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GERARDO VALENCIA CANO, el más discutido y admirado obispo de Colombia en su momento
Tags: monseñor gerardo valencia padre omer giraldo Animación Misionera conferencia episcopal Iglesia
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Al celebrar este 21 de enero, 2022, los 50 años de la partida a la Casa del Padre de Mons. Gerardo Valencia Cano, la Conferencia Episcopal de Colombia se une a los pueblos indígenas de nuestro país y al pueblo de Buenaventura y de la Costa Pacífica, en homenaje y reconocimiento a quien fuera su pastor abnegado. Como miembro de la Congregación de los Misioneros de Yarumal, en 1949, a la edad de 32 años, fue nombrado Prefecto Apostólico de Mitú, Prefectura que cubría los actuales departamentos de Vaupés, Guaviare y Guainía, donde dejó una huella imborrable por su trabajo apostólico, que sintetizó en el bello poema y canto de su inspiración poética:
“¡Vaupés, Vaupés, tierra brava de la selva y del raudal!
¡Vaupés, Vaupés, en tus aguas se oye el toque de un clarín!
Vaupés, Vaupés, no te busquen los que no saben luchar,
que a tus selvas se entra siempre con coraje
Y a tus ríos con bravura
Y a tu corazón con fe”. (…) [1]
En 1953 fue designado por la Santa Sede como Vicario Apostólico del recién creado Vicariato Apostólico de Buenaventura, donde inició un incansable trabajo misionero que trascendió las fronteras de su jurisdicción hacia todo el litoral Pacífico colombiano, con influencia en todo el país. Mons. Valencia fue uno de los más reconocidos obispos de Colombia en su tiempo por su búsqueda de un nuevo estilo de Iglesia que viviera y proclamara auténticamente el Evangelio de Jesús, adelantándose más de 50 años a la propuesta del papa Francisco de una Iglesia en SALIDA. El “Hermano Gerardo”, como fue reconocido por su pueblo, nos dejó un legado misionero de auténtico cristiano de a pie, como sacerdote y pastor comprometido con su grey, y de obispo de su tiempo que buscó aplicar el Concilio Vaticano II en la Iglesia latinoamericana, a través del Departamento de Misiones del CELAM, como su primer presidente.
Monseñor Valencia Cano, Vicario Apostólico de Buenaventura de 1953 a 1972, murió en el accidente del avión HK 661 de Satena que volaba de Medellín a Istmina y se estrelló en el Cerro de San Nicolás, en la región del Citará, jurisdicción del municipio de Ciudad Bolívar, al suroeste del departamento de Antioquia. Su muerte conmocionó a su querido pueblo de Buenaventura y del litoral pacífico que le rindió un sentido homenaje el 7 de febrero, 17 días después del accidente; cuando su cuerpo fuera rescatado de la selva inhóspita por la comisión terrestre liderada por el sacerdote Ricardo Saldarriaga, párroco de la parroquia San Bernardo de los Farallones, de Ciudad Bolívar.
“Todos somos un solo Pueblo” [2]
Cincuenta años después, su memoria sigue aún más viva y fecunda, como nos lo confirma Monseñor Rubén Darío Jaramillo M., actual obispo de la diócesis de Buenaventura: “El 21 de enero de 1972 parte hacia el Cielo Mons. Gerardo Valencia Cano, obispo de Buenaventura, coronando así una obra maravillosa que, en 19 años, como Vicario Apostólico de Buenaventura, realizó innumerables obras en esta región del Pacífico Colombiano, en Colombia y en América Latina. Hemos querido designar esta gran fiesta con el nombre: “TODOS SOMOS UN SOLO PUEBLO”, resumiendo así la vida y obra, la memoria y pensamiento de Gerardo Valencia Cano, el Hermano Mayor, el obispo de los pobres. “Todos somos un solo pueblo”, solía decirlo en sus alocuciones en Radio Buenaventura en su programa diario “Muy Buenos Días”. GVC está vivo, está resucitado, y cada día toma más fuerza su pensamiento, su amor a sus comunidades, primero en el Vaupés y luego en Buenaventura. En palabras de la poetisa Lucrecia Panchano digo: “Fue nuestro gran monseñor G. Valencia Cano quien, en todo hombre, su hermano reconoció con amor”. Es para nosotros, yo como obispo de Buenaventura, Rubén Darío Jaramillo Montoya, poder celebrar la vida y obra de un hombre grande, de un obispo que supo ver en el otro el rostro de Dios y entregarse por Él como profeta, como sacerdote y como obispo, pero ante todo como hermano, “hermano del Tucano”, decía en el Vaupés, y aquí “hermano del negro, del indígena, del mestizo”, que defendió las poblaciones de los potentados que querían destruir a los humildes, a los “negritos”, como decía él. Que Dios en el Cielo lo corone y a nosotros nos inspire en estos cincuenta años que estamos celebrando, poder imitar su legado de entrega absoluta por los demás; dejar a un lado tantas complicaciones como llevamos nosotros y ser humildes y sencillos como él vivió. En el Cielo hay fiesta porque hay un hombre grande. En la tierra, en Buenaventura, ya no lloramos a Gerardo; ya lo invocamos para que siga acompañando la lucha del Pueblo de Buenaventura en su liberación total, en su dignificación. Dios bendiga nuestro Puerto y que, desde el Cielo, Gerardo nos envíe su bendición”[3]. Desde la Comisión Episcopal de Misiones y del Centro de Animación Misionera de la CEC y el área de Etnias nos unimos a Mons. Rubén Darío para apoyar a su diócesis y a la Iglesia colombiana en el proceso de beatificación que se inicia.
¿Cómo se entendió a sí mismo el Hermano Gerardo?
El esfuerzo por plasmar en su “Diario” sus vivencias del día a día en su actividad apostólica nos dejan una prueba de su íntimo deseo de identificarse más y más con el proyecto de Jesús. Escribía en 1969, a poco más de un año de su partida:
“Yo quisiera salir gritando: soy un sacerdote misionero que quiere vivir a los 52 años de edad y hasta la muerte, su sacerdocio como el día de su ordenación”.
(…)
“Comprendí que "para conocer a Dios es necesario conocer al hombre y que es necesario amar al hombre para poder amar a Dios", como lo recordaba Pablo VI al finalizar el Concilio”.
(…)
“Comprendí que la vocación de "evangelizar a los pobres" lleva consigo el deber de denunciar las injusticias y las hipocresías de quienes echan pesadas cargas sobre los hombros de los demás y ellos no las tocan ni con un dedo”.
(…)
“¿Y el "aggiornamento"? Para mí, aggiornarse el sacerdote es sentir como Cristo el dolor de las muchedumbres marginadas y la rebelión de esa juventud aprisionada dentro de unas estructuras que deberían estar en continua revisión, según las exigencias de los tiempos y los impulsos del Espíritu” [4]
El talante de su personalidad y de su pensamiento social lo podemos medir en sus mismas palabras; en un discurso pronunciado en 1971, expresaba:
“Hermanos, os habla un porteño que ha sufrido durante diecinueve (19) años la dureza de la estiva sobre los hombros encorvados de sus hermanos con hambre de libertad; (…) Os habla un hombre que ha llorado con el indio la desaparición de su raza y ha llorado con el negro el desprecio de las otras; (…) Os habla un hombre que, habiendo recibido de Cristo su mandato de amor, ve con angustia que el egoísmo de los que algo tienen, clava sus garras implacables sobre las frentes de los desposeídos”. (…) “Hermanos, os habla un hermano, un hermano vuestro Latinoamericano, nacido en las montañas de Los Andes, quemado por el sol de nuestros valles, herido en las espinas de la selva, conocedor del Amazonas y del Plata. Os habla mi experiencia de la tierra, la angustia de libertad, la sed insoportable de que todos tengamos una sola Patria” [5]
Entre muchas opiniones sobre el Hermano Gerardo, destaco el siguiente escrito del poeta nadaista Gonzalo Arango, quien fue su amigo y quien tuvo la ocasión de caminar con Mons. Valencia en una correría por San Francisco del Naya. En el periódico El Tiempo en 1971 nos dejó el poeta esta reseña del obispo de Buenaventura: “Monseñor Valencia no es el lobo de Golconda, pero tampoco el caperucita roja de la religión. Evidentemente no es el capellán del statu quo. Sencillo como la coliflor, flaco, bajito, con un motorcito pegado al alma, con una autoridad que no emana del poder sino de su bondad. Así es él. Silencioso y activo, incansable y meditador. Un peón de Cristo a quien le sobra tiempo para la poesía”.
Su biógrafo, Gerardo Jaramillo lo define como un profeta: “Gerardo era un profeta: sintió que tenía una misión que cumplir, sintió que Dios le había encomendado una misión y, aunque a veces había sentido deseos de huir, siempre permaneció asido a la cruz, uncido a la tarea que el Señor le encomendó”[6].
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados!", gritó Jesús en el sermón de las Bienaventuranzas, grito que actualizó el Hermano Gerardo durante su actividad misionera, y en numerosos escritos y discursos, como lo testimonia Monseñor Raúl Zambrano Camader, su colega en el episcopado: “De los negros opinó que son el símbolo de todo el pueblo iberoamericano. La clave de la liberación debemos buscarla en nuestro mismo continente. América Latina es tierra propicia para la unidad, pues sus gentes son una síntesis de todas las razas del mundo. En Quibdó pronunció un corto discurso y decía Mons. Valencia: “El indio de América y el negro más auténtico tiene en su alma y en su historia la clave verdadera de las reformas sociales; lo han tomado de su casto contacto con la naturaleza, lejos de lo artificial que ha provocado en el hombre su tentación de ser Dios” [7]
A buena hora el obispo de Buenaventura, Monseñor Rubén Darío Jaramillo, nos invita a estar en sintonía como Iglesia colombiana, desde el pueblo fiel del litoral Pacífico y de las minorías étnicas de Colombia, para unirnos en oración y acción por la causa de Beatificación de este testigo fiel de nuestra Iglesia local. En el contexto de la SINODALIDAD que vivimos como Iglesia universal el papa Francisco nos está mostrando el camino a seguir en este siglo XXI. Gerardo Valencia, en actitudes proféticas similares al papa Francisco, fue un visionario en su tiempo y nos dejó un derrotero de humanismo cristiano con una actitud misionera en salida, al encuentro de tantos hermanos y hermanas, víctimas de la marginalidad en nuestro país.
En una anotación de un libro de lectura de Mons. Valencia se encontró este escrito de su puño y letra: "Señor, cuando yo muera, ¿qué será de mí? Déjame perderme bajo la tierra como una pepa dura, de la memoria de todos, mientras que Tú plasmas de nuevo al viejo Adán, y reviente como una estrella sobre el nuevo mundo" [8]
Gracias Hermano Gerardo por quedarte entre nosotros animando nuestra Iglesia colombiana.
P. Omer Giraldo R. MXY
Centro de Animación Misionera Conferencia Episcopal de Colombia CEC
Director del Área de ETNIAS
Director Director del El Instituto Misionero de Antropología - IMA
[1] MONSEÑOR VALENCIA. Homenaje póstumo a la memoria de Monseñor Gerardo Valencia Cano, MXY. Publicación dirigida por P. Gerardo Jaramillo G. MXY y varios colaboradores. Editorial Librería Stella. Bogotá. Página 27.
[2] Expresión de Monseñor Valencia en sus alocuciones radiales en Radio Buenaventura
[3] Mons. RUBEN DARÍO JARAMILLO. Mensaje con ocasión de la celebración de los 50 años de la muerte de Mons. Gerardo Valencia Cano.
[4] Monseñor Valencia. Op. Cit. Pag. 38-41
[5] Monseñor Valencia Op. Cit. Pag. 54-56
[6] Gerardo Jaramillo Gonzalez. El Obispo de los Pobres. Una biografía de Monseñor Gerardo Valencia Cano. Seminario de Misiones Extranjeras de Yarumal. Edit. Carpgraphics. MEDELLIN. Agosto 2008.
[7] Zambrano Camader, Mons. Raúl. “El pensamiento social de Mons. Valencia”. En Monseñor Valencia. Op. Cit. Pág. 76.
[8] Monseñor Valencia. De Gerardo Jaramillo González. Op. Cit. Pag. 195
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La familia defiende y protege la vida
Mar 11 Jun 2024
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Vie 31 Mayo 2024
Consagrados al corazón de Jesús
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Era tradicional en muchas de nuestras casas, que en la sala principal estuviera el cuadro o imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Esta era una expresión no solo de la fe de quienes habitaban la casa, sino también de la acogida, en el nombre de Señor, a quienes entraban en ella. En su nombre eran y debían ser acogidas en casa las visitas.Era también la forma como los miembros de las familias se sentían protegidos por el poder del Dios, y a la vez, animados por su ternura y perdón en los momentos de dificultad. Hoy, lastimosamente, son muy pocas las casas de católicos que tienen en sus salas esta imagen.Vale la pena recordar que “la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se remonta al siglo XVII, cuando la santa francesa, Margarita de Alacoque, empezó a difundir esa devoción, con la promesa para quienes la profesaran, de recibir dones y gracias divinas y así alcanzar la salvación. De ahí que el Papa León XIII haya consagrado el 11 de junio de 1899 todo el género humano al Sagrado Corazón de Jesús”.En Colombia, gracias a la evangelización de los misioneros de los siglos pasados, esta devoción tuvo y tiene una gran fuerza. En el calendario litúrgico de Colombia, este año la solemnidad se establece para el viernes 7 de junio.“Su celebración en nuestro país se remonta al final de la guerra de los Mil Días, cuando Colombia se encontraba destrozada y dividida por el más sangriento de los conflictos bélicos de nuestra historia. En tales circunstancias el arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, solicitó al gobierno de José Manuel Marroquín Ricaurte que declarara por “voto nacional” la consagración de nuestro país al Sagrado Corazón de Jesús.La oración solemne de consagración inicia con: “Dignaos aceptar, corazón santísimo, este voto nacional como homenaje de amor y gratitud de la nación colombiana; acogedla bajo vuestra especial protección, sed el inspirador de sus leyes, el regulador de su política, el sostenedor de sus cristianas instituciones, para disfrutar del don precioso de la paz ...”.En consecuencia, mediante el decreto 820 del 18 de mayo de 1902, la República de Colombia fue consagrada al Sagrado Corazón de Jesús como el símbolo de paz y reconciliación entre los colombianos.También se ordenó la construcción del templo del Voto Nacional, y es administrado por la comunidad de los Padres Claretianos. El Papa Pablo VI lo elevó a Basílica Menor los días 4 y 5 de febrero de 1964. En 1975 fue declarado monumento nacional.Aunque en la actualidad no se hace esta consagración al Sagrado Corazón de Jesús con la participación de las autoridades del Gobierno nacional, queda en nuestra memoria el significado de confiar nuestras vidas al corazón de Jesús.En las parroquias se celebra el primer viernes de cada mes el día del Corazón de Jesús; los jueves de cada semana, ante el Santísimo, se hace ofrenda de adoración al Corazón de Jesús, y son varias las parroquias y templos, como el Templo Votivo del Corazón de Jesús que, en Cali, cumple este año 80 años de erección, dedicados a difundir esta devoción, que más que devoción, es un acto de fe en el amor que brota del corazón traspasado de Jesús.Los tiempos actuales no distan mucho de lo vivido en 1902. Todavía persisten situaciones de dolor, muerte, atentados asesinatos, extorsiones, desplazamientos forzados, organizaciones dedicadas al crimen, y por supuesto, mentes y corazones dominados por el odio, la corrupción y el deseo de venganza.Simplemente, los invito para que miremos al corazón amantísimo de Jesús. Hagamos propias sus palabras: “Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde corazón, y encontrarán descanso para sus vidas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11, 28-30).Si queremos superar esta historia que nos aflige, tenemos que entrar en el corazón de Jesús. Así tendremos sus mismos sentimientos y seremos capaces de descubrir que tenemos futuro, pues si lo amamos y cumplimos sus mandamientos, estará en nosotros y nosotros en Él (cf. Jn. 16).Oremos por quienes nos gobiernan, oremos por todos los hombres y mujeres que hacemos parte de este querido país, y pidámosle al Corazón de Jesús que nos ayude a evitar todo lo que impida la paz, que seamos artesanos de paz. Que nos haga humildes como Él, capaces de respetar al otro y los instrumentos que nos permitan hacer de nuestro territorio un territorio de paz.“Jesús manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo”, sea nuestra súplica confiada y constante al Dios del amor.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali
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Mar 28 Mayo 2024
María se puso en camino (Lc 1, 39)
Durante este mes de mayo en las comunidades parroquiales y en las familias hemos venerado de manera especial a la Santísima Virgen María, quien con su amor maternal nos enseña a escuchar como discípulos la Palabra del Señor y a ponerla por obra. “La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de hijo en el Hijo, nos es dada en la Virgen María quien por su fe (Cf Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (Cf Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús, es la discípula más perfecta del Señor. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos” (Documento de Aparecida 266).La obediencia de María al plan divino, es el fruto maduro de su fe profunda, que se manifiesta en el acto de entrega a la voluntad de Dios que pronunció desde el mismo momento en que el arcángel Gabriel le anuncia que iba a ser la madre del Salvador, respondiendo con palabras que expresan la fe y entrega fiel al querer divino: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), afirmando con ello la actitud de fe de María y que Isabel reconoce y lo exclama con entusiasmo en la frase: “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc 1, 45), alabándola porque Ella ha creído que lo que ha prometido el Señor se cumplirá, siendo la discípula predilecta del Señor y además misionera en la comunicación de Jesús a toda la humanidad.La fe de María no se queda guardada de manera egoísta en su corazón, Ella de inmediato se pone en camino, para ir en actitud caritativa a servir a su prima santa Isabel, convirtiéndose de esa manera en la gran misionera. “María se puso en camino y fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 39-42).María se puso en camino, es la actitud del misionero que lleva la gran noticia y quiere transmitirla a otros, “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros” (DA 269). Todos hemos recibido la gracia de Dios en el Bautismo, que nos ha hecho discípulos misioneros del Señor. Discípulo es el que aprende, quien con corazón dispuesto recibe la Palabra de Dios y la pone por obra. Misionero es el que enseña, es decir aquel que teniendo a Jesucristo en el corazón no puede quedarse con Él, sino que siente un ímpetu interior, un llamado de Dios a comunicarlo por todas partes; así lo expresa el Papa Francisco cuando afirma: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (Evangelii Gaudium 119).Siempre le hemos dado a María el título de Estrella de la Evangelización y con su salida misionera, forma en nosotros los evangelizadores del presente, un corazón misionero, dispuesto a ir por todas partes a anunciar el mensaje, la palabra y la persona de Nuestro Señor Jesucristo, que es el compromiso de todos los bautizados, como nos lo ha recordado con frecuencia el Papa Francisco en su magisterio: “En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (Cf Mt 28, 19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (EG 120), que tiene la misión de transmitir a Jesucristo después de tenerlo en su corazón.Renovamos nuestra actitud de oración como María con sus discípulos, para que podamos recibir del Espíritu Santo la fuerza y el fervor misionero para ponernos en camino. Sabemos que “con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo, y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia Evangelizadora y sin Ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización” (EG 284). María que conservaba y meditaba todo en su corazón, nos enseña el primado de la escucha y la contemplación de la Palabra en la vida de cada discípulo misionero, para ser como ella, transmisores de la fe que tenemos como un don muy especial en nuestro corazón y que no podemos enterrarlo, sino que se hace necesario comunicarlo en salida misionera, por todos los confines de nuestra Diócesis y parroquias.María que ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, aún en medio de las incertidumbres y también la cruz. Ella estuvo al pie de la Cruz, con dolor, pero con esperanza y de allí brotó el espí¬ritu misionero para estar siempre en camino y comunicarnos a nosotros, ese fervor por anunciar a Jesucristo.Nos ponemos bajo su protección y amparo y la custodia del Glorioso Patriarca san José, para que alcancemos de Nuestro Señor Jesucristo, la gracia del fervor misionero que nos ponga en salida para anunciar su Evangelio, después de hacer con el Apóstol Pedro profesión de fe diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), para salir a comunicar esa fe vivida con toda intensidad y fervor.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta
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Mié 15 Mayo 2024
“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Avanzamos en este Tiempo Pascual con Jesucristo Resucitado al centro de nuestra vida y preparándonos para recibir el don del Espíritu Santo, el próximo domingo en la Solemnidad de Pentecostés, cuando los apóstoles reunidos recibieron esa gracia que viene de lo alto. El Espíritu Santo abre el camino de la Iglesia dándole vitalidad y fortaleza para ir en salida misionera al anuncio gozoso del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones, carismas y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización” (Documento de Aparecida 150).En el proceso de evangelización de nuestra Diócesis estamos comprometidos con la salida misionera, siguiendo el mandato del Señor “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19-20), con la certeza que el Espíritu Santo está con nosotros porque es el alma de la Iglesia, tal como lo enseña san Pablo VI: “Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece. Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado” (Evangelii Nuntiandi 75).Con esta certeza entendemos que la obra evangelizadora no es nuestra, somos instrumentos dóciles del Señor, elegidos por Él para la maravillosa tarea de la evangelización, que recibimos el don del Espíritu Santo, quien pondrá en nuestros labios las palabras adecuadas, que lleven a muchos al encuentro con Jesucristo Resucitado, sin pretender obtener resultados para nuestro beneficio y vanagloria personal, porque es ese mismo Espíritu quien ayuda a quien escucha el anuncio para que abra su corazón y acoja la Buena noticia del Evangelio. Así lo ratifica san Pablo VI cuando enseña: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75).En la misión evangelizadora nuestra condición es la de elegidos por el Señor y llamados y enviados por la Iglesia para esta tarea. De nuestra parte entregamos a Jesucristo toda nuestra vida, como la ofrenda que tenemos para que nos haga instrumentos del Evangelio que estamos llamados a transmitir por todas partes. Aparecida nos ha hecho conscientes del impulso misionero que nos da el Espíritu Santo cuando afirma: “El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro y Pablo, señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quienes deben hacerlo” (DA 150), basta estar atentos para escuchar su voz y saber discernir lo que nos pide en cada momento de nuestra vida, para anunciar la Palabra de Dios en cada uno de los ambientes donde vivimos y nos movemos.En nuestra Diócesis estamos en estado permanente de misión, que se hace realidad en cada una de las parroquias, con los misioneros que han sido enviados en la asamblea diocesana del pasado mes de noviembre, para ir a las periferias físicas y existenciales de cada parroquia a convocar a los que no conocen a Jesús y darles la buena noticia del Reino de Dios. “Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y muje res en cada ambiente. El Espíritu Santo, que actúa en Jesucristo, es también enviado a todos en cuanto miembros de la comunidad, porque su acción no se limita al ámbito individual, sino que abre siempre a las comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en Pentecostés” (DA 171).Con todo esto tomamos conciencia que las palabras de Jesús “reciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22), nos invitan a acoger en nuestro corazón todos los dones del Espíritu, que no se pueden quedar enterrados en el ámbito individual, sino que tienen que estar al servicio de la comunidad, para la tarea misionera para la que estamos convocados todos los bautizados y es el Espíritu Santo quien nos anima y fortalece para esta misión en comunión con toda la Iglesia. Así nos lo ha enseñado Aparecida: “En el pueblo de Dios, la comunión y la misión están pro-fundamente unidos entre sí. La comunión es misionera y la misión es para la comunión” (DA 163).En el desarrollo de nuestro proceso de evangelización estamos haciendo profesión de fe con el Apóstol Pedro diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y esto es posible vivirlo desde el corazón si estamos iluminados por el Espíritu Santo, que nos ayuda a vivir en comunión, unidos a Jesucristo resucitado que fortalece nuestra fe. Preparémonos para la Solemnidad de Pentecostés con la disposición de los apóstoles y la Santísima Virgen María, cuando estaban a la espera de esta gracia especial y abramos nuestro corazón al encuentro con Jesucristo, para ir en salida misionera a comunicar por todas partes su mensaje de salvación.+José Libardo Garcés Monsalve Obispo de Cúcuta
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Jue 2 Mayo 2024
Miremos y contemplemos el Crucificado
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo viernes 3 de mayo celebramos en Colombia la exaltación de la Santa Cruz, una fiesta de la religiosidad popular de nuestro pueblo, que nos debe llevar a hacer con el Apóstol Pedro la profesión de fe en el Señor diciendo: “Tu eres el Cristo” (Mc 8, 29), reconociendo a Jesús como el enviado del Padre para conducirnos a la salvación prometida y esperada.Cada uno de nosotros de rodillas, mirando y contemplando el Crucificado, deberá pronunciar desde el corazón las palabras del centurión romano que estaba frente a la cruz: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), que ha venido a traernos el perdón de Dios, como regalo, fruto de su amor y misericordia, que debemos entregar a los demás siendo instrumentos del perdón para con nuestros hermanos.Para muchos esta fiesta se convierte en algo superficial y mundano, perdiendo el verdadero sentido de la Cruz, que es la fuente de la Salvación. Es el madero donde fue clavado Nuestro Señor Jesucristo, que según decimos en el credo, padeció, fue crucificado, murió, fue sepultado y resucitó al tercer día y está sentado a la derecha del Padre. En el Crucificado está la síntesis de todo el Misterio Pascual que celebramos en la Semana Santa y que vivimos a lo largo del año, asumiendo la propia cruz y uniendo nuestros dolores, sufrimientos y enfermedades a la Cruz del Señor y haciéndonos uno con Jesús Crucificado.La sociedad actual ha querido anular la Cruz, el dolor y el sufrimiento que hace parte de la naturaleza humana, vendiendo falsamente la idea de una vida en perfecto bienestar y prosperidad, que, en ocasiones desde la predicación de algunos, comerciando con lo sagrado, quieren vender sacramentales ofreciéndoles a las personas la cancelación de todo sufrimiento en sus vidas. Desde la Palabra de Dios tenemos la certeza de predicar la verdad cuando anunciamos a Jesucristo Crucificado: “Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo Crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos. En cambio, para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo, que es fuerza y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 22 - 24), ahí está la fuerza de nuestra fe en el Resucitado, que pasó por la Cruz y entregando su vida por todos, nos liberó de la esclavitud del pecado y nos dio la verdadera vida.De tal manera que siguiendo a san Pablo podemos ser auténticos discípulos misioneros del Señor, si contemplamos el Crucificado y unimos la cruz de cada día a la Cruz del Señor, así lo afirma el mismo Jesús en el Evangelio: “Y dirigiéndose a sus discípulos añadió: Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la conservará” (Mt 16, 24 - 25). Jesucristo mismo nos ha dado ejemplo de entrega de la propia vida por la salvación de todos y nos invita constantemente a tomar la Cruz y seguirlo.Este año el lema del Plan de Evangelización de nuestra Diócesis tiene el Crucificado sobre la Palabra de Dios y al pueblo de Dios contemplando ese Crucificado y haciendo profesión de fe diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 9, 28). Desde esta profesión de fe, celebrar la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz tiene gran sentido cristiano y nos debe ayudar a vivir nuestra vida en gracia de Dios, transformados siempre en el Señor que nos ha ofrecido desde la Cruz la salvación.Estamos llevando a la visita pastoral de cada una de las parroquias un Crucificado que preside todas nuestras reuniones, para expresar con ese signo la centralidad de nuestra vida en Cristo Crucificado y fortalecer nuestra fe en el Señor que fue clavado en la cruz, murió, pero resucitó y está sentado a la derecha del Padre. De tal manera que la cruz que fue signo de escándalo para muchos, para nosotros se convirtió en signo de luz y en fuente de salvación eterna.Mirando y contemplando el Crucificado el corazón se llena de esperanza. La esperanza es la virtud que nos mantiene en pie, que nos ayuda a salir adelante en las incertidumbres y dificultades de la vida y para el cristiano la esperanza brota del árbol de la cruz, que lo sana de la tristeza, porque es el mismo Jesús que sana, consuela, levanta y da esperanza: “Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí que soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28 - 30), de esa manera cuando estemos agobiados y sin fuerzas por la cruz de cada día, arrodillémonos a mirar y contemplar el Crucificado y encontraremos paz en medio de las fatigas diarias de la vida.Al celebrar esta fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, renovemos nuestra fe en el Crucificado y reavivemos el deseo de ir en salida misionera a predicar a ese Jesucristo Crucificado que es fuente de nuestra salvación. Que la Santísima Virgen María que estuvo al pie de la Cruz, con dolor, pero con esperanza, nos ayude a mirar y contemplar el Crucificado y el Glorioso Patriarca San José custodie en nosotros la gracia de Dios y la fe, para seguir en nuestra vida a Jesucristo Crucificado, fuente de nuestra salvación.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta