
¿Cómo abordar dilemas sobre IA, crisis medioambiental, conflicto y género desde la teología moral? Expertos lo analizarán en el XVII Congreso Internacional de la FUSA
Jue 19 Jun 2025
Obras Misionales Pontificas de Colombia acompaña la formación misionera en Panamá
Mié 18 Jun 2025
En el marco del Primer Encuentro Nacional de la Pontificia Unión Misional (PUM), que se desarrolla del 17 al 19 de junio en Panamá, las Obras Misionales Pontificias (OMP) de Colombia se suman activamente a una serie de jornadas formativas dirigidas a obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y animadores de la Infancia y Adolescencia Misionera (IAM). El objetivo de este espacio es claro: revitalizar el compromiso misionero y renovar el ardor evangelizador de la Iglesia local.El padre Samir de Jesús García Valencia, Director Nacional de las OMP de Colombia y Secretario Ejecutivo de la Comisión Episcopal de Misiones, participa como expositor principal, aportando su experiencia y visión pastoral a este proceso formativo. Su presencia refleja el espíritu de comunión misionera entre las Iglesias del continente y refuerza el papel de la PUM como alma y dinamismo de toda acción evangelizadora.El itinerario de formación se extiende por tres diócesis panameñas:•17 de junio: Diócesis de Chitré – Capilla Nuestra Señora del Carmen, en Los Canelos.•18 de junio: Diócesis de Penonomé – Comunidad Cristo Sembrador.•19 de junio: Arquidiócesis de Panamá – Casa Monte Alverna.Las jornadas proponen una espiritualidad misionera con enfoque sinodal, subrayando que la misión no es un apéndice de la pastoral, sino su núcleo esencial. A través de dinámicas formativas y momentos de oración, se anima a los participantes a redescubrir la identidad de la PUM como fuerza interior que anima, une y proyecta la misión de la Iglesia en todos sus ámbitos.Desde Panamá, OMP Colombia celebra la oportunidad de fortalecer los procesos formativos misioneros y reafirma su compromiso con una Iglesia en salida, donde cada bautizado asuma con alegría, profundidad y convicción su vocación evangelizadora.

El clero del Valle del Cauca renovó su esperanza durante Jubileo celebrado en Buga
Lun 19 Mayo 2025
LaBasílica del Señor de los Milagrosfue el escenario central delJubileo que reunió en Buga a cerca de500 consagrados, entre obispos, sacerdotes, diáconos y seminaristas,de la Arquidiócesis deCali, y de las Diócesis de Buga, Cartago, Palmira y Buenaventura; un encuentro de comunión, fraternidad, compromiso misionero y esperanza.La jornada, enmarcada en elJubileo de la Esperanza, inició con unaliturgia penitencialpresidida pormonseñor Rodrigo Gallego Trujillo, obispo de Palmira, quien invitó a los presentes a mantener viva la esperanza en el ministerio sacerdotal y a ser portadores de esperanza para el pueblo fiel de Dios.Peregrinación y Eucaristía: Un llamado a la esencialidadMeditando el Santo Rosario, los participantes peregrinaron hacia la Basílica, donde celebraron laSanta Misapresidida pormonseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez, arzobispo de Cali. En su homilía, el prelado destacó tres ejes clave:1. La prioridad del anuncio de Cristo:"Nuestra felicidad está en ser servidores, no protagonistas. El pueblo necesita el Pan de Vida, no solo pan material", afirmó.2. El Jubileo como oportunidad de conversión: Exhortó a purificar"las huellas del pecado"mediante la confesión y avolver al amor primerode la vocación.3. Unidad y esperanza en el nuevo pontificado: Celebró el pontificado delPapa León XIV, enfatizando su llamado a lasantidad y la misiónen continuidad con el magisterio de la Iglesia.Además, el Arzobispo de Cali exhortó a los sacerdotes, diáconos y seminaristas a reavivar el ardor pastoral y ser artesanos de esperanzaen un mundo fragmentado.Culminación en fraternidadEl Jubileo del Clero y de los Seminaristas de la Provincia Eclesiástica de Cali finalizó conactividades culturales y de integraciónen elSeminario Mayor Los Doce Apóstoles de Buga que reforzaron el sentido de familia eclesial en el Valle del Cauca.Vea los mejores momentos a continuación:Ver esta publicación en InstagramUna publicación compartida por Conf. Episcopal de Colombia (@episcopadocol)

El Papa León XIV designa nuevo Obispo Auxiliar para la Arquidiócesis de Bogotá: Pbro. Germán Humberto Barbosa Mora
Vie 20 Jun 2025
El Papa León XIV designó al padre Germán Humberto Barbosa Mora, de la Diócesis de Engativá, como nuevo obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Bogotá. El presbítero cuenta con más de dos décadas de ministerio, sólida preparación teológica y una importante experiencia en la formación de nuevos sacerdotes y en la educación universitaria. Ahora, junto a monseñor Alejandro Díaz García y a monseñor Edwin Raúl Vanegas Cuervo, apoyará al cardenal Luis José Rueda Aparicio en la misión de pastorear la Sede Primada de Colombia.El padre Barbosa Mora nació en la capital colombiana el 24 de diciembre de 1974; ingresó al Seminario Mayor de Bogotá, donde completó su formación y fue ordenado sacerdote el 2 de diciembre del año 2000. Desde entonces, su vida ha estado marcada por el servicio en distintas parroquias y roles de liderazgo eclesial. En 2003, con la creación de la Diócesis de Engativá, quedó incardinado en esta nueva jurisdicción, donde ha desarrollado gran parte de su labor pastoral.El presbítero cursó estudios de licenciatura y doctorado en teología moral en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde realizó su tesis sobre la dimensión ética de las redes sociales en las relaciones interpersonales.Ha asumido un rol activo en la formación de sacerdotes y de diáconos permanentes; ejerció como formador y Delegado de Animación Vocacional en el Seminario Mayor de Bogotá (2017-2019) y como Director de la Casa Seminario San Lorenzo en Cota (2020-2023). Además, ha sido docente en la Universidad San Buenaventura, la Unimonserrate, la Unicervantes y la Universidad de Santo Tomás.Desde 2019, el padre Germán Humberto Barbosa se desempeña como Vicario Episcopal de la Vicaría Nuestra Señora del Rosario y miembro del Consejo Episcopal de la Diócesis de Engativá, desde donde ha contribuido en la toma de decisiones pastorales. Actualmente, es párroco de La Divina Gracia, templo ubicado en Suba (2023-2025).Biografía:El Padre Germán Humberto Barbosa Mora, nació en la ciudad de Bogotá, el 24de diciembre de 1974. Tras terminar sus estudios de secundaria ingresó al Seminario Mayor de Bogotá, donde culminó su formación y fue ordenado sacerdote para la Arquidiócesis de Bogotá el 2 de diciembre de 2000.En el 2003, con la erección de la Diócesis de Engativá, el Padre Germán Humberto quedó incardinado en dicha jurisdicción eclesiástica.Ha tenido los siguientes encargos pastorales:-Vicario Parroquial de la Parroquia “S. Juan Bautista de la Estrada” (2001).-Párroco de la Parroquia “Nuestra Señora de Copacabana” (2002 - 2005).-Estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma (2005 - 2007).-Párroco de la Parroquia “Nuestra Señora del Rosario”, Cota (2007 - 2011).-Párroco de la Catedral de Engativá “San Juan Bautista de la Estrada” (2011 -2013). -Doctorado en Teología Moral en la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma (2013 - 2016).-Formador y Delegado de Animación Vocacional en el Seminario Mayor de Bogotá (2017 - 2019). -Vicario Episcopal de la Vicaría “Nuestra Señora del Rosario” y Miembro del Consejo Episcopal de la Diócesis de Engativá (2019 - 2025).-Director de la Casa Seminario San Lorenzo en Cota (2020 - 2023).-Párroco de la Parroquia “La Divina Gracia” en Suba (2023 - 2025).El 20 de junio de 2025, el Papa León XIV lo nombra Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Bogotá, asignándole la sede titular de Uzalensis.

El Papa León XIV designa Vicario Apostólico para Guapi: Pbro. Alfonso García López
Sáb 14 Jun 2025
El Papa León XIV designó al padre Alfonso García López, sacerdote de la Diócesis de Istmina–Tadó, como nuevo Vicario Apostólico de Guapi (Cauca). Su nombramiento se da tras una trayectoria de 27 años de servicio pastoral en diversas comunidades del sur del departamento del Chocó, experiencia en formación sacerdotal y una destacada trayectoria académica en diversas áreas teológicas y administrativas.El padre Alfonso García, nacido el 23 de febrero de 1971, fue ordenado sacerdote el 21 de febrero de 1998 por el entonces obispo de Istmina-Tadó, monseñor Alonso Llano Ruíz. Cursó sus estudios básicos en el Seminario Menor de Istmina y los superiores en el Seminario Mayor San Pío X de la misma diócesis.Su formación incluye una licenciatura en Filosofía y Educación Religiosa (Universidad Católica de Oriente, 2000), una especialización en Pedagogía y Didáctica (2002), una especialización teológica con énfasis en Formación Sacerdotal en el Instituto Teológico-Pastoral para América Latina (2005), una maestría en Administración de Empresas y Negocios Internacionales (Universidad Phoenix, EE. UU., 2011) y una especialización en Estudios Bíblicos (Universidad Uniclaretiana, 2012).En su labor pastoral, se ha desempeñado como párroco en varias comunidades la Diócesis de Istmina-Tadó, entre ellas, Santa Rita de Casia (Río Iró), San Roque (Juradó) e Inmaculado Corazón de María (Bahía Cupica). También ejecutó roles formativos: rector y vice-rector del Seminario Mayor San Pío X (2002-2003; 2006-2008), y responsable de Pastoral Universitaria (2009-2010). Fue párroco de la Catedral San Pablo Apóstol (2011-2018) y, recientemente, de la parroquia Espíritu Santo (2024).Desde 2018 hasta la actualidad, ejerció como vicario general, exorcista, moderador de la curia y delegado de Pastoral Sacerdotal en su diócesis.El Vicariato Apostólico de Guapi es una jurisdicción eclesiástica con amplia presencia de comunidades afrocolombianas e indígenas, así como con múltiples desafíos sociales vinculados al conflicto armado y la pobreza. La nueva misión episcopal encomendada por el Papa León XIV al padre García López, con amplia experiencia en zonas de difícil acceso y formación en gestión, podría representar un importante signo de esperanza para el fortalecimiento de la labor pastoral de la Iglesia Católica en esta zona del país.BiografíaEl padre Alfonso García López nació en Juradó (Chocó) el 23 de febrero de 1971.Fue ordenado sacerdote el 21 de febrero de 1998, por S.E. Mons. Alonso Llano Ruíz, entonces Obispo de Istmina - Tadó.Cursó sus estudios de bachillerato en el Seminario Menor de Istmina, posteriormente filosofía y teología en el Seminario Mayor San Pío X de la Diócesis de Istmina – Tadó.Obtuvo la Licenciatura en Filosofía y Educación Religiosa en la Universidad Católica de Oriente - Rionegro, Antioquia - (2000); en el 2002 realizó la Especialización en Pedagogía y Didáctica de la misma Universidad; en el 2011 la Maestría en Administración de Empresas y Negocios Internacionales con la Universidad Phoenix, Arizona (EE. UU) y, en 2012, la Especialización en Estudios Bíblicos ante la Universidad Uniclaretiana.Ha tenido los siguientes encargos pastorales:-Párroco de Santa Rita de Casia, Río Iró (1998 - 2000).-Párroco de San Roque, Juradó (2000 - 2001).-Párroco del Inmaculado Corazón de María, Bahía Cupica, Bahía Solano (2001 – 2002).-Vice-Rector del Seminario Mayor Diocesano San Pío X y, luego, Rector del mismo (2002 - 2003).-Estudiante de especialización Teológica con énfasis en Formación Sacerdotal en el ITEPAL (2004 – 2005).-Vice-Rector del Seminario Mayor Diocesano San Pío X (2006 – 2008).-Responsable diocesano de Pastoral Universitaria, Adscrito a la Parroquia de la Catedral San Pablo Apóstol de Istmina (2009 – 2010).-Párroco de la Catedral San Pablo Apóstol de Istmina (2011 – 2018).-Vicario General, Exorcista, Moderador de la Curia Diocesana, Delegado de Pastoral Sacerdotal y Formación Permanente del Clero, desde 2018 hasta la fecha.-Párroco de la parroquia Espíritu Santo de Istmina (2024).-El 14 de junio de 2025, el Papa León XIV lo nombra Vicario Apostólico del Vicariato Apostólico de Guapi.
Política y ética
Mar 17 Jun 2025

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos viviendo un momento preocupante en nuestro país. Hay incertidumbre política, se difunde un inaceptable lenguaje de odio, se está incrementando peligrosamente la violencia en varias regiones, se percibe un debilitamiento de la Fuerza Pública, se presentan dificultades en la estabilidad fiscal, se abren puertas a la impunidad en nombre de la paz, no cesan las acciones del narcotráfico, se quiere desconocer o degradar el Estado de Derecho, se resquebraja la unidad nacional, el sistema democrático puede estar en peligro, se van acumulando el resentimiento y el miedo.
Esta situación obliga a pensar en el sentido y la forma de hacer política. Toda persona humana tiene conciencia política porque necesita vivir con otros el razonamiento, el encuentro, el intercambio, la proyección al futuro y la reconciliación. Esto implica acordar un plan común y dirimir las diferencias con el diálogo y no con la violencia. Se requiere renunciar a los deseos, intereses y proyectos propios para optar por el bien común, respetando los derechos de los demás. No puede entenderse la política como un negocio o una plataforma de poder, sino como un servicio que conlleva la cooperación de todos.
Cuando esto no se da, vienen la inequidad social, la corrupción, la desorientación de la juventud, el incremento de corrientes migratorias, la desintegración de las instituciones, la violencia en múltiples formas, la pobreza. A la raíz, se puede constatar siempre la arrogancia de los que se sienten superiores, los intereses mezquinos que venden la conciencia y la verdad por cualquier ventaja económica, el egoísmo que genera las desigualdades sociales, la falta de formación socio-política para ver lo mejor y lo que es posible realizar y, finalmente, la falta de compromiso de todos.
Es lamentable que, frente a la realidad política, con frecuencia los ciudadanos nos marginemos o nos resignemos. Pericles decía que quien no participa en la vida de la ciudad no es una persona pacífica sino inútil. El peor analfabeto, para Bertolt Brech, es el analfabeto político: no sabe siquiera que el costo de la vida depende de decisiones políticas. Maquiavelo, por su parte, advirtió que si no hay ciudadanos capaces de vigilar, resistir e implicarse en la búsqueda del bien común, la república muere y se convierte en el lugar donde unos pocos dominan y todos los demás sirven.
En efecto, se llega a un país que no sabe a dónde va ni cómo debe dirigir su camino, que depende de la veleidad del gobierno de turno siempre queriendo inventar en su período todo de nuevo. Así se puede caer en propuestas improvisadas para cambiar arbitrariamente el paradigma de la política y de la economía, para destruir la institucionalidad y aun para afectar el sistema democrático. Este inadecuado proceso puede traer también el cansancio y el agotamiento del pueblo que conduce, aunque sea un suicidio, a aceptar alternativas improvisadas sin medir realmente sus alcances y consecuencias.
Es preciso cuidar una verdadera forma de hacer política sobre la base de la justicia social, los valores fundamentales y la convivencia pacífica. La comunidad, a través de partidos sólidos y de movimientos sociales bien orientados, tiene que asumir la vigilancia y la participación ciudadana a fin de defender la dignidad de las personas, la libertad, la verdad, la justicia, el bien común y conducir un comportamiento político marcado por la moral. El desprecio de la ética lleva a una relación promiscua entre los intereses públicos y privados, que siempre genera escándalos de corrupción, mentira y diversas formas de violencia.
El momento que estamos viviendo en Colombia exige reflexionar a fondo y tomar decisiones con lucidez y coraje. No puede ser hora de un lenguaje incendiario y de odio o de seguir la actitud mecánica de quien se margina o de quien se irrita y mata. Es necesario buscar dónde están las equivocaciones y qué debemos hacer de un modo concreto. Hay que reforzar la construcción moral que afiance el orden social en valores fundamentales, respaldar las personas íntegras y los proyectos válidos para el país, no dejarnos llevar del miedo o la apatía. Urge cuidar la democracia, la institucionalidad y la unidad nacional. Este es un momento en que es necesario orar mucho, fomentar un serio compromiso político y mantener la cordura y la esperanza.
+ Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín
“Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11, 24)
Mar 17 Jun 2025

Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Avanzando en el desarrollo del Plan de Evangelización de nuestra Diócesis, hacemos nuestro el mandato del Señor a la misión que nos dice: Sean mis testigos (Hch 1, 8) y para este mes de junio, “Compartan con el necesitado”, con el momento significativo del Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Solemnidad que celebramos el próximo domingo, recordando que Jesús se nos da como alimento que nos lleva a la vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). La eucaristía es el alimento de la vida, que en esta tierra nos da fortaleza para cumplir con nuestra misión y en la eternidad nos da la salvación.
El sacramento de salvación por excelencia es el misterio pascual, que tiene su expresión sacramental en la eucaristía, del cual nace la Iglesia, ya que la Iglesia es Cuerpo de Cristo, porque Cristo ha entregado su cuerpo y su sangre para alimentarnos y llegar a ser uno con Él, “el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía’. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre; hagan esto cada vez que lo beban, en memoria mía’ (1Cor 11, 23 - 25).
El don de la eucaristía ha sido entregado por Jesús en la última cena, cuando también regaló a la Iglesia el don del sacerdocio y el mandamiento del amor. El memorial de la eucaristía está en estrecha relación con el don del sacerdocio ministerial, cuya institución la Iglesia ha visto vinculada en el mandato del Señor “Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11, 25); de tal manera, que son los sacerdotes quienes actualizan ese memorial eucarístico de generación en generación, porque, “la eucaristía es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la eucaristía y a la vez que ella” (Ecclesia De Eucharistia, 31).
La eucaristía es el memorial del Señor, de su pasión, muerte y resurrección, un don hecho de una vez para siempre, que se viene actualizando a lo largo de la historia, donde sucede el sacrificio del Señor que se nos da como alimento y nos entrega la salvación. Así lo expresa san Juan Pablo II: “Cuando la Iglesia celebra la eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de Salvación y se realiza la obra de nuestra redención” (Ibid, 11).
Con esto entendemos que la eucaristía es el don más precioso y más sublime que recibimos cuando comulgamos, porque es el mismo Jesucristo que se nos da como alimento, es la entrega de todo su ser por la salvación de todos nosotros. Así lo enseña san Juan Pablo II: “La Iglesia ha recibido la eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos” (Ibid). De tal manera, que un cristiano no tiene que confundirse buscando apariciones, comprando aceites o llenándose de cosas superficiales. En la eucaristía encontramos lo más sublime, a Jesucristo mismo que nos salva.
La Iglesia tiene como centro a Jesucristo que desde el sacrificio redentor en la cruz, nos ofrece su perdón y reconciliación, para que limpios de corazón podamos llegar hasta el Padre que espera el regreso del hijo que se ha perdido, para acogerlo en la gran fiesta del banquete celestial, que se realiza en esta tierra en cada eucaristía. San Juan Pablo II nos lo enseña cuando afirma: “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la eucaristía son un único sacrificio. La misa hace presente el sacrificio de la Cruz. La naturaleza sacrificial del misterio eucarístico no puede ser entendida, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia indirecta al sacrificio del Calvario” (Ibid, 12).
Así pues, todos los creyentes entendemos que eucaristía y Crucificado forman una unidad, cuando participamos de la eucaristía adoramos a Jesucristo presente en el altar y levantamos la mirada y contemplamos el Crucificado y ahí entendemos todo el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Ahí comprendemos el sacrificio redentor, la entrega total de su vida por cada uno de nosotros.
Es muy importante contemplar la unidad que se da en el presbiterio entre altar y crucificado, porque allí está un solo Señor, Jesucristo ofreciéndose por la salvación de todos. Por esto, en el presbiterio siempre se ha de tener en el centro un Crucificado y no una imagen de un santo, ni tampoco ninguna devoción, ni advocación especial. Allí se tendrá la síntesis del sacrificio redentor, que es Jesús Crucificado, que con el altar eucarístico forman una perfecta unidad, de donde brota la oración contemplativa del creyente, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, adorando la eucaristía y mirando, abrazando y contemplando el Crucificado.
Oremos todos los días de rodillas frente al Santísimo Sacramento, adorando la eucaristía y contemplando el Crucificado, pidiendo que podamos dar a la eucaristía todo el relieve que merece, poniendo todo el esmero por vivir la eucaristía con la mayor dignidad posible. Que, al celebrar el Corpus Christi, podamos tomar conciencia de la grandeza del don que se nos ha dado en la eucaristía. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José que custodiaron a Nuestro Señor Jesucristo, alcancen del Señor para nosotros la gracia de contemplar y adorar la eucaristía con fervor espiritual.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.
+José Libardo Garcés Monsalve
Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Carta pastoral del Arzobispo de Cali: "Hacia una paz desarmada y desarmante"
Mar 10 Jun 2025

Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - En los momentos difíciles que estamos viviendo en Colombia, no puede ser más oportuna esta frase del papa León XIV, dicha en el balcón de la Basílica de San Pedro en su primera bendición Urbi et Orbi el día de su elección el 8 de mayo de 2025, pues se convierte en un clamoroso llamado para que seamos capaces de desarmar los corazones, las manos y la palabra.
Un llamado a la esperanza.
Como arzobispo metropolitano de Cali, siento el deber pastoral de compartir estas sencillas reflexiones cargadas de esperanza, para que la Palabra de Dios logre permear las mentes y los corazones de todos, de manera que seamos capaces de afrontar esta dolorosa realidad, que es solo la punta del iceberg de lo que desde hace tiempo estamos viviendo en nuestro territorio.
Digo esto porque hasta el mes de enero de 2025 son más de 2.437 las muertes violentas de ciudadanos colombianos, según el Instituto de medicina legal y ciencias forenses, de los cuales 1.232 son homicidios y 231 suicidios. En este mes se dice que la cifra está cerca de 400 víctimas por encima del promedio mensual. Un dato no menor es que hasta finales de abril de 2025, se han registrado 123 feminicidios y se constata el incremento de los atentados contra las personas LGBTI. Es decir, el drama de la violencia y la muerte está presente desde hace años en nuestro país, solo que el atentado de una persona pública, precandidato a la presidencia, hace más visible y acuciante el problema, puesto que trae a la memoria también nuestra historia de dolor.
En nuestras comunidades parroquiales, y en buena parte de los municipios del Valle del Cauca, sin hablar de los territorios del sur occidente colombiano, podemos percibir un sentir de inseguridad y de temor en buena parte de la población. Sobre todo los jóvenes están siendo víctimas primarias del flagelo de la muerte o la utilización para actos delictivos, como el adolescente de catorce años que empuña su arma para atentar contra un ser humano, según dijo con angustia “para llevar a dinero a su familia”. Duelen estos testimonios para darnos cuenta de lo bajo a lo que estamos llegando como sociedad.
Esto, sumado a la pobreza, el desempleo, el hambre, el narcotráfico, la corrupción y las incertidumbres de índole político, hace que se vayan acrecentando sentimientos de desesperanza y miedo.
Necesidad de salir de la espiral de violencia.
Es duro reconocer que, desde el inicio de la historia de la humanidad las personas han sido violentas. Comienza con el fratricidio de Caín contra su hermano Abel (Gn. I, 8); los relatos de muerte y guerras del Antiguo Testamento son muestra de esta violencia. A Jesús le tocó formar a sus discípulos para la paz. En alguna ocasión en que iban camino de Jerusalén y no fueron recibidos en Samaría, “los discípulos de Jesús, Santiago y Juan, le dijeron: ¿quieres que mandemos que caiga fuego del cielo y los destruya? Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió” (Lc. 9, 53-55). Luego, cuando estaban en el huerto de Getsemaní, “uno de los que estaban con Jesús tomó su espada, la desenvainó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús, entonces, lo reprendió: ¡vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán” (Mt, 26, 52).
Por esto mismo, el énfasis de Jesús en su trabajo evangelizador, tuvo como centro el mandamiento del amor. “Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn. 15, 12) les dijo y nos lo sigue diciendo con ardor. No era un mandamiento nuevo per sé. Es el mismo mandamiento que tiene su raíz más profunda en la conciencia del ser humano, como referente clave de Dios en cada corazón, que está llamado a reconocerla y ser capaz y dejarse guiar por ella. Pero ¡cómo estamos de distantes de esto!. El ser humano, el de ayer y el hoy, está sumido, se ha dejado dominar, por lo que San Pablo denomina las obras de la carne, contrarias a los frutos del Espíritu (cfr. Gal. 5, 16 – 26).
Ya el papa León XIV en su homilía de inicio del ministerio petrino, el 18 de mayo de 2025, decía que “en nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno”.
Este llamado del Papa lo hago propio, e invito a todos los colombianos, a quienes hacen parte de la Arquidiócesis de Cali, a quienes me dirijo inicialmente en esta Carta Pastoral, a que seamos auténticamente humanos, es decir, personas con un corazón de carne capaz de amar, de perdonar, de respetar la diferencia, de dialogar; con un corazón humilde para acoger al otro y sus ideas.
Recuperar el valor de la ética.
Un aspecto que estamos llamados a poner nuevamente sobre la mesa, es el compromiso ético de todos. Desde el más simple ciudadano de a pie, hasta quienes están al frente de los gobiernos en todos los estadios de sus funciones en la vida pública o privada, debemos recuperar una ética que nos permita avanzar por caminos de paz y de reconciliación.
Es necesario que todos asumamos el compromiso de poner en práctica la llamada ética de los mínimos, que para nosotros los cristianos debe ser la ética de los máximos animada por el amor, de forma que la convivencia ciudadana sea pacífica y propicie el entendimiento y el desarrollo integral de todos. Por tanto, es fundamental que se retome el respeto de la legalidad y la legítima autoridad; que nadie se abrogue el derecho de tomar justicia por mano propia; que los derechos humanos sean siempre respetados; que se consolide y valore el estado de derecho constitucional; que el diálogo y la concertación primen sobre los actos de violencia y discriminación.
Qué importante que tomáramos todos conciencia de que un buen cristiano debe ser un excelente ciudadano. Recuperemos los principios básicos de una ética del respeto, de la valoración de la vida, de los bienes y de la casa común, que va más allá de los credos religiosos, ideológicos o políticos, que hace posible que avancemos en lo que San Pablo VI denominaba la “civilización del amor”.
Por una conciencia ética valiente.
Los clamores de tantos invitando a la pacificación y moderación de las manos, de las acciones y del lenguaje, servirán sin duda a la reconstrucción del tejido social, roto. Que estos clamores sean leídos y acogidos como el despertar de una conciencia ética valiente, animada por el deseo de convertirse, es decir, de rehacer el camino por la senda de la fraternidad y de la paz.
El libro de los Proverbios dirá que es necesario “con todo cuidado vigilar el corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida. Apartar de él las palabras perversas y alejar de los labios la maldad” (4, 23-24), como una forma de alcanzar la meta de la unidad. Es el corazón el centro de todo nuestro actuar, como lo afirmará el papa Francisco en su encíclica Dilexit nos, sobre el Corazón de Jesús. “En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde toda persona, de toda clase y condición, hace su síntesis”.
(n. 9). Y eso nos está faltando. Hay que volver al corazón de carne que nos hace más humanos. Porque no lo hacemos, la ética desaparece y el amor se convierte en una connivencia egoísta que destruye almas y cuerpos. Somos capaces de ser mejores seres humanos, y María, Madre de la Iglesia y Madre de todos, está a nuestro lado para lograr este soñado fin.
Con María caminamos en la esperanza.
Escribo esta Carta en la memoria litúrgica de María, Madre de la Iglesia. Esta celebración nos propone como texto evangélico el de San Juan en el capítulo 19: “Junto a la cruz de Jesús estaban también su madre y cerca de ella el discípulo que Él tanto amaba. Jesús le dice: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre” (Jn. 19, 25-27).
Sin duda que para María fue el momento más de duro de su vida. Estaba abrazada a la cruz de su Hijo que, siendo víctima inocente, se ofrecía por todos. Ella sabía que era Dios, y que seguro habría de resucitar. Pero esto tampoco le menguaba su pesar, ni secaba sus lágrimas. En el máximo de su dolor, nos es entregada como madre, para que su dolor se convirtiera en consuelo para quienes sufrimos toda clase de penas, como las que actualmente experimenta Colombia y el mundo entero. Ella es la mujer fuerte que acompañó a la Iglesia naciente en la oración, animándola a ser fiel a su Hijo y a no perder nunca la esperanza.
En el Corazón Eucarístico de Jesús tenemos vida.
Los exhorto para que pongamos la mirada en el corazón de Jesús “que nos amó hasta el extremo” (Jn. 13,1), y que nos dijo con ternura, “vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo les haré descansar” (Mt. 11, 28). Estas palabras de consuelo nos deben animar a no dejarnos dominar por la desesperanza y a fortalecer las iniciativas adecuadas para superar juntos los momentos de prueba y de dolor.
El domingo 22 de junio celebramos la solemnidad de Corpus Christi. La Eucaristía es la fuente y el culmen de la vida cristiana. Es el sacramento de la unidad, de la fraternidad, de la solidaridad, del perdón. Es también el sacramento que nos alienta en los momentos de fragilidad. Por eso pido a todos los párrocos de la Arquidiócesis de Cali, que dispongan para ese día una importante procesión, de manera que todas las parroquias llenen las calles de sus barrios con el suave olor de Cristo Eucaristía que pasa bendiciendo casas, negocios y, sobre todo personas que creen y esperan en la fuerza sanadora y redentora de este sacramento de salvación. Será también una especial oportunidad para dar un sentido clamor por la paz que todos anhelamos. Nuestro aporte como Iglesia será hacer una y mil veces el llamado a acoger la paz que Cristo nos da.
Acoger la paz de Cristo resucitado.
Con el papa León XIV, intitulé esta Carta Pastoral y con su palabra llena de confianza en Dios y animadora de “la esperanza que no defrauda” (Rm. 5,5), la termino: “Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente”.
Que nadie se sienta excluido de este amor y, que todos seamos perseverantes en superar las diferencias con altura, con respeto y con la confianza en que es caminando juntos, como haremos de Cali, de Valle del Cauca y de Colombia, una familia que mira el futuro con ilusión, sin miedo.
Que la bendición del Dios Uno y Trino, llegue a todos.
+Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Arzobispo de Cali
9 de junio de 2025.
Memoria de María, Madre de la Iglesia.
¿Dónde quedaría la Patria Potestad de los padres de familia?
Mar 3 Jun 2025

Por Mons. Miguel Fernando González Mariño- Respecto a la Resolución 309 del Ministerio de Salud de Colombia. Luego de la lectura y análisis de la Resolución 309 de 2025 del Ministerio de Salud y Protección Social, publicada el 20 de febrero, que tiene por finalidad impartir «lineamientos para garantizar la participación en la toma de decisiones en salud y el ejercicio de la autonomía progresiva y contextual de niños, niñas y adolescentes, a través del asentimiento pediátrico y el proceso de consentimiento informado», en las atenciones en salud, veo con preocupación que en esta Resolución, usando el argumento del interés superior del niño, se menoscaba y se pone en segundo plano el derecho-deber fundamental de los padres de familia a ejercer su custodia permanente tomando decisiones sobre el tipo de educación y de estilo de vida saludable para sus hijos, como parte del ejercicio del derecho de libertad de enseñanza.
Los padres de familia son los protagonistas en el auténtico desarrollo personal de los menores de edad, especialmente teniendo en cuenta su fragilidad en estas etapas del desarrollo como son la infancia, la niñez y la adolescencia. La experiencia y los estudios sobre el proceso del desarrollo humano explican ampliamente los cambios fuertes que se dan en la preadolescencia y adolescencia que causan profunda inestabilidad y crisis de identidad en las personas, que perturban el ejercicio de la capacidad de tomar decisiones suficientemente informadas y conscientes Especial atención y análisis se debe hacer sobre el Anexo de la norma, que en nuestro parecer desborda la misma Resolución indicando ámbitos concretos en los cuales se invadirá la vida de las familias sustrayendo a los niños, niñas y adolescentes de la protección y custodia por parte de sus padres en temas tan delicados como la salud y las decisiones en ámbitos como el crecimiento armónico e integral en la sexualidad. No se trata de oponer al camino de crecimiento y paulatina madurez de los menores, el deber que tienen los padres de familia, por la Patria Potestad, de custodiar y proteger a sus hijos, sino de reconocer que el crecimiento de los menores no se puede dar sin el concurso necesario de los padres.
Por ello, me permito recordar que la Patria Potestad es sobre todo un derecho de los niños, porque:
1. Los niños tienen derecho a la protección de la familia, ésta es el primer entorno protector para los niños, y tiene la responsabilidad de garantizar su bienestar y desarrollo, como lo dispone la Constitución política de Colombia en los artículos 42 y 44. La familia es el núcleo fundamental de la sociedad porque constituye el origen y fundamento de las relaciones sociales. La familia no es sólo un lugar de afectos, sino una relación social que genera el desarrollo de la sociedad, incluyendo valores y normas de convivencia. La familia actúa como un modelo de vida y un espacio para la formación de personas con carácter ético, contribuyendo a la construcción de una sociedad más justa y humana.
2. La Corte Constitucional en la sentencia C-1003 de 2007 señaló que la Patria Potestad o Potestad Parental es intrasmisible, irrenunciable, imprescriptible, temporal y comprende la representación de hijo menor. Por lo cual no se puede sustraer a los Padres o dejarlos como actores secundarios en un rol de emitir un “consentimiento sustituto” en materia de salud de sus hijos, como lo dispone la Resolución. Por lo anterior, el mejor modo de amparar los derechos de los menores es salvaguardar los derechos de la familia pues ellos están en el centro de la vida familiar ya que todos los derechos de la familia son derechos de los niños. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se aprenden los valores morales y a ejercer con responsabilidad la libertad, hay que ofrecerle los medios para que ella desempeñe su vocación educativa con idoneidad y así contribuya al bien superior de los menores de edad.
3. Los derechos de la familia y de los padres no son concesiones del Estado, ni corresponden a una exigencia ética de un momento histórico determinado, sino que son derechos preferentes por ser la familia, una institución natural constituyente del ser de la persona humana y anterior al Estado. Los derechos de la familia son también derechos naturales que manifiestan su estructura jurídica fundamental.
4. Es un avance y un cambio positivo el proceso por el cual hemos pasado de considerar a los niños, niñas y adolescente como sujetos de derechos y por tanto la necesidad de continuar transformando pautas de crianza y de educación de los hijos de tipo autoritario y sin tomar en consideración de manera progresiva y prudente el parecer de los menores. Pero esto no significa desconocer su necesidad de guía, orientación, acompañamiento especialmente en las dimensiones más sensibles de su desarrollo y personalidad como lo son la salud y la educación. La «autonomía progresiva contextual de niños y adolescentes» reconoce la capacidad creciente de los menores para ejercer sus derechos y asumir responsabilidades, mientras que la Patria Potestad de los padres implica la obligación y el derecho de velar por su bienestar y desarrollo. Ambos conceptos se complementan, buscando la mejor forma de equilibrar la protección parental con la creciente autonomía del menor, por ello privilegiar uno en menoscabo de otro, vulnera los derechos integrales de los niños, niñas y adolescentes.
En la búsqueda para que los menores de edad tengan un rol activo en las decisiones relacionadas con su atención médica, según su desarrollo y madurez, preocupa cómo se define el nivel de madurez del menor para tomar decisiones, especialmente aquellas de alta complejidad y aquellas que afectan de manera permanente en su identidad y desarrollo personal. El papel de los padres de familia es fundamental porque ellos tienen el derecho-deber de cuidar, proteger y custodiar el bien del menor, en este caso el bien de la salud y de su desarrollo personal.
5. El Estado y las instituciones sociales tienen como misión favorecer, apoyar y propender a que los padres de familia desarrollen su vocación en favor de los menores. Ninguna institución puede suplantar o reemplazar a la familia en esta su tarea primera y primordial. La tarea del Estado está mediada por los principios de la corresponsabilidad y subsidiariedad. Así en virtud de la subsidiariedad el Estado debe garantizar, promover y fomentar la subjetividad de la institución familiar y el papel de protagonista que ella tiene en la vida social. El Estado debe permitir que la familia realice la misión que le corresponde. La tarea del Estado es respetar y complementar la misión de la familia. Por lo que surge la pregunta, si se tuvo en cuenta la participación y el parecer de las organizaciones de padres de familia y de la educación, en la elaboración de esta Resolución, que los afecta en sus derechos y los deja en un rol secundario como educadores de sus hijos.
En este marco, la familia juega un papel esencial, ya que es el primer entorno de amor, protección y formación. Fortalecerla no sólo garantiza los derechos de los niños, sino también el futuro de una sociedad más justa y solidaria, como lo ha afirmado el Papa León XIV, en su discurso al cuerpo diplomático el pasado 16 de mayo, la familia «bien pequeña, es cierto, pero verdadera sociedad y más antigua que cualquiera otra; por ello, es tarea de quien tiene responsabilidad de gobierno aplicarse para construir sociedades civiles armónicas y pacíficas. Esto puede realizarse sobre todo invirtiendo en la familia».
Finalmente, me permito hacer un reconocimiento a los padres de familia que con entrega y generosidad se esfuerzan por buscar el mejor bien para sus hijos: la salud, la educación y el crecimiento humano y espiritual.
+Miguel Fernando González Mariño
Obispo de El Espinal
Presidente de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia
El oído del discípulo: Cuando escuchar se convierte en misión
Vie 20 Jun 2025

Por Pbro. Mauricio Rey - En algunos momentos muy particulares de la vida no todos sabemos escuchar. No todos queremos escuchar. No todos podemos escuchar.En una época donde se premia al que más habla, al que más publica, al que más grita... escuchar parece cosa de ingenuos, de débiles, de los que se quedan en segundo plano. Pero no. Escuchar no es rendirse. Escuchar no es callar por miedo. Escuchar, cuando se hace desde lo profundo del corazón, es un acto de valentía espiritual. Escuchar puede ser una de las formas más poderosas de amar. Y cuando se escucha con el corazón dispuesto, se entra en el terreno sagrado, donde el otro, puede ser realmente quien es, sin ser juzgado. El oído del discípulo no se forma en la teoría, se forma en la vida. Se forma cuando alguien se atreve a quedarse junto al que llora sin entender por qué. Se forma cuando el otro habla desordenado, repite cosas, se contradice... y uno sigue ahí. Sin corregir, sin huir, sin poner reloj. Se forma cuando un joven dice que ya no cree, y quien lo escucha no lo juzga ni sermonea, sino que lo abraza con el alma. Se forma cuando una madre, un líder, un amigo, deja de pensar en lo que va a decir después, y simplemente escucha con el cuerpo entero.
¿Cuántas veces nos han escuchado de verdad? ¿Cuántas veces hemos sentido que alguien nos prestaba su alma, no solo su tiempo? ¿Cuántas veces nos hemos sentido acompañados sin palabras? Ese tipo de escucha que no interrumpe, que no da consejos forzados, que no minimiza lo que uno siente. Esa escucha que se vuelve casa, pozo, refugio, y sobre todo, silencio habitado de sentido en plenitud. Jesús escuchaba así. A los suyos, a los marginados, a los excluidos, a los niños, a los que no tenían voz. No solo les respondía; los dejaba ser. No corregía de inmediato, ni se apresuraba a enseñar. Escuchaba hasta el fondo. Y cuando hablaba, sus palabras caían como semillas bien sembradas. Jesús no interrumpía el dolor, lo acogía. Por eso transformaba desde lo más profundo del corazón. Y entonces el oído del discípulo no es solo un sentido; es una actitud, una decisión, una forma de ser y estar en el mundo. Porque cuando un discípulo aprende a escuchar, deja de buscar solamente tener razón. Y empieza a buscar la verdad del otro. Deja de mirar para responder, y empieza a mirar para comprender. Y eso, desde la potencia del Evangelio, es capaz de sanar y transformar.
Muchas heridas no se curan con palabras. Muchas búsquedas no necesitan una doctrina, sino una presencia que diga: “Te escucho, estoy aquí, no tienes que explicarlo todo”. Y eso vale más que mil palabras. Hay personas que nunca olvidan a quien les escuchó, cuando nadie más lo hizo. Hay niños que florecen cuando alguien les escucha de verdad. Hay comunidades que sanan cuando la Iglesia deja de solo dar respuestas, y empieza a escuchar sus procesos. Escuchar, entonces, no es pasividad, es misión, es comunión, es discernimiento. No todo se trata de ir lejos, de predicar en multitudes, de dar conceptos. A veces la misión más concreta es detenerse, mirar, hacer silencio, contemplar y prestar el oído con el alma limpia. Ahí se siembra el Reino de Dios, desde el silencio, sin escándalo, sin micrófono, sin espectáculo ni rumor.
La escucha del discípulo también es incómoda. Porque no todo lo que se oye es bonito, ni fácil de procesar. A veces se escucha el dolor crudo, el odio no resuelto, la tristeza acumulada, el grito ahogado... y no se sabe qué hacer. Pero está. Y en ese estar, Dios actúa. Porque no se trata de solucionar todo, sino de mantenerse en pie y no huir. De no callar lo ajeno. De no reducir al otro a una frase corta o a una conclusión final. Hay que quedarse. Aunque duela. Aunque no sepamos qué decir. El oído del discípulo no es indiferente. Tampoco impaciente. No busca aprovecharse de lo que escucha, y mucho menos, usarlo para controlar. El verdadero discípulo guarda lo que escucha como quien cuida un tesoro. No repite, no expone, no traiciona la confianza. Escucha y ora. Escucha y ama. Escucha y se deja tocar.
Y aquí viene lo más fuerte, no se puede escuchar de verdad si uno no se ha dejado escuchar primero. Por Dios, por alguien, por uno mismo. El que nunca fue acogido, el que nunca fue escuchado con amor, difícilmente sabrá cómo hacerlo con otros. Por eso, a veces, el primer paso es reconocer cuánto necesitamos ser escuchados nosotros también. Reconocer que hay un clamor en nuestro interior que pide lo mismo que los demás: espacio, compasión, acogida. Solo cuando nos dejamos escuchar por Dios en la oración desnuda, en el silencio verdadero, podemos empezar a escuchar a los demás, como Él lo haría.
Por eso, la escucha del discípulo no es estrategia, es espiritualidad, es encarnación, es entrega, es dejar que la vida del otro entre en la nuestra sin condiciones. Es hacer de nuestro corazón una tierra buena, donde el otro pueda reposar, aunque sea solo por un rato, nada más. La Iglesia necesita más oídos abiertos y menos respuestas automáticas. Necesita menos prisas y más presencia. Necesita discípulos que no teman sentarse en el suelo con los que lloran, ni escuchar en silencio a los que dudan. Porque el Reino de Dios no se impone. Se escucha. Y si aún dudamos de cuánto bien puede hacer una escucha verdadera, pensemos en aquella vez que alguien nos escuchó en verdad. Sin señalar, sin juzgar, sin apurar. Solo estuvo. ¿No fue eso una forma cercana de salvación? Tal vez la pregunta hoy no sea: ¿qué vamos a decir al mundo?, sino ¿qué estamos dispuestos a escuchar de él?
Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana
Sinodalidad: El Evangelio hecho camino compartido
Mié 4 Jun 2025

Por Pbro. Mauricio Rey - En muchos momentos de la vida, las personas sienten que caminan solas, que cargan responsabilidades sin ser tenidas en cuenta, que sus palabras no cambian nada. Esa misma experiencia, con sus heridas y silencios, también se ha vivido dentro de la Iglesia. Quienes aman profundamente su fe muchas veces han sentido que no tienen lugar para hablar desde su experiencia, ni espacio para participar en las decisiones que también les afectan. Ante esta realidad, el Papa Francisco ha hecho una convocatoria clara y necesaria, pues nos llama a volver al modo de Jesús, es decir, recuperar el estilo original del Evangelio. Esa forma concreta de ser Iglesia tiene un nombre exigente y contundente: Sinodalidad.
La sinodalidad no es un modelo organizativo; es el retorno a una forma de vida eclesial en coherencia con el Evangelio, es una respuesta madura y consciente ante los desafíos de nuestro tiempo actual. Supone comprender que la Iglesia no se edifica desde las cúpulas, sino desde el encuentro, desde la escucha, desde la comunión. Que todos, laicos, consagrados, pastores, somos responsables de la vida de la Iglesia, porque todos hemos recibido el Espíritu en el Bautismo y la Confirmación. Esto se plantea como una convicción vivida, todos tenemos una palabra que ofrecer, una historia que contar, una luz que aportar al discernimiento común. El Concilio Vaticano II ya nos recordó que la Iglesia es el Pueblo de Dios en camino, no una minoría iluminada que decide por el resto, sino una comunidad donde cada persona tiene un lugar, una dignidad y una misión. La sinodalidad recoge ese llamado y lo actualiza para nuestro tiempo, quiere formar una Iglesia que no tema escucharse, que no tema dialogar, que no tema caminar juntos, incluso cuando el camino sea incierto, difícil o complejo.
Sin embargo, esta llamada toca nuestras resistencias, pues nos exige una conversión integral. Porque caminar juntos implica renunciar al control, requiere humildad, paciencia, abrirse a la escucha, aceptar el tiempo del otro; implica aceptar que el Espíritu Santo actúa más allá de nuestros esquemas, permitiendo que pueda hablar por medio de quien menos imaginamos, y que de esta manera, ninguna vocación cristiana puede vivirse aislada del resto del Cuerpo de Cristo. Implica crear espacios reales de diálogo, donde no se decida todo desde los escritorios, sino desde el encuentro con la vida cotidiana de las personas en contextos concretos. Por eso, la sinodalidad también es una conversión espiritual, pues conlleva pasar de la autorreferencialidad al discernimiento comunitario, del individualismo eclesial al nosotros eclesial, de la comodidad de lo establecido al dinamismo del Espíritu.
Todo esto se concreta en lo cotidiano. Una comunidad sinodal es aquella donde las decisiones no se imponen desde arriba sin diálogo, sino que se toman a la luz de la Palabra y la experiencia del pueblo fiel. Una parroquia sinodal es aquella que escucha activamente a sus agentes pastorales, a los jóvenes, a las mujeres, a los adultos mayores, a los pobres, y no los deja fuera del proceso pastoral. Una Iglesia sinodal es aquella que reconoce que su credibilidad se juega no sólo en lo que anuncia, sino en cómo vive internamente la comunión, la participación y la corresponsabilidad en su misión. Muchos están cansados de instituciones que excluyen o que solo hablan desde la distancia. La sinodalidad responde a ese cansancio con una firme propuesta, que caminemos juntos como hermanos, no como competidores; escuchar para transformar, no solo para cumplir; construir juntos una Iglesia que nos acerque mucho más al Reino que Jesús anunció.
Esto no significa que todo se decida por mayoría ni que todo se relativice. No se trata de diluir la verdad, sino de buscarla juntos, sabiendo que el Espíritu Santo guía a toda la Iglesia, no solo a unos pocos. La sinodalidad no reemplaza el Magisterio, lo enriquece desde la escucha del sensus fidei del pueblo fiel. No debilita la autoridad, la purifica y la humaniza. No es desorden, es comunión vivida con plena madurez. Nos invita a preguntarnos con honestidad cómo vivimos nuestra fe cristiana eclesialmente, cómo la transmitimos, y si nuestras estructuras ayudan o dificultan su testimonio.
Y cuando se vive con autenticidad, la sinodalidad no solo transforma la Iglesia, sana también las heridas del alma. Porque todos hemos sentido alguna vez lo que significa no ser escuchados. Por eso, una Iglesia sinodal no es solo más evangélica, sino también más humana, más fraterna, más cercana. Más parecida a esa comunidad que anhelamos en nuestras propias familias, en nuestros barrios, en nuestras relaciones. Una Iglesia que no juzga de entrada, que no impone, que no margina; sino que acoge, acompaña, discierne y camina al ritmo del pueblo.
Así entendida, la sinodalidad no es simplemente “hacer juntos”. Es discernir juntos, orar juntos, decidir desde una misma fe, pero con todas las voces en la mesa, porque no hay Evangelio sin comunidad; no hay comunidad sin escucha; no hay escucha sin humildad; y no hay humildad sin amor por la verdad. Por eso, la sinodalidad es hoy uno de los rostros más necesarios de la Iglesia. Es el modo concreto de vivir el Evangelio con otros, no como una carga, sino como una gracia compartida. Es una manera de decirle al mundo que sí es posible caminar juntos, decidir sin imponer, vivir la fe sin excluir, buscar la verdad sin miedo, y servir sin dominar.
Si la Iglesia quiere responder con verdad a los desafíos del presente, debe ser una Iglesia que escucha, que discierne y que camina con su pueblo. Ese es el llamado. Ese es el camino. Y ese es el Evangelio que nos acompaña siempre, el mismo que hoy estamos llamados a vivir.
Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana
¡Han dictado sentencia!
Jue 29 Mayo 2025

Por Pbro. Raúl Ortíz Toro - Un abuso de cualquier tipo es una infamia. Pero también lo es criminalizar a un ciudadano, no por haber cometido un delito, sino por el simple hecho de ejercer una labor; por ejemplo, la labor sacerdotal. En el primer caso las autoridades civiles y canónicas competentes deben cumplir con la obligación de hacer justicia a las víctimas. En el segundo caso se configura una persecución indirecta que busca deshonrarnos y desprestigiarnos; infamarnos, por decirlo de otro modo.
Y es que la palabra “infamia” describe exactamente la situación que estamos viviendo los sacerdotes católicos romanos en Colombia. Al mejor estilo de las condenas sociales del antiguo derecho romano, en las que se daba una sanción social que acarreaba la pérdida de la fama, la buena reputación y el desprecio social como consecuencia de la comisión de algún delito o incluso una mala conducta, ahora, sin cometer delito alguno, hemos sido declarados “infames”, en un claro atentado a nuestra honra, no por haber realizado una acción criminal sino por el simple hecho de ser sacerdotes.
Me explico. El pasado 26 de mayo, la Corte Constitucional publicó el Comunicado 19, fechado el 14 de mayo, en el que se anuncia la Sentencia SU-184-25 sobre “los derechos de petición y de información de periodistas para acceder a los datos de miembros de instituciones religiosas”. La primera parte del Comunicado indica que la Sentencia (que aún no ha sido publicada sino solamente anunciada) obliga a las Arquidiócesis, Diócesis, Vicariatos Apostólicos y Congregaciones Religiosas a entregar a los periodistas que soliciten, a través de derechos de petición, la información “en el marco de investigaciones relacionadas con presuntas conductas sobre violencia sexual en contra de niños, niñas y adolescentes”.
Otra cosa es el segundo tema que tendrá la sentencia y que, a mi parecer, es sencillamente una decisión que vulnera nuestros derechos como ciudadanos y sacerdotes a la buena fama, a la protección de datos personales que son semiprivados, a la presunción de inocencia. Dice el Comunicado que las Jurisdicciones deben entregar “la información relativa a los sacerdotes o clérigos que han ejercido labores pastorales y, en general, de relacionamiento con la sociedad”. ¿Qué quieren hacer con las hojas de vida de los inocentes? ¿Cómo es posible que la hoja de vida de un sacerdote que no tiene denuncias por haber cometido algún tipo de delito resulte en una lista indiscriminada en razón del ejercicio de su ministerio? No faltará quien piense que el que nada debe, nada teme.
Eso es verdad, pero a la vez no justifica el asunto porque aquí estamos hablando de un sesgo, de la creación y, tristemente, la consolidación en la sociedad de un estereotipo: el sacerdote católico es un delincuente no por lo que haya o no haya hecho, sino por lo que es. ¡Qué tristeza! ¡Qué indignación! La profecía del Señor se cumple una vez más: “Incluso llegará la hora en que cualquiera que les dé muerte pensará que da gloria a Dios” (Jn 16, 2b).
Soslayadamente somos declarados culpables a priori y tendremos que demostrar lo contrario. En efecto, la decisión de la mayoría de miembros de la Corte Constitucional nos criminaliza prejuiciosamente a todos los ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos) por el simple hecho de ejercer una labor pastoral con las comunidades, destruyendo así el principio de presunción de inocencia y convirtiéndolo en ¡presunción de culpabilidad! Precisamente, la palabra infamia, como la describe magistralmente el jurista mexicano del siglo XIX Manuel de Lardizábal “es una pérdida del buen nombre y reputación, que un hombre tiene entre los demás hombres con quienes vive: es una especie de excomunión civil, que priva al que ha incurrido en ella de toda consideración y rompe todos los vínculos civiles que le unían a sus conciudadanos, dejándole como aislado en medio de la misma sociedad”.
Lo más absurdo del asunto es la argumentación que usa la Corte Constitucional para justificar que las Jurisdicciones Eclesiásticas deben entregar la información semiprivada de todos los sacerdotes incardinados desde la creación de la sede episcopal: óigase bien, cito el comunicado: “su estudio [es decir, el de las hojas de vida de todos los sacerdotes que no estamos siendo investigados por delitos] es central para el periodismo de investigación, dado que permite identificar patrones y circunstancias especiales en la trayectoria de los sacerdotes, lo que resulta crucial para identificar casos de violencia sexual y/o encubrimiento, al analizar los cambios abruptos en cuanto a trayectoria temporal y local de sacerdotes” (No está subrayado en el original).
¿Cuáles serán entonces los parámetros que usarán los periodistas/jueces para determinar la relación entre la comisión del delito y el traslado del sacerdote de un lugar a otro, en un tiempo determinado? ¿cómo llegarán a conclusiones con los datos de sacerdotes de los siglos XVI al XIX e incluso de gran parte del XXI? ¿Serán incriminados post mortem porque los trasladaron demasiado pronto de una parroquia a otra? ¿A qué se enfrentan las diócesis centenarias si no entregan la lista de sus sacerdotes de toda su historia con los respectivos traslados de oficio eclesiástico? Para algunas diócesis se trata de unas décadas de historia, para otras, ¡siglos de información!, a veces difícil, otras veces imposible de encontrar por el estado de conservación o inexistencia de archivos históricos, pero siempre oneroso trabajo que desgasta administrativamente.
Si esto no se llama prejuicio, entonces, ¿cómo llamarlo? ¿Cuánto tiempo debe permanecer un párroco en una parroquia para que su traslado no sea motivo de sospecha? ¿Qué entiende la Corte por “cambios abruptos en cuanto a trayectoria temporal y local de sacerdotes”? ¿Es justo que este prejuicio vaya a conducir a la “identificación de patrones” de casos criminales sin contar con denuncias?
Como sacerdote me siento objeto de estigmatización y esta circunstancia no hace más que acrecentar la discriminación y el hostigamiento por motivos religiosos en el país que ya tipificó el Código Penal (artículo 134B). Qué bueno sería que apenas aparezca publicada la Sentencia nos demos a la tarea de estudiarla y profundizarla y con la ayuda del derecho podamos dar respuesta a la Corte Constitucional los ciudadanos que nos sentimos vulnerados, que, en últimas, es vulneración de toda la sociedad.
Bendito sea Dios que nos permite estos momentos de persecución religiosa para afianzar nuestra fe y nuestra esperanza, que no defrauda (cf. Rm 5,5). Esta es una ocasión más para renovar nuestro compromiso vocacional y volver a decirle “sí” al Señor y al servicio de la Iglesia.
No quiero terminar estas líneas sin recomendar, valorar y agradecer el salvamento de voto de los Magistrados Jorge Enrique Ibáñez Najar y Cristina Pardo Schlesinger, contenido en el Comunicado 19. Leerlo también nos da confianza en que no todo está perdido. Conocerlo nos da una idea de cuán execrable es el delito de pederastia, existente en lamentables y grandes proporciones en instituciones como la familia, la escuela, el deporte, y demás ámbitos. Los avances de la Conferencia Episcopal de Colombia y, en general, de la Iglesia de nuestro país en lo que concierne la formación para la prevención y tratamiento de casos de abuso demuestran el compromiso por erradicar este flagelo. Ni un solo caso. Ni uno más.
P. Raúl Ortiz Toro
De la indiferencia a la ternura social: El clamor de Laudato Si’ en nuestra misión
Mar 27 Mayo 2025

Por Pbro. Mauricio Rey - En estos días en que se conmemora la publicación de Laudato Si’, vale la pena hacer una pausa sincera, una de esas que nacen no solo de la mente, sino del corazón creyente. Escuchar de nuevo sus palabras es, en realidad, escuchar la voz de Dios que sigue pronunciándose en la historia con ternura, fuerza y verdad. No es una Encíclica más. Es un llamado urgente a convertir nuestra mirada, a reenfocar nuestras prioridades, a recordar que cuidar la creación no es una tarea adicional, sino una expresión directa de la fe.
El Papa Francisco nos habla desde el dolor del mundo, desde el grito en silencio de los pobres, desde el sufrimiento de la tierra herida, en su agonía. Y al hablar lo hace como pastor, como hermano y como discípulo. Por eso Laudato Si’ no puede ser interpretada como un discurso verde o como una preocupación de moda. Es una invitación a pasar de la indiferencia al verdadero cuidado, del consumo irresponsable a la responsabilidad común, del egoísmo disfrazado de progreso a la ternura social que cuida, escucha y transforma la realidad.
Cuando la Iglesia abraza la ecología integral, no está desviando su misión. Está profundizándola. Porque el Evangelio, cuando se encarna, toca la vida entera, en su profundidad, la economía, la cultura, la política, la forma en que nos relacionamos con los otros y con la tierra. Y hoy, esa encarnación pasa por reconocer que vivimos en un sistema que rompe equilibrios, descarta personas, agota recursos y pone en riesgo nuestra casa común, el don confiado por el Creador para que lo administremos convenientemente los hombres que habitamos la tierra. La fe no puede estar al margen de eso.
Lo más provocador de Laudato Si’ es que no se limita a hacer diagnósticos, que en muchos casos son relegados. Laudato Si’ nos propone una espiritualidad, una nueva manera de habitar el mundo, una cultura del encuentro con toda la creación, una nueva manera de vivir en armonía con nuestros bienes comunes. Nos recuerda que no somos dueños absolutos, sino custodios de un don confiado. Que la creación no es un escenario neutro, sino el espacio sagrado donde Dios sigue obrando. Que el grito de la Tierra y el de los pobres son un solo clamor, que exige una sola respuesta, una conversión integral real.
Y esta conversión, si es auténtica, toca nuestras prácticas cotidianas, nuestras decisiones institucionales, nuestras prioridades pastorales. No basta con celebrar jornadas ecológicas o incluir temas ambientales en los planes de estudio. Se trata de repensar nuestro modo de vivir la fe, de acompañar a las comunidades, de construir parroquias y estructuras que respiren coherencia entre lo que decimos y lo que vivimos. Hablar de ternura social, como nos inspira el Papa Francisco es optar por una firmeza compasiva. Es rechazar la lógica de la explotación con gestos concretos de cuidado. Es transformar el poder en servicio, el individualismo en responsabilidad compartida, la pasividad en compromiso social. La ternura no es debilidad; es una fuerza que humaniza, que reconstruye, que sostiene la esperanza.
Hoy, necesitamos volver a Laudato Si’, no como un texto para recordar, sino como una hoja de ruta para discernir. En ella hay una visión de Iglesia en salida, encarnada, humilde y valiente. Una Iglesia que no teme tocar las heridas del mundo y que no se desentiende de los clamores del tiempo concreto. Una Iglesia que sabe y asume valientemente que cuidar la casa común es cuidar a los más vulnerables, defender la vida y anunciar con gestos concretos que otro mundo es posible, es una Iglesia en salida.
La conversión ecológica es una expresión madura del amor cristiano. Y ese amor, cuando se toma en serio, nos empuja a la acción, nos saca de la indiferencia individualista, nos convierte en sembradores de cuidado en medio de la fragilidad. Porque el Evangelio no se contenta con observar, por el contrario, con su fuerza y poder, nos impulsa a transformar la realidad.
Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Animación misionera | Mié 18 Jun 2025
Obras Misionales Pontificas de Colombia acompaña la formación misionera en Panamá

Catequesis | Vie 13 Jun 2025
Catequistas del suroccidente colombiano profundizan en su misión frente a los desafíos actuales

Unidad y diálogo | Vie 30 Mayo 2025
Del 8 al 15 de junio: Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2025

Comunicación Social y Tecnologías | Jue 29 Mayo 2025