hagan viable una transición hacia modelos productivos sostenibles sin que esto se convierta en una carga para las poblaciones más vulnerables.
Espiritualidad y acción: la mística del compromiso
Uno de los riesgos en la aplicación del PSC es reducirlo a un catálogo de principios abstractos, desconectados de la vida real. Sin embargo, su verdadera fuerza radica en que no es solo un cuerpo de ideas, sino una forma de estar en el mundo.
El compromiso con la justicia no puede ser sostenido solo por la indignación moral, sino que necesita una raíz profunda, una espiritualidad que lo nutra y le dé dirección. Esto se traduce en:
• La capacidad de mantener la esperanza en medio de contextos adversos.
• La disposición a asumir riesgos en la defensa de los más vulnerables.
• La apertura al discernimiento, entendiendo que la acción social no es mera ejecución de planes, sino respuesta a una interpelación constante.
El PSC, lejos de ser un esquema fijo, es una invitación a vivir la fe desde la historia concreta, reconociendo que el Evangelio tiene implicaciones radicales en la manera en que configuramos nuestras relaciones, nuestras instituciones y nuestras estructuras económicas.
Conclusión
La transformación social no ocurre por inercia ni por decretos. Requiere un cambio de mentalidad, una reorientación profunda de los valores que guían la convivencia y la organización de la sociedad. El Pensamiento Social Cristiano, en este sentido, no es un conjunto de respuestas prefabricadas, sino una herramienta crítica que permite interpretar los signos de los tiempos y generar respuestas creativas.
Más que nunca, se necesita una inteligencia social capaz de articular análisis, acción y espiritualidad en un proyecto común que restituya la centralidad de la persona, impulse estructuras justas y fomente una cultura del encuentro. El desafío no es menor, pero la historia ha demostrado que las grandes transformaciones comienzan con comunidades convencidas de que otra realidad es posible.
Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana
De mínimos humanitarios a máximos en humanidad: Evangelio en operatividad
Mar 11 Mar 2025

Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - En el devenir histórico del mundo, la humanidad ha transitado entre la supervivencia y la aspiración a una existencia plena. En este recorrido vital, la ética y el derecho han desempeñado un papel central en la configuración de las condiciones mínimas de dignidad que deben ser garantizadas a todas las personas humanas, especialmente en contextos de crisis y vulnerabilidad. Sin embargo, el horizonte del desarrollo humano no puede reducirse a la mera subsistencia; existe un llamado ético y teológico que nos interpela a trascender la respuesta inmediata y caritativa para construir una sociedad basada en el ejercicio de la justicia estructural y la solidaridad radical.
Este llamado no es ajeno a la doctrina cristiana, la cual ha puesto en el centro de su contenido la primacía de la persona y su dignidad inherente e inviolable. En palabras del profeta Isaías:“Aprended a hacer el bien; buscad la justicia, socorred al oprimido; defended al huérfano, abogad por la viuda” (Isaías 1,17).
Desde esta perspectiva, podemos identificar dos niveles de responsabilidad ética y social: los Mínimos Humanitarios, que constituyen el umbral innegociable de dignidad de toda persona humana en situaciones de emergencia, y los Máximos en Humanidad, que representan la plenitud del compromiso cristiano con la transformación del mundo. En este contexto buscamos analizar ambos niveles, integrando la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y el pensamiento social cristiano, con el fin de proponer una evangelización que no solo predique la fe, sino que la haga, con el ejercicio existencial, praxis de vida en la esfera social y política.
1. Mínimos Humanitarios: La Ética de la Emergencia y la Supervivencia
1.1 Fundamentos Ético-Jurídicos de los Mínimos Humanitarios
El concepto de mínimos humanitarios surge del derecho internacional humanitario y de la doctrina de los derechos humanos. Se trata de un conjunto de principios que garantizan la protección de la vida y la dignidad de las personas en situaciones de guerra, desastres naturales, crisis humanitarias y pobreza extrema.
Estos principios se articulan en torno a cuatro ejes fundamentales:
• Protección de la vida y la integridad personal ante cualquier tipo de amenaza o violencia.
• Acceso a los bienes esenciales para la supervivencia, como agua potable, alimentos, salud y refugio.
• No discriminación en la asistencia humanitaria, garantizando la atención sin distinción de raza, religión, género o condición social.
• Neutralidad e imparcialidad en la ayuda, evitando su uso con fines políticos o estratégicos.
Desde la perspectiva cristiana, estos mínimos no son solo exigencias jurídicas o humanitarias, sino una manifestación concreta de la misericordia de Dios en la historia, a favor de toda y cada persona humana. La enseñanza de Jesús es clara en este sentido
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis” (Mateo 25, 35).
Garantizar estos mínimos es un imperativo moral ineludible. No obstante, la verdadera transformación social no puede reducirse a la contención de la emergencia pasajera o temporal. Es aquí donde la reflexión sobre los máximos en humanidad cobra relevancia en nuestro quehacer social.
2. Máximos en Humanidad: Hacia una Civilización del Amor y la Justicia Social
2.1 Más Allá de la Asistencia: La Promoción de una Sociedad Justa y Solidaria
Si los mínimos humanitarios nos permiten garantizar la supervivencia, los máximos en humanidad nos invitan a repensar el sentido de la existencia humana en clave de justicia, fraternidad, solidaridad y desarrollo integral de la persona humana. Se trata de una propuesta que no solo responde a la urgencia inmediata, sino que busca transformar las estructuras sociales que generan exclusión y desigualdad.
En este sentido, los máximos en humanidad incluyen:
• Una economía basada en la solidaridad y la equidad social: No basta con paliar la pobreza, es necesario erradicar sus causas estructurales.
• El acceso universal a la educación y la cultura: La ignorancia y la falta de oportunidades perpetúan la marginalidad.
• El trabajo digno y con sentido: El empleo debe ser fuente de realización personal y contribución al bien común.
• El fortalecimiento del tejido social y comunitario: La construcción de paz requiere comunidades organizadas y participativas.
• La custodia de la Casa Común: El desarrollo humano no puede desligarse del respeto por el medio ambiente y la sostenibilidad ambiental.
Estos elementos encuentran su fundamento en la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente en la encíclica Fratelli Tutti, donde el Papa Francisco señala:
“La caridad política es también la expresión de un amor social, capaz de construir fraternidad y justicia” (Fratelli Tutti, 180).
Los máximos en humanidad no son una utopía inalcanzable, sino la encarnación y manifestación concreta del Reino de Dios en la historia humana.
2.2 Evangelizar la Sociedad: Una Tarea Urgente e Inaplazable
El mandato evangélico no se limita a la conversión individual; implica también la transformación de las estructuras sociales injustas. En este sentido, la evangelización de lo social debe ser asumida como una tarea ineludible de la Iglesia en medio de las realidades humanas.
Para ello, se requiere:
1. Una educación en la doctrina social cristiana, que forme ciudadanos comprometidos con la justicia y el bien común.
2. El fomento de políticas públicas basadas en los principios de solidaridad y subsidiariedad bien comprendida y asumida.
3. La creación de modelos económicos alternativos, que privilegien la cooperación sobre la competencia desmedida (economía social y sólida).
4. Una Iglesia en salida, cercana a los excluidos y comprometida con su causa.
La evangelización no puede quedar reducida exclusivamente a los templos; debe hacerse presente en los espacios de decisión política, en la economía, en la educación y en la cultura. Como señala la carta de Santiago: “La fe sin obras está muerta” (Santiago 2, 26).
La Iglesia no puede ser neutral ante la injusticia, pues su misión es anunciar un Reino donde los pobres sean bienaventurados y los últimos sean los primeros.
Amar es Comprometerse con la Justicia y la Solidaridad
Los mínimos humanitarios son un deber moral irrenunciable, pero no pueden ser el punto final de nuestra responsabilidad cristiana.
La verdadera evangelización no se conforma con garantizar la mera subsistencia, sino que busca transformar el mundo según los valores del Reino de Dios.
El desafío que se nos presenta es claro: ¿nos quedaremos en la asistencia puntual o trabajaremos por una justicia estructural? ¿Nos conformaremos con lo mínimo o buscaremos lo máximo en humanidad?
La fe auténtica no se mide tan solo por la oración, sino por su impacto en la historia. La Iglesia está llamada a ser luz y fermento en el mundo, construyendo una sociedad donde el amor, la justicia y la solidaridad no sean la excepción, sino la norma de vida.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5, 6).
Es tiempo de encarnar el Evangelio en la acción social. Porque donde hay hambre, debe haber pan y formación para cocer el mismo; donde hay injusticia, debe haber denuncia ante la vulneración y defensa de los derechos humanos; y donde hay sufrimiento, debe haber desbordamiento de la esperanza. Esta es la vocación cristiana: transformar la historia desde el amor que Dios ha puesto en cada corazón humano.
Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana
San José Gregorio Hernández
Mar 25 Feb 2025

Por Hernán Alejandro Olano García - En medio de la enfermedad del papa Francisco, se ha dado a conocer el 25 de febrero de 2025 la noticia esperada por muchos, la canonización del Beato José Gregorio Hernández Cisneros, tras la audiencia concedida en el Hospital Policlínico Gemelli, donde se encuentra internado, al Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, y a Monseñor Edgar Peña Parra, Sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado.
Francisco aprobó los votos favorables de la Sesión Ordinaria de los Padres Cardenales y Obispos miembros del Dicasterio para las Causas de los Santos para esta canonización de este integrante de la Orden Franciscana Seglar, OFS, conocido como «el médico de los pobres», quien murió atropellado en Caracas en el año 1919. El Doctor Hernández cayó golpeándose la cabeza contra el filo de la acera, lo que ocasionó una fractura en el cráneo. Desde su fallecimiento, se ha ganado su halo de santidad tanto en Venezuela como en Colombia por su labor en pro de los más desfavorecidos y sus reivindicaciones para reclamar más atención de los gobiernos.
Hernández había entrado en la Cartuja de Farneta (Lucca), pero por motivos de salud, tuvo que abandonarla a los nueve meses, regresando a Caracas. Posteriormente, comenzó a prepararse para el sacerdocio, pero, mientras estaba en el Colegio Pío Latino Americano de Roma, le sobrevino una pleuresía y un principio de tuberculosis. De vuelta a sus tierras, se dedicó definitivamente a la medicina.
El cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado del Vaticano y antiguo nuncio apostólico en Venezuela, presidió en 2021 la ceremonia de beatificación el 30 de abril en el Estadio Universitario de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, casa de estudios en la que el doctor Hernández se graduó, fue profesor, investigador e innovador de la medicina en Venezuela. Además, se fijó el 26 de octubre, fecha del nacimiento del médico, como su día de celebración dentro de la religión católica, es decir, la inclusión de su nombre en el santoral de la Iglesia.
Previamente, en 1986, San Juan Pablo II reconoció las virtudes heroicas del venezolano y lo declaró «venerable»; luego vino el paso de la beatificación, que fue aprobada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con decreto del papa Francisco el 19 de junio de 2020, luego de que una comisión teológica de expertos concluye que un milagro del médico venezolano salvó la vida de una niña de 10 años, gravemente herida durante un asalto en marzo de 2017 y, ahora, el milagro para la canonización en 2025.
La postuladora de la causa ha sido la abogada argentina que ahora tiene como meta llevar a los altares al sacerdote colombiano Rafael García-Herreros, fundador de la Organización Minuto de Dios y miembro de la comunidad Eudista.
Hernández fue autor de trece ensayos científicos sobre diversas disciplinas, reconocidos por la Academia Nacional de la Medicina, de la cual fue uno de sus fundadores, lo cual llevó a que se expresara que: «Su faceta religiosa con todo lo encomiable que sea considerada en el plano místico, no debe opacar el inmenso aporte que realizó a la ciencia médica venezolana», como lo ha reseñado en la biografía que el maestro Antonio Cacua Prada ha preparado para la beatificación y que ya se encuentra en prensa.
Para el arzobispo de Caracas, en relación con la canonización, “Su legado perdura en el corazón de quienes lo veneran y de quienes han recibido los milagros de Dios bajo su intercesión. José Gregorio Hernández es un santo para nuestro tiempo, un modelo de laico cristiano que nos invita a vivir la fe con alegría y compromiso, y a poner al servicio de los demás nuestros talentos y capacidades.”
Hernán Alejandro Olano García
Doctor en Derecho Canónico
Miembro de las Academias de Historia Eclesiástica de Colombia, Bogotá y Boyacá
La Esperanza no solo en algo, sino sobre todo en Alguien
Mié 19 Feb 2025

Por Pbro. Francisco León Oquendo Góez - La esperanza es la fragancia que nos acaricia en las páginas de la Sagrada Escritura, perfumando nuestras vidas con su luz indefectible. Desde el aleteo del Espíritu que colma el caos oscuro e informe de belleza viva y vida bella (Gn 1,2), hasta la riqueza hermosa y la hermosura rica de la Jerusalén celestial que esperamos (Ap 21-22), la esperanza colorea los distintos libros de la Sagrada Escritura.
La esperanza es fundamentalmente esperanza en Dios. No esperamos algo, sino en Alguien y esperamos algo, porque esperamos en Alguien. Esperamos en Dios y en los dones de Dios. Esperamos en los dones prometidos y las promesas donadas por Dios. Escribió San Agustín, padre de la Iglesia: “tu esperanza sea nuestro Dios; aquel que ha hecho las cosas es mejor que las cosas; quien ha hecho las cosas bellas es más bello que cualquier cosa” (Comentario a los Salmos 39,8).
La palabra “esperanza” no se halla en el Pentateuco, es decir, en los primeros cinco libros de la Biblia. Quienes realizaron la llamada versión de los LXX, es decir, la traducción del hebreo al griego, introducen la esperanza en el texto de Gn 49,10. El texto hebreo dice: “no se irá el cetro de mano de Judá, bastón de mando de entre sus piernas, hasta que venga el que le pertenece y a él la obediencia de los pueblos”. El texto griego cambia la última frase así: “él será la esperanza de los pueblos”.
Esta es la primera vez que encontramos la palabra “esperanza” en el texto sagrado. Providencialmente se halla vinculada no a algo, sino a Alguien, al Mesías esperado. Desde entonces el contenido de la esperanza del pueblo de Israel será el Mesías prometido, promesa que anunciarán los profetas y que se realiza plenamente en Cristo.
“La esperanza más grande es la esperanza en Dios”, escribe Filón de Alejandría (Spec. Leg I,310). La esperanza en el Antiguo Testamento está puesta en Dios, a quien Judit llama solemnemente “esperanza de los desesperados” (Jd 9,11), Jeremías confiesa “esperanza de Israel, Salvador en tiempo de angustia” (Jer 14,8), mientras Matatías proclama la certeza de los esperanzados: “todos los que esperan en él jamás sucumben” (1Mac 2,61).
La esperanza fuerte genera fortaleza esperanzada, capaz de vencer cualquier tormento, en medio del sufrimiento. La esperanza da fortaleza y la fortaleza da esperanza. Ejemplo de ello es la valiente madre de los mártires Macabeos, de la cual se dice que “sufría con valor, porque tenía la esperanza puesta en el Señor” (2Mac 7,20).
La esperanza se pone en Dios, porque se espera salvación y sólo Dios puede salvar: “espero en el Dios de mi salvación” (Miq 7,7). Cuando la salvación esperada será salvación realizada, se cantará con gratitud alegre y alegría grata: “en aquel día se dirá: he aquí, éste es nuestro Dios a quien hemos esperado para que nos salvara; éste es el Señor a quien hemos esperado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación” (Is 25,9).
La Sagrada Escritura vincula la esperanza con la felicidad. Isaías proclama con fuerza clara y claridad fuerte la certeza del creyente: “Felices los que esperan en Dios” (Is 30,18). Esta convicción se convierte en un estribillo cantado con ritmo melodioso en el libro de los Salmos: “Señor de los ejércitos, feliz el hombre que espera en ti” (Sal 84,13 en la LXX). La esperanza genera felicidad y la felicidad es el objeto de la esperanza. Bienaventuranza feliz, felicidad dichosa, dicha alegre, alegría gozosa, gozo regocijante, regocijo inmenso es el don de la esperanza y la meta de la esperanza.
Jesucristo es nuestra esperanza: en él se cumplieron las antiguas promesas de Dios y él nos ha hecho promesas nuevas que fundan nuestra esperanza. La fidelidad de Dios a las antiguas promesas fortalece la esperanza en el cumplimiento de las nuevas promesas. Cristo es “la esperanza de la gloria” (Col 1,27), él es “nuestra esperanza” (1Tim 1,1), él es la esperanza “que penetró detrás del velo” (Hb 6,19). También San Ignacio de Antioquia llamará a Cristo “nuestra esperanza” (IFil 11,2), “nuestra esperanza de resurrección en él” (ITr 1,1), “la esperanza perfecta” (IEsm 10,2).
El estilo de vida cristiano se caracteriza por la espera, pues se vive “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tit 2,13). Como se lee en la llamada Carta de Bernabé: “una gran fe y amor habitan en vosotros por la esperanza de vida que está en él” (Ber 1,4).
El jubileo de la esperanza reavive la fuerza luminosa y la luminosidad fuerte de la esperanza, en la vida eclesial y personal. Los discípulos misioneros de Cristo, quienes pertenecen a la Iglesia sinodal misionera y misericordiosa, viven esperando a quien el Apocalipsis llama “el Viniente” (1,7-8), el mismo que cierra la Biblia reafirmando su esperanzadora promesa: “sí, vengo pronto”, a quien la Iglesia incesantemente suplica con un grito que hace eco en la eternidad: “ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).
María, la virgen Madre, estrella de la esperanza, que nos dio al Esperado de los tiempos, sostenga la esperanza de la Iglesia, para que sea el más grande signo de esperanza en esta hora de la historia.
Pbro. Francisco León Oquendo Góez
Departamento de Catequesis y Animación Bíblica
Conferencia Episcopal de Colombia
El Pensamiento Social Cristiano: claves para una transformación social integral
Mar 18 Mar 2025

Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - El tejido social contemporáneo se encuentra en una encrucijada. La incertidumbre, la fragmentación y la instrumentalización del ser humano han erosionado los valores fundamentales que sostienen la convivencia y la justicia. Frente a este panorama, el Pensamiento Social Cristiano (PSC) se posiciona como una brújula ética capaz de orientar procesos de cambio, no desde la imposición de modelos cerrados, sino desde una propuesta que articula reflexión, acción y compromiso.
Más que un cuerpo doctrinal rígido, el PSC es una dinámica de discernimiento en la que la realidad es interpelada a la luz de principios que permiten desentrañar sus causas profundas y proponer alternativas viables. Este análisis no solo busca exponer su relevancia teórica, sino evidenciar su impacto en la reconfiguración de los sistemas económicos, políticos y culturales.
De la fragmentación a la reconstrucción del sentido
Uno de los signos más evidentes de la crisis actual es la disolución de referentes compartidos. La sobrevaloración del individualismo, la relativización de la verdad y la pérdida de vínculos comunitarios han generado un vacío que se traduce en ansiedad social, polarización y crisis del compromiso cívico.
Desde el PSC, la reconstrucción del sentido no pasa por un retorno nostálgico a modelos del pasado, sino por la capacidad de generar espacios de diálogo auténtico, donde la verdad y la libertad no sean vistas como opuestas, sino como dimensiones complementarias de la misma realidad.
La educación juega aquí un papel central, pero no como mero mecanismo de transmisión de datos, sino como un proceso que debe formar criterios de juicio, estimulando el pensamiento crítico y la capacidad de reconocer en el otro a un interlocutor legítimo.
Economía y ética: hacia una visión integral del trabajo y la producción
El modelo económico dominante ha reducido el trabajo a una variable de ajuste, precarizando la existencia de millones de personas. La lógica de la rentabilidad inmediata ha dejado en segundo plano la pregunta por el significado del trabajo y su impacto en la construcción del bien común.
El PSC invita a replantear el sentido de la actividad productiva, reivindicando el trabajo como una dimensión esencial de la realización humana. Esto implica:
• Superar la dicotomía entre eficiencia y justicia social.
• Impulsar modelos de producción que pongan en el centro la dignidad de la persona y el equilibrio ecológico.
• Fomentar estructuras económicas basadas en la reciprocidad y la cooperación, en contraste con la competencia destructiva.
La emergencia de iniciativas de economía solidaria, empresas con propósito social y modelos de comercio justo muestran que no se trata de una utopía, sino de un horizonte posible cuando la acción política y empresarial asume su responsabilidad ética.
Poder y participación: reconstrucción de la esfera pública
La democracia enfrenta una paradoja: mientras se multiplican los mecanismos formales de participación, crece el desencanto ciudadano y el escepticismo sobre la capacidad de las instituciones para generar cambios reales. El PSC aporta una perspectiva que va más allá de las estructuras políticas, entendiendo la participación como un proceso que se juega tanto en el ámbito institucional como en la vida cotidiana.
Es necesario reconfigurar el concepto de ciudadanía, pasando de una visión pasiva centrada en el ejercicio del voto a una lógica de corresponsabilidad, donde cada persona se asuma como actor en la construcción del bien común. Esto implica:
• Revitalizar el tejido asociativo y fortalecer los espacios de deliberación pública.
• Combatir la corrupción no solo como fenómeno legal, sino como expresión de una cultura del privilegio.
• Promover liderazgos basados en el servicio y no en la acumulación de poder.
La regeneración del ámbito político no será el resultado de reformas aisladas, sino de un cambio de mentalidad que redescubra la dimensión comunitaria de la vida social.
El desafío ecológico: una cuestión de justicia intergeneracional
El deterioro del planeta no es un fenómeno aislado, sino el reflejo de una cosmovisión que ha instrumentalizado la naturaleza y la ha reducido a un mero recurso explotable. El PSC introduce un cambio de perspectiva al situar la crisis ecológica dentro de una visión integral, donde el respeto por la creación es inseparable de la justicia social.
El concepto de ecología integral, desarrollado en Laudato Si’, enfatiza que la degradación del medio ambiente y la exclusión de los más vulnerables son dos caras de la misma moneda. Esto nos lleva a repensar:
• El modelo energético y el impacto de la extracción indiscriminada de recursos.
• La cultura del descarte, que normaliza el desperdicio y la obsolescencia programada.
• La ética del consumo, promoviendo estilos de vida sostenibles que no respondan solo a criterios de mercado.
No basta con llamados genéricos a la responsabilidad ambiental. Es necesario impulsar estructuras normativas y económicas que hagan viable una transición hacia modelos productivos sostenibles sin que esto se convierta en una carga para las poblaciones más vulnerables.
Espiritualidad y acción: la mística del compromiso
Uno de los riesgos en la aplicación del PSC es reducirlo a un catálogo de principios abstractos, desconectados de la vida real. Sin embargo, su verdadera fuerza radica en que no es solo un cuerpo de ideas, sino una forma de estar en el mundo.
El compromiso con la justicia no puede ser sostenido solo por la indignación moral, sino que necesita una raíz profunda, una espiritualidad que lo nutra y le dé dirección. Esto se traduce en:
• La capacidad de mantener la esperanza en medio de contextos adversos.
• La disposición a asumir riesgos en la defensa de los más vulnerables.
• La apertura al discernimiento, entendiendo que la acción social no es mera ejecución de planes, sino respuesta a una interpelación constante.
El PSC, lejos de ser un esquema fijo, es una invitación a vivir la fe desde la historia concreta, reconociendo que el Evangelio tiene implicaciones radicales en la manera en que configuramos nuestras relaciones, nuestras instituciones y nuestras estructuras económicas.
Conclusión
La transformación social no ocurre por inercia ni por decretos. Requiere un cambio de mentalidad, una reorientación profunda de los valores que guían la convivencia y la organización de la sociedad. El Pensamiento Social Cristiano, en este sentido, no es un conjunto de respuestas prefabricadas, sino una herramienta crítica que permite interpretar los signos de los tiempos y generar respuestas creativas.
Más que nunca, se necesita una inteligencia social capaz de articular análisis, acción y espiritualidad en un proyecto común que restituya la centralidad de la persona, impulse estructuras justas y fomente una cultura del encuentro. El desafío no es menor, pero la historia ha demostrado que las grandes transformaciones comienzan con comunidades convencidas de que otra realidad es posible.
Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana
De mínimos humanitarios a máximos en humanidad: Evangelio en operatividad
Mar 11 Mar 2025

Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - En el devenir histórico del mundo, la humanidad ha transitado entre la supervivencia y la aspiración a una existencia plena. En este recorrido vital, la ética y el derecho han desempeñado un papel central en la configuración de las condiciones mínimas de dignidad que deben ser garantizadas a todas las personas humanas, especialmente en contextos de crisis y vulnerabilidad. Sin embargo, el horizonte del desarrollo humano no puede reducirse a la mera subsistencia; existe un llamado ético y teológico que nos interpela a trascender la respuesta inmediata y caritativa para construir una sociedad basada en el ejercicio de la justicia estructural y la solidaridad radical.
Este llamado no es ajeno a la doctrina cristiana, la cual ha puesto en el centro de su contenido la primacía de la persona y su dignidad inherente e inviolable. En palabras del profeta Isaías:“Aprended a hacer el bien; buscad la justicia, socorred al oprimido; defended al huérfano, abogad por la viuda” (Isaías 1,17).
Desde esta perspectiva, podemos identificar dos niveles de responsabilidad ética y social: los Mínimos Humanitarios, que constituyen el umbral innegociable de dignidad de toda persona humana en situaciones de emergencia, y los Máximos en Humanidad, que representan la plenitud del compromiso cristiano con la transformación del mundo. En este contexto buscamos analizar ambos niveles, integrando la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y el pensamiento social cristiano, con el fin de proponer una evangelización que no solo predique la fe, sino que la haga, con el ejercicio existencial, praxis de vida en la esfera social y política.
1. Mínimos Humanitarios: La Ética de la Emergencia y la Supervivencia
1.1 Fundamentos Ético-Jurídicos de los Mínimos Humanitarios
El concepto de mínimos humanitarios surge del derecho internacional humanitario y de la doctrina de los derechos humanos. Se trata de un conjunto de principios que garantizan la protección de la vida y la dignidad de las personas en situaciones de guerra, desastres naturales, crisis humanitarias y pobreza extrema.
Estos principios se articulan en torno a cuatro ejes fundamentales:
• Protección de la vida y la integridad personal ante cualquier tipo de amenaza o violencia.
• Acceso a los bienes esenciales para la supervivencia, como agua potable, alimentos, salud y refugio.
• No discriminación en la asistencia humanitaria, garantizando la atención sin distinción de raza, religión, género o condición social.
• Neutralidad e imparcialidad en la ayuda, evitando su uso con fines políticos o estratégicos.
Desde la perspectiva cristiana, estos mínimos no son solo exigencias jurídicas o humanitarias, sino una manifestación concreta de la misericordia de Dios en la historia, a favor de toda y cada persona humana. La enseñanza de Jesús es clara en este sentido
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis” (Mateo 25, 35).
Garantizar estos mínimos es un imperativo moral ineludible. No obstante, la verdadera transformación social no puede reducirse a la contención de la emergencia pasajera o temporal. Es aquí donde la reflexión sobre los máximos en humanidad cobra relevancia en nuestro quehacer social.
2. Máximos en Humanidad: Hacia una Civilización del Amor y la Justicia Social
2.1 Más Allá de la Asistencia: La Promoción de una Sociedad Justa y Solidaria
Si los mínimos humanitarios nos permiten garantizar la supervivencia, los máximos en humanidad nos invitan a repensar el sentido de la existencia humana en clave de justicia, fraternidad, solidaridad y desarrollo integral de la persona humana. Se trata de una propuesta que no solo responde a la urgencia inmediata, sino que busca transformar las estructuras sociales que generan exclusión y desigualdad.
En este sentido, los máximos en humanidad incluyen:
• Una economía basada en la solidaridad y la equidad social: No basta con paliar la pobreza, es necesario erradicar sus causas estructurales.
• El acceso universal a la educación y la cultura: La ignorancia y la falta de oportunidades perpetúan la marginalidad.
• El trabajo digno y con sentido: El empleo debe ser fuente de realización personal y contribución al bien común.
• El fortalecimiento del tejido social y comunitario: La construcción de paz requiere comunidades organizadas y participativas.
• La custodia de la Casa Común: El desarrollo humano no puede desligarse del respeto por el medio ambiente y la sostenibilidad ambiental.
Estos elementos encuentran su fundamento en la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente en la encíclica Fratelli Tutti, donde el Papa Francisco señala:
“La caridad política es también la expresión de un amor social, capaz de construir fraternidad y justicia” (Fratelli Tutti, 180).
Los máximos en humanidad no son una utopía inalcanzable, sino la encarnación y manifestación concreta del Reino de Dios en la historia humana.
2.2 Evangelizar la Sociedad: Una Tarea Urgente e Inaplazable
El mandato evangélico no se limita a la conversión individual; implica también la transformación de las estructuras sociales injustas. En este sentido, la evangelización de lo social debe ser asumida como una tarea ineludible de la Iglesia en medio de las realidades humanas.
Para ello, se requiere:
1. Una educación en la doctrina social cristiana, que forme ciudadanos comprometidos con la justicia y el bien común.
2. El fomento de políticas públicas basadas en los principios de solidaridad y subsidiariedad bien comprendida y asumida.
3. La creación de modelos económicos alternativos, que privilegien la cooperación sobre la competencia desmedida (economía social y sólida).
4. Una Iglesia en salida, cercana a los excluidos y comprometida con su causa.
La evangelización no puede quedar reducida exclusivamente a los templos; debe hacerse presente en los espacios de decisión política, en la economía, en la educación y en la cultura. Como señala la carta de Santiago: “La fe sin obras está muerta” (Santiago 2, 26).
La Iglesia no puede ser neutral ante la injusticia, pues su misión es anunciar un Reino donde los pobres sean bienaventurados y los últimos sean los primeros.
Amar es Comprometerse con la Justicia y la Solidaridad
Los mínimos humanitarios son un deber moral irrenunciable, pero no pueden ser el punto final de nuestra responsabilidad cristiana.
La verdadera evangelización no se conforma con garantizar la mera subsistencia, sino que busca transformar el mundo según los valores del Reino de Dios.
El desafío que se nos presenta es claro: ¿nos quedaremos en la asistencia puntual o trabajaremos por una justicia estructural? ¿Nos conformaremos con lo mínimo o buscaremos lo máximo en humanidad?
La fe auténtica no se mide tan solo por la oración, sino por su impacto en la historia. La Iglesia está llamada a ser luz y fermento en el mundo, construyendo una sociedad donde el amor, la justicia y la solidaridad no sean la excepción, sino la norma de vida.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5, 6).
Es tiempo de encarnar el Evangelio en la acción social. Porque donde hay hambre, debe haber pan y formación para cocer el mismo; donde hay injusticia, debe haber denuncia ante la vulneración y defensa de los derechos humanos; y donde hay sufrimiento, debe haber desbordamiento de la esperanza. Esta es la vocación cristiana: transformar la historia desde el amor que Dios ha puesto en cada corazón humano.
Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

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