SISTEMA INFORMATIVO
El llamado para cuidar de las personas y para prevenir la violencia sexual
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Oficina para el Buen Trato de la Arquidiócesis de Bogotá. Nuestra Iglesia, un hogar seguro. Lineamientos para la prevención de la violencia sexual contra niños, niñas, adolescentes y personas vulnerables en ambientes eclesiales, 2021. PPC, pp. 106.
Monseñor Luis Manuel Alí Herrera, Obispo Auxiliar de Bogotá y Director de la Oficina de Buen Trato de la Arquidiócesis de esta ciudad, comienza la Presentación de esta novísima obra recordando las palabras del Papa Francisco en la Carta dirigida a los presidentes de las conferencias episcopales y a los superiores de los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica acerca de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores (2 de febrero de 2015): “Cada padre de familia que encomienda a la Iglesia sus hijos para iniciarse en su vida de fe o recibir una formación integral debe tener la plena seguridad de que el ambiente eclesial en que se encuentre es un ‘hogar seguro’” (p. 3). Esa convicción y ese llamado se ha convertido en prioridad pastoral para la Iglesia de Bogotá, que desde 2013, determinó como uno de los ejes transversales de toda acción evangélica la protección de los menores de edad. Y, en 2018, al servicio de esa prioridad, implementó la Oficina del Buen Trato (OBT), que, en febrero de 2019, dio a conocer la Ruta de acompañamiento en presuntos casos de violencia sexual contra niñas, niños, adolescentes y adultos en estado de vulnerabilidad. Ahora, en esa misma vía, da a conocer estos Lineamientos, que son una herramienta para hacer de Nuestra Iglesia, un hogar seguro. De ahí que, cuando en esta reseña, remita a los Lineamientos es porque entiendo que su formulación y puesta en marcha es una vía para que Nuestra Iglesia sea un hogar seguro.
Se trata de un libro de ciento seis páginas, estructurado en una Introducción, cinco capítulos, unas conclusiones, así como unas muy amplias referencias bibliográficas. El objetivo de estos Lineamientos es, precisamente, presentar las estrategias principales para prevenir la violencia sexual contra niños, adolescentes y personas vulnerables en los ambientes eclesiales de la Arquidiócesis de Bogotá. La obra da cuenta, en la Introducción, de la amplia actividad evangelizadora que se realiza en esta ciudad a través de 288 parroquias, 19 colegios que juntamente con la Fundación Universitaria Monserrate integran el Sistema Educativo de la Iglesia en la capital de Colombia (SEAB), así como en diversas fundaciones, en los seminarios mayores y en las instituciones católicas que prestan su servicio para el bien de la dignidad humana. Del mismo modo, resalta que “todo el cuerpo eclesial es responsable de todo tipo de daño” (p. 5) contra los niños, las niñas y los adolescentes. Para los Lineamientos, la prevención es “una tarea planeada y sistemática orientada a la detección de los factores de riesgo de violencia sexual en los ambientes eclesiales y a la implementación de las medidas necesarias para evitar su aparición” (pp. 5-6). Ahora bien, esa prevención exige un trabajo permanente para alcanzar una cultura de la prevención, que exige tiempo y esfuerzo. En igual forma, el libro precisa que prevenir es decidir cómo se configuran los ambientes eclesiales donde los niños y las personas vulnerables desarrollan gran parte de su proyecto de vida. La prevención, así se afirma, “es una empresa de vidas: las conocidas y las que están por llegar; una empresa que encuentra su impulso motivacional en aquella caridad que añora respetar la dignidad de toda persona humana y promover su bienestar; una empresa que, por esta razón de bien, puede encontrar en la ética del cuidado sus orientaciones principales” (p. 6). En este sentido, Lineamientos comprende tanto una dimensión conceptual como metodológica; pero, en igual forma, un marco ético especialmente significativo.
El primer capítulo, bajo el título “La Iglesia y la violencia sexual”, el más corto de toda la obra, con seis páginas, presenta los principales aprendizajes de la herida abierta, dolorosa y compleja de los abusos sexuales cometidos por clérigos, que no ha dejado de sangrar, según palabras del Papa Francisco, y que ha llevado a la pérdida de credibilidad y de confianza en la Iglesia. Nueve son los principales aprendizajes que se resaltan a partir del más reciente magisterio Pontificio: (i) el reconocimiento del dolor de las víctimas y la cercanía solidaria con ellas; (ii) la petición de perdón por el comportamiento de los ministros y consagrados; (iii) la necesidad de conocer mejor la naturaleza y gravedad del problema; (iv) el reconocimiento de los daños causados a la misión de la Iglesia en el mundo; (v) la reafirmación del rechazo total ante cualquier tipo de violencia; (vi) la necesidad de constatar el bien que se sigue haciendo; (vii) el discernimiento sobre los caminos de curación, conversión, reparación y prevención; (viii) el reconocimiento de la necesidad de una conversión en la forma de comprender y ejercer el poder y (ix) la necesaria renovación de los procedimientos canónicos y de acompañamiento. El enunciado de cada uno de estos aprendizajes daría para la publicación de nuevas obras y para resaltar la novedad del magisterio pontificio sobre la dolorosa situación de la violencia sexual en ambientes eclesiales. Es de esperar que la Oficina de Buen Trato continúe su labor de dar a conocer ese magisterio.
El segundo capítulo, “Generalidades sobre la violencia sexual para el abordaje preventivo”, con diecisiete páginas, adopta la definición que el Comité de los Derechos del Niño, interpretando el artículo 19.1 de la Convención sobre los Derechos del Niño (1989), da sobre la violencia: “toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual” (Observación General N° 13 de 2011, relativa al derecho del niño de no ser objeto de ninguna forma de violencia). Por su parte, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), también se cita, la violencia es el resultado de la acción recíproca y compleja de factores individuales, relacionales, sociales, culturales y ambientales. Posteriormente, el libro intenta una aproximación a la magnitud del problema en Colombia, con base en documentos oficiales, tales como la Encuesta de violencia contra niños, niñas y adolescentes (2019) y la Encuesta nacional de demografía y salud (2015). La pretensión de este capítulo es más bien de carácter descriptivo, porque su finalidad no es analizar ni detenerse en las preocupantes estadísticas y cifras, sino explicar porque razón resulta más técnico hablar de la violencia sexual que del abuso sexual, ya que éste, el abuso, es una forma de aquélla, la violencia.
El estudio de la violencia se hace a partir de llamado “modelo ecológico”, que se desarrolla en el capítulo cuarto del mismo libro, y adopta la siguiente estructura: (i) los factores de riesgo: sociales, familiares y personales de los niños; (ii) las consecuencias de la violencia sexual: a corto plazo y a largo plazo, que son presentadas a través de unas muy completas tablas que incluyen la sintomatología física, emocional y conductual, así como los problemas emocionales, de relación de conducta, de adaptación social, funcionales, sexuales, de revictimización y de transmisión intergeneracional; (iii) la revictimización en distintos escenarios; (iv) las características del agresor sexual: fijadas en niños, niñas o adolescentes, regresivas o situacionales y (v) hacia la prevención de la violencia sexual.
El capítulo tercero, “Marco jurídico y canónico”, aborda en doce páginas y a manera de síntesis esta compleja temática. Merece resaltarse el acápite relativo a la vulnerabilidad como condición presente en todas las personas, pero que se incrementa en algunas poblaciones o grupos de personas como los niños. Se trata de sujetos de especial protección constitucional, también habría que decir convencional, que se encuentran expuestos a riesgos que pueden lesionar sus derechos fundamentales o demandan un esfuerzo adicional para su preferente protección, justificada, entre otras razones, en la exclusión, la pobreza, la iniquidad y la violencia. En este sentido, la vulnerabilidad guarda estrecha relación con el principio-derecho de igualdad.
Las normas del ordenamiento colombiano que se mencionan son, ante todo, la Ley 1098 de 2006 (Código de la Infancia y la Adolescencia), que, en su artículo 18, define el “maltrato infantil” como “toda forma de perjuicio, castigo, humillación o abuso físico o psicológico, descuido, omisión o trato negligente, malos tratos o explotación sexual, incluidos los actos sexuales abusivos y la violación y en general toda forma de violencia o agresión sobre el niño, la niña o el adolescente por parte de sus padres, representantes legales o cualquier otra persona”. En igual forma, cita la Ley 1146 de 2007, sobre prevención de la violencia sexual, que define esta clase de violencia, en su artículo 2°, como “todo acto o comportamiento de tipo sexual ejercido sobre un niño, niña o adolescente, utilizando la fuerza o cualquier forma de coerción física, psicológica o emocional, aprovechando las condiciones de indefensión, de desigualdad y las relaciones de poder existentes entre víctima y agresor”. Del mismo modo, incluye una gráfica sobre la tipificación de los delitos contra la libertad, la integridad y la formación sexuales, según la Ley 599 de 2000 o Código Penal. Describe las normas sobre la obligatoriedad de la denuncia contra los delitos sexuales, la edad del consentimiento sexual, establecida en la legislación colombiana a partir de los catorce años de edad, así como los derechos de las víctimas, que son presentados con base en la normativa vigente: Ley 360 de 1997 (modifica algunas normas del Código Penal de 1980), Ley 1146 de 2007 (prevención de la violencia sexual), Ley 1257 de 2008 (sensibilización, prevención y sanción de la violencia contra las mujeres) y Ley 1719 de 2014 (acceso a a la justicia de las víctimas de la violencia sexual en el marco del conflicto armado en Colombia). También da cuenta de la Ley 1620 de 2012 (sobre el bullying en los ambientes educativos), del Acto Legislativo de 2020 (modifica el artículo 34 constitucional que permite condenar a cadena perpetua a violadores y homicidas de niños) y de la Ley 2081 de 2021 (imprescriptibilidad de la acción penal en delitos sexuales cometidos contra menores de edad).
En relación con las normas canónicas, Lineamientos parte de la tesis de que la Iglesia, fiel a los preceptos evangélicos, ha cuidado con especial solicitud a sus miembros más débiles. Menciona de manera muy sucinta la manera como el Código de Derecho Canónico (1983) tipifica los delitos contra el sexto mandamiento del Decálogo cometidos por clérigos, así como el Motu proprio Sacramentorum sanctitatis tutela (30 de abril de 2001) y las modificaciones que, el 21 de mayo de 2010, la Santa Sede aprobó a esta legislación especial en materia de abusos sexuales cometidos por clérigos. Del mismo modo, da cuenta de los documentos más recientes de la Iglesia en esta temática: Como una madre amorosa (4 de junio de 2016), Vos estis lux mundi (7 de mayo de 2019), las Rescripta ex Audientia sobre el levantamiento del secreto pontificio y el aumento de la edad para el delito de pedopornografía a los 18 años (3 y 6 de diciembre de 2019), así como el Vademécum de la Congregación para la Doctrina de la Fe (16 de julio de 2020).
A mi juicio, este capítulo podría haber sido desarrollado más ampliamente, no sólo desde una perspectiva normativa, sino sobre todo desde la perspectiva del Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Soy consciente de que la finalidad del libro no es la de detenerse en cuestiones jurídicas, sino de brindar un panorama de la legislación existente en Colombia. Sin embargo, estimo que bien habría valido la pena hacer un mayor énfasis en un enfoque de derechos humanos, que, según los Lineamientos, es un criterio para el análisis, el diseño, la implementación y la evaluación de las acciones preventivas de la violencia sexual.
El capítulo cuarto, bajo el título “La prevención de la violencia sexual en la Arquidiócesis de Bogotá”, también con doce páginas, está dividido en cinco ítems. El primero, describe el marco teórico, a partir de la perspectiva ecológico-sistémica, propuesta por Urie Bronfenbrenner, llamada también teoría de los sistemas ecológicos o teoría del desarrollo, en el entendido de que el desarrollo cognitivo, moral y relacional de una persona está en continua interacción con los sistemas o ambientes donde transcurre su ciclo vital. Estos sistemas son: (i) el microsistema, configurado por las relaciones al interior de las instituciones o grupos que impactan de manera más directa en el desarrollo de la persona; (ii) el mesosistema o interacción entre dos o más ambientes en los que la persona participa activamente; (iii) el exosistema o entornos o fuerzas que influyen en los subsistemas; (iv) el macrosistema o condiciones sociales, estructurales y culturales que determinan los rasgos de las instituciones. Además de estos sistemas, destaca uno transversal, el cronosistema, porque los eventos internos o externos se suceden en un determinado ambiente y constituyen un factor de transformación de los dinamismos relacionales.
La segunda temática es la de la teoría ecológica y los sistemas de pretensión, en la que se afirma que, desde ese marco teórico, el fenómeno social se entiende holísticamente y así “los ambientes, ya sea[n] personales, institucionales o culturales, lejos de estar limitados por un statu quo invariable, son susceptibles de transiciones ecológicas en las que se modifican los elementos o variables que los componen” (p. 50). La prevención de la violencia sexual encuentra en ese marco teórico su fundamento, porque la erradicación de una situación dañina al interior de un ambiente pasa por impedir o contener los factores de riesgos. Elemento importante de la prevención es, precisamente, la de identificar esos factores de riesgo y determinar cuáles son las modificaciones necesarias para que ese factor o factores puedan ser eliminados o transformados.
Pues bien, a partir de ese marco teórico y de esa perspectiva ecológica, Lineamientos adopta la tipificación que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho de la prevención como (i) primaria, dirigida a evitar la violencia sexual y a reducir su incidencia, es decir, “antes de que suceda” (ii) secundaria, mitigar los efectos de la violencia sexual e impedir que la situación se agrave, esto es, “antes de que empeore” y (iii) terciaria, orientada a mitigar la violencia sexual y a evitar su repetición, o sea, “antes de que sea demasiado tarde”. Estas dos últimas formas de prevención son responsabilidad de todos.
La tercera temática, más novedosa que las dos anteriores, es la prevención en los ambientes eclesiales de la Arquidiócesis de Bogotá. Para Lineamientos, ambiente eclesial es “el conjunto de relaciones que surgen de la interacción entre los miembros de una determinada comunidad de personas que profesan su fe religiosa. Estos conforman un entorno físico, social y cultural que favorece el desarrollo humano integral, la vivencia personal de la fe y el sentido de pertenencia a una comunidad cristiana y a la Iglesia universal” (p. 53). La prevención de la violencia sexual compromete y responsabiliza, en primer término, “a quienes sostienen, colaboran y detentan responsabilidad en los distintos ambientes eclesiales de la Arquidiócesis de Bogotá” (ibídem); pero, en igual forma, reclama la actuación de todos los fieles de esta Iglesia particular, en especial, para que tengan en cuenta: (i) que la violencia sexual es un problema que afecta a todos; (ii) que la violencia sexual se puede combatir; (iii) que la prevención es el mejor medio para combatir la violencia sexual; (iv) que la generación de entornos seguros es la mejor forma de combatir la violencia sexual y (v) que la creación de ambientes y entornos eclesiales es una obra mancomunada.
El marco ético: la ética del cuidado es la cuarta temática del también capítulo cuarto, porque no basta, esa es la tesis central, una fundamentación teórica, sino que es necesario “delinear una opción ética que permita conocer el espíritu y horizonte actitudinal en el que habrá de tomar forma y realizarse cualquier estrategia de tipo preventivo” (p. 55). Un primer componente, pero no el único, es adecuar el comportamiento a la normatividad, pero se requiere algo más. En efecto, Lineamientos afirma, con razón, que la fidelidad a la norma resulta poco eficaz si no se sustenta en convicciones sólidas sobre el significado de la vida humana y la dignidad de la persona. Una y otra, la norma y la convicción, han de examinarse en el tipo y en la calidad de las relaciones de las personas involucradas en los diversos sistemas. Pues bien, la exigencia ética nace de la preocupación recíproca de los unos por los otros que caracteriza la ética del cuidado, basada en una concepción antropológica que privilegia la fragilidad y la vulnerabilidad como condición humana que contrasta con una concepción del hombre, centrada en un ser autosuficiente, autónomo y con la que se pretende defender un individualismo a ultranza. También recuerda que el Papa Francisco, desde una perspectiva, de “ecología integral”, ha exhortado, en su Carta encíclica, Laudato si (2015), para que se alimente “una cultura del cuidado”, porque “siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad” (p. 56).
La quinta temática es, precisamente, la “Ética del cuidado y prevención”. Para Lineamientos, la prevención es una de las tareas específicas de esta Ética del cuidado y a partir de ella delinea unas actitudes que deberían forman parte del estilo de vida de las personas y de las comunidades que se preocupan por cuidar los entornos eclesiales. Esas actitudes son: (i) el cuidado de sí: cada quién, es decir, cada persona, debe reconocer y aceptar su propia fragilidad, pero aceptar, en igual forma, que cuidándose puede ayudar a cuidar a los demás. Lo dice Pablo: “¡Mire cada cuál como construye!” (1 Cor 3, 10); (ii) la hospitalidad: acoger al otro, a la persona vulnerable, es decir, al necesitado. En palabras de Jesús: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños” (Mt 18, 10); (iii) la atención y la responsabilidad: estar atento a las necesidades del entorno y dar respuesta a ellas. También dice Jesús: “¿teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?” (Mc 8, 18); (iv) la benevolencia: tener genuino interés por la vida del frágil. Proteger y promover el bien integral del necesitado. De nuevo dice Jesús: “tomó nuestras flaquezas y cargó nuestras enfermedades” (Mt 8, 17); (v) la competencia: capacitarse, preparase, delegar el cuidado, si es el caso, a personas capacitadas. El Evangelio, en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-35), llama la atención sobre ese hombre compasivo que supo delegar el cuidado de la víctima, conservando la preocupación por ella y, finalmente, (vi) la receptividad: retroalimentarse del cuidado brindado. También el Evangelio narra cómo un centurión fue capaz de cambiar el modo como Jesús quería asistir a su criado enfermo (Mt 8, 5-13). La actitud preventiva es, por tanto, medio fundamental para no sólo reducir los casos de violencia sexual, sino para consolidar una cultura del buen trato. Es de esperar que la Oficina del Buen Trato de la Arquidiócesis de Bogotá desarrolle más ampliamente esta ética del cuidado como presupuesto de la acción preventiva. El acápite que sobre esta temática ha incluido en la obra reseñada es sugestivo e invita a una reflexión no meramente técnica ni instrumental, porque va más allá de las herramientas, los Lineamientos, al estar centrados en la persona, hacen un llamado, a la vez, a una ética de la responsabilidad. La prevención requiere de la ética.
El último capítulo de Lineamientos, bajo el título “Estrategias preventivas”, el más extenso de la obra, con veintinueve páginas, es el más novedoso y el que, a mi juicio, está llamado a servir de inspiración para la labor de prevención de la violencia sexual en otras diócesis no sólo de Colombia, sino también de otros países de América Latina.
El capítulo inicia definiendo las estrategias preventivas como “el conjunto de acciones correctamente planificadas que serán asumidas por todos los estamentos de la Arquidiócesis de Bogotá con el fin de prevenir cualquier forma de violencia y en particular la violencia sexual en los ambientes eclesiales” (p. 62). Posteriormente, se detiene en los enfoques, que entiende como “una guía para el análisis, el diseño, la implementación y evaluación de las acciones preventivas” (ibídem). Esos enfoques son: (i) el enfoque de derechos humanos: deben ser promovidos y respetados, manteniendo un diálogo razonable con las formulaciones que de ellos haga el derecho internacional y el derecho colombiano; (ii) el enfoque de género: supone un discernimiento en relación con las interpretaciones sobre la atribución de roles relativos a la diferencia sexual entre el varón y la mujer; (iii) el enfoque de resiliencia: crecer como persona, incluso ante las dificultades y superar las situaciones adversas y negativas en las que pueda encontrarse; (iv) el enfoque diferencial: distinguir, sin que ello implique una discriminación negativa, las diversas poblaciones o grupos humanos, identificados, entre otros, por factores de edad, raza, etnia, género, ciclo vital, condiciones socioeconómicas, territoriales, de salud, rol social o político; (v) el enfoque espiritual: comprender y configurar la vida desde valores superiores, que trascienden el terreno de lo meramente fáctico o material; (vi) el enfoque de familia: la persona se desarrolla en el microsistema familiar, lugar de la socialización primaria, del aprendizaje moral y de la conformación de la identidad personal y (vi) el enfoque de las nuevas tecnologías: los desarrollos y las transformaciones tecnológicas son especialmente significativos en todos los niveles del sistema social.
Lineamientos adopta como principios de la prevención los siguientes: (i) la corresponsabilidad: la prevención es un deber legal y moral; (ii) la participación: todos los actores de los ambientes eclesiales han de tener abiertos espacios para hacer parte del diseño, la implementación y la evaluación de la acción preventiva; (iii) la transversalidad: incorporar distintas ópticas en la prevención de la violencia sexual; (iv) la gestión responsable y transparente: las acciones preventivas deben hacerse en el marco del ordenamiento jurídico estatal y canónico; y (v) la flexibilidad y el dinamismo: flexible porque la prevención debe ser acogida atendiendo las condiciones de cada uno de los fieles de la Iglesia particular y dinámica porque el estilo de vida ha de ser no ocasional, sino habitual. En síntesis, en los entornos eclesiales, “todos puedan sentirse acogidos, seguros y profundamente libres; que ellos estén liberados de cualquier tipo de amenaza, discriminación o violencia; que en ellos y sus miembros pueda ser depositada la plena confianza. El mejor signo de la asunción de este dinamismo orientado al cuidado del otro será que, en nuestros ambientes eclesiales, los más pequeños, indefensos y frágiles encuentran protección, amor y promoción de su dignidad” (p. 66).
A continuación, Lineamientos se detiene en algunas definiciones de términos, tales como: animadores de evangelización, ambientes eclesiales, cultura del buen trato, instituciones eclesiales, ministros ordenados, organismos eclesiales, prevención primaria, prevención secundaria y prevención terciaria.
Prosigue el capítulo resaltando como actores de la prevención de la violencia en ambientes eclesiales, a los siguientes destinatarios: (i) los ministros ordenados, (ii) los animadores de la evangelización, (iii) los fieles, entre, ellos los padres de familia y (iv) los niños, las niñas, los adolescentes, así como las personas vulnerables. Quizás, habría sido necesaria la inclusión de otros destinatarios: religiosas, religiosos y laicos.
A renglón seguido, Lineamientos da cuenta de la Oficina para el Buen Trato (OBT) y de su misión primordial: “dinamizar las políticas de cultura del buen trato a través de líneas de acción de prevención y de atención psicosocial[,] fundamentadas en la ética del cuidado a fin de evitar la violencia sexual contra niñas, niños, adolescentes y personas vulnerables en ambientes eclesiales de la Arquidiócesis de Bogotá” (p. 68). Objetivos de esta Oficina son, entre otros, los siguientes: (i) animar y acompañar la implementación y la evaluación de las estrategias preventivas; (ii) proponer protocolos y guías de buenas prácticas para la prevención de la violencia sexual; (iii) apoyar programas en materia de educación afectivo-sexual; (iv) asesorar la implementación de acciones preventivas y protocolos en los distintos niveles de la estructura organizativa de la Arquidiócesis; (v) evaluar el impacto y proponer ajustes a los lineamientos de prevención y (vi) brindar la atención psicosocial en los casos de violencia sexual contra los menores de edad.
Uno de los más importantes aportes de Lineamientos es el relativo a las acciones preventivas con la finalidad de promover prácticas culturales y relaciones ecuánimes para prevenir toda forma de violencia. Dentro de las líneas de acción preventiva, la obra reseñada distingue tres clases de estrategias: (i) la informativa, encaminada a visibilizar el fenómeno y a dimensionar su gravedad; (ii) la formativa, ordenada a la aprehensión y a la aplicación de un conjunto de conocimientos soportados sobre unos principios, que direccionan la vida de las personas en sus relaciones consigo mismos y con las demás y (iii) la normativa, orientada a la aplicación de la normativa estatal y canónica de prevención de la violencia sexual y de la promoción de los derechos fundamentales.
En la estrategia informativa, la acción principal es sensibilizar sobre el fenómeno de la violencia sexual, los destinatarios principales son los responsables de los ambientes eclesiales, los animadores de esos ambientes, los fieles y los beneficiarios de las obras, así como la sociedad civil. Excluye, a mi juicio sin razón, a los niños y a las personas vulnerables, que también deben ser destinatarios de esta acción. En la estrategia formativa las acciones son: educar para el amor, formar en prevención de la violencia sexual y de los entornos protectores, formar en primeros auxilios psicológicos y en la autoprotección. En la estrategia normativa, las acciones son implementar las buenas prácticas y los protocolos específicos. En todas estas estrategias y acciones se requiere un seguimiento y control. Lineamientos se detiene en cada una de estas acciones y a través de tablas, muy bien logradas, específicas las temáticas y los destinatarios de cada una de ellas.
La obra prosigue con la inclusión de una Guía de prácticas seguras, estructurada en siete ítems: (i) los límites relacionales sanos y flexibles; (ii) el compromiso institucional; (iii) el cuidado personal; (iv) asegurar el consentimiento de los padres de familia y de los representantes legales de los menores de edad; (v) garantizar la seguridad durante viajes o actividades que impliquen estadía de las personas sujetas a especial protección; (vi) el uso responsable de las Tecnologías de la Información (TIC’s) y las (vii) conductas prohibidas en general y en relación con esas nuevas tecnologías. Es de resaltar la importancia de estas prácticas y el sentido propositivo con el que han sido redactadas.
Para adoptar y proponer esas estrategias y acciones, Lineamientos propone una metodología y unos criterios que tengan en cuenta la “anamnesis” como un ejercicio de memoria para evaluar el “estado de salud” general del ambiente en cuestión, los escenarios, los actores y las interacciones entre los diversos sistemas.
El capítulo quinto concluye con la necesidad del seguimiento y de la evaluación, entendido como un proceso transversal que se diseña simultáneamente con las estrategias de prevención. El diseño de esa evaluación debe incluir, al menos: (i) indicadores de gestión y de resultados e instrumentos de acuerdo con los objetivos propuestos y (ii) metodologías e instrumentos de recolección y sistematización de información, de instrumentos de evaluación y de cronogramas para presentar informes de gestión y resultados.
Lineamientos finaliza con unas conclusiones generales, en las que la Oficina de Buen Trato reitera que “el fomento de una actitud preventiva constituye un medio fundamental, tanto para reducir significativamente los casos de violencia sexual contra los niños, niñas, adolescentes y personas vulnerables, como para consolidar entre nosotros una cultura del buen trato que nos permita a todos sentirnos hermanos y avanzar juntos en la construcción del Reino instaurado por Cristo Jesús” (p. 91).
En definitiva, estamos en presencia de una obra bien pensada y estructurada, que invita a ser leída pausada y reflexivamente, no porque su contenido sea denso, sino porque su misma pretensión es que todos, como fieles de la Iglesia, contribuyamos a implementar la cultura del buen trato, cimentada en la ética del cuidado. Se trata de un libro que aúna la reflexión teórica con la práctica y eso se agradece cuando hay tanto por hacer para prevenir la violencia sexual. Precisamente por esto, Lineamientos es un texto no sólo para ser leído, sino, ante todo, para servir como un instrumento eficaz en el llamado al compromiso de cada fiel y de las autoridades eclesiales en el cuidado de los niños y de las personas vulnerables y en la prevención de la violencia sexual. En este sentido, es medio para asumir la responsabilidad de prevenir esa o cualquier clase de violencia en todos los ambientes sociales, no solo en los ambientes eclesiales, sino en todos aquellos en los que se encuentren niños, niñas, adolescentes y personas en situación de vulnerabilidad.
Aconsejo de manera especial, la lectura de los apartados correspondientes a la Ética del cuidado, incluidos en el capítulo cuarto, que brindan el marco ético de la prevención, así como el último capítulo, es decir del quinto. No está por demás reconocer que es un libro bien escrito y con unas muy útiles gráficas que sintetizan las ideas presentadas en algunos de los capítulos. Es de destacar que la edición de la obra se encuentra muy bien cuidada, eso siempre es de agradecer.
Finalmente, hay que reconocer a la Oficina de Buen Trato de la Arquidiócesis de Bogotá y a su director, monseñor Luis Manuel Alí Herrera, la significativa referencia a esos rostros concretos, que han generado experiencias de fe, entre otros, los rostros de las víctimas de la violencia sexual en ambientes eclesiales y que, en más de una oportunidad, han arrancado lágrimas y han propiciado sentimientos de dolor, que no han dejado, sin embargo, de propiciar la fraternidad, la solidaridad, la justicia y la reconciliación. Hago mías las palabras de las conclusiones de esta obra e invito al lector que tenga presentes a las víctimas de tanto dolor y que, al leer y aplicar estos Lineamientos, también pueda decir: “Sus sufrimientos nos han conmovido, pero también nos han hecho comprender la necesidad de comprometernos con mayor empeño, como verdaderos instrumentos de prevención y promotores de una cultura del buen trato, de tal manera que la vida de nuestra Iglesia sea más coherente con el evangelio que anunciamos” (p. 92).
Éste es el llamado: ser coherentes como personas, como ciudadanos, pero también como fieles de la Iglesia Católica para prevenir la violencia sexual contra niños y personas vulnerables en ambientes eclesiales y hacer de Nuestra Iglesia, un hogar seguro. Es hora de responder a ese llamado, porque todos, sin distingo alguno, tenemos alguna responsabilidad para que Nuestra Iglesia, sea, en verdad, un hogar seguro.
Bogotá, D.C., junio 12 de 2021.
Ilva Myriam Hoyos Castañeda
Presidenta del Consejo Nacional de Protección de Menores y
Personas Vulnerables Conferencia Episcopal de Colombia
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Mié 15 Mayo 2024
Obispo de Apartadó tomó posesión de su sede, monseñor Carlos Alberto Correa se convierte en el sexto pastor de esta diócesis
El pasado sábado, 11 de mayo, en la Catedral Santa María la Antigua, se llevó a cabo la ceremonia de Posesión Canónica de la Diócesis de Apartadó por parte de monseñor Carlos Alberto Correa Martínez, tras haber recibido este encargo por parte del papa Francisco el 19 de marzo.Además de familiares, miembros de la comunidad diocesana, fieles y autoridades civiles de la región, 17 obispos colombianos y el arzobispo de la Arquidiócesis de Panamá, monseñor José Domingo Ulloa, acompañaron al nuevo pastor de la Iglesia en la región del Urabá en esta ceremonia que marca el inicio oficial de sus funciones episcopales allí. También contó con la compañía de representantes del Vicariato Apostólico de Guapi, a quienes pastoreó por diez años.Monseñor Paolo Rudelli, Nuncio Apostólico en Colombia, presidió la posesión. Posteriormente, tras haber sido posicionado, monseñor Carlos Alberto presidió la Solmene Eucaristía. Fue concelebrada por el representante del Papa y por los dos arzobispos metropolitanos: monseñor Hugo Alberto Torres Marín, arzobispo de Santa Fe de Antioquia y monseñor Ricardo Tobón Restrepo, arzobispo de Medellín.Al iniciar su homilía, de manera especial, monseñor Carlos Alberto valoró la compañía de sus hermanos obispos en la ceremonia. Agradeció a monseñor Hugo Alberto Torres Marín, anterior obispo de Apartadó, por la acogida que le expresó desde su nombramiento; también, al arzobispo de Panamá, de quien destacó su unión en favor de un tema tan importante para la misión pastoral de la Iglesia en ambos países, como el de los migrantes. Además, al padre Leonidas Moreno Gallego, quien estuvo desempeñándose como administrador diocesano de Apartadó desde el 28 de marzo de 2023, por elección de sus hermanos sacerdotes a través del Colegio de Consultores.“Fijar los ojos en Jesús significa cuidar nuestra oración”El prelado hizo un llamado especial a los sacerdotes para que continúen con su mirada fija en Jesucristo, a quien describió como el origen, centro y sentido del sacerdocio. Les recordó que la Iglesia es heredera del amor misericordioso con el que Jesús sigue acompañando a su pueblo santo a través de la gracia de los sacramentos. Para ello, les pidió cuidar su oración y a través de ella, el encuentro personal con el Señor.“El sacerdote debe ser un hombre de oración, el mundo con su ruido y activismo pierde sentido de lo importante…Toda crisis vocacional comienza por el abandono o la tibieza de la oración”, afirmó.Al tiempo, monseñor Carlos Alberto les pidió renovar la unción con la que fueron introducidos al sacerdocio de Cristo para acompañar con calidad pastoral al pueblo de Dios en esa porción de territorio y conducirlo a Jesús. Recordó que es el Espíritu el que les permite ver las realidades de manera clara, la de quienes, en sus ciudades, barrios, campos, hospitales y escuelas, sufren, luchan, oran, esperan y también se alegran. “Anunciemos, promovamos y seamos garantes de la dignidad humana”El nuevo obispo de Apartadó les pidió también cultivar el espíritu de la cercanía, la fraternidad y la sinodalidad:“En esta renovación de la unción invito a mis hermanos sacerdotes a actualizar la memoria del corazón de que no fuimos constituidos presbíteros de modo individual y aislado sino como miembros de un presbiterio de comunión y servicio”.Sobre los múltiples desafíos humanos y sociales que enfrenta esta región, les pidió ser siempre garantes de la dignidad humana, rechazando todo tipo de violación, entre ellos, la violencia, la pobreza, la migración, la trata de personas, los abusos sexuales, el aborto y la eutanasia. “Como Iglesia de Cristo resucitado anunciemos, promovamos y seamos garantes de la dignidad humana”, enfatizó.“Apartadó, déjame ver tu rostro”Finalmente, monseñor Carlos Alberto Correa reconoció que en esta nueva misión episcopal que le encomendó el Santo Padre, lo acompaña un espíritu ilusionado y alegre de poder servir, para ser instrumento y presencia de Cristo consolador en toda aflicción. Pidió la intercesión Santa María La Antigua del Darién, patrona de esta Iglesia particular e hizo una solicitud muy especial a toda la comunidad:“Apartadó, déjame ver tu rostro, tu maravilloso semblante de historia, de luz, de trabajo y entrega, no solo para continuarlo sino para entrar en profunda comunión contigo, el amor es comunión, déjame orí tu voz en la oración…Las voces que necesitan ser escuchadas, acogidas, atendidas, purificas y amadas…Hasta conocerte, amarte y entregar la vida por encima de cualquier interés personal”.Vea a continuación la transmisión de la ceremonia:
Mié 15 Mayo 2024
Mensaje del episcopado colombiano para los maestros de Colombia en su día
Este miércoles, 15 de mayo, día en que Colombia conmemora el Día del Maestro, el episcopado envía un mensaje para reconocer, enaltecer y agradecer la labor de todos los educadores. Monseñor Juan Vicente Córdoba, obispo de Fontibón y presidente de la Comisión Episcopal de Educación, en representación de los demás obispos, enfatiza en la importancia de brindar una formación cada vez más integral, que debe trascender la transmisión de conocimientos.“Maestro es el que acompaña procesos de crecimiento integral en los niños, niñas, jóvenes, adolescentes y que así les imprime en el corazón para valores y principios, sean religiosos o no religiosos, pero sí humanos”, afirma monseñor Juan Vicente.El prelado también destaca también la necesidad de contar con hombres y mujeres que eduquen brindando amor y cuidados, desde la base del respeto, especialmente a los niños y jóvenes más necesitados. “Atiende al más necesitado, al alumno que pasa por dolores y dificultades que tiene familia dividida, que están en pobreza, que no tiene la misma capacidad de aprendizaje que otros, que necesita más cercanía y más explicación, porque no aprende rápido y todos tienen sus fortalezas y sus debilidades”, agrega.Monseñor Juan Vicente concluye su mensaje destacando que ser maestro se trata de tener una vocación excelsa concedida por Dios para aportar al futuro de la sociedad. Además, envía una bendición especial a todos.Vea a continuación el mensaje completo:
Mié 15 Mayo 2024
El papa Francisco nombró Obispo Auxiliar para Barranquilla: Pbro. Edgar Jesús Mejía Orozco
El papa Francisco nombró al padre Edgar Jesús Mejía Orozco como nuevo obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Barranquilla. El presbítero se venía desempeñando como Vicario General de esta jurisdicción eclesiástica del Atlántico desde el año 2022; además, delegado de la Pastoral Bíblica y la Pastoral Vocacional. También ha sido un formador destacado en el Seminario Mayor Juan XXIII.Según lo dio a conocer la Santa Sede, al padre Mejía le fue asignada la antigua diócesis romana de Zattara como su sede titular episcopal.El padre Edgar Jesús será el tercer obispo auxiliar con el que contará la Arquidiócesis de Barranquilla. Previamente habían ejercido este encargo episcopal monseñor Luis Antonio Nova Rocha (2002-2010) y monseñor Víctor Antonio Tamayo Betancourt (2003-2017).BiografíaEl padre Edgar Jesús Mejía Orozco nació en Barranquilla el 13 de enero de 1976. Realizó sus estudios de filosofía y teología en el Seminario Mayor Juan XXIII de la Arquidiócesis de Barranquilla. Fue ordenado sacerdote el 17 de noviembre de 2007 por el cardenal Rubén Salazar Gómez, entonces Arzobispo de Barranquilla. Realizó su licenciatura en Filosofía y Ciencias religiosas en el año 2015 en Colombia y obtuvo una Especialización en Teología Dogmática en Roma durante el 2014.Entre sus encargos pastorales, se destacan:- Formador del Seminario Mayor Juan XXIII 2008-2010, 2015-2017.- Párroco en San Carlos Borromeo 2010-2012.- Párroco en Santo Tomás de Villanueva 2017-2022.- Docente del Seminario Mayor Juan XXIII, 2015 hasta la fecha.- Vicario General 2022 hasta la fecha.- Delegado de pastoral Bíblica y Pastoral Vocacional.
Mié 15 Mayo 2024
El papa Francisco nombró obispo para la Diócesis de El Banco: Pbro. Dimas Antonio Acuña Jiménez
El papa Francisco nombró al padre Dimas Antonio Acuña Jiménez, miembro del clero de la Arquidiócesis de Barranquilla, como nuevo obispo de la Diócesis de El Banco, jurisdicción eclesiástica ubicada en el departamento del Magdalena.El padre Dimas se venía desempeñando como delegado de la Pastoral Universitaria y de la Pastoral de los Artistas de la Arquidiócesis de Barranquilla. Además, durante varios años, ha sido rector y formador del Seminario Mayor Juan XXIII.Desde enero de 2023, era monseñor José Mario Bacci Trespalacios, obispo de la Diócesis de Santa Marta, quien se venía desempeñando como administrador apostólico de esta jurisdicción eclesiástica por encargo del Santo Padre, tras el fallecimiento de monseñor Luis Gabriel Ramírez Díaz, quien fue obispo y administrador apostólico de El Banco. BiografíaEl padre Dimas Antonio Acuña Jiménez nació el 25 de enero de 1972, en Usiacurí, municipio ubicado en el departamento del Atlántico. Realizó sus estudios de filosofía y teología en el Seminario Mayor Juan XXIII de Barranquilla. Es Licenciado en Teología de la Universidad Javeriana. Fue ordenado sacerdote el 22 de agosto de 1998, por monseñor Félix María Torres.Se especializó en Filosofía Contemporánea, en la Universidad del Norte de Barranquilla y estudió Teología Bíblica en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, en Roma.Entre sus encargos pastorales, se destacan:- Vicario Parroquial de San Pancracio (1997-1998)- Vicario Parroquial de la Catedral María Reina (1999)- Párroco en Nuestra Señora de Fátima (2000)- Párroco en San Carlos Borromeo (2001)- Párroco en San Agustín (2002)- Formador del Seminario Mayor Juan XXIII (2003-2008)- Párroco en Cristo Rey (2009-2010)- Párroco en Santa Laura (2013)- Rector del Seminario Mayor Juan XXIII (2014-2020)- Miembro del Consejo Presbiteral y del Consejo Económico (2014-2020)- Párroco en Nuestra Señora de Torcoroma (2020 hasta la fecha)- Delegado de Pastoral Universitaria y Pastoral de los Artistas de la Arquidiócesis de Barranquilla.